Capítulo 2

Las indignadas protestas de Kingston se elevaron ensordecedoras mientras se enfrentaba a los bribones.

-¿Qué significa entrar aquí sin ni siquiera pedir permiso? Si todos actuaran así, este lugar tendría que estar completamente cerrado. Todo el mundo sabe que el amo Jeffry antes moriría que vender Oakley a una basura blanca. Sería mejor que os marcharais antes de que oiga este alboroto y baje a ver lo que está pasando. Porque si lo hace, desearéis no haber puesto nunca los ojos en este lugar.

Gustav echó hacia atrás su calva cabeza y lanzó una risotada al techo, provocando un tintineo en la lámpara de cristal con su regocijo.

-Sí, y a ti quizá te cortarán la cabeza, negro.

Jeff avanzó en silencio, los pies desnudos pisaron el rellano en la parte superior de las escaleras y bajó furtivamente hasta poder ver todo lo que estaba sucediendo en la entrada. Medio apoyado y medio sentado en la balaustrada, mientras comprobaba que se trataba de un grupo de individuos zarrapastrosos y armados, que en lugar de buscar al otro lado de las puertas y en el piso superior a los posibles ocupantes de la casa que pudieran aparecer para ver lo que estaba sucediendo, parecían mucho más intrigados por las antigüedades que tenían al alcance de la mano.

Dirigiendo el cañón del trabuco hacia aquel alemán enorme y calvo, Jeff preguntó con calma:

-¿Me buscaba a mí, Herr Fridrich?

La lustrosa coronilla se alzó sorprendida, y durante un instante Gustav se quedó mirando con expresión de alarma en los ojos el arma amenazadora que le estaba apuntando. Luego pareció refrenar el miedo. Sus ojos azules, claros como el hielo, se estrecharon con expresión burlona mientras levantaba una mano con un gesto de desafío.

-¿Eres lo bastante valiente para matar a Gustav cuando en este vestíbulo hay unos cuantos de mis hombres que me vengarán?

Jeff alzó los hombros con gesto indolente.

-Estoy seguro que tus hombres perderán iniciativa cuando vean que no tienen a nadie que los proteja. En cualquier caso, morirás Gustav, y luego ya me las arreglaré con tus hombres. Por lo que se ve, son como un cuerpo sin cabeza, unos estúpidos.

-¡Me has robado a mi mujer! -gritó Gustav, agitando un puño como un martillo hacia Jeff-. ¡Pagué por ella doscientos cincuenta dólares yankees a Cooper Frye, y tú me la has robado!

Jeff contempló pensativamente su antebrazo mientras frotaba en él el cañón del trabuco.

-Entonces el viejo Cooper Frye ha cobrado dos veces por su sobrina -dijo en voz alta y cuando alzó los ojos, el frío acero de su mirada era tan amenazador como la pistola-. Tendrás que pedirle que te devuelva el dinero o considerarlo una pérdida. Mira, yo le di ,bastante más de lo que le has pagado tú, setecientos cincuenta dólares yankees para ser exactos, y como ya me he casado con Raelynn Barret, te sugiero a ti y a tus hombres que abandonéis mi casa antes de que muera alguien, porque yo no comparto a mi mujer contigo ni con ningún otro hombre. -Como si quisiera subrayar sus palabras, Jeff tiró del percusor del trabuco-. Y te prometo, Herr Fridrich, que si persistes en esta locura, serás el primero en morir.

-No deberías…

El estruendo de un disparo sorprendió al alemán y le hizo dar un salto para cubrirse. Su tamaño hacía que sus movimientos fueran más lentos y cuando una segunda pistola respondió a la primera, fue catapultado hacia atrás por el impacto de una bala que le entró en el hombro. De su garganta salió un rugido mientras se ponía una mano en la herida y se retorcía en agonía en el suelo, pero le costaba mucho moverse porque el brazo le colgaba fláccido, destrozado. El dolor le hacía rechinar los dientes, pero él hizo un esfuerzo, se puso de rodillas y lanzó un gruñido de rabia contra el hombre que hacía un instante le había desafiado. Su furia se transformó en una expresión atónita e incrédula porque el dueño de la casa se había caído hacia delante y estaba tendido boca abajo en las escaleras. Un hilillo de humo se elevaba del cañón de su pistola, que todavía sujetaba con la mano, y de la enmarañada cabeza que colgaba en el borde de un escalón, brotaba la sangre que se iba extendiendo sobre la pulida superficie del siguiente, formando rápidamente un charco rojo brillante.

Un grito de rabia rompió el repentino silencio que hizo volverse a Gustav sorprendido.

-¡Has disparado al amo! -aulló Kingston con un sollozo mientras corría hacia las escaleras.

Gustav sacó la pistola de la funda y dio media vuelta apuntando con ella al criado. Recordó haber visto otro trabuco en el cinturón del pantalón de Jeff e imaginó lo que podría suceder si el mayordomo lo cogía. Con los dientes apretados dio el alto al negro.

-¡Quieto o te mato ahora mismo!

-¡El amo! -sollozó Kingston-. ¡Está herido! ¡O quizá muerto!

-¡Para él ya es demasiado tarde! -rugió Gustav-. Si todavía vive, no seguirá así por mucho tiempo, no con esa herida en la cabeza. ¡Quédate donde estás!

Kingston lanzó una mirada de desconfianza cuando oyó el áspero sonido de las pistolas a sus espaldas. Varios rufianes se habían adelantado con las armas en la mano y le estaban apuntando desde muy cerca. El criado se quedó inmóvil y levantó las manos con un gesto de sumisión.

Gustav apartó su atención de él y dirigió una ceñuda mirada a sus hombres.

-¿Quién de vosotros le ha disparado a Herr Birmingham?

Un joven de cabello rizado llamado Olney Hyde se adelantó con una sonrisa petulante y examinó al dueño de la casa mientras se guardaba la pistola humeante en la funda.

-No podíamos permitir que este te matara, Gustav, no después de habernos prometido una recompensa por ayudarte, así es que le apunté en la cabeza y disparé-. No se dio cuenta de que Gustav se aproximaba rápidamente y chasqueó los dedos, ufano-. ¡El tipo ha caído como un ladrillo! No pensé que le iba a acertar.

-¡Dummkopf! ¡Has estado a punto de matarme! -bramó Gustav, y con el brazo sano le dio un puñetazo en la cara al rufián.

El golpe envió a Olney al suelo y fue a parar junto al pie de la escalera donde se quedó un instante aturdido. Sacudió la cabeza para aclarar su confusión, se levantó y se quedó mirando al alemán con ojos turbios.

-Cuando disparaste a Herr Birmingham -explicó Gustav a todo pulmón-, levantó la pistola y me disparó a mí. ¡Mira lo que has hecho! -Torció los labios con expresión burlona mientras señalaba el brazo que le colgaba, luego levantó un puño amenazador contra el joven y lanzó contra él todos los insultos que se le ocurrieron. Finalmente calló, no sin antes lanzar una amenaza.

-Si pierdo el brazo, Olney Hyde, ¡te juro que te haré picadillo!

El grito llegó a todos los rincones de la casa, pero Raelynn ya había salido de la habitación cuando oyó los disparos. Poco después de que Jeff la dejara, se recogió los largos cabellos en un moño y se puso el vestido y los zapatos que llevaba cuando se habían conocido. Aunque estaban muy ajados, estaba encantadora. Su presencia atrajo todas las miradas y aquellos bribones que la contemplaban sorprendidos comprendieron por qué Gustav se negaba a entregar a aquella joven a otro y por qué quería pagar una fortuna para llevársela.

Cuando llegó al rellano a Raelynn se le heló la sangre. Durante un instante su mirada se fijó en los bribones y luego se posó en la forma que yacía inmóvil en las escaleras. Un grito de desespero escapó de su boca mientras descendía los escalones a trompicones. Un riachuelo de sangre descendía por la escalera desde la cabeza de Jeff, pero no se dio cuenta de que se empapaba el vestido cuando puso la cabeza de su marido en su regazo.

-¿Qué te he hecho? ¿Qué te he hecho? -Se estremeció de dolor, llorando una viudedad que había llegado con demasiada rapidez. Luego su mirada se fijó en Gustav y en su interior sintió una furia incontenible. Temblando sin poder dominarse, lo miró con los ojos llenos de lágrimas-: ¡Asesino!

Gustav la señaló con una mano ensangrentada mientras ordenaba a sus hombres:

-¡Cogedla! -Su voz dejó traslucir el dolor a pesar del tono de mando-. ¡Tenemos que salir de aquí antes de que venga alguien!

Raelynn apartó la cabeza de Jeff de su regazo y corrió escaleras arriba en un intento de escapar; pero Olney Hyde, deseoso de recuperar el crédito ante el alemán, salió corriendo tras ella.

-¡Corra, señorita Raelynn! -gritó Kingston y empezó a seguirla, pero alguien le puso una pistola junto a la cabeza.

-Si en algo aprecias tu vida, negro, te lo pensarás dos veces antes de interferir -le advirtió Gustav muy serio.

Olney subió rápidamente las escaleras detrás de Raelynn, pero cuando alcanzó el rellano, la joven giró en redondo emitiendo un gruñido muy poco femenino y le propinó una patada que a punto estuvo de alcanzarle en la cara. Olney la esquivó con facilidad y le pasó un brazo por debajo de la pierna, levantándola y bajando las escaleras con ella en brazos. Cuando llegaron al final, dos hombres la sujetaron y la llevaron ante su jefe.

Agarrándose el hombro, Gustav avanzó y se burló cuando sus ojos

se detuvieron en el vestido ajado y manchado de sangre.

-Tu marido era un hombre rico aunque no muy generoso contigo, mein Liebchen. Seguramente admirarás a Gustav cuando te compre bonitos vestidos, ¿verdad?

-Cuando llegue ese día el mundo dejará de existir, Gustav. -Su voz transmitió el desprecio visible en sus labios. Luego su tono se hizo más fuerte y la dureza de su amenaza provocó un hormigueo en la nuca del alemán-. Por lo que has hecho, te juro que me vengaré e intentaré matarte.

Gustav se esforzó por sonreír.

-Habla como una frau con temple. Así será más agradable conquistarla.

Raelynn palideció ante el comentario y no pudo reprimir un escalofrío de repulsión cuando miró aquel rostro siniestro. Parecía disfrutar enfrentándose a una débil mujer. Raelynn observó el cruel salvajismo en las duras líneas de su semblante, que mostraban claramente la verdadera naturaleza de aquel hombre. Si ella había esperado encontrar algún rincón oculto de calor o de compasión en aquel bellaco, comprendió enseguida que era de esa clase de hombre que sólo sirve a sus propios intereses sin importarle a quien hiere o daña en el camino. No tenía conciencia de lo que preocupaba a los demás. O eran meros animales que servían a sus intereses, o eran destruidos.

Como fragmentos de cielo azul, aquellos ojos taladraron hasta lo más hondo la mirada inquisitiva de Raelynn helándole el corazón mientras alzaba una ceja divertido ante su atónita incredulidad. Los demás tenían razón al temerlo, y en aquel momento la joven supo que ella no era una excepción. Aquel mismo día, por la tarde, había creído que su futuro iba a estar lleno de felicidad, ahora sólo preveía que su vida sería un infierno.

Gustav apretó el brazo con fuerza contra el costado, lamentando la angustiosa agonía de los huesos astillados que le atravesaban la carne. Cogió el cordón de terciopelo de una cortina cercana y ordenó a uno de sus correligionarios que le atara el brazo al costado. Aunque el dolor que sentía casi le dobló las rodillas, se mantuvo inmóvil mientras el hombre cumplía la orden. Finalmente, con los labios blancos y el semblante rígido, se dirigió a sus hombres:

-Dos de vosotros os adelantaréis a caballo hasta Charles ton a buscar al Doktor Clarence. Traedlo a la fuerza si es necesario, pero tiene que estar esperándome cuando llegue.

Un par de hombres salieron del vestíbulo y el ruido de los cascos de los caballos puso en evidencia la rapidez de su marcha. Gustav siguió con el resto de los hombres a un paso más lento y fue levantado cuidadosamente por cuatro de sus correligionarios más vigorosos hasta una calesa que habían confiscado, junto con los arneses y los caballos, de los establos de Birmingham. Raelynn fue transportada hasta lomos de un caballo, pero cualquier intento de huida habría sido inútil porque uno de los hombres se puso detrás de ella y sujetó las riendas con firmeza.

El sonido de la partida quedó ahogado por el grito y los gemidos del mayordomo que, apresuradamente, corrió hacia las escaleras. Kingston se arrodilló al lado de su amo y cuidadosamente buscó el espeso mechón de cabellos y encontró la línea larga y sangrienta en el cuero cabelludo. Mientras apartaba los mechones del profundo corte del que manaba sangre, creyó sentir una débil respiración en su brazo. Se inclinó y, con ansiedad, cogió la muñeca entre los dedos, no pudo detectar el pulso. Pero sus manos temblaban de tal manera que no hubiera podido percibir el golpe de un martillo de acero.

Cogiendo en sus brazos el cuerpo de Jeff, Kingston sostuvo con fuerza su carga mientras hacía un esfuerzo para ponerse de pie. Mientras subía las escaleras, las lágrimas descendían por su oscuro semblante al tiempo que se decía:

-En cuanto pueda, mataré a ese calvo.

Como respuesta a la amenaza, el repentino gemido del hombre que llevaba en los brazos hizo dar un respingo de sorpresa a Kingston, que corrió el peligro de caer rodando por las escaleras. Observó entonces una débil sonrisa en el rostro de su amo y con un ruido sordo, Kingston cayó de rodillas.

Alzó la vista como si esperara ver a algún ser celestial encima de él, pero lo único que vio fue el brillo de la lámpara de cristal con sus velitas encendidas que estaba a punto de apagar cuando Gustav y sus bribones habían irrumpido por la puerta. Lanzó un gemido y las lágrimas, esta vez de alegría, le cegaron los ojos.

-¡El amo está vivo! ¡Está vivo!

Saliendo de una profunda oscuridad, Jeff se pasó una mano por la palpitante cabeza y susurró:

-¿Qué ha pasado?

-¡Si lo supiera! -exclamó Kingston encogiéndose de hombros-. Quizá ha sido un ángel que lo ha tocado.

-¿Un ángel? -la confusión de Jeff aumentó cuando miró de soslayo a su criado, pero la cabeza le dolía demasiado para dar algún sentido a la afirmación del mayordomo. Hizo un esfuerzo para incorporarse y se apoyó en el siguiente escalón. Movió los ojos despacio y a pesar del dolor que sentía, consiguió echar un vistazo al vestíbulo. Estaba seguro de que hacía un segundo estaba lleno de rufianes. ¿O lo había soñado?

-¿Dónde están Gustav y sus hombres.?

-Se han marchado, amo J effrey y se han llevado con ellos a la señora Raelynn.

Jeff se puso de pie lanzando una maldición y pronto se arrepintió del imprudente movimiento porque sintió un dolor horrible en la cabeza. El mundo giró a su alrededor. Apenas podía mantenerse de pie, se cubrió el rostro con las manos y esperó a recuperar el equilibrio.

Kingston, cuando vio que a su amo le costaba mantenerse de pie, rápidamente le rodeó los hombros con el brazo y lo llevó despacio hasta el rellano superior.

-Es mejor que se vaya a la cama, amo Jeffrey, donde podrá descansar y yo le contaré lo que ha sucedido. Luego buscaré un puñado de hombres para ir detrás de la señora Raelynn y ese diablo de señor Fridrich. Voy a enviar a alguien a caballo a avisar al amo Brandon. Usted no puede montar en el estado en el que se encuentra.

-Ni siquiera sé a dónde se la han llevado -se lamentó Jeff mientras el sirviente lo acompañaba al vestíbulo.

-No se preocupe, amo Jeffrey. El señor Fridrich les dijo a sus hombres que fueran a buscar a Doc Clarence para que le curara de las heridas. El doctor Clarence quiere a la familia Birmingham, él nos dirá lo que queremos saber o no me llamo Kingston Tucker.

Jeff frunció el ceño, confundido.

-¿Cómo resultó herido Fridrich?

Kingston sonrió mientras abría la puerta del dormitorio de su amo.

-Usted lo hizo, amo Jeffrey. Cuando aquel joven le disparó, usted disparó también y la bala le dio al señor Fridrich en el hombro e hizo que el brazo le colgara como si estuviera roto. Creo que no me equivoco si le digo que su puntería fue tan certera como siempre.

Kingston dejó cuidadosamente a su amo en el borde del lecho y durante un rato Jeff permaneció sentado frotándose las sienes, intentando que desapareciera el dolor. Cuando retiró las manos, se contempló los dedos que estaban lenos de sangre.

-Creo que he perdido parte del cabello, Kingston.

El mayordomo lanzó una risita ante las muestras de humor impávido de su amo.

-Pensamos que estaba muerto, amo Jeffrey, o al menos a punto de estarlo. La señora Raelynn también lo pensó. Juró que se lo haría pagar al señor Fridrich y que intentaría matarlo.

-No tendrán tanto cuidado si creen que estoy muerto -dijo Jeff, mientras Kingston ponía algunas toallas encima de la almohada para protegerla de las manchas de sangre-. Pero debemos encontrarlos antes de que Gustav se dedique a Raelynn.

-Espero que ese hombre esté más herido de lo que cree para que usted pueda descansar y esperar a que llegue el amo Brandon, -Kingston echó hacia atrás a Jeff y extendió sus piernas encima del colchón-. No soy médico, pero es posible que ese sinvergüenza ya no pueda utilizar más el brazo.

Kingston vertió agua de una jarra en una palangana y, humedeciendo un trapo, empezó a lavar la herida con sumo cuidado.

-No te preocupes por mí ahora, Kingston -urgió Jeff, apartando el trapo-. Necesito que envíes ahora mismo a alguien a avisar a mi hermano. Envía a otro a Charleston a contarle al sheriff Rhys Townsend todo lo que ha sucedido. Seguro que lo entenderá. Y también necesitamos a algunos hombres dispuestos a ayudamos.

-¡Sí, amo Jeffrey! -Kington salió corriendo de la habitación dejando a Jeff con los ojos cerrados soportando el dolor que le producía la herida en la cabeza.

 

 

 

Raelynn permanecía en un rincón en penumbra del desordenado almacén mirando en silencio cómo Gustav se llevaba una jarra de whisky a la boca y daba un gran trago. El médico, un caballero de edad con los cabellos blancos y un pequeño bigote y barba, se encontraba en un agitado estado de irritación cuando llegó, por lo que vertía sobre su paciente parte de su enfado.

-¡Ya se lo dije antes, Gustav! ¡Y es evidente que tengo que repetírselo! ¡Estoy cansado de hacerle chapuzas! -despotricó-. En cuanto lo curo y puede ponerse de pie otra vez, ya está otra vez metido en discusiones con otros maleantes. Debería empezar a tomar en consideración los peligros de asociarse con sinvergüenzas o bien aprender a reprimir su temperamento cuando se encuentra entre ellos. Si no, uno de estos días sus hombres lo traerán en una caja de pino.

-Deje de predicar -murmuró Gustav con ira-. Me duele demasiado para escucharlo.

El médico lanzó un resoplido.

-Bien, no pretendía que me escuchara. Le dije la última vez que lo curé que estaba harto de que me llamaran aquí. Si ignora mis advertencias, entonces no quiero tener nada más que ver con usted.

-Arrégleme el brazo ahora. Quizá la próxima vez le haga caso.

-¡No es probable! -se burló el doctor Clarence. Sin embargo, cortó la camisa ensangrentada con sumo cuidado y examinó la herida. Entonces hizo su diagnóstico con un profundo suspiro de exasperación.

-Hay que sacar la bala, desde luego. De otro modo le envenenará la sangre. Si esto sucede, perderá el brazo… o la vida. Tendré que sacarla sin dilación, además de las astillas de hueso que pueda encontrar.

-No me dice nada de lo que ya sé -gruñó Gustav-. ¡Empiece!

-Hubiera tenido mejor suerte si la bala hubiera salido limpiamente por el hombro -continuó diciendo el doctor Clarence.

-Haga lo que tenga que hacer. No quiero perder el brazo.

-Es mejor perder el brazo que la vida.

Raelynn se burló mentalmente del sabio consejo. Si no hubiera sido por este bruto patán, hubiera deseado gritarle al médico, mi marido todavía estaría vivo y yo a salvo, en sus brazos. Con silencio hostil escudriñó el pecho enorme de Gustav mientras recordaba el musculoso torso de su marido que hacía ya tanto tiempo que había admirado.

Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando recordó a Jeff tumbado en las escaleras con la sangre manando de su herida. La verdad la exacerbó nuevamente. Jeff todavía estaría vivo si no hubiera sido por ella. Cuando accedió a casarse con él, lo había sentenciado a muerte. Ni siquiera tendría un hijo que lo recordara. Aunque ahora sabía mucho más de los hombres que cuando se había despertado aquella misma mañana, todavía era virgen, un hecho que sólo podía atribuirse a la gentileza de Jeff para con ella y ahora, este iba a ser su castigo. Sería el juguete de ese loco y despreciable bruto que sólo conocía la lujuria y la codicia. La violaría sin importarle nada. Desde ahora lo único que le pedía a la vida era verlo muerto, con una muerte lenta y dolorosa, porque así era como sufriría ella por haber dirigido a ese monstruo contra Jeff.

El lamento de Gustav sacó a Raelynn de sus pensamientos para llenarla de ansiedad. Tres de sus hombres lo sujetaban al colchón mientras el médico operaba la herida con instrumentos de metal. Se aproximó en silencio hasta los pies de la cama y cuando sus ojos se cruzaron con los de Gustav, el alemán apretó los dientes para reprimir otro grito y tembló en silencio.

-¡Qué valiente eres, Gustav! -Se burló Raelynn-. Tus chillidos son tan fuertes como los de un bebé que ha perdido el chupete.

El doctor Clarence la miró sorprendido, convencido de que Gustav había elegido a una mujer de frío corazón para compartir sus noches con ella. Luego, su mirada penetrante volvió a fijarse en su paciente. La aversión era casi tangible, lo cual no podía llegar a comprender. Según le habían dicho, había ido voluntariamente al almacén. Entonces, ¿por qué ese joven llamado Olney Hyde parecía rondar amenazadoramente a la joven?

-Haz algo útil, muchacha -ordenó el doctor Clarence, taladrándola con la mirada antes de hacer un gesto con la cabeza hacia la jarra de whisky-. Lava esta sangre con ellicor.

Raelynn contempló la forma panzuda de Gustav detenidamente y luego levantó la mirada hasta el médico.

-¿Por qué debo hacerlo?

Olney le agarró el brazo hasta hacerle daño y apretó el cañón de la pistola contra la sien de la joven.

-Porque si no lo haces, te saltaré la tapa de los sesos.

Cuando escuchó el sonido metálico del gatillo del arma, a Raelynn se le heló la sangre en las venas. La muerte sólo era un latido del corazón que se detiene; recordó a su marido muerto y consideró el beneficio de su propia muerte, al fin su conciencia dejaría de acusarla.

Alzó los hombros con un gesto de indiferencia y se enfrentó al hombre que la estaba amenazando.

-Es mejor que compartir la cama con ese cerdo asqueroso.

Durante un instante, Olney se la quedó mirando con expresión amenazadora, nunca había visto a un hombre, y mucho menos a una mujer, que se burlase así con una pistola en la sien.

El doctor Clarence se enderezó, indignado.

-¡Aparta ese maldito cañón antes de que agujeree la cabeza de la muchacha! -rugió colérico-. ¡O me ayudas o dejaré que este hombre muera bajo mi escalpelo!

-¡Olney! ¡Haz lo que dice! -gritó Gustav. Cogió de nuevo la jarra y haciendo un gran esfuerzo dio varios tragos mientras temblaba de dolor.

Olney alzó los hombros con gesto indolente y apartó el cañón de la pistola de la cabeza de Raelynn. Imitando una reverencia de cortesía, se apartó unos pasos de la joven dejándola respirar.

-Muchacha, no eres muy escrupulosa -dijo el doctor Clarence con impaciencia-. Te he dicho que me ayudes.

Raelynn indicó con la mano a media docena de bribones que estaban en la habitación bebiendo whisky de sus jarras.

-Estoy segura de que esos hombres tienen tantas ganas de que el señor Fridrich sobreviva como yo. Esta noche estaba casada y ese cerdo alemán ha matado a mi marido antes de traerme a este cubil de ladrones asesinos. Lo único que me importa es vengarme, y si le ayudo, haré todo lo que pueda para ver que ese Gustav no acabe la noche.

Gustav lanzó un resoplido en medio del dolor.

-Puede que deje a mis hombres que sean los primeros, ¿eh, frau Birmingham?

-¿Birmingham? -repitió incrédulo el doctor Clarence. Miró primero a German y luego a Raelynn y preguntó con rudeza-: ¿Quieres decir, muchacha, que esta tarde te has casado con Jeffrey Birmingham y que ahora él está muerto?

A Raelynn se le llenaron los ojos de lágrimas mientras asentía.

-Gustav y sus hombres irrumpieron en la casa de la plantación Oakley y le dispararon mientras yo estaba arriba.

El doctor Clarence lanzó una maldición en voz baja, dejó el escalpelo y empezó a pasear por la habitación profundamente turbado.

-Hace unos treinta años ayudé a venir al mundo a Jeff Birmingham. Me mandaron a buscar cuando descubrieron que venía de nalgas. Su madre soportó valientemente el dolor para dar a luz a su bebé. Desde entonces, he visto pocos hombres que pudieran igualar el valor de los Birmingham. ¡Y ahora me dices que Jeff ha sido asesinado y que debo atender a su asesino! ¡El diablo se os lleve a todos, ratas asquerosas! ¡No lo haré!

Gustav clavó unos ojos como dos bolas de fuego en el médico. El dolor en el hombro era mucho más fuerte que las palabras del médico sobre Jeff o que el desagrado que pudiera sentir después de escuchar las de la joven sobre la pérdida de su marido. Con un gesto de ira y un chasqueo de los dedos, Gustav envió a Olney al lado de Raelynn con el arma. De nuevo la martilleó junto a la sien de la joven.

-La muchacha morirá, Doktor, si no me cura el hombro. Y le prometo que si Olney tiene que matarla a ella, también lo matará a usted.

El doctor Clarence lo contempló durante un instante. Luego, ya que no tenía otra elección, asintió sin decir palabra. Cogió nuevamente el instrumental y esperó hasta que la pistola se alejó de la cabeza de Raelynn para volver a su trabajo.

Gustav se desmayó cuando el médico le extrajo la bala. También sacó algunos trozos de hueso astillado. Fue entonces cuando Raelynn accedió a ayudar, pero sólo para humedecer la frente del médico. Olney continuó a su lado, dispuesto a segarle la vida si el escalpelo dejaba de trabajar.

Al fin fue cerrada la herida y vendada de tal manera que el brazo herido quedó pegado al costado del alemán. Gustav se agitó un poco cuando lo estaban vendando, pero como sentía tanto dolor, el anciano médico le dio una cucharada de láudano para que se quedara dormido. Mientras el alemán se sumergía en las profundidades del sopor, el doctor Clarence empezó a guardar sus herramientas.

-Me voy a casa a limpiar todo esto -les dijo a los hombres de Gustav-, pero volveré dentro de dos horas para comprobar como sigue. Si empieza a sangrar otra vez, enviad a alguien a buscarme. Y ahora una advertencia. Si cuando vuelva encuentro que la muchacha ha sufrido algún tipo de daño, dejaré que Gustav se pudra en su propia sangre, os lo prometo.

El doctor Clarence salió a regañadientes porque no quería dejar a Raelynn en manos de su raptor. Aunque su casa sólo se encontraba a cinco edificios de distancia, le pareció que había recorrido varios kilómetros cuando finalmente llevó el caballo al establo y descabalgó.

-¿Doctor Clarence?

El anciano miró de soslayo hacia las sombras de donde procedía la voz. Sintió cierta aprensión porque por segunda vez en unas horas una voz lo llamaba desde la oscuridad. Pensó en las consecuencias que sufriría Raelynn si alguien más había decidido llevárselo a algún sitio.

-¿Quién es? ¿Qué desea?

-Necesitamos su ayuda, doctor Clarence.

La voz procedía de la penumbra y el médico apenas vio a dos hombres altos y vestidos de negro que se aproximaban. Cruzaron una mancha de luz de luna que brillaba a través de las ramas de un gigantesco roble y el médico se quedó atónito cuando vio a uno de ellos.

-¡Jeffrey Birmingham! ¿Qué milagro es este? Me habían dicho que habías muerto.

-Ha estado a punto -respondió Brandon Birmingham apoyando una mano en el hombro de su hermano-. Tiene una profunda herida de bala en la cabeza.

-Necesitamos su ayuda, doctor Clarence-repitió Jeff cuando se detuvo junto al anciano-. Tiene que decimos a dónde se han llevado a mi esposa, a Raelynn.

-Te lo diré con mucho gusto, J eff -contestó el médico-, pero no podéis ir allí solos. ¡Os matarán!

-Tenemos siete jinetes escondidos entre los árboles detrás de su casa y esperamos doce más con el sheriff. Enviamos recado por delante, para que Rhys supiera con cuantos hombres. de Gustav tendríamos que enfrentarnos. Depende de cuantos voluntarios haya podido reunir a estas horas de la madrugada.

-Matarán a Raelynn si no tenéis cuidado -advirtió el médico-. Me obligaron a curar el hombro de Gustav poniéndole una pistola junto a la sien. Ese bribón, Olney, debe de sentir placer matando. He oído algún rumor sobre él, dicen que fue quien te disparó, Jeff. Créeme, es tan peligroso como una serpiente cascabel.

-Si Olney la mata, tendrá que responder ante Gustav -razonó Jeff-, no creo que quiera hacerlo. Podría significar su vida. ¿Cuándo esperan que vuelva?

-Dentro de dos horas, más o menos.

-Díganos dónde se esconden -urgió Brandon-. Necesitamos saber todo lo que pueda decirnos de ese lugar, entonces podremos establecer un plan.

-Vosotros dos debéis conocerlo. Están en el viejo almacén de Milburn, justo a unos edificios de aquí.

-Pensé que se iban a ocultar en otro lugar -dijo Jeff.

-Como Gustav siempre tiene a su alrededor un ejército de hombres para protegerlo, ¿por qué iba a tener miedo de que alguien lo molestara en su guarida? -razonó el doctor Clarence-. Además, ese hombre tiene más vidas que un gato.

-Conocemos bien el almacén -informó Brandon al cirujano-. De hecho Jeff estuvo a punto de comprado hace un tiempo, pero luego decidió que estaba demasiado alejado de los muelles para que resultara cómodo para los embarques.

-Gustav vive en un apartamento que se ha construido en la planta baja del almacén -les advirtió el doctor Clarence-. La mayoría de los hombres probablemente estarán con él, pero también podéis esperar que haya algunos vigilando lo que sucede afuera.

-Cuando vuelva y acabe de visitar a Gustav, procure quedarse junto a la puerta con Raelynn. Cuando escuche un suave gorjeo de pájaro procedente del exterior, sugiera que se va a sentir mejor cuando respire un poco de aire fresco. Insista en ello. Si Gustav está despierto, pregúntele si ella puede salir a dar un paseo. Como creerá que sus hombres están vigilando afuera, dará su consentimiento. Espero que entonces ya habré reemplazado sus centinelas con algunos de mis hombres.

El doctor Clarence se frotó la barba pensativo.

-El plan puede funcionar si todo sale bien. Al menos me permitirá sacar de allí a Raelynn antes de que empiecen los disparos.

A la luz de la luna, brilló la blanca sonrisa de Jeff.

-Y yo estaré junto a la puerta para ponerla a salvo.

-Acabo de recordarlo, muchacho -dijo el doctor Clarence poniendo una mano en el brazo de Jeff-. Raelynn cree que estás muerto. Sufrirá una fuerte impresión cuando vea que estás vivo.

-Procuraré no impresionada demasiado -Le aseguró Jeff. Luego frente a la casa del médico, contempló el gato rayado que estaba sentado en el porche y añadió rápidamente los últimos toques de su plan-. ¿Qué le parece si le tomamos prestado aquel gato macho?

-¿Felix? -Al médico le confundió aquella pregunta-. Con gusto, Jeff. ¿Por qué?

-Felix podría crear ese tipo de diversión que necesitábamos para distraer la atención de los vigilantes, especialmente si el gato es perseguido por los sabuesos del sheriff. También necesitamos ese bozal que fabricó para la cabeza de Felix cuando iba detrás de todas las hembras de la ciudad.

El doctor Clarence miró a Brandon, que estaba desconcertado. Pero al cabo de un instante, dijo:

-Pobre sabueso de Townsend si da caza a Felix. A ese viejo gato se le conoce por haber hecho pedazos a varios perros mestizos.

El comentario despertó las carcajadas de los otros dos.

-Townsend posee un silbido especial que hace que el perro vuelva a su lado en medio de la carrera. Si todo sale bien, ningún animal resultará herido.

-No me preocupo, Jeff: Ya se que cuidarás de Felix. Siempre le divertían las goloisinas que le llevabas cuando venías de visita -dijo el médico muy serio-. Pero temo por ti y tus amigos. He ido varias veces al almacén a curar a Gustav y sus hombres, y en varias ocasiones he observado grandes canastas apiladas en el almacén casi hasta el techo, del tipo de esas armas de avancarga que se embarcan. No me sorprendería que Gustav guardara en el almacén un montón de ellas. Tiene hombres suficientes para utilizar cualquier tipo de arma que tenga guardada. Podrías empezar una guerra.

-En cuanto Raelynn esté a salvo, el sheriff se encargará de Gustav y de sus hombres como crea conveniente -replicó Jeff-. Últimamente se ha hablado de los contrabandistas que hay en la zona. Townsend puede decidir registrar el almacén, a ver lo que encuentra.

El anciano dio una palmadita suave en la mejilla de Jeff mientras emitía una risita.

-Advierte a tus amigos que echaré un vistazo al herido. Gustav podría estar mucho tiempo en la cárcel recuperándose de sus heridas. Considerando la frecuencia con la que resulta herido, podría vivir mucho tiempo si se le encierra.

-Estoy seguro de que Townsend hará lo que pueda para satisfacer tu petición. Gustav le despierta tanto interés como a nosotros.

-Gustav no es lo que llamarías un tipo clemente. Si logras sacar de allí a Raelynn, irá tras ella de nuevo… si no se le aparta.

-Me gustaría verlo -Le aseguró Jeff al médico-. Si no es un contrabandista, entonces es un secuestrador.

-Y si sólo es cuestión de tiempo, antes de que vuelva a estar libre otra vez, ¿entonces qué?

-Entonces lo mataré.