CAPITULO XI
Margaret no podía dormir.
Paseaba de un lado a otro de su dormitorio, cubierto su esbelto cuerpo con el salto de cama. ¿Qué le ocurría? Estaba segura de no encontrarse enferma. No le dolía nada.
Unicamente sentía cierta preocupación. ¿Y cuál era la causa? Matt Kearney. Pero ¿por qué? Eso era totalmente absurdo. Apenas conocía a aquel hombre. Un día antes ignoraba que él existiese, y sin embargo, era quien la mantenía despierta a aquellas horas de la madrugada.
Bueno, lo borraría de su mente. Sería fácil. Bastaría con que se lo propusiese.
Continuó paseando, pero no; Matt Kearney continuaba allí en su mente.
Se detuvo. Muy bien; leería una novela y seguiría con mucha atención todo lo que les ocurriese a los protagonistas. La cabaña del tío Tom siempre le había agradado mucho y ya hacía cinco años que la había leído por primera vez. Esa sería una buena distracción. Púsose un batín, cogió el quinqué y bajó a la biblioteca.
Al abrir la puerta lanzó un grito observando a un hombre de espaldas allí al fondo, junto a la mesa.
Y entonces aquel hombre se volvió y ella quedó asombrada al ver que era Matt Kearney.
La ventana que comunicaba con el exterior estaba entreabierta.
—Buenas noches, señorita Picker.
—¿Cómo ha entrado aquí?
—Perdone, pero no me podía dormir.
—Yo tampoco —dijo Margaret y de pronto se mordió el labio inferior dándose cuenta de que había dicho algo inconveniente.
Matt señaló las estanterías llenas de libros.
—Me imaginé que aquí encontraría algo para leer, pero al propio tiempo me dije que no podía despertar a nadie por un motivo tan simple. La ventana estaba abierta y me colé.
Margaret tuvo sus dudas. ¿Y si él había entrado allí con ánimo de robar?
—No piense esto, señorita Picker —dijo él.
Lo joven enrojeció las mejillas.
—¿Qué es lo que supone estoy pensando, señor Kearney.
—Usted me confunde con un ladrón.
Ella levantó la barbilla con altivez.
—¿Qué podía pensar al encontrarlo aquí a estas horas de la noche?
Matt se rascó tras la oreja.
—Comprendo que, teniendo en cuenta mi fama, no existe otra conclusión. Pero descanse, señorita Picker; le puedo dar mi palabra de que no he venido a robarle su dinero.
Lo joven terminó de entrar en la habitación y cerró la puerta.
—¿Ya ha cogido el libro? —dijo.
—No. Lo estaba eligiendo. ¿Me puede aconsejar?
Ella tomó de la estantería La cabaña del tío Tom y se lo alargó.
—Este es un libro muy bueno.
El lo aceptó y sus dedos rozaron la piel suave de ella. Margaret retiró rápidamente la mano sintiendo un escalofrío en la espalda.
El notó aquello e inició una sonrisa.
—¿Tiene frío?
—No.
La joven dióle la espalda y se puso a leer los títulos de los tomos.
Kearney dio un paso hacia ella sintiendo el suave aroma que emanaba del cuerpo femenino.
Margaret se volvió de pronto con un libro en la mano y se encontró con que él estaba casi encima. Permaneció inmóvil mirándole a los ojos.
—Margaret...
-¿Sí?
—Me sigue gustando.
—Márchese.
—Es usted la mujer más maravillosa que he conocido en mi vida.
—No voy a consentir que me siga hablando en ese tono.
—Usted es distinta a las demás.
—Si no sale ahora mismo de esta habitación, gritaré.
El levantó la mano y le cogió una guedeja del cabello.
—Nunca lo vi tan negro ni tan brillante.
La joven tragó saliva.
—¿Quiere... dejarme pasar? He de volver a mi habitación.
—Y sus ojos son como las noches de Yuma.
Y de pronto Matt Kearney le pasó el brazo por la cintura y la atrajo, besándola fuertemente en los rojos labios.
Ella no hizo nada por separar a Kearney y él la siguió abrazando un rato hasta que no tuvo más remedio que soltarla porque tenía que respirar.
Margaret parpadeó mirándolo.
—¡Oh! ¡Oooooh!
No dijo nada más, sino que cogiendo el quinqué echó a correr saliendo de la habitación.
Matt Kearney permaneció quieto, sonriendo.
Cuando el eco de los pasos de ella se hubo perdido a lo lejos, devolvió a la estantería la novela que la joven le había entregado porque ya la había leído muchas veces y él no había ido allí en busca de ninguna distracción. De un cajón sacó el libro de administración del rancho. Minutos antes de que Margaret lo sorprendiese había tenido que saltar la cerradura del cajón para encontrar el libro. Continuó mirando las páginas y haciendo cálculos, y finalmente, cuando hubo acabado tomó el libro y poniéndoselo bajo el brazo, volvió a saltar por la ventana.
Eligió unos arbustos que crecían detrás de la nave del dormitorio de los cow-boys para dejar el libro y regresó a su cama entrando con la misma cautela con que lo había hecho para salir. Se desvistió en silencio y tendióse en la cama.
Ahora era cuando estaba realmente desvelado, ya que antes sólo había esperado a que todos durmiesen para llegarse a la casa. Y por su mente desfiló la imagen de Margaret Picker cubierta por el ceñido batín, la larga melena negra sobre los hombros, los rojos labios húmedos...
Aquel recuerdo lo llevaría siempre consigo dondequiera que fuese. Pero ¿por qué se tenía que ir...? Tuvo en seguida la respuesta. Allí todos lo aborrecían. El era Matt Kearney, el asesino, el pistolero, el que había matado a más hombres en cinco Estados. No podía luchar contra el destino. Tenía que seguir su vida solitaria. Y en caso de emprender otra, debería llegarse a un lugar donde realmente nadie pudiese identificarlo.
Pero ¿y Margaret?
Pensando en ella se durmió.