CAPÍTULO V

 

El Marshall George Green tenía puesta una bolsa de agua caliente en la cabeza.

—¿Se encuentra mejor, jefe? —preguntó su ayudante Jack Werner.

—Me estoy muriendo.

—Oh, no se muera.

—He recibido cinco denuncias contra el Fabuloso Joe. ¿Te parecen pocas? Estuvieron a punto de matar a Herbert Wilde. Organizaron en su casa una batalla campal... Casi volvieron loco al doctor Lenon... ¡Nosotros nos hemos pasado la noche buscando a Joe y a Sam! ¡Y no los hemos encontrado!

—Se habrán ido del pueblo.

—¿Estás dispuesto a jurarlo?

—No, jefe, no lo juro. Esos tipos están llenos de dinero. Seguro que se han estado juergueando a costa de los ciudadanos, y uno de ellos es usted, Marshall.

—No me lo recuerdes. Cada vez que me hablas del talonario me dan ganas de...

—De encerrarse en la celda.

—De presentar la dimisión.

—Oiga, jefe, es una gran idea. ¿Por qué no la presentamos los dos?

—No podemos dejar a Gaylord City sin autoridades durante el rodeo. Aquí se ha juntado, como siempre, la peor gentuza de la comarca —el Marshall gimió tocándose la cabeza—. Si al menos tuviésemos en nuestras celdas a Joe y a Sam.

En aquel momento se abrió la puerta y entraron dos tipos sucios, mal encarados. Tenían la barba crecida y la pistolera muy baja. Los dos se apoyaron en la puerta y miraron al Marshall y a su ayudante con aburrimiento.

—Eh, ¿quiénes son ustedes? — preguntó George Green.

Los otros no contestaron.

—¡He preguntado quiénes son ustedes! — gritó el Marshall.

El más alto de sus visitantes señaló al que estaba a su lado y dijo:

—A este lo llaman “Asesino Jim”, y a mí me llaman...

—¡No lo diga!

—¿En qué quedamos, Marshall? ¿Lo digo o no lo digo...? Bueno, será mejor que lo sepa para que luego no se ande con que no le avisé. Yo soy John Barton, más conocido por el apodo de “Rompecorazones”.

El Marshall sonrió.

—Lo comprendo. Tiene mucho éxito con las mujeres.

—No sea tarugo, Marshall. Lo de “Rompecorazones” no es por ellas, sino por los tipos que me cargo. A todos les meto una bala en el pecho, justo donde tenemos la víscera.

Instintivamente, el Marshall se llevó una mano al corazón.

El ayudante Jack empezó a caminar hacia el patio.

—Jefe, ahora que me acuerdo, no regué los geranios.

—¡Quédate ahí, Jack?

—Pero los geranios...

—¡Que se sequen los geranios!

—Se va a secar alguien antes que las macetas.

John Barton, “Rompecorazones”, soltó una risita.

—¿Oíste eso, “Asesino Jim”?

—Sí, el ayudante es un tipo muy gracioso.

El propio Jack preguntó:

—¿Y a quién van a secar?

—Lo hemos estado buscando y no lo hemos encontrado. Por eso hemos venido aquí, para que nos den la dirección. Verá, el tipo que queremos secar se llama Joe Drake, más conocido con el nombre del Fabuloso Joe.

El Marshall y su ayudante se quedaron con la boca abierta.

Fue Green el que recuperó el habla.

—¿Van a matar a Joe?

—Puede estar seguro de que ese muchacho estará descansando hoy en su ataúd.

—¿Y por qué lo van a matar? Ya entiendo. Les vendió sus frascos medicinales.

—Sí, jefe —intervino Jack—. Debe ser eso. Mire la cara de “Rompecorazones”. La tiene llena de granos y la de “Asesino Jim” está verde como un pepino.

“Asesino Jim” puso la mano en la culata del revólver.

—Ayudante, si no te callas te voy a poner a ti morado.

“Rompecorazones” soltó otra risita.

—Lo que mi compañero quiere decir es que no vamos a matar a Joe porque nos vendió sus frascos medicinales.

—¿Y por qué lo van a matar, entonces? —inquirió el Marshall.

—Porque nos da la gana.

—Ah, ya... ¿Lo ves, Jack? Tiene una justificación.

—¿Está seguro, jefe?

—Te he dicho muchas veces que no me discutas las cosas de la ley.

“Asesino Jim”, gruñó:

—Oigan, muchachos, no queremos presenciar peleas. Sólo nos llegamos para que nos informasen del paradero de Joe Drake.

—Pues no podemos decirles nada.

—Conque no, ¿eh? ¿Quieren echarle una mano?

—No, señor, no le echamos una mano. Ni siquiera un dedo, ¿verdad, Jack?

—Ni una uña.

—De acuerdo, jefe. Barton y yo lo buscaremos, pero será mejor que no se metan en esta pelea porque es nuestra pelea. ¿Lo oye bien? Nuestra.

—Sí, señor, nuestra —dijo el Marshall hecho un lío.

—No, jefe, no debe decir eso —medió Jack.

—¡Son un par de estúpidos! —gritó “Asesino Jim”.

—Lo son —asintió “Rompecorazones”—. Pero yo haré otra advertencia —hizo tres disparos.

De la bolsa que el Marshall tenía en la cabeza salieron tres chorros de agua.

—¡Jefe, se está desangrando! —gritó Jack.

—¡Un médico...! ¡Un médico!

“Asesino Jim” y su acompañante pusieron una cara muy triste y los dos salieron de la comisaría.

 

* * *

 

—Qué maravillosa eres, Margot —dijo Joe entre sueños.

—No soy Margot.

—Qué deliciosa eres, Helen.

—No soy Helen.

Joe se restregó los ojos, mientras se incorporaba, y quedó asombrado al ver a Patricia Wilde a los pies de la cama.

—Patricia.

—Sí, yo en persona.

—¿Quieres decir que tú y yo...? —Joe palmeó la cama.

—¡Atrevido!

—Lo siento, Patricia. Debí estar muy mareado. El whisky, ya sabes. Pero no te preocupes. Sabré ser un buen padre para tu hijo.

—¡Deja ya de decir tonterías! Tú y yo no hemos pasado la noche en esta habitación.

—¿No?

—¡No!

—Caramba, pues sí que lo siento.

—Yo no lo siento nada. Prefiero que haya sido Margot, Helen, o como quiera que se llame.

—Demonios, ¿cómo se llamaba?

—Eres un caradura.

—No, Patricia. Sólo un hombre libre.

—Bueno, al fin y al cabo, no he venido aquí a hablar de tu libertad. Puedes hacer con ella lo que quieras.

—¿Te das cuenta de lo que has hecho, Patricia?

—¿A qué te refieres?

—A que has entrado en el dormitorio de un hombre.

—Pagué medio dólar a un empleado para que me dejara entrar.

—¿Y qué pensará él de ti?

—Eso no me preocupa. Y no creas que soy como tus amigas. Sólo he venido porque era necesario que te viese.

—¿Se trata de tu tío Herbert?

—Sí, está mucho mejor y quiere verte.

Joe se echó a reír sacudiendo la cabeza.

—¿De qué te ríes? —preguntó Patricia.

—Estaba recordando la escena de anoche.

—Creí que ibais a matar a tío Herbert entre tú y Sam.

—Pero ya lo ves, nuestra medicina resultó buena. Mucho mejor que todas las del doctor Lenon.

—Pobre doctor Lenon —rió también Patricia poniéndose una mano en la boca.

—¿Qué quiere tu tío?

—No me lo ha querido decir. Pero insistió mucho en que te llevase a la casa vivo o muerto.

—En tal caso, prefiero ir vivo. Anda, sal fuera y me vestiré.

—Claro que saldré fuera. ¿Qué creías? Yo soy una dama.

La joven salió de la estancia y Joe se puso en pie sonriendo.

Se lavó, se vistió y se peinó. No recordaba en dónde había dejado a Sam, pero probablemente se encontraría en otra habitación del hotel.

Salió al corredor e hizo una reverencia a Patricia.

—Listo para enfrentarme con el Cuarto Regimiento de Caballería.

—No te preocupes. A estas horas todos mis primos duermen.

—Demonios, son las nueve de la mañana.

—Ellos no se levantan hasta las doce.

—Para almorzar.

—Sí.

—¿Y cuándo trabajan?

—No están acostumbrados.

—¿Quién fue el culpable de esa mala costumbre?

—Mi propio tío. Ganó mucho dinero cuando nosotros éramos pequeños y nos recogió.

—¿Todos sois huerfanitos?

—No me lo digas con ese tono o te rompo la sombrilla en la cabeza. Yo trabajo.

—¿En qué?

—En la cocina, en la casa, y, cuando puedo, meto las narices en los documentos de mi tío, pero no quiere que le administre nada.

—¿Y quién le administra los negocios del petróleo?

—Sidney Melvin.

Estaban bajando la escalera. Joe vio a dos tipos que estaban en el vestíbulo. Ellos se le quedaron mirando.

El más alto de ellos dijo:

—¿Es usted Joe Drake?

—Sí.

—¿El Fabuloso Joe?

—Así me llaman algunos.

—Mi amigo y yo celebramos mucho conocerlo.

—¿Y por qué lo celebran?

—Porque lo hemos estado buscando y ya lo encontramos.

—¿Y para qué me buscaban?

—Para matarlo, Fabuloso, para matarlo.