CAPÍTULO VI
Slim Halsey se aproximó al local de bebidas.
En aquel instante, el anciano Tommy apareció en el hueco de la puerta y dio un respingo al ver a Halsey.
—Demonios, ya veo doble —dijo» y se volvió para entrar nuevamente en el local.
—Eh, espere, abuelo.
Tommy encogió los hombros y se volvió calmosamente hacia Halsey.
—¿Por qué ve doble? —inquirió Slim.
Tommy abrió los ojos, uno tras otro.
—Un tipo como usted se largó esta mañana. Me pasa en cuanto Pat me sirve ese matarratas de a diez centavos.
Slim sonrió al anciano.
—No ve doble, abuelo. Soy yo. He vuelto.
—¿De veras?
—Ya noté que me seguía „con el ojo cuando abandoné di pueblo. Sin embargo, acabo de ¿egresar hace un rato. —Vaya, ha ido de campo.
—Me abre el apetito.
Tommy rio cascadamente.
—Es un alivio para mí, muchacho. Creí que empezaba a perder facultadles porque sólo bebí un par de vasos.
—De modo que Max le dijo que me vigilara...
Tommy se rascó la peluda patilla.
—Sólo me dijo que lo tuviera al corriente de sus movimientos.
—Este Max...
—Oiga, usted no parece serle muy simpático. No es bueno que Max le tome ojeriza a un tipo.
Slim sonrió.
—El y yo somos carne y uña, abuelo. Lo que pasa es que Max resulta algo renegón.
—Ya lo he notado, muchacho.
—Sin embargo, es un buen tipo —Slim suspiró—. Un gran tipo, abuelo.
El viejo entornó un ojo sagazmente.
—¿Oyó decir cómo se cargó a la pareja de buitres que emplomaron al sheriff?
—Sí.
—Es un lince el buen Max. ¡Ah, qué gran sabueso! ¡No se le escapa ni un pájaro cuando le ha tomado medid;;. A esos dos los localizó en menos tiempo de lo que me cuesta a mí estornudar.
—Bueno, Tommy; vuelva al abrevadero y remójese bien. Y dígale a Pat que le sirva whisky del bueno.
— Me echaría a patadas.
—Este dólar hará que se lo sirva en copa de cristal, abuelo.
Tommy abrió los ojos ante el dólar. Lo tomó y lo escondió en el calcetín.
—Gracias, hijo. En estos tiempos un dólar sirve para mucho.
—Hasta la vista, Tommy.
Slim Halsey se separó del viejo y continuó calle abajo.
Al llegar a la esquina de la tercera bocacalle, dio la vuelta y se detuvo ante una puerta encristalada que ostentaba un rótulo:
“George Field —Juez”.
Slim empujó la puerta y una campanilla sonó por encima de su cabeza.
A través de una segunda puerta de cristales, se dejó oír una voz:
—Puede pasar.
Slim abrió y encontróse con un hombre de unos cuarenta y cinco años.
—¿El juez Field?
El juez se echó atrás en el asiento y cerró un grueso atestado.
—¿Qué desea, señor?
—Me llamo Halsey. Slim Halsey.
—Siéntese, señor Halsey.
Slim permaneció erguido frente a la mesa de Field.
—Lo que tengo que encargarle puedo hacerlo de pie. Hizo una pausa mientras se rebuscaba en el bolsillo trasero del pantalón y extrajo un sobre lacrado—. Quiero depositar este pliego.
El juez Field se desposeyó de los lentes de aro y pareció ver mejor al visitante. En sus ojos danzó un destello eje curiosidad. Observó el sobre.
—¿Un depósito eh? Protección legal de documentos privados.
—Exactamente. Ustedes, los jueces, aceptan estos encargos. Luego líos sobres se abren en determinada fecha o hecho.
—Sí; “depósito y apertura por apremio circunstancial” —cacareó Field—. Esta fórmula se usa cuando el depositante corre cierto peligro y desea que el documento quede protegido por la Ley. Le costará sólo cinco dólares.
—Usted cobrará, juez —dijo Slim.
—¿Qué peligro corre usted, Halsey?
Slim suspiró.
—Estamos amenazados de miles de peligros, Juez Field. Cualquier cosa puede mandarnos hoyo.
—Por ejemplo, podría caernos este techo encima.
Field miró las vigas y resolló poniendo las manos sobre la mesa, el pliego por medio.
—Bien, Halsey. EÍ sobre está tan seguro en mi caja fuerte como en el arca del Banco.
—Eso creo, juez.
—¿Puedo saber algo del contenido, Halsey? No soy curioso, pero me ha intrigado esta visita.
—Se lo leo en los ojos, juez —sonrió de medio lado Halsey—. Sólo se trata de un informe personal. Hasta la vista, juez.
—Oiga…
Field se levantó prestamente del sillón, pero Slim Halsey ya atravesaba la puerta de la calle.
Se detuvo como si pensara algo más conveniente.
El juez repasó la estantería atestada de libros de leyes y sacó una novela de Xavier de Montepin.
Pasó las hojas rápidamente y buscó un pasaje dónde un villano abría y cerraba un sobre lacrado con toda impunidad.
Minutos después puso en práctica el método del villano. Trabajó con los lacres y sacó el contenido.
Comenzó a leer un pliego con letra de buena caligrafía y no tuvo que usar los lentes.
Decía:
“Informe de la Agencia Astor”.
—“Según hemos obtenido de indagaciones oportunas, Jacob Stuart fue visto por última vez en Jeep City hace cinco años. Stuart debe tener en la actualidad unos treinta años. Es moreno, alto, de rostro anguloso y nariz un poco aguileña. Ojos negros. Según los datos que poseemos, Stuart se casó con Harriet Bowle hace unos ocho años. Sin embargo, ignoramos el paradero de su esposa Harriet y tampoco tenemos referencias de que se separaran legalmente o hubiese sentencia interlocutoria de divorcio. Sospechamos que continúa casado legalmente, sin que podamos asegurar este extremo. Respecto a sus actividades profesionales sabemos que se dedicaba a lo que se ha dado en llamar “Negocios Varios”. Consultados algunos clientes, dicen que Stuart era hombre de moralidad intachable en lo que concierne a los negocios. Aunque tiene en contra ese matrimonio sospechoso, ya que evidentemente no se separó de Harriet Bowle con legalidad ni convive probablemente con ella. Sabemos que Stuart no tiene ninguna condena ni está reclamado por ninguna autoridad.
Anotamos una información de última mano, donde cierto hombre asegura que Jacob Stuart habita actualmente en Orrestown bajo el nombre de Max Carter, dedicado a la ayudantía de sheriff.
El juez Field dio una respingo y levantó la mirada, quedando con los ojos muy abiertos.
—¡Santo Cielo! —farfulló—. ¡Max Carter!
Luego, acabó de leer las últimas líneas.
“Este reporte de la sección “Informes Prematrimoniales” será entregado con toda reserva a la señorita Vilma Lane, de Orrestown.”
—¡Infiernos! —resolló el juez, atónito. _
Y seguidamente introdujo el papel dentro del sobre y puso en práctica el método de cerrado perfecto descrito por Montepin.