Capítulo 8

 

Hablando de vestidos –murmuró un rato después Dario mientras tomaba el vestido desgarrado que había quedado olvidado en la cama–. ¿Qué tenía de malo el vestido de boda que te había diseñado Lynette?

Hizo la pregunta en tono desenfadado, pero Alyse la esperaba y sintió que toda la calidez se esfumaba de su cuerpo en un instante.

–El que querías que llevara –para impresionar a Marcus, a su padre, para demostrarle al mundo que era suya.

–¿No te gustaba?

–Era precioso, pero… quería decidir personalmente qué ponerme. Supongo que sabrás que toda chica sueña con elegir su vestido de novia.

–Comprendo –dijo Dario, pero la mirada que dedicó a Alyse reveló que no entendía por qué había tenido que elegir un vestido tan sencillo–. Pero no me habría importado pagar…

–Eso era exactamente lo que no quería –interrumpió Alyse a la vez que se erguía un poco para apoyarse sobre las almohadas–. Ya habías hecho suficientes cosas por mí.

–Pero era el día de tu boda. Me habría gustado darte cualquier cosa que hubieras pedido.

–Esa es la cuestión, Dario. No quería tener que pedirte.

Dario frunció el ceño mientras trataba asimilar aquello, pues no encajaba con lo que había pensado de Alyse.

–Quería que tuvieras todo lo que deseabas, la boda de tus sueños –aunque Dario era muy consciente de que las emociones no habían jugado el papel habitual en aquella boda, habría querido que hubiera sido como Alyse la soñaba.

–O puede que lo que tuvieras realmente planeado era hacer lo que «tú» querías –la repentina acritud del tono de Alyse hizo que Dario volviera la cabeza rápidamente hacia ella–. En realidad no estabas pensando en mí.

–Teniendo en cuenta que se trataba de un matrimonio de compromiso, de un negocio, ¿por qué iba a importarme lo que llevara mi novia?

Alice apretó los labios y volvió la mirada hacia el ventanal por el que empezaba a aparecer el sol.

–Porque querías restregarle en la cara a Marcus lo que se había perdido. Y porque querías que tu padre viera lo que estabas consiguiendo.

Dario se quedó en blanco al escuchar aquellas inquietantes palabras. ¿Tendría razón Alyse? ¿Habría querido que llevara el mejor vestido posible y que todo fuera de la mejor calidad solo para impresionar a su padre y fastidiar a su hermanastro? Pero, a pesar de que le había enviado una invitación, Henry Kavanaugh no se había presentado en la boda.

–Pensaba que todas las mujeres tenían planeada la boda de sus sueños desde el momento en que podían elegir su primer vestido, que cualquier mujer lo tenía todo pensado hasta el último detalle… y que lo único que le faltaba era el novio.

–¿Todas las mujeres? –repitió Alyse con cinismo–. ¿Así es como me ves? ¿Como a cualquier mujer? Supongo que cualquier mujer te valdría en la cama también ¿no?

–¡No! ¡Claro que no! –exclamó Dario, casi furioso a causa de algo oscuramente incómodo a lo que no quería enfrentarse–. Tú nunca podrías ser cualquier mujer. ¿Crees que habría pasado por todo esto, que habría vendido mi libertad y habría invertido tanto dinero en tu familia para ganar el favor de «cualquier» mujer?

Había tenido que mencionar el dinero, pensó Alyse, dolida. Si había alguna manera de hacerle sentirse hundida y barata, o más bien demasiado cara, era esa. ¡De manera que él había renunciado a su libertad¡ ¿Y qué diablos creía que había hecho ella? ¿Por qué creía que estaba allí? ¿Porque quería el dinero a toda costa?

Pero era cierto que Dario podía verlo así.

Y era innegable que el dinero había influido decisivamente en su decisión. Pero no podía permitirse pensar aquello. No había sido el dinero lo que más había pesado a la hora de tomar su decisión. El principal motivo había sido Dario, porque había querido a toda costa estar con él.

–Además –dijo rápidamente para distraer a Dario–, tú me estabas ofreciendo un vestido y mi madre estaba empeñada en que usara el que llevó ella en su boda. Aunque finalmente tampoco quise llevarlo.

–¿Por algún motivo especial?

Lo cierto era que Alyse no había podido soportar la idea de llevar el vestido de su madre, pasado de generación en generación como símbolo del amor de quienes se casaban en su familia.

–Quería reservarlo para… para una boda auténtica.

–¿Auténtica? –espetó Dario–. Define «auténtica». Porque supongo que no te refieres a los simples formalismos.

–Me refiero a una boda que significara algo más… algo más que… –Alyse se calló al darse cuenta de que estaba cavando su propia tumba.

–¿Algo más que qué? –repitió Dario amenazadoramente.

–Oh, ya sabes a lo que me refiero, Dario. Esto no es real. No es un matrimonio auténtico, sino un acuerdo comercial en el que tú compras y yo…

–¿Qué haces tú? ¿Venderte? –el tono amenazador de Dario se volvió directamente peligroso.

–Ambos sabemos que no hay ningún sentimiento real entre nosotros… al margen del sexo, por supuesto.

–Por supuesto –repitió Dario–. ¿Y le explicaste todo esto a tu madre?

Alyse se estremeció ante el gélido tono de su voz.

–Claro que no. ¿Crees que de lo contrario habría sido capaz de ver cómo me casaba contigo? Se habría desmoronado definitivamente si hubiera sabido que me casé contigo para que pagaras el desfalco cometido por mi padre. Me limité a decirle lo mismo que a ti: que quería llevar mi propio vestido. La mayoría de las mujeres quieren llevar su propio vestido el día de su boda.

–No mi madre –dijo Dario en un tono repentinamente carente de emoción–. Ella nunca tuvo una boda… y mucho menos un vestido de novia.

Había mencionado algo al respecto anteriormente, pero había dejado muy claro que no apreciaba el interés de Alyse por su pasado.

–¿Tu padre nunca quiso reconocerla? –preguntó Alyse a pesar de todo.

–Ni a ella ni a mí. Mi madre no sabía que mi padre estaba casado y él no se molestó en decírselo. Tuvieron una aventura de una noche de la que, supuestamente, ambos tendrían que haberse olvidado. Pero mi madre descubrió que se había quedado embarazada.

–¿Y se lo dijo?

El modo en que Dario se pasó las manos por la cabeza reveló más de lo que estaba dispuesto a revelar con sus palabras.

–Claro que lo hizo… o al menos lo intentó. Le escribió, e incluso ahorró lo necesario con gran esfuerzo para viajar hasta donde mi padre tenía su casa. Pero ni siquiera se dignó a verla. Le cerraron la puerta en las narices. Lo intentó de nuevo cuando nací yo. Me llevó consigo, convencida de que así mi padre no sería capaz de rechazar a su propio hijo.

Se produjo una larga pausa mientras Dario contemplaba el sol naciente con los ojos entrecerrados.

–Pero sí fue capaz. Cuando mi madre llegó a su casa enviaron a un sirviente a decirle que se fuera o que avisarían a la policía. Pero mi madre no renunció. Lo intentó de nuevo cuando cumplí un año y volvió a intentarlo cada año después de aquel. No renunció hasta que enfermó de cáncer. Aquel año fui yo quien trató de ponerse en contacto con mi padre para pedirle que la ayudara. Sabía que mi madre lo había amado a pesar de todo y que para ella habría supuesto mucho volver a verlo al menos una vez, o al menos saber que había hecho algo por aliviar su dolor.

–¿Y lo hizo?

Dario negó bruscamente con la cabeza.

–Ni una palabra. Nada. Mi madre murió sintiéndose totalmente abandonada. Al parecer, mi padre no llegó a recibir mi recado porque no se lo dieron. Pero eso no lo averigüé hasta mucho más tarde.

–¿Marcus? –aventuró Alyse en un susurro, y vio que Dario asentía una sola vez.

Alyse experimentó un repentino escalofrío, como si de pronto el sol se hubiera ocultado tras un negro nubarrón. La rivalidad y el odio entre los dos hermanos tenía raíces muy profundas.

–Juré que nunca volvería a tener nada que ver con ellos.

–¿Y cómo llegaste a enterarte de los problemas con el juego de mi madre y de lo que hizo mi padre?

La sonrisa de Dario no alcanzó sus ojos.

–No quería saber nada más sobre los Kavanaugh, pero tengo contactos y me resulta fácil obtener información. Supe que Henry había sufrido un derrame cerebral y que Marcus estaba a cargo de la empresa. A partir de ahí fue fácil averiguar que mi maldito hermano iba tras de ti y por qué. Eras la clase de esposa trofeo que supondría la guinda para el pastel Kavanaugh y prácticamente podía obligarte a aceptar su proposición si no querías que destruyera a tu familia.

–¿Y por eso fuiste directo por mí en la fiesta?

Dario no trató de negarlo, y tampoco mostró ningún indicio de remordimiento por la acusación de Alyse.

–Tú misma me dijiste quién eras cuando me acerqué a ti, ¿recuerdas? Yo lo sospechaba, pero tú me lo confirmaste.

–De manera que eso es lo que soy para ti ¿no? Una esposa trofeo…

Dario se volvió para mirar directamente el rostro de Alyse.

–Eres la única esposa que he querido tener. Ya te he dicho que no me va el rollo familiar.

Alyse pensó que aquello era lo mismo que darle algo para arrancárselo a continuación de las manos.

–Si sirve de algo, no esperaba desearte con la intensidad con que lo hice desde el momento en que te vi.

–De manera que no solo fue una manera de vengarte de Marcus y de tu padre, ¿no? –dijo Alyse, ridículamente satisfecha por aquella aclaración de Dario.

–Claro que no fue solo eso. Algo surgió entre nosotros desde el primer instante en que nos vimos. Sé que tú también lo sentiste. No puedes negarlo.

–Y no lo niego –Alyse miró a Dario a los ojos para que supiera que estaba siendo sincera–. No lo niego.

–Fue inevitable. Esto habría sucedido de todos modos, independientemente de quiénes fuéramos.

Dario alargó una mano hacia Alyse para acariciarle el hombro. La suavidad de la caricia hizo que Alyse experimentara un agradable cosquilleo por todo el cuerpo, cosquilleo que enseguida se transformó en algo más.

–Inevitable… –murmuró, entrecerrando involuntariamente los ojos.

–Totalmente… –la voz de Dario se convirtió en un ronco murmullo mientras deslizaba la mano hacia abajo por el cuerpo de Alyse.

–Totalmente inevitable –asintió Alyse con un tembloroso suspiro cuando Dario se colocó sobre ella y procedió a asaltar sus sentidos hasta que tan solo fue capaz de pensar en él y en el sensual poder de su cuerpo mientras tomaba posesión de ella.