Vio a Halsey tomar un fajo de billetes. Precisamente los billetes con que había pagado a aquellos pajarracos.
Halsey dedicó una sonrisa a Max, pero no dijo nada. Estaba contando pausadamente el dinero y miraba cada billete por las dos caras para ver si eran buenos.
Max notó el sudor frío que le corría por la cara. Había pensado en despojar del dinero a los dos asesinos, apenas muertos, pero las cosas se habían producido muy distintamente a lo calculado. Ahora el dinero estaba en manos de aquel maldito tipo: Slim Halsey.
Halsey se quedó con la boca abierta.
—Demonios, son buenos, ayudante. ¡Y hay doscientos machacantes! Todos billetes muy nuevos.
Max trató de controlar las cuerdas vocales para que su voz no saliera demasiado ronca, pero así y todo le resultó extraña a sus propios oídos.
—Apuesto a que los robaron—dijo.
Halsey se le quedó mirando. Sus negras pupilas brillaban con ironía.
—¿A quién quiere engañar, ayudante?
Max sintió calor y a continuación, frío.
—¿ Cómo?
—Usted sabe tan bien como yo que este dinero se lo ganaron a pulso.
—Explíquese —dijo Max. y ahora le estaba produciendo cosquilleo una gota de sudor que le resbalaba por la sien.
—Este montón de pasta no debe haber sido robado. Esta clase de tipos no se entretienen en liquidar a un sheriff cuando disponen de un montón así. Elsted dijo que acabaron con su jefe por las buenas.
—Lo mataron por la espalda.
—¿Se da cuenta? No pudo ser una venganza porque el aspecto de esos dos es más bien de ratas, de tipos desalmados que sólo hacen las cosas por dinero. Cuando tipos de esta clase tienen doscientos dólares en común no se preocupan de vengarse; se los gastan en francachelas. Bien, éste es el precio que cobraron por despenar a su jefe. Busque al anterior dueño de los billetes y tendrá al culpable.
Halsey acabó sus palabras depositando el fajo de billetes en la mano de Max.
A Max casi se le escaparon porque tenía la palma húmeda de sudor. Halsey contaba lo ocurrido como si lo hubiera visto, y atrayendo la atención de algunos de los vecinos que se habían detenido cerca de ellos tratando de fisgonear en la conversación. Si Halsey no sabía nada del asunto tal como aparentaba, resultaba entonces un cerebro excepcional, un pájaro del que tenía que prevenirse. Era inquietante que todavía tuviera que ir a Orrestown y cumplimentar el extraño encargo. Max habría preferido verlo a mil millas de distancia, aunque tenía que reconocer que estaba vivo gracias a él.
—Bien, Halsey; le quedo agradecido. Usted me ha ayudado de veras.
—Ya sé que me está agradecido, ayudante —Halsey lo miró asomando una expresión divertida a sus negras pupilas.
—Algún día le devolveré el favor.
Halsey sonrió irónicamente y alargó el brazo golpeando a Max en el hombro.
—Claro que me devolverá el favor, Max. —Golpeó con el dedo al compás de sus palabras—. Esto me lo cobraré de alguna manera. Me lo pagará alguna vez, Max.
Max intentó decir algo.
Halsey se apartó de él y cuando empezaba a bajar la pendiente, se volvió y dijo:
—Me lo pagará, muchacho.
Max deseaba dejar de observarlo con aquel gesto sorprendido. Hacía esfuerzos por volverse hacia los demás.
Sin embargo, se quedó allí, con la vista clavada en el extraño individuo.
En un momento dado, Slim Halsey interrumpió el descenso, se volvió y emitió una risita.
Sacudió la cabeza y luego se alejó definitivamente.
Max quedó largo rato mirando el lugar por donde había desaparecido Slim Halsey.
Lo sacó de su ensimismamiento la bronca voz de Paul que le produjo un sobresalto al sonar a sus espaldas.
—Ese tipo no me gusta nada, Carter.
—Ni a mí —respondió Max