Capítulo Diez

De regreso a la cabaña, Jase pensó en las dos horas que acababan de pasar, sobre todo el tiempo que habían pasado en las aguas termales. Había acudido allí plenamente decidido a tener el sexo con Sara. A fin de cuentas ella le había transmitido las señales apropiadas.

Sin embargo, se había contenido por varios motivos. El estado de Sara era vulnerable. Cierto que había pasado más de un año desde la muerte de su marido, y quizás estuviera preparada para pasar página de su matrimonio, pero, por otra parte, acababa de sufrir una experiencia traumática, el incendio. Ella misma había reconocido que se había sentido sola tras la muerte de sus padres y por eso se había unido a Conrad. No quería que se uniera a él por el mismo motivo.

Quería ser deseado por sí mismo. Un compromiso fallido había bastado para volverlo cauteloso.

Después de ese íntimo contacto, habían salido de la poza y habían disfrutado de unas fresas con queso, pan y agua. Podrían haberse dado placer de nuevo, pero tras la reacción de Sara a sus caricias, la mirada casi inocente, Jase se había sentido inquieto, turbado como no se había sentido jamás. Quizás la reticencia a dejarse llevar se debía al temor de ser también vulnerable.

Afortunadamente, el ruido del todoterreno dificultaba cualquier conversación, pero al llegar a la cabaña, ralentizó la marcha. No quería despedirse de Sara sin más.

—Dejaré el coche en el aparcamiento y te acompañaré a la cabaña.

El sol se estaba poniendo y, en la penumbra, no veía bien la expresión de Sara. ¿Era de deseo de pasar más tiempo con él? ¿Alegría por volver con su hija?

—¿Crees que Amy ya se habrá acostado? —Jase le rodeó los hombros con un brazo.

—Eso depende. Es posible que haya convencido a Marissa para seguir jugando, y Jordan también podría seguir despierto. Marissa me aseguró que era capaz de dormirse en cualquier sitio, pero cuando se juntan dos críos… —Sara dejó la frase en el aire—. ¿No sacas la nevera y la manta?

—Ya lo recogeré todo después. Normalmente por la noche hago una última ronda en el viñedo, para asegurarme de que todo esté bien.

—Siendo el director general te corresponderá supervisarlo todo ¿no? —ella señaló el viñedo con una mano—. Tu padre te pasó esa responsabilidad.

—Podría hacerse cargo él mismo si lo considerara necesario, o contratar a alguien para el puesto.

—Dudo que quiera hacerlo. Eres su heredero.

Jase miró al vacío. Quizás había llegado el momento de sincerarse con Sara.

—Mi padre nunca le cuenta a nadie de dónde vine realmente.

—No lo entiendo —ella lo miró con gesto preocupado—. Dijiste que te había adoptado.

—Sí, lo hizo. Me quedé huérfano a los seis años y pasé de una casa de acogida a otra hasta que vine a vivir aquí con doce años. Mi madre llevaba una vida muy sórdida y no sabía quién era mi padre biológico. Murió de sobredosis.

—Jase, lo siento mucho —la reacción de Sara fue inmediata.

—A mi padre le gusta mantener esa parte de mi vida oculta bajo la alfombra.

—A lo mejor no le gusta sacarla a la luz porque cree que te resultaría doloroso.

¿Había considerado Jase siquiera esa posibilidad?

—Quizás seas tú el que se avergüenza de ella y por eso siempre intentas hacer lo correcto.

—No sabes de qué estás hablando.

—No, pero creo que quieres triunfar porque hubo un tiempo en que nadie lo creyó posible.

—¿Vuelves a ejercer de terapeuta?

—Has sido tú el que ha sacado el tema, Jase. ¿Por qué esta noche cuando estamos más unidos?

¿Estaban más unidos? Para Sara, la intimidad física automáticamente conducía a la emocional.

Estaban a punto de llegar a la cabaña cuando Sara se detuvo en seco.

—¿Esta noche me has protegido de mí misma para que no cometa ningún error irremediable?

—Sí, te estaba protegiendo. Tu vida está hecha un lío y no quería aprovecharme de ti.

—Qué tontería. Creo que te estabas protegiendo a ti mismo. Tu muro es más alto que el mío.

Jase no respondió y ella se volvió para continuar su camino.

La puerta de la cabaña estaba a apenas tres metros y podría dejarla marchar, regresar a su vida con Amy sin decir una palabra más. Pero no se sentía capaz de ello.

Le agarró una mano, la atrajo hacia sí y la besó.

Cuando se separaron, ninguno de los dos tuvo necesidad de hablar. Las palabras eran irrelevantes. Se deseaban, incluso era posible que se necesitaran. Aun así, Jase no estaba preparado para rendirse a esa necesidad, aunque ella si lo estuviera.

Al día siguiente, Jase repasó la entrevista con Sara. Había sido un buen trabajo y, sin duda, atraparía a los lectores. Liam entró en el despacho para recordarle que tenían una reunión.

—¿Más publicidad para llevar a la exposición de vinos de San Jose?

—No, es un artículo para el periódico.

—¿Para el Club de las Mamás?

Jase asintió.

—¿Te ha dado Sara el visto bueno para publicar la entrevista?

—¿Te habló sobre ello? —Jase ocultó lo que le había sorprendido que Liam estuviera al corriente.

—No estaba segura de querer seguir adelante. Yo solo sugerí que sería mejor sacar a la luz la verdad en lugar de permitir que la gente se hiciera sus ideas. Creo que logré convencerla.

—¿Y exactamente qué consejo le diste? —el que Sara hubiera hablado con Liam le preocupaba.

—Le dije que la gente va a pensar lo que quiera, pero que debería ofrecerles la verdad.

—¿Os estáis haciendo amigos Sara y tú?

—Poco a poco —Liam se encogió de hombros.

Aunque Jase se moría de ganas de saber qué significaba eso, su orgullo le impidió preguntar. No le daría a Liam la satisfacción de saber que le preocupaba.

Se preguntó si Sara le había pedido consejo porque le gustaba Liam, porque confiaba en su juicio. A lo mejor se sentía atraída hacia él por el mismo motivo por el que se había sentido atraída por Conrad. Porque era mayor.

Pasada una hora, la conversación con Liam seguía dando vueltas en la cabeza de Jase. El teléfono sonó y contestó a la primera, pues sabía que Marissa ya se había marchado.

—Me alegra que sigas ahí —lo saludó Sara.

—Tienes mi número de móvil.

—Y te llamé, pero saltó el buzón de voz.

—Lo apagué durante la reunión —Jase lo había olvidado—. ¿Qué pasa? —algo en la voz de Sara lo había puesto en alerta. ¿Nervios? ¿Miedo? Algo.

—Es Amy. No sé qué hacer. No está.

—¿Qué quieres decir con que no está? ¿Qué ha pasado?

—Me llamaron por teléfono y cuando me di la vuelta ya no estaba. Creo que salió fuera.

—No puede haber ido muy lejos. Daré el aviso y empezaremos a buscarla. Tú quédate ahí. En cuanto llame a Liam y a papá iré a la cabaña. Si queda alguien más, que se una a la búsqueda.

—No puedo quedarme aquí, Jase, tengo que buscarla.

Jase comprendía el pánico de Sara y su necesidad de hacer algo, pero…

—¿Y si Amy vuelve a casa mientras estás fuera? Quédate ahí, Sara. Echa un vistazo alrededor de la cabaña, pero no te alejes de allí. Llegaré en cuanto pueda.

Con el corazón acelerado, Jase hizo las llamadas pertinentes. Algunos trabajadores del viñedo seguían en sus puestos y Liam propuso que el equipo de limpieza se sumara a la búsqueda.

Todos los participantes en la búsqueda se agruparon frente a la cabaña. Jase vio a Liam acercarse a Sara y darle un apretón en el brazo. Si esos dos estaban más unidos de lo que él pensaba, ella nunca se lo había mencionado.

Jase repartió a los voluntarios en grupos y les indicó cómo realizar la búsqueda.

—Me voy al viñedo Merlot —se volvió a Sara—. Tú quédate aquí y espera. Todo el mundo tiene tu número de móvil. En cuanto la encontremos, te llamaremos.

—Pero, Jase ¿y si…?

—Si no la encontramos en media hora, llamaré al sheriff —el sol descendía rápidamente por el horizonte—. Te lo prometo.

En lugar de darle un apretón en el brazo, se fundió con ella en un sentido abrazo.

—No puede haberse ido muy lejos —insistió antes de besarle la cabeza.

Tras dar unas cuantas instrucciones más, Jase se alejó de Sara. No había visto tanto dolor reflejado en el bonito rostro desde la noche del incendio cuando había aparecido en las noticias. Lo que había perdido en esos momentos era a su hija, no un álbum de fotos. Él mismo tenía el estómago encogido. Amy significaba mucho para él también.

Siguiendo las indicaciones de Jase, Ethan se dirigió al viñedo de Cabernet Sauvignon, detrás de la cabaña, mientras que Jase se dirigió al oeste y Liam al sur. Buscaban algo rojo, el color de la camiseta que llevaba la niña. También debían buscar por el suelo, por si Amy se hubiera acurrucado para inspeccionar una piedra o un insecto. Esa niña sentía curiosidad por todo.

Jase escuchó atentamente para captar una risa, un llanto. Caminó y buscó. Pensó en llamar al sheriff. La opresión en el pecho se hacía cada vez más grande. No podía ni imaginarse lo que debía sentir Sara. El teléfono sonó y se quedó helado. Era Liam.

—¿La has encontrado?

—Jase, aquí fuera no hay nadie. No sabemos qué debemos buscar. Habría que llamar a la policía.

—Debes buscar una camiseta roja, unos cabellos rojizos. Debes buscar a una niña que no puede haberse ido muy lejos.

—Puede que te apetezca hacerte el héroe, pero hay que ser prácticos.

¿De verdad quería ser el héroe de Sara? Por supuesto. Pero, sobre todo, lo que quería era encontrar a esa niña que se había hecho un hueco en su corazón.

—Diez minutos más, Liam. Dentro de diez minutos llamaré.

A medida que pasaban los segundos, el optimismo de Jase disminuía. ¿Qué sabía él de búsquedas? ¿Qué sabía él de relaciones? ¿Qué sabía él de encontrar a una niña perdida?

El teléfono volvió a sonar. Era su padre. Jase temía que Ethan fuera a darle el mismo consejo que le había dado Liam, pero la voz que oyó al otro lado de la línea estaba cargada de alegría.

—¡La he encontrado! Vio un gato y se fue tras él.

—¿Has llamado a Sara? —preguntó Jase.

—Pensé que te gustaría hacerlo a ti. Te veo en su casa. Vamos, te llevaré con tu mamá —la voz de Ethan se dulcificó antes de colgar el teléfono mientras al fondo se oía la voz de Amy.

Se repente, Jase se encontró preguntándose qué clase de abuelo sería su padre.

Corrió de regreso a la cabaña de Sara mientras llamaba por teléfono para darle la noticia y al resto de los voluntarios para que dejaran de buscar.

Sara corrió al encuentro de Ethan y Amy. Al recibir la llamada de Jase, las piernas le habían flaqueado. Pero al verlos llegar corrió hacia ellos, ansiosa por tomar a su hija en brazos y asegurarse de que estuviera bien. Sin embargo, la escena que tenía ante ella le hizo pararse en seco. Ethan llevaba a su hija de la mano y parecía el perfecto abuelo.

—¡No te encontraba! —Sara abrazó a Amy con fuerza—. ¿Dónde estabas?

—Kitty se escapó y yo lo seguí.

—Cariño, mírame —Sara se agachó frente a ella—. No vuelvas a salir de casa sin mi permiso. El mundo es muy grande y no quiero que te pierdas. Si el señor Cramer no te hubiera encontrado, se habría hecho de noche y estarías ahí fuera tú sola. Prométeme que no volverás a hacerlo.

—¿Estás enfadada? —Amy abrió los ojos desmesuradamente y sus labios empezaron a temblar.

—No, no lo estoy —Sara le obsequió con otro abrazo—. Pero estaba muy preocupada. ¿Me prometes que no volverás a marcharte sin mí?

—Te lo prometo —contestó la niña muy seria.

—Gracias, Ethan —Sara se levantó—. No tengo palabras para agradecerte lo que has hecho.

—Entiendo cómo se siente una madre cuando se pierde su hijo —la expresión de Ethan era amable—. Cuando Jase tenía trece años desapareció y no lo encontrábamos.

—Yo no me acuerdo de eso —la voz de Jase surgió detrás de Sara.

—Te encontramos leyendo un libro en la fresquera.

—No intentaba escaparme —el rostro de Jase se ensombreció al recordarlo de repente.

—Puede que no, pero intentabas encontrar un lugar al que sintieras que pertenecías.

—Menuda aventura, jovencita —tras la inicial sorpresa ante la interpretación de su padre, Jase se volvió hacia Amy—. Creo que en casa quedan algunos bollitos. ¿Te traigo uno?

Amy consultó a su madre con la mirada.

—Qué buena idea —asintió ella—. Primero un baño y luego un tentempié.

Una hora más tarde, al entrar en la cabaña con los bollitos, Jase percibió el delicioso aroma a champú de fresa en los cabellos de Amy. La niña sonrió alegre mientras se pringaba los dedos con la cobertura y la mermelada de uva, ignorante del jaleo que había organizado.

—Vas a necesitar otro baño —bromeó él antes de dirigirse a Sara—. Sin duda ver cómo se come uno de estos bollitos será uno de tus mejores recuerdos. Debería haber traído la cámara. —Hablando de recuerdos. No te imagino escapándote para encerrarte en la fresquera con un libro.

—Me había olvidado por completo de aquello. Me sorprende que mi padre lo recuerde.

—Apuesto a que se acuerda de más cosas de las que te imaginas.

—En aquella época yo estaba muy a la defensiva, y también muy huraño.

—Es comprensible.

—Pues no creo que mi padre lo comprendiera. Esperaba que me mostrara agradecido por haber sido adoptado y que hiciera un esfuerzo por encajar. Ojalá hubiera sido así de sencillo.

—Pero al final sí encajaste.

—Sí, pero para entonces ya se había creado una enorme brecha entre nosotros.

—Espero que eso nunca nos suceda a Amy y a mí.

—No os pasará. Tú te encargarás de que no suceda.

—¿Ni siquiera durante la subida de las hormonas adolescentes?

—Necesitarás un vigilante para mantener alejados a los chicos.

Sara se imaginaba perfectamente a Jase como ese vigilante.

—Vamos a lavarte y a la cama —anunció Sara cuando Amy hubo terminado el bollito.

—¿Puede Jase rezar conmigo?

Rezar no era lo mismo que leer un cuento y Sara no sabía qué opinaría Jase al respecto.

—No tienes que hacerlo —lo tranquilizó ella.

—Espero que se te den bien las oraciones —Jase contestó directamente a Amy—, porque a mí no. Quizás puedas enseñarme.

—De acuerdo —asintió la niña.

Diez minutos más tarde, se encontraban todos en la habitación de Amy, Jase sentado en la cama.

—¿Cómo funciona esto? —preguntó él.

—Le cuento a Dios las cosas por las que estoy agradecida.

—¿Y de qué cosas estás agradecida?

—Te doy las gracias —la pequeña cerró los ojos y juntó las manitas—, por la nueva casa y por mamá y Jordan y Marissa y por ti —abrió los ojos y miró a Jase—. Y luego le pido a Dios que bendiga a todos.

—De acuerdo —asintió Jase.

—Bendice, Dios, a mamá y a Jordan y a Marissa y a Jase y al señor Cramer. Él me encontró. Y bendice al gatito —la niña despegó las manos y abrió los ojos—. Ya está.

—Lo has hecho muy bien —sonrió él.

—Eso dice mamá.

—Y ahora mamá dice que es hora de dormir. Buenas noches, cielo —Sara se inclinó sobre la cama y, tras tapar a Amy, le dio un beso en la frente—. Que tengas dulces sueños.

Jase se acercó a la cama y acarició la cabeza de la niña antes de apartarse mientras Sara se preguntaba en qué estaría pensando. Regresaron al salón.

—Espero que se tome su tiempo para crecer —Jase le contestó la pregunta sin formular.

—Te entiendo —asintió ella—. Creo que Amy y tu padre conectaron.

—No me pareció que la hubiera regañado por escaparse — asintió Jase.

—¿Te regañó a ti cuando te escapaste?

—No —contestó él tras reflexionar unos segundos—, lo cierto es que no lo hizo. Me preguntó sobre el libro que había estado leyendo. Era La isla del tesoro, y me dijo que él también lo había leído de pequeño. Me había olvidado por completo de aquella conversación.

—A veces es bueno rememorar el pasado.

—Pero a veces no lo es —Jase la tomó en sus brazos y la besó lenta y prolongadamente hasta que ambos desearon arrancarse la ropa mutuamente.

Cuando levantó la vista, la expresión en los ojos grises indicaba que deseaba más.

—Voy el fin de semana a una exposición de vinos en San Jose. Me iré el sábado por la mañana y volveré el domingo por la noche. Me preguntaba si te apetecería acompañarme.

El miércoles por la tarde a última hora, Sara estaba con Ramona en el rancho Four Oaks observando cómo Connie Russo guiaba a dos niños montados sobre sendos caballos. Sara había decidido presentar a ambas mujeres, pues tenía la sensación de que podría ayudar a su paciente.

—Parecen divertirse mucho —observó Ramona.

—Y así es. Connie dice que la equitación les proporciona confianza, equilibrio e independencia.

Una joven de treinta y tantos años bajó de un SUV que acababa de llegar. La mujer se acercó a Sara y a Ramona e hizo un gesto con la mano. —Esos son los míos.

—Lo están haciendo fenomenal —opinó Ramona—. Tienen buen estilo.

—¿Trabajas aquí? —preguntó la recién llegada.

—No.

Sara tenía la esperanza de que Ramona se animara a hacerlo. Pronto estaría preparada para volver a montar. Quizás no por el campo, pero sí en un recinto cerrado. Además, a Connie le iría bien su ayuda.

Los niños desmontaron y su madre se reunió con ellos. Todos se subieron al SUV y se fueron.

Connie se acercó a las dos mujeres y estrechó la mano de Ramona.

—Encantada de conocerte. Sara me contó que antes solías montar mucho a caballo.

—Solía trabajar de guía para turistas y hacíamos rutas a caballo por las montañas. Pero tuve un accidente de bicicleta y todo cambió. Hace seis meses que no me subo a un caballo.

—¿Crees que estarías bien para intentarlo ahora?

—Supongo que eso lo decidirá Sara —Ramona miró a su terapeuta—. Me siento más fuerte desde que trabajo con ella, pero los músculos de las piernas siguen demasiado flojos.

—Montar a caballo te ayudará a fortalecerlos, pero eso ya lo sabías —le indicó Connie.

—Es verdad. Supongo que tengo miedo.

—Todos tenemos miedo de lo que pueda hacernos daño.

La frase de Connie alcanzó a Sara en lo más profundo. No había contestado al ofrecimiento de Jase sobre el fin de semana.

Le había asegurado que se lo pensaría, que tendría que buscar a alguien para que cuidara de Amy. Había admitido que temía que separarse de su hija no fuera buena idea. Pero el verdadero motivo para tantas dudas era el miedo.

De momento, sin embargo, su obligación era su paciente.

—Creo que te vendría bien pasar tiempo al aire libre, estar cerca de los caballos. Estás lo bastante fuerte para volver a subirte a un caballo, pero eres tú la que tienes que sentirlo así.

—Tengo un par de caballos muy mansos —le aseguró Connie— . Te sentirás como en una mecedora al montarlos. Pero, como bien ha dicho Sara, tienes que sentirte preparada. Podrías empezar por venir a ver las clases, darme tu opinión sobre los progresos de los niños.

—¿Con qué frecuencia te gustaría que viniera a echarte una mano? —preguntó Ramona.

—¿Qué te parece un par de mañanas por semana? Durante la comida, podríamos hablar de cómo te sientes y qué impresión te han causado los críos.

—Creo que para empezar estaría muy bien —contestó la mujer volviéndose a Sara—. Gracias.

—No hay de qué. Por nuestra parte, seguiremos trabajando tus músculos, y tu ánimo. La cinta andadora y los peldaños te esperan.

Ramona soltó una carcajada, la primera desde que Sara había empezado a tratarla. La mejor manera de enfrentarse a la vida era, sin duda, enfrentándose al miedo.

¿Sería ella capaz de enfrentarse a sus dudas y miedos para acompañar a Jase a San Jose?

Primero tenía que hablar con Kaitlyn para saber si podía quedarse con Amy la noche del sábado. Solucionado ese tema, llamaría a Jase y le confirmaría que iba a acompañarlo a la exposición de vinos. La pregunta era si iba a reservar una habitación o dos…