Capítulo 16
Charlotte descansaba cómodamente sobre su esposo, con las piernas todavía alrededor de él, mientras que la respiración de Dare se iba regularizando poco a poco. Ella se movió un poco y sonrió contra el cuello de Dare al sentir que el corazón de su marido latía como un tambor contra el suyo. Quién habría pensado que algo tan íntimo como las palpitaciones del corazón de Dare contra su cuerpo podrían producirle tanto placer, una sensación de felicidad que, había que admitirlo, tenía menos que ver con la situación actual que con el hecho de que él había gritado su amor por ella al llegar al clímax.
Charlotte suspiró, feliz de saber que la seducción había funcionado y de ver en los ojos de su marido algo distinto a la obsesiva preocupación por él mismo.
Cuando ella volvió a moverse, Dare apretó el brazo con que la tenía abrazada.
—Me gustaría, mi amor, pero vas a tener que concederme algún tiempo. Ya no soy el hombre que solía ser.
Charlotte soltó una risita cuando entendió de qué estaba hablando su marido, pero luego se contuvo, abrumada por la idea de haber perdido tanto el control que había comenzado a reírse como una niña. Charlotte nunca se reía así y ése era uno de sus grandes orgullos.
«Por Dios, me estoy volviendo una niña tonta», pensó y volvió a moverse. Dentro de ella, el pene de Dare reaccionó y Charlotte vibró de placer. Él dejó escapar un gruñido cuando ella movió las caderas y comenzó a reírse otra vez, mientras que los signos de su unión eran claramente evidentes.
—Parece que ahora estoy un poco más que mojada — dijo Charlotte y sonrió mostrando sus hoyuelos. Dare la miró con severidad durante un momento, pero luego sus labios esbozaron lentamente una sonrisa que se convirtió en una traviesa carcajada.
—Tú, señora esposa, eres incorregible.
—Lo sé. Pero eso es lo que adoras de mí — respondió Charlotte con absoluta compostura o, para ser más exactos, toda la compostura que una puede tener al estar sentada sobre las piernas de su marido, con el miembro erecto de él en su interior—. ¿Esto significa que ya te has recuperado? ¿Qué vas a dejar de lloriquear y volverás a trabajar en tu máquina?
La chispa de pasión que había estado creciendo en el ojo de Dare se apagó de repente. Con una mueca de amargura, Dare la levantó suavemente de su instrumento y la ayudó a ponerse de pie; luego se vistió rápidamente.
Charlotte interpretó ese gesto como una señal de que las cosas todavía no estaban del todo bien. Suspiró, mientras se arreglaba el vestido.
—La vida, mi dulce esposa, nunca es tan fácil como parece.
Charlotte frunció el ceño al ver que Dare le daba la espalda y se ponía a mirar por la ventana, hacia la calle llena de movimiento.
—¿Estás recitando algo o simplemente es una observación?
Dare se encogió de hombros, pero no respondió nada.
Charlotte se indignó. Durante los siguientes minutos recordó lo maravilloso que había sido estar juntos, la sensación de plenitud que encontraba en el amor de Dare, la felicidad que sentía crecer dentro de ella cuando pensaba en el futuro que los esperaba y entonces la indignación se convirtió en una firme determinación.
—Acabo de pasar la media hora más maravillosa de mi vida en tus brazos. Compartimos algo raro, magnífico e importante. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para hacerte entender que mis sentimientos hacia ti no han cambiado desde el accidente, pero ya veo que me estás excluyendo de nuevo para poder seguir tu destructivo camino de autocompasión y fracaso — dijo Charlotte y tomó la pistola que él había dejado sobre la mesa auxiliar—. Entonces, que así sea. Si estás tan ansioso de caer en el olivo, entonces te voy a ayudar.
Al dar media vuelta, Dare se encontró frente al largo cañón de su pistola.
—Creo que la palabra que quieres usar es olvido.
—Yo sé lo que significa el olivo — replicó Charlotte y amartilló la pistola con las dos manos—. Y te aseguro que si lo que quieres es reposar en medio de un campo triste y desolado, lo tendrás. A menos de que aceptes dejar de lloriquear en este mismo momento, te dispararé.
—No estoy lloriqueando. Por Dios, mujer, mírame, ¡sólo mírame! Perdí un ojo, la fuerza de un brazo y todas las esperanzas de salvarnos de la miseria. ¿Te parece que lloriquear es arrepentirse del tremendo error que cometí? ¿Te parece que lloriquear es reconocer que nunca podré ser la persona que era? ¿Te parece que lloriquear es reconocer que no sólo he arruinado mi vida sino también la tuya? No estoy lloriqueando, estoy de duelo por la pérdida de mi hombría. ¿Cómo voy a poder darte lo que quieres, lo que te mereces, en este estado tan patético?
—Puedes hacerlo y lo harás; sólo tienes que dejar de compadecerte y pensar por una vez en mí. Sinceramente, Dare, cualquier otro hombre estaría haciendo su mejor esfuerzo por hacerme feliz, y sin embargo tú me haces el amor con la mayor ternura y enseguida me das la espalda como si tuviera una horrorosa mancha en la frente. No voy a tolerarlo, ¿entiendes? No lo voy a tolerar. Si prefieres morir a vivir feliz conmigo, entonces que así sea. Te dispararé.
—Tú no me vas a disparar — dijo Dare con un suspiro de mártir y dio un paso hacia ella—. Tú me amas. No puedes dispararme si me amas.
—Lo haré. Estoy hablando muy en serio, Dare. Mira mis cejas. ¿Ves que tengo el ceño fruncido? Fruncir el ceño produce arrugas, así que no es algo que haga por deporte. Eso debería indicarte que estoy hablando en serio.
—Tú no me vas a disparar — repitió Dare y dio otro paso hacia ella, mientras extendía la mano para tomar la pistola—. No valgo tanto como para tomarse la molestia de dispararme.
—¡Naranjas de la China! — gritó Charlotte con tono de frustración y sus dedos se cerraron involuntariamente sobre el gatillo. La pistola corcoveó en sus manos y el estallido reverberó en toda la habitación, de manera que Charlotte se quedó sorda. Charlotte tosió debido al sabor de la pólvora en la boca y miró con horror a su marido.
—Me has disparado — exclamó Dare con perplejidad, mientras bajaba la vista hacia su pierna. Se tocó los pantalones y levantó la mano para mostrarle a Charlotte que sus dedos habían quedado rojos—. ¡Por Dios, me has disparado!
—Tú querías que te disparara — respondió Charlotte, al tiempo que dejaba caer la pistola y se arrojaba a los pies de Dare.
—Pero no en la pierna — replicó Dare—. Nadie quiere que le disparen en la pierna, eso es una deshonra. Un tiro en la sien es otra cosa, eso sí es de hombres. Pero no en la pierna, Charlotte, nunca en la pierna. ¡Caramba! ¡Eso duele!
—Si dejas de moverte, podré ver mejor... Ah, Perkins, ha ocurrido un pequeño accidente...
—¡Tú me has disparado! ¡Intencionalmente!
—Un pequeño accidente — repitió Charlotte e hizo énfasis en la última palabra, mientras rasgaba el pantalón de Dare en el lugar donde había quedado un agujero manchado de sangre. No había tanta sangre, lo cual, combinado con el hecho de que Dare seguía en pie, le permitió abrigar la esperanza de que no le hubiese hecho mucho daño—. En realidad yo no tenía la intención de disparar.
—Me dijo que me iba a disparar — le dijo Dare a Perkins—. Se puso ahí delante y me advirtió que me iba a disparar. Y luego lo hizo. ¿Qué clase de esposa se atreve a dispararle a su marido inválido a sangre fría?
—¿Una que está cansada de verlo siempre triste y deprimido? — Perkins se quedó mirando por un momento el parche bordado en forma de falda escocesa y luego se inclinó para examinar la herida.
—Ahora resulta que los pájaros les van a tirar a las escopetas — dijo Dare con irritación—. ¡Caramba! ¡Charlotte!
—Rasgue ese pedazo de tela... ahí. No tiene mal aspecto, ¿verdad, Perkins?
Perkins sacó un pañuelo no tan limpio y secó la sangre que brotaba de una pequeña herida en la parte exterior del muslo de Dare.
—Así es, madame. Yo diría que el tiro se desvió un poco. Parece como si la bala apenas hubiese rozado la piel.
—¡Ella me ha disparado!
—Ay, deja de portarte como un chiquillo.
—¡Me ha disparado con mi propia pistola!
—Sólo es un rasguño, la bala casi ni te ha rozado. Es una herida tan pequeña que casi no se ve, ¿no le parece, Perkins?
—En efecto, madame. Me atrevería a decir que...
—¿Lo ves? Perkins está de acuerdo conmigo. Prácticamente no es nada. Ahora, si te sientas, te limpiaré esa insignificante herida para que puedas ir a tu taller; ya es hora de que te pongas a trabajar en tu máquina.
—Motor — dijo Dare con rabia, mientras Perkins lo ayudaba a sentarse en la silla. Charlotte se sintió aliviada. Si Dare estaba haciendo semejante escándalo por algo tan pequeño como haber recibido un disparo en la pierna, debía estar recuperándose. Durante todo el tiempo que llevaba recuperándose de sus otras heridas, mucho más graves que la que ella le había hecho, no se había quejado ni una sola vez.
—Voy a necesitar agua, vendas limpias y esa pomada que resultó tan buena que le pusimos en la cara los primeros días. — Charlotte miró a su marido con atención—. Y coñac, Perkins. Parece un poco conmocionado; creo que a su señoría le sentaría muy bien un estimulante.
Después de que Charlotte terminara de limpiarle, curarle y vendarle la pierna y Perkins lo ayudara a ponerse unos pantalones limpios, Dare comenzó a discutir violentamente con Charlotte. Ella se regocijaba con cada gesto de indignación y cada mirada de furia que producía ese ataque tan propio del temperamento de Dare y que tanto había echado de menos durante estas últimas cuatro semanas, y varias veces lo recompensó con apasionadas miradas y tiernos besos, por no mencionar los pellizcos en un área de su anatomía que quedaba oculta cuando se sentaba.
—No olvidare esto, mujer, no lo voy a olvidar en mucho tiempo — le advirtió Dare, mientras bajaba las escaleras cojeando y se dirigía a las entrañas de la casa—. Tal vez nunca lo olvide.
—Bien. Así tal vez lo pienses mejor cuando quieras quitarte la vida.
Dare la miró y comenzó a caminar con más dificultad de la que realmente sentía. A decir verdad, apenas sentía la herida, pero el hecho de que su esposa, su Charlotte, le hubiese disparado — que hubiese apuntado su pistola contra él y le hubiese disparado — lo ponía de mal humor. Ni siquiera parecía estar un poco arrepentida de haber hecho algo tan horrible. ¡Ah, no! Por el contrario, lo obsequiaba con dulces sonrisas y besos todavía más dulces, y lo acariciaba y le mandaba pequeños mensajes de amor con esos adorables ojos azules, hasta que lo único que él quería era tomarla entre sus brazos y llevarla a su habitación, donde podría hacerle el amor lentamente durante las próximas horas. O días. O tal vez años.
—¿Sabes? Esa manera de cojear es bastante romántica — le susurró Charlotte en el oído, mientras que él le abría la puerta de la cocina. Charlotte pasó sus dedos por encima de los dedos inertes del brazo enfermo al entrar a la cocina y le lanzó una inconfundible mirada de pasión.
Dare suspiró, mientras seguía a su mujer a través del último tramo de escaleras hasta lo que quedaba de su taller. Quería arroparse de nuevo con el frío manto de la autoconmiseración y culpar a Charlotte por su desconsideración al herirlo; pero era un hombre honesto, así que admitió para sus adentros que el hecho de que ella le hubiese disparado con tanto descaro lo había hecho darse cuenta de lo mucho que Charlotte lo amaba.
Y de lo mucho que él perdería al no estar con ella.
—¿Y bien? ¿Qué piensas? — Charlotte se hizo a un lado y señaló los restos de la máquina.
Dare le echó un vistazo al taller y notó de manera distraída que alguien había estado allí y había limpiado toda evidencia de la explosión. Las partes destruidas de la caldera estaban amontonadas ordenadamente en un rincón; la pesada mesa de roble que Charlotte le había dicho que le había salvado la vida estaba reluciente y reposaba en el lugar de siempre. Dare estaba evitando mirar hacia la máquina misma, pues temía el momento en que tuviera que admitir que su sueño había terminado y sus esperanzas y planes para el futuro habían quedado destruidos por un descuidado error de cálculo. Pero después de un rato no tuvo nada más que mirar que la cara esperanzada de Charlotte.
—¿Y bien? — volvió a preguntar ella.
Dare por fin miró la máquina y caminó alrededor de ella lentamente, mientras calculaba el daño. Sorprendentemente, el cuerpo mismo de la máquina no había sufrido mucho daño, al menos su diseño había demostrado funcionar bien en ese aspecto.
—¿Puedes arreglarla? ¿Cuánto tardarás? Todos vamos a ayudar, Perkins, el resto de la servidumbre y yo misma, así que no pienses que tendrás que hacerlo solo. Quedan diez días para la exposición. Con nuestra ayuda, estoy segura de que tendrás la máquina funcionando perfectamente para la inauguración.
Dare percibió el tono de orgullo que resonaba en la voz de Charlotte, al tiempo que se inclinaba para examinar más de cerca un conjunto de válvulas muy importantes. Se movían con un poco de rigidez, pero no era nada que no se pudiera solucionar engrasándolas. Dare tenía una caldera extra — que había construido cuando todavía le estaba haciendo modificaciones al diseño—, así que si sólo había que reemplazar la caldera; si no se había dañado nada más, era posible tener la máquina funcionando antes de la exposición. Hizo algunos cálculos mentales, mientras daba un paso hacia atrás y, sin darse cuenta, se quitaba un gemelo y comenzaba a enrollarse la manga del brazo enfermo. Dare sonrió cuando Charlotte se acercó para ayudarle con la manga del brazo que tenía bueno.
—Vas a hacerlo, ¿cierto? — preguntó Charlotte con una voz tan suave como la caricia que le hizo en la mejilla. Dare dejó de mirar la máquina y le lanzó una larga mirada a su mujer. Sus ojos parecían brillantes rayos de esperanza, orgullo y amor.
—No tengo ni la más mínima posibilidad de tenerla lista a tiempo — le advirtió Dare.
Charlotte sonrió de manera que asomaron sus hoyuelos.
—Lo vas a hacer.
—Tardare algún tiempo en descubrir el fallo que hizo estallar la caldera y en diseñar una nueva, por no mencionar las modificaciones que habría que hacerle al resto de la máquina.
—¿Un hombre de tu inteligencia? ¡Vamos! Estoy segura de que ya sabes qué fue lo que falló y cómo corregirlo.
Dare esbozó una sonrisa. Charlotte tenía razón y los dos lo sabían.
—Tendré que trabajar día y noche. No tendré tiempo de acompañarte a ninguna parte.
Charlotte bajó la vista, mientras le desabrochaba los botones del chaleco y lo ayudaba a quitárselo.
—Eso no será ningún problema, te lo aseguro. De hecho, no pienso salir a ningún sitio. Me quedare en casa para ayudarte.
Dare estaba a punto de rechazar su oferta de ayuda, pero al mirar el brillo de los ojos de su mujer, llenos de felicidad, se abstuvo de hablar. Él había notado el orgullo con que Charlotte le había informado que ella y todos los criados le ayudarían; era tan incapaz de atentar contra ese brillo de felicidad como de pegarse un tiro.
Eso se lo dejaba a su esposa.
—Tu ayuda será muy valiosa — dijo Dare con voz grave y no pudo dejar de besar la punta de la adorable nariz de su mujer, antes de volverse a concentrar en la máquina. Sólo necesitaba encontrar algo inocuo que ella pudiera hacer, algo que satisficiera la necesidad de ayudarlo que tenía Charlotte y, sin embargo, no pusiera en peligro la máquina ni, peor aún, la pusiera en peligro a ella si algo volvía a fallar.
—Nada va a fallar esta vez — dijo Charlotte, como si le hubiese leído el pensamiento—. Ahora que sabes cuál es el defecto, podrás eliminarlo.
—Mmm... — dijo Dare y tomó una herramienta para apretar el tornillo de un pistón que había quedado flojo después de la explosión. Ya estaba pensando activamente en lo que había que hacer y planeando la manera de corregir el excesivo flujo de agua en la caldera, cuando oyó el sonido de una puerta que se abría. Entonces levantó la mirada y sonrió.
—¿Charlotte?
Charlotte se detuvo un momento antes de cruzar el umbral.
—Gracias.
Charlotte ladeó la cabeza, mientras estudiaba a su marido.
—¿Por dispararte?
Dare sonrió.
—Por mostrarme lo que perdería si no fueras mi mujer.
—Ah, eso — dijo Charlotte con indiferencia y levantó la barbilla mientras salía del taller—. Yo pensé que a estas alturas ya te habías dado cuenta de que no puedes vivir sin mí.
—¿Qué noticias tiene, Inge? — Charlotte se sentó en el recibidor de Gillian y miró al mayordomo con esperanza. Luego le hizo señas para que se sentara en un asiento azul y dorado, en el cual el hombre se sentó con evidente renuencia pues, a juzgar por su expresión, esperaba que el hecho de descargar el peso de su inmenso cuerpo sobre ese diminuto asiento volviera puré al elegante mueble. Pero Charlotte sabía bien lo que hacía. Su prima, que era muy consciente de la estatura y el tamaño del Conde Negro, había mandado reforzar todos los asientos de la casa, de manera que aun aquellos que parecían delicados eran capaces de sostener a un buey, si era necesario.
Inge se rascó la nariz con el gancho.
—No tengo muchaj noticiaj, m'lady. Mandé a mi gente a averiguar la verdá sobre lord Carlijle, puej él se hace llamar lord Carlijle, pero hasta ahora jólo han verificado que jí llegó en el Mary Roje, tal y como dijo.
Charlotte frunció el ceño.
—¿Eso es todo lo que ha podido averiguar en todo un mes? ¿Que el farsante estuvo en un barco?
—No ej fácil seguirle la pista a una tripulajión que tiene unpermijo de trej semanaj, m'lady. Tuve que mandar a Thomaj y a Charles al campo para hablar con el contramaestre, y contraté a un par de rufianej para que buscaran al resto de la tripulajión. Yo mismo hablé con el capitán, pero lo único que me dijo fue que McGregor se unió ju tripulajión en Shanghai, y que le contó una historia ajerca de que había sido secuejtrado y abandonado allí y que aunque obviamente se trataba de un caballero, sabía moverje perfectamente por el barco.
—Eso sólo me confirma que parte de su cuento, que trabajó en naves mercantes, es cierto. Pero no me da ninguna prueba acerca de la falsedad de su reclamación sobre el título de Alasdair. ¡Y eso era lo que yo esperaba que usted me diera, Inge!
—Estoy invejtigando al sujeto lo mejor que puedo, lady Charlotte. No hzjido muy colaborador a la hora de mostrarme pruebaj áeju linaje. Dice que se laj dio a su abogado y que yo no tengo derecho a queré verlaj.
—¡Ja! Eso es lo que yo llamo una excusa muy conveniente. — Charlotte comenzó a golpear con los dedos en la mesilla que tenía enfrente, mientras pensaba en qué otra cosa podía hacer—. Estoy muy decepcionada con su investigación, Inge, no me importa decírselo. Muy decepcionada. Contaba con que usted aclarara el asunto antes de que su señoría se recuperara, pero ya han pasado cuatro semanas y lo único que tengo para decirle a mi esposo es que su falso primo aparentemente trabajó en un barco que fue de Inglaterra a China y volvió. No necesito señalar que muchos hombres han hecho lo mismo y ninguno de ellos dice ser el primo perdido de Dare.
—No, m'lady — dijo Inge con aparente humildad, aunque moderada por una ligera contracción de la cicatriz que le atravesaba la mejilla y le llegaba hasta la boca—. ¿El abogado de su jeñoría tiene alguna notijia?
El golpeteo de Charlotte comenzó a intensificarse. Solía hacer todo tipo de muecas que producían arrugas, cada vez que pensaba en lo que había dicho el inútil representante legal de Dare en su última misiva.
—Nada que yo quisiera oír. Dice que el farsante tiene pruebas de su reclamación, pero que todavía tiene que verificar los detalles. ¡Verificar! — Dijo Charlotte y resopló, al tiempo que agarraba uno de los abanicos de Gillian y se abanicaba con fuerza—. El abogado ni siquiera está tratando de probar que la reclamación es falsa; está muy ocupado tratando de verificarlo. Ésa es la razón por la cual lo contraté a usted, Inge. ¡Para hacer lo que los abogados no van a hacer!
—Y yo le dije que sólo aceptaría el trabajo si era para averigua la verdá, no para arreglar los hecho] a su convenienjia.
—¡Pamplinas! Estoy totalmente segura de que la verdad y lo que yo quiero oír son exactamente la misma cosa. Sólo que esos tontos de Dunbridge & Storm no tienen las luces para ver más allá de lo obvio, y si hay algo que mi esposo me ha enseñado, Inge, es que la verdadera belleza está en el diente con color.
Inge la miró como si de repente a Charlotte le hubiesen salido alas y una aureola.
—¿M'lady?
—La verdadera belleza está en el diente con color. Significa que uno debe escudriñar hasta el fondo para encontrar lo que está debajo de la superficie. Es un famoso dicho, tomado de un famoso poema, creo. Papá me lo leyó una vez hace muchos años. Recuerdo que él me dijo que era algo que debía recordar, aunque nunca me han parecido particularmente bonitos los dientes amarillos. Prefiero los blancos, pero supongo que decir que «la verdadera belleza está en los dientes blancos» no suena tan bien, ¿no le parece?
Inge siguió mirándola y parpadeando durante un rato. La cicatriz de su cara se contrajo un par de veces, mientras se aclaraba la garganta.
—Eeeh... en cuanto a lo otro, m'lady, hay algo...
Charlotte dejó de tamborilear con los dedos y, con mucha elegancia, levantó una ceja con gesto inquisitivo.
—¿Algo? ¿Algo que probará que el farsante es un vil holgazán que quiere quedarse con el título de mi Dare y llenarse los bolsillos con su herencia? ¿Algo que nos ayudará a aplastar sus pretensiones y malvados planes de una vez por todas? ¿Algo que pueda presentarles a esos tontos de Dunbridge & Storm y que ellos puedan usar para convertirlo en el hazmerreír de la sociedad?
—Eso depende de ujté. Puse a un hombre a husmear por ahí y me dice que su jeñoría, ej decir, su supuesta señoría, no tiene un centavo.
—¿Que no tiene un centavo?
Inge asintió con la cabeza.
—Se dije que está hajta el cuello de deuda], en espera de recibir su título y su herencia. Lo que oí es que no tiene dónde caerse mue'to.
—¡Sinvergüenza! No me cabe duda de que una vez probemos que no es más que un fraude, tratará de imputarnos sus deudas, diciendo que es nuestra culpa que las cosas no le hayan salido bien. Los hombres de esa calaña no tienen vergüenza.
—Me parece que un hombre tan endeudado haría cualquier cosa por reunir unoj centavoj — dijo Inge con mucha sabiduría.
Charlotte entendió enseguida lo que quería decir.
—¿Quiere decir que usted cree que podríamos sobornarlo para que se olvide de esa ridícula reclamación?
Inge encogió los hombros.
—Valdría la pena intentarlo.
—Hmmm. Es una buena idea, pero, por desgracia, nuestras actuales circunstancias no incluyen un fondo para extorsiones, así que tendremos que pensar en otra alternativa. Entretanto, quería discutir otro asunto con usted: me imagino que usted y el resto de los criados de la casa están trabajando sólo a cambio del techo y la comida, en ausencia de lord Wessex.
Si Inge se sorprendió por el cambio de tema, no lo demostró.
—Asíej, m'lady.
—Bien, eso significa que no están haciendo nada importante. Me gustaría que usted y todos los criados que estén disponibles vengan a mi casa todas las mañanas. Pueden dormir aquí, claro, y estoy segura de que lord Wessex no se molestará si ustedes usan su carruaje y sus caballos mientras está ausente, en especial si los usan para mi beneficio. Los espero puntualmente al amanecer. Hablen con Perkins; él le dirá a cada uno cuáles son sus deberes.
—¿Deberes?
—Deberes. Le prometí a su señoría toda la ayuda que necesitara con su máquina, así que necesitamos más gente para que haga el trabajo de los criados. Usted y los sirvientes de aquí pueden suplir los vacíos. Desde luego, se les pagará lo que corresponda. No me cabe duda de que Gillian querría darme un regalo de matrimonio; sencillamente le informaré de que su regalo puede ser precisamente el monto de sus salarios.
—Ujté es muy amable — dijo Inge y contrajo la cicatriz sólo ligeramente.
—¿Alguna vez lo ha dudado? — preguntó Charlotte, mientras se ponía los guantes y se preparaba para marcharse.
—No, no puedo decir que lo haya dudado. Sobre la invejtigación que estamos haciendo en Escocia, jupongo que quiere que continuemoj, ¿cierto?
—Sí, por supuesto. Estoy bastante segura de que esa investigación nos proporcionará la prueba que necesitamos para demostrar que el farsante no es quien dice ser. Dígale a su hombre que continúe, hasta que encuentre la prueba que necesito.
—Correcto. ¿Hay algo máj que quiera que haga?
Charlotte permitió que Inge le abriera la puerta del salón.
—No, no lo creo. Sólo asegúrese de que usted y sus hombres estén en mi casa al amanecer.
—Sí, m'lady.
Charlotte bajó las escaleras, mientras elaboraba mentalmente una lista de las tareas que quería hacer antes del final del día: había que escribirles una carta muy seria a Dunbridge & Storm, informándoles de que si ellos no recordaban quién los había contratado, prescindiría de sus servicios; tenía que visitar a Caroline y ponerse al día con los últimos chismes y, lo más importante, necesitaba encontrar tiempo para sentarse con algunos de los libros de Dare para estudiar un poco sobre su máquina.
—Oh — dijo Charlotte cuando estaba a punto de subir los escalones del coche. Se volvió hacia Inge, que estaba esperando cortésmente en la acera, mientras que su gancho brillaba malévolamente con la luz del sol—. Hay algo más: ¿usted o alguno de los otros criados tiene alguna experiencia en el diseño o la construcción de motores para barcos?
Inge pareció atragantarse con algo antes de responder; seguramente una molécula de aire, a su prima Gillian le pasaba todo el tiempo.
—Siento mucho decepcionarla, m'lady, pero ninguno de los chicoj sabe sobre ejo, m'lady.
—Lástima — dijo Charlotte, al tiempo que se subía al coche y le pedía al cochero que la llevara a la casa de Caro.
*****
Caroline estaba con una mujer alta y gorda, de pelo canoso, que le estaba mostrando algo verde. Cuando anunciaron la llegada de Charlotte, la mujer escondió el objeto debajo de la falda y se retiró rápidamente, con la cara roja.
—¿No te da pena haber llegado a esto, Caro? ¿Riéndote como una niña en tu propio salón con la cocinera? — dijo Charlotte, al tiempo que empujaba a Wellington para que se hiciera a un lado y se sentaba.
—¡Oh, no! Es decir... es sólo que... había... y era... y ella pensó que a mí me gustaría ver... ¡Ay, por Dios! — Caroline estalló en un ataque de risa; Charlotte se alisó la falda con dignidad y esperó, muy seria, a que se le pasara. Después de que Wellington moviera la cola alegremente y se restregara el hocico contra el tobillo de Caroline, ella se fue calmando y lo acarició detrás de las diminutas orejas, hasta que el perrito emitió un resoplido de placer y apoyó su cabeza sobre el pie de Caroline, al tiempo que se sumía en un ruidoso sueño.
—¿Vas a contarme de qué se trata todo esto, o sólo te vas a quedar ahí tartamudeando y poniéndote colorada como un tomate? — preguntó Charlotte y miró a su amiga con los labios apretados, a la manera de una vieja tía solterona a la que una vez había espantado al preguntarle si era cierto que los bebés venían de un gigantesco sembrado de calabazas.
—Un sombrero... — dijo Caroline jadeando y secándose los ojos con su pañuelo de encaje—. Mi cocinera, la señora Robbins, ha venido a enseñarme un pepino que tenía forma de sombrero. Es increíble... de verdad, parecía un sombrero...
Charlotte se quedó mirando a su amiga, mientras que ésta volvía a deshacerse en un paroxismo de risas y carcajadas, y pensó que en realidad no tenía a nadie más a quien pudiera llamar amiga, de manera que sencillamente tendría que esperar a que a Caroline se le pasara. Le daría treinta segundos para recuperar la compostura; luego se vería obligada a tomar medidas para lograr que su amiga se pusiera seria. Charlotte pensó que arrojarle agua a la cara era una solución que siempre se usaba para calmar a las mujeres histéricas.
Por fortuna para Caroline, no fue necesario usar esa drástica medida. Bajo la mirada penetrante de Charlotte, la joven recuperó el control, aunque su seriedad se veía ocasionalmente interrumpida por risitas ocasionales y extraños resoplidos que requerían que se llevara rápidamente el pañuelo a los ojos.
—¡Por fin! De verdad, Caro. Te echaría un sermón sobre cómo debes comportarte, pero sospecho que si vuelvo a mencionar la palabra «pepino», volverás a caer en un ataque de risa de niña tonta.
La mención del detestable calificativo «niña tonta» tuvo el efecto que Charlotte había previsto. Caroline se sentó derecha en su asiento y miró con odio a su amiga.
—¡Yo no soy ninguna niña tonta!
Charlotte tenía muchas maneras de responder a esa afirmación; pero, para sorpresa de todo el mundo, la sabiduría que había adquirido durante los últimos meses la llevó a tomar el camino menos ofensivo.
—No, no lo eres. Eres una muchacha encantadora que tiene un lado un poco ingenuo que en cualquier otra circunstancia yo habría podido apreciar mejor, por no decir que tal vez lo habría disfrutado, pero por desgracia hoy no estoy para bromas.
Ante la inesperada amabilidad de las palabras de Charlotte y las implicaciones de su declaración, Caroline se puso seria de inmediato.
—¿Qué sucede? ¿Acaso el señor McGregor está peor?
—Por el contrario. Cuando salí de la casa, estaba trabajando en su máquina con Perkins, Wills, el cocinero y los dos lacayos. Parece haber recuperado las ganas de vivir, por lo cual estoy profundamente agradecida.
—Entonces, ¿por qué no estás de ánimo para reírte? Te conozco desde que éramos pequeñas, Char, y siempre estás de ánimo para reírte, aunque ahora no quieras admitirlo. El hecho de que estés tan seria indica que algo horrible está sucediendo y sin embargo me dices que tu marido ha recuperado la razón... ¡Estoy confundida!
Charlotte se permitió poner la cara de preocupación que quería poner hacía rato, haciendo caso omiso del hecho de que fruncir los labios causaba arrugas. Si alguien tenía derecho a poner cara de desesperación era ella.
—Es este tedioso asunto con el farsante. Yo esperaba que todo estuviese aclarado para cuando Dare se recuperara y volviera a trabajar, pero no es así. Los abogados son absolutamente inútiles, juro que parecen estar trabajando para el farsante, y ni siquiera Inge ha podido probar que no es quien dice ser. Yo soy la única que parece darse cuenta de lo importante que es aclarar este asunto. Si Dare pierde su título, todos sus posibles inversionistas, los aristócratas, querrán mantenerse lo más alejados de él que puedan. El señor McGregor de la isla de Cairn, al frente de la costa de Escocia, puede ser un caballero muy respetable, pero no tiene la influencia ni la importancia que están asociadas al conde de Carlisle.
—Ay, pamplinas — dijo Caro y la expresión de preocupación desapareció de su rostro—. Tu marido seguirá siendo el mismo hombre, con o sin título nobiliario.
—Bueno, ¡claro que sí! El hecho de que Dare siga siendo el hombre más sobresaliente y excepcional independientemente de su situación social no está en duda; la cuestión es que la sociedad es notoriamente veleidosa y tú sabes bien con cuánta facilidad pueden aislar a una persona por la menor trivialidad. Yo soy la prueba viviente de ello.
—Tú te escapaste para casarte con un hombre a escondidas de la manera más escandalosa, Char — le recordó suavemente Caroline.
Charlotte se puso de pie y tiró de la cuerda de la cortina hasta que vio la calle a través de la ventana.
—Pero mi marido no se va a escapar con nadie de manera escandalosa, ni habrá hecho nada que justifique el hecho de que termine convertido en un maña si el farsante se sale con la suya.
—Un paria.
—También eso. ¿Entiendes mi preocupación ahora, Caro? No puedo hacer nada para ayudar a Dare precisamente en ese aspecto de la vida en el que soy una experta, en el aspecto social. — Charlotte sentía el frío del vidrio de la ventana contra la frente y eso la aliviaba un poco. De repente sintió la necesidad de acurrucarse hasta formar un ovillo y dejar que el mundo siguiera su curso sin ella. Nunca antes había retrocedido ante un reto, pero por primera vez en su vida se preguntaba si valía la pena seguir luchando.
—¿Para qué? ¿Para romperme más el corazón? — murmuró.
—¿Qué es lo que te rompe el corazón?
—La vida — contestó Charlotte, al tiempo que cerraba los ojos y se entregaba al dolor que sentía—. Parece que lo único que he hecho últimamente es luchar por lo que quiero, pero ¿para qué? Luché por regresar a Inglaterra y terminé sin un centavo y rechazada por mi propia familia. Luché para casarme con Dare y terminé poniéndole una carga adicional sobre los hombros, pues él se siente más desesperado al pensar en cómo será mi vida con él en el futuro. Luché para demostrarle a Dare que iba a apoyarlo, que lo amaba sin importar lo que sucediera, y sin embargo me despojaron de todo lo que había de positivo en mi vida, con la excepción de Dare, me quitaron todo aquello por lo que siempre había luchado.
—Char, no sé qué decir. Si necesitas dinero...
Charlotte sonrió sin que aparecieran por ningún lado sus hoyuelos.
—Eres muy amable, pero no es necesario. La falta de dinero no es el problema, no es el verdadero problema.
—Entonces, ¿cuál es el verdadero problema?
Charlotte suspiró y volvió a sentarse en el sofá, mientras se preguntaba cómo podía expresar los sentimientos que habían estado creciendo dentro de ella desde el momento en que vio a Dare. Charlotte sabía muy bien que ninguna dama pensaba nunca en el tipo de cosas en que ella estaba pensando, y no estaba segura de la manera en que reaccionaría Caroline ante sus radicales ideas.
—El problema es que yo no soy necesaria. No tengo razón ni propósito. Nadie me necesita. Las mujeres de nuestra posición social somos unas inútiles, peor que unas inútiles, dependemos de todo el mundo para todo, desde que alguien cocine nuestros alimentos hasta que nos vistan. ¿Cuándo fue la última vez que tú te vestiste sola, Caro? ¿Que te peinaste sola? ¿Lo ves? Yo no soy mejor que el resto de las mujeres de nuestra clase social. Sólo me enseñaron a ponerme guapa, a atender a la gente y a gastar el dinero de mi marido. Y yo no tengo futuro en ninguna de esas cosas: Dare ni se daría cuenta si de repente me saliera una nueva extremidad o dos; en la sociedad ya no hay nadie, aparte de ti, que quiera recibirme, y tengo que admitir que pasarme toda la vida con el único propósito de visitarte no es lo que yo llamo un propósito en la vida, y en cuanto a gastar dinero, no tengo nada que gastar.
Caroline miraba a su amiga con la boca abierta y un gesto de horror.
—¡No puedes estar hablando en serio! ¡No puedes creer que de verdad no sirves para nada más que para estar guapa, hacer visitas y gastar dinero!
—Dime algo más que puedan hacer las damas de la alta sociedad. Algo que valga la pena.
—Bueno, pues... — Caroline parecía un poco nerviosa, mientras pensaba y se mordía el labio inferior—. Podemos... podemos... ¡hacer obras de caridad!
—Eso es gastar el dinero de nuestros maridos — señaló Charlotte—. ¿No se te ocurre nada más?
—Sí... no... ¡Ah, no me agobies, no puedo pensar cuando me agobian!
Charlotte suspiró.
—Me temo que no hay nada más. Al menos en mi caso no hay nada más. Dare está en vías de curarse mental y emocionalmente. No me cabe duda de que ahora podrá sobrevivir sin mí. Tiene a los criados para que lo ayuden a reconstruir su máquina, tiene las conexiones de David para que lo ayuden a vender su máquina, aunque los demás inversores pierdan interés y, sobre todo, tiene la inteligencia, el encanto y la dulzura suficientes para buscarse otra esposa, una que sea exactamente lo que él quiere, no una esposa que se le impaso mediante engaños. Impuso — se corrigió Charlotte misma, antes de que Caroline alcanzara a hacerlo, al tiempo que trataba de contener unas lágrimas que parecían salirle del fondo del corazón—. La verdad es que, ahora que Dare está mejor, ya nadie me necesita.
—Pero él te ama — le dijo Caroline, mientras se secaba los ojos con un pañuelo—. Eso es una especie de necesidad, ¿no crees? Y tú lo amas a él.
—Él me ama, pero no tiene ninguna razón importante para mantenerme a su lado. Y la verdad es que Dare estaría mucho mejor sin mí.
—No pretenderás... no puedes estar hablando de...
—No, claro que no, no seas tan megalomaniaca. Sencillamente digo que creo que lo mejor para Dare sería conseguir la anulación del matrimonio, para poder vivir su vida, tranquilo. Aunque a mí se me rompa el corazón por separarme de él, tendré la satisfacción de saber que él será feliz.
—Ay, eso es lo más romántico que he oído en la vida — dijo Caroline y suspiró—. ¡Eres muy valiente! ¡Muy generosa! Eres la mujer más noble que conozco, Char.
—Lo soy, ¿no es cierto? — Dijo Charlotte con cierta melancolía y los labios comenzaron a temblarle al comprender la magnitud de su sacrificio—. No puedo creer que hayamos llegado a esto, Caro, pero realmente deseo que Dare sea feliz, sin importar lo infeliz que me haga su felicidad. Estaba bien cuando él me necesitaba, pero ahora... — Charlotte se secó una lágrima que le escurría por la mejilla—. No tiene sentido llorar. Y ahora que eso ha quedado claro, tenía la esperanza de que tuvieses algún chisme sobre el farsante que me pudiera ayudar a investigar otros aspectos, algo que pudiera usar para poner a la opinión pública en su contra. Ése será mi último acto de amabilidad, antes de darle a Dare su libertad.
Caroline se puso todavía más pálida de lo que solía ser. Agitó su pañuelo con impaciencia, mientras observaba cuidadosamente a Charlotte.
—Ay, querida.
—¿Ay, querida? ¿Qué sucede? ¿Qué es lo que no me has dicho?
—Yo no quería decírtelo, pero supongo que es mejor que lo sepas por mí y que lord... que el señor McGregor no se entere por otro conducto.
Charlotte se secó las lágrimas que habían brotado a sus ojos al pensar en la generosidad y la nobleza de su acto.
—Dime.
Caroline se movió con nerviosismo, algo que ella rara vez hacía, así que Charlotte se preocupó enseguida.
—Pues bien... Oh, esto es totalmente falso, quiero que sepas que yo lo sé. ¡Completamente falso! Parece que lord Carlisle... es decir, el hombre que dice ser lord Carlisle, le dijo a lord Keyes, quien se lo dijo a sir Albert Moray, quien se lo contó a mi querido Algernon, que... que...
—¡Ay, por Dios, Caro, habla ya! — dijo Charlotte, más preocupada que nunca.
—Él dijo que tu marido fue el que organizó su secuestro hace seis años, para poder apoderarse del título y de las tierras, porque era muy pobre y siempre había ambicionado el título, y que lord Carlisle tiene la prueba de sus engaños y que pretende acusar a Alasdair McGregor de su secuestro y llevarlo a la horca por ese crimen y que el accidente sólo fue una treta para despertar simpatía entre la gente y que en realidad no está herido sino que es demasiado cobarde para enfrentarse a lord Carlisle en público — dijo Caroline sin pausas, atropellando las palabras.
—Que él... ¿qué? — chilló Charlotte, al mismo tiempo que se levantaba de un salto del sofá.
Caroline respiró profundo. — Él dice que tu marido fue el que organizó su secues...
—No, no, no tienes que repetir esas abominables mentiras. Por Dios, ¿él dijo eso? ¿En público?
Caroline asintió con la cabeza y comenzó a moverla de un lado a otro, mientras observaba a Charlotte paseándose frente a ella e inspeccionaba la alfombra para ver si habría que reemplazarla después de esa última ronda de reflexiones itinerantes. Tal vez debería ordenarle a Matthews que instalara una alfombra especial sobre el corredor cada vez que Charlotte fuera de visita.
—En los clubes, sí. Me imagino que a estas alturas el chisme ya estará en boca de todo el mundo. Ya sabes lo chismoso que es sir Albert.
—No puedo creerlo, sencillamente no puedo creerlo. ¿Cómo se atreve a decir semejante cosa? ¿Que Dare lo secuestró? Eso es ridículo, absolutamente ridículo. No, no sólo es ridículo... es... es... ¡es abstruso!
—¿Abstruso?
—Sí, abstruso. Significa que es completamente contrario a la razón, que no tiene sentido. De verdad, Caro, deberías hacer un esfuerzo por ampliar tu vocabulario. ¡Es horriblemente reducido!
—Absurdo.
—¿Qué? — Charlotte se detuvo, mientras recogía sus cosas.
—La palabra es absurdo, no abstruso. Charlotte frunció el ceño. — ¿Absurdo? ¿Estás segura? Caroline asintió con la cabeza.
—Totalmente.
—¡Qué extraño! Sin embargo, eso no tiene importancia. — Charlotte descartó ese interesante dato y sonrió, sintiéndose nuevamente feliz y radiante—. Lo que importa es que he vuelto a tener un propósito. Puedo hacer algo útil. Ahora tengo que ir a casa, antes de que Dare se entere de esto.
—¿Cómo vas a evitar que se entere?
—No lo sé, pero tendré que pensar en algo, de lo contrario él... él... Oh, no sé lo que haría, pero sé que no sería trabajar en su máquina y eso es en lo que debe concentrarse ahora. Supongo que si prohíbo las visitas y Dare permanece en la casa y yo reviso su correo, eso me dará el tiempo que necesito.
—¿Para hacer qué?
—Para encargarme del farsante de una vez por todas, claro.
—Pero... pero si acabas de decir que te sentías impotente, que ni siquiera tu gran experiencia y conocimiento de la sociedad podrían ayudar al señor McGregor a...
—¡Naranjas de la China! ¡Eso fue antes de que conociera las perversas mentiras que está contando ese hombre! Respóndeme a esto, Caro: ¿hay alguien más cualificado que yo en la ciudad para montar un contraataque?
—¿Un contraataque? — Caroline parecía atónita—. ¿Quieres decir que mancharás su reputación?
Charlotte resopló mientras acariciaba a Wellington y se ponía de pie para lanzarle a su amiga una sonrisa llena de augurios.
—Como si eso fuera posible. Sencillamente me aseguraré de que todo el mundo lo vea como realmente es. Eso, mi querida Caro, será mi nueva rezón de tres.
—Rezón... ¿quieres decir raison d'étre?
Charlotte atravesó la puerta y se detuvo sólo un segundo para besar a su amiga en la mejilla.
—Gracias, querida Caro. No sé qué haría sin ti.
Charlotte bajó tan rápidamente las escaleras que el movimiento de su vestido dejó ver las enaguas de encaje. Luego se subió al coche, con la cabeza otra vez llena de planes para ayudar a su esposo. ¡Qué tonta había sido al pensar que Dare no la necesitaba! He ahí una prueba de que ella tenía una misión que desempeñar en la vida, un destino que debía cumplir: Dare necesitaba su agudeza mental, su suspicacia y su capacidad para ver las cosas que los demás pasaban por alto, para que su vida transcurriera tranquila y felizmente.
Se acomodó en el gastado asiento del coche de alquiler y se permitió esbozar una sonrisa de satisfacción. Todo ese asunto del farsante resultaría tal y como ella esperaba. ¿Acaso la vida podía hacer otra cosa que ajustarse a sus deseos, ahora que ella sabía que su esposo sí la necesitaba? Lo único que tenía que hacer era mantener a Dare alejado de las cosas horribles que estaba diciendo el farsante y todo marcharía bien. Cuando la máquina estuviera a punto y Dare estuviese listo para volver a aparecer en sociedad, ella ya se habría encargado del supuesto primo de una vez por todas.
Charlotte sonrió, mientras que el miserable coche iba saltando y chirriando por la calle. Después de todo, las cosas estaban saliendo bien.