Esa noche tuve una pesadilla, lo cual no era nada raro si se tiene en cuenta todo lo que me había ocurrido. Puede que ya hubiera tenido varias pesadillas, pero mi subconsciente descarta ciertas cosas con la misma facilidad con que yo lo hago en estado consciente. No suelo tener pesadillas. Mis sueños suelen ser sobre cuestiones de todos los días, con pequeños detalles curiosos porque para eso están los sueños, ¿no? Por ejemplo, yo estoy en Cuerpos Colosales con un montón de papeleo de que ocuparme, pero los clientes no paran de interrumpirme porque la mitad quiere que los deje desnudarse para hacer los ejercicios en las bicicletas estáticas, mientras que la otra mitad opina que aquello sería una grosería, lo cual es verdad. Ese es el tipo de cosas con que sueño.
No soñé que me disparaban. No había nada que soñar con eso, excepto el ruido y la quemazón en el brazo, lo cual no da para mucho. Sin embargo, el accidente de coche conservaba miles de detalles en mi subconsciente. No soñé que me saltaba otra señal de Stop. Al contrario, iba con mi Mercedes rojo, el que tenía cuando me divorcié de Jason y que luego cambié por el blanco. Iba por un puente colgante muy alto cuando, de pronto, perdía el control del coche y empezaba a dar vueltas. Todos los otros coches me golpeaban y cada golpe me acercaba más y más al borde del puente. Y de pronto supe que el próximo que me diera me lanzaría al vacío. Vi cómo se acercaba ese último coche a cámara lenta. Después, el impacto, un golpe muy fuerte que empujaba el Mercedes hasta la barrera y lo hacía caer.
Me desperté con un sobresalto, con el corazón desbocado y temblando de pies a cabeza. Era yo la que temblaba, no mi corazón. Quizá también temblara mi corazón, pero no había manera de saberlo. Sólo sentía que me martilleaba. Y Wyatt estaba inclinado sobre mí, su gran sombra protectora en la oscuridad de la habitación.
Me acarició el vientre, me cogió por la cintura y me estrechó en sus brazos.
—¿Una pesadilla?
—A mi coche lo empujaban por un puente —murmuré. Seguía medio dormida—. Un desastre.
—Ya, me lo imagino. —Wyatt tenía su propia técnica para reconfortarme, que consistía en taparme con su propio cuerpo. Le rodeé la cintura con las piernas y lo acerqué a mí.
—¿Te sientes bien como para hacer esto? —inquirió, aunque era un pelín tarde para preguntar porque sentí que ya se deslizaba dentro de mí.
—Sí —contesté de todos modos.
Tuvo mucho cuidado, o al menos lo intentó. Se mantuvo apoyado sobre los antebrazos, moviéndose lenta y regularmente, hasta el final, cuando dejó de ser lento y regular. Pero no me hizo daño. Y si me hizo daño, estaba demasiado excitada para darme cuenta.
El día siguiente fue una especie de repetición del día anterior, con la diferencia de que hice más estiramientos y yoga y me sentí mucho mejor. El brazo izquierdo todavía me dolía si intentaba recoger alguna cosa, lo cual forzaba el músculo, pero podía manejarlo bastante bien si lo hacía con movimientos lentos y sin gestos bruscos.
Vi que el arbusto que Wyatt me había comprado sobreviviría, si bien necesitaría una semana entera de cuidados y mimos antes de que aguantara el brusco cambio de plantarlo en el jardín. Puede que Wyatt no entendiera la idea de planta de interior, pero la había comprado para mí y le tomé cariño a la pobre criatura. Empezaba a tener una especie de claustrofobia debido a mi estado de inactividad, así que salí al jardín y miré dónde podría plantarlo. Debido a lo antigua que era la casa, la vegetación de los alrededores estaba muy crecida, pero sólo había arbustos y ninguna flor, y pensé que vendría bien algo de color. No era la estación adecuada para las flores. Quizás el próximo año…
El calor y el sol le agradaron a mi piel. Estaba aburrida de ser una inválida y ansiaba sentir el subidón de unos buenos ejercicios. Tenía tantas ganas de volver al trabajo que me dolía y me enfadaba no poder satisfacer mi deseo.
El sueño de la noche anterior seguía dándome vueltas en la cabeza. No era el hecho de caer desde lo alto del puente, sino el que se tratara del Mercedes rojo, que había cambiado hacía más de dos años. Si una cree en el carácter profético de los sueños, era probable que aquello tuviera un significado, pero no tenía ni idea de lo que podía ser. ¿Quizá me arrepentía de no haber comprado otro coche rojo? ¿Acaso pensaba que el blanco era demasido aburrido? No estaba de acuerdo y, de todos modos, debido al calor, el blanco era más práctico para el sur.
En términos de calidad, no de temperatura, incluso pondría el rojo en tercer lugar, por detrás del negro, primero, y del blanco, segundo. Hay algo en un coche negro que es como una declaración de poder. El rojo era deportivo, el blanco sexy y elegante, y el negro era poderoso. Quizá mi próximo coche sería negro, si algún día llegaba a comprarlo.
Para combatir el aburrimiento, me dediqué a redecorar la sala, moviendo los muebles con la pierna y el brazo derecho. Nada más que por ganas de cambiar, saqué el sillón de Wyatt de su lugar de honor frente al televisor. No había nada de malo en cómo lo tenía dispuesto él, ni tampoco me importaba que el sillón estuviera en el lugar principal pero, como he dicho, me aburría.
Desde la inauguración de Cuerpos Colosales, apenas había tenido tiempo para mirar la tele, salvo las noticias de las once de la noche, a veces, por lo que había perdido la costumbre. Eso Wyatt no lo sabía. Quizá me divertiría reclamando ver mis programas favoritos, que, por descontado, siempre pasarían en los canales de Lifetime, Home & Garden, y Oxygen. Lo malo era que si yo ganaba la batalla por el mando, tendría que mirar esos programas. Siempre hay un pero.
Salí a la calle y cogí el periódico del buzón. Después, me senté en la cocina y leí una noticia tras otra. Necesitaba unos libros. Tenía que salir y comprar algo de maquillaje y un par de zapatos. El maquillaje y los zapatos nuevos siempre me suben el ánimo. Tenía que enterarme de cómo le iba a Britney esos días, porque la vida de esa chica era tal desastre que, comparada con ella, recibir un disparo era de lo más sano.
Wyatt ni siquiera tenía café aromatizado. Sumando una cosa y otra, aquella casa estaba pésimamente equipada para que yo viviera con comodidad.
Cuando él volvió a casa esa tarde yo estaba que me subía por las paredes. Por una cuestión de pura frustración, comencé a hacer otra lista de sus transgresiones y el agravio número uno era que no tenía mi café favorito. Si me tenía que quedar ahí durante la convalecencia, tenía que estar cómoda. También necesitaba más ropa, y mi gel de baño preferido y mi champú de esencias y todo tipo de cosas.
Me saludó con un beso y dijo que subiría a cambiarse de ropa. Para llegar a la escalera, hay que pasar por la sala. Me quedé en la cocina y oí que sus pasos se detenían en seco cuando se dio cuenta de los cambios.
—¿Qué ha pasado con los muebles? —preguntó, en voz alta.
—Me aburría.
Murmuró algo indescifrable para mí y escuché que subía las escaleras.
No soy un mero objeto de decoración. También había revisado el interior de la nevera y sacado un poco de carne de entre los congelados. Preparé un guiso con la carne y una salsa para la pasta. Ya que Wyatt nunca volvía a casa a la misma hora, no había puesto a hervir los espaguetis, y eso fue lo que hice en ese momento. No tenía panecillos, pero tenía pan de molde. Unté las tostadas con mantequilla y un poco de ajo en polvo y queso. También me percaté de que no tenía nada para preparar una ensalada verde. No era lo que yo consideraba una comida sana, pero teniendo en cuenta los contenidos de su despensa y su nevera, o era eso o eran judías en lata.
Bajó vestido sólo con unos pantalones vaqueros y se me hizo la boca agua cuando lo vi, con sus abdominales compactos y su pecho musculoso y velludo. Para no ponerme a babear y dejarme a mí misma en evidencia, me di la vuelta y metí los panes con queso en el horno. Cuando estuvieran bien dorados, los espaguetis estarían hechos.
—Huele muy bien —dijo, mientras ponía la mesa.
—Gracias. Pero a menos que hagamos una compra, no hay nada más que cocinar. ¿Qué sueles comer por la noche?
—Suelo comer fuera. El desayuno, aquí. La cena, fuera. Así es más fácil, porque al final del día estoy cansado y no tengo ganas de entretenerme cocinando.
—Yo no puedo cenar fuera —me quejé.
—Si vamos a otra ciudad, sí. ¿Quieres que lo hagamos mañana? Podría contar como una cita.
—No, no cuenta. —Creía que habíamos tratado esa parte en la playa—. Tú comes de todos modos. Una cita sería si hacemos algo que tú normalmente no haces, como ir a ver una obra de teatro, o un concurso de bailes de salón.
—¿Qué te parece un partido de béisbol?
—En estos momentos no hay nada más que béisbol, y es un deporte estúpido. No hay animadoras. Cuando comience la liga de fútbol, ya hablaremos.
Dejó pasar mi insulto sobre el béisbol, puso hielo en nuestros vasos y luego los llenó con té.
—Los forenses encontraron algo hoy —me soltó, de sopetón.
Apagué el fuego de los espaguetis. Wyatt hablaba como intrigado, como si no supiera qué pensar de lo que habían encontrado los forenses.
—¿Qué han encontrado?
—Unos cuantos pelos, cogidos en la parte baja del coche. Es un milagro que todavía estuvieran ahí, teniendo en cuenta que tu coche ha quedado reducido a la nada.
—Y ¿qué te pueden decir unos cuantos pelos? —le pregunté—. Si tuvieras un sospechoso, podrías hacer una prueba de ADN, sería un elemento a favor. Pero no tienes a nadie.
—Son pelos oscuros, así que nos dicen que la persona en cuestión es morena. Y tienen unos veinticinco centímetros, de modo que nos hacen pensar que, efectivamente, se trata de una mujer. No necesariamente, ya que hay muchos hombres que llevan el pelo largo, pero analizarán los pelos en busca de lacas, gel para peinarse y ese tipo de cosas. Eso debería decirnos algo, porque no todos los hombres por aquí usan esos productos.
—Jason sí los usa —dije.
—Jason es un cabrón afeminado con más vanidad que materia gris. —Fue una opinión clara y concisa.
Jason no le gustaba nada. Aquello me alegraba el corazón.
—¿Conoces a alguna mujer de pelo largo y oscuro que quiera matarte? —me preguntó.
—Conozco a muchas mujeres de pelo oscuro. La segunda parte es la que me desconcierta —dije, y me encogí de hombros sintiéndome impotente. Todo aquello era un rompecabezas—. Ni siquiera he tenido una discusión por una multa de aparcamiento en muchos años.
—Puede que el motivo no sea reciente —dijo Wyatt—. Cuando mataron a Nicole Goodwin y a ti te mencionaron como testigo, es probable que alguien viera en ello una oportunidad para matarte y culpar al asesino de Nicole. Pero ahora que Dwayne Bailey ha confesado que él es culpable, no hay motivo para que quiera matarte.
—Entonces, ¿por qué esa persona no ha desistido cuando detuvieron a Bailey? Ya no puede cargarle la culpa.
—Tal vez como no la han atrapado, piensa que puede hacerlo y salirse con la suya de todos modos.
—¿Has pensado en las mujeres con que has salido últimamante, más o menos? —pregunté—. ¿Hay alguna de pelo moreno entre ellas?
—Sí, claro, pero ya te lo he dicho. No fueron nada serio.
—Búscalas e interrógalas de todas maneras —dije, exasperada. Seguro que era una cuestión personal, porque no había revisado ninguno de los otros motivos que suelen aducirse cuando alguien es asesinado.
—¿Y qué hay de los tíos con que has salido tú? Puede que uno de ellos tuviera una antigua novia que estaba loca por él, y lo importante aquí es la palabra «loca». Quizá desde entonces ha cultivado un odio superlativo hacia ti cuando su tío empezó a salir contigo.
—Puede que sea una posibilidad —dije, pensando en ello—. Lo que pasa es que no recuerdo a nadie que haya mencionado a una ex novia que estuviera loca. Nadie me habló de sentirse acosado, y esta persona corresponde a una acosadora, ¿no?
—Puede que sí, puede que no. Ahora tenemos que analizarlo todo, así que necesitaré una lista de todos los hombres con que hayas salido en los últimos dos años.
—Vale, empecemos contigo —dije, sonriéndole dulcemente—. Veamos quiénes son tus amigas.
Ya se veía que así no conseguiríamos nada, así que lo dejamos correr mientras cenábamos y lavábamos los platos. Después, Wyatt se instaló en su sillón de respaldo reclinado frente a la televisión, y empezó a leer el periódico, feliz de la vida. Me paré frente a él y lo miré indignada hasta que finalmente dejó el periódico y preguntó:
—¿Qué pasa?
—Me aburro. Hace dos días que no salgo de esta casa.
—Eso porque eres lista. Alguien intenta matarte, así que deberás quedarte en un sitio donde no te puedan encontrar.
¿Acaso pensaba que eso me iba a disuadir?
—Hoy podría haber salido, ir a otra ciudad, pero pensé que te preocuparías si salía sola.
—Y tienes razón —dijo, con un leve asentimiento de la cabeza.
—Pero ahora estás aquí.
—Vale. ¿Qué quieres hacer? —me preguntó, con un suspiro.
—No sé. Algo.
—Eso reduce las posibilidades. ¿Qué te parece una película? Podemos llegar a la sesión de las nueve, en Henderson. Cuenta como una cita, ¿no?
—De acuerdo. —Henderson era una ciudad a unos cincuenta kilómetros. Eran casi las siete, así que subí a arreglarme. Las magulladuras de la cara empezaban a cobrar un tono amarillento, gracias a Mamá, y me puse suficiente maquillaje para disimularlo. Luego me puse unos pantalones largos y una blusa de manga corta, y me la até la cintura. Me cepillé el pelo, me puse unos pendientes, y ya estaba lista.
Wyatt seguía leyendo el periódico. Y seguía semidesnudo.
—Estoy lista —anuncié.
Él miró su reloj.
—Todavía tenemos tiempo de sobras —dijo, y volvió a su periódico.
Encontré mi lista y escribí No presta atención. Cualquiera habría pensado que querría causar mejor impresión, tratándose de nuestra primera cita en dos años. Ya sabía yo que acostarse con él tan pronto sería un grave error. Wyatt ya me daba por adquirida.
—Creo que me trasladaré a otra habitación —reflexioné, en voz alta.
—Dios me valga. Venga, nos vamos. —Dejó el periódico en el suelo y subió las escaleras de dos en dos.
Cogí el periódico y comencé a hojearlo. Ya lo había leído, desde luego, pero no sabía qué películas figuraban en la cartelera. La página correspondía a nuestra ciudad, pero supuse que en Henderson pondrían lo mismo.
Tenía ganas de reír, y pasaban una nueva comedia romántica que parecía a la vez simpática y sexy. Wyatt bajó las escaleras abrochándose una camisa blanca. Se detuvo, se bajó la bragueta, se metió la camisa y volvió a subírsela.
—¿Qué te apetece ir a ver? —me preguntó.
—Prenup —dije—. Parece divertida.
—Yo no pienso ir a ver una peli de chicas.
—¿Qué quieres ver?
—Esa de la mafia que persigue al tío superviviente tiene buena pinta.
—¿Final del camino?
—Esa, sí.
—Entonces, tenemos un problema. —La elección de Wyatt era una típica peli de acaba con ellos, con un héroe que lucha por su vida en las montañas y, por supuesto, con una bellísima mujer medio desnuda que él rescata, aunque no sé por qué se molesta si la chica es monumentalmente estúpida. Pero si a Wyatt le gustaba, era su elección.
Subimos al Taurus, y yo suspiré con alivio ante el cambio de escenario. El sol estaba muy bajo, las sombras de la tarde eran alargadas y el calor era todavía tan intenso que el aire acondicionado estaba al máximo. Dirigí la salida del aire hacia mi cara porque no quería que el sudor me corriera el maquillaje con que ocultaba mis hematomas.
Llegamos al cine casi media hora antes de la sesión, así que dimos un paseo por las calles durante un rato. Henderson tenía unos quince mil habitantes, justo lo bastante grande como para tener un cine con cuatro salas. Era agradable, y había sido renovado unos años antes para disponer los asientos en gradas. Como el típico hombre que era, Wyatt detestaba tener que esperar antes de que empezara la película, así que llegamos al cine cuando quedaban sólo unos cinco minutos.
—Yo invito —dije, sacando dinero y acercándome a la ventanilla—. Una para Prenup y otra para Final del camino —dije, y pasé un billete de veinte dólares por la ranura.
—¿Qué? —Era Wyatt a mis espaldas. Estaba enfurecido, pero yo lo ignoré. El cajero me pasó las dos entradas por la ventanilla con el cambio.
Me giré y le pasé la suya.
—Así los dos podemos ver lo que queremos —dije, con tono razonable, y entré la primera. Por suerte, las dos películas empezaban con una diferencia de minutos.
Parecía furioso, pero entró en la sala a ver su película y yo me senté sola en la oscuridad y me lo pasé muy bien, mirando travesuras tontas y sin preocuparme de si él se aburría o no. Además, las escenas de sexo eran tal como me gustaban a mí, vibrantes y excitantes. Me hicieron pensar en tomar por asalto a Wyatt en el trayecto de vuelta a casa. No había vuelto a hacérmelo con un chico en un coche desde que era adolescente, y el Taurus tenía un asiento trasero bastante respetable. No era un asiento magnífico, pero sí respetable. Además, tenía una buena suspensión.
Cuando la película acabó, salí, sonriente, después de disfrutar de la hora y cincuenta minutos. Tuve que esperar un rato a que acabara la peli de Wyatt, pero me entretuve mirando todos los carteles.
A Wyatt, la película no le mejoró en nada el ánimo. Seguía con cara de tormenta cuando salió, unos diez minutos más tarde. Sin decir palabra, me cogió por el brazo y me llevó hasta el coche.
—¿Qué diablos ha pasado? —ladró cuando ya estábamos en el coche y nadie podía oírlo—. Creí que íbamos a ver la misma película.
—No, tú no querías ver la peli que me interesaba a mí y yo no quería ver la tuya. Somos dos personas adultas, y podemos entrar solos en una sala de cine.
—Se trataba de pasar un rato juntos, salir en una cita —dijo, apretando la mandíbula—. Si no querías ver la película conmigo, podríamos habernos quedado en casa.
—Pero yo quería ver Prenup.
—Podrías haberla visto más tarde. La pondrán en la televisión en un par de meses.
—Lo mismo se puede decir de Final del camino. No tenías por qué quedarte sentado ahí si no tenías ganas. Podrías haber visto la otra conmigo.
—¿Y aburrirme como un extraterrestre con una peli de chicas?
Su actitud empezaba a enervarme. Me crucé de brazos y le lancé una mirada furiosa.
—Si tú no estás dispuesto a ver una peli de chicas, dame una buena razón por la que yo debería ver una película de pollas contigo. A menos que yo también quiera verla, desde luego.
—¿Y eso significa que hay que hacerlo todo a tu manera?
—Espera un momento, joder. Yo estaba perfectamente feliz viendo la peli sola. No he insistido en que me acompañes. Si hay alguien que insiste en que las cosas se hagan como uno quiere, ése eres tú. Es decir, como «él» quiere.
Él volvió a apretar los dientes.
—Sabía que sería así. Es que lo sabía. Eres redomadamente caprichosa, ¿lo sabías?
—¡Eso no es verdad! —De pronto me entró tal enfado con él que podría haberle dado una bofetada. El problema es que soy una persona no violenta. La mayoría de las veces.
—Cariño, si miras la palabra «caprichosa» en el diccionario, la verás ilustrada con tu propia foto. ¿Quieres saber por qué me desentendí hace dos años? Porque sabía que sería así y, si abandonaba a tiempo, pensaba que me evitaría un montón de problemas.
Estaba tan enfadado que era como si escupiera las palabras. Me quedé boquiabierta.
—¿Renunciaste porque soy una caprichosa? —le pregunté con un chillido de voz. Yo creía que tendría motivos profundos, importantes, como, por ejemplo, que le hubieran asignado una tarea como agente secreto y que prefería terminar su relación conmigo por si acaso lo mataban, o algo por el estilo. Pero resulta que me había dejado porque pensaba que era demasiado caprichosa.
Cogí el cinturón de seguridad y lo retorcí con todas mi fuerzas para no tener que hacer lo mismo con su cuello, o al menos intentarlo. Ya que Wyatt pesaba unos treinta y cinco kilos más que yo, no sabía cómo podía acabar eso. Aunque la verdad es que sí lo sabía, y por eso opté por estrangular el cinturón de seguridad.
—¡Si soy demasiado caprichosa ya no tienes de qué preocuparte! —le grité—. ¡Porque no dependo de nadie! ¡Sé cómo ocuparme de mí misma y ya está! No me meteré más en tus asuntos y así podrás volver a tu vida tranquila y apacible…
—Hay que joderse —dijo él, y me besó. Yo estaba tan furiosa que intenté morderlo. Él se echó hacia atrás, soltó una risa y volvió a besarme. Me enredó los dedos en el pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás, dejando al descubierto mi cuello.
—¡Ni te atrevas! —Intenté escurrirme. Solté el cinturón y lo empujé hacia atrás por los hombros.
Pero él optó por atreverse.
—No quiero una vida tranquila y apacible —dijo, contra mi cuello, al cabo de un rato—. Eres un problema muy gordo, pero yo te quiero y no hay más que hablar.
Luego me dejó en mi asiento, puso el coche en marcha y salió del aparcamiento antes de que llamáramos la atención y alguien nos denunciara a la policía. Yo seguía haciendo pucheros y estaba al borde de las lágrimas. No sé cuánto rato condujo hasta que se salió del camino y aparcó el coche detrás de unos árboles grandes donde no podían vernos.
Sí, el Taurus tenía una muy buena suspensión.