Capítulo 6
Tienes un aspecto encantador!
–Gracias, papá.
Alyse logró responder al comentario de su padre con una sonrisa. Tenía que agradecer que su padre estuviera sonriendo y que pareciera haber rejuvenecido diez años a lo largo de las pasadas dos semanas. Con su deuda saldada y la amenaza de prisión olvidada como un mero mal recuerdo, daba la impresión de haberse quitado un peso terrible de los hombros.
Su madre había lloriqueado sentimentalmente antes de salir para la iglesia, pero al menos habían sido lágrimas felices, y, cuando había ido hasta el coche, su forma de caminar había resultado más ligera y resuelta que en mucho tiempo.
–¿Estás segura de que… eres feliz? –preguntó su padre con expresión repentinamente seria mientras la miraba al rostro en busca de la verdad–. ¡Todo esto ha sido tan repentino!
¡Ahora se lo preguntaba! ¡Ahora se mostraba preocupado por ella! Alyse tuvo que morderse el labio inferior para que aquellos reproches no escaparan de entre sus labios.
–Repentino, pero real y adecuado –dijo con toda la calidez que pudo.
Esperaba haber ocultado bien sus verdaderos sentimientos y que su sonrisa hubiera sido convincente. Había logrado convencer a Dario para que dejara pensar a sus padres que su amor era muy real, para que entendieran que era la pasión lo que los había llevado a planear una boda tan precipitada. Y el hecho de que Dario se hubiera empeñado en pagar las deudas de la familia tan solo había sido una forma de demostrarles el amor que sentía por su futura esposa.
Pero Alyse sabía que nada de aquello era real. Estaba logrando comportarse con sus padres como si estuviera representando constantemente un personaje de una obra de teatro, pero sabía que ya nunca podría verlos como antes. Comprender que prácticamente la habían forzado a aceptar la proposición de Marcus había hecho que se produjera un distanciamiento con ellos que en aquellos momentos se sentía incapaz de superar. Dario era la única persona que le parecía totalmente real en aquella época. A fin de cuentas, él era el dueño de su futuro… al menos mientras su relación durara.
Y su boda también suponía que por fin iba a alejarse del entorno familiar para llevar una vida que por fin sería suya. Al menos sería la vida que había elegido de momento. Tal vez se tratara de un mero acuerdo económico, pero Dario no era consciente del regalo que suponía para ella obtener su libertad.
–Ha sido un auténtico flechazo, papá, pero está claro que a veces sucede. Siempre me has dicho que apenas necesitaste unos días para darte cuenta…
–De que tu madre era la mujer para mí. La única –interrumpió Anthony a la vez que asentía lentamente con la cabeza.
–Ahora yo también sé que cuando te golpea el rayo del amor te quedas sin opciones –dijo Alyse a la vez que enlazaba el brazo con el de su padre, agradecida por su fuerza y apoyo. Solo le quedaba por superar aquel día…
Recordar lo que le esperaba cuando llegara la noche estuvo a punto de arruinar su intención de mostrarse feliz y segura de sí misma. Una cosa había sido interpretar el papel de novia feliz durante aquellas dos últimas semanas, y otra muy distinta era saber que Dario y ella iban a estar juntos aquella noche y unas cuantas más.
Aquel mero pensamiento hizo que la boca se le secara casi dolorosamente.
Sus nervios no habían hecho más que aumentar según se acercaba el día de la boda. Cuando faltaban catorce días temió que interpretar el papel de devota prometida iba a resultar realmente duro, pero al final resultó ser ridículamente fácil. Dario hizo su interpretación con una sonrisa aquí y una caricia allá, y, si la tenía a su lado, pasaba un brazo por su cintura y la atraía hacia sí. Si sus padres estaban cerca, le daba algún beso a escondidas, simulando un punto de timidez. Alyse sabía que aquella imagen era absurda, pues estaba convencida de que Dario Olivero no había pasado un momento de timidez en su vida.
Pero, extrañamente, y a pesar de la evidencia de sus ardientes besos, de la facilidad con que estos la excitaban, habían sido aquellas pequeñas caricias las que habían alcanzado de lleno el alma de Alyse y habían hecho que lo necesitara y lo deseara aún más.
Pero a partir de aquella noche Dario tendría derecho a poseer su cuerpo tan a menudo como quisiera, y era aquel «derecho» lo que hacía que Alyse sintiera que se le debilitaba la sangre, que las piernas se le volvían de algodón.
–¿Estás lista? –susurró su padre un momento antes de que las puertas de entrada a la iglesia se abrieran de par en par para recibirlos.
–Estoy lista –asintió Alyse, aunque dudaba de que esa fuera la palabra adecuada para definir su estado.
Al bajar la mirada hacia la mano que sostenía su padre se fijó en el brillo del diamante que lucía el anillo que le había dado Dario.
–¡No lo necesito! –había protestado el día que se lo dio, justo antes de ir a poner a sus padres al tanto de que iban a casarse–. Todo esto es solo un montaje.
Aquel comentario le había hecho ganarse una reprobadora mirada por parte de Dario.
–Nada de esto es un montaje, al menos en lo que se refiere a Henry y Marcus Kavanaugh. Puede que nosotros lo sepamos, pero somos los únicos. Todo el mundo debe creer que es real, y para ello tenemos que hacer las cosas como es debido.
Pero una cosa era «lo debido» y otra la deslumbrante piedra preciosa de aquel anillo. Además, Dario había averiguado de algún modo el gusto de Alyse por la joyería clásica, y aquel diamante nunca habría encajado en un diseño más moderno.
–Vamos, cariño –insistió su padre al sentir que se había quedado paralizada.
Alyse comprendió que, si no tenía cuidado, acabaría por delatarse y reaccionó rápidamente.
–Vamos –dijo con toda la firmeza que pudo.
Cuando finalmente se abrieron las puertas de la iglesia, utilizó el brazo de su padre para controlar la sensación de mareo que se adueñó de ella al empezar a caminar por el pasillo central y se esforzó por mantener la vista al frente.
Pero mantener la vista al frente implicaba ver directamente la espalda de Dario que, erguido y orgulloso, la aguardaba al final del pasillo. No podía ver su rostro, de manera que no podía interpretar lo que estaría sintiendo, pero estaba claro que no se sentía tan nervioso como ella. ¿Pensaría que todo aquello merecía la pena, que no había malgastado su dinero casándose con ella?
De pronto, Dario volvió su oscura cabeza para mirar por encima de su hombro. El instante en que sus miradas se encontraron sacudió el mundo de Alyse de arriba abajo. Por supuesto que consideraba que merecía la pena. A fin de cuentas era un hombre de negocios y había organizado aquello para llevarlo hasta el fin. Dario era conocido por su inflexibilidad, por no rendirse nunca hasta obtener lo que quería. De manera que ¿por qué habría vuelto su oscura mirada hacia ella? ¿Acaso había dudado de que acudiría? No, él nunca dudaba. Ella era su inversión, su apuesta en el juego, y sabía que no tenía más alternativa que acudir si no quería asistir a la destrucción de sus padres.
Alyse experimentó un revoloteo de pánico en su estómago cuando estaban a escasos pasos de él y tuvo que respirar profundamente para controlarlo. Sintió que su padre le retiraba la mano de su brazo para entregársela a Dario. Cuando este la tomó en la suya, cálida y fuerte, Alyse sintió que, más que un apoyo, era una prisión.
–Gracias…
Rose, su dama de honor, retiró de sus manos el ramo de azucenas que llevaba, pero Alyse apenas se dio cuenta. Tan solo era capaz de mirar a Dario, de sentir otra cosa que la calidez y la fuerza de su cercano cuerpo. No era capaz de percibir la sensualidad que solía evocar en ella tan a menudo. Sintió que todo aquello estaba mal, que era demasiado frío, demasiado calculado, demasiado peligroso. Y Dario permanecía erguido e impasible a su lado, como armándose contra cualquier sentimiento que aquel lugar y acontecimiento pudieran evocar. Estaba allí para recibir el justo premio del conquistador.
–Estás preciosa.
La entonación de la última palabra fue tan inesperada que Alyse reaccionó con un pequeño sobresalto. Y no pudo pasar por alto la mirada que Dario deslizó por su pelo, suelto bajo una delicada corona de flores blancas y amarillas, por su rostro, por el sencillo traje blanco que vestía. Casi controló por completo su reacción, pero Alyse notó cómo se tensaba su boca y cómo entrecerraba brevemente los ojos.
–Gra… gracias –murmuró.
Quería darle explicaciones sobre su vestido. Seguro que Dario estaría preguntándose qué habría pasado con el vestido de novia de alta costura que esperaba que llevara, vestido creado por un diseñador especialmente elegido por él. Debía ser evidente incluso para un hombre que el sencillo vestido sin mangas que se ceñía a cada una de sus curvas no era la creación del famoso diseñador francés.
–Yo…
Alyse abrió la boca para decir algo, pero el celebrante avanzó un paso en aquel momento y empezó a hablar.
Alyse estaba preciosa. Dario trató de concentrarse en las palabras del celebrante, pero le estaba resultando imposible apartar de su mente la impresión que le había producido ver a Alyse avanzando por el pasillo.
No sabía exactamente qué era lo que esperaba, pero no aquello. Sabía sin duda alguna que Alyse iba a estar preciosa, porque no podía ser de otro modo.
–Si alguno de los presentes conoce algún motivo legal o de otro tipo por el que esta unión no debería llevarse a cabo…
La voz del cura desapareció del oído de Dario como una especie de radio mal sintonizada. Si alguien decidía decir que había un motivo por el que no debían casarse, no pensaba escucharlo. A pesar de todo, aquellas palabras siguieron resonando en su mente.
¿Acaso no era él mismo la persona que mejor sabía por qué no debían casarse, por qué no debían seguir adelante con aquella farsa de boda? Hacer aquellos votos en una iglesia ante un cura iba en contra de todo lo que él creía que debería ser un matrimonio.
No para él, claro. Nunca había considerado la idea de casarse; no estaba hecho para ello. Pero como institución…, como el sueño que su madre siempre había tenido y que nunca llegó a poder ver cumplido, debería significar mucho.
Por un instante se planteó qué pasaría si dijera que sí, que él conocía un motivo por el que aquella boda no debería celebrarse. ¿Acaso conseguiría que el fantasma de su madre descansara más feliz?
Porque su madre era parte del motivo por el que estaba haciendo aquello. Ya era demasiado tarde, desde luego, pero, aunque fuera póstumamente, podía concederle aquel deseo. Su madre siempre había soñado en ver a su hijo formando parte de la familia Kavanaugh, familia a la que consideraba que pertenecía. Pero Dario también sabía que su madre siempre había querido que se casara por amor.
Alyse no había pedido amor. Tan solo había tratado de conseguir el dinero necesario para quitarse a Marcus de encima. Y el asunto de los otros posibles resultados que pudiera deparar aquella unión tan solo les concernía a su padre y a él.
–… que hable ahora o calle para siempre –concluyó el cura, y Dario sintió cómo temblaba la mano de Alyse en la suya.
Bajó la mirada hacia ella justo cuando Alyse alzaba la suya para mirarlo, y percibió el ligero temblor de sus labios, el evidente oscurecimiento de sus ojos verdes. Era realmente preciosa…
Pero aquel acontecimiento no estaba siendo en absoluto como había esperado. No importaba con quién se estuviera casando Alyse, ni que la ceremonia se hubiera celebrado con una precipitación que para algunos podía resultar incluso indecente; el hecho era que la boda de lady Alyse Gregory era un acontecimiento social. Un acontecimiento que debería haberse celebrado con pompa y formalidad. Él había estado dispuesto a pagar por ello, pero todo había acabado con aquella sencilla boda en la iglesia más cercana al pueblo en que había crecido Alyse.
Alyse incluso había renunciado al diseñador que le había ofrecido para su vestido de novia. Y aunque Dario no esperaba que luciera nada excesivamente caro ni sofisticado, el sencillo vestido de seda con el que se había presentado había supuesto una conmoción con la que no se sentía cómodo. No le gustaba cómo le hacía sentirse
Cuando estrechó la mano de Alyse con intención de reconfortarla sintió lo diminuta y delicada que resultaba rodeada por la suya. La sencillez de su vestido, de su maquillaje y su peinado hicieron que en su mente surgieran palabras que no quería escuchar. Palabras como «vulnerable», «delicada», «frágil». Palabras que nunca antes había relacionado con ninguna mujer… y que no estaba seguro de cómo relacionar con Alyse en aquellas circunstancias.
–¿Dario? –la sonriente mirada del cura hizo regresar a Dario al presente.
Se había perdido el momento en que el celebrante había preguntado si quería aceptar a aquella mujer por esposa y en aquellos momentos todo el mundo parecía estar conteniendo el aliento a la espera de su respuesta.
Alyse movió la mano nerviosamente en la suya, como si estuviera a punto de retirarla, pero Dario la sujetó con firmeza. No pensaba permitir que aquello fallara estando ya tan cerca de la meta.
–Sí, quiero –dijo con firmeza, y casi pudo sentir la relajación de los congregados tras él en la iglesia.
–Alyse…
Había llegado su turno. La respuesta de Alyse fue rápida, casi precipitada, como si quisiera o necesitara acabar con aquello cuanto antes.
Iba a tratarla bien, prometió al espectro de su madre, que siempre estaba en sus pensamientos. Alyse obtendría todo lo que deseara de aquello. A fin de cuentas, lo que quería no era difícil de conseguir. En primer lugar, dinero, y también la libertad para sus padres. Casándose con él también se libraría definitivamente de la persecución de Marcus, y obtendría la satisfacción sexual que sabía que anhelaba tanto como él…
Aquel mero pensamiento le hizo estrechar con más fuerza la mano de Alyse en una silenciosa promesa de lo que estaba por llegar.
–Sí, quiero…
Aquellas eran las palabras que habían estado preocupando a Alyse desde que se había despertado aquella mañana, dos simples palabras que habían amenazado con volverla loca. Dos palabras que cambiarían su vida para siempre en cuanto las pronunciara.
Pero, a fin de cuentas, aquello era lo que quería. Si no seguía adelante, sus padres sufrirían y ella nunca llegaría a conocer de verdad lo que supondría hacer el amor con Dario. Los sueños que solía tener con él por las noches, sueños increíblemente eróticos que seguían pegados a su mente como telas de araña, que hacían que amaneciera sudorosa y húmeda, con las sábanas revueltas, revelaban hasta qué punto anhelaba estar entre los brazos de Dario. Y aquella noche…
Alyse se dio cuenta con un sobresalto de que estaba pensando frente al altar en las ardientes y apasionadas relaciones sexuales que iba a mantener con Dario, que parecía empeñado en no soltarle la mano, como si temiera que fuera a escapar en cualquier momento.
–Sí, quiero… –repitió, sin pensarlo, y percibió un murmullo de diversión tras ella ante su aparente necesidad de enfatizar aquel detalle.
Pero Dario no sonrió. Su expresión era sombría, impenetrable, y sus ojos parecían dos oscuros pozos sin fondo que amenazaban absorberla en sus profundidades.
De algún modo, Alyse logró sobrevivir al resto de la ceremonia. Pronunciaron los votos, Dario le puso el anillo y fueron declarados por el cura marido y mujer.
–Ya puedes besar a la novia…
Alyse apenas registró aquellas palabras antes de que Dario la tomara en sus brazos para besarla casi con fiereza.
Aquella inesperada muestra de pasión dejó sin aliento a Alyse, que tuvo que aferrarse a su cuello como si fuera un salvavidas. El tiempo pareció quedar en suspenso hasta que, finalmente, Dario apartó sus labios de los de ella y volvió a dejarla con delicadeza en el suelo.
–Y ahora, que alguien diga que esto no ha sido real –murmuró Dario con oscura satisfacción junto al oído de Alyse mientras los asistentes a la ceremonia aplaudían–. Bienvenida a mi vida, señora Olivero.
Alyse se preguntó por qué no habría dicho directamente «bienvenida a mi cama». Porque aquello era todo lo que había habido en su beso; pura pasión, necesidad sexual… pero nada más. Si la hubiera sacado de la iglesia para marcarla como si fuera una res de su propiedad no habría podido dejar más clara su afirmación de posesión. Dario había obtenido lo que quería, y ella habría sido muy tonta si hubiera tratado de interpretar aquel beso de otro modo.
Sin saber muy bien cómo, Alyse logró recorrer el pasillo de vuelta hacia la salida de la iglesia. Intercambió sonrisas con sus familiares, sus amigos, y fue entonces cuando se hizo consciente de que la mayoría de los asistentes eran conocidos o familiares suyos. Por parte de Dario tan solo había algunos amigos que habían acudido aquel mismo día de Italia.
Aunque Dario también asintió y sonrió en respuesta a los saludos, había una evidente tensión en su porte, una tensión de la que solo Alyse era consciente. También notó que miraba a un lado y a otro como si estuviera buscando a alguien.
Pero no encontró a quien quiera que fuese. Alyse salió de la iglesia conmocionada por la intensa sensación de soledad que estaba experimentando por Dario. Le había contado que su madre había muerto, y no era nada probable que Marcus, el único otro miembro de su familia que conocía, hubiera acudido a aquella boda.
–Lo siento… –dijo, incapaz de contenerse mientras permanecían un momento a solas fuera de la iglesia esperando a que el resto de los asistentes saliera tras ellos.
–¿Lo sientes? –repitió Dario con expresión impenetrable.
–Mi familia ha monopolizado la iglesia, sin embargo, tú…
–¿Y eso qué más da? –dijo Dario con el ceño fruncido–. Así son las cosas.
–Pero tú… –Alyse se interrumpió al ver que Dario negaba enfáticamente con la cabeza.
–No pasa nada, Alyse. Los únicos que importamos somos nosotros. Nunca me han interesado las familias.
Alyse no pudo evitar un estremecimiento al escuchar aquello. Las palabras de Dario no habían sonado solo como una explicación del efecto del pasado en el presente, si no también como una sentencia para cualquier perspectiva de futuro.