La situación es la siguiente: Diego me ha llamado a media tarde, mientras disfrutaba de la reparadora siesta del viernes de resaca, conminándome a vernos en una cafetería de la calle Pelayo (no, La Troje no). «¿No querías enterarte de tejemanejes? Pues como lo que estoy viendo sea cierto, vamos a tirar de la manta pero bien». Pese a mis protestas no pudo adelantarme nada ya que estaba en el GYLA con el famoso Teletubby rondando alrededor suyo. «Luego te cuento», me dijo antes de colgar.
Así que como había quedado con Pilar más o menos a la misma hora, me espabilé, me pegué un duchazo y me di un paseo Fuencarral abajo mientras llamaba a la susodicha para que fuera directamente a la cafetería en la que había quedado con Diego.
Ahora las dos esperamos, sentadas en los sillones de cuero rojo de la cafetería tomándonos sendas cervezas, a que aparezca Diego. Y Diego aparece acompañado de Juan y de un chico muy delgado y ojeroso, con gafas y mirada cansada.
—Hola, chicas —dice al llegar a nuestra mesa—. Este es Juanjo, el administrativo del GYLA.
El aludido esboza una sonrisa y se inclina hacia nosotras para darnos dos besos. Después Diego y Juan hacen lo propio antes de sentarse frente a Pilar y a mí. Los cinco nos removemos nerviosamente en nuestros asientos. Yo miro expectante a Diego alzando las cejas.
—Bueno, ¿qué? —le pregunto a bocajarro.
Diego mira a Juanjo y luego vuelve a mirarme.
—Es difícil de explicar y ni siquiera sé por dónde empezar porque no tenemos nada claro…
—¡Pues di lo que sepas, coño! —exclamo yo muerta de la curiosidad.
Diego abre la boca para hablar pero, antes de que pueda pronunciar una palabra, Juanjo les interrumpe.
—Creemos que el GYLA está desviando fondos.
Cuatro pares de ojos abiertos de par en par, los de Pilar y los míos, para ser más concreta, se clavan en Juanjo. Nuestras bocas también están abiertas pero no sabemos qué decir, al menos yo.
—A ver —empieza Diego—, de momento es sólo una suposición, no hemos encontrado pruebas suficientes pero creo que no estamos muy desencaminados.
—La semana pasada se pasó por el GYLA Mateo Fuentes… —empieza Juanjo.
—¿Ese no era el del festival de cine? —pregunto yo.
—El mismo —asiente Juanjo—. No sé si sabéis que hace tiempo que él no trabaja allí —Pilar y yo asentimos con la cabeza—. El caso es que después de estar en el GYLA se metió en otro sitio y hace poco se le acabó el contrato. Venía a pedir los certificados de empresa y todo el papeleo para pedir el paro…
El camarero interrumpe su relato para tomarles nota. Pilar y yo nos miramos con cara de alucinadas. Yo, por mi parte, sonrío para mis adentros. Las razones que me llevaron a dejar el activismo y mis ganas de sacar la basura a la luz se están dando de la mano ahora mismo alborozadas.
—Pues bueno —continúa Juanjo—, me pongo a buscar y a preparar los papeles de Mateo y a hablar con la gestoría que nos lleva los temas de contratación. Tras varios días de darme largas los de la gestoría a mí y yo a Mateo, el chaval se planta el otro día en la oficina y me dice que ha estado en la Tesorería de la Seguridad Social y que le han dicho que allí no consta que durante el tiempo que estuvo trabajando en el GYLA se pagaran sus seguros sociales…
El camarero, oportuno como él solito, vuelve a interrumpir para servirles a los chicos sus consumiciones. Juanjo da un sorbo a su coca-cola light antes de proseguir.
—Así que con las mismas nos plantamos en la gestoría. Allí nos despiden con cajas destempladas porque la chica que lleva los papeles del GYLA está de vacaciones.
—Qué típico, ¿no? —digo.
—Ya. Bueno, volvemos al GYLA y pillamos por banda a Luisito.
—¡No me lo digas! ¿El Teletubby Tóxico?
Diego y Juanjo se echan a reír.
—El mismo. Nos hacemos los tontos y le explicamos la situación. Y él, poniéndose nerviosísimo, se deshace en explicaciones y disculpas.
—¡Él! —bufa Diego—. Que lo más bonito que ha dicho de nosotros es que tenemos un problema de actitud y que hacemos lo que nos da la gana… Y eso que para él, el concepto de trabajo se resume en cubrir la mesa de papeles y fingir que está muy ocupado… Aparte de cagarla constantemente en todo lo que intenta hacer.
—Pues sí —sonríe Juanjo con media boca mirando a Diego—. Un tío cuya educación brilla por su ausencia poniéndose amabilísimo y diciéndole a Mateo que no se preocupe, que debe haber habido un error pero que se puede solucionar rápidamente pagando los seguros con efecto retroactivo… Así que Mateo se va, todavía preocupado, claro está, y nos quedamos el Teletubby y yo solos en la oficina. Durante diez minutos fingió que no pasaba nada pero después agarró su móvil y se escabulló al despacho del teléfono de información, que estaba vacío en ese momento. Disimuladamente me fui al almacén que está al lado como si fuera a buscar folletos y aunque no pude entender qué decía, sé que estaba hablando con el presidente y que estaba muy nervioso.
—Y cuando llegamos mi compañero y yo —continúa Diego—, nos coge por banda y nos dice que bajemos a tomar un café. Y ya fuera nos cuenta la historia, así que decidimos ir también nosotros a una tesorería. Y, ¿adivináis qué nos dijeron?
—Que no estabais dados de alta, como si lo viera —afirmo yo frunciendo el ceño.
—¡Efectivamente! —corrobora Juanjo dando una palmada en el borde de la mesa.
—Oscar, el otro trabajador social, aún no ha podido ir pero nos olemos que le van a decir lo mismo.
Pilar y yo nos reímos de puro asombro. Juan sigue manteniendo la actitud callada, tan poco habitual en él, de la que ha hecho gala durante todo el rato. Yo le doy el último trago a mi cerveza y miro abiertamente a Diego y Juanjo.
—Y bueno, ¿qué pensáis hacer? —le pregunto.
Diego se recoloca en su asiento y se inclina hacia la mesa entrelazando las manos.
—Pues hay dos opciones. O vamos a la policía con este cuento, que ya es bastante…
—… o entramos esta noche en el GYLA a ver cuánta mierda hay —añade Juanjo lanzándome una significativa mirada.
Alzo las cejas estupefacta por toda reacción.
Damos vueltas por Chueca hasta medianoche fingiendo ser uno más de los grupos de amigos que a esas horas llenan las calles del barrio. Aunque por la cara de estreñidos que lucimos deduzco que nunca tendríamos un gran porvenir en la delincuencia organizada. Pasadas las doce nos metemos en el Nike a tomar unos tardíos bocadillos y a seguir haciendo tiempo, pues ningún momento nos parece adecuado para rondar por el GYLA.
Pilar está comiendo medio nauseabundo bocadillo de tortilla con mayonesa (el otro medio se le cayó, en un alarde de torpeza, cuando cogió el plato de la barra en un momento en que sus cinco sentidos estaban puestos en una imponente morenaza de metro ochenta que entraba por la puerta) cuando su rostro se ilumina interrumpiendo incluso el proceso de masticación.
—¡Mira quién está ahí! —exclama tragando a duras penas—. ¡Eh! ¡Alicia! ¡Aquí!
Miro en la misma dirección que Pilar y veo que, efectivamente, Alicia está con algunas chicas del grupo de mujeres del GYLA y que se están levantando de la mesa en la que estaban. La interpelada nos mira, sonríe y se acerca hasta donde estamos.
—Vaya, chicas, qué sorpresa…
Reprimo el impulso de darle un pescozón a Pilar.
—¿Sí, verdad? —profiero entre dientes.
—¿Ya te vas? —le pregunta Pilar con un mohín.
—Sí, bueno, es que las demás ya se van y yo no sé muy bien qué hacer… —nos explica con cara de circunstancias.
—¡Ah! ¡Pues quédate con nosotras! —suelta Pilar con una gran sonrisa que le llega casi hasta la nuca.
—¡Ay, pues sí, mira, que todavía no tengo ganas de irme a casa! —accede Alicia sin pensárselo demasiado—. Esperadme aquí que voy a despedirme de las chicas.
Y dicho esto, da media vuelta para reunirse con el grupo de chicas con las que estaba mientras mi mirada y la de los chicos convergen en una Pilar que, totalmente ajena a la realidad, sonríe beatíficamente sin quitarle los ojos de encima a Alicia.
—¿Es que eres imbécil o qué? —le digo al borde del alarido.
Pilar me mira extrañada.
—¿Por qué? ¡Joder, Ruth, que a ti te caiga mal no quita para que a mí me guste…!
—¡Pilar! ¡No estamos de parranda! ¡Dentro de un rato vamos a entrar de incógnito en el colectivo donde milita esa misma chica a la que has invitado tan alegremente a unirse a nosotros!
La expresión de Pilar se transforma de súbito cuando cae en el error que ha cometido.
—¡Ay! ¡Joder! ¡Qué marrón! ¿Y ahora qué le decimos?
—Qué le dices tú, bonita. Tú la has metido en esto y tú la tendrás que sacar.
—¿Y si se lo contamos? —sugiere con inocencia.
—¿Contárselo? ¿Es que ya has perdido tu última neurona?
—¿Por qué no? Ella está muy metida en el GYLA. Quizá pueda ayudarnos —se defiende, reticente a abandonar a su presa tan pronto, le cueste lo que le cueste.
—Pilar, tienes que vigilar tus hormonas, te están haciendo perder el poco sentido común que te queda… —le digo entre dientes viendo que Alicia ya vuelve con nosotras.
—Bueno, chicas, ya estoy aquí. ¿Qué planes tenéis para esta noche? —nos pregunta expectante con las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros.
—¿Qué vais a hacer qué? —nos pregunta alzando exageradamente la voz cuando salimos del Nike.
Sí, Pilar ha ganado. Nos ha convencido de que quizá Alicia nos sirva de ayuda.
—Tranquila, Alicia —le digo yo con voz conciliadora—. Todo tiene su explicación. Diego y Juanjo han descubierto que el GYLA no ha dado de alta en la Seguridad Social a los trabajadores y creen que tiene que haber algo más…
—Creemos que están desviando dinero —se apresura a añadir Juanjo.
Alicia nos mira a unos y a otros visiblemente alarmada. Nosotros, rodeándola, la miramos a ella y, de reojo, a los que tenemos a izquierda y derecha.
—Bueno, ¿y a qué esperamos? ¡Vamos para allá! —exclama echando a andar.
Nuestro temor se convierte en sorpresa ante la reacción de Alicia. Ella se da cuenta y se detiene a los pocos pasos.
—¡Pero no os quedéis ahí! ¡Venga, vamos! —nos grita.
En un par de apresuradas zancadas le damos alcance. Me pongo a su lado y le pregunto que a qué viene ese repentino interés.
—¡Porque a mí también me tienen hasta los ovarios! Estamos sacando unos mil euros limpios por cada fiesta que hacemos y, con suerte, vemos la mitad que, como comprenderéis, nos da muy poco margen para preparar la siguiente. Si están haciendo chanchullos con la pasta, soy la primera interesada en saberlo.
Nos reímos divertidos a la vez que aliviados por el cariz que ha tomado la inclusión de Alicia en nuestras clandestinas intenciones.
—Así que no es algo que afecte sólo a los trabajadores… —murmura pensativo Juanjo, dejando la frase en el aire.
El primer tramo de Augusto Figueroa está extrañamente desierto cuando los seis nos detenemos frente al portal donde está la sede del GYLA. Diego, Juanjo y Alicia sacan de sus bolsillos un manojo de llaves y los tres se disponen a abrir. Se quedan mirándose entre ellos y se echan a reír.
—¿Todos tenéis llaves? —les pregunto.
—Aquí tiene llaves hasta el Tato —ironiza Alicia siendo la que finalmente abre el portal—. Colectivo de día, picadero de noche, pensé que ya lo sabías —añade penetrando en el interior del portal a oscuras.
—Veo que siguen sin aprender de los errores del pasado… —digo riéndome y entrando también seguida de los demás.
Tras cerrar el portón de madera encendemos la luz de las escaleras para que guíe nuestros pasos hasta el primer piso. Alicia es también quien se encarga de abrir la puerta que da paso a la sede del GYLA. Cuando estamos todos dentro vuelve a echar los cerrojos.
—Por si alguien tiene algún apretón y decide darse una vuelta por aquí. Así le oiremos a tiempo sin que sospeche que no está solo.
Miro a Alicia alzando una ceja.
—¿Vienes a menudo aquí cuando te da el «apretón»? —le pregunto mordaz haciendo comillas con los dedos—. Parece que lo tienes todo muy controlado…
—Luego, si quieres, hablamos de mi vida privada. Ahora, a lo que estamos.
—¡Sí, señora! —exclamo cuadrándome y haciéndole el saludo militar.
—Diego, Juanjo, id encendiendo las luces hasta el despacho, yo iré detrás apagándolas —ordena haciendo caso omiso de mi broma.
En fila india vamos recorriendo las distintas estancias y salones del GYLA hasta que llegamos a la oficina. Alicia entra la última y cierra la puerta tras ella.
—Bueno —nos mira—. ¿Qué buscamos exactamente?
—Buena pregunta —digo mirando a Diego que, a su vez, mira a Juanjo y este a Alicia, que pone los ojos en blanco y suspira con exasperación.
—¡Pues vaya panda de investigadores estáis hechos! —hace una pausa quedándose pensativa—. A ver, Ruth, tú y yo vamos a mirar subvenciones, memorias, justificaciones, proyectos y todo lo que encontremos. Juanjo, tú que conoces el programa de contabilidad, saca listados de las cuentas de ingresos y gastos y del inmovilizado. Diego, enciende el resto de ordenadores y busca archivos sospechosos. Juan, tú quédate cerca de la puerta y vigila que no venga nadie… —y dicho esto abre un armario y comienza a sacar cajas de archivo.
—¿Y yo? —pregunta una voz desvalida que pertenece a Pilar.
Alicia gira la cabeza y la mira un momento.
—¿Tú? —piensa un instante—. Tú ya has hecho bastante invitándome a que os organice el asalto. Siéntate y descansa —dice ya sin mirarla.
Pilar me lanza una mirada indefensa y ofendida. Yo me encojo de hombros pero no me da tiempo a decir nada porque Alicia ya me está dando cajas para que las revise.
A las tres de la mañana el despacho del GYLA ofrece el mismo aspecto que si un tornado hubiera pasado por su reducido espacio. Hasta ahora no hemos encontrado gran cosa. Memorias y más memorias de subvenciones, todas aparentemente en regla. Cansada de revisar papeles, me levanto para estirar las piernas. Deambulo distraída por el despacho hasta que me fijo en un armario que aún no hemos abierto. Intento hacerlo pero está cerrado con llave.
—¿Qué hay en este armario? —pregunto a nadie en particular.
Juanjo levanta la vista de los listados y me mira.
—¿Ahí? Es el armario del equipo de cine pero ahora están de vacaciones y el único que lo abre es el Teletubby…
—¿Y dónde está la llave? —pregunta Ali dejando a un lado la carpeta en la que estaba enfrascada y levantándose como si tuviera un muelle en el culo.
Juanjo hace memoria. Luego vacía un cubilete de bolígrafos entre los cuales también aparecen un par de llaves engarzadas por un arete. Con ellas abre la cajonera que tiene a su derecha y del fondo del primer cajón saca otra pareja de llaves que me lanza.
—Ahí las tienes —me dice volviendo a bucear en el programa de contabilidad.
Cojo las llaves al vuelo y abro el armario. En su interior Alicia y yo encontramos un montón de cintas de vídeo colocadas ordenadamente, dossieres de prensa de películas, más cajas de archivo y algunas bolsas de plástico cuyo contenido es inclasificable a primera vista. Alicia suspira.
—Me parece que esta noche no vamos a dormir mucho.
—¡Chicas! —nos llama Diego—. Venid, mirad esto.
Los cinco nos congregamos alrededor de él.
—¿Qué has encontrado? —le pregunta Alicia.
—Mirando en el historial de Internet hay una web de un banco de las Islas Barbados que se ha mirado por última vez hoy mismo. Bueno, y ayer…
—¿Y eso? —pregunta Alicia extrañada—. ¿Quién se suele sentar ahí?
—El Teletubby.
—Pues él no tiene pinta de ser un millonario excéntrico que trabaje en un colectivo por el bien de la comunidad…
—No, más bien es un tocapelotas muerto de hambre que vive a costa de su novio… —murmura Diego—. También se ha visitado la página web del banco en el que el GYLA tiene las cuentas.
—¿Tú manejas las cuentas por Internet? —le pregunta Alicia a Juanjo, él niega con la cabeza.
—No, cuando me toca hacer gestiones, hago la mosca aplastada que tiene el presidente por firma y me bajo al banco a tramitarlas —explica Juanjo con cierta angustia—. Que como un día me pillen se me va a caer el poco pelo que me queda…
—Haz pantallazos de esas páginas, Diego —me mira a mí—. Nosotras vamos a ver qué esconde el armario del séptimo arte —dice mirando su interior con aprensión.
En una primera inspección de lo más reveladora, nos empezamos a encontrar con toda la miga de esta historia: el certificado del IFI adjudicando la famosa subvención, formularios tramitados por el banco concediéndoles el crédito a cuenta de la misma, justificaciones y memorias de subvenciones que ya habíamos visto en los otros armarios pero que nada tienen que ver con ellas. Estas subvenciones son por completo ficticias, en ellas figuran facturas de equipos informáticos, audiovisuales y mobiliario que no constan en la cuenta de inmovilizado, resguardos de seguros sociales con sellos del banco más que dudosos y nóminas de trabajadores con sueldos bastante elevados rubricados con firmas que ni Diego ni Juanjo reconocen como suyas.
—¡Serán cabrones! ¡Si a mí no me pagan ni la mitad de lo que pone aquí! —exclama Diego irritado.
—Pues una de dos —declara Alicia—. O son unos chapuzas o están muy confiados en que nadie va a meter la nariz en este armario.
—Yo creo que las dos cosas y unas pocas más —opina Juanjo aún cotejando listados de lo que parecen ser las verdaderas subvenciones presentadas a los ministerios de los que dependen.
—Y digo yo, Juanjo —pregunto—. Tú, siendo el administrativo del GYLA, ¿nunca echaste en falta los seguros sociales? Quiero decir que si te encargas de llevar la contabilidad y tramitar los papeles oficiales deberías estar al tanto de los pagos, ¿no?
—Bueno, la contabilidad que se lleva en la oficina es muy de andar por casa. De lo gordo se encarga la gestoría… —explica—. Aunque yo también le estoy dando vueltas al asunto… Verás, para solicitar cualquier subvención hay que presentar, además de un proyecto, certificados de estar al corriente de pagos con Hacienda y con la Seguridad Social y yo estoy pidiendo esos certificados cada dos por tres… —Menea la cabeza—. No lo entiendo. Se supone que los sueldos de los trabajadores salen de las subvenciones y cuando toca presentar las justificaciones hay que adjuntar nóminas y resguardos de los seguros sociales.
—Pero ya ves lo que hay. Han falsificado vuestras firmas y el sello del banco para los seguros sociales. —Alzo uno de los mamotretos encuadernados que tengo cerca—. Estas deben ser las memorias que realmente se presentan al Ministerio. Y me juego el cuello a que los sellos que aparecen en las que hemos revisado antes son tan falsas como las firmas que hay en estas astronómicas nóminas —hago una pausa—. Yo pensaba que era el administrativo el que se encargaba de presentar las justificaciones.
—Y así era —explica Diego—. Hasta que llegó Luis. El anterior administrativo, Jorge, sí que lo hacía.
—¡Pero si de eso hará como unos cinco años! —exclamo yo sorprendida—. Si a Jorge le conocía yo cuando aún estaba metida en el GYLA…
—Pues eso nos puede dar una idea de hace cuánto tiempo que están haciendo chanchullos —dice Diego encogiéndose de hombros—. ¿O no recuerdas que fue a partir de entonces cuando el colectivo empezó a cacarear sus problemas de liquidez y la falta de subvenciones para mantenerlo?
Asiento con la cabeza. Todo empieza a tomar forma en mi cabeza.
—¡Eh! —grita Alicia interrumpiendo mis cavilaciones—. ¿No decían que el festival tenía pérdidas? —pregunta revisando una carpeta con facturas—. Pues según la taquilla del cine, la recaudación supera tranquilamente el importe de la subvención. Si a eso le sumamos el dinero ingresado por la publicidad, todo se traduce en ganancias… —explica alzando un papel y mirándonos—. ¡Me cago en la leche! Si supierais la mala hostia que me está entrando… —farfulla entre dientes visiblemente cabreada.
—Ya te vemos, ya —río para mis adentros—. Míralo por el lado bueno. A ti el desencanto con las ONG’s te va a llegar al poco de haber entrado, no como a los demás que nos llegó después de años haciendo el canelo…
Alicia me lanza una mirada homicida.
—Ruth, porque ahora estoy bastante ocupada pero recuérdame que un día de estos tengamos una conversación sobre activismo, ¿vale?
—Vale, vale —accedo condescendiente—. Pero yo ya sé que el tiempo siempre me acaba dando la razón…
—Sigue buscando y cállate —ordena volviendo a sumergirse en su carpeta de facturas.
Me agacho frente al armario y reviso la parte de abajo, repleta de bolsas de todos los tamaños y colores. Unas contienen camisetas con el logo del festival, otras pases de prensa y de organización o telas de varios colores cuyo uso no acabo de determinar… Las voy sacando una a una tras revisar su contenido, más por aburrimiento y curiosidad que por el convencimiento de que vayamos a encontrar algo más revelador.
Cuando voy a sacar la última bolsa me percato de que lo que contiene no es nada liviano sino duro y pesado. Saco su contenido y me encuentro con una pequeña caja fuerte de forma rectangular.
—¡Chicos y chicas! ¡Acabamos de encontrar la caja de Pandora! —les anuncio.
Alicia abre los ojos de par en par. Las pupilas casi le hacen chiribitas al ver la caja.
—Sí, vale —dice Juanjo abatido—. Pero sin combinación de poco nos sirve. Y tampoco podemos llevárnosla…
—¿Me dejas un momento? —me pregunta Alicia haciéndome señas de que le pase la caja.
Se la doy por no discutir. Joder, qué empeño tiene esta cría en ser siempre el centro de atención… La coge, la pone frente a ella y se queda mirándola. El resto la miramos a ella a falta de algo mejor que hacer. Se nos nota cansados, son casi las cinco de la mañana.
Alicia sigue ensimismada unos segundos más. Luego, decidida, comienza a dar vueltas a la rueda. Y nuestra sorpresa es mayúscula cuando, tras la última vuelta, un sonoro click se hace distinguible por encima de nuestra respiración contenida. Alicia abre la caja con una sonrisa triunfal.
—Pero ¿cómo…? —comienza Juanjo confundido sin acabar de dar crédito a lo que ha visto.
—Dos, ocho, seis, seis, nueve —recita como si fuera algo obvio para cualquiera—. Veintiocho de junio del sesenta y nueve, día de la revuelta de Stonewall e inicio del movimiento gay moderno —añade con pedantería—. ¡Por Dios! Todo el mundo sabe que el presidente del GYLA es un nostálgico.
—¿Y cómo sabes que esa caja es del presidente? —pregunta Pilar ganándose una nueva mirada de desprecio por parte de Alicia.
—¿Y de quién si no? El presidente es el único que tiene acceso a todo…
—¡Eso ha sido un golpe de suerte! ¡No jodas, era demasiado fácil! —exclamo molesta.
—Por eso la puso. Cualquier listillo la descartaría por resultarle demasiado evidente —declara mirándome y esbozando una media sonrisa repleta de chulería—. Ahora veamos qué hay… —empieza a sacar papeles—. Ruth, me parece que tenías razón con lo de la caja de Pandora —me dice comenzando a pasarme documentos.
La caja está llena de papeles timbrados. Bonos, fondos de inversión, de alta rentabilidad… Productos financieros para dar y tomar. Y todo por cantidades que no son nada despreciables a pesar de no ser astronómicas.
—Barbarella, SA, Waterloo, SA, Gaynor, SA, Stonewall, SA, Foucault, SA… —leo según Alicia me va pasando documentos—. No sé quién estará detrás de todo esto pero que es un marica de la vieja escuela es algo de lo que no tengo la menor duda… Como decías antes, Ali, o son muy chapuzas o muy confiados.
—Me alegra que me des la razón —contesta ella complacida.
—Tampoco te acostumbres, ¿eh, bonita?
—En fin… —Alicia hace un gesto con la mano como si borrara mi último comentario—. Creo que ya tenemos suficiente. Vamos a fotocopiar esto y luego recogemos este desastre.
—¿Y de qué nos sirve todo esto? —le espeto—. Tenemos un montón de sociedades anónimas pero nada más, no sabemos a nombre de quién están.
—Pero podemos averiguarlo —salta Juanjo de repente. Todos clavamos la mirada en él.
—Yo tengo un amigo, bueno, un exnovio que trabaja en el Registro Mercantil —explica—. Y con la experiencia que ha tenido con los colectivos, creo que no le importará en absoluto echarnos un cable…
—¿Ves, Ruth? —exclama Alicia triunfal—. Siempre tan negativa. Vamos a ir a por ellos. Y ahora, venga, a dejar esto como si nunca hubiéramos estado aquí —dice levantándose del suelo.
Dejar el despacho tal y como nos lo hemos encontrado nos lleva más de una hora. Por fortuna, la presencia de Diego y Juanjo nos ayuda a que el resultado sea óptimo.
—Tampoco os preocupéis, yo seré el primero en llegar el lunes. Si algo no queda en su sitio, ya lo colocaré —nos dice Juanjo.
Son más de las seis cuando vemos por fin la oficina recogida. Vamos saliendo de ella lentamente para desandar nuestros pasos hasta la puerta de salida. Juan está a punto de encender el interruptor que ilumina el siguiente tramo del camino y Alicia, detrás de mí, también está a punto de apagar la luz del despacho cuando oímos un ruido de llaves.
—¡Viene alguien! —dice Alicia entre susurros apagando rápidamente la luz.
En medio de la oscuridad nos chocamos los unos con los otros atolondradamente. Alicia, cual perrita pastora, nos empuja a un rincón.
—¡Estaos quietos y callados! —grita susurrando, si es que eso es posible—. ¿Quién podrá ser…? —murmura para sí misma.
Escuchamos voces. Dos hombres riendo entran en la sede del colectivo y encienden algunas luces. De las risas y el tono de voz deduzco que han estado de juerga y han pensado acabarla aquí.
—Creo que es Mario, el coordinador de salud —susurra Juanjo.
—¿Y qué hace aquí? —pregunta Pilar.
—¿Tú qué crees, bonita? El Strong cierra a las seis y él aún vive con sus padres… —le contesta con acritud.
—Pues que se vaya a una sauna —murmuro yo fastidiada.
—Así que vamos a tener que esperar a que esos dos echen el polvo y se larguen, ¿no? —apunta Juan.
—Eso parece —dice Alicia encogiéndose de hombros y sentándose sobre la moqueta—. Pues nada, a esperar.
Imitamos a Alicia y nos sentamos también en el suelo. En la otra sala, los dos tortolitos comienzan con los menesteres causantes de su sorpresiva visita. Vislumbrando nuestras caras en la penumbra, nos miramos divertidos los unos a los otros con cara de circunstancias. Todos menos Alicia que tiene la nariz pegada en las fotocopias que nos hemos llevado.
Veinte minutos es lo que tardan los segundos intrusos de la noche en acabar. Aún esperamos diez minutos más, por si las moscas.
—¡Joder, qué mal lo he pasado! —dice Pilar cuando al fin pisamos la calle.
—¿Por qué? —le pregunto yo.
—¡Por Dios, Ruth! ¿Es que no les oías? «Así, mi torito bravo, así… Oooh, sí, empálame, empálame como tú sabes» —dice imitándolos.
El resto echamos a reír todo lo que también nos hemos estado aguantando arriba.
—¿Nos tomamos un café? —propongo.
—Sí —responde rápidamente Alicia—. Así planeamos lo que vamos a hacer ahora —añade echando a andar.
Nos metemos en la primera cafetería que encontramos abierta, donde nos mezclamos con otros grupos que están acabando la noche de fiesta o, algunos, incluso prolongándola.
—A ver, Juanjo —comienza Alicia tomando la palabra—. Dices que conoces a alguien en el Registro Mercantil…
Juanjo asiente.
—Sí, un noviete que tuve hace un tiempo. Él estaba metido en el GYLIS coordinando el programa de radio. Hasta que se hartó de ver tanto mamoneo como había allí y acabó dejándolo para ver cómo ocupaba su lugar un niñato tartaja que sólo sabía hablar de triunfitos y de lo buenísimos que estaban los actores y cantantes que le gustaban…
—O sea que es otro damnificado de la causa gay —apostillo yo entre risas—. Él del GYLIS y tú del GYLA. ¿Y no os comparaban con los Montesco y los Capuleto? A Olga y a mí nos lo decían…
Juanjo se echa a reír mientras me dice que sí con la cabeza.
—Pues habla con él a ver qué puede averiguar. Y tanto Diego como tú estad atentos cuando estéis en la oficina por si os enteráis de algo más… —ordena Alicia.
El camarero viene a tomarnos nota. Extenuados, los seis permanecemos callados. Alicia no deja de estudiar los papeles, nada que ver con los demás, que estamos muertos de sueño. No los deja ni cuando el camarero le pone el café delante. Echa el azúcar en él y lo remueve sin mirarlo.
Me enciendo un cigarro y veo que Pilar abre la boca para hablar. Antes de que haya pronunciado una sola palabra ya sé que va a meter la pata.
—Bueeeno… —dice—. ¿Y qué tal Sandra, Ali? ¿No salió anoche? —pregunta mirando a la aludida candorosamente.
Alicia levanta la cabeza de las fotocopias con cara de pocos amigos y taladrando a Pilar con la mirada.
—Ya no estamos juntas —contesta—. Si eso es lo que te interesa saber —añade retomando su atención sobre los documentos.
Pilar se sonroja súbitamente y esconde su cara como puede, dándole un sorbo al café. Los demás aprovechamos para reírnos por lo bajo y yo para propinarle unas amistosas palmadas en el muslo.
—No tienes remedio —le susurro al oído.