12
—¿Qué ocurrió después? —preguntó el teniente.
Maggie observaba al inspector médico que examinaba el sanguinolento cadáver en el pasillo. Se estremeció.
—Señorita Whelan —repitió el teniente—, ¿qué...?
—¿Cómo dice? —Maggie levantó la vista y lo miró—. ¿Qué dijo?
—¿Qué ocurrió después? Después que pidió socorro desde el tejado.
—Resbalé y quedé colgada, ya se lo dije. La mujer que apareció en la calle hizo sonar una alarma de incendios. Supongo que el asesino se asustó y huyó.
—Y usted logró subir nuevamente al tejado. ¿Y después?
—Volví a mi dormitorio y grité.
—¿Por qué?
—Me pareció una buena idea.
El teniente la observó.
Maggie suspiró.
—Está bromeando —dijo el teniente.
—Con poco éxito, me parece. Lo siento.
—¿Había alguien en el dormitorio? ¿Por eso gritó?
—Olvídelo —Maggie volvió a suspirar—. No había nadie en el dormitorio. ¿Nunca tuvo ganas de gritar, sencillamente?—miró al teniente—. No, claro que no. Bien, de todos modos, grité, luego me puse el abrigo y después... aparecieron una docena de policías.
—¿Y ya le han hecho mil preguntas?
—Sí.
—Y está harta.
—Exactamente.
—Comprendo —el teniente Dobbs era un hombre de edad mediana, con bolsas en los párpados y la piel de las mandíbulas floja—. Según me ha dicho, mañana quiere salir de la ciudad.
—Debo hacerlo —lo miró y volvió a temblar—. Por favor. Se trata de mi trabajo, que es sumamente importante. Ya le he dicho todo lo que sé.
No se lo había dicho, por supuesto; Maggie se preguntó si el teniente lo sabía. Aunque, ¿cómo podía saberlo? ¿Y cómo podía ella decirle lo que le había contado Parker? Si no era verdad —y no podía ser verdad— provocaría la ruina de David o dejaría que cayeran sobre él graves sospechas por nada.
¿Y si era verdad?
Miró el cadáver y se estremeció una vez más.
—...nerviosa —decía el teniente.
Maggie lo miró.
—He dicho —repitió el teniente— que es probable que se encuentre bajo los efectos de una leve crisis nerviosa. Está temblando. ¿Tiene coñac? —frunció el ceño—. ¿O prefiere llamar a un doctor?
—No. Me siento bien —movió la cabeza negativamente, pero interrumpió el movimiento y se corrigió—: Sí. Creo que... sí. Tiene razón. Llamaré a un doctor.
A solas, en la cocina, levantó el teléfono y marcó.
—El doctor David Harrison, por favor —susurró—. Es urgente.
Harrison se volvió en la silla giratoria. Halpern encendió la pipa y se apoyó en la pared; pasó los dedos por sus onduladas canas. Arden, con la abultada pistolera en la axila, se paseaba por el despacho meneando la cabeza.
—No sé cómo pudo lograrlo ese cabrón —dijo Arden—. Tengo chicharras de seguridad en todas partes. También tengo diecisiete guardias...
—Pues lo logró —afirmó Halpern—. Se llevó anteproyectos secretos de los archivos. Ahora lo que importa es saber dónde están.
—Sí —reconoció Arden—. No los tenía consigo cuando salió del edificio, de modo que debió de pasárselos a otra persona. ¡Maldito sea! —se volvió.
Harrison frunció el entrecejo:
—¿Revisó las fotografías que se tomaron en la puerta?
—Por supuesto, no soy tan estúpido —dijo Arden acalorado. Cuando se irritaba, el jefe de seguridad era digno de verse. Su cara de mandíbulas cuadradas adquirió un tono rojo subido—. Lo hice seguir por dos de mis hombres.
Halpern miró a Harrison y luego volvió a dirigirse a Arden.
—¿Y...? —preguntó.
—Por el momento, nada. Lo último que supe es que no fue a su casa y que su mujer tampoco está allí —Arden miró la hora—. Recibiré otro informe dentro de una hora.
Halpern se encogió de hombros.
—Usted hace todo lo posible y no podemos pedirle más.
—Sin embargo creo que tendríamos que llamar a los muchachos del FBI. Ellos pueden proporcionarnos...
—Todavía no —se apresuró a decir, Halpern—. Si podemos manejar esto por nuestra cuenta nos encontraremos en mejor posición. Con los contratos del Dragonfly, lo peor que nos podría ocurrir es un escándalo que evidencie alguna filtración en el sistema de seguridad —entrecerró los ojos—. Yo diría que también es lo peor que puede ocurrirle a usted. Tendríamos que dejarlo ir y sus antecedentes no serían los mejores para...
—Sí, sí —admitió Arden con voz apagada. Se acercó a la puerta—. Entonces estoy rastreando el paradero de una carpeta que lleva el título de «Proyecto Por Qué». A propósito, me gustaría saber por qué, si es tan secreto, lo guardó en su despacho en lugar de...
—Yo creía que mi despacho era un lugar seguro —saltó Harrison— con tantas chicharras y diecisiete guardias...
—Está bien —respondió Arden—. Mensaje recibido —abrió la puerta—. Le pasaré el informe en cuanto lo reciba.
Halpern inclinó la cabeza.
—Que sueñe con los angelitos —le dijo secamente y aguardó a que se cerrara la puerta con un chasquido—. ¿Entonces? —preguntó a Harrison.
—Lo único que podemos hacer es esperar.
—Si Cooper...
—Olvida los «si». Los «si» pueden volverte loco. Créeme, Bill. Vete a tu casa y descansa.
—¿Descansar? ¿Cómo demonios...?
Harrison rió.
—Entonces diseña un avión. Mantén la mente libre de preocupaciones —encendió un cigarrillo—. Hablando de aviones que diseñaste, mañana la prueba del Dragonfly tiene que demostrar...
Sonó el teléfono.
—Cooper —dijo Halpern.
—Probablemente —Harrison levantó el teléfono.
Maggie en un susurro, dijo:
—¿David?
Harrison arrugó la frente e hizo una señal en dirección a Halpern.
—¿Maggie? ¿Ocurre algo?
—Yo... no sé. Creo que no. Espero que no. David... tengo que hablar contigo.
Harrison arrugó aún más el ceño.
—¿Por qué hablas en un susurro?
—Hay siete policías en el pasillo de mi casa.
—¿Hay qué?
—No es nada comparado con los que había en el pasillo. ¿Tienes alguna relación con un hombre que se llama Carl Parker?
—¿Parker?
Halpern observaba pasmado a Harrison. Éste estaba cada vez más nervioso, pero dijo con tono natural:
—Sí. Por supuesto. Es mi director de ventas. ¿Por qué? ¿Qué ocurre con él, Maggie?
—Está muerto.
—¿Muerto?
Halpern se mordió el labio.
Harrison hizo girar la silla hasta quedar de cara a la ventana:
—¿Qué quieres decir con eso de que Parker está muerto?
—Quiero decir que lo mataron en el pasillo.
—¿En el pasillo... de tu casa?
—David, deja de repetir todo lo que digo. No tengo tiempo...
—¿Qué ocurrió?
—No lo sé. Entró un hombre y le disparó en el pecho. Luego trató de matarme.
—¿Qué hacía Parker...?
—¿No quieres saber si me mató, David?
—Querida Maggie, no pareces muerta. Y si estuvieras herida, te encontrarías en un hospital. Querida... —Harrison miró una vez más a Halpern—... esto es muy... es estratégicamente importante —prosiguió—. Por favor, dime qué hacía Carl Parker...
—Dijo que tenía papeles. Documentos, David. Documentos que prueban que una fábrica llamada Armuco vendía municiones a grupos terroristas.
—¿Armuco? —repitió Harrison—. ¿Qué es eso?
—Dijo que tú eras el propietario.
—Para mí es una novedad. ¿Qué más dijo?
—Prácticamente nada más. Excepto que parecía pensar que yo tenía los papeles.
—¿Y los tienes?
Se produjo una pausa.
—Claro que no —dijo Maggie por último—. Si tú no eres el dueño de Armuco esos papeles no existen. ¿Por qué me preguntaste si yo los tenía, David? ¿O existen?
Harrison sopesó un instante la pregunta.
—¿Existen, David? —insistió ella.
—No —Harrison hizo una pausa—. Pero quizá tenga que hacerte saber la verdad. Existen otros papeles, Maggie. Creo que puede haber robado algunos anteproyectos de nuestros archivos. ¿Le contaste esto mismo a la policía?
—No. Oh, David, ¿crees que se lo contaría a ellos sin decírtelo antes a ti?
—Bien. Mantenlo en secreto, cariño. Es una cuestión muy delicada. No corresponde al ámbito de la Policía Metropolitana y no queremos que se produzca ninguna filtración. Si tenemos que recurrir a alguien, llamaremos al FBI, pero aún abrigo la esperanza de que podamos arreglarnos solos —miró a Halpern que asintió lentamente con la cabeza—. Pero si alguno de sus agentes asoma las narices haznos a los dos el favor de no comprometerte. Tú no conoces la historia real y la que conoces puede perjudicarnos a ambos. La verdadera historia, Maggie, podría poner en peligro todo el programa del Dragonfly.
—No haría nada que pudiera dañarte, David. O dañar tu trabajo. Sé lo que el proyecto significa para ti, querido —guardó silencio un momento—. ¿Quién lo mató, David?
—¿Qué dices?
—¿Quién mató a Parker?
—¿Cómo puedo saberlo?
—¿No fue... Arden? ¿O alguno de sus hombres? Quiero decir que si estabais tratando de averiguar el paradero de los anteproyectos...
—Estábamos y estamos. Y sin duda alguna no seríamos tan tontos de matarlo antes de que nos dijera qué había hecho con esos papeles, Maggie. Quiero decir que en ningún caso lo mataríamos, pero... Oye, Parker debía de haber hecho un trato con alguien que quería comprarle esos papeles. Sólo Dios sabe con quién estaría en tratos. Seguramente con alguien de la KGB o de la mafia.
—David, ahora los oigo en el comedor.
—¿A quiénes?
—A los hombres de la policía —volvió a susurrar—. Me parece que estoy en cuarentena, o bajo toque de queda o algo parecido.
—¿A qué hora sale tu avión? ¿O no te dejarán partir?
—Me dejarán. A las nueve. ¿Por qué?
—¿Por qué? Santo Dios, cariño, después de todo lo que has pasado, quiero despedirme de ti, asegurarme de que estás sana y salva.
—Oh, querido... —Maggie suspiró—. ¡Qué terrible es todo esto! Ojalá pudiera estar contigo. Quisiera que me abrazaras ahora mismo. Adiós, querido —susurró—. Hasta mañana.
Maggie colgó el teléfono y buscó el coñac que le había recetado el teniente. Éste estaba apoyado en la puerta.
—¿Cree que puede responder a unas cuantas preguntas más? Hay un oficial que...
Maggie se volvió. El oficial estaba...
—¡Luke! —exclamó—. ¿Qué haces tú...?
—CIA —respondió él de inmediato—. Casi Instantáneamente Acude —le sonrió y se encogió de hombros—. Alguien me dijo que habías llamado desde el tejado.
—Yo...
—Ese coñac que estás derramando es muy caro. Siéntate —le ordenó. Ella le contempló fijamente—. Siéntate.
Maggie se sentó frente a la mesa y él lo hizo al otro lado. Dobbs volvió a la sala de estar. McKeever la observaba con el entrecejo fruncido.
—Bebe —le dijo y encendió un cigarrillo.
McKeever se frotó la nuca con el puño mientras la miraba beber. Maggie tragó y la fuerte graduación del coñac le produjo ardor.
—Cuéntamelo todo —sugirió él lentamente.
Maggie se preguntó qué sabría McKeever. Si estaba allí, algo tenía que saber. Pero, ¿qué? Respiró profundamente y cuadró los hombros.
—Me dijo que se llamaba Carl Parker. Me contó que trabajaba en el Campo Aéreo Harrison. Luego parloteó acerca de un... —se interrumpió bruscamente.
—¿Acerca de un qué? —él la estudió con sus fríos ojos grises.
Maggie nunca había podido mentirle a McKeever. Lo máximo que había logrado era evitarlo cuando quería eludir la verdad, como había hecho en París. Ahora eludió su mirada.
—De algún tipo de problema. Parecía muy nervioso. No logré encontrar sentido a lo que decía.
—¿Y qué dijo exactamente... textualmente?
Maggie bebió más coñac. De niña, en Wisconsin, había visto una película en la que el héroe, cada vez que no le gustaba lo que ocurría, frotaba un medallón y desaparecía. Ella no tenía un medallón, pero sin duda alguna le disgustaba la escena: mentirle a Luke, mentirle al gobierno. Sin embargo, puesto que ella sabía que la historia era una mentira que podía herir a David y no ayudar a nadie...
—Luke, yo... no lo recuerdo exactamente. Sólo sé que había algún problema...
—¿En Instalaciones Harrison?
—Supongo.
—¿Y por qué crees que te lo contó a ti?
—No lo sé. Bien... quizá porque... bueno, al fin y al cabo soy periodista.
—Y la amante de David Harrison —agregó él en tono neutro.
—Parker no parecía conocer ese hecho.
—Hmmm... hmmm...
—De verdad que no, Luke.
McKeever asintió.
—Prosigue —le dijo.
Maggie lo miró a los ojos y lamentó no poder contarle el resto de la historia.
—No hay mucho más. Me alarmó. Parecía pensar que lo seguían. Dijo algo parecido a «me siguen» y estaba tan nervioso que yo no entendí si quienes lo seguían eran unos marcianos verdes o... —se encogió de hombros—. De cualquier manera, empecé a subir la escalera para llamar a la policía —McKeever miró de soslayo el teléfono de la cocina y Maggie agregó instantáneamente—. Quería hacerlo en privado. No sabía si estaba loco o no. Luego alguien entró y le disparó. Yo corrí. El asesino me persiguió y...
—Sí. Conozco el resto —McKeever apagó el cigarrillo—. ¿Eso es todo lo que sabes?
Maggie movió la cabeza afirmativamente y preguntó:
—Luke, ¿ahora puedes decirme algo? ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué estás tú aquí?
Él rió:
—Anda, Maggie...
—¿Seguías a Parker? ¿Crees... crees que era una especie de espía?
McKeever ladeó la cabeza.
—¿Lo crees tú, Maggie?
—No lo sé. Pensé que si tú estabas aquí...
Ella no concluyó la oración. Repentinamente, él dijo:
—Es un asunto de rutina, Maggie. Parker trabajaba para Instalaciones Harrison. Éste posee muchos anteproyectos militares. Parece que Parker fue asesinado. Este hecho hace que el gobierno empiece a sentir curiosidad.
—¿Tu servicio del gobierno?
—Naturalmente. Estamos trabajando en esto con el FBI. Sólo es una investigación de rutina con respecto a Parker.
Ella asintió lentamente.
—Pero, ¿por qué tú? ¿Ya no trabajas en antiterrorismo?
—Querida, eso fue hace seis años, dos balazos y ocho mil kilómetros. No. Ahora trabajo en una oficina de Washington. Una especie de oficina de asuntos generales.
—Ah.
Maggie no sabía si creerle, no porque él no fuera convincente. McKeever era capaz de convencerte de que nevaba en verano. Por eso no sabía si debía creerle.
—Dime algo más sobre el asesino de Parker. Tengo la descripción que le diste a la policía. Un tipo alto y rubio, elegante, bien parecido, con impermeable. ¿Qué clase de impermeable, Maggie?
—Color canela. Una trinchera.
—Tú entiendes de ropa. ¿Una trinchera cara?
—Sí. Yo diría que era de Du Mars.
—¿Qué demonios es eso?
—Claude Du Mars. Un diseñador.
—Ah. Una trinchera de un diseñador de ropa lujosa.
—Lo mismo que los zapatos. Cuando estaba escondida debajo de la mesa observé sus zapatos. Eran franceses. Carísimos.
—Ajá...
Ella volvió a meditar.
—Me parece que podía ser un agente extranjero —él la miró y esbozó una sonrisa encubierta. Maggie se ruborizó—. Parecía un agente extranjero. Quiero decir que no tenía el aspecto de un gorila de la mafia.
—¿En veinte segundos comprendiste qué clase de tipo era? Muñeca, lo único que nunca supiste hacer bien es descubrir personajes. Rolf Von Steiner. ¿Lo recuerdas? Estabas tan impresionada por su encanto...
—Eso fue hace seis años y cinco mil magnates.
—Era el estafador más grande que había pisado Francia.
—¿Ahora empezaremos a discutir de historia antigua?
—No estamos discutiendo —McKeever se levantó—. Me parece que no hay ninguna objeción a que salgas de la ciudad. El teniente dejará a algunos de sus hombres aquí esta noche y ellos se ocuparán de que llegues sana y salva al aeropuerto mañana.
—¿Por qué? —lo miró—. Todo ha terminado, ¿no?
McKeever movió negativamente la cabeza:
—A veces me recuerdas a Nancy Drew.
—Por lo que sé no cumplía mal su papel de detective.
—Correcto. Para ser un personaje de ficción de doce años de edad... Maggie, tú viste el rostro del asesino. Eso sólo sería suficiente para que estuvieras en peligro. Pero, en segundo lugar, el tipo seguía a Parker. Ahora bien, si yo fuera el asesino, sospecharía que Parker te había dicho algo —la miró a los ojos—. Quiero decir algo más de lo que realmente te dijo.
—Ah... —Maggie bajó la mirada.
—Ahora quiero subir y echar un vistazo al tejado. La policía enviará un artista. Trata de ayudarlo a dibujar al asesino —McKeever empezó a andar y luego se volvió—. Una última pregunta. Estrictamente personal y oficiosa.
—Sí.
—¿Estás realmente enamorada de Harrison?
—Sí.
—Que tengas buen viaje.