Capítulo Cinco

Amy y Sara preparaban galletas de pepitas de chocolate cuando alguien llamó a la puerta.

—¿Hay alguien en casa? —llamó Jase.

—Adelante. Estamos horneando el tentempié de antes de irnos a la cama.

—Ya me pareció oler a galleta mientras venía hacia aquí – Jase aspiró el delicioso aroma—. Como el olor llegue un poco más lejos, en unos minutos estará Liam aquí también.

—Todavía no lo conozco —sonrió Sara—. Esta es la última bandeja. ¿Te preparas para la cama?

Amy asintió y sonrió a Jase con timidez antes de correr a su habitación.

—Lo conocerás el sábado por la noche —le aseguró él—. Por eso he venido —dejó un pequeño sobre en la encimera—. Es la invitación oficial. Habrá mucha seguridad y tendrás que llevarla.

—¿Sufrís muchos allanamientos de morada? —bromeó ella.

—Te sorprendería. De vez en cuando aparece algún famoso, y detrás de él algún turista o fotógrafo. Mi padre es muy celoso de su intimidad y sabe que otras personas también lo son.

—¿Lo eres tú?

—Normalmente.

—¿Te apetece una? —Sara le ofreció una galleta.

—Por supuesto.

Sara no pudo evitar preguntarse si ella también le apetecía. La invitación formal a la fiesta significaba que no era una cita. Fin de la cuestión.

—Hablando de intimidad, hay algo de lo que me gustaría hablar contigo —anunció Jase.

—¿Hora de las galletas? —Amy eligió ese momento para entrar en la cocina.

—Supongo que te hará falta un poco de leche para esto —él le ofreció una galleta.

—¡Marchando tres vasos de leche! —Sara se preguntó para qué querría Jase hablar de intimidad—. Es muy tarde —anunció minutos después—. ¿Te importa si la acuesto y luego hablamos?

—¿Puede Jase leerme un cuento? —preguntó la niña.

—No sé, cielo, a lo mejor no le apetece.

—Claro que puedo leerte un cuento —intervino Jase—. ¿Cuál es tu favorito?

Amy le tomó una mano y, con la galleta en la otra, lo arrastró hasta su cuarto sin dejar de explicarle qué libros le gustaban más. Sara no sabía muy bien qué pensar de que ese hombre formara parte del ritual nocturno de su hija. Conrad jamás lo había hecho. Para ella, acostar a Amy era de las mejores experiencias que ofrecía la maternidad.

—Tengo que sacar las galletas del horno —el timbre del horno sonó—. Enseguida voy.

Minutos después, Sara se paró ante la puerta del dormitorio de Amy. Jase y su hija estaban sentados en la cama mientras él le leía uno de sus cuentos favoritos.

Lo creyera o no, Jase estaba hecho para ser padre. Los críos se le daban estupendamente. Sin embargo, un padre distante y una novia infiel le habían hecho dudar de su capacidad para formar parte de una familia. Además, Sara tenía la sensación de que había algo más. ¿Qué le había sucedido antes de ser adoptado por Ethan? ¿Alguna vez hablaba de ello?

La habitación siempre hacía sonreír a Sara. La colcha y las cortinas rosas y blancas reflejaban la personalidad de la pequeña. Los juguetes estaban amontonados en la estantería, y Moppy, el peluche que Jase le había regalado, estaba bien acoplado bajo el brazo de su dueña.

En cierto modo, Jase parecía fuera de lugar, demasiado masculino para una habitación tan infantil. Pero si consideraba el modo en que interaccionaba con Amy, encajaba perfectamente.

Él levantó la vista y sus ojos emitieron un destello de algo que Sara no supo definir.

Entró en el dormitorio y se sentó en la mecedora mientras Jase terminaba el cuento.

—Lees muy bien —finalizada la historia, la niña lo abrazó.

—Y tú escuchas muy bien —tras dudar un instante, Jase le devolvió el abrazo y se bajó de la cama.

Inclinándose sobre Amy, pasó la mano por su oreja.

—Mira lo que he encontrado —en la mano había una cinta rosa—. Puedes atarte el pelo con ella y así estarás tan guapa como tu mamá.

—Mira, mami, qué bonito —la niña sonrió a Jase.

—Ya lo veo. Dámela. Mañana te ataré el pelo con ella.

—Esperaré en el salón —la mirada de Jase pasó de madre a hija y de nuevo a la madre.

—No tardaré.

Y así fue, porque para cuando hubieron terminado las oraciones, los ojos de Amy estaban casi cerrados. Sara le dio un beso y dejó encendida una luz antes de salir de la habitación y entornar la puerta. Tenía muy presente lo sucedido hacía un par de noches en el sofá. Desde entonces, cada vez que entraba en el salón, recordaba la sensación de las manos de Jase sobre su piel, la firmeza de sus labios, el hambriento deseo.

Bueno, pues si esa noche tenían hambre, comerían galletas con pepitas de chocolate.

—Come todas las que quieras —Sara dejó un plato de galletas sobre la mesita del salón—. He apartado una hornada para Marissa. Si crees que a tu padre le gustarían, le pongo también.

—Están buenísimas. Puede que a mi padre le apetezcan unas cuantas.

—Muy bien, las envolveré en papel de aluminio.

—Ven aquí primero —Jase la agarró por la muñeca—. Quiero hablar contigo, preguntarte algo.

Sara llevaba unos días muy sensible y enseguida se ponía en alerta si sospechaba que pudiera haber algún problema. Si Amy y ella conseguían mantenerse lejos de los desastres, podría recuperar su optimismo. Desde luego, la niña parecía muy feliz.

—Te lo habría enviado por correo electrónico —Jase sacó una hoja de papel del bolsillo del pantalón—, pero sé que perdiste el ordenador en el incendio.

—Y no tengo Smartphone.

—Este es mi primer artículo sobre el Club de las Mamás —él asintió y le entregó el artículo—. Quiénes son, cómo ayudan. También he cubierto el tema del reparto de comida. He añadido teléfonos de contacto, por si alguien desea ayudar, o necesita ayuda. Quiero tu sincera opinión.

Sara leyó el artículo, sentada a escasos centímetros del autor. Cuando Jase se inclinó para tomar una galleta, sus piernas se rozaron, pero ella no se apartó y terminó de leer el artículo.

—¿Y bien?

—Eres muy buen escritor y sabes cómo hacer que una historia cobre vida.

—Solía saber.

—Y por un motivo. Centrabas tus historias en un niño, tres como mucho, y nos lo contabas todo sobre ellos. Conseguías que nos importaran. Ahí radicaba la fuerza de lo que escribías.

—¿Y ahora? —insistió él.

—Y ahora creo que está muy bien para un primer artículo, pero lo sería aún más si eligieras a alguna mamá del club como protagonista.

—¿Alguien como tú?

—No —le había malinterpretado—. Yo no quiero publicidad. La del noticiero ya fue bastante mala.

—Hablé con otras dos mujeres que me contestaron más o menos lo mismo. No va a ser tan fácil.

—Pero tú puedes ser muy convincente.

—Entonces déjame convencerte a ti.

—Jase…

—Quiero que te lo pienses, Sara. Iré hasta donde tú quieras, no más. Podemos hablar de tu traslado al viñedo, de lo agradecida que te sientes por tener un lugar en el que vivir, de cómo Amy parece ser ella misma de nuevo. Podría ser una historia positiva. Los detalles no tienen por qué incluir tu matrimonio, tus deudas o la investigación de la compañía de seguros. El artículo debe tener como objetivo mostrar cómo la comunidad ayuda a sus residentes.

—Necesito pensármelo.

—Me parece bien. Hasta dentro de una semana no tendré que tener listo el artículo siguiente.

—¿Y si digo que no?

—Si no quieres hacerlo, encontraré a alguien que lo haga — contestó Jase—. Kaitlyn me dio varios nombres, pero realmente creo que la mejor historia para el Club de las Mamás, sería la tuya.

—Sí, claro, es una historia sensacional —Sara suspiró.

—Sensacional, y un ejemplo perfecto de intervención por parte del club. Pero no te quiero presionar.

—Hablando de presionar —Sara decidió cambiar de tema— ¿te sentiste presionado cuando Amy te pidió que le leyeras un cuento? No acepta bien una negativa, pero lo comprende. Cuando me mira con esos enormes ojos marrones, sé que va a ser una rompecorazones.

—Solo le he leído un cuento. No ha sido para tanto.

—Para ella sí.

—¿Preferirías que me hubiera negado? —Jase la miró fijamente.

—El único modelo masculino que ha tenido ha sido Conrad.

—¿Fue un buen padre?

—No creo que se acuerde de él. No se relacionaba mucho con ella, quizás porque era bastante mayor —tras una pausa, ella se sinceró—. No, no era por eso. Simplemente creo que no se sentía cómodo con los niños. No le gustaba tirarse al suelo, ponerse a su nivel. Le costaba mucho jugar a tonterías. Pero ella estaba acostumbrada a verlo en casa y su ausencia le abrió un enorme agujero en su vida —se encogió de hombros—. No he vuelto a salir con un hombre, Jase.

—Y ahora tienes miedo de que se encariñe conmigo —él lo había entendido perfectamente.

—No suele pedirle a cualquiera que le lea un cuento.

—Eres una buena madre, Sara —Jase habló con ternura.

—Solo intento protegerla. No quiero verla sufrir.

—Y tú tampoco quieres sufrir —él le acarició el labio.

Tenía unos dedos ásperos y sensuales y ella sintió que los labios le entraban en combustión. Rápidamente, el fuego se extendió a otras partes de su cuerpo. ¿Cómo podía hacer algo así con una inocente caricia? A duras penas consiguió recomponerse.

—¿Y tú?

—Ya no es fácil hacerme daño —solo le harían daño si él lo permitía.

—Eso es porque no te lanzas, porque mantienes la barrera levantada.

—Tú tampoco te la juegas.

—No puedo.

—Sí puedes. Podrías divertirte un poco sin implicar necesariamente a Amy.

—¿Te interesa la diversión?

—No puedo contestar a eso, Sara. Solo sé que entre nosotros hay una atracción que no he sentido en mucho tiempo.

¿Desde la traición de su novia? Sara no quiso formular la pregunta porque ya conocía la respuesta. Desde su regreso al hogar, Jase se había protegido del amor y el cariño, ya fuera de otra mujer o de su padre. No hacía falta ser terapeuta para verlo.

—No se me da bien compartimentar —admitió ella.

—Puede que no, pero, algún día, tus necesidades como mujer superarán a las de proteger a Amy.

—Eso no sucederá jamás.

—Piénsate lo del artículo —Jase cambió de tema.

—¿Se lo has propuesto a Marissa?

—Lo hice, pero no quiso.

—Seguramente por los mismos motivos que yo.

—Kaitlyn se lo está pensando. Me encantaría entrevistarla, ya que es una de las organizadoras. Y me gustaría entrevistarte a ti porque la historia del incendio ha sido noticia.

—Jase, yo…

—No te presionaré más —él alzó las manos en el aire—. Te lo prometo. Pero piensa en cómo tu historia podría ayudar a otros padres. ¿No sería esa una buena manera de demostrar tu gratitud?

Ese hombre era bueno persuadiendo, y no solo con respecto al artículo. Sin embargo, no estaba dispuesta a hacer nada impulsivo o descuidado.

Al día siguiente, Sara trató al último paciente de la mañana, un microbiólogo con contracturas debidas a su trabajo con el microscopio. Sabía que podría ayudarlo si el hombre ponía de su parte y hacía algunos cambios. Cambiar era muy difícil, incluso para ella. ¿Podría cambiar su decisión de no relacionarse con otro hombre? La fiesta de gala sería una oportunidad.

Pero antes tenía que encontrar algo que ponerse. Solo tenía la media hora de la comida para intentarlo. Marissa estaba convencida de que encontraría algo en Thrifty Solutions, una tienda de segunda mano, pero Sara lo dudaba. Necesitaba algo más elegante y, quizás, espectacular.

Cuando entró en Thrifty Solutions se vio sorprendida por la gran cantidad de prendas. Sin duda gran parte provenía de donaciones. Fawn Grove había demostrado ser una comunidad muy generosa, y Amy y ella formaban parte de todo eso.

—¡Hola! —para su sorpresa, encontró a Kaitlyn tras el mostrador—. No esperaba verte aquí.

Había hablado con ella el día anterior, para pedirle consejo sobre canguros. Kaitlyn le había contestado que ya había hablado con Marissa y que ella cuidaría de Amy y Jordan.

—El jueves es mi día libre. Después de las rondas del hospital vengo aquí unas horas. ¿Buscas algo en especial?

—Un vestido para el sábado por la noche. Echaré un vistazo.

Kaitlyn la miró fijamente.

—¿Qué pasa? —preguntó Sara.

—Puede que tenga lo que necesitas. He estado vaciando cajas en la trastienda y he visto algunos vestidos que podrían gustarte. ¿Te importa atender mientras miro?

—Claro, sin problema.

Sara echó un vistazo a la ropa y eligió unos tops para Amy.

Al ver regresar a Kaitlyn, tuvo que parpadear varias veces. En una mano llevaba un vestido de gasa blanco y negro con cuentas de cristal bordadas en el corpiño. En la otra mano, un vestido rojo fuego. Ambos eran preciosos.

—Jamás hubiera esperado encontrar algo así aquí.

—Tenemos de todo —Kaitlyn rio—. Estos pertenecieron a una donante que vive en Sacramento. En realidad creo que compra vestidos con el propósito de donarlos. Creo que son de tu talla.

Sara consultó la hora. Le quedaban quince minutos para probárselos.

El vestido rojo era precioso, pero no encajaba con su estilo. Lo volvió a colgar del perchero y se probó el blanco y negro. De inmediato se sintió como una estrella de cine.

—¿Qué te parece? —sonriente salió a la tienda para mostrárselo a Kaitlyn.

—Creo que es perfecto para ti, y perfecto para la fiesta.

—¿Has asistido alguna vez a esa fiesta?

—Hace unos años. Mi vida era totalmente diferente entonces.

Kaitlyn no añadió nada más y Sara se preguntó qué historia tendría esa mujer y por qué estaba tan implicada en el Club de las Mamás. Pero si había aprendido algo en su trabajo era a respetar la intimidad de los demás. Normalmente sabía cuándo preguntar y cuándo callar.

—¿Cuánto cuesta? —preguntó, preocupada por no podérselo permitir.

—Según lo que marca la caja en la que estaba, diez dólares.

—Estás de broma.

—Por eso tenemos benefactores. Llévatelo, Sara, y disfrútalo.

Horas más tarde, Sara terminaba las notas sobre su último paciente en la clínica de rehabilitación. Era la segunda vez que atendía a Ramona y empezaba a encariñarse con ella. La mujer había sido arrollada por un coche mientras montaba en bicicleta y su estado era lamentable. Llevaba clavos en la pierna y la mejilla estaba atravesada por una larga cicatriz. Estaba muy débil y el propósito de Sara era el de fortalecer sus músculos mientras la pierna sanaba. Trabajaban la pierna buena, los brazos y el cuello y espalda.

Ramona quería recuperar su vida y montar en bicicleta de montaña, salir con hombres y aguantar todo el día. En cierto modo, le recordaba a Jase al principio de acudir a su consulta.

—¿Cuántas semanas faltan para que deje de sentirme tan cansada? —preguntó Ramona.

—¿Das paseos? —Sara intuía que esa fatiga provenía en parte de su disposición mental.

—Algo, pero odio llevar bastón.

—En cuanto camines más estable, dejarás de necesitarlo.

Ramona le dedicó una mirada cargada de escepticismo.

Terminada la jornada laboral, Sara recogió a Jordan y a Amy y se dirigió al viñedo. Jordan, un niño de hermosa sonrisa de un año de edad, parloteaba sin cesar en la parte trasera del coche.

Poco después entraron en las oficinas de los viñedos.

—¿Estás tan agotada como pareces? —preguntó Marissa nada más verla.

—Seguramente mi aspecto es peor —Sara rio—. He tenido un caso difícil esta tarde y no sé muy bien cómo ayudar a mi paciente.

—¿Por qué no te das un paseo? Yo llevaré a Amy y a Jordan al jardín. Podrán contemplar las mariposas y chapotear en la fuente. ¿Te importa si Amy se moja?

—En absoluto, pero tú también has tenido un largo día.

—Sí, pero el mío ha consistido básicamente en empujar papeles.

Sara había aprendido a mostrarse agradecida ante la ayuda que le era ofrecida.

—Gracias —asintió y, tras darle un beso a su hija salió de la oficina.

La bodega estaba rodeada de jardines donde uno podía sentarse y disfrutar de una copa de vino con unas pastas o aperitivos salados, pero Sara se dirigió hacia los viñedos, para lo cual tuvo que atravesar la espectacular y aromática rosaleda. Durante unos minutos se deleitó con la suavidad de los pétalos y el delicioso aroma de las flores. En cierto modo, aquello tenía aspecto de cuento de hadas. Era fácil imaginarse cuánto había ayudado el entorno a la sanación de Jase.

Sin darse cuenta se había adentrado entre las uvas Merlot. Un movimiento llamó su atención. Era Jase, pero no se estaba ocupando de las uvas, llevaba una cámara en la mano. Sara se acercó en silencio, sin saber si debería alertarle de su presencia o no. Jase le había confesado que no había tocado una cámara desde su regreso y no quería estropear el momento.

Estaba haciendo fotos panorámicas, describiendo un círculo con el fin de captar cada aspecto del viñedo. Y cuando enfocó la cámara en su dirección, por supuesto, la vio.

—Si quieres estar solo, me voy —le aclaró ella apresuradamente.

—No será necesario —la mirada de Jase se detuvo en la ropa de Sara, su ropa de trabajo—. ¿Acabas de regresar del trabajo?

—He recogido a Amy y a Jordan. Marissa les ha llevado a ver el jardín de atrás. Se le ocurrió que me vendría bien despejar la mente.

—¿Un día duro?

A veces ella no sabría decir si Jase preguntaba por mantener una conversación, o si le interesaba de verdad. Resultaba muy fácil contarle cosas, pero no conseguía averiguar si se trataba de interés personal o si solo estaba poniendo en práctica sus habilidades como reportero.

—La tarde sí lo ha sido. Mi paciente me recordó a ti cuando te estabas recuperando. Le está costando mucho cambiar de vida.

—El cambio, una constante en nuestras vidas —él sonrió con amargura.

—¿Qué estabas haciendo? —Sara señaló la cámara.

—Fotos para el nuevo folleto del viñedo. Mi padre lleva años sin renovarlo. Hemos hecho algunos cambios en la sala de catas y en la de recepciones. Necesitamos material nuevo.

—¿Y qué tal te sientes con una cámara en la mano de nuevo? —la pregunta era obligada.

Sus miradas se fundieron y Sara volvió a sentir el cosquilleo que experimentaba cada vez que sucedía. Las sensaciones eran devastadoras.

—Pues lo cierto es que me siento fenomenal. No me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Tenía miedo de que los malos recuerdos me asaltaran en cuanto tuviera la cámara en la mano y, si bien recuerdo la última vez que hice una foto y lo que sucedió, también recuerdo cuando, siendo adolescente, paseaba por estos viñedos cámara en ristre. Aquí es donde me hice fotógrafo y mi cámara me ha dado prestigio.

Cuando escribí el artículo sobre el Club de las Mamás, la sensación fue de naturalidad y tener la cámara en la mano también.

—¿Tan natural como para volver a viajar a lejanas tierras?

—Ya veremos. Poco a poco voy aceptando mejor los cambios.

¿Era eso cierto? ¿Ofrecería de nuevo sus servicios a los editores?

Sara se sintió desfallecer y comprendió que, por mucho que no quisiera relacionarse con otro hombre, se estaba enamorando de Jase. La idea resultaba tan terrorífica como la de no recibir el dinero del seguro. Lo único que le quedaba era su trabajo, y un montón de deudas.

No era del todo cierto. Tenía a Amy. Lo demás no importaba.

Porque Amy era lo primero.