Capítulo 11
Estoy embarazada.
A Alyse no se le ocurrió otra forma de responder. Además ¿por qué andarse con disimulos?
A partir de aquel momento quería la verdad. Solo la verdad.
–Estoy embarazada… –repitió en un tono muy diferente, maravillado.
El silencio fue la única respuesta a sus espaldas, pero Alyse no se atrevió a darse la vuelta para ver la expresión de Dario. Finalmente oyó cómo respiraba temblorosamente y volvía a soltar al aire.
–¿Estás segura?
Alyse giró sobre sí misma para mirarlo.
–¡Por supuesto que estoy segura! Sé leer –agitó la mano en que sujetaba la prueba y se la dio a Dario para que la viera por sí mismo–. Embarazada. Eso es lo que pone. Voy a tener un hijo tuyo, Dario… y si vas a preguntarme que cómo es posible…
–No voy a preguntártelo –dijo Dario en un tono carente de toda emoción–. Sé muy bien cómo te quedaste embarazada. ¿Pero cuándo? ¿La noche anterior a la migraña?
–O después… cuando bajé a la terraza –era ridículo ruborizarse aún por aquello, pero las mejillas de Alyse enrojecieron visiblemente–. Llevaba dos días sin tomar la píldora.
Fue entonces cuando sedujo a Dario a plena luz del sol sin pensar en las posibles consecuencias. Consecuencias que acababan de hacerse muy reales.
Aquello era en lo último en que había pensado Dario después de notar que algo andaba mal. Y daba igual cómo o cuando se hubiera quedado embarazada Alyse. Lo único que importaba en aquellos momentos era saber qué iban a hacer al respecto.
Pero tan solo lograba pensar en el hecho de que Alyse estaba embarazada. Bajó la mirada hacia su estómago, hacia las curvas de sus caderas, ceñidas por la tela de los vaqueros con que había viajado. Como era lógico, aún no había el más mínimo indicio del embarazo.
¿Cómo era posible que algo totalmente invisible le hubiera producido tal impacto? Se sentía como si acabaran de golpearlo con un mazo en la cabeza.
–Esa ocasión fue muy especial… –murmuró, y vio que Alyse entreabría sus deliciosos labios para decir algo, aunque no lo hizo. ¿Creería que no estaba diciendo la verdad? ¿Cómo era posible que lo dudara si él se había excitado al instante tan solo con el recuerdo?
–Pero ya sé… que no te interesan los lazos familiares.
Dario había estado tan seguro cuando dijo aquello… Y aún lo pensaba, al menos en lo relacionado con los miembros de su familia. Pero una familia suya, una familia creada entre Alyse y él… Siempre había tratado de asegurarse de que aquello no llegara a suceder, de manera que no sabía exactamente cómo reaccionar.
«No me interesan las familias».
Iba a ser padre.
¿Pero qué sabía él de ser padre después del ejemplo que había tenido? ¿No era aquello algo que se aprendía por imitación, viendo cómo se había comportado el propio padre?
Se estremeció ante la mera idea de parecerse al hombre que se había comportado con su madre como si tan solo hubiera sido su donante de esperma.
No sabía qué hacer, cómo reaccionar, pero era evidente que Alyse se sentía tan desconcertada como él con lo sucedido.
–Yo… –empezó a decir, pero el momento de duda se había prolongado ya demasiado y Alyse se apresuró a interrumpirlo.
–Pero no te preocupes. No pienso pedirte nada.
Si Alyse esperaba apaciguar así a Dario, no podía haber estado más equivocada.
–No necesitas pedírmelo –replicó él con frialdad–. Sé cuál es mi deber. Recibes una mensualidad desde que nos casamos… aunque aún no he visto indicios de cómo gastas el dinero –añadió a la vez que deslizaba un mirada gélida por los gastados pantalones y la blusa roja que vestía Alyse.
Pensar que Dario consideraba que todo lo que había hecho por ella había sido cumplir con su deber fue más de lo que Alyse pudo soportar.
–¿Por qué iba a necesitar algo de ti? No hay nada en lo que pueda gastar el dinero. Me has regalado ropa y joyas de sobra, he vivido en una lujosa villa en La Toscana, ahora estamos en un fantástico ático en Londres…
Alyse se quedó en silencio, con los brazos extendidos, señalando a su alrededor. Dario nunca había puesto una fecha límite a su matrimonio de conveniencia, ¿pero sería posible que hubiera llegado tan pronto? No había duda de que la noticia que acababa de darle iba en contra de todo lo que él quería de la vida. Y, como acababa de revelarle aquella atroz carta, no era ella precisamente lo que Dario quería de la vida. Ella tan solo había sido un medio para conseguir lo que quería de su padre: reconocimiento y venganza.
–He comido más de lo que necesito, he viajado… –continuó con amargura mientras veía cómo fruncía Dario sus negras cejas–. ¿Qué más podría necesitar?
–Teníamos un contrato.
–Lo teníamos –eso era todo lo que tenían, reconoció Alyse, desolada. Y ella era una estúpida por haberse permitido considerar cualquier otra posibilidad–. Y tengo intención de mantenerlo, pero un hijo… en el contrato no decía nada de un hijo…
–¡Al diablo con el contrato! –exclamó Dario–. A menos que… –de pronto se interrumpió y fijó una mirada de acero en el rostro de Alyse. Ella alzó la barbilla con expresión retadora, tratando de ocultar los agónicos sentimientos que la embargaban–. Espero que no estuvieras pensando en abortar.
–¡Oh, no! ¡Claro que no! –exclamó Alyse conmocionada ante la furia del tono de Dario. Pero en realidad no le extrañó su furia, sobre todo teniendo en cuenta que la carta que acababa de leer dejaba bien claro que un hijo formaba parte del otro contrato… el que Dario tenía con su diabólico padre–. Pero no hay ninguna cláusula en nuestro contrato respecto a un hijo. Esa posibilidad no se mencionaba en nuestro acuerdo prenupcial…
Alyse se llevó una mano a la boca al considerar una terrible posibilidad. ¿Habría olvidado Dario deliberadamente utilizar un preservativo cuando lo hizo? Alyse era consciente de que dejarlo le desgarraría el corazón, pero peor aún sería permanecer con Dario sabiendo por qué la había buscado, por qué se había casado con ella.
–No tienes que seguir casado conmigo solo por hacer lo correcto debido a mi embarazo –logró decir a pesar de la fría mano que atenazaba su corazón–. Puedo arreglármelas por mi cuenta.
–¿Y cómo te las arreglarás? Has dejado tu trabajo. Yo me ocuparé de las necesidades del niño, por supuesto…
Por supuesto. Dario querría que se le viera cumpliendo su deber con el bebé.
–Y tú conservarás tu manutención.
–¿Estás diciendo que conservaré la mensualidad que me das aun después de convertirme en tu exesposa?
–¿Exesposa? –repitió Dario con gesto de incredulidad–. Este matrimonio no se ha acabado. No vamos a separarnos. ¡No pienso permitir que te vayas!
Alyse pensó que resultaba irónico que aquellas fueran las palabras que más habría deseado escuchar solo unas horas antes, que se habría derretido si Dario le hubiera dicho que quería que su matrimonio siguiera adelante…
–Por supuesto que no –dijo en tono ácido–. Eso no te serviría, ¿verdad? Así nunca satisfarías las pretensiones de tu padre.
–¿Qué diablos tiene que ver mi padre con…?
–No querrá pagar por una exesposa y un hijo, ¿verdad? No cuando lo que quiere es un matrimonio respetable y un nieto legítimo. Tienes que darle todo lo que te pida, o de lo contrario nunca podrás incorporarte a la Casa Kavanaugh… al hogar familiar.
Alyse notó que Dario volvía la mirada de inmediato hacia el cajón que aún seguía abierto con la carta de Henry Kavanaugh a la vista.
–La carta –murmuró.
Alyse había oído mencionar alguna vez lo cercanas que podían llegar a ser las emociones del amor y el odio. Nunca lo había creído posible, pero en aquellos momentos pudo comprenderlo. Tenía ante sí a Dario, el asombroso hombre del que se había enamorado perdidamente, pero también era el hombre que la había traicionado. Le había mentido y la había utilizado para conseguir lo que quería, como habían hecho sus padres. Y lo odiaba por ello.
–Sí, la carta. La carta que te envió tu padre antes de que me pidieras que me casara contigo. ¿Recuerdas lo que pone, o tengo que recordártelo?
Dario no necesitaba que le recordaran lo que decía la carta. Era la carta que había puesto en marcha todo aquello, que le había hecho comprender que había un modo de lograr algo más que frustrar los planes de Marcus para casarse con Alyse y así cumplir los deseos de su padre, que también podía quedarse con las propiedades de la familia y con la Casa Kavanaugh como recompensa.
Fue la carta que le hizo acudir a casa de los padres de Alyse el día que descubrió el lío financiero en que se había metido su padre. El lío del que pensaba aprovecharse Marcus para forzar a Alyse a casarse con él.
Fue la carta que sugería una posible reconciliación, o al menos el reconocimiento de que Henry Kavanaugh era su padre. Incluso recibiría el hogar familiar si, en lugar de su hermano, él se ocupaba de hacer realidad los sueños de su padre. Aquello era algo con lo que había soñado su madre hasta el día de su muerte.
–Mi pa… Kavanaugh me escribió para decirme que había cambiado su testamento. Me ofreció reconocerme como hijo suyo.
–Además de poner delante de tus narices una bonita zanahoria con la forma de la Casa Kavanaugh.
–No era eso lo que yo quería.
–¿Ah, no?
El tono escéptico de Alyse fue cortante como un cuchillo, sobre todo porque Dario no podía negarlo. Tenía que reconocer que la idea de fastidiar a Marcus de aquel modo, de heredar lo que más deseaba su hermanastro, le pareció en su momento una forma perfecta de vengarse.
Al menos se lo pareció entonces.
–¿Cómo puedes decir que no era lo que más deseabas? –continuó Alyse–. ¿Acaso no me contaste que tu madre hizo todo lo posible año tras año para lograr que tu padre te reconociera, que llegaste a hacer una fortuna con la esperanza de que te reconociera como su hijo, o al menos de que reconociera tu existencia?
–Sí.
Dario tampoco podía negar aquello, porque era lo que más había deseado. Pero en aquellos momentos sus deseos parecían muy lejanos.
–Quería todo eso –o al menos lo había querido. Había vivido tanto tiempo con aquella terrible sensación de vacío en su interior que creía haber encontrado por fin una forma de colmarla.
–¿Y quieres este hijo? –preguntó Alyse a la vez que se llevaba instintivamente la mano al vientre–. ¿Lo quieres?
–¡Maldita seas! ¡Claro que lo quiero! –exclamó Dario. Era posible que no supiera cómo ser padre, pero de lo que estaba seguro era de que aquel bebé, su bebé, nunca se sentiría abandonado y no deseado, como le sucedió a él.
–¿Porque así conseguirás lo que siempre has querido?
–Sí.
Dario comprendió demasiado tarde que su respuesta podía ser interpretada de un modo muy diferente a lo que había pretendido decir. Desafortunadamente, Alyse había encontrado aquella carta justo cuando él acudía a ver a su padre para decirle que no quería saber nada más de sus maquinaciones.
–No –dijo Alyse con fría determinación–. Ahora reclamas a este niño, ahora sí te interesa la «familia». Pero tienes que saber que jamás permitiré que mi bebé sea utilizado como moneda de cambio, como hizo tu padre contigo y como quiere hacer ahora. Pero no te preocupes, Dario. No voy a impedir que veas a tu hijo, si es lo que quieres.
–Si… ¿Acaso puedes dudarlo?
–Sí puedo. No te interesa el rollo familiar, ¿recuerdas?
–Fui en estúpido por decir eso… –empezó Dario, pero Alyse no le estaba escuchando.
–Pero lo haré por ti. Podrás ver a tu hijo y estar con él siempre que quieras. Pero no puedes tenerme a mí. Ni siquiera como tu exesposa.
Aquellas palabras fueron como una bofetada para Dario. Creía que Alyse lo estaba probando, que quería comprobar hasta qué punto estaba dispuesto a comprometerse con su hijo. No había imaginado ni por un momento que ya se estaba viendo como su ex.
–No puedes tenerme a mí –repitió Alyse–. Aspiro a más que esto. A algo más que la mensualidad que me ofreces.
–Si quieres más dinero, no hay problema. ¿Cuánto…?
–No quiero más dinero, Dario –interrumpió Alyse secamente–. No quiero nada de ti. Ojalá pudiera devolverte el dinero que utilizaste para pagar las deudas de mis padres. Pero me temo que en ese sentido siempre estaré en deuda contigo.
–¿No se te ha ocurrido pensar que ya has saldado esa «deuda» conmigo? –Dario pronunció la palabra «deuda» como si estuviera envenenada.
–¿Y por qué iba a pensar eso? –preguntó Alyse con el ceño fruncido.
–Si de verdad quieres hacer un balance entre el dinero pagado y los beneficios recibidos…
Alyse de quedó boquiabierta, incapaz de creer lo que estaba sugiriendo Dario.
–¿Estás diciendo realmente que, por breve que haya sido, nuestro matrimonio ha reducido en parte la deuda? ¿Y cuánto consideras que he pagado ya?
La torva expresión de Dario habría bastado para acallar a cualquiera, pero no a Alyse en aquellos momentos. La mortal mezcla de dolor y rabia que sentía en su interior no le permitieron echar el freno.
–Veamos… ¿cuánto tiempo llevamos casados? ¿Cuatro meses? ¿Y cuántas veces a la semana habremos hecho el… habremos tenido sexo? ¿Diez, once? Eso son unas ciento cincuenta veces. Así que ¿cuánto habré ganado por noche?
–Yo no pienso así.
–Pues tal vez haya llegado el momento de que lo hagas. Porque necesito saber qué parte de mi deuda he saldado. Seguro que puedes hacer una estimación rápida –el dolor que estaba experimentando Alyse ardió como ácido en su garganta–. ¿Cuánto sueles pagar normalmente a tus prostitutas?
Dario se puso lívido al escuchar aquello.
–Para tu información, no tengo relación con prostitutas. Siempre he valorado a las mujeres con las que he estado y ellas siempre han estado de acuerdo en cómo eran las cosas. Pero tú…
Asombrosamente, Dario parecía haber perdido el control de su respiración. Algo le hizo interrumpirse y agitar con fuerza la cabeza antes de inspirar profundamente para poder seguir hablando.
–Tú eres demasiado cara. Tu precio es demasiado alto.
Alyse sintió que todas sus esperanzas se desmoronaban a su alrededor y se rompían en mil pedazos a sus pies. Sus absurdos e ingenuos sueños le habían llenado la cabeza de fantasías. Había olvidado la realidad de aquel matrimonio. Había tratado de sortear de puntillas y con una venda en los ojos la única verdad de todo aquello: que Dario no la amaba.
«Tu precio es demasiado alto».
Él mismo se había ocupado de advertírselo, de manera que ¿por qué le dolía tanto comprender que había hablado en serio?
–Tienes razón. Ahora no podrías permitirte pagar por mí. Quiero algo más que un hombre que se ha casado conmigo por los beneficios que pueda obtener…
–¡Yo te deseaba!
–También quiero algo más que eso. Me he pasado la vida siendo utilizada por los demás, y eso ya se ha acabado… –las lágrimas que atenazaban la garganta de Alyse no le permitieron continuar.
Si Dario hubiera dicho algo en aquellos momentos, tal vez habría surtido algún efecto, pero, en lugar de ello, permaneció en silencio, sin el más mínimo rastro de emoción en el rostro.
–Esto se ha acabado –logró repetir Alyse–. Se ha acabado para siempre.
El silencio que siguió a sus palabras se hizo casi palpable. Alyse se preguntó si la frialdad de la vida de Dario, de sus pensamientos, de su corazón, habrían acabado por congelarlo. ¿Pero qué podía decir? No había hecho nada por negar sus acusaciones, no había manifestado ningún sentimiento, ni siquiera había tratado de interrumpirla, de decir algo…
–Sí.
Aquella única palabra fue toda la respuesta que dio.
Y justo en aquel momento llamaron a la puerta del apartamento, que aún seguía entornada.
–Disculpen…
Jose, el chófer de Dario, había estado esperando a que este volviera a bajar para indicarle a dónde ir, pero, después de esperar todo aquel rato, había decidido aprovechar el tiempo subiendo el equipaje. Dejó las maletas de Alyse y de Dario en el suelo.
–¿Las llevo a…?
–No, Jose –interrumpió Alyse–. ¿Te importa volver a bajar mi maleta al coche? –miró a Dario y notó en la tensión de su rostro el esfuerzo que estaba haciendo por controlarse–. ¿Te importa que me lleve Jose?
–¿Adónde vas? –preguntó Dario en un tono de completo desinterés.
–No lo sé. Pero ya te avisaré. Te he prometido que podrás ver a tu hijos cuando quieras, y pienso mantener mi promesa.
Alyse se sentía incapaz de seguir, de manera que giró sobre sus talones y se encaminó con firmeza hacia la puerta, seguida de Jose con su equipaje.
Dario pensó que si Alyse dudaba, si se volvía, tal vez sería capaz de abrir la boca para decir algo que le hiciera cambiar de opinión. ¿Pero qué habría podido decirle? No habría podido negar su acusación de haberla utilizado para tratar de conseguir lo que quería. Aquello era totalmente cierto… o al menos lo había sido al principio. Y no podía contradecir la declaración de Alyse de que aquello había terminado y no podía volver a suceder. Eso era lo que él quería. Era como debían ser las cosas. No más mentiras. Nunca más.
De manera que aquel último «sí» que había pronunciado había sido la única respuesta posible. A menos que pudiera encontrar algo que pudiera sustituir a aquel monosílabo. Por que tenía que encontrar algún modo de solucionar aquello, o sería incapaz de encarar el resto de su futuro.
A solas en el silencio del apartamento, en la terrible sensación de vacío que siguió a la marcha de Alyse, se hizo final y totalmente consciente de lo que había pasado, de lo mucho que había perdido.