Capítulo 3

Si un grupo de arlequines, acompañados de monos, osos bailarines y mimos hubiese irrumpido de repente en Green Crescent tratando de entretener y divertir al público, habrían sollozado de tristeza al ver la atención que les habría prestado lady Charlotte mientras regresaba a casa. Pero como no había arlequines, ni monos, ni osos o mimos, Charlotte estaba en total libertad de reflexionar sobre los sucesos de la mañana.

—¿Ingle? — dijo, después de pensar durante un rato.

—Eee... es Inge, m'lady.

—Sí, claro. Mis disculpas. Inge, voy a necesitar que un lacayo le lleve una nota a lady Beverly.

—Como dejee, m'lady.

—Es una nota muy importante, Inge. Debe elegir a un lacayo de la más absoluta confianza.

Todoj loj lacayoj son de confianza, m'lady.

—Sí, pero éste debe serlo especialmente, pues la nota que le voy a dar puede significar mi completa y total felicidad. Lady Beverly todavía no lo sabe, pero ella me va a ayudar a recuperar la posición que me corresponde.

—¿Ah, sí?

Charlotte levantó la barbilla mientras doblaba la esquina de la casa Britton y se detenía, después de hacer una elegante maniobra con el látigo. Un lacayo corrió a sujetar los caballos, mientras que Inge la ayudaba a bajar.

—La posición que me corresponde, desde luego, es la de ser la reina de la sociedad. Como lady Carlisle, volveré a ser admitida sin reparos en las esferas de la alta sociedad. Una vez allí, no tendré ninguna dificultad en obtener todo lo que me ha faltado durante estos últimos cuatro años: posición, respeto, admiración... Sí, será una nota muy importante. Tal vez debería llevarla usted mismo. Debe ser entregada con total seguridad, porque sin la ayuda de Caro, no podré asistir al baile de disfraces que ofrecerá lady Jersey dentro de tres días, y si no asisto al baile de disfraces que ofrecerá lady Jersey dentro de tres días, no podré atrapar a lord Carlisle en una situación comprometedora, y si no atrapo a lord Carlisle en una situación comprometedora, él nunca se casará conmigo, y si él nunca se casa conmigo...

Ujté se pondrá furiosa y noj regañará y reprenderá hasta enloquecernoj — respondió Inge, mientras la seguía escaleras arriba, hasta la puerta principal de la casa y el vestíbulo.

—Exacto — contestó Charlotte con una sonrisa, mientras le entregaba el sombrero y los guantes al lacayo que aguardaba en la puerta—. Que lleven papel y tinta a mi sala de recibo, Inge.

—Enseguida, m'lady. ¿Va usté a necesitaj que envíe a Dickon a seguir otra vez a ju señoría?

Charlotte se detuvo, mientras se arreglaba los rizos que el sombrero había aplastado.

—Supongo que no me haría daño conocer los movimientos de lord Carlisle. Como dicen, a soldado advertido, buen abrigo. Sí, por favor, envíe a Dickon para que me mantenga informada de los compromisos de su señoría. Esta mañana me resultó muy útil el hecho de saber que iba a pie y en qué dirección se dirigía.

—Como desee, m'lady.

Charlotte terminó de colocarse el último rizo y se arregló cuidadosamente el cabello en el pequeño espejo de marco dorado; luego asintió con determinación y se dirigió hacia las escaleras. Tenía un buen plan. Era lógico y eminentemente práctico y ella estaba segura de que tendría éxito, suponiendo que Caroline la ayudara con uno o dos pequeños detalles.

—Además, necesito varias plumas afiladas, Inge. Detesto escribir con plumas romas. El ruido que producen hace que me duelan los dientes.

—Le pediré a Charles que je ocupe de eso, m'lady. Me refiero a las plumaj, claro, no al dolor de suj dientej. No hay nada que yo pueda hacer por elloj.

Lady Charlotte hizo caso omiso de la respuesta jocosa de Inge y comenzó a subir la escalera de madera de roble, pero se detuvo para agregar:

—También me urge tomarme una reconfortante taza de té.

Enjeguida.

—Y tal vez unos cuantos de esos pastelillos de limón que el cocinero prepara tan bien.

—Si lo dejea.

Charlotte se detuvo en el descansillo para observar su reflejo en el espejo de cuerpo entero, vestida con aquel traje azul y crema con ese espléndido borde de borlas que había recibido de la modista tan habilidosa y, por suerte para su escaso presupuesto, tan económica que le había recomendado Caro. Ladeó la cabeza mientras examinaba con ojo crítico las líneas del vestido y se dio media vuelta para mirarse por encima del hombro. Lo que vio hizo que en su rostro se dibujara una mueca de disgusto.

—He cambiado de opinión acerca de los pasteles de limón, Inge. Con el té será suficiente.

Inge entrecerró los ojos para mirarla desde abajo.

—Está usté engordando, ¿no ej verdá?

—¡Claro que no! — respondió Charlotte y lo miró con furia, aunque sabía que eso no tendría ningún efecto sobre el criado. Las miradas fulminantes nunca habían afectado a Inge en lo más mínimo.

El criado sólo sonrió y bajó la cabeza como si se sintiera avergonzado, pero el gesto no convenció a Charlotte en absoluto. Después de darle un último vistazo al reflejo de su espalda con el ceño fruncido, Charlotte siguió subiendo las escaleras para escribir su importante nota.

* * *

Aunque la nota había sido despachada con absoluta eficacia y había sido recibida por su destinataria, Charlotte se reservó los detalles acerca de lo que quería de su amiga hasta que las dos se encontraron personalmente al día siguiente.

—Es un salón precioso, Caro — dijo Charlotte, mientras admiraba el salón estilo Luis XIV, decorado en colores champán y rosa—. Qué ingenioso decorarlo con todos esos muebles antiguos. Basuco, ¿no es verdad?

Lady Beverley se quedó paralizada cuando iba a sentarse en un precioso asiento.

—No estoy segura de... que... ¿qué?

Basuco. Los muebles, son estilo basuco. Es un estilo decorativo, tonta. Creo que es francés. Buenos días, Wellington. — Charlotte quitó a un pequeño perro que estaba en el sofá y se sentó con una sonrisa de complacencia, sin darse cuenta de que su anfitriona modulaba con los labios la palabra barroco—. Qué posición tan afortunada tienes, Caro. Tienes un marido que no es nada tacaño con los asuntos de dinero, una casa en un barrio de moda, un adorable color ligeramente bronceado, que siempre está de moda, y una buena figura, que se luce con la ropa que usas.

Caroline se sonrojó al oír esos cumplidos tan inesperados, pues no estaba acostumbrada a que le dijeran que era adorable. Siempre había sido consciente de las desventajas asociadas al hecho de tener una cara común y una figura más bien falta de gracia, en especial si se comparaba con la perfección de Charlotte.

—No... no sé qué decir...

—Entonces no digas nada, querida Caro — le aconsejó Charlotte, mientras sacaba un pequeño estuche de su bolso de tela—. El silencio, como sabemos, es precioso. Sí, tú eres una mujer afortunada, pues has sido privilegiada en lo que se refiere al aspecto físico y conyugal, pero tu mayor privilegio debe ser la felicidad y la satisfacción de saber que eres parte de la alta sociedad. Tú, mi querida Caro, realmente debes dar las gracias por todo lo que has recibido.

—Yo... si tú lo dices, supongo que así es. Charlotte asintió con la cabeza.

—Siempre puedes confiar en que yo hablo con la verdad. Y mientras lo hago, no tengo repervas en declarar que también eres una mujer generosa y amable, a la que no le gusta ver que aquellos a quienes amas son lastimados o rechazados.

—Reservas — corrigió Caroline en voz baja, al tiempo que parpadeaba de asombro al escuchar semejante elogio tan efusivo—. ¡Vaya, Charlotte! Es muy considerado de tu parte que lo digas. Para serte sincera, mi madre siempre dijo que tú no veías las cualidades de los demás, pero siempre pensé que eso no era cierto.

—Es verdad, me temo que tienes razón. Siempre he sido malinterpretada por gente que no comprende mi verdadera naturaleza. — Charlotte adoptó una expresión de profundo sufrimiento, mientras se quitaba unos cuantos pelos de perro del vestido—. Pero independientemente de lo que diga tu madre, yo siempre he visto tu bondad, Caro. ¿Quién que no tuviera un corazón tan bueno como el tuyo permitiría que un perro viejo con propensión a babear se acostara en su mejor sofá basuco?

Caroline buscó un pañuelo entre su cesta de bordar, para secarse las lágrimas que asomaron a sus ojos al oír semejante descripción tan perfecta de su yo interior.

—Gracias, Charlotte.

—De nada. Tú te mereces toda la felicidad posible. La pregunta es, mi querida amiga, si crees que yo merezco lo mismo.

—¡Claro que lo mereces! — Replicó Caroline con tono combativo y parecía dispuesta a enfrentarse a cualquiera que dijera lo contrario—. Te refieres a lord Carlisle, ¿no es verdad? No hay nada que pudiera complacerme más que verte felizmente casada.

—Me alegra que pienses de ese modo, pues estoy a punto de hacerte muy feliz.

—¡Charlotte! ¡No me digas que ya te ha propuesto matrimonio!

—No — contestó Charlotte y por sus delicados rasgos cruzó brevemente una sombra de algo parecido a la obstinación—. Todavía no, pero el logro de ese objetivo es lo que nos hará muy felices a las dos.

Caroline se inclinó hacia delante con expresión de conspiradora.

—Me temo que no te entiendo. ¿Qué puedo hacer para ayudar?

Los labios de Charlotte esbozaron una sonrisa traviesa.

—Es muy sencillo. La noche del baile de disfraces de lady Jersey tú me vas a ayudar a tenderle a lord Carlisle una trampa tan diabólicamente astuta que no podrá salir de allí sin casarse. Conmigo, claro.

—Ah — dijo lady Beverly entre dientes y una chispa de entusiasmo brilló en sus ojos. Entonces acercó su cabeza a la de Charlotte—. ¿Y cómo lo haremos?

Charlotte le dio rienda suelta a su risa. ¿Por qué no debería hacerlo? Si alguien tenía derecho a sonreír era ella, porque había ideado un plan tan supremamente ingenioso, un plan tan brillante en su sencillez, que era realmente asombroso. Con seguridad Caroline se quedaría impresionada.

—Es muy sencillo, querida amiga. Durante el baile, tú y todas las personas que puedas reunir descubrirán a lord Carlisle solo conmigo en una habitación.

—Pero — replicó Caroline — ¿cómo sabes que estará en el baile? No suele asistir a ese tipo de acontecimientos sociales.

—Caro, ¿de verdad crees que yo me tomaría tanto trabajo, por no mencionar el riesgo de terminar con unas cuantas arrugas en la frente, para idear un plan, si Alasdair no fuera a estar presente? El baile de lady Jersey es el evento más importante de la temporada, así que seguramente estará allí con su hermana, que va a casarse dentro de unos días.

—Eso puede ser cierto, pero sólo he visto a lord Carlisle y a su hermana una vez — dijo Caroline lentamente—. No creo que asistan a muchos bailes y eventos similares.

—Entonces dependerá de ti que asistan a éste. Caroline se quedó mirando a Charlotte con desconcierto.

—¿Y cómo voy a hacer eso?

Charlotte levantó los ojos al cielo con gesto de impaciencia.

—De verdad, Caro, ¿acaso tengo que pensar en todo? ¿Es que tú no tienes iniciativa? Supongo que tú... podrías... tal vez podrías... ¡Ay, naranjas de la China! Sencillamente hazle una visita a la señorita McGregor y dile que ella debe asistir al baile porque de lo contrario nadie asistirá a su boda.

Lady Beverly reflexionó un momento sobre esa estrategia.

—¿Nadie asistirá?

—¿Nadie asistirá a qué? — preguntó Charlotte con expresión de desaliento.

—¿La gente no asistirá a la boda de la señorita McGregor si ella no asiste al baile? No estoy segura de que las dos cosas estén relacionadas. Es posible que los invitados a la boda no estén en el baile. Los McGregor llevan una vida muy tranquila, o al menos eso dice mi querido Algernon, y aunque no fuera así, no creo que la gente dejara de asistir a la boda de la señorita McGregor si ellos no asisten al baile de lady Jersey...

—Caroline Augusta Gwendlyspere Talbot — interrumpió Charlotte, al tiempo que resoplaba con más fuerza que un perro—. ¿Podríamos ceñirnos al tema que nos ocupa, es decir, el asunto de mi felicidad y el papel que desempeñarás en ella? Tus misiones son muy pocas y muy sencillas, y antes de que comiences a quejarte, me gustaría que supieras que todo el trabajo, el trabajo de verdad, recaerá sobre mis hombros. Así que deja esa tonta pababrería sobre invitados a la boda y ¡concéntrate!

—Es tonta palabrería.

—Me siento muy ofendida por semejante calumnia, Caro — exclamó Charlotte, irritada por la injusta acusación.

—Pues no deberías — contestó Caroline un poco molesta. Por alguna razón no podía concentrarse bien, las conversaciones largas con Charlotte siempre la dejaban mareada y confundida—. Sólo te estaba corrigiendo. La palabra es palabrería, no pababrería. Yo debería dejar toda esa tonta palabrería sobre invitados a la boda y concentrarme.

—Bueno, me alegra que por fin lo entiendas — gritó Charlotte, que estaba a punto de perder la paciencia—. Ahora, si ya has terminado tu acto de contrición y admites que cometiste el pecado de no prestar atención, podemos regresar al tema de mi futuro.

—Debo admitir que no veo dónde está la diabólica astucia de tu plan — la interrumpió Caroline—. Tú eres una mujer casada, bueno, lo eras, y aunque estoy de acuerdo en que la gente hablará un poco sobre el hecho de que os encontréis a solas en una habitación, no veo cómo el hecho de que te vean en un cuarto con lord Carlisle pueda terminar en que él te proponga matrimonio.

El gesto de exasperación de Charlotte desapareció y sonrió de manera que aparecieron sus hoyuelos.

—¿Ni siquiera si me encontraran desnuda con él?

Lady Caroline se quedó con la boca abierta a causa de la sorpresa. Sin saber qué decir, se quedó mirando a su amiga.

—Te dije que era diabólicamente astuto — dijo Charlotte al ver la silenciosa mirada de horror de Caroline—. ¡Nunca lo diría si no fuera así! Ahora bien, tenemos mucho de que hablar, así que cierra la boca. Debo mandar hacer un disfraz apropiado rápidamente, uno que no permita reconocer mi identidad, puesto que esa anticuada lady Jersey se niega a recibirme, y debemos ingeniarnos una forma para que me ayudes a entrar al baile y también hay que pensar en la gente que debes reunir para que sean testigos de cómo lord Carlisle tratará de seducirme mientras estoy desnuda y muchas otras cosas. Aquí tengo algunas notas. Te haré una lista para que no olvides cuáles son tus tareas.

—Pero... pero... ¡Charlotte! ¿Te parece que un plan tan impetuoso y temerario sea prudente?

—¿Prudente? — Charlotte hizo un gesto de desdén al pronunciar esa palabra—. Caro, en los veintitrés años que llevo de vida, ¿alguien me ha calificado alguna vez de prudente?

Con los ojos todavía desorbitados por la incredulidad, Caroline negó con la cabeza.

—Pero... sin ningún tipo de ropa...

—No te preocupes por mí — dijo Charlotte con amabilidad y le dio unas palmaditas a Caroline en la mejilla—. Después de todo, como dice el dicho, hay que tener un corazón valiente para conquistar a una mujer desnuda y el corazón de Alasdair no tiene nada de cobarde, así que, ¿cómo podría fallar el plan?

* * *

Cuatro noches después, la luna llena se elevaba en el cielo y arrojaba su luz fría y caprichosa sobre la ciudad de Londres, proyectando un brillo fantasmal sobre los faroleros que subían y bajaban de sus cortas escaleras para encender las nuevas lámparas de gas que habían instalado en Pall Mall. Con la nueva luminosidad, los adoquines de la calle quedaban convertidos en sucesivos pozos de luz y oscuridad a través de los cuales trasegaban con indiferencia carruajes y caballos, haciendo caso omiso de la corpulenta figura de un hombre vestido con atuendo isabelino, que trepaba por el sólido muro de piedra y la reja de hierro forjado que rodeaba el jardín de lady Jersey. Si la luna hubiese podido expresar su opinión sobre lo que veía desde lo alto, sin duda habría comentado que el corpulento hombre con disfraz resultaba sospechoso. En lugar de entrar al jardín por la puerta, como lo hacía la mayor parte de la gente, el caballero se sentó a horcajadas sobre la reja para, acto seguido, arrojarse sobre las suaves jardineras que había debajo, al tiempo que rezongaba diciendo: «¡Maldición! ¡Caro, me las va a pagar!».

Cuando, en lugar de recorrer la senda de gravilla, que era el camino normal hacia el jardín, el caballero fue avanzando escondido entre los arbustos, corriendo de una jardinera a otra, ocultándose tras setos podados con forma de bestias fantásticas, y finalmente salió cerca de los escalones de piedra que conducían a la terraza que había detrás de la casa, seguramente cualquier observador habría estado en su derecho de expresar sorpresa.

En realidad el caballero estaba comportándose de manera peculiar. De repente se levantó de donde estaba agazapado al pie de los escalones, se esponjó el cuello de encaje, se ajustó la casaca sobre la barriga pronunciada, sacó un pañuelo del suspensorio, se limpió la tierra de las delicadas manos blancas y, por último, después de mirar rápidamente a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera mirando, se subió las medias de seda persas. Nunca podremos saber lo que se sentiría impulsado a decir quien pudiera estar observando cuando ese mismo hombre corpulento fue sorprendido, de repente, por una joven de pelo oscuro que salió aceleradamente de la casa y se apresuró a bajar las escaleras. La conversación que siguió, a pesar de transcurrir en medio de susurros y murmullos, ciertamente no fue la que uno hubiera esperado.

—Caro — dijo el caballero con tono de urgencia, cuando la joven comenzó a acercársele. Lady Caroline se quedó quieta al oír que susurraban varias veces su nombre y se volvió lentamente para lanzarle una fría y altiva mirada a la figura de cuello de encaje.

—Señor, no tengo el honor de conocerlo.

—Claro que sí. Te orinaste en mi arenera cuando tenías tres años. Recuerdo con precisión cómo se rió Matthew cuando la niñera me echó a mí la culpa del indecente.

La figura silenciosa e inmóvil de lady Caroline, vestida de manera encantadora con un traje ancho, de seda rosa y encaje plateado de la época de su madre, recuperó de repente la vida bajo la influencia de aquella voz familiar, aunque distorsionada.

—Incidente. ¿Char? ¿Eres tú? El hombre corpulento salió de entre las sombras de la baranda y se paró en medio de los escalones.

—Sí, soy yo, ¿dónde demonios estabas? ¡Esperé en la puerta durante toda una eternidad! Se suponía que debías abrirla a medianoche, Caro. ¡Y ya es mucho más de medianoche!

—Lo siento mucho, pero mi querido Algernon insistió en bailar un vals conmigo. Charlotte — dijo Caroline, mientras entrecerraba los ojos para ver la cara de su amiga en medio de las sombras—. Pensé que ibas a disfrazarte de la Buena Reina Bess. Vas vestida como un hombre.

—Sí, sí, cambié de opinión. Pensé que llamaría menos la atención si me disfrazaba de Enrique VIII. — Le dio un golpe a la protuberancia de cuero que sobresalía con elegancia de su entrepierna—. Nadie que me conozca esperaría verme con suspensorio.

—En efecto — reconoció enseguida Caroline—. Independientemente de todo lo que se dice sobre tu propensión a causar impresión en la alta sociedad, los suspensorios sencillamente no son parte de tu atuendo diario.

—Y sin embargo, si vamos a ser justos — admitió Charlotte—, debo decir que es muy útil. Porque la señora Beauloir tardó tanto en terminar mi disfraz, que no tuve tiempo de cenar en casa. Tremayne tercero tuvo la gentileza de darme una de las manzanas de los caballos, que cupo perfectamente en el suspensorio. No me sorprende que los hombres los hayan usado durante tantos años, ¡son mucho más cómodos que un bolso!

Las dos mujeres contemplaron en silencio durante un rato esa prenda del atuendo masculino.

—¿Por qué crees que lo llaman suspensorio? — Preguntó Caroline—. El tuyo parece... un calabacín demasiado ambicioso.

—Era el mejor suspensorio que tenía la señora Beauloir — respondió Charlotte con actitud digna, mientras acariciaba el suave objeto de cuero y bronce que, tenía que admitirlo, se parecía en cierta forma a un calabacín. Estaba a punto de defender el honor de su suspensorio, cuando el ruido y el reflejo luminoso que salió de una puerta que alguien abrió en la terraza reclamaron su atención a las circunstancias inmediatas.

—Toma mi brazo — ordenó Charlotte — y finge que soy un caballero.

—Tú no caminas como un caballero — objetó Caroline.

Charlotte se detuvo en el último escalón y empujó a Caroline hacia un lado, donde una urna coronada por una explosión de follaje les daba un poco de privacidad.

—¿A qué te refieres?

—Nadie creerá que eres un hombre si caminas como una mujer. Es un asunto de sentido común. Los hombres no menean las caderas cuando caminan.

—Algunos sí — replicó Charlotte, haciendo una mueca mientras se ajustaba el suspensorio—. ¡Maldición, esta cosa me está haciendo cosquillas!

—Te aseguro que los caballeros que se supone que nosotras conocemos no andan así. ¿Qué estás haciendo ahora? Char, no puedes hacer eso en público, ¡alguien podría verte! — Escandalizada, Caroline se apresuró a colocarse entre su amiga y el grupo más cercano que disfrutaba de la brisa nocturna.

—No puedo evitarlo — murmuró Charlotte, con la barbilla apretada contra el lino almidonado del cuello—. Este suspensorio es muy incómodo. Se está... moviendo.

—¿Qué?

—Sshh — susurró Charlotte y miró a su alrededor rápidamente, antes de concentrarse de nuevo en la parte inferior de su cuerpo—. Es como si hubiese algo dentro. Me refiero a algo distinto de mi pañuelo.

—¿Se está moviendo? — Preguntó Caroline entre dientes, mientras le sonreía a una pareja que pasó por su lado—. ¿Qué quieres decir con que se está moviendo? ¿Qué puede haber ahí dentro que se pueda mover?

—No lo sé — gruñó Charlotte, mientras trataba infructuosamente de soltar las hebillas que mantenían la pieza de cuero pegada al disfraz—. Pero sospecho que algo entró ahí mientras estaba escondida entre los arbustos afuera esperando a que me abrieras. En consecuencia, es culpa tuya que mi suspensorio rebose ahora de vida.

—No seas ridícula, ¿qué se podría meter en un suspensorio? ¡Si ya tienes una manzana ahí metida! No puede caber nada más...

—Caroline — dijo Charlotte, mientras se volvía abruptamente y le pegaba a su amiga en la cadera con el suspensorio—. Una familia de roedores pudo haberse instalado en esta maldita cosa y no voy a permitirlo, así que, si no te importa, te agradecería que me ayudaras a expulsarlos del lugar, de manera que pueda cumplir con mi destino y convertirme en lady Carlisle, ¡algo que sencillamente no podré hacer si tengo roedores en la entrepierna!

—Ay, por todos los cielos — gimió Caroline en voz baja—. ¡Estamos perdidas!

—No es tan grave — replicó Charlotte, al tiempo que ponía las dos manos sobre la protuberancia del suspensorio y daba un tirón—. Sólo necesito ayuda para quitármelo. Los broches parecen congelados o trabados con algo.

Mientras le daba la espalda a Charlotte para que nadie fuera testigo de sus maniobras con el suspensorio, Caroline estiró un brazo hacia atrás para agarrar a su amiga.

—Char, quieta — susurró Caro con angustia, al tiempo que trataba de sonreír. Luego levantó la voz y dijo—: Buenas noches, lord Carlisle.

Charlotte, que al menos esta vez se percató de lo que pasaba a su alrededor, se quedó quieta y miró por encima del hombro de Caroline, mientras que ésta le hacía una venia al conde.

—¡Maldición!

Unos ojos azules oscuros se encontraron con los de ella.

—En efecto — replicó Dare.

—Yo... hummm... si ustedes me disculpan... mi esposo me espera — murmuró Caroline con tono de disculpa y, luego de lanzarle una mirada de preocupación a su amiga, se apresuró a volver al baile.

Dare levantó una ceja, mientras estudiaba el disfraz de Charlotte.

—¿Enrique VIII?

—Sí, es usted muy suspicaz. — Charlotte se dio media vuelta como si quisiera contemplar el jardín en penumbra, mientras frotaba el suspensorio contra la baranda para tratar de soltarlo. Pero no sirvió de nada. Tras mirar de reojo al apuesto hombre que contemplaba el jardín junto a ella, le dio un tirón al obstinado pedazo de cuero, con un movimiento que esperó que pasara inadvertido.

Dare levantó la otra ceja, mientras que ella se daba cuenta de que tendría que dejar sus maniobras con el suspensorio para más tarde. Estaba claro que ése era uno de esos momentos en que era más prudente admitir su locura y evitar que el hombre que algún día sería el padre de sus hijos pensara que ella era la clase de mujer que prefería quedarse en medio de la oscuridad de un balcón, acariciándose el suspensorio.

—Hay... creo que hay algo allí — susurró Charlotte, al tiempo que señalaba con la cabeza hacia la protuberancia de cuero.

Dare apretó los labios.

—Algo vivo — añadió Charlotte, mientras trataba de mantener el tipo bajo la mirada de incredulidad del conde y pensaba en que había cientos de patas diminutas rozando su delicada piel. Abrumada por la necesidad de tener que dar más explicaciones, para evitar que el conde pensara que ella era una estúpida, añadió—: Creo que algo se me metió ahí dentro cuando estaba escondida entre los arbustos.

Lord Carlisle parpadeó.

—¿Sería usted tan amable de ayudarme a sacar de ahí lo que sea que me está molestando? Lady Beverly me dijo que hay un salón privado al fondo del corredor que podríamos usar durante un momento.

—Señora — dijo finalmente Dare, pero con tanta seriedad que Charlotte pensó que se le congelarían los labios—. El contenido de su suspensorio no me interesa en lo más mínimo.

—Entiendo — respondió Charlotte con pesar—. Se me acabaron las manzanas. Me temo que sólo tenía lugar para una, ¿sabe? No sabía que usted querría una también, pero un suspensorio con capacidad para dos manzanas me parece demasiado extravagante.

Charlotte sonrió y se preguntó brevemente a qué se debería la extraña expresión que reflejaban los ojos del conde, pero finalmente la atribuyó a un exceso de champán. Los caballeros siempre solían beber demasiado champán en los bailes de disfraces. De hecho, Charlotte contaba con eso para arrastrarlo a su trampa. Así que sonrió con más libertad, mientras la mirada de confusión del conde parecía intensificarse. Sin duda ya estaba tan ebrio que ella no tendría dificultades para seguir adelante con su plan.

* * *

Dare se detuvo en el umbral e inspeccionó el salón de baile en busca de su hermana, mientras se repetía todo tipo de insultos. A pesar de lo mucho que trataba de hacerle caso a las advertencias que le gritaba su razón, era incapaz de resistirse a la idea de pasar unos cuantos momentos en privado con Charlotte. La situación en que ella se encontraba era tan absurda, tan absolutamente típica de Charlotte, que a pesar de la forma tan brusca en que le había hablado, se necesitaría un grupo de hombres fuertes y probablemente varios caballos de tiro para impedirle oír la explicación de qué estaba haciendo vestida como Enrique VIII, con un animal metido en el suspensorio. El conde no podía imaginarse cuál sería la explicación que estaba a punto de oír, pero estaba seguro de que sería la cosa más entretenida que hubiese oído en mucho tiempo.

Divisó a su hermana junto a un grupo de chicas risueñas. Mientras se dirigía hacia ella, el conde justificó su interés recordándose que, después de todo, Charlotte era viuda.

En estas clases sociales, las citas con hombres en los bailes eran un requisito. Unos pocos momentos a solas con ella no le harían ningún daño a la reputación de Charlotte. Sin embargo, estaba el asunto de su propia reputación, y pensando en esa grotesca reliquia tomó la precaución de murmurarle a su hermana en el oído unas cuantas palabras.

—¿Dónde está la señora Whitney? La mujer pequeña y de cabello oscuro que estaba vestida como la famosa pirata Anne Bonney se volvió y le sonrió a su hermano, mientras que sus ojos oscuros brillaban de felicidad.

—Está bailando con David. ¿No te parece un baile estupendo? Me alegra tanto que aceptaras venir, aunque no te habría hecho ningún daño usar un disfraz. ¿Por qué pareces tan preocupado? ¿No es por mí, verdad? Dare, soy perfectamente capaz de quedarme aquí sola mientras que David baila con su tía. A menos, claro, que quieras que baile contigo.

Dare acarició un rizo oscuro que tenía Patricia junto a la oreja e hizo caso omiso del brillo de burla que cruzó por sus ojos color café.

—Bribona. Yo detesto las fiestas de la alta sociedad, como bien sabes. La única razón por la que estás aquí es porque no podía soportar más tus incesantes quejas acerca de que si no asistías esta noche, nadie asistiría a tu boda, aunque no veo la relación entre los dos sucesos. Sin embargo, aunque quisiera bailar contigo no podría, porque tengo algo que hacer. Tengo un compromiso que debo cumplir. Quiero que me prometas que te quedarás aquí y esperarás a que la señora Whitney regrese.

—¿Ah, sí? — Patricia miró a su hermano de arriba abajo, con una ceja levantada, repitiendo el gesto de sorpresa que solía hacer Dare. Tenía un aspecto muy severo con su traje negro, no había duda de ello, pero también tenía un inesperado aire de entusiasmo disimulado que la intrigó. Dare casi nunca se entusiasmaba con nada que no fuera su máquina de vapor, de modo que si algo, o alguien, había llamado su atención, ella ciertamente necesitaba saber más—. Por favor dime qué es lo que tienes que hacer. No estarás jugando, ¿verdad? No — se respondió ella misma a la pregunta, antes de que él tuviera oportunidad de protestar por semejante acusación—. No, tú no harías eso, eres demasiado cuidadoso con el dinero para estarlo desperdiciando de esa manera. Hummm. Tal vez vas a encontrarte con un caballero que desea invertir en tu máquina de vapor.

Dare miró nerviosamente hacia la puerta. Detestaba dejar sola a su hermana, en especial teniendo en cuenta que su propio futuro dependía de la buena voluntad de la mujer que hacía las veces de carabina de la joven, pero le había prometido a Charlotte que estaría con ella en un momento. Se le puso la piel de gallina de sólo pensar en lo que podría ocurrir si ella entrara al salón lleno de gente y anunciara que estaba esperando su ayuda con el suspensorio.

—Debo irme. Dame tu palabra de que te quedarás aquí y esperarás a que regrese la señora Whitney.

—No, creo que no es un inversor. — Patricia hizo caso omiso de la solicitud de su hermano, mientras lo miraba con ojos juguetones y ladeaba la cabeza para observarlo mejor—. Porque si tuvieras un inversor, no te importaría en lo más mínimo si la señora Whitney te recomienda a su esposo y entonces no estarías tan preocupado por tenerla tranquila. Sin mencionar la necesidad de mantener tu escandaloso pasado lejos de sus oídos. — Se dio un golpecito con el dedo sobre los labios, mientras que sus ojos brillaban con interés—. Si no es el juego y tampoco se trata de un inversor, entonces debe ser... ¡Por Dios santo, Dare! No pretenderás verte con una mujer, ¿o sí?

—Pues no soy de los que tienen compromisos con hombres — replicó—. Ahora, ¿tendrías la bondad de...?

—¡Es una mujer! — graznó Patricia. Dare la miró con furia, mientras le pedía que bajara la voz.

—Si no te puedes portar mejor en público, creo que lo pensaré dos veces antes de darte permiso para asistir a otro baile.

—Después de la próxima semana no tendrás ninguna influencia sobre mis movimientos, pero eso no importa ahora — dijo Patricia e hizo un gesto con la mano para desechar las objeciones de su hermano—. ¡Háblame de la mujer con la que has quedado! ¿Quién es? ¿Yo la conozco? ¿La estás cortejando? Ay, Dare, me preocupa tanto quién va a cuidar de ti después de que yo me case... Por favor, dime que te has enamorado y que estás a punto de proponerle matrimonio a una mujer que te amará igual que tú a ella.

—Amor — dijo Dare con sarcasmo, mientras se distraía por un momento pensando en ese odioso concepto—. Ése es el tipo de tonterías que produce la lectura de esas novelas que devoras cada semana.

Patricia observó fijamente a su hermano por un momento y el brillo de la risa desapareció de sus ojos.

—No, ya veo que no estás enamorado de nadie, pero no renuncio a la esperanza de que algún día encuentres a una mujer a la que ames y que te corresponda. Ya sé que crees que los sucesos del pasado han dejado en ti heridas demasiado profundas como para volver a entregar tu corazón, pero, de verdad, hermano, no todas las mujeres son como la que te hizo daño. Debes tener esperanzas. Debes abrirte otra vez al amor.

La expresión de hermética indiferencia que producía cualquier referencia a los acontecimientos ocurridos hacía diez años cubría el rostro de Dare con una máscara de frialdad.

—Entonces, ¿te quedarás aquí y te portarás bien hasta que la señora Whitney regrese?

No había manera, Dare se negaba a hablar del pasado. Patricia suspiró para sus adentros movida por la preocupación por su hermano, pero esbozó una alegre sonrisa mientras decía:

—Sí, sí, mi capitán. Iza tu vela mayor y aleja esos temores, hermano mío. Me quedaré aquí hasta que mi propio capitán venga a soltar mis amarras.

Dare se detuvo, después de dar media vuelta.

—Patricia, sólo porque te vas a casar con un marino...

—Con el capitán del mejor barco Whitney que ha surcado los mares, por favor.

—... que sea capitán, no significa que tengas que hablar como Harry Halibut, el héroe de los vendedores de pescado. Y será mejor que no sueltes las amarras antes de la boda — le advirtió con una mirada severa.

Patricia sonrió y despachó a su hermano. Después de sacudir la cabeza al pensar momentáneamente en la locura que le esperaba, Dare se dirigió a la pequeña habitación al final del corredor que Charlotte le había indicado. Con seguridad sería fácil ayudarla, un asunto que no le llevaría mucho tiempo. La ayudaría a sacar lo que fuera que se había instalado en su suspensorio, las mujeres solían tenerles asco a esas cosas, y luego tal vez se quedara unos minutos disfrutando del delicioso juego de palabras que constituían las conversaciones con Charlotte, después de lo cual se marcharía, tras excusarse con cortesía pero con firmeza. Él calmaría su persistente deseo de estar cerca de ella, Charlotte recibiría una discreta ayuda para su problema con el suspensorio y todo seguiría igual.

Cuando entró en la habitación, Dare estaba pensando en la excusa que usaría para retirarse.

—Mis excusas por la tardanza, señorita... eer... Dare apenas alcanzó a ver esos encendidos ojos azules, cuando fue arrastrado hacia un íntimo abrazo.

Con Enrique VIII. Con un Enrique VIII con barba y armado de suspensorio.

Dare tuvo que soltarse a la fuerza de los brazos que lo tenían agarrado por detrás del cuello para separar sus labios del pegote de áspera lana anaranjada que cubría la parte inferior de la cara de Charlotte.

—Nunca pensé que tuviera oportunidad de decir esto, pero creo que es fundamental que las mujeres se afeiten.

Con una expresión de desánimo en sus ojos al percibir el rechazo de sus avances por parte de Dare, Charlotte sonrió.

—Le ruego que me perdone. Se me olvidó que tenía barba. Un momento, me la quitaré y luego podremos continuar nuestra apasionada violación.

Dare movió la cabeza con la esperanza de despejar lo que le impedía oírla correctamente. Él sabía que las acrobacias verbales de Charlotte contenían a veces tantos saltos lógicos que eran difíciles de seguir aun para un hombre culto, pero el que acababa de oír sin duda estaba más allá de la fértil imaginación de la muchacha.

—Acerca del problema con su disfraz...

—Ah, ya he solucionado ese problema — contestó ella y frunció el ceño mientras le daba un tirón a la barba de lana—. Era sólo una hoja, no una familia de roedores como temí. ¡Maldita cosa! Inge ha debido ponerle demasiado pegamento. No puedo quitármela, y yo le pregunto a usted: ¿cómo diablos se supone que voy a asistir a una violación si llevo puesta una barba?

Una fea sospecha cruzó por la mente de Dare.

—Usted espera ser violada ¿exactamente por quién? — preguntó, movido por un morboso sentido de curiosidad.

Charlotte frunció el ceño mientras refunfuñaba algo sobre la necesidad de conseguir disolvente.

—¡Naranjas de la China! Usted simplemente debería mantenerse callado. En cuanto a su pregunta, nadie va a violarme a mí, Alasdair. Yo lo violaré a usted.

—Usted ¿qué? — Dare no podía creer que, a pesar de lo desinhibida y deslenguada que era, Charlotte pudiera sugerir semejante cosa. Un momento de reflexión lo hizo corregirse, pero seguía sin poder creer que ella planease violarlo en una casa ajena, ciertamente un lugar donde ellos podrían ser fácilmente... Dare tomó aire con horror al darse cuenta de que ella le había tendido una ingeniosa trampa y él, un hombre que se preciaba diariamente de evitar ese tipo de estratagemas, había avanzado como un ciego directamente a su perdición.

—No tiene de qué preocuparse, yo me ocuparé de todo. Usted no tendrá que levantar un dedo — prometió Charlotte.

Dare se quedó mirándola asombrado. Tras quitarse la casaca negra y dorada, Charlotte estaba dando vueltas mientras intentaba inútilmente desatar las cintas que mantenían un inmenso almohadón pegado a la camisa de lino.

—¡Demonios! No puedo alcanzar la maldita cosa. Si usted pudiera ayudarme a desatar estas cintas, milord, me encantaría comenzar el procedimiento. No creo que tengamos mucho tiempo, y aunque mi experiencia violando caballeros es limitada, supongo que nos llevará más de dos minutos.

Dare seguía mirando con incredulidad, mientras sus emociones eran un confuso remolino de rabia e indignación que luchaban contra un imprudente deseo de reír. Debería marcharse justamente en ese instante. Debería salir de la habitación y dejar a Charlotte sola, en medio de aquel horrible y complejo plan que había ideado ese cerebro suyo que más bien parecía un nudo gordiano. Debería darle la espalda y no volver a verla nunca, no volver a sentir nunca la suave caricia de su voz, ni esa brillante y fugaz sensación de placer que lo inundaba cada vez que la veía y, ciertamente, nunca debería volver a tenerla entre sus brazos. Era sencillamente una locura.

—Entonces que así sea. Estoy loco — gruñó Dare para sus adentros; se recostó contra la puerta y cruzó los brazos sobre su pecho, mientras observaba a Charlotte balbuceando y renegando, al tiempo que trataba de librarse del almohadón. Le puso un rígido freno a la ola de deseo que lo recorrió al ser testigo de unos movimientos tan involuntariamente seductores y contuvo al mismo tiempo sus ojos y su lujuria. Nadie creería que podría sentirse excitado por un rey enorme y peludo fallecido hacía mucho tiempo, pero con cada movimiento de las voluptuosas caderas de Charlotte, el deseo de Dare crecía, además de otras cosas.

—Esta violación que usted planea... ¿Debo asumir que tiene algo que ver con la propuesta de matrimonio que me hizo hace algunos días?

Charlotte logró deshacerse por fin del almohadón y se volvió hacia él con una expresión de inocencia tan profunda que habría hecho que un ángel se sintiera impuro. Pero Dare no se dejó engañar ni por un minuto.

—¿Matrimonio? ¿Propuesta? ¡Ah, esa tontería! ¡Cielo santo, milord, yo ya he olvidado todo eso! — Contestó ella y sonrió de manera que él sintió que sus hoyuelos se asomaban por debajo de la barba—. No, esto no tiene nada que ver.

—Ah. ¿Le importaría, entonces, sólo para satisfacer mi curiosidad, informarme de cuál es exactamente el objetivo de su intención de violarme?

Charlotte se detuvo un momento, mientras se desabrochaba los pantalones.

—¿Usted quiere saber por qué deseo violarlo? Dare asintió con la cabeza. Sí, quería saberlo. Quería que ella admitiera que no era mejor que el resto de las mujeres de la sociedad. Quería que su desilusión fuera completa y definitiva. Quería matar la atracción que sentía por ella y que crecía dentro de él cada vez que la veía. ¡Por Dios, necesitaba exorcizarse de ella!

—Ah. Bueno. Eso. Eee... es bastante sencillo, en realidad. Usted y yo hacemos una pareja excepcional.

Una carcajada amenazó el férreo control de Dare.

—¿Eso cree?

—Sí. — Charlotte le ofreció otra sonrisa barbada y siguió trabajando con sus dedos en la línea de botones de madreperla de sus pantalones púrpura y negros.

Dare resistió el impulso casi abrumador y completamente irracional de tomarla entre sus brazos y besarla hasta acabar con ese diminuto fragmento de sensatez que le quedaba.

—Ya veo. Me disculpo, entonces, por mi deducción incorrecta. Me había imaginado que su intención de violarme era parte de un plan para atraparme en un matrimonio.

Charlotte se detuvo.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Se me ocurrió que usted podía haber hecho los arreglos pertinentes para ser descubierta aquí conmigo, pero afortunadamente usted me ha mostrado el error en que estaba.

La mano de Charlotte se quedó inmóvil sobre los botones.

—Ah.

—En esta habitación. Ella parpadeó.

—Casi sin ropa.

Ella se pasó la lengua por sus labios dulces como las fresas.

—¿Estoy equivocado?

Charlotte levantó la barbilla con indignación y le lanzó una mirada de furia.

—Me siento terriblemente ofendida por el hecho de que usted me crea capaz de semejantes actos tan abominables y perversos, lord Carlisle. ¡Uno pensaría que un caballero se sentiría complacido por la oferta de ser violado, pero no, usted tiene que ser obstinado y sospechar de todo y arruinar toda la experiencia! ¡Estoy pensando que, después de todo, tal vez no lo viole!

Dare levantó una poblada ceja dorada en actitud inquisitiva.

—Pero lo haré — continuó ella y asintió con la cabeza, mientras volvía a ocuparse de los botones—. Pasaré por alto sus mezquinos pensamientos esta vez, pero no espere que sea tan generosa la próxima.

—Entonces su intención al quitarse toda la ropa y hacerme el amor ¿no es que la descubran y comprometerme hasta el punto de que yo me vea obligado a casarme con usted?

—Acabo de decirlo.

—Entonces no le importará que cierre la puerta desde dentro. — Dare le dio una vuelta a la diminuta llave de bronce que estaba en la cerradura y se la guardó en el bolsillo.

—Eee... — Charlotte lo observó sin saber qué hacer.

—Sabía que no le importaría. ¿Dónde quiere usted que tenga lugar la violación?

Los adorables ojos azules de Charlotte ni siquiera parpadearon.

—Eee...

—Aquel sofá parece cómodo. Claro, que tal vez usted prefiera hacer sus travesuras conmigo en la alfombra, frente a la chimenea.

Charlotte observó el fuego.

—Eee...

Dare la miró con sorpresa, mientras caminaba hacia un inmenso sillón de cuero.

—No me diga que prefiere posiciones más ingeniosas. ¿El sillón, tal vez?

Charlotte miró con creciente interés hacia el sillón.

—¿Cómo podría ser posible? — preguntó Charlotte.

Dare no pudo contener más la risa. Ella era, realmente, la mujer más refrescante que había conocido en la vida: desinhibida, directa, de palabras y acciones impredecibles, pero ya tenía suficiente de ese juego. Ya habían transcurrido muchos más minutos de los que había calculado que invertiría en ayudarla a quitarse el suspensorio, y su porvenir dependía de que la futura tía de su hermana siguiera confiando en su carácter y su recta moral.

—Lady Charlotte, me temo que debo declinar nuevamente otra de sus encantadoras propuestas. He dejado sola a mi hermana y tengo que regresar con ella. Si usted me disculpa...

Charlotte se acercó al sillón de cuero y lo empujó suavemente como si esperara que explotara frente a sus ojos.

—¿Cómo se puede hacer una violación en un sillón?

Dare levantó las dos cejas.

—Por ejemplo, ¿dónde se ponen las piernas?

Dare levantó las cejas todavía más.

—¿Y qué hay del... instrumento? ¿Cómo se utiliza exactamente en esa situación?

Dare no podía creer lo que estaba oyendo.

—Lady Charlotte...

Ella observaba el sillón con un gesto de desconcierto, mientras se sostenía con una mano los pantalones desabrochados.

—Sencillamente no puedo imaginármelo. Ni siquiera en la Guía de gimnasia conyugal, de Vyvyan LaBlue, mencionan los sillones.

Dare abrió la boca para retirarse de una vez por todas.

—Lo recordaría si se dijera algo de eso...

Dare negó con la cabeza. Tenía que recuperar el control y hacerlo ahora, o de otra manera se perdería en el desquiciado torbellino de los pensamientos de lady Charlotte.

—No sería fácil pasar por alto algo así y estuve especialmente atenta en los capítulos acerca del uso creativo de los muebles, pues a Antonio le gustaban mucho los brocados.

—Independientemente...

—¿Los brocados? Seguramente no la había oído bien.

—Me dirá usted que es imposible que un hombre pueda disfrutar con los brocados, pero a Antonio le encantaba que lo envolviera en largas piezas de brocado y que usara luego un implemento para limpiar alfombras y lo golpeara.

—Yo debo... ¿Ha dicho usted un implemento para limpiar alfombras?

Charlotte asintió con la cabeza mientras acariciaba con un dedo el respaldo curvo del sillón.

—Sí, decía que eso hacía que el brocado se volviera más suave y flexible y que fuera más agradable al contacto con la piel, aunque no puedo entender cómo podía apreciarlo con todo lo que se retorcía y se contraía y se quejaba, debido a los golpes que recibía por el uso del limpiador de alfombras.

Dare pensó que eso no era lo único que ella no entendía.

—Sin embargo, Antonio vivía pensando en las sesiones de golpes envuelto en brocado, así que supongo que debe haber algo de cierto en lo que decía.

Dare intentó controlarse y realizó un último esfuerzo por mantener la cordura.

—¿Lady Charlotte?

Charlotte se volvió hacia él con una expresión de dulzura totalmente inesperada en su cara barbuda.

—¿Sí, milord?

Dare miró el fondo de los adorables ojos de la muchacha, insondables y claros, y sintió un deseo que no sentía desde que era joven y estúpido y estaba enamorado por primera vez. Pero ya no era joven, y aunque tal vez todavía era estúpido, no había lugar para el amor en su vida.

—Buenas noches.

—Pero, milord...

Dare se dirigió a la puerta y quitó el seguro, mientras miraba por encima del hombro para grabar en su mente la imagen de la mujer que, contra su voluntad, había logrado permanecer en su corazón cinco solitarios años. Charlotte era hermosa. Etérea. Una diosa, inmóvil como el mármol, vestida con medias de seda arrugadas, con el cuello de encaje un poco ladeado debido al forcejeo, la larga corbata de su camisa de lino colgando de la mano con la que se sostenía los pantalones y el suspensorio torcido. Estaba pálida, y la piel establecía un contraste con el rojo ardiente de la barba, lo cual hacía que sus ojos brillaran deslumbrantes y claros, como el más azul de los cielos del verano.

Se marcharía de la ciudad después de la boda de Patricia. Nunca más volvería a verla.

—Adiós, Charlotte.

Pero en ese momento el picaporte de la puerta giró bajo su mano y lo obligó a dar un paso hacia atrás para evitar darse un golpe contra la puerta que se abría.

—Ah, lord Carlisle, por fin le encuentro. Un pajarillo me dijo que podría encontrarlo aquí.

Dare miró con creciente horror la cara sonriente y desconfiada de su anfitriona.

—Lady Jersey. Yo... eee... — Su hermana estaba preocupada por usted, ¿no es cierto, señorita McGregor?

Dare dio otro paso hacia atrás, mientras Patricia se deslizaba al lado de lady Jersey. Las dos miraron más allá de donde él estaba, hacia donde Charlotte se había escondido detrás del sillón.

—Lo estaba. No es propio de mi hermano desaparecer cuando me ha prometido un vals, pero si estás ocupado con ese caballero, Dare, estoy dispuesta a perdonarte el olvido.

Lady Jersey dio unos pasos dentro de la habitación e inclinó la cabeza, al tiempo que extendía la mano.

—Señor, no creo tener el placer de conocerlo. Después de emitir un sonido ronco y lanzarle una mirada rápida e indescifrable a Dare, Charlotte extendió a su vez su mano para tomar la de lady Jersey, pero la retiró inmediatamente, cuando los pantalones empezaron a escurrírsele de las caderas.

—¡Por todos los cielos! — Exclamó lady Jersey, mientras inspeccionaba con sus ojos penetrantes la apariencia desarreglada de Charlotte—. Lord Carlisle, no tenía idea de que usted era un... que usted prefería...

Por fortuna la presencia de Patricia le puso fin al comentario. Dare abrió la boca para explicar la situación, pero no podía hacerlo. Si mencionaba quién era Charlotte, se echaría la soga matrimonial al cuello de inmediato. Pero si no lo hacía, con seguridad lady Jersey difundiría la noticia de sus supuestas preferencias sexuales, lo cual, teniendo en cuenta la suerte que había tenido últimamente, sin duda llegaría a los oídos de la muy estricta señora Whitney, lo que provocaría un desastre del que no podría recuperarse. Trató de pensar en alguna solución, pero el horror de la situación lo tenía tan impactado que sentía un calambre en la región del vientre, le sudaban las manos y se daba cuenta de que había llegado su hora. Pero antes de que pudiera hacer otra cosa que tartamudear una objeción, el asunto se le fue de las manos.

Lord Carlisle sólo me estaba ayudando con mi suspensorio — dijo Charlotte con una voz profunda que pretendía imitar, sin éxito, una voz masculina. Dos personas más llegaron a la puerta, mientras ella se aclaraba la garganta y agregaba—: Me refiero a que me estaba ayudando a sacar un objeto de él.

Dare sintió que el corazón se le paralizaba. No creía que su situación pudiera empeorar, pero cuando la señora Whitney se inclinó hacia él y le preguntó con tono escandalizado por qué había un hombre a medio vestir frente a lady Jersey, sintió que el terrible peso del desaliento caía sobre sus hombros. Dare la miró, parada al lado del prometido de Patricia, y sintió que el verdugo se acercaba. Estaba atrapado. Había caído en una trampa. No había manera de escapar. Sólo tenía una opción. Si quería conservar alguna esperanza de venderle el diseño de su motor al astillero Whitney, tendría que salvar la situación y, como suponía que la tierra no contestaría su súplica de abrirse y tragárselo entero, la salvación significaba sacrificio. Su sacrificio.

Tomó aire y pensó que sus días de hombre libre habían llegado a su fin.

—Cuando digo que me estaba ayudando, me refiero a que él se ofreció a mirar dentro del suspensorio para determinar qué era exactamente lo que había dentro...

—Lo que lady Charlotte está tratando de decir es que ella me ha hecho el honor de aceptar mi propuesta de matrimonio.

Cinco pares de ojos se abrieron con asombro al oír esa declaración. Dare los miró con serenidad, mientras se sentía más allá del aturdimiento.

—¿Ella? ¿Esa persona es una mujer? — preguntó la señora Whitney.

—¡Lo sabía! — Exclamó Patricia y saludó a su hermano con su sable de madera, antes de darle un beso en la mejilla—. ¡Estoy tan feliz!

—Buena suerte, amigo — dijo David, el capitán de los mares, mientras palmeaba a Dare en la espalda.

—¿Lady Charlotte? — Gruñó lady Jersey y se volvió para mirar de frente a la persona en cuestión—. ¿Lady Charlotte Collins? ¿La lady Charlotte que huyó con un vulgar italiano, a pesar de que yo le advertí que terminaría mal? ¿La lady Charlotte a la que le prohibí específicamente que asistiera a mi baile? ¿La lady Charlotte que, después de enterarse de mi negativa, se refirió a mí como «esa vieja gata celosa que no reconocería la calidad ni aunque la mordiera en el trasero»? ¿Esa lady Charlotte?

Dare miró a Charlotte. Y ella le devolvió la mirada, con los ojos abiertos por la sorpresa. Luego lanzó un grito de felicidad y se arrojó a los brazos de Dare, al tiempo que le murmuraba en el oído:

—¡Sabía que esto terminaría bien! ¡Sabía que no me fallarías! Ahora nos casaremos y ya no te perseguirán más y lady Jersey tendrá que recibirme y tendré vestidos e iré a bailes y fiestas y, lo mejor de todo, tu instrumento estará feliz de ponerse a trabajar, mientras me intuyes acerca del uso del sillón.

—Instruyes — la corrigió Dare en voz baja, frunciéndose ligeramente al sentir que la flecha del cazador lo atravesaba con una herida mortal. Y sintió en su boca el sabor amargo de la traición.