Así pues, desde el universo a una faceta del universo que llamamos «el organismo»; desde el organismo a una faceta del organismo que llamamos «el ego»; desde el ego a una faceta del ego que llamamos «la persona», tales son algunas de las principales bandas del espectro de la conciencia. Con cada nivel sucesivo del espectro, más numerosos son los aspectos del universo que aparecen como externos al «yo» de la persona. Así, en el nivel del organismo total, el medio aparece como algo que está fuera del límite del sí mismo, ajeno, externo, «lo que no es uno». Pero en el nivel de la persona, el medio ambiente del individuo más su cuerpo y algunos aspectos de su propia psique aparecen como algo externo, ajeno, «que no es yo».

Los diferentes niveles del espectro representan no sólo diferencias en la identidad, por más importante que esto sea, sino también en aquellas características que directa o indirectamente estén ligadas con la identidad. Pensemos, por ejemplo, en un problema corriente: el «conflicto consigo mismo». Puesto que hay diferentes niveles del yo, es obvio que también hay diferentes niveles de conflicto consigo mismo. La razón estriba en que, en cada nivel del espectro, la línea limítrofe de lo que es la identidad de una persona se traza de diferente manera. Pero, como bien saben los expertos en temas militares, una línea limítrofe es también una línea de batalla en potencia, ya que delimita los territorios de dos campos opuestos y potencialmente en pugna. Así, por ejemplo, una persona que esté en el nivel del organismo total encontrará a su enemigo potencial en su medio ambiente, pues éste se le aparece como extranjero, externo y, por consiguiente, como una amenaza para su vida y su bienestar. Pero una persona que está en el nivel del ego, no sólo encuentra que su medio es territorio extranjero sino que lo es también su propio cuerpo, lo cual significa que la naturaleza de sus conflictos y perturbaciones es diferente en sumo grado. Una persona así ha desplazado la línea limítrofe de «lo que uno es», y, por consiguiente, ha desplazado la línea de batalla de sus conflictos y sus guerras personales. En este caso, su cuerpo se ha pasado al enemigo.

Esta línea de batalla puede adquirir una gran importancia en el nivel de la persona (máscara), porque aquí el individuo ha trazado la línea limítrofe entre facetas de su propia psique, de modo que la línea de batalla se encuentra ahora entre el individuo en cuanto persona y su medio, pero también su cuerpo y ciertos aspectos de su propia mente.

Lo que aquí importa es que cuando un individuo dibuja los límites de su alma, establece al mismo tiempo las batallas de su alma. Los límites de la identidad de un individuo demarcan qué aspectos del universo han de ser considerados «uno mismo», y cuáles serán considerados «lo que no es uno», «diferente de uno mismo». De manera que en cada nivel del espectro son diferentes los aspectos del mundo que se le aparecen al individuo como «lo que no soy», lo ajeno y extranjero. Cada nivel ve diferentes procesos del universo como extraños a él. Y puesto que, como en cierta ocasión señaló Freud, todo extraño parece un enemigo, cada nivel está potencialmente comprometido en diferentes conflictos con diversos enemigos. Recuérdese que toda línea limítrofe es también una línea de batalla… y que en cada nivel el enemigo es diferente. Dicho en la jerga psicológica, los diferentes «síntomas» se originan en distintos niveles.

El hecho de que los diferentes niveles del espectro posean características, síntomas y potenciales diferentes nos lleva a uno de los aspectos más interesantes de este punto de vista. En la actualidad hay un interés increíblemente amplio, y que no deja de crecer, en toda clase de escuelas y técnicas que se ocupan de los diversos aspectos de la conciencia. Mucha gente recurre a la psicoterapia, el análisis junguiano, el misticismo, la psicosíntesis, el zen, el análisis transaccional, el rolfing, el hinduismo, la bioenergética, el psicoanálisis, el yoga y la terapia guestáltica. Lo que tienen en común estas escuelas es que, de una manera o de otra, todos intentan efectuar cambios en la conciencia de una persona. Pero ahí acaba la similitud.

El individuo sinceramente interesado en aumentar y enriquecer su conocimiento de sí mismo, se encuentra con una variedad tan asombrosa de sistemas psicológicos y religiosos que apenas si sabe por dónde comenzar o a quién creer. Incluso si estudia cuidadosamente todas las escuelas importantes de psicología o de religión, lo más probable es que termine su estudio tan confundido como cuando lo empezó, porque estas diversas escuelas, tomadas en conjunto, indiscutiblemente se contradicen entre sí. Por ejemplo, el budismo zen le dice a uno que se olvide del ego, que lo trascienda o que vea a través de él; pero el psicoanálisis le ayuda a reforzar, fortalecer y consolidar el ego. ¿Quién tiene razón? El problema es muy real, tanto para el profano interesado como para el terapeuta profesional. Tantísimas escuelas diferentes, todas en conflicto y todas procurando entender a la misma persona. ¿O no es así?

Es decir, ¿apuntan todas ellas al mismo nivel de la conciencia de la persona? ¿O se trata más bien de que esos diferentes enfoques se centran de hecho en diferentes niveles del yo? ¿No podría ser que estos enfoques tan diferentes, lejos de estar en conflicto o de ser contradictorios, reflejaran realmente diferencias muy concretas en los diversos niveles del espectro de la conciencia? ¿Y no sería posible que esos diferentes enfoques fueran, todos ellos, más o menos correctos cuando se emplean en su propio nivel principal?

Si así fuera estaríamos en condiciones de introducir considerable orden y coherencia en un campo que, de otra manera, es de una complejidad enloquecedora. Entonces se pondría de manifiesto que todas estas escuelas psicológicas y religiosas diferentes no representan tanto maneras contradictorias de enfocar al individuo y sus problemas, sino que son más bien enfoques complementarios de diferentes niveles del individuo. Así entendido, el vasto campo de la psicología y de la religión se descomponen en cinco o seis grupos practicables, y es evidente que cada uno de tales grupos apunta predominantemente a una de las principales bandas del espectro.

De este modo, para no dar más que unos pocos ejemplos muy breves y generales, el objetivo del psicoanálisis y de la mayoría de las formas de terapia convencional es remediar la radical escisión entre los aspectos conscientes e inconscientes de la psique, de modo tal que la persona se ponga en contacto con la «totalidad de su mente». Estas terapias apuntan a reunificar la persona, o máscara tras la que se ocultan los aspectos inaceptables de su ego, y la sombra, o proyección al exterior de esos aspectos, para crear un ego sano y fuerte, lo que equivale a decir una imagen de sí mismo exacta y aceptable. En otras palabras, son todas ellas terapias orientadas hacia el nivel del ego. Intentan ayudar al individuo que está viviendo como persona para que vuelva a cartografiar su alma como ego.

Además de esto, la meta de la mayoría de las llamadas terapias humanísticas es curar la escisión entre el ego y el cuerpo, reunir la psique y el soma para así revelar el organismo total. Por eso a la psicología humanística —llamada la Tercera Fuerza (si se considera que las dos principales fuerzas, en psicología, son el psicoanálisis y el conductismo)— se la designa también como «movimiento de potencial humano». Al extender la identidad de la persona desde la mente o ego hasta la totalidad del organismo como tal, se liberan los vastos potenciales del organismo total, poniéndolos a disposición del individuo.

Si profundizamos aún más, encontraremos que la meta de disciplinas como el budismo zen o el hinduismo vedanta es curar la escisión entre el organismo total y el medio, para revelar una identidad —una identidad suprema— con el universo entero. En otras palabras, apuntan al nivel de la conciencia de unidad. Pero no olvidemos que entre el nivel de la conciencia de unidad y el nivel del organismo total están las bandas transpersonales del espectro. Las terapias que se dirigen a este nivel se interesan profundamente por los procesos que se dan en la persona, pero que son realmente «supraindividuales» o «colectivos» o «transpersonales». Incluyo hay quienes se refieren a un «yo transpersonal», que si bien no es idéntico al Todo (entonces sería conciencia de unidad), trasciende no obstante los límites del organismo individual. Entre las terapias que se dirigen a este nivel se encuentran la psicosíntesis, el análisis junguiano, diversas prácticas preliminares del yoga, las técnicas de meditación trascendental y otras.

Todo esto es, naturalmente, una versión muy simplificada de las cosas, pero señala con eficacia de qué manera, en general, la mayor parte de las principales escuelas de psicología, psicoterapia y religión no hacen más que dirigirse a los diferentes niveles principales del espectro. Algunas de estas correspondencias se muestran en la fig. 2, donde se enumeran las escuelas principales de «terapia» junto al nivel del espectro hacia el que apuntan principalmente. Como ocurre con cualquier espectro, estos niveles se superponen bastante entre sí, por lo que no se puede hacer ninguna clasificación absolutamente distinta y precisa de los niveles ni de las terapias que se dirigen a cada uno de ellos. Además, cuando «clasifico» una terapia sobre la base del nivel del espectro al cual se dirige, ello significa el nivel más profundo que reconoce, sea explícita o implícitamente, esa terapia. En términos generales, veremos que una terapia, del nivel que sea, reconoce y acepta la existencia potencial de todos los niveles que están por encima del suyo propio, pero niega la existencia de todos los que están por debajo.

A medida que una persona (profana o terapeuta) se familiarice más con el espectro —con sus diversos niveles, con diferentes potenciales y problemas diferentes—, más capacitada estará para orientarse (u orientar a su cliente) en el viaje que lleva a la comprensión y al desarrollo de uno mismo. Podrá reconocer más fácilmente en qué niveles se originan los conflictos y problemas presentes, y aplicar así a cualquier conflicto dado el proceso «terapéutico» adecuado para ese nivel. También es posible que llegue a reconocer con qué potenciales y niveles quiere establecer contacto, y qué procedimientos son los más apropiados para facilitar este desarrollo.

El desarrollo se entiende aquí como un ensanchamiento y expansión de los propios horizontes, una ampliación de los propios límites, exteriormente en perspectiva e interiormente en profundidad. Pero ésa es con toda exactitud la definición de descender por el espectro. (O de «ascender» por él; todo depende del ángulo que se prefiera. En este libro hablaré de «descender» simplemente porque combina mejor con la fig. 1). Cuando una persona desciende un nivel del espectro, ha trazado un mapa nuevo de su alma y ensanchado su territorio. El crecimiento es redistribución, nuevo trazado de zonas y diseño del mapa; es primero un reconocimiento, y después un enriquecimiento, de niveles cada vez más profundos y más vastos de «lo que uno es».

En los tres capítulos siguientes exploraremos algunas facetas de ese misterio fundamental que se llama conciencia de unidad, abriéndonos camino en él a tientas, bordeándolo, abordándolo furtivamente, sin olvidar que en cualquier momento nos atrapará, sorprendiéndonos por la espalda. Aparte de darnos cierta sensación de lo que es la conciencia de unidad, esta exploración nos equiparará con muchas de las herramientas necesarias para entender el campo total de lo que actualmente se llama «psicología transpersonal», «noética» o «investigación de la conciencia». Exploraremos el mundo tal como se aparece sin demarcaciones ni fronteras; el momento presente tal como se aparece sin los límites del pasado y el futuro, y la capacidad de percibir y conocer sin los límites que impone la división en dentro y fuera.

Dedicaremos luego un capítulo a explicar el desarrollo de todos los demás niveles del espectro: el nivel del organismo total, el del ego y el de la persona (máscara). Después, a partir de este entendimiento básico, comenzaremos el descenso del espectro de la conciencia; una exploración vivencial de los diversos niveles y de las principales «terapias» que se usan para establecer contacto con ellos, y terminaremos donde comenzamos, en el nivel de la conciencia de unidad, que es lo más oportuno, ya que, como veremos, es el único nivel que jamás nos ha faltado.