Capítulo 3

Dos hombres altos vestidos de negro caminaban por la callejuela hasta que llegaron a una esquina del edificio que estaba al otro lado de la calle, frente al del viejo almacén de Milburn. Una vez allí, protegidos por la oscuridad, los dos hombres observaron a los centinelas que estaban de guardia en el almacén. Varias linternas iluminaban la zona frente al edificio y mientras los vigilantes hacían su ronda, los dos hombres intercambiaron unas palabras antes de trasladarse a los extremos opuestos. Una vez allí, se detuvieron y volvieron sobre sus pasos.

Un hombre corpulento y de anchas espaldas se reunió con los otros dos que permanecían ocultos y, con un gruñido malhumorado, puso el gato con el bozal en brazos del que tenía más cerca.

-¡Aquí está! -dijo siseando el sheriff Rhys Townsend-. Como esta maldita idea ha sido vuestra, os cedo el divino privilegio de sostener a esta bestia infernal. Me ha dejado todas estas marcas de uñas en los brazos y mi mujer se preguntará con qué gata me he acostado. Todavía no hemos estado casados el tiempo suficiente para tener la primera pelea. Además, parece que vosotros dos vais a necesitar a este gato salvaje más que Farrell y yo.

Jeff, con una sonrisa, apretó en sus brazos al gato y, casi de inmediato, Felix se tranquilizó al reconocer a su amigo. Y cuando Jeff lo rascó detrás de la oreja y le acarició el lomo, el animal empezó a ronronear con deleite.

El repentino cambio de humor de Felix provocó un resoplido en el sheriff.

-Intenté hacer lo mismo, tal como me dijiste -dijo Rhus Townsend con un murmullo-, pero este intratable animal se negó a recordar sus buenos modales.

Brandon se puso una mano en la boca para disimular su regocijo. Era un hecho conocido que al gigantesco sheriff le gustaban tanto los gatos como las serpientes venenosas.

-No te excuses, Rhys -murmuró con una sonrisa-. Comprendemos que te asusten los gatos y no quieras tenerlos cerca. El problema, tal como lo veo, es que Felix también lo sabe.

Townsend lo miró con expresión dura y exasperada.

-¡Pues tú no te has arrimado a esta criatura!

Brandon levantó las manos como protesta de su inocencia.

-¿Y qué puedo hacer si me gustan más los perros?

-Humm. Nadie me hará creer que Jeff Birmingham prefiere a los gatos -comentó el sheriff-. No después de haber visto a todos esos sabuesos rondando por Oakley.

-Jeff habría tenido un parque zoológico en casa si mamá lo hubiera dejado -dijo Brandon sonriendo.

-¿Qué has visto en la parte de atrás? -preguntó Jeff al representante de la ley, volviendo al asunto por el que se encontraban allí.

-Dos vigilantes, lo mismo que aquí, pero la zona no está tan bien iluminada, así es que tendremos ventaja. Farrel me ha dicho que puede quedarse en la esquina del extremo sin ser visto y ocuparse del vigilante que esté más cerca de él cuando haga su ronda. Yo me ocuparé del otro al mismo tiempo. ¿Qué haréis vosotros dos?

-En cuanto Felix llame la atención de los vigilantes, Brandon y yo nos ocuparemos de esos dos. -Jeff puso una mano en el brazo de su amigo-. Cuando cojáis a los dos de la parte de atrás, aseguraos de que no puedan alertar a los demás antes de que el gato y el perro hagan lo que tienen que hacer. Tenemos que sacar vivos a Raelynn y al doctor Clarence y no podremos entrar en el almacén hasta que ellos estén fuera.

Rhys Townsend lanzó una risita mientras se sacaba la porra del cinturón y se daba un golpecito con ella en la palma de la mano.

-En cuanto les demos un golpe en la cabeza con esto, los centinelas caerán como moscas muertas.

-Los dejaremos sin respiración, ¿verdad? -se burló Brandon con ironía-. He peleado muchas veces con Farrel Ives para saber que tiene un poderoso puño.

Las anchas espaldas de Townsend se agitaron un poco en un divertido silencio, luego se inclinó para murmurar:

-Puedes apostar a que ese chulo no ha aprendido a luchar como un guerrero en esa elegante tienda de ropa que tiene.

-Será mejor que Farrell no oiga que lo llamas chulo -dijo Brandon riendo- o te romperá los dientes.

-Oh, ya lo sabe -repuso Rhys encogiéndose de hombros-, pero también sabe que tengo celos de su buena presencia y de todas esas ropas elegantes que lleva. No lo insultaría intencionadamente en público. Mi madre no crió a un papanatas.

El sheriff saludó y se marchó con una sonrisa. Su corpulencia pronto quedó oculta por la oscuridad. Pasó un momento antes de que los dos vigilantes se reunieran otra vez ante el almacén. Jeff alzó una mano y se acercó en silencio a su hermano enviándolo rápidamente al lado del edificio donde se encontraban. Brandon dio la vuelta a la esquina y desapareció.

Jeff esperó para darle tiempo a Brandon a que tomara posiciones en el extremo del edificio, luego le quitó el bozal al gato y lo dejó en el suelo suavemente, en dirección al almacén. Felix miró en todas direcciones sin emitir un sonido y se detuvo un instante, después empezó a caminar ágilmente por la calle en dirección a los vigilantes, pero cuando un fuerte ladrido rompió el silencio abruptamente, el gato se detuvo alarmado y miró hacia atrás, hacia la oscura calle de donde procedía aquel ruido. Cuando apareció un perro enorme, Felix se quitó de en medio con un maullido llamando la atención de los dos vigilantes que rieron a carcajadas al ver que el animal se dirigía hacia ellos. El sabueso empezó a perseguir al gato y sólo Jeff vio cómo Brandon corría por la calle detrás de los vigilantes que reían y desaparecía en la negra oscuridad por el extremo más alejado del almacén. Cuando los dos centinelas se volvieron a mirar a los dos animales, Jeff corrió hacia el extremo opuesto y se perdió en la oscura penumbra.

Se abrió la puerta del almacén y Olneyse asomó y preguntó:

-¿Qué demonios está pasando ahí afuera?

Uno de los guardias le disipó la preocupación.

-Nada de qué preocuparse. Sólo un perro persiguiendo a un gato. ¿Cómo está Gustav?

-Mucho mejor. El médico está con él ahora y le ha dado un poco más de poción para dormir. No hagáis mucho ruido aquí afuera pata que pueda descansar.

La puerta se cerró y los vigilantes reanudaron su paseo hasta las dos esquinas del almacén. Una vez allí, recibieron un fuerte golpe en la cabeza que los dejó inconscientes. Luego los cogieron y los arrastraron al otro lado de la esquina del edificio, donde los dejaron.

 

 

 

En el apartamento, en el interior del almacén:, el doctor Clarence cerró su maletín y, con él en la mano, se acercó a Raelynn. La joven estaba sentada en una silla cerca de la puerta, parecía agotada y abatida. Oyó un ligero crujido al otro lado de la puerta mientras le ponía una mano en el hombro para reconfortarla.

-Un paseo al aire libre te sentará muy bien, jovencita -le dijo-. Has respirado este aire viciado y puedes ponerte enferma. Acompáñame afuera y luego te envuelves en una manta cerca de la cama de Gustav y duermes un poco. Ninguno de estos hombres te hará nada.

Raelynn se puso de pie lentamente y dirigió una mirada interrogadora a Olney.

-¿Puedo salir un rato afuera con el doctor?

-Puedes -contestó haciendo una mueca, complacido por la autoridad que tenía sobre esos dos-. Pero recuerda… si intentas escapar, le pegaré un tiro al doctor y a ti te encadenaré a la cama de Gustav. Será la primera cara que vea cuando despierte.

Raelynn se echó a temblar, estaba demasiado fatigada para ignorar aquellas amenazas. Asintió mecánicamente y el médico abrió la puerta. La joven cruzó los brazos sobre el pecho y visiblemente desconcertada salió a la oscuridad iluminada sólo por la luz de una linterna. Más allá de los edificios, hacia el este, detectó un suave brillo en el cielo nocturno que anunciaba que el amanecer estaba próximo.

Olney se acercó a la puerta y gritó al hombre alto vestido de oscuro que estaba en la esquina.

-Vigílalos bien. Que la chica no escape, ¿has oído?

-Lo he oído -replicó el otro.

La puerta se cerró y de repente los vigilantes dieron la vuelta y se dirigieron corriendo hacia ellos. El médico agarró una mano de Raelynn e inclinándose, acercó su rostro al de ella para que la escuchara con atención.

-Has de ser fuerte, muchacha. Vas a recibir una gran impresión.

Raelynn lanzó un gemido e intentó desasirse.

Uno de los vigilantes se acercó al médico, sin duda para evitar cualquier treta que pudieran estar tramando, pero ella se volvió hacia un lado, como si no quisiera reconocer a aquel hombre. Seguro que era uno de los rufianes de Gustav.

-¿Raelynn?

La joven se quedó sin aliento. Aquella voz suave y dulce se parecía mucho a la de… ¡a la de Jeff!

Su cerebro bloqueado le debía de estar jugando una mala pasada…

-Querida Raelynn, ¿no me reconoces? -preguntó el hombre suavemente.

La joven se dio la vuelta y lo miró con lágrimas en los ojos. ¡Ningún charlatán tenía el derecho de imitar las suaves maneras de su marido… ni su voz!

Se le iluminaron los ojos cuando reconoció aquel rostro familiar y la impresión que sufrió fue como si hubiera recibido un golpe. Las rodillas le cedieron y si no hubiera sido por Jeff que se adelantó a cogerla, Raelynn habría caído al suelo.

-¡Estás vivo! ¡Estás vivo! -gritó excitada mientras él la atraía hacia sí. Se abrazó a su marido, incapaz de creer que aquel momento era real, que de verdad estaba vivo. Le temblaban las manos cuando acarició su mejilla-. ¡Pero si te vi muerto en las escaleras! ¡Había tanta sangre! ¡Pensé que estabas muerto! ¿No me engañan los ojos? ¿Cómo puedes estar aquí ahora, como si nada hubiera sucedido?

-Sólo estaba herido, mi amor -afirmó él con una sonrisa-. La bala me rozó el cuero cabelludo y me dejó inconsciente. Eso es todo.

Brandon se había detenido cerca y vigilaba el extremo del almacén cuando el sherif apareció corriendo por el otro lado. Brandon apoyó una mano en el brazo de su hermano y le dijo con urgencia:

-Jeff, vamos a sacar de aquí a Raelynn. Townsend y los hombres ya están listos para entrar en el almacén y si todavía está aquí cuando los esbirros de Gustav presenten resistencia, podría resultar herida en el fuego cruzado.

-Yo la llevaré a Oakley -dijo el doctor Clarence-. Tengo la calesa aquí cerca.

-Heather cuidará de ella -les informó Brandon-. Se ha puesto en camino con una de sus sirvientas después de irme yo. Se ocupará de mantener a Raelynn sana y salva.

A pesar de los ofrecimientos de ayuda, la joven esposa abrazaba con desespero a su marido, temerosa de dejarlo ir.

-¿No puedes llevarme tú a casa, Jeff?

El doctor Clarence fue quien se lo explicó.

-Tu marido tiene que estar aquí, querida, para evitar que las mentiras de Gustav convenzan al sheriff. -El anciano la cogió suavemente de la mano-. Vamos muchacha. Así podrás descansar en Oakley, lo necesitas. La esposa de Brandon te cuidará y te consolará y Jeff irá tan pronto como pueda. Son órdenes del médico, ya sabes.

A Raelynn no le convenció la lógica del anciano y todavía se resistió.

-¿Y si te sucede algo, Jeff? -preguntó con la voz empañada por las lágrimas-. Pensaba que te había perdido para siempre. Me moriría si te vuelvo a perder.

Jeff la tornó entre sus .brazos y apoyó su mejilla en sus pedumados cabellos.

-¿Y qué haría yo, mi amor, si resultas herida o te matan? -preguntó con ternura-. ¿Y si algunos hombres de Gustav escapan y te encuentran? No me lo perdonaría nunca si te raptan otra vez. En Oakley estarás a salvo, enviaré a un par de hombres contigo para asegurarme de que tú y el doctor llegáis sanos y salvos.

Raelynn lanzó un gemido, comprendía su razonamiento y sin embargo era incapaz de separarse de él. Tampoco podía ignorar a todos esos hombres que estaban esperando asaltar el almacén. No tenía otra elección.

-Iré a Oakley -murmuró-. Pero no descansaré hasta que sepa que estás a salvo.

Jeff se inclinó y apretó los labios junto al oído de ella.

-Espérame en mi cama, mi amor. Antes de que el sol se levante y se vuelva a poner, la compartiremos juntos corno un hombre y una mujer.

 

 

 

El sheriff Rhys Townsend puso una mano en el pomo de acero de la puerta y, sin llamar o pedir permiso, abrió el pesado portal y entró con un par de pistolas. Algunos bribones corrieron a ponerse a cubierto y dispararon. El ruido hizo que Gustav se despertara sobresaltado. El miedo lo dejó paralizado cuando sobre su cabeza se cruzaron las balas y aunque estaba aturdido, comprendió que era una locura intentar levantarse.

Jeff cruzó la puerta y descargó las pistolas hacia el lugar de donde procedían los disparos. Brandon le pisaba los talones y tras él irrumpie ron una docena de hombres que blandían armas de uno u otro tipo. Rápidamente se dispersaron por el interior del almacén y siguió un confuso desorden cuando los truhanes intentaron encontrar una vía de escape. Las ventanas tenían barrotes, pero podían llegar fácilmente hasta las puertas. Disparando para cubrirse la retirada, los correligionarios de Gustav corrieron hacia el almacén principal donde se ocultaron entre las cajas o en cualquier rincón que les podía dar protección. El ambiente estaba lleno del fragor de los disparos mientras Gustav yacía lleno de confusión en el lecho. Aturdido por el láudano, no le quedó más remedio que esperar a que alguien fuera a rescatarlo.

Jeff alzó una mano y llamó la atención de Townsend hacia el lecho.

El jefe de los rufianes estaba a su merced, y la mejor manera de acabar el conflicto era que sus hombres se dieran cuenta de ello. El sheriff lanzó una sonrisita al comprender lo que Jeff quería decirle, y cruzó rápidamente el apartamento para que el otro se diera cuenta de su presencia.

Gustav tuvo un sobresalto y se quedó mirando con ojos alarmados los cañones de la pistola que le estaba apuntando a la cara.

-Quédate quieto -dijo Townsend pronunciando las palabras con exageración y con una sonrisa complaciente-. De otro modo vaya tener que hacerte más daño.

Gustav apretó las mandíbulas y miró a Townsend por encima de la pistola que le apuntaba.

-¿Qué significa todo esto? -preguntó-. ¿Qué derecho tiene a irrumpir aquí y amenazarme a mí y a mis hombres?

-¿Es posible que no me conozcas, señor Frederick? Todo el mundo sabe que soy el sheriff. -Townsend se estaba divirtiendo mucho y gesticulaba con la pistola mientras hablaba. Transcurrió un momento y observó que el alemán seguía con la vista los cañones de la pistola que subían y bajaban ante sus ojos. Townsend apuntó entonces el arma hacia el techo, encima de sus cabezas, y sonrió al hombre.

-Pues deja que me presente, señor Frederick. Soy el sheriff Rhys Townsend.

-¡Ya sé quién eres, imbécil! -le espetó Gustav con creciente disgusto-. Y mi nombre es Fridrich. ¡Gustav Fridrich!

-Bien, Fridrich, entonces déjame decirte algo. Si alguno de tus hombres no deja inmediatamente el arma, te vas a encontrar en graves problemas. ¿Qué eliges? ¿La rendición de tus hombres… o tu arresto inmediato?

-¿Tengo alguna elección? -preguntó el alemán burlonamente.

-Ninguna -replicó Townsend con absoluta seguridad.

Gustav se lo quedó mirando con expresión atónita mientras calibraba sus posibilidades, pero aunque no tenía la cabeza clara, comprendió lo difícil de su situación. El sheriff no le había dado otra alternativa; tenía que obedecerle o lo arrestaría. Y dejar el almacén a la discreción del representante de la ley.

-¡Soy Gustav! ¡Que todos mis hombres dejen las armas! -gritó estirando la cabeza-. ¡Los que podéis oírme; decídselo a los que no pueden! El sheriff se me llevará si seguimos resistiéndonos. -Las pistolas empezaron a enmudecer mientras unas voces pasaban el mensaje-. ¡Creédme! Ha habido una equivocación. No temáis que el sheriff os arreste. No puede hacerla sin una razón.

Townsend contempló al alemán con evidente escepticismo.

-Tú y tus correligionarios habéis irrumpido en casa del señor Jeffrey, le habéis disparado y os habéis llevado a su esposa, por no mencionar los caballos y el coche que habéis robado, y luego dices que no tengo una buena razón para arrestarte.

-¡Ése se llevó a mi mujer! -exclamó rabioso-. Tengo el recibo de compra que prueba que la muchacha es mía, la he comprado esta tarde en Charles ton.

-Querrás decir ayer tarde, ¿no? -señaló Townsend-. Quizá no lo sepas pero ha salido el sol, ya es un nuevo día.

-¡Qué importa! ¡No veo la diferencia!

-Bueno, me gusta ser muy concreto acerca del tiempo -añadió el sheriff-. Porque puede aclarar tus motivos y explicar la diferencia entre un arresto por rapto y robo de caballos o tu libertad, puesto que podías estar intentando recuperar una propiedad por la que habías pagado un dinero.

-¡No importa el tiempo que haga que la haya comprado, sigue siendo mía! ¡Y puedo probar lo que digo! -Gustav miró a su alrededor y descubrió a Olney. Le hizo un gesto imperioso para que buscara algo en su escritorio-. Coge ese papel firmado por Cooper Frye.

Un caballero alto y elegante, que llevaba una barba impecable a lo Vandyke, se acercó a los pies de la cama. Echó un rápido vistazo a una levita chillona y arrugada y a un sombrero con una pluma que colgaban de un perchero próximo y por un instante se le formó en el ceño una expresiva arruga de dolor. Iba vestido de oscuro, adecuado para la misión que se le había encomendado. Las prendas se le adaptaban perfectamente a las espaldas cuadradas y a su cuerpo musculoso. Dirigió la mirada al ocupante del lecho y al presentarse, dirigió al herido una sonrisa que puso al descubierto unos dientes blanquísimos.

-Soy Farrell Ives, y aunque nunca nos han presentado, he oído hablar de usted. Soy propietario de una tienda de ropa aquí en Charleston, que usted obviamente no conoce, pero puedo asegurarle que en la acera frente a mi establecimiento, Jeffrey Birmingham compró a la señorita Raelynn Barret a su tío, y como yo… -inclinó la cabeza con un gesto hacia sus compañeros- muchos de estos caballeros pueden atestiguarlo. También se que mi amigo se casó con ella, lo que la hace completamente suya.

-¡La muchacha es mía! -bramó Gustav. Cogió el trozo de papel que le llevó Olney y se lo mostró muy decidido al sheriff-. ¡Aquí está la prueba! ¡A ver si Herr Birmingham puede presentar la prueba de que la chica es suya! ¡Que venga aquí a exigirlo!

Los hombres allí reunidos abrieron paso a los hermanos Birmingham mientras se aproximaban al lecho. Gustav y Olney los miraron atónitos, porque uno de ellos era Jeff Birmingham. El que lo seguía tenía que se un pariente próximo, porque el parecido era sorprendente.

Deteniéndose junto a la cama, Jeff dirigió al alemán una sonrisa mientras le entregaba a Townsend un documento en que había escrito su contrato con Cooper Frye. Lo utilizó como recibo para verificar la compra de Raelynn

-No soy un fantasma -le aseguró a Gustav-. Tu lacayo es un mal tirador.

Olney se revolvió ante el insulto, pero se apresuró a defenderse

-¡Fue un accidente! -gritó-. ¡No quería dispararle!

La risa breve y sardónica de Brandon coreó esta afirmación.

-No es esto lo que he oído.

Jeff dirigió una mirada incrédula al joven bribón.

-Ni yo tampoco. ¿Recuerdas a mi mayordomo? Bien, pues Kingston jura haberte visto sacar la pistola, apuntarme a la cabeza y dispararme. Me parece a mí que no se trata de un accidente.

-¿Qué vale la palabra de un negro contra la mía? -exclamó Olney. Townsend dejó de comprobar los documentos y clavó una mirada ominosa en el hombre hasta que Olney, sintiendo el penetrante calor de sus ojos, le dirigió a su vez una mirada de interrogación.

-Estás juzgando a ese hombre -le informó bruscamente.

-¿Juzgando a ese…, hombre? -preguntó Olney sorprendido-. ¿Qué quiere decir?

-¿Qué quiero decir, chico? ¿Has olvidado lo que dije? -Las palabras de Townsend provocaron las risas de sus ayudantes-. No eres muy listo, ¿verdad? Pues te lo voy a explicar para que no te quede ninguna duda. Creeré en la palabra de Kingston por encima de la tuya siempre y en todo lugar.

Olney poseía un fuerte sentido de autoconservación. Con un gesto de cólera, señaló a Jeff con un dedo.

-¡Ese tipo amenazaba al señor Fridrich con una pistola! ¡Como puede ver él también disparó!

-¡Con qué facilidad olvidas las cosas, muchacho! -le amonestó Townsend-. ¡El señor Fridrich irrumpió en casa de Birmingham! ¡Fue allí a llevarse a la esposa de este hombre!

Gustav interrumpió aquella conversación con un grito irritado.

Nein! ¡Es mía! ¡La compré y pagué por ella!

Townsend, haciendo una mueca, se pasó una mano por la barbilla sin

afeitar mientras contemplaba el documento de Jeff. Luego se aclaró la garganta.

-¡Bien! Está claro que Cooper Frye firmó con su nombre los dos documentos, pero si se trata de quién pagó más por la muchacha, el señor Birmingham te gana, señor Fridrich, porque pagó tres veces más.

-¡No importa quién pagó más! ¡Lo que importa es quién la compró primero! -G:ustav apretó los dientes para reprimir el dolor que se le despertó debido a sus movimientos cuando se apoyó en un codo-. Cooper Frye vino a verme hacia las cuatro de la tarde y me dijo si quería comprarle a su sobrina. Entonces le di doscientos cincuenta dólares yankees y le hice firmar un recibo. Cuando envié a un hombre para que la trajera al almacén, Cooper Frye le dijo que ese Herr Birmingham se había llevado a su sobrina a su casa. No dijo nada de que Herr Birmingham hubiera pagado por ella. Si tiene un recibo, entonces es que la compró después.

-Al parecer, ese Cooper Frye te ha estafado, Herr Fridrich -le informó Jeff bruscamente-. Poco después de las cuatro de la tarde, ese Cooper ya había obtenido setencientos cincuenta dólares yankees y hacía al menos una hora que tenía la suma que yo le entregué como pago por su sobrina.

Nein! -exclamó irritado Gustav, sacudiendo la cabeza-. ¡Cooper Frye no me estafaría!

Jeff sonrió irónicamente.

-Supongo, Herr Fridrich, que tu confianza en la integridad de ese hombre se basa en la idea equivocada de que te teme. -Se tomó un poco de tiempo, en vista de la impaciencia del alemán, y luego siguió hablando-. Después de obtener el dinero que le di, Cooper Frye se reunió contigo y vendió a su sobrina por segunda vez en pocas horas. Enfréntate a ello, Gustav. Has sido estafado por un inglés recién llegado en barco, de Londres.

Farrell Ives se adelantó otra vez y atrajo la atención del sheriff.

-Yo estaba allí, Rhys. Vi todo lo que sucedió. A las dos menos cuarto de ayer tarde oí decir a Cooper Frye que le había prometido su sobrina a Gustav Fridrich. A las dos y media, Jeff ya le había entregado el dinero a Cooper Frye y el hombre se había ido. Casi media ciudad fue testigo de lo que sucedió.

Media docena de hombres asintieron y Townsend devolvió el documento a Jeff. El sheriff, inclinando la cabeza hacia un lado, observó a Gustav de lejos.

-Al parecer, señor Fridrich, te ha estafado una corneja. Pero como tienes la prueba de la compra de la muchacha, no creo que pueda arrestarte por rapto. Quizá por el robo de los caballos, aunque creo que tenías un poco de prisa para que te atendiera el doctor Clarence. Sin embargo, te advierto que a partir de ahora debes mantenerte alejado de los Birmingham. De otra manera te consideraré una amenaza para la paz de esta zona. -Le entregó el documento al alemán y siguió-. En cuanto al otro asunto, me gustaría que me dieras permiso para echar un vistazo por tu almacén. He oído protestas de que tus hombres y tú hacéis contrabando y, si es posible, quisiera asegurarme de que tales rumores no son más que pura especulación.

Los ojos claros de Gustav se habían convertido en hielo cuando apartó la mirada del representante de la ley.

-¿Y si me niego a su petición?

Townsend rió complacido.

-Bien, en vista de que eres el responsable de que dispararan contra el señor Birmingham, podría arrestarte junto con el joven al que proteges. -Alzó la vista buscando al joven al que se refería y observó que Olney había desaparecido. Townsend reunió rápidamente a todos los hombres para que lo buscaran, pero Olney no apareció. Perplejo, Townsend se dirigió a sus ayudantes-. ¿Dónde está ese joven? ¿No os había dicho que vigilarais todas las puertas y las ventanas para que nadie escapara?

-¡Y lo hemos hecho, sheriff! -insistió uno de sus hombres-. Nadie ha podido escapar por las puertas, se lo aseguro.

Varios ayudantes buscaron por el interior del almacén mientras otros tres salían fuera a mirar por los alrededores. La búsqueda fue inútil.

-¡Se ha ido, sheriff! -anunció uno de los hombres casi sin aliento-. Debe de haberse deslizado fuera mientras estábamos discutiendo sobre quién era el propietario de la señora Birmingham.

-Demonios -exclamó Townsend, rojo de rabia-. Ese muchacho debe ser un estúpido, pero seguro que sabe cómo poner pies en polvorosa. -Levantó una mano e hizo un gesto a uno de sus ayudantes-. Coge unos cuantos jinetes y dad una vuelta por la ciudad a ver si encontráis a ese bribón. Me reuniré con vosotros en cuanto Fridrich me deje echar un vistazo por aquí.

Gustav lanzó una risa despectiva.

-Y si no lo hago, me arrestará, ¿verdad? Como no tengo otra elección, hágalo. Sin embargo, le advierto, sheriff, que le haré responsable si desaparece algo. ¿Ha comprendido?

-Tú deja que mis hombres y yo inspeccionemos todo esto antes de marchamos. -Fue la respuesta lacónica de Townsend.

-¿Sabe lo que está buscando? -preguntó Gustav con desdén.

El sheriff alzó los hombros con despreocupación.

-Cualquier cosa que no puedas demostrar que eres el propietario con documentos o recibos.

-Ya verá que tengo todos los papeles en orden, sheriff.

-¡Estupendo! Entonces quizá no tenga que arrestarte.