XIII

La transición fue breve y sencilla. Todo pareció ondularse durante un momento, y después la luz rojiza se intensificó hasta el punto de hacerles cerrar los ojos, pero enseguida el resplandor remitió y, cuando Ahriel y Tobin miraron a su alrededor, se encontraron en los aposentos de la reina Marla.

Ahriel lamentó no haber previsto aquel detalle. En su obsesión por salir de Gorlian, no se había planteado qué los esperaría al otro lado. Por fortuna, todo estaba oscuro y silencioso. O Marla no se encontraba allí, o estaba durmiendo en su alcoba, situada en la habitación de al lado. Ahriel dudaba que Marla durmiese alguna vez, de modo que decidió salir de allí cuanto antes, por si volvía. Se dijo a sí misma que prefería enfrentarse a ella en mejores condiciones, pero en el fondo de su corazón sabía que tal vez no estuviese preparada todavía.

Kiara y Kendal los esperaban en la puerta. Ahriel se reunió con ellos, seguida de Tobin. Sin una palabra, los cuatro salieron al pasillo y recorrieron el palacio, que presentaba un inusual aspecto silencioso y oscuro. «¿Dónde está todo el mundo?», se dijo Ahriel, desconcertada mientras su instinto la obligaba a mantener la guardia sin dejarse engañar. ¿Qué es lo que pasa aquí? Kendal los guio hasta la sala donde tiempo atrás había escuchado a escondidas la conversación entre Ahriel y Marla. El pasadizo secreto seguía oculto tras uno de los tapices. Por supuesto, Ahriel sabía que ya no era tan secreto como antes, pero, si seguían aquel camino al menos tendrían menos posibilidades de encontrarse con alguien.

El grupo se internó por el túnel. Kendal iba delante, iluminando el camino con una antorcha. Lo seguían Kiara y Tobin. Ahriel cerraba la marcha. Percibió una gran tensión en el ambiente, y comprendió que todos temían no poder alcanzar la ansiada libertad en aquellos metros finales.

También la propia Ahriel se sentía intranquila. Durante mucho tiempo había soñado con escapar de Gorlian pero en los últimos años había aprendido a vivir con la idea de que ese deseo jamás se haría realidad Ahora avanzaba por aquel pasadizo en dirección a la libertad, y se movía como en un sueño, esperando despertar en cualquier momento, sin terminar de creer que aquello estuviese sucediendo realmente.

Quizá por eso no estaba tan tensa como sus compañeros cuya estancia en Gorlian había sido considerablemente más breve que la suya, y además no habían llegado a recibir lo que el viejo Dag había llamado el Golpe.

De pronto, Kendal se detuvo. Kiara casi chocó contra él.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Hay una bifurcación. Sé que el camino de la izquierda no lleva a ninguna parte, pero no sé si debemos seguir recto o torcer a la derecha.

—El camino recto lleva a las mazmorras —dijo Ahnel—. No sé a dónde conduce el de la derecha, pero no es descabellado pensar que desemboque en el exterior.

—¿Como lo sabes? —preguntó Tobin.

—Lo sé —se limitó a responder Ahriel—. Yo conocía este pasadizo mucho antes que Kendal. De hecho, lo utilicé para tenderle una trampa.

El joven bardo asintió, pero no hizo ningún comentario.

—Fue Marla quien me lo enseñó —prosiguió Ahriel en voz baja—. No sospeché entonces, pero ahora sé que es muy probable que emplease el túnel a menudo y para salir del palacio sin ser vista.

—Eso no importa ahora —los apremió Tobin—. Debemos salir de aquí cuanto antes.

Kendal alzó la antorcha y entró el primero por el pasadizo de la derecha. Los demás lo siguieron.

Al cabo de un rato llegaron a otra bifurcación. Uno de los túneles seguía recto, mientras que el otro desembocaba en unas escaleras descendentes. Ahriel se asomo, pero ni siquiera su aguda visión de ángel pudo distinguir qué había más allá.

—Es ese poder oscuro —dijo inesperadamente Kiara, a su lado.

Ahriel prestó más atención y percibió también aquella energía repulsiva y retorcida que emanaba de los engendros, de su cepo y de todo Gorlian en general.

—¿Crees que es ahí donde se reúne con los Siniestros? —preguntó Kendal, estremeciéndose.

—Yo no pienso bajar para averiguarlo —declaró Tobin—. Vamos, tenemos que salir de aquí. Estamos cansados, hambrientos y debilitados. No podríamos enfrentarnos a ella en estas condiciones.

—No podríamos enfrentarnos a ella ni siquiera contando con todas nuestras fuerzas —replicó Kendal, apesadumbrado.

Pero se apartó de las escaleras y siguió a Tobin por el pasadizo. Kiara no tardó en reunirse con ellos. Ahriel se quedó quieta un momento, contemplando el camino descendente. «Pronto, Marla», se dijo, y se apresuró en alcanzar a sus compañeros.

No tardaron en comprobar que la intuición de Ahriel era correcta. El túnel terminaba en una portezuela que, una vez retirada, les mostró un pedazo de cielo nocturno. Cuando salieron al exterior, a Kiara se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Por fin —susurró—. Por fin.

Se hallaban en un bosquecillo no muy lejos del palacio real. La luna iluminaba suavemente la ciudad de Karishia, que dormía en el fondo del valle.

—No puedo creerlo —dijo Kendal—. Hemos escapado de Gorlian. Y hemos sido los primeros.

Ahriel no dijo nada. Se había sentado sobre la hierba con los ojos cerrados y respiraba profundamente, acariciando la hierba con los dedos, como si no se atreviese a tocarla.

—¿Ahriel? —la llamó Kiara, insegura.

—Había olvidado lo bien que huele el mundo —dijo ella solamente.

Nadie supo qué decir. Ahriel se levantó y miró a su alrededor. Había lágrimas en sus ojos. Kiara la contempló, sobrecogida. Había pasado toda su vida junto a Yarael y jamás lo había visto llorar, porque los ángeles no lloraban.

Ahriel sacudió la cabeza y dijo:

—Está bien, vamonos. Tenemos mucho que hacer.

Cerraron la entrada del pasadizo. La puerta estaba trenzada con helechos y enredaderas, lo que la hacía completamente invisible a simple vista, puesto que se confundía perfectamente con el entorno. Después, Ahriel echó a andar sin mirar atrás. Tobin la siguió.

—¿A dónde vais? —preguntó Kiara.

—Vamos a despertar al Devastador —respondió Tobin.

Ahriel no dijo nada. Siguió andando, y Kiara fue tras ella. Kendal se quedó mirando un momento la entrada oculta del pasadizo, pensativo.

—¿No creéis que ha sido demasiado fácil?

—No desprecies los golpes de suerte, amigo —le llegó la voz de Tobin—. La fortuna podría ofenderse y volverte la espalda.

Kendal sonrió, a su pesar, y echó a correr para alcanzar a sus compañeros.

Ahriel sabía dónde se encontraba la tumba del Devastador, y estaba dispuesta a viajar hasta allá. Tobin la apoyaba. Kiara tenía sus dudas, pero, dado que no tenía un plan mejor, y que no sabía dónde encontrar a Yarael, optó también por acompañar a Ahriel en su viaje hacia el norte.

Los primeros días, Ahriel impuso un ritmo muy duro, porque quería alejarse todo lo posible de Karishia. Cuando juzgó que no había peligro inmediato se relajó un tanto, pero no demasiado.

Una tarde, mientras atravesaban un bosque —Ahriel evitaba poblaciones y caminos transitados— tropezaron con un río de agua tan clara que se veían todas y cada una de las piedras del fondo. Los cuatro fugitivos contemplaron el agua con avidez, pero sin atreverse a acercarse todavía. Tobin fue el primero en entrar en el río, cojeando, sin molestarse en deshacerse de la ropa de pieles que Ahriel le había proporcionado en Gorlian. Kendal lo siguió, y Kiara buscó un lugar algo más apartado para poder bañarse con tranquilidad. Ahriel, sin embargo, permaneció en la orilla, con la vista clavada en el agua. Casi había olvidado lo fresca, pura y transparente que podía llegar a ser el agua.

Sin decir nada a nadie, remontó el curso del río hasta que halló un remanso tranquilo. Entonces, lentamente, se quitó la ropa y entró en el agua.

Cerró los ojos para disfrutar de aquella sensación. Hacía muchos años que no tomaba un baño de verdad. Ni siquiera el agua del refugio secreto de Bran podía despojarla de la suciedad de Gorlian.

Se lavó a conciencia, frotando amorosamente todas y cada una de sus plumas hasta que volvieron a ser blancas. Pero no logró devolverles el blanco de antaño, puro y resplandeciente como la nieve de las montañas o la espuma de mar. Ahora era un blanco desvaído, marchito, sucio.

Y Ahriel comprendió entonces que nada volvería a ser como antes, porque, por muy lejos que fuese, siempre llevaría Gorlian adherido a su piel y enquistado en su corazón.

No tardaron en reanudar la marcha. Kendal robó algo de ropa que halló tendida al sol en el patio trasero de una granja, y de esta manera pudieron despojarse de sus vestimentas de piel de engendro y sentirse, más que nunca, libres.

—Deberías cubrirte con una capa, o algo parecido —señaló Kiara—. Tus alas llaman demasiado la atención, sobre todo ahora que vuelven a ser blancas.

No añadió que no se trataba del blanco angélico que ella tanto admiraba, y que había visto en las alas de Yarael. De los tres humanos, sólo Kiara fue capaz de apreciar que, si bien Ahriel había recuperado su aspecto de ángel, no era ni la sombra de lo que había sido.

Pero, pese a que la princesa no dijo una sola palabra al respecto, sus ojos se encontraron con los de Ahriel, y ésta supo muy bien qué era lo que le rondaba por la cabeza.

—Aquí hay una capa —dijo entonces Kendal, revolviendo en el lío de ropa que había traído—. No es gran cosa, pero creo que servirá.

Al acercarse a Ahriel para entregársela, sus ojos se detuvieron por casualidad en sus alas, y ya no pudo apartarlos de ellas.

—¿Qué es lo que pasa? —inquirió Ahriel.

—Es ese cepo. Ahora que lo veo mejor… Bueno, no sé cuántos años has pasado en Gorlian, pero el cepo está muy estropeado. Tal vez podamos arrancarlo.

Alargó la mano hacia él, pero Ahriel se apartó bruscamente.

—No toques mis alas —le advirtió.

Kendal fue a replicar, pero sus ojos se cruzaron con los de Ahriel, y no se atrevió.

Ahriel pasó el resto del día preguntándose por qué había reaccionado de aquella manera. Era cierto que los hombres más fuertes de Gorlian habían tratado de arrancar el cepo sin conseguirlo, y que cada nueva decepción había sido más difícil de encajar que las demás. Pero… ¿justificaba eso que no quisiera volver a intentarlo?

Por la noche, mientras seguía meditando la cuestión al amor del fuego de la hoguera, pensó en lo que supondría deshacerse del cepo por fin. Después de tantos años, aquel artefacto había dejado de molestarle, hasta el punto de que casi lo sentía ya como una parte más de su cuerpo.

Pero había otra cosa: aun en el caso de que lograsen quitarle el cepo… ¿sería capaz de volver a volar, después de haber estado tanto tiempo con las alas inmovilizadas? Comprendió entonces que, en el caso de que aquello sucediese, no podría soportar una decepción tan amarga.

Y estaba también el hecho de que ella ya no quería ser un ángel.

Las preguntas y las dudas siguieron martilleando en su cabeza hasta mucho después de que se acostara, cerca de la hoguera. Cuando, finalmente, se durmió, agotada, todavía no tenía la respuesta para ninguna de ellas.

Aquella noche soñó con Bran.

Los ángeles no soñaban, pero Ahriel había empezado a hacerlo mucho tiempo atrás, a raíz de la muerte de su amigo. Siempre se trataba de malos sueños que le mostraban a Bran muriendo de cien maneras diferentes. Ella trataba de salvarlo, pero nunca llegaba a tiempo.

Durante muchos años, las pesadillas la habían atormentado casi cada noche. Con el tiempo había dejado de experimentarlas.

Aquella noche, volvieron.

Soñó que se hallaba en el fondo de un abismo, y Bran se encontraba en el borde del precipicio, muchos metros por encima de ella, con Tobin. Ahriel les gritaba para que se alejasen del peligro, pero Bran no la oía, perdía el pie y caía.

Ahriel batió las alas con todas sus fuerzas y logró elevarse unos cuantos metros. Pero sentía que algo muy pesado tiraba de ella hacia abajo.

Bran caía. Ahriel lo llamaba, gritando su nombre. Movía las alas desesperadamente, haciendo un esfuerzo sobrehumano por alcanzarlo, pero no lograba avanzar lo más mínimo.

Bran pasó junto a ella en su caída hacia el suelo, pero Ahriel sólo logró rozar sus dedos.

Entonces se giró para ver qué ocurría con sus alas, y el horror le impidió gritar. Las blancas plumas de sus alas se habían transformado en cadenas negras.

Ahriel no pudo soportar su peso por más tiempo y empezó a caer. Instantes después, los dos se precipitaban hacia el suelo, hacia una muerte segura. Lo último que vio Ahriel fue la figura de Tobin que, desde lo alto del precipicio, los miraba. Lo último que oyó fue el llanto de un niño pequeño.

Ahriel despertó, con el corazón latiéndole con fuerza. Al mirar a su alrededor sólo vio a Kendal, Tobin y Kiara profundamente dormidos en torno a los restos de la hoguera. Respiró hondo. Ahora comprendía que no había escapado de Gorlian, ni lo haría jamás.

Entrecerró los ojos con una mueca de odio. Marla tenía la culpa de todo aquello. Cuando Marla muriese, Gorlian moriría con ella, y Ahriel sería libre.

Movida por una nueva y sombría determinación, despertó a sus compañeros y los obligó a reemprender la marcha inmediatamente. Kendal abrió la boca para protestar, pero, de nuevo, la mirada de Ahriel lo hizo callar.

Tardaron varios días más en abandonar los dominios de la reina Marla. Tobin retrasaba la marcha, pero no estaba dispuesto a quedarse atrás, y Ahriel, que aplaudía interiormente su tenacidad, había decidido que no lo abandonaría.

El paisaje fue cambiando gradualmente. Las tierras que antes aparecían ante sus ojos verdes y fértiles fueron dando paso a un terreno yermo y baldío.

—Esto es el antiguo reino de Vol-Garios —dijo Ahriel a media voz.

—¿Qué pasó? —preguntó Kiara, estremeciéndose.

Pero Ahriel no respondió.

Era una tierra de páramos interminables, pero en el horizonte se divisaba una montaña sombría. Aunque Ahriel no dijo nada, sus compañeros sospechaban que aquél era su destino.

Vol-Garios era un desierto de donde toda la vida había huido tiempo atrás, pero los fugitivos no encontraron grandes problemas a la hora de sobrevivir allí. Por muy inhóspita que fuese una tierra, siempre sería mejor que Gorlian, en todos los sentidos.

Alcanzaron la base de la montaña, y Ahriel los hizo trepar hasta la cima. El suelo estaba formado de un material extraño que ninguno de los tres humanos pudo identificar. Kendal comenzaba a sospechar de qué se trataba, pero no confirmó sus conjeturas hasta que alcanzaron la cumbre y miraron más allá.

La gran montaña de Vol-Garios era un enorme volcán inactivo.

Ahriel no halló grandes dificultades a la hora de encontrar una manera de bajar hasta el fondo del cráter. Kiara y Kendal la siguieron, ayudando a Tobin para que no perdiera el píe.

Cuando alcanzaron a Ahriel, la encontraron frente a una gigantesca lápida hundida en la piedra volcánica. Ahriel estudiaba con atención unos extraños símbolos grabados en la superficie de la losa.

—Es lenguaje angélico —susurró Kiara.

—¿Qué es lo que dice? —quiso saber Kendal.

—Es una larga historia —dijo Ahriel a media voz—. Los ángeles encerraron aquí al Devastador hace mucho tiempo, pero sabían que el poder angélico del sello no bastaría para retenerlo ahí. Por alguna razón, necesitaban también colaboración humana.

—¿Qué tipo de colaboración? —preguntó Kendal.

—Desde entonces, los ángeles han estado protegiendo y vigilando a los humanos —prosiguió Ahriel, sin responder a la pregunta—, esperando que llegue alguien capaz de destruir al Devastador de una vez por todas. Hasta entonces, y atrapada por el poder del sello, esta criatura estará a merced de cualquiera que sea capaz de abrir su tumba. Y sólo una alianza entre un ángel y un humano protegido por la gracia angélica podría lograrlo.

—Pero tú has dicho muchas veces que ya no eres un ángel —objetó Tobin—. ¿Crees que podrías romper el sello?

Por toda respuesta, ella colocó la palma de la mano sobre uno de los símbolos.

Inmediatamente, sintió cómo un poder maligno la inundaba y exploraba todos los rincones de su alma. Ahriel cerró los ojos y aguantó. Cuando aquella energía se retiró de ella, abrió los ojos de nuevo y vio que la lápida se iluminaba con un suave resplandor sobrenatural.

—Sí eres un ángel —susurró Kiara—. El poder del sello te ha reconocido.

—Ahora te toca a ti —dijo Ahriel con brusquedad.

Retiró la mano y se hizo a un lado para que Kiara colocase la suya sobre la lápida.

Pero entonces, súbitamente, algo invisible golpeó por la espalda a la princesa de Saria y la derribó sobre el suelo de piedra volcánica. Ahriel se volvió como movida por un resorte.

Y entonces vio a Marla. Y, antes de que nadie pudiese impedirlo, la reina de Karish colocó la palma de la mano sobre la lápida, y un brillo cegador envolvió la tumba del Devastador, provocando una onda de energía que los lanzó a todos hacia atrás con violencia.

Ahriel aterrizó contra una roca, golpeándose la cabeza, y perdiendo el sentido.

Despertó apenas unos minutos después, aturdida. Una sombra se cernió sobre ella.

—Volvemos a vernos, ángel —dijo una voz cuyo sonido agitó los más profundos velos de su memoria.

Ahriel alzó la mirada. Sobre ella se inclinaba un individuo encapuchado que sonreía inquietantemente.

Lo reconoció.

—Tú… —dijo, apretando los dientes.

—Veo que todavía conservas el cepo que te puse. Qué detalle por tu parte.

Ahriel trató de incorporarse, pero no lo consiguió. Descubrió entonces, con horror, que sus miembros estaban paralizados.

—¿Qué me has hecho?

El nigromante se rio con suavidad. Era una extraña risa gorgoteante, y Ahriel recordó dónde la había escuchado antes.

El Rey de la Ciénaga.

—Eres tú, ¿verdad? Tú creaste al Rey de la Ciénaga. Le diste inteligencia. Le diste voz…

—Y tú le asesinaste. A mi mejor creación, un ser pensante…

—Un monstruo —corrigió Ahriel.

—No menos que tú —murmuró el nigromante—. ¡Mírate! No eres humana, pero tampoco eres un ángel. Te has convertido en una rareza. Eres única en tu especie, igual que lo era el Rey de la Ciénaga. Y correrás su misma suerte.

El nigromante se enderezó y se alejó de ella, dándole la espalda. Ahriel trató desesperadamente de moverse, pero no lo logró. Miró a su alrededor, furiosa.

Y no le gustó lo que vio.

Marla estaba allí, acompañada por Kab. Junto a ella había un miembro de la secta de los Siniestros, y el creador del Rey de la Ciénaga se colocó junto a él para decirle algo en voz baja. Los dos llevaban las túnicas y capuchas oscuras propias de su orden. El grupo había apresado a Kiara y a Kendal, que contemplaban la tumba del Devastador con muda fascinación.

Marla estaba de pie ante la lápida, y la luz sobrenatural que brotaba de ella iluminaba su rostro, marcado por una perversa expresión codiciosa. El Devastador estaba despertando, y Marla, que había roto el sello, sería su ama y señora.

La situación no podía ser más desesperada. Pero, ¿por qué? ¿Cómo había llegado Marla hasta allí?

Miró a sus compañeros y descubrió por primera vez a Tobin, de pie junto a Kab. Trató de llamar su atención, pero el joven la miró un momento, indiferente, y se volvió de nuevo hacia la tumba del Devastador. Ahriel se preguntó si no lo habrían hechizado a él también, cuando la dolorosa verdad se abrió paso en su mente y comprendió qué era lo que había pasado.

Tobin los había traicionado.

«Pero no puede ser verdad», se dijo Ahriel. «Él es el hermano de Bran. Entró en Gorlian para rescatarlo. Quiere vengarse de la reina Marla.»

Pero, en el fondo, sabía que eso no era cierto. Cuanto más pensaba en ello, más piezas encajaban.

Él los había sacado de Gorlian, un lugar de donde nadie había escapado jamás. Él había convencido a Kiara y a la propia Ahriel para que fuesen a la tumba del Devastador, donde los estaban esperando Marla y los suyos.

Ahriel cerró los ojos, sin poder creerlo.

Marla y Kiara habían sido elegidas para ser las depositarías de una sabiduría ancestral que los ángeles querían compartir con los humanos; entre aquellos conocimientos se hallaba todo lo referente al Devastador. Pero Ahriel nunca le había hablado de ello a su protegida. Lo único que Marla sabía era lo que la inscripción de su medallón podía revelarle: que ella podría despertar a la bestia que dormía en el volcán de Vol-Garios.

Las tierras de Vol-Garios eran ahora parte del reino de Saria; por eso Marla había tenido tanto interés en someter a Saria y ocupar sus territorios.

Pero Marla no conocía suficientemente el idioma angélico como para descifrar los símbolos de la lápida. Sólo cuando el medallón de Kiara fue a parar a sus manos comprendió que necesitaba un ángel para despertar al Devastador. Y ella había enviado a Gorlian al único ángel que conocía. «Sabía que yo no la ayudaría voluntariamente», siguió reflexionando Ahriel. «Por eso no podía sacarme de Gorlian sin más. Envió a Tobin para mostrarme el camino de regreso y asegurarse de yo colocaba la mano en esa lápida. Sabía que confiaría en él, porque…»

Porque no sólo era un pobre chico cojo que inspiraba compasión, sino que, además, era hermano de Bran.

Si Tobin había servido a Marla desde el principio, o sólo desde la captura de Kiara y Kendal, eso Ahriel no podía saberlo. Pero sospechaba que la reina de Karish sabía desde hacía mucho cuál era el punto débil de Ahriel; y, desde luego, había sabido sacar partido de él.

Ahriel sabía que Marla pasaba horas estudiando su bola de cristal. Una oleada de indignación la invadió cuando entendió que la reina había estado espiándola todo aquel tiempo. Y, seguramente, no había elegido a Tobin como agente por casualidad. «Tal vez, desesperada por no poder averiguar cómo despertar al Devastador, había planeado hace tiempo enviar a Tobin a Gorlian para interrogarme sutilmente», se dijo Ahriel.

Y la llegada de Kiara con su ángel y su medallón la había obligado a cambiar de planes. Ya no necesitaba los conocimientos de Ahriel: la necesitaba a ella.

¿Tobin planeaba realmente rescatar a Bran cuando contactó con Kendal? Probablemente no, se dijo Ahriel con amargura. Si después de todo lo que ella le había contado, después de haber visto Gorlian con sus propios ojos, después de saber que había una manera de derrotar a Marla… si, después de todo aquello, Tobin los había traicionado igualmente, Ahriel no podía hacerse ilusiones en cuanto a su motivación.

¿Qué le había prometido Marla? ¿Riquezas, poder…? Lo que sí quedaba claro era que no le importaba lo más mínimo su hermano desaparecido. Sólo se preocupaba por sí mismo.

Debería haber sospechado de su actitud tranquila y segura. Por supuesto que no había estado preocupado en ningún momento. Al entrar en Gorlian, lo hizo con la certeza de que volvería a salir.

«No era el más rápido ni el más fuerte», había dicho Bran, «pero era listo».

Sí, pensó Ahriel con amargura. No cabía duda de que el muy canalla era listo.

Antaño, Ahriel había sido capaz de descubrir a los embusteros con sólo mirarlos a los ojos. Pero aquello era cosa del pasado.

Después de vivir tanto tiempo entre ladrones y delincuentes, después de convertirse en una de ellos, Ahriel había perdido su objetividad angélica.

Dominada por la furia y la sed de venganza, Ahriel trató de liberarse del hechizo. Pero su energía angélica estaba demasiado contaminada de humanidad, y no logró desbaratarlo.

Súbitamente un espantoso sonido, parecido a un aullido inhumano, rasgó el silencio. Todos retrocedieron un paso, a excepción de Marla, que permaneció impasible, con los ojos fijos en la tumba del Devastador. Ahriel siguió la dirección de su mirada.

Entonces, como herida por un rayo, la lápida se partió en dos.