Capítulo 1

Cerca de Charleston, Carolina del Sur, 17 de julio de 1803.

 

 

 

Una suave brisa con perfume de rosas soplaba a través de las ventanas abiertas y de las puertas acristaladas de la casa de la Plantación Oakley, llenando las espaciosas habitaciones con el aire fresco de una tarde de mediados del verano. En un dormitorio del segundo piso, el refrescante viento de poniente se deslizaba en el interior, con el sonido sibilante y sedoso de los paños de encaje hinchándose detrás de las cortinas de terciopelo elegantemente adornadas. El crujido de la ropa no era más que un murmullo en medio de la sosegada calma, tan suave como el tembloroso suspiro de la joven novia cuando su marido apartó los labios. de los suyos. Bajo su cálida mirada de admiración, las oscuras pestañas de ella se alzaron y Jeff Birmingham se encontró sumergido en un radiante estanque de agua azul.

-Cuando me miras así, querida Raelynn -susurró, hipnotizado por su deslumbrante belleza-, creo que hemos estado enamorados desde el inicio de los tiempos.

La mirada de Raelynn siguió pausadamente el trayecto de uno de sus finos dedos por el rostro de la bronceada mejilla de su marido, pasó sobre una fina cicatriz en forma de medialuna junto a la boca y luego a lo largo de la vigorosa línea de la mandíbula. Era tan hermoso, que era fácil imaginar que una joven impresionable se quedara prendada de él inmediatamente. No pensaba que fuera tan susceptible. Sin embargo, en el breve transcurso de una tarde, conoció y se casó con este hombre.

Raelynn, sonriendo a los ojos verdes que centelleaban con un brillo anhelante encima de los suyos, acarició sus labios con la yema de los dedos.

-Es posible que hayamos estado enamorados toda nuestra vida, Jeff, y sólo estábamos esperando encontramos el uno al otro.

-Entonces soy un hombre muy afortunado -contestó con voz ronca-. Eres la ,visión que vislumbraba en sueños, y aunque el rostro y la forma de mi hechicera no era sino una sombra vaga en mi mente, esperaba que si buscaba lo suficiente, un día se convertiría en realidad. Cuando te vi está tarde, fue como si hubieras salido de los sueños para entrar en mi vida. Eres la única que he deseado, el dulce néctar que he estado ansiando. De ahora en adelante estaré atado a ti para toda la eternidad.

Raelynn pasó los brazos alrededor del cuello de su marido y suspiró con expresión soñadora.

-Poco podía prever cuando me desasí del brazo de mi tío que iba a caer en brazos de mi futuro marido tan sólo a unas casas de distancia. -Su risa argentina voló en espiral hacia arriba y se mezcló con el suave tintineo de los prismas de cristal, que la brisa agitaba en la lámpara que había encima de sus cabezas-. Y pensar que estuve a punto de partirte la coronilla frente a la tienda de sombreros de Mrs. Brewster.

Jeff rió divertido al recordar la discusión que había tenido con la sombrerera, una mujer gruesa y de mediana edad, poco antes de que se cruzara en su camino aquella atractiva belleza. Mrs. Brewster le había irritado ante la posibilidad de que encontrara una esposa que pudiera igualar la exquisita hermosura de su cuñada, y sin embargo, apenas diez minutos después descubrió que la tenía ante sus ojos.

-Tienes una forma muy especial de llamar la atención de un hombre, querida.

Raelynn se rió de la broma.

-Supongo que debería disculparme por mis prisas improcedentes, señor, pero ¿cómo podía saber que un caballero como usted iba a salir de la tiendas de sombreros de señora justo cuando yo pasaba por delante? -Ladeando la cabeza coquetona, lo contempló con escepticismo retozón-. No parece usted de la clase de los que llevan bonete, Mr. Birmingham. ¿O acaso fuiste a visitar a Mrs. Brewster? ¿No es un poco mayor para ti?

-Es tan mayor para mí como joven lo eres tú, querida -replicó Jeff con una risita de garganta-. Debes saber que lo que estaba haciendo en esa tienda, mi atractiva pequeña bromista, era comprarle a mi cuñada un sombrero para el día de su cumpleaños. Si hubiera previsto que mi boda se iba a celebrar antes de la noche, también hubiera encontrado un sombrero a la altura de tu belleza.

Raelynn hizo un lindo puchero mientras alisaba el lazo de su corbatín.

-Te aseguro, señor, que los diez o los nueve años es para algunas la edad en que empieza la soltería. Y debes de estar de acuerdo en que yo no soy tan joven.

Jeff coreó con risas tal afirmación.

-Te acabas de casar con un hombre que ya ha cumplido los treinta y tres. Estoy seguro de que los chismosos harán especulaciones sobre en qué orfanato encontré a mi novia niña.

La joven no comprendía cómo un hombre con un aspecto tan extraordinario había logrado llegar a la madurez sin haberse casado y sin engendrar un gran número de descendencia por añadidura. Debió de llegarle una verdadera avalancha de súplicas melancólicas de las atontadas solteras de la zona. Y si él nunca había cedido a las súplicas de aquellas solteronas de ojos vacunos que anhelaban casarse con él, entonces seguramente debieron de ser una o dos amantes quienes se ocuparon de él. Quizá tenía todavía a alguna jovencita a la que visitar cuando sus caprichos masculinos se lo demandaran.

-Dime la verdad, señor -imploró con una sonrisa afectada e inquisitiva-. ¿Has tenido muchos amores en tu vida? ¿No me engañas cuando dices que soy la que has estado buscando todos estos años? .

Jeff alzó ligeramente las cejas antes de responder.

-En mi larga búsqueda de la mujer de mis sueños, no puedo negar que he probado a otras, pero nunca se me ha mitigado esa desagradable sensación de ,que me mordían los órganos vitales. No te miento cuando te digo que de todas las mujeres que he cortejado, a ninguna de ellas le he pedido que fuera mi mujer. El aliciente que me inspiraba buscar su compañía era efímero, tan evanescente como el rocío de la mañana. Además, cuánto más buscaba a la mujer de mis sueños, más decidido estaba a permanecer soltero hasta que la encontrara. -Torció la boca con una sonrisa-. Nunca supuse que ella cruzaría el océano para llegar al lugar donde nos hemos encontrado.

A Raelynn le reconfortaba que el desagrado que oscureció sus pensamientos después de un viaje desastroso y de la muerte de su madre, hubiera desaparecido ante la alegría y el placer que estaba experimentando.

Las expectativas de un futuro feliz le ayudaron a mitigar el trauma de perder a su madre. El año anterior, su vida se vio marcada por la tragedia con demasiada frecuencia, pero ahora se sentía completamente liberada.

Londres era un lugar lleno de crueldad, un lugar despreciable para vivir, después de las acusaciones de traición que hicieron contra su padre algunos de los pares menos notables. Quizá las ambiciones de aquellos vizcondes y barones fueron el punto crucial de los maliciosos intentos de difamar el nombre de lord Randall Barrett. Fueran cuales fueran los motivos, consiguieron su arresto, y aunque él negó con vehemencia las acusaciones, su padre murió en la cárcel sin que se le hiciera un juicio. Después del fallecimiento, la corona le despojó de sus propiedades y dejó a Raelynn y a su madre sin otro recurso que buscar refugio en una casa destartalada a las afueras de la ciudad. Con la reducida reserva secreta que su padre tenía para un posible cambio de fortuna, al menos habían podido cubrir sus necesidades básicas, aunque llevando un existencia triste y monótona. Encontraron poca compasión tras las odiosas difamaciones que el pueblo de la zona había vertido sobre ellas.

No fue un acto de bondad lo que llevó al tío de Raelynn hasta su puerta apenas un mes del fallecimiento de Randall Barrett. Veinte años antes, cuando Cooper Frye era un joven grumete, fue dado por perdido en el mar. Evalina, la madre de Raelynn, escuchó de boca de un extraño que había caído al mar durante una tempestad y que fue a parar a una isla donde permaneció durante muchos meses antes de ser rescatado por un buque mercante del Báltico que, tras subirlo a bordo como grumete, se dirigió a costas extranjeras. Evelina no vio nada en sus rasgos que le recordara a aquel muchacho alto y delgaducho que-se había marchado a la mar con tantas esperanzas. Pero conocía lo suficiente de la familia Frye para convencerla, finalmente, de que era su hermano.

Les habló del nuevo continente y tanto la madre como la hija consideraron que las cosas podrían ser mejor para ellas al otro lado del océano. Evalina, con prudencia debido a los limitados fondos, fue con Cooper Frye a adquirir el pasaje para un barco, aunque luego fue obligada a entregarle a él el dinero para que no se 10 robara alguien del pasaje. Pronto se arrepintieron de haber puesto su confianza en aquel hombre. Mientras Cooper Frye se ocupaba sólo de sus necesidades, Raelynn y su madre sufrieron diversas penurias, apenas tenían que comer, descansaban poco y no estaban solas en un agujero húmedo, sucio y atestado de gente.

Tres días después de que el barco anclara en Charleston, y dos semanas después de arrodillarse solemnemente junto al catre que primero sirvió de lecho a su madre y luego de féretro, Cooper Frye, imperturbable, dimitió del sagrado compromiso de ocuparse del bienestar de su sobrina. Le dio a Raelynn una falaz excusa que despertó sus sospechas, la llevó a visitar a Gustav Fridrich, un alemán calvo y de mirada de hielo que dominaba un sector de la ciudad y era muy conocido entre los trabajadores camorristas de los muelles. A primera hora del día fueron testigos de la paliza que le daban los matones de Gustav a un viejo tendero porque el hombre no había podido devolver un préstamo. Sin duda esto fue el catalizador que indujo a su tío a tramar su tortuoso plan. Un hombre de pocos escrúpulos como en apariencia era el alemán, no encontraría ningún inconveniente en que otro inividuo intentara beneficiarse de la venta de un pariente. Gustav había regateado como alguien que tiene siempre en cuenta una ganga y Cooper Frye le dio unas horas para pensar su propuesta. Si la quería, le había dicho su tío a aquel hombre, tenía que entregarle doscientos cincuenta dólares en moneda fuerte yankee antes de consolidar el asunto.

Raelynn recordó lo atrapada que se sintió después de salir del almacén del alemán. Decepcionada e indignada con su tío, se soltó, escapó de la sujeción de su brazo y echó a correr sin saber a dónde se dirigía, aunque estaba resuelta a poner la mayor distancia que le permitieran sus fuerzas entre ella y Cooper Frye. Deseó con tanto ímpetu contrariar los planes de su tío que no pensó en los peligros de correr precipitadamente por las calles de Charles ton. Giró una esquina y a punto estuvo de chocar con el hombre más guapo que nunca había visto. Fue en ese momento cuando Jeffrey Birmingham entró en su vida.

No hubo tiempo para disculpas. Espoleada por un grito de su tío, salió disparada por una calle transitada llena de tiendas sin darse cuenta de que se aproximaba un carruaje tirado por cuatro caballos. Jeff, que había salido corriendo tras ella, la levantó rápidamente entre sus brazos, la llevó al otro lado de la calle y la puso fuera de peligro antes de que fuera consciente de que había estado a punto de morir. No podía saber, claro está, que tras convertirse en su campeón, ella le aceptaría de buena gana como desposado… y, muy pronto, como amante.

Considerando la rapidez con la que se sintió atraída hacia él, Raelynn no se sorprendió de que no le pidiera un tiempo para conocerlo mejor antes de la boda. A pesar de los vertiginosos acontecimientos del día, estaba convencida de que obtenía un marido que la mayoría de sus congéneres se habrían pasado la vida buscando.

Cualquier mujer se habría sentido cautivada por aquellos hermosos rasgos, por ese ingenio encantador, pero había habido algo más entre ellos, un extraño magnetismo que los había empujado el uno al otro en el breve espacio de unas horas. Después de un cortejo tan rápido, sólo podía preguntarse qué les depararía el futuro. ¿Se arrepentiría de la apresurada unión? ¿Sería feliz durante toda su vida?

-Aquí estamos, Jeff, recién casados, dispuestos a compartir la cama y sin embargo, somos poco menos que unos extraños -reflexionó Raelynn en voz alta-. ¿De verdad eres tan maravilloso como pareces? ¿O me has hechizado con una poción mágica?

-Los dos habremos bebido el mismo brebaje embriagador, porque yo también estoy extasiado -declaró Jeff con voz ronca.

Apretó el brazo contra él, Jeff le dirigió una sonrisa, la acompañó a través de las puertas acristaladas y salieron a la terraza donde pasearon cogidos del brazo, admirando la belleza de un cielo de terciopelo negro adornado con una miríada de centelleantes estrellas y una luna de plata reclinada con indolencia encima de la copa de los árboles. Más allá de los campos bien cuidados que se extendían detrás de la casa principal, una hilera de majestuosos robles formaba una barrera ante las barracas de los sirvientes. Las ventanas iluminadas con faroles señalaban algunas chozas a través de las ramas inclinadas y desde una de ellas se escuchaba una suave y persistente tonada de una siringa. Aquellos sonidos, la vista que los rodeaba y la fragancia de las flores que embriagaba el aire estimuló sus sentidos. Hacía una noche para amantes.

Jeff deslizó los brazos alrededor de la cintura de su mujer y apoyó las caderas contra la balaustrada del porche mientras la acercaba y la ponía entre sus piernas. Volvió la cabeza y miró hacia los campos bien cuidados que se extendían hacia el este.

-Parte de la tierra que ves aquí se la dieron a mi padre en propiedad los ingleses, así como varios miles de acres que forman la plantación de la familia en Harthaven. Cuando mis padres fallecieron, mi hermano Brandon, el mayor, se quedó con Harthaven y el almacén y otras propiedades de igual valor, fueron para mí. Hasta hace unos años, vivía con mi hermano y dirigía las propiedades mientras él navegaba por el extranjero. Conoció a Heather en Inglaterra, se casaron y la trajo a Harthaven. Los chismosos se divirtieron mucho porque Brandon se había casado con Heather cuando todavía estaba comprometido con Louisa Wells, la mujer que era propietaria de este lugar. Supongo que en cierto modo también atraje las murmuraciones porque yo idolatraba a Heather. Entonces estaba esperando un hijo, como ahora, y me resultó muy duro imaginar que confundieran mis cuidados fraternales con una pasión oculta. Después, cuando Louisa fue encontrada muerta en esta casa, algunos chismosos dijeron que Brandon la había asesinado en un ataque de rabia, pero por supuesto, eso no era cierto. Se dedicaba por completo a Heather.

-¿Quieres decir que Louisa fue asesinada aquí, en esta casa? -preguntó Raelynn, sorprendida.

Jeff alzó las cejas y sonrió con curiosidad.

-No tendrás miedo de los fantasmas, ¿verdad?

-No, claro que no -se apresuró a asegurarle su joven esposa, pero el rubor le cubrió las mejillas cuando se dio cuenta hasta qué punto le había sorprendido aquella revelación-. Este lugar es tan hermoso, que es difícil imaginar que hayan matado a alguien aquí. ¿Cogieron al responsable?

-Fue un hombrecillo repugnante que admiraba a las mujeres hermosas. Quiso propasarse con Heather también.

-¿Quieres decir… en esta casa?

Los ojos verdes de Jeff centelleaban cuando miró a su mujer. Parecía tan crédula que no era difícil saber lo .que estaba pensando. Preveía una noche deliciosa asegurándole que tanto si la casa estaba maldita como si no lo estaba, siempre estaría a salvo en sus brazos.

-Lo intentó, mi amor, pero Brandon llegó y la salvó. Luego estalló una tormenta y a aquel hombre le cayó encima un rayo y lo mató.

Los hombros de Raelynn se estremecieron con un temblor muy expresivo.

-Creo que intentas asustarme, Jeffrey Birmingham.

-¿Y por qué querría hacerlo, señora? -preguntó riendo su marido.

-No lo sé, pero si te gustan los cuentos groseros y deseas contármelos -le dijo, y lo miró con un destello de desafío en los ojos-, creo que después de todo habría estado mejor con Gustav Fridrich.

-Ese nunca te apreciaría tanto como yo -murmuró Jeff acercando su boca a la de ella-. Siempre serás mi querida esposa, el amor más dulce de mi vida.

La besó despacio y el pulso de Raelynn palpitó con un ritmo nuevo, caótico. Se abrazó a él, con el deseo de no apartarse nunca y cuando finalmente Jeff levantó la cabeza, ella se apretó aún más contra él.

-Me has hecho olvidar de lo que estábamos hablando -murmuró Raelynn sin aliento.

-De mi familia -le recordó él con una risita.

-Cuéntame más -le urgió ella.

-Pensaba que ya no querías escuchar más historias -bromeó él.

-No quiero si son horripilantes.

-Entonces te hará feliz saber que ya no hay más historias de asesinatos e intrigas en mi familia. Al menos, que yo sepa.

-Me alegra oírlo -contestó ella con una sonrisa-. Y ahora cuéntame cómo viniste a Oakley.

-Después del asesinato de Louisa, pagué las deudas de la propiedad y añadí algunos miles de acres de tierra. Hubo que invertir mucho capital y trabajo para convertir Oakley en lo que es ahora, pero me gusta. Aquí es donde me gustaría que nacieran y crecieran nuestros hijos. Una o dos docenas serían suficientes.

Raelynn se echó hacia atrás en sus brazos y rompió a reír.

-Apuesto a que quieres que estemos ocupados durante los próximos años.

-He esperado mucho tiempo hasta que te he encontrado, querida, y vamos a disfrutar la vida todo lo posible. Me gustaría tener doce hijas que fueran exactamente como tú.

-Y yo me emocionaría con doce hijos que fueran tan guapos como su padre -replicó alegremente.

-Tendremos que añadir algunos dormitorios para acomodarlos a todos -dijo él sonriendo abiertamente.

-Como esta casa albergó la tragedia en el pasado, es lógico que en el futuro se llene de alegría y de risas. Será un lugar perfecto para criar y ver crecer a nuestros hijos. -Raelynn alzó los hombros con un gesto gracioso cuando escuchó estas palabras.

-Estoy impaciente por empezar.

Apartó la mirada de su hermoso rostro y contempló los campos que se dilataban hacia el este.

-¿Qué cosecháis en la plantación?

Siguiendo su mirada, Jeff habló con un tono de orgullo en la voz:

-Aquí crece el algodón y donde acaban los campos de algodón, en las tierras bajas, tenemos arroz. Hay un buen mercado para ambos productos al otro lado del Atlántico, así como en algunos puertos del Caribe. Brandon y yo compartimos a partes iguales el aserradero y la madera que no vendemos aquí, la embarcamos, aunque no lo hacemos muy a menudo. Esta zona está creciendo lo bastante rápidamente para que nuestros hombres puedan cortar troncos durante otros diez años, por lo menos.

-Si tienes un almacén, entonces seguramente deberás tener contacto con Gustav Fridrich, o al menos conocerlo.

La respuesta de J eff estuvo llena de desdén.

-He oído hablar bastante de ese villano para tomar la precaución de no mezclarme con él. Se que ha contratado a un montón de rufianes que lo ayudan en sus prósperas inversiones, por la fuerza si es necesario. He adquirido la costumbre de mantenerme a distancia. Por decirlo Suavemente, señora, yo soy más lince que Gustav Fridrich.

-Estoy contenta de que me llevaras contigo Jeff, pero era reacia a contarte algo acerca del acuerdo con mi tío. -Sus ojos brillaron a la luz de la luna cuando buscó el rostro de él-. Cuando Cooper Frye quiso venderme a Fridrich, sólo le pidió por mí doscientos cincuenta dólares yankees. Podrías haberme comprado por mucho menos de los setecientos dólares que pagaste.

Jeff rió impávido.

-Lo que Cooper Frye no sabe, querida mía, es que habría pagado con gusto cien veces más que eso. Y habría considerado que toda esta felicidad no valía nada si no la compartía contigo. Eres la mujer que he estado buscando toda la vida. ¿Cómo podía regatear el precio, fuera cual fuese la cantidad?

Raelynn suspiró.

-En el poco tiempo que hace que conozco a Cooper Frye, he comprobado que no se puede confiar en él. Es un ladrón, simple y llanamente. En cuanto sepa que tienes dinero, estoy segura que intentará sacarte lo que pueda.

-Será mejor que tu tío se mantenga a distancia o haré que desee haberlo hecho -replicó Jeff-. Accedió a dejamos en paz. Si no es así, tendrá que devolver el dinero que le entregué. No me considerará un amable capataz si ha de trabajar para devolver la deuda.

-Desde que vino a vemos a Inglaterra poco después de la muerte de mi padre en la cárcel, me he preguntado a menudo si en realidad es mi tío o alguien que conoció al grumete Cooper Frye antes de perecer en el mar. Me siento incómoda cuando pienso en cómo se presentó de repente, sin haber enviado antes ni una carta a los únicos familiares que dijo que tenía. Si no es quien dice ser, no va a sacar mucho de su relación con nosotros, nada que tenga un valor monetario, así que dudo que nos busque por otra razón. Todo lo que teníamos fue lo que mi padre consiguió ocultar antes de que lo arrestaran, y era una suma demasiado menguada para interesar a un ambicioso ladrón. Además, Cooper Frye cogió todo lo que nos quedaba y lo gastó en él durante el viaje por el océano. Cuando llegamos, ya no había nada. Venderme a Gustav Fridrich era el modo más fácil de obtener más.

Jeff le dio un suave beso en la frente para que desapareciera el ceño que, brevemente, estropeó su perfección.

-No te preocupes más por ese canalla, amor mío -la persuadió-. Es muy improbable que vuelvas a verlo otra vez.

-Espero que tengas razón, Jeff -respondió Raelynn en voz baja-, pero temo que no será así. Si conozco a Cooper Frye, se que no nos dejará en paz.

Jeff la rodeó con sus brazos y la acercó a él.

-No temas lo que el futuro nos depara, mi amor. Esta noche es sólo nuestra, el inicio de nuestro matrimonio. Disfrutemos de todos los placeres íntimos que comparten el marido y su esposa sin entretenemos más en ese villano.

Raelynn sintió el cuerpo alargado y musculoso a través de la fina seda de su vestido y su sangre se agitó con deseo cuando los labios abiertos de

Jeff jugaron provocativamente sobre los suyos. Al principio el beso fue suave, pero pronto se transformó en un ardiente tizón que produjo un fuego creciente en su interior y que inflamó sus sentidos con una pasión que la calentó tanto como una bullente caldera. Ya no era Raelynn Barrett, una joven orgullosa y reservada, sino una novia excitada y anhelante.

Jeff apartó lentamente el rostro y dejó a Raelynn abandonada en un delicioso y vertiginoso trance.

-Te aseguro, señor -suspiró con un ligero temblor en la voz, algo más que encandilada por el efecto que había provocado en ella-, que otro beso así y me verás tan confundida que me tendrás que apremiar para que me vista para ir a la cama.

El rayo de luz que brotaba del dormitorio iluminó su rostro y ella observó el brillo de los ojos color esmeralda sobre una hipnótica y blanca sonrisa.

-La palabra es desnudarse, señora, y no tienes por qué inquietarte por tal inconveniente. N o cuando yo anhelo servirte.

Raelynn levantó una mano y jugueteó con un díscolo rizo negro que le caía sobre la frente.

-Me dijeron que las novias debían de tener unos momentos para ellas solas, para arreglarse para su novio en su noche de bodas. ¿Me compraste un vestido para la ocasión, recuerdas?

Jeff sonrió a aquellos ojos que brillaban con la luz de la luna.

-Deja el vestido para dentro de una hora si lo deseas, señora, por ahora no vas a necesitarlo.

Raelynn recordó a su madre diciéndole lo que tenía que esperar en su noche de bodas y animándola a que se ofreciera a su novio como un raro y preciado regalo, porque aunque fuera virgen, sabía muy bien el poder que poseía para hacer que ella y su novio recordaran siempre aquella noche. Tal sabia advertencia, no podía ser ignorada.

-¿No hay ninguna criada que pueda ayudarme a sacarme este vestido y luego ayudarme a prepararme para mi esposo? -insistió Raelynn-. El ama de llaves sería muy adecuada. ¿No podría venir a ayudarme ahora?

-Te pido perdón por mi falta de previsión, señora -se excusó el marido-, pero es probable que ahora Cora y su familia estén acostados en sus barracas, al otro lado de la hilera de robles que ves a mis espaldas, demasiado lejos para que oiga el sonido de una campana. Me temo que he permanecido soltero durante mucho tiempo. No consideré tus necesidades cuando ordené a los criados que se retiraran después de cenar. Sólo el mayordomo está en la casa, y aunque Kingston pone mucho interés en lo que hace, no creo que sirva como doncella de una dama. -Una sonrisa curvó sus labios cuando clavó sus ojos en los de la joven con un brillo malicioso-. Vamos, mi amor, temo que no hay nadie para ayudarte en el tocador, salvo yo.

Raelynn le puso una mano en el hombro y su réplica fue seria y reflexiva mientras le daba un ligero golpecito en el pómulo.

-Iba a pedirte que dejáramos pasar un poco de tiempo para conocemos mejor antes de compartir la cama -admitió ella con una sonrisa en la comisura de los labios-. No sabía que tus besos me harían cambiar de opinión tan pronto.

La mirada de Jeff quedó prendida en la suya.

-¿Y qué deseas ahora, señora? -susurró Jeff, acercando sus labios a los de ella-. ¿Prefieres que nos quedemos aquí disfrutando de esta noche estrellada? ¿O prefieres que volvamos al dormitorio y nos arreglemos para ir a la cama?

El beso suave y acariciador que le dio fue tan persuasivo como los otros y tuvo que esperar un rato antes de poder hablar;

-Ciertamente la noche es deliciosa, señor -dijo ella con un suspiro- y la compañía no menos embriagadora. Sin embargo, tengo curiosidad por saber lo que me espera.

-Esperaba que lo dijeras -repuso Jeff con expresión placentera.

Apartándose de su marido con una ligera sonrisa, Raelynn atravesó el porche con un murmullo de seda y entró en el dormitorio. Jeff la siguió, se detuvo para cerrar las puertas con cristaleras y en un momento estuvo a su lado, debajo de la lámpara. Deslizó el brazo alrededor de la fina cintura de su mujer y la acercó a él.

-Al fin te tengo -murmuró, rozando con sus labios la espalda de Raelynn. Fue besando la garganta de seda hasta la oreja, mientras sus manos acariciaban las caderas-. Me has obsesionado demasiado tiempo en sueños y si no me alimentas pronto con tus maravillosas delicias, moriré de hambre.

Raelynn temblaba en sus brazos y, ante la urgencia de aquellas manos, se volvió hacia él. Durante unos instantes sus bocas juguetearon con dulzura y luego Jeff se apartó. Aquellos ardientes ojos eran como si una cálida lengua se deslizara pausadamente por su carne, consumiéndola con su intensidad mientras se quitaba la levita de seda negra y la lanzaba sobre el respaldo de una silla cercana. Simulando una actitud cortesana, alargó un brazo, adelantó una pierna e hizo una reverencia.

-Señora, tienes ante ti al más ardiente y obediente de los servidores. Tus deseos son órdenes para mí.

Una risa melódica respondió a la galantería. Raelynn desplegó la falda de seda azul plata y le hizo a su vez una profunda reverencia, inconsciente de que lo regalaba con una visión tentadora de los pechos.

-La verdad, señor, nunca he conocido caballero más impaciente. ¿Puedo atribuir este afán a la exuberancia de tu pasión?

-Desde luego que puedes, mi amor. -En sus ojos se encendió una llama de fuego verde mientras recorría las curvas llenas y carnosas de su pecho. Cuando Raelynn se enderezó, su mirada se quedó prendida en la suya mientras con sus finos dedos desataba y desabrochaba el chaleco con expresión intencionada-. Soy un hombre de riesgo, señora, extremadamente tentado por tu belleza.

Raelynn, fascinada por su mirada hipnótica, levantó los brazos y empezó a desenrollarse la sarta de perlas que llevaba entrelazada en los cabellos. Las trenzas castaño rojizo cayeron en libre abandono alrededor de los pálidos hombros y en la espalda. Apartó la sarta de perlas del rostro, cómo si fueran un velo de seda, Raelynn se acercó a él con una danza cimbreante mientras lo envolvía con una mirada seductora. La suave risa de la joven le pareció el canto de una sirena y ya no pudo resistirse más. Las perlas cayeron al suelo mientras sus dedos largos y finos rodeaban sus muñecas y se las pasaba alrededor del cuello. Deslizó los brazos alrededor de la cintura y se fue acercando con ella, dando vueltas con los pasos de un vals, hacia el lecho alto y con dosel donde una docena de velas ardían encima en los adornados brazos de un par de candelabros de plata en unas mesillas a ambos lados de la cama. Al suave brillo de la luz de las velas, el rostro recortado de Jeff parecía bañado con un brillo de bronce y en ese momento Raelynn se dio cuenta de que su marido era tan espléndido como un dios mítico.

La respiración de la joven se hizo más rápida, parecía que su marido tensaba todas las fibras de su ser, despertándola al placer de los sentidos con sus caricias mientras movía las manos por sus caderas, por sus nalgas y la apretaba contra su calor viril, encendiendo su imaginación. Para ella, que la cortejaran de una manera tan provocativa era una experiencia nueva y excitante y, de pronto, se sintió arrebatada por un remolino de excitación.

Mientras las manos de Jeff la recorrían con creciente audacia, Raelynn temblaba con ansia al desabrochar los pequeños botones de la camisa de Jeff, hasta la banda en la cintura de los ajustados pantalones. Se detuvo indecisa, preguntándose si él pensaría que era una descarada si seguía.

Saboreando la fragancia de sus cabellos, Jeff apretó los labios contra los sedosos mechones mientras murmuraba animándola:

-Amor mío, haz conmigo lo que quieras. Yo soy tuyo Y tú eres mía. -Se abrió de un tirón la parte superior de los pantalones para que desaparecieran sus dudas-. Para mí sería un placer que me desnudara mi mujer.

Le mordisqueó el lóbulo de la oreja provocando que la inundara una oleada de calor. Excitada por las extrañas sensaciones. que él despertaba en ella, apenas se dio cuenta de que su mano acariciaba el musculoso abdomen y se adentraba en los pantalones para quitarle la camisa.

El inesperado contacto le cortó la respiración a Jeff y durante un instante se quedó rígido, la cabeza erguida, los ojos entrecerrados mientras el deseo latía como lava fundida a través de su cuerpo. Estimulado por un hambre incontenible, consideró la locura de levantarla de golpe y hacerla suya sin más dilación. Luego volvió la razón y dejando ir la respiración que tenía contenida, consiguió dominar sus pasiones. Casi con calma se quitó la camisa y la dejó a un lado.

Inconsciente de la deliciosa tortura que su roce provocaba en su marido, Raelynn suspiró con admiración mientras pasaba las manos por su pecho. El ligerísimo roce de la yema de los dedos animó el fuego del deseo y Jeff sintió cómo volvía lentamente el intenso placer y lo conducía hasta el límite del control.

A Raelynn le impresionó la dureza de acero de aquellos músculos y la anchura de las espaldas. Con el traje elegante y bien cortado parecía más esbelto que atlético y la joven pensó que sería muy delgado bajo el suave relleno de la ropa, pero como ahora podía comprobar, ese no era el caso. Jeff Birmingham, hermoso, refinado y bien vestido, poseía un físico que rivalizaba con Adonis.

-Eres hermoso -murmuró admirada, enredando los dedos en el oscuro vello crespo que le cubría el pecho-. Más hermoso de lo que podía haber imaginado.

A Jeff le divirtió escuchar aquellas palabras, levantó con expresión escéptica una ceja y le dirigió una sonrisa sesgada, la mejor que consiguió, dada su exacerbada represión.

-¿Hermoso? Ah, señora, me temo que ocultas la verdad con una extravagancia. Hermosura es la palabra que yo utilizaría para intentar describirte.

Raelynn apretó los dedos sobre los labios de él y lo hizo callar con un movimiento negativo de la cabeza.

-Para mí eres hermoso, Jeffrey.

Rodeando el cuello de su marido con los brazos, la joven se puso de puntillas y demostró su rápido aprendizaje dándole un beso lleno de seducción. Jeff hizo grandes esfuerzos para convencerse de que poseía la disciplina de un santo. Si no hubiera sido por las oleadas tumultuosas que le recorrían las venas y estallaban en fortísimas expansiones de excitación contra el muro resquebrajado de su represión, hubiera tenido éxito. Pero no era más que un hombre y además, recién casado.

Sus dedos juguetearon con la espalda del vestido mientras su boca gozaba de la dulzura de su respuesta. Buscando, devorando, despertando unos placeres de los sentidos que ella no conocía hasta ese momento. Raelynn se sintió cálida y dócil con el vino del deseo. Sólo se dio cuenta que el vestido se había deslizado de sus pechos cuando él apartó la boca de la suya. Parpadeó temblorosa cuando su boca recorrió lentamente el pálido cuello, luego la oscura cabeza descendió aún más, hasta la plenitud de su pecho y Raelynn contuvo el aliento ante el éxtasis que le producía. Las llamas de la pasión se elevaron y bañaron su cuerpo de mujer con un fogoso ardor hasta que se abandonó al ardiente deseo de hacerse una con aquel hombre.

El vestido se deslizó hasta el suelo con apenas un murmullo de derrota y durante un rato Jeff bebió hasta el borde del cáliz de su belleza. Vestida solamente con una estrecha camisa de seda y encaje, su novia era la visión de la perfección, una tentación con cremosos pechos rosados que la rápida respiración hacía ascender y descender.

También la respiración de Jeff se hizo más rápida cuando luchó por dominar la creciente demanda de su cuerpo. Su joven esposa llenaba todas y cada una de las facetas de sus deseos y se veía obligado a mantener un paciente y cortés espera para no sorprenderla con la fiereza de su ardor.

Bajo la suave urgencia de sus manos, los tirantes de seda se deslizaron de sus hombros y el fino corpiño se abrió lánguidamente sobre los túrgidos pechos. Iba a mostrarlos ya del todo y fue como si quisieran retrasar deliberadamente el descenso de la prenda, como si le hicieran una tímida broma. Raelynn lo miró conteniendo el aliento, anhelando su roce, Impaciente por sentir el momento en que se uniera a él. Se estremeció y se inclinó hacía delante invitándolo, dejando caer la camisa al suelo con un gesto de hombros. Luego se le aceleró el corazón bajo la lenta y provocadora caricia de sus manos. Echo la cabeza hacia atrás complacida en el excitante placer que le producían sus caricias y el ardiente calor de aquella boca en sus pechos.

Las inhibiciones desaparecieron con mayor rapidez que las ropas y como si estuvieran en una nube, se acercaron al lecho nupcial de sábanas blanquísimas. Con un ritual de amantes seductor e hipnótico, con la emoción de la búsqueda y el descubrimiento, un dulce e íntimo preludio de las delicias que estaban por llegar. El anhelo de besos voraces, de pasiones desatadas, de sedosos miembros alrededor de un cuerpo musculoso y de la carne dura uniéndose con el suave…

Eran dos seres enlazados en un abrazo sensual tan antiguo como el tiempo, dedicados el uno al otro y a al éxtasis recién hallado, suspendidos en el borde de la máxima posesión. Pasó un rato antes de que oyeran un rumor lejano en el silencio de la noche. Jeff frunció el ceño cuando comprendió que el sonido no procedía del viento que soplaba entre los árboles. En esos momentos, cualquiera habría deseado ignorar la intrusión pero no pudo disipar el ruido hasta el más remoto lugar del universo. El ruido se fue aproximando hasta que se convirtió en un traqueteo de muchos cascos batiendo el sendero ante la puerta principal de la casa.

Como no consiguió apartar aquel clamor a alguna región remota, Jeff se incorporó apoyándose en un codo y miró hacia la puerta de la habitación a través de la cual llegaba el ofensivo estruendo, completamente indignado de que alguien entre sus conocidos pudiera haber elegido ese preciso momento para hacerle una visita.

-¡Los mataré! -gruñó en voz baja-. ¡Si se trata de alguna jugarreta que mis amigos han tramado, mataré a esos malditos!

Raelynn, indignada, temblaba debajo de él. Todavía sentía el fuego ardiendo en el cuerpo de él mientras que el suyo todavía exaltado, anhelaba ser saciado.

-¿Quién vendrá de visita a estas horas?

Jeff lanzó un suspiro de frustración.

-Me temo, amor mío, que estamos a punto de saberlo.

Un instante después, la puerta principal de la casa se abrió de golpe, reverberando por toda la casa y un grito con un acento acusado llenó el vestíbulo.

-¿Dónde está el dueño de la casa? ¿Dónde está la rata que me ha robado la mujer?

Raelynn sufrió un sobresalto. Recordó su rabia y repulsión cuando su tío había intentado venderla al alemán.

-¡Esa voz! ¡Oh, Jeff! ¡La reconocería en cualquier parte! -agarró elbrazo de su marido angustiada-. ¡Es Gustav Fridrich!

Jeff murmuró una maldición mientras se apartaba de ella y se podía de pie. Buscó su camisa y se la dio a Raelynn.

-¡Rápido, mi amor! ¡Vístete!

Mientras buscaba los pantalones y se los ponía, su mujer se puso de pie y corrió a ponerse sus prendas interiores.

-¿Qué vamos a hacer, Jeff?

-Gustav puede reinar como un bárbaro despiadado sobre los débiles ancianos, pero aquí en Oakley, pronto aprenderá que se enfrenta a otra clase de adversario -contestó-. Ningún hombre fuerza de esta manera la puerta de mi casa y entra sin antes pedir permiso.

El tono grave de aquellas palabras hicieron que su joven esposa se estremeciera.

-Es una locura pensar que puedes enfrentarte solo a ese hombre, Jeff. Te hará daño. Sal corriendo y ponte a salvo antes de que sea demasiado tarde!

-Por Dios, señora. ¿Qué clase de hombre crees que soy? -Jeff la contempló atónito-. No puedo salir corriendo y ponerme a salvo y dejar a los míos a merced de ese bruto. Sería un cobarde ante mis propios ojos así como ante los tuyos.

Ya antes de hacer su ruego, Raelynn sabía que iba a negarse, pero sintió un impulso tan poderoso que se lo pidió. Su réplica no fue distinta a la de su padre cuando Evalina le pidió que se apresurara a salir corriendo a coger un barco que lo llevara lejos de Inglaterra. Como tenía a la verdad de su lado, lord Barret repuso que saldría victorioso sobre sus enemigos, pero luego no fue así. La intuición le dijo a Raelynn que Jeff era un hombre que se tomaba en serio el honor y la responsabilidad, aún a expensas de su propia vida, aunque unos orgullosos principios ofrecían poco consuelo a una viuda desolada.

-Gustav no ha tardado mucho en enterarse de nuestra boda -dijo Raelynn, que sabía muy bien de donde procedía la información.

-Me equivoqué al pensar que Cooper Frye nos dejaría en paz -contestó Jeff-. Seguro que él ha metido baza en ese asunto y ha enviado deliberadamente al alemán a pelear conmigo.

-¡Ten cuidado, Jeff! -suplicó Raelynn consternada-. Nadie puede predecir lo que hará Gustav si se cruza contigo. Hasta podría matarte si le das la oportunidad.

-No es mi intención dársela, señora -replicó Jeff dirigiéndole una sonrisa mientras se dirigía al otro lado de la habitación-. Ahora que te he encontrado, tengo mucho interés en mantenerme vivo.

Jeff abrió las puertas de un gran armario, cogió una caja de madera que había en medio de un estante y sacó un par de trabucos. Tras comprobar si estaban cargados, se deslizó uno de ellos en la cintura del pantalón y el otro lo sujetó con firmeza con la mano mientras se dirigía a la puerta de la habitación. Con la mano apoyada en el pomo de la puerta, se volvió hacia su mujer.

-Cierra la puerta cuando yo haya salido -la urgió-. Y no dejes entrar a nadie porque algún bribón podría llegar hasta aquí y llevarte hasta la guarida de Gustav.

La puerta se cerró de golpe y Raelynn se la quedó mirando con expresión de desmayo. Esperó escuchar un ligero sonido cuando Jeff se dirigía hacia el vestíbulo, pero sólo escuchó la conmoción que provocaba la invasión de aquellos bribones. El ruido ensordecedor de su entrada desvaneció cualquier esperanza de que Jeff pudiera mantenerlos a raya. Si Kingston tampoco estaba en la casa, su marido estaría completamente solo cuando se enfrentara al cruel bellaco y a su banda de hombres sin ley.

Recuperó la consciencia. Todo aquello era culpa suya. Gustav Fridrich nunca habría entrado en Oakley si ella, al escapar corriendo, no hubiera desafiado a su tío. Oprimida por un temor cada vez más acusado de que podía sucederle algún terrible desastre a su marido, Raelynn se encogió sin darse cuenta mientras un profundo desaliento tendió su sombrío velo en su espíritu y empezó a cercarla y la calmó.