CAPÍTULO V
—Halsey...
Slim Halsey bajó las botas del escritorio y se incorporó sonriente. Abrió más la ventana dejando entrar LA LUZ.
—Y, Cómo ha ido ese entierro, Max?
Carter abrió y cerró las manos y dio un par de pasos hacia adelante.
—¿Qué diablos hace usted aquí, Halsey?
—Hola. Creí que se alegraría de verme de nuevo. —Le juro que no me produce ninguna satisfacción, Halsey.
Slim rio sonoramente.
—Oiga, ayudante; ¿por qué todas las autoridades tienen que dar la sensación de haberse tragado una espina?
Max apretó los dientes.
—No estoy para bromas, Halsey.
—Vaya, dispense, muchacho. No esperaba este recibimiento.
—Tenía entendido que estaba muy lejos de aquí.
Slim ladeó la cabeza y cerró un ojo.
—¿De modo que se ha interesado por mí? Bueno, es lo menos que puede hacer después que le saqué las castañas del fuego, Carter.
Max resolló con fuerza por la narices.
—¿Qué diablos quiere, Halsey?
Slim se pasó la palma de la mano por el mentón.
—La persona que tenía que recibir el recado no se halla en Orrestown. ¿Qué le parece? Cuando nos vimos ayer en el monte, me vine corriendo para dejar el asunto zanjado. Pero no tuve suerte. Esta mañana creí que todo quedaría resuelta, pero también fallé.
—Me gustaría saber qué clase de encargo es ése.
Slim guiñó un ojo y sacudió un dedo admonitorio.
—Es usted un curiosón, ayudante.
—Halsey. . .
—¿Qué, Max?
—Me está sacando de quicio, amigo. Usted tiene algo que pone fuera de sí a cualquiera.
—Vaya, no es mi intención molestar a nadie. Y mucho menos a usted, ¿Tengo que decirle que es uno de los míos? Sí, Max. A pesar de ese gesto tan adusto, usted me cae simpático.
—No estoy para cháchara, Halsey. Lárguese.
—Está bien, Max. Está bien. Ya me voy.
Max entrecerró los ojos.
—Y procure cumplir con el encargo cuanto antes, Halsey.
—Vaya, está claro que no le cuadro bien, ayudante. ¡Ah, perra ingratitud! Tienes nombre de mujer.
Max convirtió los ojos en dos rendijas.
—Sabía que iba a tocar el tema.
—Creí que para usted sería algo inolvidable, Max. U» hecho que recordaría toda la vida. Una de esas cosas que se cuentan a los nietos: “Percy, el abuelito, le debe mucho a aquel simpático tipo. Se llamaba Slim Halsey y por él yo he criado canas. . .
—¡Basta, Halsey! —estalló Max.
Slim se apoyó en la puerta y dedicó a Carter una sonrisa con todos los dientes.
Max dio vuelta al escritorio y se dejó caer en el sillón del difunto sheriff.
—¿Cuánto quiere, Halsey? —dijo.
Slim continuó sonriendo un rato.
—¿Cuánto quiere, Halsey? —dijo.
Carter se pasó la mano por la cara y la detuvo delante de los ojos. Luego miró por arriba de los dedos.
—¿Cuánto he de darle por haberme librado de aquel balazo, por largarse de aquí, por no verle más la cara? —Fue levantando la voz.
—Tengo un encargo...
—¡Al diablo con el encargo, Halsey! ¿Cuánto quiere?
—Oiga, Max...
—¿Cien dólares? ¡Doscientos! Le voy a dar los doscientos que encontró junto a la cabaña.
Slim se pellizcó el mentón.
—Diablos, Max. Usted tentaría a un santo.
—Voy a dárselos.
Max hundió la mano bajo la camisa y extrajo el fajo de billetes.
Lo tiró en el escritorio.
—Ande, cójalos. Cójalos y váyase de una vez.
Slim emitió una risita entre dientes mientras se aproximaba al escritorio. Tomó los doscientos dólares y los sopesó cejijunto. Luego asintió.
—Acepto.
Max respiró arrellanándose en el sillón.
—Sabía que así acabaríamos la entrevista.
Slim continuó haciendo saltar el fajo en la mano y de pronto lo lanzó de nuevo sobre la carpeta del escritorio.
Max apretó las quijadas.
—¿Qué juego es éste, Slim?
Slim sonrió y sus dientes blancos destellaron como marfil mojado.
—Quiero que me los guarde.
Max respingó y aferróse con fuerza a los brazos del sillón.
—¿Qué nueva broma trata de...?
—De veras, Max. Quiero que me guarde el dinero. ¿Sabe una cosa? Cuando toco un montón así que me costó poco ganar, me da por gastarlo muy aprisa. Por ejemplo, me metería en “La Cotorra Escarlata” y no sería extraño que me atrapara esa mestiza tentadora. ¿Se llama, Chelo? Y también podría ser que me arrastrara a la mesa de faro, o ruleta. Infiernos, Carter, usted no se privan de nada en Orrestown. “La Cotorra Escarlata” está muy bien instalada. Así quedamos, Carter, guárdeme la pasta.
Max se incorporó bruscamente.
—Halsey —dijo penosamente, entre dientes—, ¿va a insistir en lo del absurdo recado? ¿Pretende mantener más tiempo esa excusa?
—Así es, aunque le parezca mentira. He de quedarme en Orrestown hasta que lo resuelva. Por eso no quiero llevar tanto efectivo encima. Demasiado dinero, Max. Demasiado. Por esa cantidad liquidaron al viejo Sam Dodge. Ya ve si representa dinero para los pobres.
—Usted es el caradura más grande que me he echado a la cara en toda mi vida, Halsey.
—Cuando la gente reconoce eso empieza a apreciarme, Max—sonrió Slim Halsey.
Max quiso decir algo, pero en aquel momento la puerta de la oficina se abrió impetuosamente.
Una joven entró corriendo.
—¡Max!
Max Carter la abrazó y ella alzó el rostro para ofrecerle sus labios.
En eso Slim carraspeó.
La joven se volvió prestamente fijándose en el desconocido.
—Oh, Max, dispensa. Creí que no estabas ocupado.
—Estábamos acabando ya, Vilma.
Vilma estaría por los veintidós años, era morena, bien formada y tenía los ojos muy grandes, negros.
Ella sonrió a Max, interrogativamente.
Max se aclaró la voz.
—Vilma Lane, mi prometida... Es el señor Halsey. Slim Halsey.
Slim sonrió.
—Encantado, señorita. Ya tiene suerte este pillastre. Vaya que la tiene.
Max se movía incómodamente.
—Vos veremos después, Vilma.
Ella se volvió hacia su prometido.
—Tengo muchas cosas que contarte, Max. También te he traído algunas cosa de la ciudad... Oh, Max, ha sido horrible lo del sheriff Dodge. ¿Cómo ha podido ocurrir. .. ?
—Hablaremos más tarde, Vilma.
Vilma forzó una sonrisa en su bello rostro.
—Yo tardes mucho, Max. —Se volvió un momento hacia Slim—. Mucho gusto, señor Halsey.
—Ha sido un placer, señorita Lane.
Ella salió de la oficina.
Slim también s£ dirigió hacia la puerta. Miró irónicamente a Carter.
—Qué calladito lo tenía, ¿eh. Max?
— ¡Desaparezca de mi vista, Halsey!
Slim sacudió la cabeza sin dejar de sonreír, se detuvo un momento en |el hueco de la puerta.
—Guárdeme bien la pasta, Max —dijo.
Sacudió la cabeza otra vez, chascó la lengua y por fin salió de la oficina.
Max se quedó largo rato en el sillón, fijo los ojos por donde Slim Halsey había desaparecido. Pensaba muy aprisa y las ideas se le atropellaban. Trató de poner en orden todo aquello que le calentaba la cabeza. ¿Qué sabía Slim Halsey del asunto? No podía dejar de pensar en la proximidad del individuo cuando ocurrió todo, allá en el monte. Se preguntaba vez tras vez si el tipo habría escuchado entre los árboles. Probablemente estaba más enterado del asunto de lo que parecía. ¿Por qué no había tomado los doscientos dólares? ¿Por qué? Tal vez pensaba que podía sacar más de doscientos. Sí, eso debía ser. Halsey sería uno de esos individuos que sacaba tajada de las situaciones. Lo realmente extraño era que no se le podía conectar con los sucesos de Orrestown. Había aparecido lo mismo que un fantasma. Para postre, parecía tener el proyecto de permanecer en Orrestown. Allí estaba lo malo. Halsey sabía algo sabía...
Y si estaba en el ajo iba a ganarse una bala por encima de todo.
Max desenfundó el “Colt” y apuntó al vacío.
Así se quedó mucho rato.