Capítulo 17
Nueva Orleans
Tchoupitoulas Street
Leslie estaba sentada en las escaleras del porche trasero de la casa de Cleo. Tenía la mirada perdida mientras sujetaba un café con hielo.
Cleo y Lion continuaban con sus días de permiso; días, por cierto, que ella había interrumpido desde Londres cuando decidió ponerse en contacto con Cleo para que la ayudaran. Ahora, la feliz pareja se había ido a Lafitte, en el French Quarter, a ver a una amiga llamada Nina, que regentaba un club de BDSM.
Leslie no haría ninguna pregunta al respecto; tampoco le importaba si a los dos les gustaba ese tipo de prácticas sexuales a raíz de haberse infiltrado en el torneo de Dragones y mazmorras DS. Sabía que Lion era un amo con todas las letras, pero nunca se hubiera imaginado que a su hermana le gustase ser sometida.
Lo único que le importaba a Leslie era saber que ellos no le fallaron cuando los necesitó. Acudieron a Londres, entablaron comunicación con los agentes que conocía Lion de la SOCA y trabajaron junto a ellos para detener la flota del Vuelo Negro, del malvado Drakon. Todo ello, sin informar a Montgomery ni a Spurs, por deseo expreso de Leslie.
Parecía una película de fantasía: un caso de dragones a lo Juego de Tronos o a lo Warcraft. Pero nada más lejos de la realidad.
Sabía que la gente que podían ser dragones y demonios sin necesidad de ser personajes de novelas; algunas, como ella, simples brujas que no habían podido retener con hechizos a las personas que deseaban tener al lado.
No habían recibido noticia alguna de Markus. No habían encontrado su cuerpo ni tenían indicios sobre su paradero. Y Leslie seguía sintiéndose mal.
De algún modo había caído en las redes del mohicano; se había enamorado.
Las letras de Alex Hepburn y su Under pronunciaban todo aquello que ella, por orgullo y miedo, no se atrevía a decir en voz alta.
Don’t bury me
Don’t let me down
Don’t say it’s over
‘Cause that would
Send me under.
Underneath the ground
Don’t say those words
I wanna live but your words can murder
Only you can send me, under under under.
Markus la había enterrado, la había dejado caer en el lodo. Y con sus mentiras y su huida le había dicho lo que no se había atrevido a decirle con palabras: se había acabado. De hecho, había actuado como si nada hubiera empezado entre ellos. Y eso la había dejado en los bajos fondos, a dos metros bajo tierra. Las palabras que no le había dedicado la habían herido de muerte. Y solo él podía conseguir eso.
Nadie más.
Aun así, Leslie esperaba como una estúpida enamorada. Como lo que nunca había sido. Y seguía haciéndolo, por mucho que se lo negara a sí misma.
Markus era el demonio que nunca podría abandonarla del todo.
Lo sabía por las noches que pasaba mirando su teléfono, esperando una llamada que no llegaba; o por las repetidas veces que apartaba la cortina de la ventana de la habitación de invitados esperando verlo aparecer, colándose en el jardín con su cresta de puntas rojizas.
Había transcurrido una semana desde que regresaran a Estados Unidos. Pasó por Washington, donde había recibido las felicitaciones de Spurs y Montgomery. Incluso el presidente la había llamado para reconocer su labor.
Lo cierto era que haber detenido a un gran número de jeques, japoneses y rusos millonarios pertenecientes a distintas mafias le daría unos galones que todos tendrían en cuenta.
Sin embargo, Leslie se fustigaba por no haber detenido a Ilenko, Tyoma, Vladimir y Aldo con vida. Markus había acabado con ellos y tampoco podía echárselo en cara…
Alguien llamó al timbre.
Leslie se levantó de las escaleras y miró su Casio dorado; el subdirector Montgomery era tan puntual como se esperaba de él.
Tenían una larga charla por delante. Ella le iba a reclamar el paquete de Markus.
***
Cuando lo invitó a entrar, Montgomery se sentó al lado de ella, en las escaleras. Hacía mucho calor para estar dentro de la casa, y lo cierto era que el jardín de Cleo era un lugar entrañable para relajarse y hablar. El hombre le pidió un café con hielo que ella, amablemente, le sirvió.
—Me parece encomiable el temple que ha tenido usted para hacer frente a la misión de los Reinos Olvidados —la felicitó Montgomery.
—Gracias, señor, pero no necesito más golpecitos en la espalda. Mi compañero de misión ha desaparecido —eso era lo importante—, y, además, me pidió que le reclamara un paquete. Y, de paso, si tiene el detalle —aclaró con ironía—, me encantaría saber quién es Markus Lébedev.
Montgomery asintió y frunció los labios. Por lo visto, estaba decidido a explicarle la verdad por muy incómoda que fuera.
—La verdad supera a la ficción en muchos casos, agente Connelly.
—¿Y cree que no lo sé? —Sonrió sin ganas y se echó el largo pelo negro hacia atrás—. Solo quiero respuestas. Tyoma habló de Dina, su mujer. Y Markus insinuó que podía ser norteamericana. Incluso sabía que Vladímir, su inspector jefe, estaba metido en la bratva. La pregunta es: ¿usted sabía qué hacía Markus en la SVR? ¿Se puso en contacto con él alguna vez?
—Es una historia larga. Pero creo que le debo eso —reconoció el inspector algo avergonzado—. Lo que le voy a contar se remonta cuarenta y seis años atrás.
—Le escucho.
Montgomery bebió parte del café y después lo dejó sobre el escalón de madera.
—A finales de los setenta, Estados Unidos sufrió la migración de un gran número de rusos judíos que se aposentaron en Brighton Beach, en Brooklyn. De entre todos los capos rusos que empezaron a instalarse en la ciudad destacó uno por encima de los demás. Se trata de Ulrich Lébedev. El padre de Markus.
—¿Perdón?
—Ulrich accedió a trabajar con la seguridad norteamericana porque uno de los vory de las bandas enemigas lo tenía amenazado y estaba fastidiándole el negocio de la venta de alcohol ilegal. El mafioso, en un acto de rebeldía, mató a la mujer de Ulrich, al padre de Ulrich y a su hija pequeña, sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. ¿Y qué hizo Ulrich? Sufrió una conversión. Decidió trabajar para nosotros y delatar a todos los ghettos y bratvas rusas que empezaban a controlar la ciudad. A cambio de eso, nosotros lo extraditamos a su país, le damos otra identidad y lo alejamos de las bratvas con un sueldo nada despreciable. En Rusia, Ulrich rehace su vida, pero el mundo es muy pequeño y los capos rusos descubren su historia y lo señalan como un traidor.
—Dios…
—Ulrich se pone en contacto conmigo y me pide ayuda.
—¿Qué tipo de ayuda?
—Tiene una nueva mujer que está esperando un bebé. Su bebé —puntualizó.
—Markus.
—Eso es. Ulrich nos ofreció a Markus: nos lo vendió como una futura herramienta de trabajo para nosotros. Lo único que teníamos que hacer era cuidar de él y vigilarle hasta que sea mayor de edad. Nosotros, que creemos mucho en la herencia genética de las personas, vimos al crío como un futuro agente del FBI, con rasgos rusos, fácil de infiltrar y con la inteligencia de su padre, un exmafioso convertido a ciudadano ejemplar.
—Un momento, un momento… —Leslie sacudió la cabeza y se levantó, azorada por la información—. ¿Markus es o no es ruso?
—Ulrich nos envió a su mujer y la hospedamos en Brooklyn —le explicó con paciencia—, en una zona que estuviera fuera de las influencias de los rusos judíos y de sus mafias. Markus nació en Estados Unidos. En Brooklyn.
***
Leslie parpadeó repetidas veces, esperando que el movimiento le regara el cerebro y le hiciera entender la situación, pero ni siquiera así.
—Markus es norteamericano —dijo en voz alta para acabar de creérselo.
—Sí. Nosotros nos encargamos de vigilarle y de su educación. Cuando cumplió los dieciocho años, empezamos a formarle para que entrara en el FBI. Entonces, el negocio de trata de blancas y el tráfico de drogas en Rusia empezaba a despuntar y nosotros no podíamos entender cómo la seguridad del país no hacía nada para evitarlo. El crimen organizado se extendía como una plaga y habíamos llegado a la conclusión de que, para comprender cómo funcionaba, necesitábamos a un infiltrado en el SVR, pues todos coincidíamos en que los primeros que hacían la vista gorda eran ellos.
Leslie se frotó la cara y suspiró.
—Markus es un agente doble del FBI.
—Exacto. Lo preparamos para que se creara una leyenda en Rusia y se preparara para entrar hasta la cúpula de los vory. Pero no viajó solo para tal misión.
Leslie palideció y deseó poder taparse los oídos para no escuchar lo siguiente que tenía que decir el inspector.
—Dina Riushka, agente doble del FBI, viajaba con él. Juntos crearon su propia leyenda, tal y como hacían los agentes dobles de la antigua KGB. Se nacionalizaron en Rusia, se les creó una pasado nuevo. Dina era nuestra informadora oficial de todos los pasos que seguía Markus, hasta que él hizo las pruebas pertinentes para infiltrarse en la SVR.
—¿Y qué tipo de leyenda crearon juntos? ¿Se casaron?
«No quiero oírlo. No quiero oírlo».
—Sí. Tuvieron que hacerlo, para resultar más creíbles. Cuando Markus consiguió entrar en la SVR y le dieron el caso de las bratvas en los gulags, sabíamos que todo iba a cambiar a partir de ese momento. Y así fue. Durante cuatro años, Markus se hizo pasar por vor y Dina nos informaba de todo lo que él le explicaba en sus llamadas telefónicas. —Montgomery vació su café helado y prosiguió—. A los dos años de estar en la cárcel, dos de los miembros de la bratva en la que se iba a meter salieron al exterior y, a los pocos días, le enviaron un vídeo. Obligaron a Markus a verlo. En la grabación le enseñaron cómo Dina, nuestra agente, era violada y asesinada de forma brutal a manos de Tyoma e Ilenko. A Markus le tatuaron con el símbolo de la matrioska con rostro de esqueleto. Es la marca que se les pone a los vory que rechazan por tener esposa en el exterior.
A Leslie se le puso la piel de gallina y se frotó los brazos, esperando entrar en calor de nuevo.
—¿Y cómo lo soportó?
—Perdimos su rastro durante dos años, en los que, por despecho, logró hacerse un hueco y ganarse el respeto del segundo vor más temido del gulag, hasta que volvió a entrar en contacto con nosotros gracias al caso de Amos y mazmorras en las Islas Vírgenes. Pero el Markus que reencontré no tenía nada que ver con el que envié a Rusia —se lamentó—. Había cambiado por completo; era más duro, más salvaje y frío. Sus ojos se habían quedado sin alma. Ya no trabajaba para nadie. Solo para él mismo. Y había descubierto que Vladímir, el inspector de la SVR, estaba manchado de sangre hasta la cabeza. Tanto a mí como a Markus nos interesaba dar con él y confirmar nuestras sospechas, por eso le permití que siguiera con el caso a su manera. Lo que jamás podíamos imaginar era que Vladímir fuera el Drakon. Tuvo que pasar mucho tiempo esperando a que le dieran tal reconocimiento. Imagínese, un miembro de la SVR convertido en pakhan… Increíble, ¿no cree?
Leslie no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que sorbió las lágrimas por la nariz. Y, aunque pareciera mentira, no le importó mostrar aquel gesto de tristeza y emoción frente a Montgomery.
Sí, todo era muy increíble. Markus era estadounidense y un agente doble infiltrado en la SVR. Aldo Vasíliev era el consejero del Drakon, que no era otro que Vladímir, inspector jefe de la agencia de seguridad e inteligencia rusa. Por esa misma razón él la había elegido como la vibrannay. Porque esperaba que Markus fuera quien la entregase, y así matar dos pájaros de un tiro. Pero nunca se imaginó que Leslie fuera del FBI. Y tampoco que Markus fuera un agente doble.
—Markus es un vengador. Un demonio. Y ustedes le han hecho así.
—La infiltración es difícil, agente Connelly. La gente puede perder la razón y los valores. Lébedev pudo elegir dejarlos con vida, pero no lo hizo.
—No, señor. —Leslie levantó la barbilla y recogió el vaso vacío de café de entre los pies de Montgomery—. Markus nunca ha tenido elección. No la tuvo cuando nació. Ni si quiera ha elegido libremente lo que quería ser, pues ustedes le coaccionaron. Tampoco tuvo elección cuando le obligaron a ver cómo mataban a su esposa.
—Señorita Connelly —Montgomery se levantó con ella, con gesto adusto y tono severo—, el camino de la justicia es duro.
Leslie se echó a reír. No podía creer que su subinspector hubiera podido decir aquello tan simple.
—Por favor… A veces la justicia está sobrevalorada, ¿no cree?
Montgomery sabía que Leslie se sentía mal por su compañero, pero no podía hacer nada por maquillar la realidad.
—¿Todavía quiere recoger el paquete de Lébedev? —preguntó de repente.
—Ah. —Leslie se detuvo en el marco de la puerta del salón—. Pensaba que el paquete era toda esta información.
Montgomery se secó el sudor de la calva y negó.
—No, agente. El paquete está en Brooklyn. En esta dirección. —Se acercó y desdobló una hoja con una dirección escrita—. Vaya hasta allí y recójalo.
—¿De qué se trata? —preguntó ella, extrañada.
Él lo sabía, pero se encogió de hombros, como si no lo supiera.
—No me la va a colar. Sé perfectamente que sabe de qué se trata.
—Es algo que dejó el mismo Markus antes de aceptar la infiltración en los gulags. Cuando llegue allí, diga que va de mi parte y se lo entregarán sin más dilación. Ya saben lo que tienen que hacer.
Leslie no sabía a qué atenerse. Acarició el papel con el pulgar y alzó la mirada para fijarla en los claros ojos de su superior.
—¿En Brooklyn?
—Sí. Tómese unas buenas vacaciones. Se las tiene bien merecidas. Y, cuando regrese, hablaremos de su ascenso.
—¿Mi ascenso?
—¿No quería llegar a ser inspectora? —La miró de reojo y sonrió con petulancia—. Cuídese, Leslie.
—Lo mismo digo —contestó la chica, sorprendida.
Cuando la puerta de la calle se cerró, no entendía por qué no estaba dando saltos de alegría por aquella noticia.
Durante años, su trabajo había sido su única fijación. Su única obsesión. Por fin le ofrecían el cargo que buscaba; controlar ella misma las operaciones.
No obstante, lo que más la excitaba era aquel papel que tenía entre las manos.
Brooklyn.
¿Qué había dejado Markus en Brooklyn?
Su corazón no. Puesto que lo había perdido en los reinos olvidados.