Mi vida no pasó por delante de mis ojos. Estaba demasiado ocupada con el volante y gritando «¡Mierda!» para mirarme el ombligo.
Perdí unos segundos preciosos bombeando desesperadamente el pedal del freno, rogando que, por algún milagro, funcionara. Pero no funcionó. Justo antes de pasar la señal de Stop, en un último intento, tiré del freno de mano y, al entrar en el cruce, el coche empezó a girar, y los neumáticos a chirriar y a echar humo. El cinturón de seguridad se tensó y me clavó de golpe en el respaldo del asiento. Intenté controlar los giros, pero un coche que se acercaba, también con los neumáticos chirriando al intentar detenerse, impactó contra mi parachoques trasero y aumentó mi impulso. Era como ir montada en un tiovivo muy rápido. En la fracción de segundo en que me encontré de cara al tráfico, tuve una visión repentina de una camioneta roja que venía en mi dirección. Luego vino una fuerte sacudida, cuando el Mercedes rebotó contra la mediana de cemento y saltó por encima y hacia atrás, y luego giró sobre el césped e invadió los otros dos carriles. Presa del terror, alcancé a mirar a la izquierda y, a través de la ventanilla del pasajero, vi la expresión de una mujer congelada por el terror. El tiempo también pareció detenerse en el momento justo antes del impacto.
Sentí que la poderosa onda del choque me golpeaba en todo el cuerpo, y el mundo se oscureció.
La oscuridad sólo duró unos segundos. Abrí los ojos y parpadeé, a la vez consciente y sorprendida de ver que seguía viva. Sin embargo, no podía moverme y, aunque hubiera querido moverme, tenía demasiado miedo para ver los daños que acababa de sufrir. No oía nada. Era como si estuviera sola en el mundo. Tenía la visión borrosa y sentía que mi cara estaba insensible, pero que al mismo tiempo me dolía.
—¡Auch! —dije, en voz alta, en el extraño silencio y, con ese ruido, todo volvió a recuperar su nitidez.
La buena noticia era que el airbag había funcionado. La mala, que había tenido que funcionar. Miré a mi alrededor, vi mi coche y casi dejé escapar un gemido. Mi pequeño y bello coche era un amasijo de hierros retorcidos. Yo estaba viva, pero mi coche no.
Ay, Dios mío. Wyatt. Él iba justo detrás de mí. Lo había visto todo. Pensaría que estaba muerta. Busqué el cinturón de seguridad con la mano derecha y lo desabroché, pero cuando intenté abrir la puerta, no se movía y no podía abrirla lanzando mi peso contra ella porque tenía el brazo herido de ese lado. Luego vi que el parabrisas se había desprendido, así que salí, con cierta dificultad, de detrás del volante (era como jugar al Twister) y trepé con cuidado hasta el capó por el espacio donde antes estaba el vidrio, evitando rozar los trozos sueltos, justo cuando Wyatt llegaba.
—Blair —dijo, con voz ronca, intentando cogerme, con las manos estiradas como si tuviera miedo de tocarme. Tenía la cara blanca como una hoja de papel—. ¿Estás bien? ¿Tienes algo roto?
—Creo que no —respondí, con un hilo de voz, temblorosa. Sangraba por la nariz. Avergonzada, me la limpié, y luego vi la mancha roja en mi mano y las gotas que me caían—. Ay, estoy sangrando de nuevo.
—Lo sé. —Me levantó con cuidado del capó y me llevó al césped de la mediana, pasando entre varios coches. El tráfico en ambas direcciones se había detenido totalmente. Del capó retorcido del coche que había chocado conmigo salía un hilillo de vapor, y otros conductores ayudaban a la mujer que estaba dentro. Al otro lado de la mediana, dos o tres coches habían quedado parados en el camino en una posición rara, pero ahí el daño se limitaba más bien a los parachoques y a unas cuantas abolladuras.
Wyatt me dejó en el suelo y me puso un pañuelo en la mano.
—Si estás bien, iré a ver a la otra conductora. —Yo asentí y le hice un gesto con la mano, dándole a entender que fuera a ver si podía hacer algo—. ¿Estás segura? —me preguntó, y yo volví a asentir con la cabeza. Me tocó apenas el brazo y se alejó mientras hablaba por su teléfono móvil, y yo quedé tendida en el césped con el pañuelo tapándome la nariz para parar la hemorragia. Recordé haberme dado un fuerte golpe en la cabeza, y pensé que habría sido el airbag al hincharse. Mi vida bien valía una hemorragia nasal.
Un hombre vestido de traje se acercó y se agachó a mi lado, situándose de manera que me bloqueaba el sol en la cara.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó, con voz amable.
—Creo que sí —le dije, con un tono muy nasal, mientras me seguía apretando la nariz.
—Quédese ahí tendida y no intente levantarse, por si acaso tiene heridas más graves de lo que piensa, y todavía no las siente. ¿Tiene la nariz rota?
—Creo que no. —Me dolía. Toda la cara me dolía. Pero la nariz no me dolía más que otras partes y, al fin y al cabo, pensé que sólo era una leve hemorragia nasal.
Empezaron a salir buenos samaritanos de no sé dónde y ofrecieron su ayuda de diversas maneras. Botellas de agua y toallitas para bebés, incluso toallitas con alcohol para limpiar las heridas del kit de primeros auxilios de alguien, para limpiar los cortes y la sangre y ver lo graves que eran; bolsas de hielo, tiritas y gasas, teléfonos móviles y simpatía. Había siete personas con heridas leves que caminaban por ahí, incluyéndome a mí, pero la mujer que conducía el coche que me había dado a mí estaba tan gravemente herida que ni siquiera la sacaron de la cabina. Oía a Wyatt hablando con voz calmada y al mando de la situación, pero no lo que decía.
Luego vino la reacción y empecé a temblar. Me levanté lentamente, miré el caos a mi alrededor, a la gente ensangrentada sentada en la mediana conmigo, y me entraron ganas de llorar. ¿Yo había hecho eso? Era un accidente, yo lo sabía, pero, aún así… yo era la causa. Mi coche. Yo. La culpa me consumía. Siempre había mantenido mi coche en buenas condiciones, pero quizás había algo clave en el mantenimiento de lo que no me había ocupado. Quizá no le había prestado atención a alguien que me había dicho que los frenos estaban a punto de fallar.
A lo lejos se oían las sirenas y me di cuenta de que sólo habían pasado unos minutos. El tiempo pasaba tan lentamente que me sentía como si hubiera estado tendida en el césped al menos media hora. Cerré los ojos y recé para que la mujer que había chocado conmigo se pusiera bien. Como me sentía débil y un poco mareada, me volví a tender y miré al cielo azul.
De pronto tuve una sensación curiosa de déjà vu, y me di cuenta de cómo se parecía esa escena a la del domingo por la tarde, salvo que entonces había estado tendida sobre el cemento tibio del aparcamiento y no sobre el fragante y verde césped. Pero las sirenas chillaban y los polis estaban por todas partes, igual que ahora. Quizás había pasado más tiempo de lo que me imaginaba. ¿Cuándo habían llegado los polis?
Un enfermero se arrodilló a mi lado. No lo conocía. Quería ver a Keisha, que me daba galletas.
—Veamos qué tenemos aquí —dijo, mirando mi brazo izquierdo. Habrá pensado que la venda cubría un corte producido en ese momento.
—Estoy bien —dije—. Esos son unos puntos de sutura de una cirugía menor.
—¿De dónde sale toda esta sangre? —Me tomó el pulso y luego me iluminó los ojos con una linterna.
—Mi nariz. El airbag me ha provocado una hemorragia.
—Considerando lo que podría haber pasado, benditos sean los airbags —dijo—. ¿Llevaba puesto el cinturón?
Dije que sí con la cabeza y él me miró buscando alguna lesión provocada por el cinturón y me puso un brazalete para tomarme la presión. ¿Y qué pasaba? Estaba alta. Como me encontraba bien, el enfermero pasó a ver a otra persona.
Mientras el personal médico se ocupaba de la mujer del coche y la estabilizaba, Wyatt volvió donde yo estaba y se agachó a mi lado.
—¿Qué ha pasado? —me preguntó con voz serena—. Yo iba detrás de ti y no vi nada raro, pero de pronto empezaste a dar vueltas. —Tenía una expresión sería y estaba pálido, pero el sol me daba en los ojos de nuevo, así que no estaba segura.
—Frené al llegar a la esquina y el pedal se hundió hasta el fondo. El coche no frenaba. Así que tiré del freno de emergencia y empecé a dar vueltas.
Wyatt lanzó una mirada a mi coche al otro lado de la calle con las dos ruedas delanteras sobre la acera. Yo seguí su mirada, vi los restos del coche y me estremecí. Me habían dado con tanta fuerza que el armazón había quedado doblado en forma de U, y del lado del pasajero no quedaba nada. No tenía nada de raro que hubiera saltado el parabrisas. Si no hubiera sido por el cinturón de seguridad, yo también habría salido volando.
—¿Has tenido problemas con los frenos últimamente?
—Nunca —dije, sacudiendo la cabeza—. Y lo llevo al garaje con regularidad.
—El agente que lo llevó a tu casa no informó de ningún problema. Te llevarán al hospital para una revisión…
—Me encuentro bien. De verdad. Tengo las constantes vitales estabilizadas y aparte de haberme dado en la cara con el airbag, no creo que tenga nada más.
Wyatt me acarició un pómulo con el pulgar, muy ligeramente.
—De acuerdo. ¿Quieres que llame a tu madre para que te venga a buscar? Preferiría que no estuvieras sola durante las próximas horas, por lo menos.
—Después de que se lleven los coches. No quiero que vea cómo ha quedado mi coche, le haría tener pesadillas. Sé que necesitas mis papeles del seguro y el registro —dije, afligida, sin dejar de mirar los hierros retorcidos—. Están en la guantera, si puedes encontrarla. Y mi bolso también está ahí.
Él me tocó ligeramente el hombro, se incorporó y cruzó los dos carriles para ir hasta mi coche. Miró por la ventanilla, dio vuelta alrededor del coche y volvió. Y luego hizo algo que me pareció raro. Se tendió en el pavimento y deslizó la cabeza y los hombros por debajo de las ruedas delanteras. Hice una mueca, pensando en todos los vidrios que había en el suelo y esperando que no se cortara. ¿Qué era lo que buscaba?
Se deslizó fuera pero no volvió adonde yo estaba. Al contrario, se fue hacia uno de los agentes uniformados y le dijo algo. El agente fue hasta mi coche y también se deslizó por debajo, igual que Wyatt. Le vi volver a hablar por su móvil.
Llegó un pequeño convoy de grúas que empezaron a remolcar los vehículos dañados. También una ambulancia; en ese momento los enfermeros empezaron a extraer con cuidado a la mujer de su coche. Uno de ellos tenía un gota a gota por encima de su cabeza. La mujer tenía la cara ensangrentada y le pusieron un collarín para las cervicales. Empecé a rezar de nuevo.
Pusieron unos caballetes en la calle y unos agentes empezaron a dirigir el tráfico en ambos sentidos, desviándolo. Los hombres de las grúas permanecían ahí sentados sin hacer nada, sin mover ningún coche. Llegaron más coches de la policía, utilizando la mediana para llegar al lugar del accidente. Eran coches camuflados y me sorprendió ver a mis amigos MacInnes y Forester. ¿Qué hacían unos inspectores en la escena de un accidente?
Hablaron con Wyatt y con el agente que había mirado debajo de mi coche. MacInnes también se tendió de espaldas en el suelo y miró debajo del coche. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué todo el mundo miraba ahí abajo? MacInnes se deslizó fuera, le dijo algo a Wyatt y éste le dijo algo al agente. Antes de que me diera cuenta, el agente vino hasta donde yo estaba, me ayudó a ponerme de pie y me llevó hasta un coche patrulla.
Dios mío, me estaban deteniendo.
Pero me sentó en el asiento delantero. El motor estaba encendido y el aire acondicionado puesto, así que giré una rejilla para que me diera en la cara. No me miré en el retrovisor para ver qué aspecto tenía. Quizá tuviera toda la cara negra y azul, pero no quería saberlo.
Al principio el aire frío me sentó bien, pero al cabo de un minuto tenía la piel de gallina. Cerré la rejilla del aire acondicionado, pero no me sirvió de nada. Me abracé para darme calor.
No sé cuánto tiempo estuve ahí, muerta de frío. Normalmente habría bajado el aire acondicionado, pero por algún motivo no tenía la energía necesaria para apagarlo. Si hubiera sido el coche de Wyatt, lo habría hecho, pero no un coche patrulla. O quizás estaba demasiado atontada para reaccionar.
Al cabo de un rato vino Wyatt y abrió la puerta.
—¿Cómo te sientes?
—Bien. —Salvo que me sentía cada vez más rígida y el cuerpo me dolía como si me hubieran aporreado—. Pero tengo frío.
Él se quitó la chaqueta y se inclinó hacia adentro y me la puso. El tejido estaba tibio por el calor de su cuerpo y fue una alegría sentirlo. Me arropé con la chaqueta y lo miré con los ojos muy abiertos.
—¿Me han detenido?
—Por supuesto que no —dijo él, cogiéndome la cara con las dos manos y rozándome los labios con el pulgar. No paraba de tocarme, como si quisiera asegurarse de que no tenía nada roto. Se agachó junto a la puerta abierta—. ¿Te sientes capaz de acompañarnos a la comisaría y hacer una declaración?
—¿Estás seguro de que no estoy detenida? —le pregunté, alarmada.
—Totalmente seguro.
—Entonces, ¿por qué tengo que ir a la comisaría? ¿Esa mujer ha muerto? ¿Me acusarán de homicidio por conducción temeraria? —Me sentía agarrotada por el pánico y sentí que los labios me empezaban a temblar.
—No, cariño, cálmate. La mujer se pondrá bien. Estaba consciente y ha podido hablar con los paramédicos. Puede que tenga una lesión en el cuello y por eso han tenido mucho cuidado al moverla.
—Todo ha sido culpa mía —dije. Me sentía miserable y empecé a llorar.
Él sacudió la cabeza.
—Pues, eso no es verdad, a menos que tú misma hayas cortado el cable del freno —dijo, con voz grave.
Aunque Dwayne Bailey había pagado la fianza, volvieron a llevarlo a la comisaría para interrogarlo. No me permitieron estar presente en el interrogatorio, lo cual era preferible porque para entonces me había puesto muy nerviosa. Me habían cortado el cable del freno. Me habían saboteado deliberadamente el coche. Me podría haber matado. Otras personas, que no tenían nada que ver con el asesinato de Nicole, podrían haber muerto. Estaba indignada. Wyatt me tenía prohibido acercarme a Dwayne Bailey.
Entendí por qué Wyatt le había dicho al agente de policía que me llevara a su coche. Para protegerme. Había quedado totalmente expuesta, tendida ahí en el césped de la mediana, en el caso de que alguien, es decir, Dwayne Bailey, hubiera querido volver a rematarme. No lograba entender por qué querría hacer eso, o sabotear mi coche, puesto que ya había confesado y no tenía necesidad de matarme. Tampoco había sido necesario antes, pero él no lo sabía. Y bien, quizás ahora sí lo sabía, aunque dudo que los policías le hubieran dicho que de todas maneras yo no podía identificarlo.
Me lavé en el lavabo de las damas y me limpié la sangre seca de la cara y el pelo con toallas de papel. No tenía idea de cómo la sangre de la nariz había llegado hasta el pelo, pero ahí estaba. Tenía sangre en las orejas, detrás de las orejas, en el cuello y en los brazos, y otro sujetador estropeado, ¡maldita sea! Tenía sangre hasta en los pies.
También un ligero corte en el tabique nasal y las mejillas enrojecidas e hinchadas. Sospechaba que al día siguiente tendría los dos ojos ensangrentados. Intuía que me dolería todo el cuerpo por tantas partes que me olvidaría de los ojos.
Wyatt no había encontrado mi bolso, así que no tenía el móvil. El bolso tenía que estar en el coche, que ahora se encontraba en el depósito de la policía, a buen recaudo tras las rejas cerradas. El equipo forense lo había revisado en la escena del accidente, al menos por fuera, de manera que la grúa pudiera llevárselo sin destruir alguna prueba. También harían todo lo posible por revisar el interior, y Wyatt me aseguró que encontrarían mi bolso. Podía prescindir de todo lo que llevaba dentro, excepto de mi billetera y de mi talonario. Sería una tragedia tener que cambiar mis tarjetas de crédito, mi carné de conducir, la tarjeta del seguro y todas las demás, así que esperaba que lo encontraran.
Todavía no había llamado a mi madre, porque decirle que alguien había intentado matarme —otra vez— era infinitamente peor que decirle que había tenido un accidente.
Los polis no paraban de traerme cosas para comer y beber. Supuse que después de haber oído lo de las galletas el domingo, pensaron que necesitaba algo para picar. Una mujer de aspecto muy severo y ejecutiva con su uniforme azul y con el pelo recogido en un moño apretado, me trajo una bolsa de palomitas de microondas y se disculpó por no tener nada dulce que ofrecerme. Tomé café y Coca-cola Light. Me ofrecieron chicles y galletas de queso. Patatas chips. Cacahuetes. Me comí los cacahuetes y las palomitas y rechacé todo lo demás o habría quedado llena a reventar. Sin embargo, no me ofrecieron lo único que yo esperaba. Me disculparéis, pero ¿dónde estaban las rosquillas? Aquello era una comisaría de policía, ¡Dios me libre! Todo el mundo sabe que los polis comen rosquillas. Eso sí, teniendo en cuenta que ya era la hora de la comida, era probable que se hubieran acabado hacía rato.
El agente Adams, el principal investigador de la escena del accidente, revisó conmigo en detalle la secuencia de los hechos. Me hizo hacer unos dibujos. Él dibujó otros cuantos. Yo me aburría y también dibujaba emoticones sonriendo.
Desde luego, querían mantenerme ocupada. Y me daba cuenta. Era probable que fuera una orden de Wyatt, para que no me sintiera tentada a intervenir en el interrogatorio de Dwayne Bailey. Como si ésa fuera mi intención. Aunque cueste creerlo, sé muy bien cuándo me tengo que apartar. Sin embargo, era evidente que Wyatt tenía sus dudas.
Hacia las dos vino a buscarme.
—Te voy a llevar a tu casa para que te duches y te cambies de ropa. Luego te llevaré con tu madre, por ahora. Es una suerte que todavía tengas la maleta hecha porque vas a volver a casa conmigo.
—¿Por qué? —le pregunté, y me puse de pie. Me había sentado en su silla, delante de su mesa, mientras hacía una lista de todo lo que tenía que hacer. Wyatt frunció el ceño cuando vio la lista y le dio la vuelta para leerla. El ceño desapareció cuando vio que la lista no tenía nada que ver con él.
—Bailey jura que no ha tocado tu coche. Dijo que ni siquiera sabe dónde vives y que tiene una coartada para el tiempo que pasó a partir del jueves por la noche. MacInnes y Forester están comprobándola. Pero, para estar seguros, volvemos al plan A, que consiste en mantenerte oculta.
—Bailey está aquí, ¿no? ¿Está detenido?
Wyatt negó con la cabeza.
—Está bajo custodia pero no está detenido. Sólo podemos retenerlo unas horas si no formulamos una acusación en toda regla.
—¿Y si él está aquí, de quién me estoy escondiendo?
Wyatt me miró con expresión seria.
—Bailey es la persona más evidente, si el sabotaje se hizo antes de ayer y no nos ha dicho nada del coche, porque entonces llegaríamos a la conclusión de que fue él quien disparó el domingo y que lo del coche ha sido un intento más para asesinarte. Por otro lado, si su coartada es verdad, tenemos que pensar que hay alguien más que quiere matarte y que en esta ocasión ha actuado aprovechándose de que hay otra persona con motivos para hacerlo. Hablamos de esto la noche en que mataron a Nicole Goodwin, pero ahora tenemos que volver a hablar. ¿Has tenido algún problema con alguien?
—Contigo —dije, señalando lo evidente.
—¿Con alguna otra persona?
—No, aunque no te lo creas. No suelo discutirme con la gente. Tú eres la excepción.
—Qué suerte la mía —murmuró.
—Oye, ¿con cuántas personas te has discutido en el último mes aparte de mí? —le pregunté, indignada.
—Ya te entiendo —dijo él, frotándose la cara—. Venga, vámonos. También voy a pedir que interroguen a tu ex marido.
—¿A Jason? ¿Por qué?
—Me ha parecido un poco raro que te llamara así, después de cinco años sin haber tenido ningún tipo de contacto. No creo en las coincidencias.
—Pero ¿por qué intentaría matarme Jason? No es beneficiario de ninguna póliza de seguro mía, ni yo sé algo que él no querría que supiera… —Paré porque la verdad era que sabía algo acerca de Jason que podría perjudicar su carrera política, y tenía la foto para demostrarlo. Pero él no sabía que yo tenía la foto y yo no era la única que sabía que Jason era un tramposo y un cabronazo.
La mirada de Wyatt era una de esas miradas duras y penetrantes de los polis.
—¿Qué? —Preguntó—. ¿Qué es lo que sabes?
—No puede ser porque yo sepa que él me engañaba —dije—. No tiene sentido. Para empezar, no he dicho nada en cinco años, así que ¿por qué le preocuparía ahora, de repente? Y yo no soy la única persona que lo sabe, de manera que no ganaría nada con eliminarme.
—¿Quién más lo sabe?
—Mamá, Siana y Jenni. Papá sabe que Jason me engañaba. Es probable que Mamá se lo haya contado. Pero no sabe nada concreto. Las mujeres con que me engañaba, desde luego, lo saben. También lo sabrá su familia. Pero la noticia de que engañaba a su mujer hace cinco años, con alguien que no es su mujer en la actualidad tampoco estropearía su carrera política. La podría torcer, pero no destrozar. Ahora bien, si todo el mundo supiera que lo sorprendieron haciéndoselo con mi hermana de diecisiete años, eso sí que destrozaría su carrera porque lo tacharían de pervertido.
—Vale, eso te lo concedo. ¿Algo más?
—No se me ocurre nada más. —Como he dicho, Jason no sabe que yo tengo copias de la foto, así que por ese lado estaba a salvo—. En cualquier caso, Jason no es violento.
—Pensé que habías dicho que te amenazó con destrozarte el coche. Para mí, eso es una actitud decididamente violenta.
—Pero eso fue hace cinco años. Y me amenazó con destrozarme el coche si yo daba a conocer que me había engañado. En esa época, se presentaba a las elecciones del gobierno estatal, así que eso le habría hecho daño. Y, para ser justa, sólo me amenazó con destrozarme el coche cuando yo le dije que explicaría lo ocurrido si no me daba todo lo que le pedía en el acuerdo de divorcio.
Wyatt echó la cabeza atrás y se quedó mirando el techo.
—¿Por qué será que eso no me sorprende?
—Porque eres un hombre inteligente —dije, y le di una palmada en el trasero.
—Vale, ¿si crees que no es tu ex marido, aunque igual pienso comprobarlo, tienes alguna otra idea?
Negué con un movimiento de la cabeza.
—El único que se me ocurre que pueda tener motivos es Dwayne Bailey.
—Venga, Blair, piensa.
—¡Estoy pensando! —le dije, exasperada.
Él también comenzaba a exasperarse. Se me quedó mirando con los brazos en jarra.
—Entonces piensa otro poco. Antes eras animadora deportiva. Habrá cientos de personas que querrían matarte.