CAPÍTULO III

 

Max Carter observó al desconocido pulgada a pulgada.

—¿A quién tengo que dar las gracias?

—Me llamo Slim Halsey. ¿Y usted quién es?

Max le miró a los ojos tratando de averiguar si estaba fingiendo ignorancia o era sincero.

—Max Carter. El ayudante del sheriff de Orrestown.

El hombre llamado Slim Halsey se acercó observando los cadáveres.

— ¿Forajidos, eh?

Max se enjugó el sudor que le empapaba el rostro utilizando el pañuelo.

—Asesinaron al sheriff hace un rato. Por la espalda.

—Y usted dio pronto con ellos, ¿verdad?

—Sí, Halsey.

Slim alzó el rostro y dibujó una sonrisa.

—Ha sido usted rápido en localizarlos. Es curioso.

—¿Qué es curiosa?

—Resulta raro que dos sujetos que liquidan al sheriff vayan a refugiarse en una cabaña a pocas millas del pueblo.

—Tenían una buena táctica —respondí» Carter rápidamente.

—Ya. Usted quiere decir que prefirieron esconderse aquí en vez de emprender una larga cabalgada con jinetes a los talones.

—Eso es, Halsey.

Slim Halsey emitió un gruñido.

—Lo que le dije, ayudante; ha tenido usted buena pupila. Los ha encontrado usted mientras los jinetes batían el monte por el otro lado. Bueno, supongo que aquellos jinetes que vi eran del pueblo.

—Sí, Halsey —dijo Max.

—Demonios, apuesto a que de ésta lo convierten en sheriff de golpe y porrazo.

Max apretó las mandíbulas. Aquel individuo no le había gustado desde que apareció, pero gracias a él seguía con la piel intacta.

—Sí. Querrán que sea el sheriff.

Halsey entrecerró un ojo burlón.

—No hay mal que por bien no venga.

Max fue a abrir la boca, pero entonces se escucharon las voces de los hombres que batían los contornos, atraídos por los disparos.

Paul, el hombrón de la voz ronca, gritó hacia sus compañeros:

—¡En la cabaña...! ¡Ahí está Carter! ¡Los atrapó, chicos! ¡Están en el suelo!

Se escucharon voces en respuesta a la noticia de Paul.

—¡Y nosotros que creímos que habían huido por la quebrada! —dijo tino llamado Milland.— ¡Eh, todos acá!

Los hombres de la batida fueron apareciendo y a medida que contemplaban el espectáculo de los dos forajidos muertos, iban quedando en silencio. Todos se volvieron para observar admirativamente a Max Carter. Inmediatamente empezaron a moverse excitados por la cabaña y se apiñaron alrededor de los dos cadáveres. Un sujeto grueso disparó tres veces seguidas al aire un rifle para atraer a los demás que andaban lejos. Comenzó la verdadera excitación.

Max y el forastero quedaron a un lado de la efervescencia general.

Slim Halsey dio una zancada hacia la parte delantera de la cabaña.

—Bueno, Max, enhorabuena —dijo, sonriente.

Los ojos de Max se convirtieron en dos rendijas.

—¿Qué hacía usted por estos contornos, Halsey?

Halsey sonrió irónicamente.

—Vaya, salió el sabueso. Prepárate, Slim; te van a coser a preguntas. Oiga, amigo, usted tiene metida la profesión muy en la sangre.

—Todavía no me ha contestado, Halsey.

Halsey se acarició el mentón sin dejar de sonreír. Suspiró.

—Bueno, ayudante, me pone en un aprieto.

—¿Por qué, Halsey?

Slim Halsey pestañeó mirando al ayudante de lado.

—Porque yo mismo no sé por qué me entretuve en dar una vuelta por el bosque. Le va a parecer chocante, pero siempre me gustaron los bosques.

—¿Sí, eh?

—Desde chico. Me largaba a la arboleda con una vecinita pecosa. Usted también habrá hecho eso, ¿no, sheriff? Bueno, sheriff todavía no.

Max respiró pesadamente.

—¿Por qué diablos no tiene que decir de una vez qué vino a hacer aquí, Halsey?

—Lo de la afición a la arboleda es cierto, ayudante. Pero iba a Orrestown. A su pueblo.

—Ya.

—Bueno, Max, suéltelo ya. Apuesto a que se desvive por preguntar qué liaré en Orrestown.

—Usted saca de quicio a cualquiera, Halsey.

Halsey pasó por delante de él, la mirada baja, y le sacudió suavemente en el estómago siguiendo de largo.

—No crea que me tomo estas libertades porque le saqué las castañas del fuego.

—¿Qué quiere de Orrestown, Halsey? —dijo Max, irritado.

Halsey se volvió hacia él, justo en la esquina de la cabaña por donde apareció Staff soltando plomo. Sonrió a Max.

—He venido a cumplimentar un encargo.

—¿Un encargo, eh?

—Sí.

—Y apuesto a que el encargo es algo muy reservado.

Halsey se levantó el ala del sombrero y examinó a Max. Sonrió enseñando una doble hilera de dientes muy blancos que contrastaban con el color atezado de su piel.

—Demonios, ayudante. Usted es un lince.

Max apretó los labios.

Fue a decir algo, pero Halsey se le anticipó:

—Sí, ayudante. Es un encargo que no puedo hacer público. Cuando entre en contacto con la persona interesada, entonces puede que se entere.

—Ya.

Halsey suspiró, encogiendo los hombros.

—Bien, será cosa de poco rato. Con media hora tendré bastante para el recado y luego seguiré mi camino.

—Entonces ya no nos veremos. Halsey. Cuando regresemos al pueblo con los dos cadáveres, usted estará muy lejos.

—Eso me dice mi interior —dijo Halsey. Se detuvo de pronto mirando a un lado de la cabaña y exclamó—: ¡Canastos, dinero por los suelos! ¿Qué es este?

Max sintió un escalofrío en la espalda.