CAPITULO VIII

 

El sheriff Benson estaba limpiando de grasa un rifle con unos trozos de borra cuando la puerta se abrió. Al alzar los ojos sintió un escalofrío por la espalda viendo entrar en el recinto a Matt Kearney.

—¿Qué es lo que quiere, Kearney? —preguntó el sheriff.

Matt se llegó junto a la mesa dejando caer el cuerpo sobre el pie derecho mientras se pegaba un papirotazo en el ala del sombrero echándolo hacia atrás.

—Quiero que usted y yo nos aclaremos, sheriff.

—¿Anda de chanza?

—No, Benson.

—Entonces haga el favor de salir de aquí.

—Me he cansado de que me envíen pistoleros.

—Muy bien. Si está cansado, busque a quien se los envió.

—Lo tengo a usted delante, sheriff.

—¿Qué quiere dar a entender?

—Usted me mandó a uno de los asesinos.

Benson enrojeció hasta las orejas.

—¿Sabe que está insultando a una autoridad, Kearney?

—No hay insulto cuando uno dice la verdad.

El sheriff fue bajando el cañón del rifle. Lo hizo lentamente. El dedo todavía no se arqueaba sobre el gatillo.

En la estancia se había hecho un gran silencio.

—¿Qué va a hacer, sheriff? —preguntó Matt.

—Nada. ¿Qué es lo que supone?

—La posibilidad de que se le dispare el rifle. Su dedo índice está a un par de pulgadas del gatillo. Si recorre esa distancia, se producirá un disparo... Pero no partirá del arma que usted esgrime.

—No consiento que nadie me amenace, Kearney.

—Me estoy hartando de Only City, sheriff. Métaselo en la cabeza.

—Estupendo. Si ya está harto, ¿por qué no empieza a largarse?

—Me marcharé de aquí y me limpiaré el polvo cuando salga del condado, pero antes reivindicaré a mi amigo.

—Sigue pensando que Dudley es inocente.

—Sí, y usted también lo piensa, sólo que no tuvo valor para descubrir al verdadero asesino.

—Está agotando mi paciencia, Kearney.

—Era mucho más fácil achacar a Dudley la muerte de Wolf.

—Sólo falta que me diga que yo soy el asesino.

—No, Benson. No creo que fuese usted, pero es culpable de que Dudley fuese ahorcado.

—¿Le explicaron que vino todo el pueblo aquí a lincharlo?

—Sí.

—¿Qué cree que hubiese ocurrido si yo me hubiera opuesto? Yo se lo diré. ¡Me hubieran colgado al lado de Dudley! Yo soy un representante de la ley y no tengo madera de héroe. Dudley fue juzgado legalmente y condenado a la horca por haber dado muerte a Wolf. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—La sentencia señalaba una fecha para la ejecución y Dudley fue ahorcado antes.

—El pueblo se amotinó.

—Usted debió hacer respetar la ley. Y no me cuente otra vez esa historia de que no tiene madera de héroe. Si no era capaz de cumplir su juramento, jamás debió presentar su candidatura para este cargo.

Benson apretó los labios con firmeza. Nunca nadie le había cantado las verdades como aquel hombre. Pero ¿cómo se atrevía Matt Kearney a hablarle así? Matt era un pistolero. Todo el mundo lo sabía.

Bien; ahora llegaba el momento de su revancha.

—Resulta curioso que sea usted quien hable de obligaciones, de moral y de cumplimiento del deber. Usted, Matt Kearney.

—Sé la fama que tengo, pero le diré en su obsequio una cosa, sheriff. La mitad de las cosas que de mí dicen son absolutamente falsas.

—Pruébelo.

—Abracé voluntariamente una extraña profesión. Soy un «Caza-hombres», pero mis víctimas no son ciudadanos cualesquiera. Recorro todas las comarcas dejándome caer por las oficinas de los sheriffs. ¿Y sabe qué es lo que me atrae de sus oficinas?

—¿El qué?

—Los pasquines. Las requisitorias acerca de hombres que han matado, asesinado, o que han cometido robos llevándose algún botín importante.

—¿Qué cuento es ése?

—Es la pura verdad. Ese es mi oficio; perseguir a forajidos, a bandas enteras. Y cuando los encuentro, juntos o separados, me juego el pellejo para hacerles pagar su delito.

—Y, naturalmente, usted cobra una recompensa.

—Usted debe estar muy orgulloso. Mata por dinero lo mismo que cualquier salteador mata por apoderarse de una bolsa.

—Hay una diferencia entre un salteador y un hombre como yo, sheriff.

—¿Dónde está la diferencia? Yo apenas la veo, desde un punto de vista moral.

—Cuando cobro una recompensa, la dono casi íntegra a los familiares de la persona asesinada o a cualquier institución de beneficencia que exista en el lugar o donde el forajido cometió su delito.

—¿Espera que me crea esto? Jamás se ha tenido noticia de que usted haya hecho tal cosa.

—¿Qué quiere? ¿Que vaya pregonando por ahí lo grande que soy, la calidad de mis sentimientos?

—Entonces, ¿por qué infiernos me lo cuenta a mí? ¿O es que pretende que sea yo su portavoz?

—Tengo veinticinco años y he pasado los diez últimos persiguiendo a unos y a otros. Es una vida muy pesada, siempre solo, porque una triste fama va siempre conmigo. Había decidido abandonarlo todo, largarme a cualquier sitio donde no me conociesen, cambiar de nombre, y cuando ya estaba a punto de dejar atrás esa vida mía que sólo me ha traído amargura, llegó la carta de Dudley.

—¿Qué tenía que ver usted con Dudley?

—Nos conocimos hace ocho años. En aquella ocasión él me salvó la vida. Yo estaba rodeado por tres pistoleros. Los mantenía a raya, pero no conté con un cuarto que estaba a mis espaldas. Cuando ese fulano me iba a liquidar, surgió Dudley y lo pasaportó.

El sheriff se mojó el labio inferior con la lengua.

—Ignoraba todo esto.

—Pues ahora ya lo sabe. Dudley me libró de la muerte, y cuando él se encontraba en un apuro yo le fallé. ¿Lo oye bien, sheriff? ¡Le fallé!

En la estancia se hizo otra larga pausa.

Benson movió la cabeza y después de dejar el rifle en el armario de donde lo había cogido, sacó una botella. Extrajo de un cajón dos vasos llenos de polvo, que limpió con un trapo no muy limpio. Puso los vasos en la mesa y escanció.

—Ande, Kearney, tome un trago.

Matt cogió uno de los dos vasos y bebió un sorbo.

El sheriff hizo desaparecer todo el contenido del suyo en la garganta y luego se echó sobre el respaldo de la silla. Rió suavemente.

—Creo que tiene usted razón. Si la gente supiese quién es realmente usted, se quedarían muy asombrados, tanto como me he quedado yo mientras lo escuchaba.

Matt sacó una bolsa de tabaco y la alargó al sheriff pero éste negó con la cabeza. Entonces el joven se puso a liar un cigarrillo.

Benson se aclaró la garganta.

—Usted tiene razón. Yo le mandé un pistolero, a Loco Speller.

—¿Por qué?

—La razón es muy sencilla.' Creí que usted era un asesino mucho más peligroso que el propio Loco. Pensé que si él lo mataba a usted, hacía un buen negocio. Después de todo, a Loco lo podría liquidar cualquiera, a pesar de toda su jactancia.

Matt tampoco hizo ningún comentario. Sacó una caja de fósforos y encendió el cigarrillo, arrojando una bocanada de humo. El sheriff prosiguió:

—Pero no acertó usted en cuanto a Dudley. Yo siempre creí que fue culpable.

—No lo fue.

—¿Cómo está tan seguro? Ah, ya recuerdo; la carta esa en que Dudley le escribió con zumo de limón.

—Dudley no sabía tampoco quién era el asesino.

—¿Cómo?

—Escribió la carta con tinta, pero no agregó nada más de lo que usted leyó.

—Demonios, entonces ha sido una trampa suya.

—Sí.

—¿Le dio resultado?

—Creo que sí, sheriff. Y por eso he venido a hablar con usted.

—Antes quiero dejar las cosas bien sentadas respecto a Dudley. Es cierto que lo ahorcaron un día antes de su ejecución, pero cuando vi al pueblo amotinado y dispuesto a llevar a cabo su linchamiento me dije que, después de todo, iban a ahorcar un criminal. Usted dice que Dudley no lo hizo y que tiene pruebas contra otro, seré el primero en aceptarlas, y desde luego, una vez aclarado el asunto, presentaré mi renuncia al cargo.

—No tengo pruebas.

—¿Qué es, entonces?

—Hace un rato, cuando me enfrenté con aquellos cuatro hombres, dejé vivo intencionadamente a uno de ellos. El tipo emprendió una carrera. Yo me entretuve un rato para que creyese que tenía el campo libre, pero luego monté en la silla y fui tras él. A unas cinco millas del pueblo se reunió con dos tipos. Identifiqué a uno de ellos.

—¿Quién era?

—Bruno Larsen, el administrador de Margaret Picker.

—No es posible.

—El propio Larsen se me presentó en la calle Mayor y tengo buena vista, sheriff. Si no fuese por esto, estaría muerto hace mucho tiempo.

Benson se frotó el cogote.

—Demonios, me deja usted perplejo. Bruno Larsen está considerado como el hombre más exquisito de toda la sociedad de Only City.

—He conocido a fulanos para los que la cortesía y las buenas maneras era un buen disfraz.

—¿Y dice que no conocía al otro tipo?

—No.

—Descríbamelo.

—Treinta y cinco años de edad, uno setenta y cinco de talla, fuerte, muy bronceado, ojos azules, orejas grandes como soplillos, mentón puntiagudo.

—¡Demonios, está haciendo usted el perfecto retrato de Louis Chadwick!

—¿Quién es Chadwick?

—El capataz de Margaret Picker.

—El administrador y el capataz. Es una buena sociedad.

—De Chadwick ya me creería cualquier cosa, porque siempre me ha parecido un tipo demasiado vivo; pero de Larsen... me cuesta creerlo.

—Le falta conocer lo más importante. El propio Larsen mató al fulano que se había librado de mi plomo.

El sheriff se quedó con la boca abierta.

—¿Quiere decir que usted presenció eso y no les metió mano?

—Si yo los hubiese liquidado en aquel instante, con ello no habría reivindicado la memoria de Dudley. Le he dicho antes que quiero acabar con el género de vida que llevaba hasta ahora, y ya que no puedo devolver la vida a Dudley, deseo hacerlo todo con arreglo a la ley. Primero: Bruno Larsen o Chadwick se confesarán autores del asesinato de Wolf. Segundo: Ambos, juntos o por separado, serán ahorcados por tal delito. Tercero: Dudley será proclamado inocente a todos los efectos.

El sheriff se apretó el puente de la nariz.

—Me gustaría que lo oyesen los componentes del Consejo Municipal.

—Ahí es donde se equivoca, sheriff. Sólo he venido a hablar con usted porque me basta con que usted lo sepa.

—Suponga que no puede lograr que Larsen y Chadwick confiesen ser los autores de la muerte de Dudley.

Matt miróse la punta de las botas, el ceño fruncido. Dejó correr un minuto antes de contestar.

—Sólo entonces será mi revólver el que diga la última palabra —observó otra vez al sheriff—. Pero se lo repito, autoridad; quiero hacer las cosas por las buenas.

—¿Qué se le ha ocurrido a ese respecto?

—Antes no sabía a quién dirigirme, pero ahora sí. Iré al rancho de la señorita Picker y será allí donde llevaré a cabo mi plan.

—Me gustaría acompañarle.

—Irán las cosas mejor si voy solo.

—Sí, es posible. Será mejor. Pero debo recordarle también una cosa, Matt. Si usted falla, no podremos hacer más. Dudley ya fue juzgado por la muerte de Wolf, y como usted dice, no existen pruebas de que fuese otro el asesino. Si a usted lo matan, me temo que Dudley será siempre, en nuestra comunidad, el hombre que mató al agente de ganado.

Kearney se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir volvió la cabeza.

—Se le olvidó decirme dónde está el rancho de la señorita Picker.

El sheriff le indicó el camino a seguir.