Capítulo 4

Un calor sofocante se había instalado en el campo, con una tenacidad muy poco habitual y, sin ni siquiera un soplo de aire, una calina oscura colgaba encima dé la tierra y mantenía el calor cerca del suelo. Jeff y Brandon llegaron a Oakley hacia el mediodía, agotados por la larga cabalgada y el calor y la noche que habían pasado sin dormir. Desmontaron cerca de la escalinata principal de la mansión y entregaron las riendas a un criado que se llevó los caballos. Heather se había quedado en la casa y salió a recibidos al porche. Se estaba secando las manos con el delantal que llevaba atado encima del vientre prominente y miró a los dos hermanos con aprensión.

-No parecéis muy felices -les dijo con expresión preocupada-. ¿Es el calor? ¿Os preocupa algo más?

Brandon subió los escalones y le dio un beso en la frente.

-No hemos enterrado a nadie, querida, si es lo que te preocupa.

Heather lanzó un suspiro de alivio.

-No hay necesidad de deciros cómo lo hemos pasado aquí. Creo que Cora y Kingston se volverán locos con la vuelta de Jeff. Sin embargo, me parece que los dos tenéis algo que decirme, y como no soy adivina, espero que me digáis de qué se trata.

Jeff se golpeó la bota con el sombrero mientras subía al porche.

-No ha ido todo lo bien que esperábamos, Tory. Eso es todo.

El sobrenombre con el que Jeff la había bautizado no tuvo esta vez ese tono de burla que su cuñado utilizaba, lo que le provocó más preocupación

-¿Qué ha sucedido?

Jeff exhaló un profundo suspiro y se encogió de hombros.

-En realidad es muy sencillo. El sheriff no ha podido encontrar una razón lo bastante sólida para arrestar a Gustav. El hombre había firmado un recibo de Cooper Frye donde constaba que había pagado doscientos cincuenta dólares por Raelynn. Cuando envió a alguien a buscarla, el viejo Coop le dijo al hombre que yo me la había llevado. Gustav vino aquí y se la llevó y Townsend afirmó que habría estado en su derecho si la hubiera comprado primero. Luego intentó probar que Gustav es un contrabandista, pero todos los documentos parecían estar en orden. Townsend cuestiona su validez, pero tiene las manos atadas.

-¡Pero te dispararon en tu propia casa! -protestó Heather-. ¿No podría arrestar a Gustav por intento de asesinato?

Jeff sacudió la cabeza.

-Él no fue quien me disparó y los hombres de Gustav aseguraron que se les ordenó no disparar a nadie. Al parecer Gustav intentaba intimidarme con todos los hombres que trajo hasta aquí y creyó que le entregaría a Raelynn sin luchar.

-No te conoce bien, ¿verdad? -observó Brandon con una risita deplorable.

-¿Y el joven que te disparó? -preguntó Heather-. ¿Por qué no lo ha arrestado?

Su marido volvió a reír, esta vez con menos humor.

-No te lo creerás, querida, pero Olney desapareció ante nuestras propias nances.

-¿Qué significa desaparecer? -Heather frunció el ceño confundida-. ¿Se escapó?

La sonrisa de Jeff fue como una mueca ligera y movió la cabeza, con una expresión tan perpleja como la de ella.

-Olney se fue antes de que nos diéramos cuenta. Todas las ventanas tenían barrotes y nuestros hombres vigilaban las puertas. Nadie pudo abandonar el almacén sin ser visto. Había tantos hombres en el interior, que era difícil seguirlos a todos. Townsend estuvo hablando un momento con Gustav y luego sin que ninguno de nosotros supiera cómo, Olney desapareció. Había unas cestas de mimbre en el almacén principal, demasiadas para que el sheriff pudiera examinarlas todas mientras buscaba objetos de contrabando, pero revisó todas las que encontró abiertas.

Heather frunció el ceño con expresión preocupada.

-El hecho de que Gustav todavía esté libre no le sentará bien a Raelynn. Ya he tenido trabajo para convencerla de que todo va bien, Jeff, debería de haber descansado antes de que llegaras, pero cuando se entere de todo esto, no creo que pueda dormir más, y no la culpo por ello.

-No te preocupes sin razón, mi amor -le dijo su marido con cariño, volviendo el rostro de su mujer hacia él. Rozó sus labios con una suave beso y le pasó una mano por el vientre al tiempo que admiraba su encantador aspecto de embarazada-. No querrás molestar a nuestra hija que todavía no ha nacido con estas preocupaciones, ¿verdad?

Heather sonrió y se dejó llevar por la suave caricia de su marido hasta que se dio cuenta de que su cuñado los estaba contemplando con un brillo de felicidad en los ojos. Ruborizada, se apartó apresuradamente de su marido y se arregló el delantal. La risita de Jeff llamó la atención de Brandon que entonces comprendió la repentina reserva de su mujer.

-No me hagas caso, Tory -dijo Jeff-. No he visto nada.

Se dirigió a la puerta principal y una vez allí se volvió y dirigió una sonrisa a la pareja.

-No había visto hacer esto antes a mi hermano.

Brandon, riendo ante las palabras de su hermano, volvió a rodear con el brazo el hombro de Heather y la llevó así mientras se dirigía a la casa. Cuando entraron en el vestíbulo, encontraron a Jeff en la parte superior de las escaleras y se sonrieron porque comprendían su anhelo.

-Señora, creo que ha llegado el momento de que volvamos a casa -dijo Brandon pensativamente-. Beau puede estar preguntando dónde se han metido sus padres. Y creo que Jeff quiere irse a la cama… si Raelynn está de acuerdo, claro. Y a mí tampoco me iría malla cama, en cuanto lleguemos a casa.

Heather estuvo de acuerdo con su marido, porque sabía que no había dormido aquella noche. Apartó un rizo de la frente y observó que tenía el semblante encendido.

-Debes de estar agotado, pero tendrás que dormir en una de las habitaciones de la planta baja para poder aguantar este calor.

-¿Quién ha hablado de dormir? -preguntó con una mirada llena de intención.

Los labios de Heather se curvaron en una sonrisa, mientras sus ojos color zafiro brillaban llenos de amor.

-Perdona, querido, pensaba que estabas cansado y no te encontrabas muy bien. Hasta parece que tienes fiebre.

-Fiebre por ti, señora. -Brandon se inclinó y le dio otro beso en los labios-. Y deberías de saber ya, que nunca estoy demasiado cansado para lo que tenemos que hacer juntos.

 

 

 

Cuando llegó al rellano superior, Jeff se dirigió por el corredor a su derecha hasta la puerta de su dormitorio. Se detuvo a escuchar, pero no llegaba el sonido de ningún movimiento procedente del interior. En silencio hizo girar el pomo, empujó la puerta lentamente hacia adentro, sin estar seguro de que Raelynn estuviera allí. Lo que encontró lo llenó de deleite. Su joven esposa yacía apaciblemente en un extremo del lecho con los largos cabellos castaños sueltos y ondulantes sobre las almohadas. Sintió que el corazón le latía con renovada alegría y sintió un sin número de emociones inexplicables.

Aquellos sentimientos eran muy diferentes ahora que tenía una esposa en casa y recordó las noches en las que se iba a la cama con un libro, con la esperanza de que desapareciera aquella sensación endemoniada y patética de soledad que le embargaba. La reciente felicidad era la mezcla más agradable que nunca hubiera imaginado. Mrs. Brewster tenía razón, decidió, cuando recordó cómo lo había animado el día anterior a que se casara. Nada era tan agotador como volver a un hogar vacío y a una cama no compartida. Ahora todo aquello había quedado atrás. Ahora tenía una mujer hermosa esperándolo.

Jeff se inclinó e iba a despertar a su joven esposa cuando la visión de las manos llenas de pólvora le hizo echarse atrás. Estaba sucio, sudado, acalorado. Y ella limpia, fresca y despedía un aroma a jazmín. No iba a introducirse en su sueño con el olor acre a pólvora negra que todavía le impregnaba la nariz. Su primer momento de unión dichosa tenía que ser perfecto en todo el sentido de la palabra.

Se quitó los pantalones y la camisa que dejó colgando en la puerta del armario, cruzó silenciosamente la habitación y entró en el vestidor. Los criados le llevaron agua para el baño y cuando salieron, se introdujo en la bañera con un suspiro de bienestar. Echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el borde, cerró los ojos sintiendo que el cálido líquido le relajaba los músculos tensos. Luego pensó que era una locura sentirse demasiado cómodo, estaba demasiado agotado y podía quedarse dormido.

Salió del baño, se envolvió en una toalla seca y volvió a la cama donde se echó al lado de su esposa dormida. La falta de sueño le pesaba tanto en el cuerpo como en la mente. El momento de intimidad iba a ser el mejor, pero antes tendría que descansar al menos un rato para recuperar energías.

 

 

 

Gustav se despertó con la sensación de que alguien estaba entrando en su sueño. Abrió los ojos y como un hombre enloquecido por el temor, buscó por el almacén, incapaz de sacudirse los efectos persistentes del láudano. Haciendo un esfuerzo centró la vista en una figura masculina en la penumbra que se mantenía a una discreta distancia del lecho y cuando el pánico se disipó por fin, le dominó una gran sensación de alivio al ver que aquel hombre no era el sheriff, sino Olney Hyde.

-¿Dónde te habías metido? -gruñó con aspereza. Olney le dirigió una sonrisita de complicidad.

-Pensé que te alegraría recibir la visita de un viejo amigo.

-¡Ah! -Gustav agitó la mano sana con disgusto-. Si no fuera por ti, ahora estaría entero. Y no tendría detrás de mí al sheriff, vigilando todos los movimientos de mis hombres. Nunca debería de haberte enseñado el pasaje secreto. De otro modo ahora tendría el placer de saber que el sheriff te había encerrado.

Olney se puso una mano en el pecho, como participando del desagrado del otro.

-Y yo he estado vertiendo lágrimas por Charleston, aparte de intentar encontrar un juguete adecuado para traértelo-. Con una amplia sonrisa, dio un tirón a la cuerda que sostenía y empujó hacia la luz la masa voluminosa de Cooper Frye, con un trapo metido en la boca y otro, atado en la parte inferior de la cara. -Lo encontré escondido en un gallinero en la zona de los muelles -explicó Olney-. Planeaba embarcarse para Nueva York antes de que acabara la semana. Hasta le había pagado a una prostituta para que le hiciera todas las gestiones para que no lo vieran ninguno de los nuestros.

Gustav se apoyó en la almohada y sonrió con maliciosa satisfacción al inglés.

-Ha sido una locura por tu parte estafarme, amigo mío. Ningún hombre se burla de Gustav Fridrich y vive para contarlo. No es por el dinero, comprenderás. Lo que yo siento es haber perdido a tu sobrina. La habría convertido en mein frau, pero ahora pertenece a Herr Birmingham y no la dejará a menos que lo mate. Pero si lo hago, esa muchacha nunca me lo perdonaría.

Cooper Frye movió la cabeza frenéticamente e hizo un gesto cómico con la boca. Luego juntó las manos en un gesto de plegaria.

-¿Qué es esto? -preguntó Gustav en tono burlón, divertido con la pantomima que estaba representando aquel hombre-. ¿No te gustaría decir algo antes de que te entregue a Olney para que eche al mar tu esqueleto?

Cooper asintió rápidamente y con gesto afectado Gustav alargó la mano y le ordenó a Olney que le sacara la mordaza.

-Y ahora, ¿qué es eso tan importante que tienes que decir? -preguntó el alemán con arrogancia-. Te lo advierto, sea lo que sea, será mejor que no me hagas perder el tiempo.

Pero Cooper Frye estaba más que deseoso de cooperar.

-Conozco una manera de conseguir que mi sobrina odie al yankee.

Gustav alzó una ceja mientras contemplaba al inglés con los ojos entrecerrados.

-No me gustaría hacer nada que obligara a intervenir otra vez al sheriff. Mis negocios son de una naturaleza muy delicada y no quisiera que ese bruto los desbaratara.

Cooper Frye rió y movió la cabeza en sentido negativo.

-Mi idea nada tiene que ver con el sheriff ni con nadie más. Verá, he conocido a una muchacha… no tendrá más de quince años, pequeña y bonita, con unos brillantes cabellos dorados…

-¡Ve al grano! -le interrumpió impaciente Gustav.

-Bueno, esta Nell cose para las damas, y las prostitutas me dijeron que también es una entretenida. Hará unos nueve meses trabajaba en Oakley, bordando iniciales en las sábanas, tal como su pobre madre muerta le había enseñado. Cuando estaba allí, una noche se metió en la cama de Birmingham cuando estaba durmiendo, pero cuando se despertó la echó de la cama diciéndole que era demasiado joven para hacer esas cosas. Luego le dijo que empaquetara sus cosas porque no podía permitir que siguiera allí y despertó al conductor del carruaje y le ordenó que la condujera a Charleston. Le dijo a ese hombre que se asegurara que tenía habitación en la posada para varias noches y le dio dinero para pasar unos días. Y después le dijo que no quería verla más por Oakley.

Gustav se rió de las explicaciones de Coopero

-¿Y dices que esto hará que tu sobrina odie a Herr Birmingham? Perdona, inglés, pero no me fío mucho de tu lógica. Raelynn admirará aún más a su marido.

Cooper, lanzó una risita misteriosa, levantó las manos y se rascó con sus dedos gruesos la barba de varios días.

-No si se le hace creer que el niño que espera es de su marido.

El interés de Gustav creció considerablemente al oír esto.

-¿Crees que Raelynn creería tal cosa?

Cooper extendió las muñecas hacia Olney con una sonrisita esperanzada.

-Libérame y me ocuparé de todo.

Olney miró al alemán y vio su gesto de asentimiento, y cortó con el cuchillo las cuerdas que rodeaban las muñecas del inglés.

-Espera a que vaya a contárselo, amigo mío -urgió Cooper a Gustav-. Cuando estaba en la posada un marinero irlandés de cabellos oscuros se la llevó a la cama y le hizo un niño antes de zarpar a la mañana siguiente. Debió de suceder la misma noche en que el señor Birmingham la echó de su casa, es decir, hace unos nueve meses.

Guistav arqueó una ceja mientras consideraba los méritos de la idea.

-¿Y quién convencerá a esa Nell para que le diga a Herr Birmingham que es el padre de su bebé?

Cooper Frye alzó los robustos hombros.

-Puede que unos vestidos bonitos y quinientos dólares yankees, la ayuden para cuando nazca el niño.

Gustav se quedó mirando al otro con una expresión helada.

-¿Y qué tengo que hacer por ti, Cooper Frye, más que permitirte seguir con vida?

El inglés sabía que tenía que ser cauteloso.

-Sólo deseo servirte.

Gustav sonrió con una sonrisa tolerante.

-Está bien, Cooper, porque sólo obtendrás esto… o pruebas que me eres leal… o te mato.

 

 

 

El ruido de un trueno pareció sacudir la casa de la plantación casi hasta los cimientos, hizo vibrar las ventanas, llenó de temor a los criados y sacó a los perros fuera del porche en busca de un lugar mejor para protegerse. Arriba, en el dormitorio del amo, la nueva señora de Oakley se despertó con una sensación de sobresalto, porque la habían arrancado de las profundidades del sueño. No fue capaz de reconocer la habitación y miró a su alrededor con expresión confundida. La cama donde había dormido no le era familiar y junto a ella alguien había dormido también, como lo demostraban las sábanas desordenadas y la colcha que alguien había dejado a un lado. De la puerta del armario colgaban unos pantalones y una camisa, pero no vio a quien debía de llevarlos.

Un rayo iluminó brevemente la habitación y un poderoso sonido hizo vibrar las ventanas, cortando el silencio con un crescendo de redoblados estruendos que la hicieron sobresaltarse con cada trueno. Cuando parecía que la tormenta se alejaba, empezaron a sonar unas campanillas. Encantada con aquella música, Raelynn se incorporó y observó los muebles de la habitación hasta que sus ojos se detuvieron en un reloj de porcelana que había en la repisa de mármol de la chimenea, en un extremo del dormitorio.

¡Las cuatro!

Raelynn suspiró con desmayo, pensó que había dormido casi todo el día, que no se había ocupado de lo que más le preocupaba, el bienestar de su marido. Aunque presumió que era él quien había dormido a su lado, al menos durante un rato, estaba impaciente por verlo.

Un golpe de viento entró en la habitación por las ventanas abiertas, agitó las cortinas de seda y enfrió el aire. La habitación se llenó de un delicado aroma de flores, mezclado con el olor de la lluvia e hizo que Raelynn se levantara de la cama. Se quedó de pie junto a la ventana y contempló el paisaje agitado por el viento. A lo lejos vio como la lluvia empapaba los campos y con la fuerza con la que se dirigía hacia ellos, sólo sería cuestión de unos momentos que la tormenta alcanzara la Plantación Oakley.

La tormenta llegó y pasó con la misma rapidez, dejando tras ella un frescor dulce y agradable. Raelynn sintió el alivio y después de arreglarse minuciosamente, bajó las escaleras para ir al encuentro de Jeff.

El mayordomo atravesó presuroso el vestíbulo cuando ella llegó al primer rellano. Parecía tener mucha prisa por desaparecer, pero tuvo que detenerse cuando ella le hizo una pregunta.

-Kingston, ¿puedes decirme dónde está el señor Birmingham?

El criado, con expresión avergonzada, levantó una mano y señaló hacia la parte delantera de la casa.

-El amo Jeff está en el porche, ama Raelynn. Tiene visita, pero espero que entre enseguida cuando le diga que lo espera en la sala -sonrió esperanzado Kingston-. Les traeré unos refrescos…

Del porche llegó un grito desagradable que perturbó la paz del vestíbulo.

-¡No tienes derecho a casarte con otra después de haberme hecho esto! -gritó una mujer con voz chillona-. He venido a decirte que vas a tener un hijo y tú no quieres saber nada de mí. ¿Qué dirán tus presumidos amigos cuando se enteren de que voy a dar a luz a tu bastardo?

Kingston, turbado, intentó distraer la atención de Raelynn de aquellas acusaciones que se estaban haciendo en el porche.

-La tormenta ha sido fuerte, ¿verdad ama Raelynn?

Fue como si no hubiera dicho nada, porque ambos estaban muy atentos a las amenazas que procedían del porche.

-Quizá deba hablar con tu nueva esposa y decirle lo que le espera cuando te dé la espalda.

-¡Lo que dices no tiene sentido, Nell, y tú lo sabes! -protestó Jeff.

-¿Qué no tiene sentido? -preguntó con tono sarcástico-. ¿No tiene sentido que me lleves a tu cama y hagas el amor conmigo?

-¡Mentirosa! Te metiste en mi cama como una serpiente mientras estaba dormido -la acusó él-. ¡Y eso es todo lo que se! ¡Me desperté antes de que sucediera nada entre nosotros!

-Pronto tendré la prueba entre mis brazos para que todo el mundo vea que tuviste que ver conmigo -murmuró Nell-. y si el bebé se parece a su padre, entonces todos sabrán quién es el padre de la pobre criatura.

Jeff no sabía por qué la muchacha había ,esperado tanto tiempo en presentarse con tales exigencias. Quizá se debía a que el nacimiento estaba ya muy próximo y le preocupaba cómo iba a salir adelante.

-Si es dinero lo que necesitas, Nell, no me sacarás ni un céntimo. No me asustan tus amenazas ni tus mentiras. Si estás tan necesitada, ve a hablar con el padre del bebé. Quizá se apiade de ti y haga lo que tiene que hacer.

-¡Estoy hablando con él! -insistió Nell-. ¡Y tú no escuchas mis ruegos!

La puerta principal de la casa se abrió lentamente y Jeff se volvió en redondo sorprendido cuando vio que su esposa salía al porche. En toda su vida no se había sentido más miserable que en esos momentos. Estaba seguro de que parecía tan culpable como Nell quería que pareciera.

Raelynn lo miró turbada y confundida.

-He oído lo que se está diciendo aquí.

-¡Ah! -exclamó Nell mientras contemplaba con una mirada fría y desdeñosa cómo Raelynn cruzaba el porche-. Es tu nueva mujer, ¿verdad?

Resentido por su indiferencia, Jeff se apresuró a corregirla.

-¡Es mi esposa!

-¡Mía! ¡Mía! ¡Mía! Estás muy susceptible, Jeffrey. Pero no hace mucho que me llamabas a mí tu mujer.

-¡Eres una niña! ¿Cuántos años tienes? ¿Catorce, quince? -exclamó él-. Preferiría estar un día en el infierno antes de molestar a una niña apenas salida del cascarón.

-Bueno, tu mujer no es mucho mayor -exclamó Nell con celoso rencor. Sus ojos se deslizaron por el hermoso vestido verde claro que llevaba Raelynn. No podía negar que la sobrina de Cooper Frye era hermosa, pero tenía ricos vestidos y un montón de criados para. servirla, y ella en cambio estaba allí suplicando al único hombre que le importaba. ¿Cómo no podía entender que deseaba desesperadamente que fuera suyo?

-Mira, la noche en que plantaste tu semilla en mi vientre, me prometiste uno o dos vestidos tan hermosos como ese -dijo con un hiriente tono de voz-. Oh, Jeffrey, ¿no ves cuánto me importas a pesar de la manera en que has abusado de mí?

La mirada de Jeff era tan sombría como las nubes de tormenta que acababan de pasar. Dio la espalda a Nell con disgusto, miró a Raelynn y observó que ella lo contemplaba con el ceño fruncido. La joven estaba disgustada, pero no pudo encontrar las palabras necesarias para ahuyentar sus sospechas y convencerla de su inocencia.

No sabía lo que pretendía aquella muchacha, si era un trabajo, podía enviarla a Farrell para que la empleara como modista, porque tenía mucho talento con la aguja, pero al parecer deseaba más de lo que él estaba dispuesto o era capaz de darle.

Besó las temblorosas manos de su mujer.

-Te ruego que me creas, mi amor -le murmuró al oído-. Soy inocente de las acusaciones de esta muchacha.

Jeff dio la vuelta y se enfrentó a la muchacha embarazada.

-¿Qué demonios quieres, Nell? ¿Qué esperas de mí? ¿Crees honestamente que me vas a arrastrar como a un perro y que me someteré al enredo que has tramado en tu mente? ¿Crees que me comporté mal cuando te rechacé y te envié fuera de aquí, y ahora vienes a vengarte con tus inventos? Tú y yo sabemos perfectamente lo que sucedió aquella noche y no fue nada de lo que pueda arrepentirme. Si eres tan lista como pensé que eras, te darás cuenta de la futilidad de tus mentiras. No vas a obtener nada.

-Lo que quiero es un padre para mi hijo -insistió Nell- y un marido. Y tú estás en deuda conmigo.

-Todo esto va más allá de mi capacidad… y de mis deseos -replicó él abruptamente-. Estoy casado…

-Puedes anular el matrimonio.

-¡Noooo! -gritó Jeff.

Nell dio un respingo y se echó hacia atrás ante la fuerza de aquella negativa. No se había imaginado que el caballeroso señor Birminghan pudiera reaccionar con tanta fuerza hacia alguien de su clase. Su vehemencia la hizo detenerse un momento. Cooper Frye le había prometido quinientos dólares si provocaba la ruptura del matrimonio y con el bebé que iba a llegar muy pronto, necesitaba fuera como fuera aquel dinero. Además, no sólo era una necesidad monetaria lo que la había impulsado a hacerlo, sino el sueño que siempre había tenido, convertirse en la esposa de Jeffrey Birmingham. El irlandés había insistido tanto que había soñado que Jeff se enamoraría de ella. Pero Jeff era quien la había rechazado con frialdad y la había echado de su cama como si fuera una niña y ahora tenía serias dudas de que pudiera cambiar de opinión.

-Ya veo que te niegas a cumplir con tu deber -se quejó, reuniendo valor-. Te dejaré que coseches lo que mereces. -Con un movimiento de la mano señaló el sirviente con librea que la había acompañado hasta allí-. Esperaba que te apiadaras de mí por lo que me habías hecho, y si no lo haces, por lo menos para al conductor para que me lleve de aquí. -Se miró el vientre y lanzó un suspiro-. Ya veo que no eres un hombre generoso y menos cuando tu esposa está escuchando todo lo que decimos. No se qué dominio tiene sobre ti, pero observo que te ha comido la cabeza. No diré nada más. Buenas noches, Jeffrey.

Se puso una mano en el abultado vientre, bajó con cuidado los escalones y se acercó al carruaje. El conductor la ayudó a subir, cerró la puerta tras ella y entonces, tocándose el sombrero saludó a la pareja del porche, saltó a su asiento, cogió las riendas y ordenó al caballo que se moviera.

Jeff se volvió lentamente hacia su mujer y fue a dirigirse hacia el vestíbulo cuando observó que ella se dirigía hacia un extremo. Apoyó la espalda contra una columna dórica y su mirada se perdió en la distancia, para contemplar la belleza del escenario húmedo de lluvia y los altos y majestuosos robles, con sus limpias ramas. Estaba tan confusa, que sólo sabía una cosa: no podía entregarse a aquel hombre si antes no se convencía de su inocencia.

-Necesitaré algún tiempo para comprobar el efecto que estas acusaciones ha producido en nosotros, Jeff -dijo con tristeza-. Espero que comprendas mis reservas. En vista de lo que acabo de oír, tardaremos en arreglarlo. No puedo unirme a ti ciegamente mientras las preguntas sobre Nell… y su bebé me atormentan.

-Esperaba que esta noche nos uniéramos los dos como un hombre y una mujer -murmuró Jeff, acercándose a ella. La fragancia de sus cabellos le atravesó los sentidos. Cuánto deseaba besarla, abrazarla, hacerle el amor…

-Si no te importa, esta noche prefiero cenar sola -le dijo con un hilo de voz.

-Si insistes, Raelynn. Ordenaré que te sirvan una bandeja… -dijo él con el corazón encogido.

La joven sintió las lágrimas en la garganta y estuvo a punto de echarse a llorar. Al cabo de un rato consiguió hablar.

-Envíame a la camarera. No se si podría soportar tus besos. Necesito estar sola para pensar en todo esto.

-¿Qué puedo decir para convencerte de mi inocencia? -preguntó Jeff con un tono de angustia-. ¿Me vas a juzgar por las palabras de Nell, que cree que puede sacarme una fortuna con sus mentiras? Si tu confianza en mí es tan flaca, señora, entonces puedo asegurarte que esto pesará sobre nuestro matrimonio. Tendrás que aprender a confiar en mí, porque si siempre escuchas lo que otros te cuentan con un propósito y un interés malicioso, entonces nos apartaremos el uno del otro y siempre recelarás de mí. Estoy seguro de que habrá quien lo intente, quizá porque quieran atraerte o tengan celos de mí, y yo deberé creer en tu integridad, así como tú en la mía -lanzó un suspiro y extendió los brazos con gesto resignado-. Pero como somos unos extraños que acabamos de conocemos, te dejaré el tiempo que sea necesario para que me conozcas. Estoy deseando obtener tu favor. Lo único que te pido es que me dejes cortejarte como mereces. Esta noche puedes cenar sola, pero en el futuro insistiré para tenerte conmigo en la mesa y, cuando estemos en público, pondrás tu mano en mi brazo porque no podría soportar la agonía que los demás sepan que somos unos extraños.

-Es muy pequeño el favor que me pides -murmuró Raelynn-. Y no encuentro ninguna dificultad. Esto es lo que acordamos al principio, si recuerdas.

-¿Cómo podría olvidado? -murmuró Jeff suavemente.

Pensó que lo mejor sería dejada con sus pensamientos, se alejó y bajó los escalones de la fachada principal, dio la vuelta y se dirigió hacia los establos en la parte trasera de la mansión, sintiendo una necesidad desesperada de hacer alguna actividad que lo dejara exhausto y alejar así toda la frustración que sentía. Sería la única manera de poder enfrentarse al hecho de tener que ir a dormir solo.

Cabalgar era habitualmente el deporte que Jeff prefería y que dominaba, aunque aquella tarde no había tenido prisa en espolear a su caballo. Ahora comprendía lo que había sufrido Brandon cuando en una ocasión se había mantenido alejado del lecho de Heather. Había muchos hombres que lo toleraban con buen humor, pero después de haber saboreado la suavidad de Raelynn, le resultaba imposible imaginar cómo iba a apartada de su mente cuando se fuera a la cama. En lugar de ser el descanso que necesitaba, el lecho se convertiría en un lugar de tormento en el que la visión de su joven esposa más o menos desnuda lo martirizarían sin piedad. Y sabiendo que ella estaría a sólo unas puertas de distancia, se sentiría como un hombre atrapado en las profundidades del infierno.

 

 

 

La bandeja con la cena que una camarera le subió a la habitación quedó intacta mientras permanecía en el porche contemplando las hojas de los robles que se extendían formando una hilera al fondo. Estaba llena de miedo y preocupación, había visto salir a Jeff de los establos montado en un caballo negro y aunque ella había preguntado a los criados sobre el animal, ninguno le había hablado de su temperamento. Pero estaba más preocupada de lo que en realidad quería reconocer. Jeff no salió montado en un animal dócil y no dejaba de lamentarse de que si algo le sucedía ella sería la culpable.

Los criados habían encendido las linternas en las barracas detrás de los robles y un montón de niños, reacios a abandonar sus juegos, seguían persiguiéndose en la penumbra. Sus risas excitadas llegaban hasta ella, pero cuando la última luz desapareció del cielo, desaparecieron a regañadientes en el interior de sus casas. Raelynn sabía que Cora estaba todavía en la casa principal, así como Kingston y algunos criados más, porque esperaban la vuelta del amo. Sólo Kingston se había atrevido a murmurar un comentario sobre la visita de Nell y sólo fue para decir que la muchacha se había marchado con tanta rapidez como hacía nueve meses, cuando el amo la había echado de allí en medio de la noche.

Con un suspiro desmayado, Raelynn apoyó la cabeza contra uno de los postes que aguantaban la balaustrada del porche y el tejado saliente. Sabía demasiado bien que no había permitido a Jeff que explicara lo que aquella noche había sucedido con Nell. Se había apresurado en exceso a apartado de su lado y ella había pensado demasiado en lo que había oído. Hasta un condenado tenía derecho a responder a las acusaciones, pero ella no había querido escuchar sus argumentos por temor a encontrar alguna flaqueza en su carácter que disipara todas sus ilusiones y él no fuera la clase de hombre que pensaba que era. La primera impresión que tuvo de él, fue la de un caballero galante y heroico, y Nell había conseguido que pensara que no era mejor que Gustav, presa de sus más bajos instintos y sin importarle el dolor que podía producir en los demás.

El ruido de unos cascos de caballo le hizo salir de sus pensamientos y sintió un gran alivio cuando vio aJeff encima del caballo negro. Caballo y jinete pasaron a través de un haz de luz procedente de la casa y los vio acercarse al establo. Jeff desmontó mientras un criado corría a reunirse con él y cogía las riendas del animal. Sus voces llegaron hasta ella.

-Quédate un buen rato refrescándolo, Sparky -gritó Jeff cuando salía del establo-. Ha tenido un paseo muy duro.

-No se preocupe, amo Jeff. Tendré cuidado. Es un alivio que haya vuelto sano y salvo, y de una pieza.

Jeff rió y se alejó agradeciendo el comentario del criado.

-Por una vez Brutus no ha intentado tirarme. Hoy ha volado y ha saltado todo lo que ha querido.

-Si he de decirle la verdad, amo Jeff, todavía no confío en él. Está esperando tirarlo para que se rompa el cuello.

-Tendré cuidado, Sparky.

Raelynn se ocultó en las sombras mientras Jeff subía las escaleras por el extremo del porche. Atravesó la terraza y abrió las puertas acristaladas de su dormitorio y entró, inconsciente de los ojos verde-azules que lo estaban mirando. Le oyó salir al pasillo y ordenar que le prepararan un baño. Cuando su voz sonó por toda la casa, fue como si los criados recuperaran la vida. Otra vez sus risas y parloteos amistosos empezaron a resonar por los corredores.

Raelynn sonrió, sintiendo que su alma también se alegraba. No podía dejar de preocuparse por ese hombre que era capaz de devolverle la vida a la casa sólo con su presencia. De la profunda ansiedad que había producido recientemente en los negros, podía deducir que su marido era querido entre aquellos que lo servían. Si de verdad era un hombre sin compasión, como Nell había dado a entender, entonces los criados no se hubieran preocupado de si volvía o no.

Un grito repentino atravesó el silencio y con un sobresalto Raelyn descubrió a una mujer negra, a Cora, que corría hacia las barracas de los criados. Entre las ramas de uno de los robles que estaban entre la casa principal y las de los criados, observó un brillo que iba en aumento. Horrorizada, Raelynn vio como las llamas ascendían desde el tejado de una de las barracas más grandes.

-¡Mi bebé! ¡Mi bebé está allí! -gritaba histéricamente Cora mientras corría bajo las ramas más baja-. ¡Que alguien la salve!

-¡Fuego! ¡Fuego en las barracas! -Una profunda voz masculina gritó desde la mansión.

Alguien golpeaba un triángulo de acero que colgaba en el exterior de la cocina y al cabo de un instante Raelynn vio a Kingston que salía corriendo. Jeff abrió las puertas acristaladas de su dormitorio y salió apresuradamente a la terraza, vestido todavía con la ropa que había llevado para montar. Raelynn lo miró atónita mientras él cruzaba el porche en dos zancadas. Se apoyó en la balaustrada y de un salto, como hacen los gatos, estuvo en el suelo. Luego echó a correr hacia las cabañas, antes de que Raelynn recuperara el aliento. Pero la joven no se detuvo, se recogió la falda hasta las rodillas y atravesó corriendo el porche hasta las escaleras siguiendo a su marido.

Las llamas se elevaban por la pared de la cabaña próxima a la puerta principal que colgaba entreabierta después de un intento fallido de rescatar a la criatura. Cora intentaba repetidamente aproximarse a la entrada, pero el calor la hacía retirarse una y otra vez. Desde el interior, la criatura gritaba aterrorizada, incapaz de encontrar una vía de escape. Los gritos atormentaban a Cora, que sollozando y llena de pánico, corrió con un cubo a recoger agua de la lluvia y lanzó el contenido sobre el fuego. Poco hizo el agua, porque las llamas se hacían cada vez mayores y ahora estaban a punto de alcanzar el borde del porche.

-¡Oh, Dios mío, salva a mi niñita! -gemía Cora-. ¡Por favor, que alguien salve a mi Clara!

Jeff saltó al porche y con la ayuda de Kingston le dio la vuelta a un tonel con agua de lluvia y el líquido formó una ola sobre las maderas. Las llamas lamieron el suelo y se extendieron por la puerta principal. Jeff entonces cogió un hacha de una pila de troncos que había allí cerca y partió el tonel en dos partes. Dio otro golpe y sacó el fondo, luego partió el otro extremo del mismo modo y sacó varios clavos de la traviesa de metal. La banda superior la transformó en una especie de asa, y se puso uno de los trozos del tonel ante él, como escudo contra el calor que emitían las llamas.

Raelyn se tapó la boca con mano temblorosa y lanzó un grito de temor cuando Jeff cargó contra la puerta principal de la cabaña. Con un nudo en la garganta, vio como Jeff buscaba a la niñita, se volvía y entraba en una habitación interior. Raelynn contuvo la respiración mientras en el otro lado de la cabaña todo se convertía en un infierno. Parte del tejado empezó a caer mientras salían volando las chispas del incendio sobre los que esperaban que Jeff reapareciera. Y así lo hizo, corriendo, sujetando con un brazo a la niña mientras que con el otro mantenía sujeto el escudo.

Salió corriendo por la puerta principal como si llevara alas en los pies, cruzó el porche y se puso a salvo. Raelynn lanzó un profundo suspiro de alivio y, durante unos instantes contempló con satisfacción cómo los negros le daban las gracias y golpes en la espalda. Los gritos de la niña demostraban que tenía miedo pero que milagrosamente no había sufrido ningún daño.

Jeff la depositó en brazos de su madre, que sollozaba agradecida.

-¡Gracias, amo Jeffrey! ¡Gracias y gracias a Dios también!

Jeff miró a su alrededor buscando al marido de Cora.

-¿Dónde está Jeremy? Creí que estaba cuidando a Clara mientras tú acababas de trabajar en la casa grande.

-Mi hermano se fue, amo Jeffrey -dijo una niñita de catorce años adelantando un paso-. Me pidió que cuidara a Clara hasta que volviera. Yo estaba friendo pescado para cenar en el hornillo de la cocina, pero la sartén resbaló y cayó al suelo. La grasa se extendió por la habitación y se prendió fuego. Era como una pared entre Clara y yo. Pude saltar por la ventana para ponerme a salvo. Cuando di la vuelta hasta la puerta, el calor era tan fuerte que no pude entrar. Siento mucho haber quemado la cabaña de Clara, amo Jeffrey.

-Fue un accidente, Ali. No tengas miedo -contestó Jeff, poniendo una mano en el hombro de la muchacha-. Tenemos que dar gracias de que no estés herida.

Cora abrazó a su hija, sin hacer caso de sus protestas.

-No quisiera tener otro disgusto como este en lo que me queda de vida.

Jeff contempló la cabaña que ahora estaba rodeada por las llamas.

-Necesitarás otro sitio para vivir.

-Ah, sí -dijo la mujer suspirando-. Pero ahora ya no me preocupa porque tengo a mi pequeña Clara viva entre mis brazos.

Raelyn se aproximó a los criados y cuando Jeff miró a su alrededor, le dirigió una sonrisa tierna y placentera a la vez.

Él se acercó y la miró con expresión interrogadora.

-¿Perdonarás, Jeff, que no te haya permitido que te explicaras y que haya puesto una barrera entre .los dos? -preguntó con timidez.

Y él comprendió sus reservas.

-Considerando todo lo que has oído que decía Nell, no puedo culparte por querer mantenerme alejado. Somos unos extraños, y aunque ahora estamos casados, tenemos mucho que aprender el uno del otro.

-Como has dicho muy bien, tenemos que aprender a confiar el uno en el otro -contestó ella suavemente.

-Lo que debemos hacer, madam, llegará a su tiempo, cuando nos conozcamos mejor.

-Creo que me divertirá conocerte, Jeffrey. -murmuró con una sonrisa. Sus ojos se iluminaron con un brillo tan poderoso que podía confundirse con el fuego-. Cualquier hombre que arriesga su vida para salvar al hijo de un criado es un ser excepcional. La compasión que has demostrado hacia Cora ha hecho que ponga en duda las palabras de Nell y me he enamorado aún más de ti. Me gustará pasar el tiempo a tu lado, mientras nos hacemos amigos.

Jeff sintió cierto desasosiego, excepto cuando escuchó que ella le decía que lo amaba. Su corazón se desprendió de un gran peso y la sonrisa que dirigió a su esposa, mientras le ofrecía el brazo, expresaba una gran alegría.

-Señora, ¿te puedo acompañar hasta la casa? Y si no has cenado todavía, me gustaría tener el honor de que lo hicieras conmigo… si lo consideras apropiado.

Raelynn deslizó un brazo a través del de su marido y sintió un escalofrío en la espalda cuando apoyó la palma de la mano.

-Si no me presionas mucho, cenaré en tu dormitorio, si es de tu agrado.

-Me comportaré como un santo -le aseguró con una sonrisa-. Pero sólo si me permites que te bese, porque estoy desesperado por hacerlo.

Raelynn alzó una ceja y rió con los ojos brillantes y expresión maliciosa.

-He percibido cierta malicia en tu ruego, señor. Deberé evitar tus besos durante la afirmación de nuestra amistad y dosificarlos o me veré anhelando tu abrazo amoroso antes de que transcurra esta noche.

-¿Tienes pensado dedicar mucho tiempo a explorar nuestra amistad?

Raelynn apoyó la cabeza en el hombro de su marido y sonrió con secreto placer mientras sentía que el brazo de él se deslizaba alrededor de su cintura.

-No creo que vaya a necesitar mucho tiempo, ¿no te parece, Jeff?

-Ninguno en absoluto, madame -contestó él con el corazón ligero-. Ninguno en absoluto.

 

 

 

La historia de Jeff y Raelynn continua con:

Seanson beyond the kiss

(Mentiras y secretos)

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