Capítulo XIII

CHESTER Allison nunca había estado tan furioso.

Se había hartado de golpear al hombre que le había traído la noticia, al superviviente de la pandilla de Dick Randon.

—¿Qué te parece, David? —se dirigió a su capataz después de haber pegado un patadón en los riñones a Spencer Colman—. Este estúpido viene a decirme que Jess Prater y Mark Robbins condujeron las doscientas reses de Kenton al matadero, y que en el camino se cargaron a Dick Randon y a cinco de sus hombres. ¡Y tú fuiste quien lo contrataste!

—Dick Randon era muy bueno, y también lo eran sus hombres.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué Jess Prater y Mark Robbins son mejores? ¿Quizá invencibles?

—No, no hay nadie invencible.

—¡Yo debería ser invencible!

—Lo es, señor Allison.

—Eso creí yo hasta que apareció el tratante de cerdos. ¿Lo oyes, David? ¡Un tratante de cerdos quiere impedir que yo me apodere del matadero de Douglas Colbert!

—No lo conseguirá. Déjeme que organice el plan que he pensado.

—¿Cuál es tu plan?

—Reuniré a todos los hombres y nos iremos a la ciudad. Acabaré con Jess Prater y Mark Robbins.

—¿A cuántos te llevarías?

—A doce. Esta vez Jess Prater y Mark Robbins no podrán hacer nada.

—De acuerdo. Lárgate, pero retira ese despojo humano que hay en el suelo.

El hombre que Allison se había cansado de golpear se levantó. Echaba sangre por los oídos y por la boca.

—Vamos, chico, ya puedes largarte a México, de donde viniste.

El capataz Coy salió con la víctima.

Allison encendió un cigarro.

Se echó a reír de pronto.

—¡No me ganarás, Jess Prater!

De pronto oyó una voz.

—¿Estás seguro?

Se volvió bruscamente hacia la ventana y vio allí a Jess Prater, que había entrado por el hueco.

—Señor Prater, se está moviendo mucho.

—Con un tipo como usted hay que moverse muy aprisa.

Allison recordó las palabras que Jess le había dicho durante su anterior visita. Que le volaría la cabeza si no se estaba quieto. Por primera vez en su vida tenía miedo. Aunque Prater conservaba el «Colt» en la funda, ahora sabía todo lo rápido que aquel hombre podía ser.

—Señor Prater, hay una explicación para lo que pasó cuando ustedes llevaban las doscientas reses del rancho de Kenton al matadero.

—Sí, creo que hay una explicación.

—Dick Randon obró por su cuenta. Quiero decir que trató de salirles al paso sin mi consentimiento.

—Después de todo, usted es un maldito cobarde, Allison. Lo imaginé. Todos los tipos como usted, que tienen poder, se convierten en conejos cuando deben enfrentarse con un peligro real.

Allison separó las manos del cuerpo.

—No tengo armas, señor Prater. No puedo batirme con usted.

—Le daré una oportunidad.

—No la quiero.

—No me refería a que cogiese un arma. Vendrá conmigo al pueblo y lo meteré en una celda.

—¿Con qué autoridad pretende hacer eso?

—Soy agente de la justicia del marshal de Danville.

—Suponiendo que lo fuere, necesitaría una orden de detención firmada por el marshal. Jess sacó un papel del bolsillo y lo arrojó hacia Allison.

El papel cayó en el suelo.

—Ahí tiene la orden de detención, Allison. Léala.

Allison cogió el papel del suelo y lo desdobló. Mientras leía su contenido, las venas de su cuello se hincharon, Volvió a mirar a Jess.

—Haré pagar esto al canalla del marshal. Ese miserable se va a acordar de Chester Allison.

—No rechiste y obedezca.

Allison pensó en su capataz. David se iba a dirigir al pueblo con doce hombres. Jess Prater lo llevaría a la comisaría, pero estaría poco tiempo encerrado, poique David Coy y los hombres que le acompañaban se darían mucha prisa en acabar con Mark Robbins y con Jess Prater.

—Está bien, Prater. Iré con usted.

—Salga por la ventana.

—¿Por qué no por la puerta?

—No quiero sorpresas.

Allison salió por la ventana, como Prater quería.

Era noche cerrada porque la luna estaba cubierta por las nubes. Fueron hacia un lado de la casa. Allí esperaba Mark Robbins con los caballos. Se habían llevado uno de más para que Allison lo pudiese montar.

—Arriba, Chester —ordenó Jess— y no trate de escapar porque dispararé. Le dije que le volaría la cabeza, y luego pensé que era preferible que la justicia se encargase de usted. Pero, si tiene interés en quedarse sin cabeza, yo pondré el mayor entusiasmo en decapitarlo.

Allison le sonrió,

—Quiero seguir conservando mi cabeza sobre los hombros.

Montaron en los caballos y se pusieron en camino.

Al llegar a Danville, Jess ordenó que fuesen por las casas traseras hacia la comisaría.

Eso molestó a Allison. Había pensado que pasarían por la calle principal y entonces alguno de sus empleados lo verían y darían aviso a David Coy.

Jess llevaba una llave del patio de la comisaría y la usó para entrar.

Drake se quedó asombrado cuando vio aparecer a Jess Prater y a Mark Robbins con el detenido.

Chester Allison miró al marshal.

—Te has vuelto muy valiente.

Drake inspiró.

—Ha hecho usted muchas cosas feas, y ya era hora de que alguien se las hiciese pagar.

—¿Tú, Drake?

—Está vez seré yo.

—Me gustaría oírte en otro momento, cuando estos dos sean un par de cadáveres. ¿Sabes lo que haré contigo, Drake? Haré que me limpies las botas con tu lengua. Sí, Drake, te pondrás de rodillas delante de mí, y, cuando me hayas limpiado las botas, me suplicarás por tu vida.

Jess le soltó una bofetada.

—¡No debe amenazar a un representante de la ley!

Robbins cogió el llavero y abrió la celda.

—Entre, antes de que yo lo despelleje, Allison.

El detenido entró en la celda.

El marshal sonrió.

—Tengo unos cuantos cargos contra Allison, pero yo no podía detenerlo porque no habría estado ni media hora en la celda.

El preso habló desde su encierro:

—Tampoco lo estaré ahora, marshal idiota… David Coy está en la ciudad. Han venido en busca de Jess Prater y Mark Robbins, y no se irán de aquí sin haberlos liquidado.

El marshal no contestó a eso.

Mark Robbins sonrió.

—Jess, creo que la noche está para divertirse.

—Una juerga no nos vendrá mal.

—¿Por qué no la empezamos nosotros?

—¿Sugieres que vayamos en busca de David Coy y sus fulanos?

—¿Para qué hacerlos esperar?

—Sí, Jess, creo que tienes razón.

Drake los miró con asombro.

—¿Van a ir en busca de ellos?

—Es mejor que lo hagamos. Si se enteran de que Allison está aquí encerrado, le pegarán fuego a la comisaría. Vamos, Mark.

Allison rió desde la celda.

—Prater…

—Diga, ranchero poderoso —repuso Jess con sarcasmo.

—Todavía está a tiempo de librarse.

—¿Y cómo me libraría?

—Usted y su amigo deben largarse de Danville.

—¿Y el marshal?

—El marshal no se irá porque él y yo tenemos que ajustar cuentas

—Mark Robbins y yo nos vamos a quedar hasta el final del festejo. Y usted va a seguir ahí dentro.

Prater y Robbins salieron de la comisaría.

Caminaron por la acera de tablones.

—Mark, la vida tiene cosas muy curiosas. ¿Te acuerdas de la pelea que sostuvimos en Rostro Gordo aquel día de verano?

—Claro que lo recuerdo, Jess. Tú y yo luchamos contra una pandilla de forasteros que querían apoderarse de la ciudad. Se habían repartido los cargos, uno sería el alcalde, otro sería el marshal y los demás serían recaudadores de impuestos.

—Pero sólo recaudaron plomo. Y ahora la historia se repite. El señor Allison quiere convertirse en el mayor recaudador de Danville, convirtiéndose en el dueño del matadero.

Mark hizo un gesto afirmativo.

—Te voy a confesar una cosa, Jess. En aquella ocasión, cuando nos enfrentamos con aquellos forasteros, en Rostro Gordo, también caminábamos por la acera y yo tenía una sensación. La de que nosotros seríamos los perdedores.

—Te haré otra confesión, Mark. Tuve la misma sensación. La de que perderíamos.

—¿Y qué sensación tienes ahora, Jess?

—No te la digo para no asustarte.

—Yo tampoco te la digo para no asustarte a ti —sonrió Robbins.

Siguieron caminando hacia el saloon, de donde salían voces y risas.