Interludio

—¿¡Qué te tiraste a la novia de tu hermano!? Ruth, nena, lo tuyo empieza a ser preocupante…

—¡Ey! ¡Ey! ¡Ey! ¡Echa el freno, chaval! Que cuando me lie con ella no tenía ni puta idea de que tuviera un novio detrás. Y mucho menos que fuera mi hermano. Lo suyo sí que es preocupante, ahí, yendo de novia formal y poniéndole los cuernos con la mitad de las tías de Chueca.

—Joder, tronca, si lo que no te pase a ti…

—Pero tío, ¿tú te imaginas la cara que se me quedó cuando la vi en casa de mis padres?

—Me la imagino, Ruth, por eso me río. Con lo expresiva que tú eres lo raro es que no se pudiera leer en tu cara lo que estabas pensando…

—Y la tía haciéndose la tonta pero atacándome así, como quien no quiere la cosa, durante la cena. «¿A qué te dedicas, Ruth?». «¿Por dónde vives, Ruth…?». ¡Si hasta me preguntó si no tenía algún novio por ahí…!

—Se cree el ladrón que todos son de su condición…

—Ya te digo. Pero lo peor fue cuando mi madre me dice que ha pensado que será mejor que ella duerma conmigo en mi habitación…

—¿En la misma cama?

—No, en la habitación hay una cama-nido, de esas que tienen una cama escondida debajo de la principal. Quita, quita, si llego a tener que dormir con ella en la misma cama, me habría exiliado al sofá. No, cada una durmió en una cama pero eso no fue impedimento para ella…

—¡No me digas que se te metió en la cama! ¡Joder, qué morbazo! ¡Y tus viejos y tu hermano al lado durmiendo como benditos!

—Tanto como meterse en mi cama, no. Pero se me insinuó y me dejó claro que cuando yo quisiera podíamos volver a vernos. A solas, claro.

—¿Y tú qué le dijiste?

—¿Qué le voy a decir, Pedro? ¡Que no, por supuesto! ¡Es la novia de mi hermano!

—Pero está un rato buena, no me digas que no…

—Sí, vale, está buena pero, tío… ¡es mi hermano!

—Y tú una mujer llena de amor, no te jode. Venga, sé sincera, ¿a que te costó decirle que no?

—…

—¿Ruth…?

—¡Sí, vale, me costó un poquito! Pero tío, tengo unos principios, no soy tan hija de puta como muchos se piensan…

—¡Que no pasa nada, cielo! Es normal, no eres de piedra. Por una tía así hasta yo dudaría, por muy novia de mi hermano que fuera.

—Pero es que los tíos sólo pensáis con la polla…

—Oye, nena, que también tenemos nuestras dudas, ¿eh? Además, por esa regla de tres, la tal Irene debería tener una tranca de treinta centímetros por lo menos, más que nada porque se pasa por el forro de los mismísimos los sentimientos de los demás.

—No, si ya… Pero tío, te juro que no sé qué hacer.

—¿Hacer con qué?

—Con mi hermano. No sé si decírselo y que sepa de qué va su novia y que hable con ella y sopese si le conviene seguir con alguien así.

—Joder, es verdad, ¡menudo marrón!

—Porque imagínate que un día discuten o lo dejan o vete tú a saber qué y la tía esta saca a colación su pequeño escarceo conmigo. Mi hermano se pillaría un rebote que te cagas conmigo. Y no le faltaría razón…

—Pues chica, no sé, deja pasar unos días, hasta que se acaben las fiestas y luego ya verás qué haces…

—Sí, supongo que será eso lo que haga pero ¡joder!, si supieras la poca gracia que me hace verme en estos dilemas morales…

—Ya me imagino, ya… Bueno, cambiando de tema, ¿qué tal con Carmen?

—Pues la verdad es que muy bien. Creo que es una de las pocas tías normales con las que me he cruzado últimamente y eso ya es decir mucho…

—¿O sea que vais en serio?

—¡Por el amor de Dios, Pedro! ¡Llevamos dos semanas!

—¿Y qué? Hay veces que en dos semanas ya se tienen las cosas claras…

—¡Pues yo no, ya lo sabes! Nos estamos conociendo, lo pasamos bien juntas y punto pelota. Creo que ya es bastante en comparación con mis últimas historias…

—No si ya… Hija, que tienes un curriculum amoroso con más páginas que El Quijote…

—Y también igual de esperpéntico…

—Y lo que te diviertes tú contándonos tus aventuras y desventuras por ese barrio de lujuria y perdición por el que te meneas…

—¡Lo que os divertís vosotros escuchándome, cabrito! Que estoy empezando a pensar muy seriamente escribir monólogos y cobrar entrada para quien quiera enterarse de mi vida.

—Yo pagaría encantado, ya lo sabes, nena.

—En fin, Pedrito, ¿cuándo vuelves a Madrid?

—Después de Reyes, que les he comprado a mis sobrinos un cargamento de regalos y quiero ver las caras que ponen cuando los vean.

—Pues nada, cuando vuelvas te invito a cenar, que lo prometido es deuda.

—¿De verdad, Ruth? ¡Qué honor!

—No te pongas irónico. Seguro que pensabas que se me había olvidado.

—Pues para serte sincero, sí, lo pensaba.

—Pues ya ves que no, así que vete pensando a qué sitio quieres que te lleve.

—Lo pensaré. Te dejo ya, que he quedado con unos colegas para tomar unos chatos.

—Dame un toque cuando vuelvas.

—Vale. Cuídate, preciosa y no te metas en líos.

—Yo no me meto en líos, Pedro, los líos vienen a mí.

—Excusas, excusas… Hablamos, ciao.

—Adiós.