Capítulo 4
El sonido del timbre de la puerta era lo último que esperaba escuchar Alice en aquellos momentos.
Y también era lo último que quería. Esperaba que su padre llegara a casa porque su madre había preguntado por él y estaba cada vez más ansiosa, pero no esperaba ninguna otra visita aquella noche.
Su primer impulso fue ignorar la llamada. Su padre tenía la llave y no se molestaría en llamar. Rose y Lucy, sus mejores amigas, estaban esquiando. Había pensado en la posibilidad de irse con ellas, pero finalmente había decidido quedarse a cuidar a su madre. La pobre mujer estaba tan mal de su depresión que Alyse no había acudido aquel día a la galería de arte para poder atenderla.
Afortunadamente, Marcus parecía haber captado el mensaje después de su encuentro en el apartamento de Dario. Llevaba tres días sin pasar por allí y esperaba que no se le hubiera ocurrido reaparecer.
De manera que al principio permaneció sentada con la esperanza de que quién fuera acabara cansándose y se marchara. Pero, al parecer, la inesperada visita no estaba dispuesta a marcharse así como así, y Alyse temió que sus insistentes llamadas al timbre alteraran a su madre.
Mientras se encaminaba con un suspiro hacia la puerta, rogó para que no fuera Marcus de nuevo, aunque, al verse reflejada en el espejo del pasillo, pensó que, dado su aspecto, tal vez saldría corriendo al verla. La sencilla falda roja y la camiseta color crema que vestía no eran precisamente un cebo para las fantasías sexuales de ningún hombre. Además, a aquellas alturas Marcus ya debería haber captado el mensaje.
Las llamadas a la puerta se volvieron más insistentes, como si alguien hubiera apoyado el dedo en el timbre y lo hubiera dejado allí.
–De acuerdo, de acuerdo… ya voy.
Cuando Alyse abrió la puerta contempló horrorizada la oscura figura que ocupaba el umbral.
–¡Tú!
Era posible que Dario Olivero fuera vestido de un modo mucho más informal que el día del baile, pero con la gastada cazadora de cuero, la camiseta azul y los ceñidos vaqueros que vestía no estaba menos impresionante. En todo caso, aquella ropa realzaba la belleza esculpida de sus rasgos.
–Sí, yo.
Dario tuvo que admitir que al principio no la había reconocido. Cuando la puerta se había abierto había pensado que se trataba de alguna empleada doméstica. La sofisticación y el glamour del día del baile habían desaparecido, y el elegante vestido de seda había sido sustituido por una desenfadada falda y una camiseta. Alyse llevaba el pelo suelto en torno a los hombros y, sin maquillaje, su piel irradiaba un brillo fresco y natural que le hacía parecer bastante más joven que los veintitrés años que él sabía que tenía.
Dario había pasado aquellos días esforzándose por olvidar a la mujer que había creído que podía utilizarlo para irritar a su hermanastro. Enfrentado con aquella otra Alyse, tan distinta a la primera, supo sin lugar a dudas duda por qué no había logrado olvidarla. Ella era el motivo por el que estaba allí en aquellos momentos.
Pero a lo largo de los días transcurridos desde su primer encuentro las cosas habían cambiado mucho. Dos días antes se habría sentido satisfecho con haber estropeado el plan de su hermanastro para casarse con Alyse y asegurarse así el favor de su padre. Pero desde entonces había averiguado muchas más cosas sobre lo que estaba sucediendo. Y la llegada de una carta totalmente inesperada, la primera que había recibido de su padre, se había sumado a las cambiantes sombras que había tras lo que estaba sucediendo en la superficie.
No le había sorprendido enterarse de la profundidad de las maquinaciones de su hermano. La intervención de su padre había sido totalmente inesperada. Pero tras haber conocido a Alyse había llegado a la conclusión de que no estaba enterada del oscuro plan para el que trataban de utilizarla. Alyse estaba tan a merced de su propio padre como lo estuvo en otra época del suyo.
Había jurado no volver a permitir que las maquinaciones de su hermano tuvieran éxito. Además, muchos años atrás había hecho una promesa a su madre en el lecho de muerte, una promesa que implicaba que debía responder al más mínimo indicio de intento de reconciliación por parte de su padre biológico, por mucho que le costara.
Y si aquella promesa le daba motivos para volver a ver a la preciosa Alyse Gregory y para incluirla en su vida en sus condiciones, mejor que mejor.
–¿Qué haces aquí? –preguntó Alyse, sin aliento.
Dario esbozó algo parecido a una sonrisa.
–Hola a ti también. Gracias por la bienvenida.
–¡No eres bienvenido!
Alyse no habría podido sentirse más tensa si al abrir la puerta se hubiera encontrado con una pantera negra dispuesta a saltar sobre ella.
–Muy bien.
Dario se volvió con intención de encaminarse de nuevo hacia su coche. Alyse debería haberse sentido agradecida, pero en lugar de ello sintió que se le contraía el estómago y se quedó con la desagradable sensación de estar perdiéndose algo.
A fin de cuentas, Dario tenía que haber acudido allí por algún motivo.
–¡Espera!
Al principio creyó que Dario no la había escuchado, pero, un instante después, Dario se detuvo, se volvió a mirarla por encima del hombro y esperó.
–¿Por qué has venido aquí?
–Quería devolverte algo.
–¿De qué se trata?
Dario se volvió lentamente.
–¿Quieres que lo haga aquí afuera?
–Supongo que será mejor que pases.
Alyse abrió la puerta de par en par y esperó a que Dario pasara al interior. Tras cerrar la puerta se volvió hacia él con los brazos cruzados.
–De acuerdo. ¿Qué es lo que vas a devolverme?
Dario sonrió con expresión de divertido desconcierto al escuchar su tono.
–No estaría mal una taza de café.
–Hay una cafetería a la vuelta de la esquina –replicó Alyse escuetamente.
La mirada de Dario voló hacia la puerta entreabierta de la cocina. Alyse apretó los puños, consciente de que estaba viendo la cafetera que acababa de preparar cuando habían llamado a la puerta. El aroma a café estaba en todas partes.
–¡Un café! –concedió sin ocultar su irritación.
Cuando se volvió, sintió que Dario la seguía como un tigre dispuesto a darle caza.
Abrió una puerta, sacó dos tazas y las dejó con más energía de la necesaria sobre la encimera. Luego tomó la cafetera y, al notar cómo le temblaba la mano, volvió a dejarla en su sitio y giró sobre sí misma. No esperaba encontrar a Dario tan cerca como estaba. Habría querido alargar las manos hacia su pecho para empujarlo, pero no sabía cómo reaccionaría, y tampoco sabía si la tentación de tocar aquellos poderosos músculos, de sentir el calor que emanaba de su piel sería demasiado para ella. De manera que situó sus manos detrás de su cuerpo y aferró con ellas el borde de la encimera para evitar que hicieran algo más peligroso.
–¿Y qué es lo que dices que quieres devolverme? –preguntó enfatizando el «dices» para dejar bien claro que no le había creído.
–Esto.
Dario metió la mano en el bolsillo de su cazadora y luego la extendió hacia ella con la palma hacia arriba. Alyse vio un pequeño objeto dorado y blanco brillando contra su piel.
–¡Mi pendiente!
Era uno de los pendientes que había llevado el día del baile y que no echó de menos hasta que se desvistió aquella noche.
–Debí dejármelo…
–En mi apartamento.
A pesar de que no hubo ningún matiz de triunfo en el tono de Dario, Alyse se sintió como si acabara de perder un escudo protector. Había creído que se trataba de una invención de Dario. Incluso se había permitido creer por un momento que tal vez no había podido olvidarla, que la había deseado mucho más de lo que había dejado entrever, que tal vez quería algo más que una tórrida aventura de una noche…
Sin embargo, se trataba de algo mucho más normal, y Dario se había limitado a acudir a su casa para devolverle el pendiente. Habría hecho lo mismo por cualquier otra persona. No se trataba de un asunto personal con ella.
–Yo…
Alyse sabía que Dario estaba esperando a que se moviera. La observaba atentamente con un brillo de algo parecido a la diversión o al reto en sus ojos azules. Su mano seguía extendida entre ellos, y Alyse supo que quería que se moviera y tomara el pendiente.
Aquello significaría tocarlo. Significaría rozar la piel de la palma de su mano con sus dedos, sentir su calidez…
Al ver la ligera curvatura que adquirieron los labios de Dario supo que la estaba retando. Tenía que moverse o enfrentarse a la acusación de cobardía que sin duda tenía Dario en la punta de la lengua.
–Gracias…
Alyse tragó saliva y movió la mano con la intención de tomar el pendiente sin tocarlo. Pero la intensidad con que la estaba mirando Dario hizo que no coordinara bien sus movimientos y, aunque llegó a tomar el pendiente en sus dedos, se le volvió a caer sobre la palma de la mano de Dario.
–Lo siento…
Dario tuvo que morderse el labio para contener la risa. Alyse se había esforzado mucho para que sus dedos no lo tocaran, en un vano intento por demostrar que no estaba interesado en él.
¿Pero a quién trataba de engañar? Por mucho que tratara de negarlo, ella también había experimentado la llamarada que surgió entre ellos desde el primer instante. Seguía allí, en sus ojos, en el rubor de sus preciosos pómulos, en la sequedad de sus labios. Y si tenía alguna duda al respecto, se esfumó cuando vio cómo sacaba la punta de la lengua para humedecer sus carnosos y delicados labios.
El impulso de tomar aquella boca, de saborear su dulzura, fue casi incontrolable para Dario. Pero se obligó a contenerse a la vez que rogaba para que Alyse no se diera cuenta del esfuerzo que le había costado hacerlo. Si la besara, por breve que fuera el beso, sabía que estaría perdido, que luego querría más y más, hasta acabar sumergido en su cuerpo.
Pero había demasiado en juego en aquellos momentos. Deseaba tanto a aquella mujer que casi le dolía, pero aquel no era el único motivo por el que había acudido allí. Alyse era la clave para derrotar de una vez por todas a su hermanastro, y tal vez incluso para abrirle las puertas al mundo de su padre.
–Tu pendiente –dijo, y tuvo que reprimir una sonrisa al ver que Alyse aún dudaba.
Al destello de desafío en la breve mirada que le dirigió Alyse con sus preciosos ojos verdes hizo que Dario deseara tomarla allí mismo. Nunca había tenido que esperar por una mujer, pero en aquella ocasión sabía que la espera merecería la pena. De manera que se limitó a inclinar la mano hacia ella, alentándola a tomar el pendiente.
–Señorita Gregory…
–Gracias –dijo Alyse sin aliento a la vez que tomaba a toda velocidad el pendiente de la palma de Dario.
–De nada –contestó Dario, y sonrió interiormente al ver que Alyse relajaba los hombros ante la formalidad de su tono–. Y ahora, ¿qué tal si tomamos ese café? El mío solo y sin azúcar, por favor.
–Por supuesto…
El café era lo último que quería Dario, pero al menos podría disfrutar un rato de las vistas mientras Alyse se ocupaba de los preparativos.
–¿Has tenido noticias de Marcus últimamente?
La pregunta estuvo a punto de suponer la perdición de Alyse. Creía haberse controlado bastante bien hasta aquel momento, pero con aquella inesperada pregunta Dario estaba amenazando su compostura de un modo muy distinto.
–No –contestó escuetamente mientras se concentraba con todas sus fuerzas en servir el café en las tazas–. Pero tampoco me extraña. Imagino que el lunes por la noche captó el mensaje con toda claridad.
Si la pregunta había sido inquietante, el silencio que siguió a la respuesta de Alyse lo fue aún más.
–¿Tú no crees que captó el mensaje? –preguntó a la vez que se volvía hacia Dario con una taza en la mano.
–Oh, estoy seguro de que Marcus vio exactamente lo que querías que viera. Pero si crees que eso bastará para disuadirlo estás equivocada. Nunca he visto a Marcus renunciar a nada que desea si ha decidido que es para él.
–¿Y qué ha decidido que es para él? –preguntó Alyse a la vez que alargaba la taza hacia Dario. Este la tomó, pero no bebió.
–A ti, por supuesto.
–¿Qué?
Dario estaba bromeando. Tenía que estar bromeando; no podía estar hablando en serio. Pero ni sus ojos ni sus sensuales labios sonreían en lo más mínimo. Su sombría expresión hizo comprender a Alyse que en todo aquello había bastante más de lo que había anticipado. Sin embargo, en aquellos instantes solo era capaz de pensar en la boca de Dario, en su sabor, en los íntimos besos que le había dado.
–Pero yo… el lunes, yo… nosotros le hicimos pensar que…
–No imagines ni por un momento que eso bastará para que Marcus se eche atrás.
–No puede quererme tanto. Es cierto que lleva un tiempo prestándome atención, pero solo últimamente se ha vuelto tan insistente.
Justo antes de que su madre volviera a ponerse mala. Ellen Gregory había entrado en una de las fases eufóricas de su enfermedad mental y no había parado de salir, de asistir a acontecimientos y fiestas a las que no permitía que la acompañaran ni su marido ni su hija. Al cabo de dos semanas, y siguiendo la predecible evolución de su enfermedad, había caído en una profunda depresión que la había llevado a encerrarse en su cuarto y a no querer hablar con nadie. Alyse sabía que aquello también afectaba a su padre, pero en esa ocasión se volvió aún más huraño y encerrado en sí mismo que en las anteriores.
Fue por entonces cuando Marcus empezó a llamarla con regularidad. Y también fue entonces cuando su padre le pidió que diera una oportunidad a aquella relación, que no la rechazara de inmediato. Aunque Alyse no entendió por qué quería su padre que prestara atención a Marcus, lo intentó. A fin de cuentas, se trataba del hijo de su jefe y no quería causarle problemas.
Pero Marcus se volvió demasiado insistente. Cuando empezó a lanzarle indirectas sobre las repercusiones que podría tener que lo rechazara, Alyse decidió que tenía que hacer algo drástico al respecto y planeó su estrategia para la noche del baile. Estaba segura de que si Marcus la veía con otro hombre captaría el mensaje y la dejaría en paz.
Pero Dario acababa de decirle que su hermanastro nunca renunciaba fácilmente a algo que se le hubiera metido entre ceja y ceja.
–No… –Alyse movió la cabeza con preocupación mientras volvía a revivir la sensación de ser un hueso por el que estuvieran peleando dos perros.
–Sí… –Dario dejó la taza del café que aún no había probado en la encimera y alargó una mano hacia ella. Aún desorientada por las inesperadas noticias, Alyse dejó que la tomara por el codo y la llevara al vestíbulo para situarla frente al gran espejo que había en un lateral.
–Mírate –Dario murmuró aquello muy cerca del oído de Alyse, que cerró instintivamente los ojos mientras hacía un auténtico esfuerzo para no apoyarse contra él y dejarse envolver por la calidez que emanaba de su cuerpo. Pero abrió los ojos de inmediato al comprender el peligro que habría supuesto ceder a aquella tentación.
–Corriente, pálida y nada sofisticada –dijo con aspereza a la vez que sus ojos se enfrentaban a la mirada azul de Dario en el espejo.
–¿Y esperas que me crea eso? ¿Acaso estás buscando cumplidos? –preguntó él con voz ronca a la vez que alzaba una mano para apartar un mechón de pelo rubio de la frente de Alyse. Aquel mero contacto provocó un cálido estremecimiento que recorrió el cuerpo de Alyse y pareció concentrarse entre sus piernas.
–Porque si lo que quieres son halagos, estoy dispuesto a hacértelos cada minuto de cada hora. ¿Fue así como te enredó Marcus? ¿Diciéndote lo preciosa que eres, asegurándote que estaba loco por ti?
Había sido algo así, reconoció Alyse en silencio. Marcus le había dicho que era preciosa… y que la deseaba. Pero eso fue al principio. Al poco tiempo ya estaba presionándola para que se casara con él sin molestarse en hacerle más cumplidos. Insistía en que nunca encontraría mejor partido que él, en que supondría una gran ventaja para ella aceptar su proposición.
Pero lo que la asustó en aquellos momentos fue que, aunque los halagos de Marcus siempre la habían parecido excesivos y falsos, quería creer que los de Dario no lo serían.
–¿Es eso lo que quieres? –insistió Dario, y algo en su tono hizo que Alyse saliera de la especie de trance hipnótico en que se encontraba.
–¡No cuando los halagos no son sinceros! –espetó a la vez que se volvía enérgicamente hacia él–. ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué has venido a mi casa?
Alyse supo que no iba a obtener la respuesta que buscaba al ver cómo se endurecía la línea de la boca de Dario.
–Pregúntaselo a tu padre –espetó él con fría dureza.
–¿Qué tiene que ver mi padre con esto? ¿Qué sucede entre tu hermanastro y tú?
–Eso no es asunto tuyo.
–Pero tú estás haciendo que se convierta en asunto mío, y no quiero. No quiero verme envuelta en vuestra mezquina batalla.
–Me temo que ya es tarde para eso. Ya estás implicada… y no solo tú.
La expresión de Dario hizo que Alyse sintiera que se le helaba la sangre.
–¡Ya he tenido suficiente, Dario! Quiero que me expliques de una vez de qué estás hablando. ¿Quién más está implicado en esta locura?
–Todos vosotros. Tú, tu padre, tu madre…
–¿Mi madre? –repitió Alyse, preocupada.
Pensó en su madre, encerrada en su dormitorio con las cortinas echadas para que no entrara la luz del sol mientras luchaba contra los demonios de su depresión. Sabía que la fase eufórica por la que había pasado Ellen había sido más intensa que otras y que, por lo tanto, la bajada a los infiernos posterior también había sido más dura. ¿Habría habido algún motivo para ella, algo que amenazaba aún más oscuridad en sus vidas?
–¿A qué te refieres? Deja de soltar esas amenazas veladas…
–No son amenazas, Alyse, al menos no por mi parte. Es Marcus el que os está amenazando a ti y a tu familia. Él es el quien tiene vuestro futuro en sus manos… o al menos eso cree.
Alyse quería gritar, cerrar los puños y golpear con ellos el poderoso pecho de Dario para lograr que dejara de una vez de jugar con ella al ratón y al gato. Pero en lugar de ello se esforzó por recuperar la compostura.
–Dime lo que está pasando –exigió.
Dario se pasó ambas manos por el pelo y la miró atentamente a los ojos, como buscando la evidencia de que realmente quería conocer la verdad. Lo que vio debió convencerlo, porque asintió brevemente con la cabeza.
–Tu madre ha estado apostando en el casino.
–Eso… eso no es posible –dijo Alyse, totalmente desconcertada–. Hace casi dos semanas que no sale de casa –añadió a la vez que volvía instintivamente la cabeza hacia las escaleras por si escuchaba algún ruido procedente de la planta superior.
–Estoy hablando de hace un par de meses –explicó Dario.
Cuando Ellen había estado en su fase eufórica, convencida de que ya nada volvería a irle mal en la vida. En aquellas fases, la madre de Alyse perdía el sentido de la contención, del peligro.
–¿Cuánto perdió?
La cantidad que mencionó Dario hizo que Alyse sintiera que la cabeza empezaba a darle vueltas y que las rodillas se le volvieran de goma.
–Nunca podremos hacer frente a una deuda de ese calibre –murmuró.
Algo en la expresión de Dario le hizo comprender que aquello no era todo. Evidentemente, había más y peores noticias por llegar.
–Sigue. ¿Qué tiene que ver Marcus con todo esto?
–¿De verdad que no te lo ha dicho? –Dario rio de incredulidad a la vez que movía la cabeza–. Me sorprende. Debe haber sido mucho más sutil de lo que le creía capaz. O puede que haya aprendido.
–Él…
Del fondo de la mente de Alyse surgió un recuerdo del día anterior al baile. Marcus había empezado a decir algo… «Tu padre desea esta unión tanto como yo. O aún más». Más tarde, su padre le había dicho algo parecido.
–Mi padre… –empezó a decir, pero su voz surgió como un susurro. Su padre la había alentado a ver a Marcus, a recibirlo en su casa, y la había animado sin demasiada sutileza a considerar su proposición de matrimonio.
Pero el asunto era aún peor de lo que había imaginado. A su padre no se le había ocurrido otra cosa que tratar de ayudar a su mujer tomando el dinero secretamente de la empresa para la que trabajaba.
–Desfalco… –era una palabra horrible. Una palabra que asustaba. Especialmente si se pensaba en quién era el dueño del dinero.
–Kavanaugh… Oh, papá, ¿cómo has podido hacer algo así?
Alyse era consciente de que se había puesto totalmente pálida. Había sentido como el color desaparecía de su rostro mientras los latidos de su corazón se ralentizaban a causa del horror.
Ahora sabía por qué le había parecido su padre especialmente deprimido aquellas últimas semanas. Había tratado de salvar a su esposa y lo único que había logrado había sido empeorar las cosas. Claro que la había instado a casarse con Marcus. Los Kavanaugh no habrían puesto una denuncia contra el futuro suegro de Marcus.
–No me extraña que quisiera que aceptara la proposición de matrimonio de Marcus.
Pero aquello no explicaba por qué se había mostrado Marcus tan repentinamente interesado en que se casara con él. Se había puesto tan pesado que Alyse había acabo elaborando aquel absurdo plan para librarse de él.
«Juro que te arrepentirás de esto». Las amenazadoras palabras de Marcus resonaron en su mente, y Alyse experimentó un estremecimiento al comprender que sus amenazas podían volverse muy reales.
–¿Y tú estabas al tanto de esto? –preguntó a Dario con un hilo de voz.
–Lo estoy ahora.
Dario conocía los motivos de Marcus para querer casarse con Alyse, por supuesto. Marcus se había empeñado para hacer que se cumpliera el sueño de su padre de ver el apellido de los Kavanaugh unido al de los Gregory. Así conseguiría una nuera de la aristocracia y, más adelante, si todo transcurría con normalidad, tendría un nieto con un título.
Pero no estaba al tanto de lo demás. Sabía que su hermanastro era un miserable, y que siempre lo había sido, pero no esperaba que pudiera caer tan bajo como para llegar a chantajear de aquel modo a Alyse.
–Pero no se te ocurrió contármelo la noche del baile, ¿verdad?
–No estaba al tanto de todo y, que yo supiera, podías estar perfectamente feliz ante la perspectiva de casarte con Marcus. No me di cuenta de que no era así hasta que no te vi con él.
–¡Y entonces decidiste que me querías solo para ti!
–Mientras tú me utilizabas para librarte de mi hermanastro –replicó Dario a la vez que alzaba una ceja.
–Después de que tú me hubieras utilizado para hacer que Marcus se pusiera celoso.
Dario no iba a negar aquello. Había visto una oportunidad de estropear los planes de su hermano y la había aferrado. Una pequeña venganza por todos los años de malevolencia que había tenido que soportar por parte de Marcus. Pero, al parecer, el destino le había concedido una oportunidad aún mejor de vengarse, y, tal vez, incluso una manera de lograr que su padre se fijara finalmente en él.
–Reconozco que nos usamos mutuamente.
El encogimiento de hombros con que dijo aquello ya fue bastante malo desde el punto de vista de Alyse, pero la sonrisa que siguió al encogimiento de hombros fue aún más atroz. Como su aparente despreocupación, fue fría, insensible, casi cruel, y reveló a Alyse que lo sucedido entre ellos no había significado nada para él, excepto para utilizarla como arma contra su hermano.
–¡Pues espero que disfrutaras! –espetó Alyse–. ¿Te divertiste a mi costa? ¿Resultó una experiencia satisfactoria?
–No tanto como esperaba… –empezó a decir Dario, pero su actitud cambió de inmediato al bajar la mirada hacia las manos de Alyse. Algo iba mal–. Alyse…
–¿Qué…? –logró decir ella mientras Dario la tomaba de la mano y le hacía volver la palma hacia arriba–. ¡Oh!
El pendiente, olvidado hasta aquel momento se deslizó de su mano hacia el suelo. Pero Alyse no estaba mirando el pendiente, sino la palma de su mano, con la que lo había presionado con tal fuerza que se había hecho una herida de la que salía sangre.
–¡Oh!
–Déjame… –Dario le sostuvo la mano con la palma hacia arriba mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo. Tras apoyarlo sobre la herida hizo que Alyse lo sujetara con sus dedos. Su contacto resultó sorprendentemente cálido y delicado.
Alyse apenas había perdido sangre, pero sintió una repentina debilidad. Cuando Dario inclinó su oscura cabeza para mirar su herida, el aroma de su pelo y de su piel invadieron como una nube tóxica sus ya alterados sentidos. La pasión que despertaba en ella aquel hombre seguía allí, ardiente e intensa, por mucho que quisiera ignorarlo. Quería alargar una mano hacia él, acariciar su mejilla, sentir la calidez de su piel.
Quería más…
–¡Alyse!
Sorprendida al escuchar la estridente voz de su madre, Alyse volvió la mirada hacia las escaleras.
–Mamá… –murmuró, pero cuando se volvió con intención de subir rápidamente las escaleras, Dario no le soltó la mano. Cuando se volvió hacia él y vio el hambriento deseo reflejado en sus brumosos ojos se quedó sin aliento.
Fuera lo que fuese lo que había entre ellos, era obvio que tan solo necesitaba un mínimo estímulo para resurgir.
–¡Tengo que irme! –susurró, a pesar de saber que el dormitorio de su madre estaba demasiado lejos como para que sus palabras lo alcanzaran–. Mi madre me necesita. ¡Me necesita!
–No te vayas.
Alyse se preguntó si Dario sería consciente de cómo le afectaba su voz ligeramente ronca, la enloquecedora mezcla de autoritarismo y súplica que emanaba de ella.
–Tengo que ir a ver qué necesita. Tengo que… –repitió cuando Dario le soltó la mano y lo que la retuvo a su lado fue un instinto más básico, más primitivo–. ¡Tengo que hacer algo! A fin de cuentas, no puedo hacer nada respecto a todo lo demás.
Si estaba buscando una respuesta en el rostro de Dario, no la encontró. Sus fríos ojos no revelaban nada. Le había puesto al tanto de los detalles del plan de Marcus, que se casara con él si no quería que su padre acabara en la cárcel, y en aquellos momentos parecía totalmente dispuesto a dejarla a solas en la guarida del león.
–No tengo ninguna defensa contra Marcus. No tengo con qué luchar contra él.
Dario parpadeó una sola vez y dio un suspiro que pareció llegar directamente hasta su alma.
–Sí lo tienes –murmuró–. Me tienes a mí.
Alyse no supo como interpretar sus palabras, su expresión. No era posible que estuviera sugiriendo que… Pero sí era así, ¿qué más cosas implicaría su ofrecimiento? No sabía exactamente qué le estaba ofreciendo, pero sabía que tendría un precio.
Los hombres como Dario no ofrecían su ayuda así como así. La ayuda siempre incluía algún benefició para sí mismos.
Alyse no sabía qué responder y sentía que su mente se había dividido en dos. De manera que supuso una alivio escuchar de nuevo la áspera voz de su madre llamándola.
–¡Alyse! –el tono fue más exigente, más urgente. Agradecida por tener al menos algo en que centrarse, Alyse se obligó a ponerse en movimiento y subió las escaleras rápidamente.
Sin aliento, y no precisamente a causa del esfuerzo que había supuesto subir las escaleras, se detuvo en el rellano y bajó la mirada hacia Dario. Seguía exactamente donde lo había dejado, y era evidente que estaba esperando una respuesta.
–¿Qué…? –balbuceó Alyse, esforzándose por hablar por encima del rugido de su corazón, del nudo que tenía en la garganta–. ¿Cómo…?
La expresión de Dario reveló que esperaba aquella reacción. Alyse lo necesitaba y no tenía nadie más a quien recurrir.
–Mañana –dijo con tranquilidad, casi con indiferencia–. Te concedo hasta mañana. Ven a verme y te pondré al tanto de todo.
Con otra de sus medias sonrisas, fría, despreocupada y con un matiz de oscura satisfacción, giró sobre sus talones y salió por la puerta.