Capítulo 15

Su esposa era la encarnación del mismo diablo.

—¡Buenos días, esposo! ¿No te parece que hace un día precioso?

Cierto, no tenía cuernos, ni olía a azufre, pero Dare estaba convencido de que ella era una creación de Satán, si no era el mismo demonio en persona.

—Claro que no sabes que fuera está haciendo un día precioso porque la habitación está en penumbra. Voy a abrir las cortinas para que entre la luz del sol.

¿Quién más se alegraría tanto con su dolor, si no era el mismo diablo?

—No te has comido el desayuno. Dare, tienes que comer, no puedes esperar recuperarte si no comes.

Charlotte le estaba sonriendo, maldición, y sus hoyuelos danzaban frente a los ojos de Dare, mientras ella trataba de obligarlo a comer. Su mujer siempre lo estaba obligando a hacer una cosa o la otra. Y él no quería que lo obligaran a nada, sólo quería que lo dejaran en paz. En la penumbra. Sin la presencia de unos ojos azules que le recordaran todo lo que había perdido. Dare quería morirse.

—¿Dare? Te traigo un regalo... Lo he hecho yo.

Dare cerró los ojos... el ojo... y contuvo el aliento. Si fingía que estaba dormido, tal vez Charlotte lo dejara en paz. Ya había funcionado en otras ocasiones. Un par de veces. Aunque hacía tiempo que había dejado de funcionar.

—¡Aquí está! Es un parche nuevo. ¿Te gusta?

Dare sintió que el aire alrededor de su cara se movía, como si alguien estuviera agitando un objeto frente a él... un objeto que tenía más o menos el tamaño y la forma de un parche para el ojo.

Un parche que necesitaba para cubrir el agujero que le había quedado en la cara en el lugar donde solía estar su ojo derecho.

—No ha sido tan fácil como creía, pero al final creo que me ha quedado bastante bien. He utilizado tu falda escocesa... ¡Me ha quedado precioso!

Ahí estaba Dare: tuerto, lleno de cicatrices, con el brazo derecho convertido en una prolongación flácida e inútil, una absoluta miseria de hombre. Un inútil, eso era lo que él era. No, peor que un inútil, alguien digno de lástima. Se había convertido en un medio hombre inútil y digno de lástima, alguien que le había fallado a su esposa de todas las maneras posibles en cuanto a los deberes conyugales.

—Creo que te va a quedar muy bien. Aunque no ha sido nada fácil cortar la falda.

Lastimoso y patético, un cascarón, lo que antes solía ser un hombre, pero ahora no servía para otra cosa que sentarse en medio de la oscuridad, ocupando un espacio y consumiendo una comida que debería estar destinada a hombres mejores y más valiosos, que no hubiesen arruinado su vida y la de su esposa... ¿La falda?

Dare abrió el ojo que le quedaba.

—¿Has usado mi falda escocesa para hacer el parche?

Charlotte se arrodilló a sus pies y le puso una mano sobre la rodilla. Tenía en la mano un parche rojo, decorado de tal manera que parecía una falda escocesa minúscula. Debía haberse pasado horas trabajando en eso.

—Dáselo a otro — se oyó refunfuñar—. Yo no me lo merezco.

—No seas ridículo. No conozco a ningún otro McGregor que necesite un parche de ojo. — Charlotte volvió a enseñarle esos malditos hoyuelos de felicidad. Luego apretó la mano sobre su rodilla, lo cual produjo un repentino rayo de calor que subió por su pierna, directo hasta la ingle.

Ésa era otra manera en que él estaba destinado a fallarle. Charlotte quería tener hijos. También disfrutaba de sus relaciones sexuales. Pero ahora estaba amarrada a él de por vida, a un lastimoso espécimen de hombre que nunca sería capaz de satisfacer los deseos más básicos de su esposa.

Si tuviera un poco de honor, se pondría una pistola en la cabeza y terminaría con el tormento de los dos.

—Déjame en paz — balbuceó Dare y recostó la cabeza en el respaldo de la butaca en que estaba sentado, al tiempo que cerraba su único ojo.

—¿Qué has dicho?

—¡Que me dejes en paz! — dijo alzando la voz; y abrió el ojo para mirarla con furia.

Charlotte lo estudió con la mirada durante un momento y luego se inclinó hacia delante entre sus piernas, hasta que los senos quedaron contra la pelvis de Dare, y acarició con los dedos la enredadera de cicatrices que marcaba el lado derecho de la cara de su marido.

—¿Tienes algún dolor?

Dare se sorprendió al sentir que tenía una erección. Pensaba que ya no era capaz de tener erecciones, pero la tibieza de los suaves senos de Charlotte contra su cuerpo, sumada al ligero aroma a lavanda que llegaba hasta su nariz y la erótica caricia de los dedos de su esposa sobre su cara lo excitaron de una manera que no había experimentado en el último mes, desde el accidente.

—No — respondió con voz ronca, al tiempo que la esperanza renacía dentro de él. Si podía estar con ella, su vida al menos tendría alguna utilidad. Podría producirle placer a Charlotte, darle hijos, compensarla de alguna manera por el infierno al que la había arrastrado.

Charlotte ya no estaba mirando las heridas de Dare, ahora estaba mirando su boca, con una avidez que revelaba los deseos que sentía de estar con él. Una llama de fuego creció dentro de Dare cuando se inclinó para capturar la boca de Charlotte, para volver a probarla, para hundirse en el tibio refugio que le ofrecía. Deslizó un brazo alrededor de la cintura de Charlotte y la atrajo con fuerza hacia sí, mientras la otra mano se moría por acariciar su pelo y echarle la cabeza hacia atrás para entrar en su boca.

Dare se miró el brazo derecho con desprecio. Colgaba de manera flácida a su lado, negándose a enredar los dedos entre los rizos dorados de Charlotte. Ni siquiera podía levantarlo lo suficiente para abrazarla. — ¿Dare?

Dare dejó caer el brazo izquierdo de la cintura de Charlotte y se desplomó contra el respaldo de su asiento, al tiempo que cerraba su único ojo para no ver la desilusión — y, peor aún, el sentimiento de lástima — que estaba seguro que encontraría en los ojos de su esposa.

—¿Dare? ¿Pasa algo?

¡A qué extremo había llegado! La desesperación se apoderó de él al darse cuenta de que, aunque hubiese sido capaz de hacer que su brazo herido funcionara adecuadamente, nunca podría complacer a su esposa. Ninguna mujer en sus cabales querría que la tocara esa patética imitación de hombre.

—Esposo, entiendo que te sientas frustrado porque todavía no tienes fuerza en el brazo, pero el doctor Milton dice que el ejercicio te ayudará a recuperar la movilidad y la fuerza. ¿Quieres hacer un poco de ejercicio ahora? Cuando termines, me encantaría sentarme en tus piernas y besarte.

Dare sólo se estaba engañando al pensar que las cosas podían ser de otro modo.

—Déjame en paz, Charlotte.

—Pero, Dare...

—¡Vete, mujer! ¿Por qué siempre tienes que estar merodeando a mí alrededor? ¿Acaso no ves que no te quiero?

—Pero yo quiero ayudar...

—¡Lo único que quiero de ti es que te marches!

Dare habló con crueldad y dijo palabras hirientes, cuyo propósito era causar dolor, porque sabía que ésa era la única manera de alejar a Charlotte de su lado. Esperaba que, al final, ella le contestara en el mismo tono, que le gritara palabras ofensivas a la cara y saliera de la habitación corriendo y sollozando. Pero no esperaba que ella se apretara contra él y lo besara con suavidad en los labios.

—Te amo, Dare. Siempre te amaré.

Dare mantuvo el único ojo cerrado para evitar las lágrimas que generaron las palabras de Charlotte y contuvo el aliento hasta que oyó que la puerta se cerraba detrás de ella. Sólo entonces soltó la respiración y se quedó mirando fijamente la alfombra que tenía bajo los pies.

Lo último que podría soportar es que ella lo viera llorando.

*****

—Ya estoy de vuelta, Perkins.

—Eso veo, milady. ¿Cómo estaba el señor Inge?

Charlotte se quitó la chaquetilla.

—Se ha puesto muy triste cundo le he dicho que habría que retrasar, de momento de forma indefinida, mi plan para distraer a la sociedad haciendo que lady Brindley sufriera un accidente mortalmente embarazoso; pero está de acuerdo en que ahora tengo cosas más importantes que atender y que lo que chismorrea la gente no es una de mis prioridades, de momento. La visita al doctor Milton ha sido un poco más desagradable. ¿Ya ha comido mi esposo?

—Lamento decirle que no, milady.

Charlotte se detuvo mientras se quitaba los guantes y se quedó mirando al mayordomo. En las últimas cuatro semanas Perkins había perdido su habitual aire de desgracia, como si el hecho de atender a su patrón herido lo hubiese liberado de esa obsesiva preocupación por él mismo. Perkins había trabajado tan duramente como ella para mantener a Dare vivo durante esas primeras semanas; los dos habían estado permanentemente junto a Dare, turnándose para que uno pudiera descansar mientras que el otro lo velaba y se aseguraba de que la fiebre no se lo llevara para siempre. Había sido una lucha larga y tortuosa, pero después de dos semanas celebraron en silencio su victoria, cuando la fiebre cedió y Dare comenzó a recuperar rápidamente las fuerzas.

Hasta la última semana, cuando la melancolía y la depresión se habían apoderado de él.

—¿Ha salido de su habitación?

—Está en su estudio.

Perkins tenía una mirada sombría, cargada de aprensión. Charlotte frunció el ceño, mientras se quitaba el segundo guante. ¿Qué había en el estudio de Dare para que Perkins estuviera tan preocupado? Dare no había salido de su habitación desde que lo llevaron allí después del accidente, más vivo que muerto. El hecho de que hubiese dejado su habitación para ir al estudio debía ser una buena señal.

Charlotte arrugó la frente mientras recordaba los hechos de la mañana y se dirigía a las escaleras. Dare le había dicho que no la necesitaba. Había rechazado sus atenciones, ni siquiera había logrado besarla, cuando ella se apretó contra él, pero Charlotte había visto en sus ojos el desprecio que sentía hacia sí mismo y sabía que se estaba hundiendo en un pozo de autocompasión. El médico le había dicho que Dare estaba curado físicamente, pero que el problema ahora era su espíritu...

—¡Maldición! ¡Las pistolas!

Charlotte subió las escaleras a todo correr, mientras que el corazón le latía como loco. ¿Por qué no había tenido la precaución de esconder las pistolas? La respuesta resonó en su cabeza al llegar al último escalón y tomar el largo corredor.

Charlotte nunca pensó que Dare pudiera llegar a sentirse tan desesperado que contemplara la posibilidad de quitarse la vida.

—¡Lady Charlotte!

Charlotte hizo caso omiso del grito de Perkins y se abalanzó hacia la pequeña habitación del fondo de la casa que Dare usaba como estudio.

Dare estaba sentado a oscuras frente a la chimenea apagada, con una botella de whisky al lado y una de sus pistolas de duelo sobre la rodilla. Al oírla, movió lenta y tortuosamente la cabeza hasta que su único ojo quedó frente a ella. Charlotte se quedó sin aliento al ver la expresión de desesperanza que reflejaba ese único ojo azul oscuro. Dare se había dado por vencido. El doctor Milton le había advertido que había hombres que luchaban por su vida y otros que se rendían y se dejaban morir. A pesar de todo el amor y los cuidados de Charlotte, Dare había elegido ese último camino.

Pues bien, ¡sería mejor que lo pensara dos veces! Charlotte se paró frente a su esposo, con los puños cerrados y una sensación de rabia que nunca antes había experimentado, al ver la pistola sobre su regazo. Lo amaba, ¡Dare no podía darse por vencido tan fácilmente! Él también la amaba. ¿Acaso eso no quería decir que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella?

—Si te matas, nunca te lo voy a perdonar — le gritó Charlotte—. Nunca, ¿entiendes? ¡Nunca! Convertiré tu vida en un infierno, te lo juro.

Dare parpadeó al oírla y luego sonrió con tanta amargura que ella tuvo ganas de darle una bofetada. Pero no podía abofetearlo porque estaba herido. Una buena esposa no abofeteaba a su marido cuando éste había sufrido una experiencia tan traumática como sobrevivir a una explosión.

—Si estoy muerto, será difícil que conviertas mi vida en un infierno.

El sonido que produjo la mano de Charlotte al estrellarse contra la mejilla de Dare los sorprendió a los dos. Perkins, que estaba parado en el umbral, dejó escapar una exclamación, pero luego sonrió, comenzó a retroceder en silencio y cerró la puerta al marcharse. Dare se quedó mirando a Charlotte con total incredulidad. Dejó lentamente la pistola sobre la mesa que tema al lado y se puso de pie, apoyándose en una sola mano.

Charlotte se negó a darle más espacio. Se quedó parada exactamente donde estaba, justo contra él, con la cabeza echada hacia atrás para fulminarlo con la mirada para siempre.

—Me has pegado — rugió Dare.

—Sí, lo he hecho. Y me ha gustado — le respondió Charlotte de forma desafiante. Era cierto, le había gustado abofetearlo; pensó que debía estar avergonzada, pero la triste realidad era que estaba harta de verlo autocompadeciéndose. Esa misma tarde el doctor Milton le había dicho que si Dare no dejaba de compadecerse, lo más probable era que no sobreviviese otro mes. Al ver la pistola, Charlotte pensó que tal vez ni siquiera duraría un mes—. En efecto, me ha gustado tanto que creo que voy a hacerlo otra vez.

La segunda bofetada hizo que la cara de Dare ya no se viera tan pálida, pero lo mejor de todo fue que también hizo que apareciera una chispa asesina en su único ojo. Charlotte habría podido ponerse a bailar por la alegría que le produjo ver esa emoción, pues hasta ese momento lo único que se veía en el hermoso ojo de Dare era apatía y desaliento.

—Soy un hombre herido, madame. ¿Tanto placer le produce mi dolor que quiere usted aumentarlo? — preguntó Dare con los dientes apretados.

—Por supuesto que sí — respondió Charlotte y levantó un poco más la barbilla, mientras sonreía para sus adentros al ver la expresión de indignación que se reflejaba de manera evidente en el atractivo rostro de su esposo—. Ésa es la razón por la cual no me he despegado de tu lado durante estas últimas cuatro semanas. Ésa es la razón por la cual me he sentado a la cabecera de tu cama a velarte toda la noche, todas las noches, durante las dos semanas en que ardías de fiebre. Ésa es la razón por la cual te bañé, te cambié las vendas, me ocupé de tus necesidades personales, te alimenté, lloré por ti y te rogué que no te dieras por vencido y lucharas contra la fiebre hasta que regresaste a mí. Ésa es la razón por la cual no había puesto un pie fuera de esta casa desde el accidente, hasta hoy, que he ido a visitar al médico que te niegas a recibir. He hecho todo eso porque me complace mucho verte sufrir.

Dare tuvo la elegancia de parecer avergonzado, pero eso no fue suficiente. Estaba claro que había llegado la hora de que él tomara una decisión y por Dios que si no tomaba la decisión correcta, Charlotte la tomaría por él.

—No pasaré otra vez por la pesadilla de tener que elegir y entrenar a otro marido — le dijo Charlotte, mientras le daba un ligero empellón en el pecho.

—¿Entrenar? — Gruñó Dare—. ¿Me estás comparando con un animal al que hay que domesticar para que pueda vivir en sociedad?

—Te estoy comparando con un hombre que es extremadamente tonto y obstinado y que no tiene idea de lo que es verdaderamente importante en la vida. Hasta que no te des cuenta de lo afortunado que eres de tenerme como tu mujer...

—Sí que me doy cuenta de lo afortunado que soy... que era — le gritó Dare con la cara roja de la ira—. ¡Tú eres la mujer más hermosa y asombrosa que conozco, maldición! ¡Yo te amo!

—Entonces lo mejor será que empieces a demostrarlo — dijo ella con un tono que una persona menos refinada habría calificado de grito.

—¡Maldita seas, mujer! ¿Y cómo quieres que lo haga? ¡Soy un lisiado! ¡Estoy casi ciego! ¡No valgo nada en ningún aspecto! No tengo dinero, ni título, ni posición social, y lo único que me quedaba: un cuerpo digno de adorarte, ha quedado destruido. La única manera en que puedo demostrarte cuánto te amo es liberar a la tierra de mi lamentable presencia y dejarte en libertad para que te cases con un hombre que pueda darte lo que yo no puedo.

Charlotte volvió a abofetearlo, no muy fuerte, pero sí lo suficiente como para que él apretara la mandíbula, entrecerrara el ojo y le agarrara la mano para evitar que volviera a hacerlo. Charlotte tenía que admitir que estaba muy orgullosa de haber sido capaz de sacarlo de ese estado de autocompasión.

—¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves a insinuar que la única razón por la que me casé contigo fue por tu dinero, o tu título, o tu posición social, o tu atractivo rostro!

Dare se inclinó hacia delante, hasta que Charlotte sintió en la cara el calor de su aliento.

—¿Puedes afirmar con sinceridad que no te casaste conmigo por esas cosas?

—No, ¡claro que no puedo! ¿Qué mujer en mi posición no se casaría por dinero o por un título o atraída por una apariencia atractiva?

Una expresión de resignada confusión volvió a apoderarse de su cara, mientras que Dare le soltaba la mano y se frotaba la frente.

—Estás reconociendo que te casaste conmigo precisamente por las cosas que ya no puedo darte y, sin embargo, ¿te ofende que te lo diga?

Charlotte le quitó el sombrío parche negro que llevaba en el ojo y se situó detrás de él para ponerle el nuevo parche con diseño de falda escocesa.

—El rojo te sienta muy bien. No me ofende el hecho de que sepas por qué me casé contigo; me ofende que pienses que esas cosas todavía me importan. Una vez que logré la proeza de enamorarme de ti (lo cual no fue tarea fácil, teniendo en cuenta tu temperamento), todo cambió. A una mujer enamorada no le importan el dinero ni las apariencias.

Charlotte volvió a situarse frente a él y deslizó sus dedos a lo largo de su brazo inerte hasta agarrar los dedos de Dare entre los suyos; luego se llevó a la boca la mano de su marido y besó cada uno de sus dedos.

—¿Y a una mujer enamorada tampoco le importan la posición y los títulos?

—Los títulos, no — respondió Charlotte enseñando sus hoyuelos—. La posición... bueno, las mujeres enamoradas se reservan el derecho a mantener su posición de manera que puedan aumentar los éxitos de sus maridos. En realidad creo que ya he llegado al límite de mi paciencia y no voy a soportar que sigas lamentándote de tu situación, Alasdair. En consecuencia, voy a seguir el consejo del doctor Milton y te voy a dar un umbráculo: vas a decidir aquí y ahora mismo que quieres seguir viviendo. Te vas a dar cuenta de que, a pesar de haber perdido un ojo y tener poca fuerza en un brazo, sigues siendo un hombre importante y lleno de vida. Vas a recordar que juraste ante Dios amarme y respetarme, y eso es imposible si estás muerto o lloriqueando por ahí en la penumbra. Yo merezco que me ames y me respetes. Por esa razón me vas a besar y a abrazar, y a tocarme en esas partes íntimas que palpitan cada vez que estás cerca; y luego me harás el amor. Cada noche. De ser posible dos veces por noche, cuando estés completamente recuperado, claro. En resumen, esposo mío, volverás a ser el Dare que conocí y del que me enamoré y ¡lo harás en este mismo instante!

Parecía como si Dare quisiera sonreír, pero tuviera miedo de hacerlo. El fuego de la rabia se fue desvaneciendo de su único ojo, al tiempo que rozaba el hombro de Charlotte con el pulgar.

—Se dice ultimátum, no umbráculo.

—Lo sé — dijo ella con suavidad y dejó que sus ojos se llenaran de todo el amor que sentía por su marido—. Pero me gusta más como suena la palabra umbráculo. Es más poderosa.

Dare esbozó una sonrisa.

—Mi hermosa esposa. Mi hermosa Charlotte, que se merece algo mejor.

—Sí, así es — dijo ella y apoyó la mejilla contra el dorso de la mano de Dare—. Me merezco un marido que no sea un cobarde, un marido que no conozca el significado de la palabra rendirse. Me merezco un marido que me ame lo suficiente para luchar por mí.

—Te mereces un marido que pueda darte lo que tú deseas — dijo Dare en voz baja—. ¿Qué puedo ofrecerte yo? No tengo un centavo, estoy inválido y medio ciego. Mi título está en duda y nuestro único medio de salvación yace convertido en una montaña de metal retorcido. Tú te mereces mucho más de lo que yo puedo ofrecerte, Charlotte.

Charlotte se negó a dejarlo alejarse y envolvió los dos brazos alrededor de la cintura de Dare, mientras frotaba su nariz contra la de él.

—Una vez me dijiste que la apariencia no lo era todo; ahora te digo lo mismo. Puedes estar inválido y medio ciego, pero todavía eres tú y eso es lo único que importa. Y en cuanto a las otras cosas... tendrás más dinero del que pueda gastar después de que vendas tu máquina. Es posible que tu título esté perdido, aunque Inge está trabajando diligentemente en ese asunto, pero todavía disfrutas del respeto de la sociedad. Es posible que hayas perdido un ojo, pero todavía tienes otro y el doctor Milton está convencido de que recuperarás al menos parte del movimiento del brazo derecho cuando te lo propongas. Y en cuanto a tu máquina, tengo la seguridad de que si te dedicas a ella, podrás tenerla lista a tiempo para la exposición.

Dare comenzó a negar con la cabeza aun antes de que ella terminara de hablar.

—Sólo quedan dos semanas. Es imposible reconstruir la máquina en ese tiempo.

Charlotte rozó los labios de Dare con su boca y sonrió al ver una chispa de pasión en su único ojo.

—Todos colaboraremos. Perkins ha hecho una evaluación de los daños, y dice que lo único que hay que reemplazar es la caldera. Tienes un poco más de dos semanas, ¿puedes construir una caldera en ese tiempo?

Dare frunció el ceño, un gesto que hizo que Charlotte quisiera gritar de la felicidad. Lo estaba pensando. Charlotte podía verlo haciendo cálculos acerca de lo que había que hacer para tener la máquina lista.

—Reconstruir la caldera sólo me llevará unos días, pero ése no es el problema. Es evidente que mi diseño tiene un fallo, si no lo tuviera no habría explotado bajo la presión de una caldera a medio llenar.

—Entonces sencillamente tendrás que diseñar una máquina nueva — dijo Charlotte con el ánimo de ayudarlo y lo volvió a besar, pero esta vez sus labios se detuvieron un rato en la boca de su marido y sus alientos se mezclaron.

—No puedo... — comenzó a decir Dare, mientras le enredaba un brazo alrededor de la cintura para acercarla más. Charlotte se restregó contra él y casi ronronea de la felicidad al sentir la superficie dura y musculosa del pecho y los muslos de Dare.

—Tú puedes hacer lo que quieras — dijo y le chupó el labio inferior hasta meterlo entre su boca. Dare gruñó y la atrajo con más fuerza hacia él, mientras restregaba sus caderas contra las de ella—. Yo creo en ti, Dare. Yo creo que puedes tener éxito. Nunca me habría casado con un hombre que no pudiera cuidarme como me lo merezco.

—Pequeña bruja — murmuró Dare contra los labios de su esposa.

Charlotte le desabrochó la camisa y se la quitó. Luego, deslizó sus dedos por la suave superficie de la musculosa espalda de Dare y los agradables contornos de su pecho. Aun después de un mes de convalecencia, Dare todavía tenía un cuerpo duro y fibroso.

—Si crees que puedes obligarme a hacer lo que tú quieres...

—Nunca — dijo Charlotte jadeando, mientras le mordisqueaba los labios y rogaba mentalmente que él tomara la iniciativa. Al ver que no lo hacía, murmuró—: Yo no obligo a nadie a nada. Sin embargo, la seducción es otra cosa...

Como Dare todavía no la estaba besando de la manera en que ella quería ser besada, decidió tomar el asunto en sus manos, por decirlo de alguna manera. Así que exigió permiso para entrar al tibio refugio de la boca de Dare y, cuando le fue concedido, la invadió sin piedad, degustándolo, provocándolo, atizando las brasas de la pasión que ardía entre ellos.

Con un gemido, Dare sucumbió al fuego de la pasión y su boca comenzó a moverse sobre la de Charlotte cada vez con más ardor, mientras que su lengua hacía todas esas proezas maravillosas que la joven creía antes de conocerle que nunca le iban a parecer interesantes (afortunadamente estaba equivocada), y su cuerpo se apretaba contra el de ella moviéndose con una lentitud tan sensual que amenazaba con acabar con la poca razón que le quedaba. Dare movía la mano por todas partes: en un momento sus dedos echaban la cabeza de Charlotte hacia atrás para colocarle la boca en un ángulo que permitiera una mayor penetración, y al momento siguiente estaban deslizándose por las cintas de la parte trasera del vestido de su mujer, apartando el fino lino de la ropa interior hasta sentir la tibieza de su piel. En medio de las profundidades de su mente, enrarecidas por la pasión, Charlotte recordó una escena del pasado y se apartó sólo lo suficiente para empujar a Dare hacia atrás, hacia el sillón. Ella lo siguió y se levantó el vestido de manera que pudiera sentarse a horcajadas sobre las piernas de su esposo. — Char, no puedo...

—¿Acaso no te acuerdas? — Dijo ella con una risita y comenzó a trabajar febrilmente con las manos hasta liberarlo de la camisa—. Prometiste mostrarme cómo se hace el amor en un sillón. Todavía tengo curiosidad acerca de la logística del asunto, suponiendo que tenga razón al creer que tu instrumento erecto podrá funcionar patas arriba, y no es que yo tenga ninguna experiencia con instrumentos patas arriba, ya lo sabes, pero como tu instrumento parece estar a punto de romper los botones, me imagino que te complace la idea de ser violado en este sillón. En consecuencia, confío en que me des una buena explicación acerca de cómo van las piernas y demás.

Dare la besó apasionadamente, antes de retirar sus labios de la boca de Charlotte y trazar una línea de besos que bajaba por su cuello.

—No puedo hacerlo, mujer. No puedo... no sé cómo puedo... tú no puedes querer que...

—Oh, pero así es — dijo Charlotte corrigiéndolo, mientras le mordisqueaba las mejillas y sus dedos luchaban a tientas con la tela que cubría la entrepierna de Dare—. No te puedes imaginar cuánto te deseo, Dare.

—Pero tú te mereces algo mejor que un medio hombre con la cara llena de cicatrices y un brazo inerte — rugió Dare contra el hombro desnudo de Charlotte, al tiempo que ella lograba desabrochar el último botón de sus pantalones y retiraba la tela rápidamente para tomar entre sus manos el miembro erecto de su marido.

—Yo te merezco. — Charlotte sonrió y luego le quitó el parche del ojo con suavidad. Dare reaccionó para tratar de detenerla y contrajo la cara con angustia, al tiempo que los dedos de la mano que tenía buena se enterraban en la muñeca de Charlotte—. ¡Hombres! Nunca voy a entenderlos. Tanto alboroto por unas cuantas cicatrices.

Dare apretó la mandíbula mientras Charlotte besaba la cicatriz que corría a todo lo largo de su cara y luego subía hasta alcanzar el párpado cerrado.

—No.

La palabra resonó en medio de un sollozo, una sola palabra, pero tan cargada de dolor que a Charlotte se le llenaron los ojos de lágrimas. Entonces estampó un tierno beso sobre el párpado inservible. ¿Cómo podía pensar Dare que algo tan poco importante como la pérdida de un ojo podía disminuir el amor que ella sentía por él?

—Sí. Hasta que te des cuenta de que tus heridas no me importan, sí. — Charlotte siguió besando el párpado de Dare una y otra vez, hasta que él volvió la cabeza para poder mirarla.

Su único ojo brillaba con la fiebre del deseo, el amor y la pasión, pero también había una sombra de cautela, como si se estuviera preparando para recibir un golpe. Charlotte sonrió y besó el párpado del ojo bueno.

—«De sus párpados brota el amor que afloja los miembros cuando miran y bellas son las miradas que lanzan bajo sus cejas» — recitó de repente Charlotte.

Dare abrió su único ojo, sorprendido. Charlotte sonrió.

—Eso es de uno de esos griegos anticuados que papá siempre estaba citando. No recuerdo cuál... Homero..., creo que se llamaba... o Ilíada... no lo recuerdo; pero sí recuerdo que mi padre nos lo leía en voz alta. El señor Ilíada no era muy interesante hasta que empezó a hablar acerca de verter gotas de dulce rocío en la lengua.

Dare esbozó una ligera sonrisa.

—Creo que el caballero en cuestión se llamaba Homero, no Ilíada.

Charlotte se recostó sobre él, atrapó entre ellos la inquieta mano de Dare y luego le agarró la cara con las manos.

—¿En realidad importa quién lo dijo? — Preguntó, en medio de una cascada de besos—. ¿Acaso importa algo más que el hecho de que eres mi esposo y yo te amo y quiero que me muestres cómo funciona el amor en un sillón?

Dare libró un combate interno durante un momento. Su parte racional, la parte que sabía que él no era digno de ella, la parte que le aconsejaba tomar la salida más cobarde de su situación como la única manera de liberarla, lo instaba a alejarla de sus piernas y retirarse.

Retirarse a su alcoba, a la oscuridad que ocultaba sus cicatrices, no sólo las de la superficie sino, sobre todo, las que tenía bajo la piel. Pero el calor de su esposa, la presión del cuerpo de Charlotte contra el suyo, el amor que destellaban esos hermosos ojos azules claros lo llenaban de una emoción tan fuerte que hizo trizas su resistencia. Dare sabía que debía obligarla a alejarse, pero era demasiado débil para negarse el refugio que ella le ofrecía.

Charlotte susurró el nombre de Dare, mientras que él forcejeaba con su vestido hasta que sus senos, esos gloriosos senos, quedaron libres, enmarcados de manera encantadora por la tela verde y crema del vestido y el encaje de las enaguas. Dare tomó uno de los senos en la mano y acarició con el pulgar el pezón hasta que Charlotte resopló y arqueó la espalda. Él maldijo para sus adentros, mientras apretaba los dientes y trataba de lograr que su brazo derecho respondiera a la necesidad de tocarla, y se sorprendió cuando Charlotte tomó su mano inerte y se la llevó a los senos.

—Como la seda más fina — murmuró Dare, mientras le acariciaba los senos y sentía un asombroso calor que le entraba por los dedos y encendía todo su cuerpo hasta el pecho. La mano derecha de Dare se escurrió de donde Charlotte la había puesto, pero apretando cada uno de sus músculos, él logró detenerla cuando su palma descansaba sobre la curvatura de las caderas de ella, que sentía calientes a través de la tela que las rodeaba.

—¿Sabes? Yo iba a decir exactamente lo mismo sobre ti — dijo Charlotte y usó las dos manos para acariciar el ardiente pene de Dare—. Tu instrumento masculino es muy duro, pero al mismo tiempo la piel es muy suave. En realidad es un instrumento realmente asombroso, ¿no es cierto? Me refiero a que, cuando está inactivo, no llama mucho la atención. Yo diría que es casi cómica la manera como se mece a uno y otro lado y yace inerte. Pero luego, cuando lo tienes así, es magnífico. ¿Cómo haces eso exactamente, Dare? ¿Te llevó mucho tiempo aprender? ¿Tuviste que tomar clases? He visto algunos animales, claro, pero los hombres están más allá del nivel de los animales, así que no puedo dejar de preguntarme cómo funciona este asunto de la erección.

Dare resistió las caricias de su esposa — que continuó explorando la parte inferior de su cuerpo mientras hablaba — todo lo que pudo. Apretó los dientes. Tensionó la mandíbula. Enterró los dedos entre la tela del vestido. Pensó brevemente en algo que pudiera desviar su atención del fuego que ella atizaba con cada caricia de sus dedos, pero él sabía que no duraría mucho más si ella seguía tocándolo.

—Charlotte — le dijo con tanta autoridad como podía reunir un hombre que estaba al borde del éxtasis sexual—, si no te importa, dejaremos la lección sobre la fisiología masculina para otra ocasión.

Charlotte se inclinó hacia delante, de manera que sus senos quedaron apretados contra el pecho de Dare.

—¿Lo prometes? — preguntó, mientras mordisqueaba los labios de Dare, hasta que él le metió una mano entre el pelo y se hundió en su boca. Era tan delicioso besarla que tuvo que hundirse por segunda vez y lo único que impidió que pasara largas horas honrando las maravillas de la boca de Charlotte fue sentir que ella se retorcía con inquietud contra su pene.

—Siempre cumplo mis promesas — murmuró Dare contra el pecho de Charlotte, justo antes de que su boca se cerrara sobre el delicado bocado que lo llamaba con insistencia. Mordisqueó y jugueteó con el primer pezón, mientras que los gemidos de placer de Charlotte llenaban sus oídos y ella le clavaba los dedos entre los músculos de los hombros. Luego enfocó su atención en el segundo seno y lo lamió y lo chupó hasta que la respiración de Charlotte se aceleró tanto como la suya. Retiró los dedos de los rizos de la cabeza de su mujer y disfrutó del estremecimiento de placer que le produjo al acariciarle toda la columna hasta abajo y pasar luego la mano sobre la cadera para acariciar la parte de ella que él sabía que se moría por sentirlo.

—Tendrás que disculpar a mis partes íntimas — dijo Charlotte jadeando, mientras él acariciaba su monte de Venus—. Están un poco mojadas. Parecen humedecerse cada vez que estás por ahí. Eso me preocupaba al principio, pero luego recordé cómo me tocaste ahí en nuestra noche de bodas y que no te impresionaste con la humedad, así que dejé de preocuparme. A menos que no te guste que esté húmeda, y si ése es el caso, me temo que tendrás que...

—Estás diciendo tonterías, mujer — dijo Dare y rugió de placer al sentir que ella le chupaba la lengua y se la metía en la boca. Las llamas del deseo se mezclaron con el amor, la necesidad que Dare tenía de poseerla se unió a la dicha de saber que ella era suya, ahora, esa noche, para siempre.

Dare la levantó con una mano, mientras se deslizaba hacia delante en el sillón y le susurraba instrucciones al oído, al tiempo que ella metía una mano entre los dos para guiarlo hacia sus sedosas profundidades y una ola de placer recorrió todo su cuerpo cuando ella se dejó caer lentamente sobre él. Una fiera sensación de propiedad se apoderó de él mientras le mostraba cómo moverse. Ella era su esposa, su Charlotte, su brillante y apasionada diosa, cuyo amor lo había curado a pesar de que deseaba que lo dejaran morir.

¿Dare pensaba que su mujer era el diablo encarnado? Entonces retiró los labios de la suave curva de la garganta de Charlotte y la observó arquear la espalda, con los ojos muy abiertos por el asombro y el éxtasis, mientras la melodía del frenesí de Charlotte lo llenaba y lo unía a ella hasta que él ya no sabía dónde terminaba ella y empezaba él. El amor de Charlotte lo recorrió como una ola de calor tan fuerte que quemó su nombre en su lengua, al tiempo que franqueaba la entrada y vertía su semilla dentro de ella.

Dare sintió que Charlotte recitaba contra su piel palabras suaves y sin sentido, acompañadas de delicados besos y el roce de su aliento. Charlotte no era un demonio; era un ángel.

Y él nunca la dejaría ir.