Capítulo Once
Sara apenas podía apartar los ojos de Jase mientras conducían hacia San Jose.
—Cuéntame por qué no quieres que nadie sepa que estás en San Jose conmigo —preguntó Jase.
—Marissa y Kaitlyn lo saben —tras darle a Kaitlyn las instrucciones de última hora, le había pedido discreción sobre el viaje.
—Y mi padre también —añadió Jase—. Pero no entiendo por qué debe ser un secreto para el resto.
—Con la entrevista publicándose el lunes, no quiero fomentar más chismorreos.
—¿No quieres que nadie se entere de nuestra aventura?
Todavía no tenían ninguna aventura.
—Te expliqué que la suite tiene dos dormitorios —añadió él ante la falta de respuesta de Sara—. Este fin de semana pasará lo que tú quieras que pase.
Sara sabía muy bien lo que quería, pero iba a necesitar coraje para volver a arriesgar su corazón.
¿Sería capaz de mantener una aventura sin más con Jase? Lo dudaba.
Si hacía el amor con él, estaría dándole una oportunidad al amor.
—Mientras preparaba el equipaje, recibí una llamada de la secretaria del señor Kiplinger.
—¿Ha tomado la compañía de seguros una decisión? —Jase la miró sorprendido.
—No lo sé, no me lo quiso decir, solo llamaba para darme una cita con el señor Kiplinger. Está fuera de la ciudad y hemos quedado para el viernes.
—¿No tienes ni idea de cuál será la decisión?
—No, pero creo que intentaré llamarlo el lunes por la mañana.
—No va a contarte nada antes de tiempo.
—Lo sé, pero no me pasará nada por llamar.
—Eres insistente ¿verdad?
—¿Qué otra elección tengo?
—Muchas personas se rinden.
—Tú no lo hiciste.
—No, y fue gracias a ti —Jase le tomó una mano.
A Sara le gustó la sensación de la fuerte mano sobre la suya.
Dos horas más tarde, el botones les hizo pasar a la suite. El hotel estaba anexo al centro de convenciones donde se iba a desarrollar la exposición. La suite era muy lujosa, pero lo que más llamó la atención de Sara fueron las vistas panorámicas.
—¿Qué te parece? —preguntó Jase cuando el botones se hubo marchado tras recibir una propina.
—Esto no tiene nada que ver con el viñedo —respondió ella, todavía absorta en las vistas.
—Es verdad —él se acercó al ventanal que cubría la pared del suelo al techo.
Estaba tan cerca que Sara sentía su calor y se recostó contra él. Volvió a pensar en la noche que se avecinaba. ¿Dormitorios separados? ¿Debía dejar volar sus sentimientos y deseos y sobreponerse a sus temores? Él la rodeó con sus brazos y juntos contemplaron la ciudad.
Se volvió, dispuesta a dejarse besar, cuando el móvil de Jase sonó.
—Dejaré que salte el buzón de voz —murmuró él.
—Dijiste que esperabas llamadas de otros viticultores —para Jase, el viaje era de negocios.
—¿Siempre tienes que ser tan práctica?
—Soy madre, debo ser práctica.
Él la besó antes de sacar el móvil de la funda. Al consultar la pantalla, frunció el ceño.
—¿Necesitas intimidad? —preguntó ella.
—Es mi editor —murmuró él casi en un susurro—. Bueno, más bien lo era hace años. Hola, Matt —saludó al descolgar—. Ha pasado mucho tiempo.
Tras unos segundos, miró a Sara.
—De modo que has oído hablar del artículo.
Inquieta, Sara se imaginó lo que seguiría. Si el editor de Jase se había enterado de que había vuelto a escribir y a hacer fotos, sin duda le propondría un trabajo en alguna parte del mundo.
Claramente nerviosa, se dirigió al otro lado de la habitación y fingió consultar el menú del servicio de habitaciones.
Para cuando Jase por fin colgó, se había leído el menú y toda la oferta de servicios del hotel.
—¿Algo importante? —le preguntó.
—Posiblemente —respondió él con gesto severo.
—¿Te apetece hablar de ello?
—Me lo tengo que pensar. En septiembre, Matt quiere que vaya a África con un grupo de médicos que están montando una clínica allí.
—¿Es una zona peligrosa?
—Cualquier zona de allí es peligrosa. En una escala del uno al diez, en torno a cinco. Necesitan médicos y que el mundo sepa en qué condiciones viven. Yo podría documentar el viaje con fotos y comentarios en el blog.
—Como solías hacer antes.
—Sí, pero solo será una semana, hasta que la clínica esté montada. Tiene otro proyecto para noviembre, pero en Alabama. De nuevo algo sobre niños, condiciones en las escuelas, campaña de alfabetización. Las dos son grandes oportunidades para ayudar.
—Harías mucho bien —asintió ella, aunque no se sentía contenta. Si Jase recuperaba su antigua vida ¿dónde quedarían Amy y ella?
—Tengo muchas cosas en que pensar —contestó él mirándola fijamente.
—Sí. ¿Podrá Ethan prescindir de ti durante tanto tiempo?
—No estoy seguro. Liam y Tony podrían encargarse durante un par de semanas.
La atmósfera de romanticismo había desaparecido por completo y todas las dudas de Sara acerca de mantener una relación con Jase regresaron.
—¿Cuándo tienes que darle una respuesta?
—El quince de julio.
A Sara no le cabía la menor duda de que aceptaría. Jase llevaba el fotoperiodismo, y las buenas causas, en la sangre. Sintió un nudo en la garganta y tuvo que esforzarse por contener las lágrimas tragando con dificultad.
—Será mejor que saque la ropa de la maleta para que no se arrugue demasiado.
—¿Te gustaría acompañarme a la exposición de vino después?
Era el motivo por el que Jase estaba allí. Y ella lo había acompañado en el viaje para estar con él. Distraerse un rato probando vinos les proporcionaría el espacio que necesitaban para reflexionar sobre las decisiones que ambos debían tomar.
Jase conocía a casi todas las personas participantes en la exposición. Entre él y Sara se evidenciaba cierta tensión, sin duda provocada por la llamada telefónica. Sara no sabía qué sentía realmente ese hombre por ella, ni cómo encajaba en su futuro, suponiendo que encajara. Y Jase no sabía lo que ella sentía realmente por él, no sabía que se había enamorado perdidamente. ¿Estaría pensando seriamente en regresar a una vida de viajes, artículos y fotografías? ¿Sería capaz de abandonar el viñedo?
Cada vez que los ojos grises se posaban en ella, Sara sabía que estaba leyendo esas preguntas en su mirada. Sin duda había percibido la ansiedad que se reflejaba en su rostro. Era evidente que Jase ya estaba tomando una decisión, pues para él, las decisiones no podían esperar.
Mientras probaban un Chardonnay, un hombre de pelo cano se acercó a Jase y lo saludó.
—Travis Goodman, te presento a Sara Stevens. Travis fabrica los mejores vinos de las bodegas Valley.
—¿Hablarás en el simposio de enero? —tras saludar a Sara, Travis se volvió hacia Jase.
—Todavía no lo sé.
—Tienes mucho que ofrecer.
—Liam hablará sobre los procesos orgánicos.
—Lo sé, al igual que otros vinicultores. Pero la gestión es una parte del negocio que cambia cada año. A todos nos gustaría saber cómo afrontáis esos cambios.
—Lo que quieres es que revele nuestros secretos —Jase soltó una carcajada.
—Todos no, solo algunos. Vuestros vinos tienen fama de ser de los mejores.
—Eso es fácil. Repartimos cheques regalo.
—Sí, pero los patrocinadores tienen que querer comprar vuestros vinos. Y lo hacen.
—Raintree es más que una marca. Es una forma de vida. Tenemos mucha historia.
—Es verdad. Tu padre lleva muchos años en esto y aprendió de su padre. Me alegra que tú continúes la tradición. Para Ethan es muy importante —Travis sonrió a Sara—. Os dejaré disfrutar del Chardonnay, pero no os olvidéis de pasar luego por la mesa de Valley.
—No lo olvidaremos —le aseguró Jase—. Tengo que controlar a nuestros competidores.
Aunque Jase bromeaba, su gesto había cambiado desde que Travis mencionara a Ethan.
—¿De qué simposio hablaba Travis?
—Es un evento que reúne a viticultores, etiquetadores, distribuidores, incluso fabricantes de botellas… cualquiera que esté implicado en la industria del vino en el mundo entero.
—¿Y en qué se diferencia de esto?
—No tiene nada que ver. El ambiente es más académico. Se celebra en Sacramento, en enero.
—¿Impartirías un taller?
—Si decido hacerlo, sí. Ocuparía el puesto de papá.
—¿Y él quiere que lo hagas?
—Desde luego. Odia estos eventos.
—Tú serías capaz de hablar de cualquier cosa ante cualquier público.
—¿Esto nos está conduciendo a alguna parte?
Sí, pensó Sara, aunque habían llegado a la parte de la que quizás no querría hablar Jase.
—¿Cómo afectará a Ethan tu marcha a África?
—Lo he estado pensando —Jase estudió atentamente la copa de vino—, pero no tengo la respuesta. Para él, Raintree es lo único que importa en el mundo, pero para mí no es así.
—Entonces ya has tomado una decisión —Sara había interpretado la seguridad en la voz de Jase.
—He tomado una decisión sobre el artículo de la clínica, y sobre el proyecto de Alabama. Mi padre y yo tendremos que buscar a alguien que se encargue del trabajo en mi ausencia.
—¿Y si no quiere que te vayas? —en realidad la pregunta era «¿Y si no quiero que te vayas?».
—No querrá que me vaya, pero debo hacer lo que crea correcto, no lo que él cree más seguro.
Esa respuesta también iba para ella, se notaba en la mirada gris, en el lenguaje corporal.
Sara se fijó en la mano, grande y fuerte, que sujetaba la copa de vino. Y recordó el placer que era capaz de proporcionar. Hacer el amor con Jase sería el mayor riesgo que tomaría en su vida. Estaría empezando una aventura, y ella nunca había tenido una aventura. Quizás a algunas mujeres podía parecerles emocionante, pero ella siempre había soñado con una familia, un marido con quien pudiera contar, una vida llena de promesas y compromisos. Si Jase se marchaba cada dos por tres ¿cómo encajaría eso con promesas y compromisos? Si no paraba de entrar y salir de su vida ¿cómo afectaría a Amy?
—Piensas demasiado —Jase la abrazó por sorpresa—. Disfrutemos del tiempo que estemos aquí.
Hasta ese momento, Sara no había vivido gran cosa. ¿Sería Jase capaz de enseñarle a vivir? Y como madre ¿podía permitírselo?
—Vamos a arreglarnos para cenar —insistió él—. Conozco un restaurante de cocina internacional.
Pero lo único en lo que ella podía pensar era en que Jase se marchaba. Había recorrido todo el mundo, probando toda clase de comidas, y deseaba volver a hacerlo.
En el vestíbulo del hotel se cruzaron con muchos participantes en la exposición. Hombres bien trajeados con portátiles bajo el brazo. Ese era el mundo de Jase. Seguramente su traje también estaba hecho a medida. Aunque Jase había estado en hoteles como ese por todo el mundo, también había experimentado las peores condiciones. Le habían disparado y casi había muerto.
Ella, sin embargo, nunca había salido de California. Antes de conocer a Conrad, no había tenido el dinero. Y después, se había centrado en el matrimonio y su hija que era su vida.
Tenía que decidir cómo encajaría Jase en esa vida. Decidir si era mejor persona con él o sin él.
Al llegar a la suite, cada uno se dirigió a su habitación. Sara se preguntó de qué hablarían durante la cena. Hasta qué punto podrían sincerarse el uno con el otro.
Sara contempló los dos vestidos que se había llevado, el Carzanne y el negro. Se había olvidado de preguntarle a Jase si el restaurante era muy elegante o no. Quizás debería hacerlo.
Decidida a obtener una respuesta, golpeó con los nudillos la puerta de la habitación de Jase. En escasos segundos lo vio ante ella, sin camisa y con los pantalones desabrochados. Los recuerdos de la poza termal regresaron vívidos a su mente y el deseo ardió en su estómago.
—Ya me has visto sin apenas ropa más de una vez —él sonrió.
Era verdad, pero de repente no le parecía lo mismo. Estaban solos en una habitación de hotel. Había accedido a acompañarlo allí porque…
Porque se había enamorado de él.
—¿Sara?
—Yo… —ella se humedeció los labios—. No sé qué ponerme, el Carzanne o algo más sencillo.
—Cualquiera de los dos. Tú decides.
Al parecer, era ella la que iba a decidirlo todo.
—¿Sara? —Jase la miraba como si deseara tomarla en sus brazos.
Ella se sentía estúpida, ingenua, paleta, como si nunca hubiera estado en ninguna parte, mientras que él había estado en todas. Tenía miedo de haber complicado sus sentimientos hacia Jase, la felicidad de Amy.
—Estaré lista en unos veinte minutos —le aseguró dándose media vuelta.
Sin embargo, Jase la agarró por los hombros, impidiéndole marchar.
—Sé que estás disgustada por mi decisión de aceptar el trabajo en África —la voz de Jase era gutural y ronca, como si él también estuviera alterado.
—No estoy disgustada —ella sacudió la cabeza—. Tan solo me siento insegura sobre nosotros.
—No tiene que girar todo siempre en torno al futuro —él la atrajo hacia sí—. A lo mejor deberíamos ir paso a paso. Ahora estás aquí conmigo. Y yo quiero estar contigo. ¿No basta con eso?
Ella cerró los ojos un instante. Jase tenía razón. Su vida podía ser algo más que mirar hacia el futuro, más que ser simplemente una madre, más que temer constantemente estar tomando las decisiones equivocadas. Su vida podría ser sencillamente amar a Jase.
Estaba tan pegada a él que sus pechos le tocaban el torso. Y Sara supo que era el momento. No iba a desperdiciar esa noche con dudas y preocupaciones.
—Por una vez en mi vida quiero vivir el momento —asintió ella casi sin aliento.
Una sonrisa se extendió lentamente por el rostro de Jase. La tomó en sus brazos y, sin dejar de besarla, la llevó hasta la cama.
Al interrumpir el beso la miró con tal deseo que ella temió que fuera a desvanecerse.
—Esto es lo que quiero —insistió ella para que no hubiera lugar a dudas.
—Cuando me preguntaste qué debías ponerte esta noche, quise contestar «nada».
—Eso podría haber provocado alguna que otra mirada de sorpresa.
—¡Más que miradas de sorpresa!
Tras besarla de nuevo, la dejó a los pies de la cama y apartó la colcha y las sábanas. Iban a hacer el amor sobre esa cama. En un rato sabría lo que sentía Jase. Y quizás, después, sus vidas serían diferentes, encontrarían el modo de hacerlas coincidir.
Jase empezó a desabrocharle los botones de la blusa, uno a uno, acariciándole la piel al mismo tiempo. Estaba creando un estado de excitación y necesidad, y de deseo por algo que ella no había tenido jamás, un hombre que la deseara tanto como ella lo deseaba a él.
Los dedos se trabaron ligeramente y Sara comprendió que Jase no estaba tan tranquilo como intentaba aparentar.
Sonriendo tímidamente, él se encogió de hombros.
Ella le acarició el velludo torso, deslizando las manos hasta el ombligo. El respingo de Jase le indicó que iba por el buen camino.
—No me llevaría más de un minuto desnudarte del todo y hacerte mía sobre esta cama.
—Tenemos toda la noche —susurró ella. Toda una promesa.
Las palabras de Sara parecieron abrir las compuertas, pues Jase le desabrochó el sujetador y los pantalones.
—¿Voy demasiado deprisa? —preguntó mientras deslizaba las manos por dentro de las braguitas, le agarraba el trasero y la atraía más hacia sí.
—Ni demasiado deprisa, ni demasiado despacio —ella intentó flirtear, bromear para ocultar la intensidad del amor y la pasión que se había desatado en su interior.
Jase soltó una carcajada y la tomó de nuevo en brazos para tumbarla sobre la cama. Rápidamente se desnudó y se unió a ella, como si temiera que fuera a irse si tardaba demasiado.
—Quiero hacer de todo contigo —gruñó él con voz ronca y profunda.
La vida sexual con Conrad había sido muy tradicional y Sara no estaba muy segura de a qué se refería Jase por «todo». Sin embargo, estaba ansiosa por experimentarlo.
—¿Qué tienes pensado? —preguntó. Flirtear con él le resultaba muy sencillo.
—¿Por qué no empiezo por besarte entera?
Jase empezó por la frente mientras le acariciaba dulcemente los cabellos, y a Sara le entró un ridículo deseo de llorar. Los besos continuaron por la mejilla hasta alcanzar la boca que tomó con un profundo y erótico beso sin que ella hubiera tenido la oportunidad de tocarlo. Jugueteó con la lengua sobre la oreja hasta que ella empezó a retorcerse sobre el colchón.
Sara alargó las manos hacia él, pero Jase se las sujetó por encima de la cabeza.
—La próxima vez te dejaré divertirte. Ahora me toca a mí.
¿Divertirse? ¿A eso lo llamaba divertirse? Jase la estaba torturando con sensualidad. A Sara le encantaba cada beso, cada caricia de la lengua, de los dedos. Desde luego ese hombre sí sabía darle placer a una mujer. Rápidamente desechó esa idea de su cabeza. No quería pensar en su pasado amoroso, esa noche no. Esa noche era para ellos dos.
Sin dejar de sujetarle las manos, él se agachó hasta los pechos y ella se sintió más excitada de lo que jamás hubiera pensado que podría estar.
—Voy a tocarte —le advirtió Jase—. Por todo el cuerpo.
Por fin le soltó las manos para poder descender más y más.
—Jase, no vas a…
—He dicho por todo el cuerpo.
Era verdad, lo había dicho, y ella sabía muy bien que lo que estaba a punto de hacer le haría sentir más vulnerable de lo que se hubiera sentido jamás. ¿Hasta qué punto podía confiar en ese hombre? ¿Hasta qué punto podía confiar en sí misma para creer en un futuro con él?
Jase le separó los muslos con las manos, unas manos rugosas que resultaban muy excitantes. Y la lengua inició una serie de movimientos circulares allí donde ella jamás habría esperado ser besada, allí donde más sensaciones experimentaba.
—Jase, vas a hacerme llegar de nuevo —ella recordó la última vez—. Esta noche no puedes encerrarte en ti mismo. No puedes decirme que solo buscas mi placer. Esta vez no.
—Esta vez no —asintió él tras unos tensos segundos de total silencio.
Las tres palabras le volvieron loca de deseo mientras la lengua de Jase seguía describiendo círculos en su núcleo y deslizaba un dedo en su interior, luego dos, hasta encontrar el punto que la haría deshacerse entera.
—No quiero alcanzar el clímax sin ti —insistió ella entre jadeos.
Las palabras surgieron de sus labios antes de poder retenerlas. Había sido de lo más explícita.
—Puedes alcanzar uno y luego otro más. Te lo demostraré.
Jase parecía estar mucho más seguro de su cuerpo que ella misma. Debía tener una fórmula mágica, una caricia mágica. Y así fue. Era la primera vez en su vida que se sentía el centro del universo de alguien. Y mientras le permitía el íntimo placer de llevarla al clímax con su boca, ella se aferró a él, hundió las uñas en su espalda, lo llamó a gritos mientras pensaba si las paredes de la suite estarían insonorizadas.
El amor que sentía por Jase seguía acumulándose, abrumándola y, finalmente, haciendo rodar todas esas lágrimas por sus mejillas.
Jase las enjugó con dulzura, pero no le dio tiempo para recrearse. Tomó un preservativo de la mesilla de noche y se lo colocó. Alzándose sobre ella, de nuevo le sujetó las manos sobre la cabeza y entró con una suave y rápida embestida al mismo tiempo que entrelazaba los dedos de las manos con los suyos en un conmovedor acto simbólico.
Sara nunca había tenido un doble orgasmo. ¿Por qué iba a tenerlo aquella noche? Sin embargo, Jase tenía otra idea y ni siquiera se cuestionó la posibilidad. Entró y salió, lentamente al principio para que ella se acostumbrara a él, para que se acostumbrara a que la llenara. Pero las embestidas se hicieron más bruscas y ella tuvo que agarrarse con más fuerza mientras el mundo se tambaleaba y parecía hacerse mil pedazos. Sara no dejó de alentarlo en ningún momento, basculando el cuerpo contra él, arqueando la espalda para recibirlo más profundamente, aceptando todo lo que él estuviera dispuesto a darle.
Y en ese preciso momento Sara se liberó de todos sus miedos y se aferró a la única esperanza. La liberación de Jase llegó tras el segundo orgasmo de Sara. El gutural suspiro de placer le hizo sentirse orgullosa y satisfecha. Y se imaginó que él habría sentido lo mismo en la poza termal.
Pero el hecho de haberle hecho el amor no significaba que Jase le hubiera abierto el corazón y el alma. Cierto que tenían toda la noche, pero no sabía si él lo desearía también. Temía depender del deseo carnal, cuando lo que en realidad necesitaba era confianza, amor, compromiso.
Jase se derrumbó sobre ella. Ninguno de los dos habló durante varios minutos mientras su respiración regresaba a la normalidad.
Y al fin Jase alzó la cabeza.
—No te muevas si no quieres —susurró ella mientras lo abrazaba con fuerza.
—Peso demasiado para ti.
—No es verdad.
Lo sintió moverse en su interior y sonrió.
—¡Ah, Sara! Qué cosas me haces.
—¿Físicamente?
—Y de otras maneras también.
—Se suponía que debíamos vestirnos para cenar —musitó ella.
—Existen otras opciones —Jase enarcó una ceja—. Podemos cenar más tarde. O podemos pedir algo al servicio de habitaciones, aunque me apetecía llevarte al restaurante internacional…
—Esta es una balanza —Sara le sujetó una mano a la derecha y otra a la izquierda—. Cocina global —bajó ligeramente la mano izquierda—, o quedarnos en la cama —la mano derecha bajó mucho más—. ¿Adivinas cuál gana?
—Con qué facilidad tomas las decisiones —Jase sonaba casi petulante.
—No te diré que no. Claro que si prefieres comer sushi o pollo cordon bleu…
Jase volvió a besarla, confirmándole que para él también era preferible quedarse en la cama.
Sara despertó por la mañana rodeada por los brazos de Jase. La noche anterior había sido un sueño hecho realidad. Habían pedido la cena al servicio de habitaciones, llamado a Amy para desearle buenas noches, comido langosta y hecho el amor hasta bien entrada la noche.
Jase se apretó contra ella y Sara sonrió. Sentía perfectamente la erección presionar su trasero.
—Ya veo que estás despierto —bromeó.
—Ya te digo. Te estoy esperando.
El móvil de Sara interrumpió el beso de Jase.
—Será mejor que contestes, por si es Kaitlyn.
Una de las cosas que Sara adoraba de Jase era su aceptación de que Amy era lo primero.
Efectivamente, la llamada era de Kaitlyn. Sin embargo, era Amy la que estaba al aparato.
—Buenos días, mami. Kaitlyn dijo que podía llamar.
—¿Me echas de menos?
—Sí, pero volverás hoy ¿verdad?
—Eso es. Seguramente estaré allí a la hora de la cena —Sara colgó el teléfono con un suspiro.
—¿Qué? —preguntó Jase.
—La realidad ha irrumpido y me ha recordado que tengo una vida en Fawn Grove, una vida que adoro. También me ha recordado que mañana voy a llamar al señor Kiplinger. Y el viernes…
—El viernes tomaré un avión con Tony para asistir a una reunión en San Diego —Jase se sentó a su lado en la cama—.
Tenía previsto regresar el sábado. ¿Quieres que lo aplace?
A Sara le encantó el hecho de que estuviera dispuesto a hacer algo así por ella. Amaba a ese hombre, pero tenía la sensación de que debía ocuparse ella sola de ese problema.
—No aplaces el viaje. Si la compañía de seguros ha tomado una decisión, no la va a cambiar.
—Sea lo que sea —él la abrazó—, podrás con ello.
Sí, podría. Pero si la decisión no le era favorable…
Decidió no pensar más en ello. Tenía todo un día por delante con Jase y estaba decidida a disfrutar de cada minuto.