Capítulo 10
Varias veces había abierto la boca para que saliera una de sus excusas, y todas ellas había acabado por cerrarla sin hacer ruido pensando que lo siguiente que dijera sonaría mejor; pero no era así. Por eso parecía más un pez cogiendo aire que una persona, y tampoco ayudaba que él estuviera delante sin decirle nada, mirándola de una forma entre defraudado, dolido y preocupado.
Lo escuchó suspirar, sus hombros cayendo, y se sentó a su lado con las manos unidas y el cuerpo echado hacia delante, derrotado.
—¿Qué ha pasado para que tengas que irte a hurtadillas de casa, Ex? ¿Acaso no te sientes bien allí?
—¡Nooo! —exclamó ella realmente sorprendida porque hubiera llegado a esa conclusión. Ellos eran tan complacientes... Desde que había llegado se sentía siempre satisfecha, colmada con todas las atenciones que le habían dado. Quizá por eso ahora su corazón se había encogido y se sentía tan mal por haberles hecho daño—. ¿Qué hacías despierto?
—Tenía que ocuparme de unos trámites del club y te vi pasar. ¿Sabes el susto que me has dado? Cogí la moto y fui a buscarte, hasta que te vi entrar aquí. ¿Por qué te vas así?
Agachó la cabeza. Hubiera preferido irse sin más, así podía conservar sólo los buenos recuerdos, pero ahora... Los remordimientos de haber escapado de esa forma hacían mella en su determinación.
—Sé que tienes algún tipo de problema y, desde que volviste de tu día libre, estás rara. Ex, puedes confiar en nosotros. Te ayudaremos.
—Dudo que queráis hacerlo... —masculló con una sonrisa de resignación.
Axel la miró. Estaba encogida, tensa, cerrada. Iba a ser difícil que se sincerara. Y aun así, lo único que quería era rodearla con sus brazos y hacer que se sintiera protegida en ellos. Deseaba que los temblores que ahora veía que ella tenía fueran sólo de frío y poder calentar su cuerpo hasta que lograra una temperatura más acorde con lo que ella le incitaba.
Echó un vistazo a su alrededor y se levantó cogiéndola de la muñeca y empujándola para que lo siguiera.
—Axel...
—Nos vamos a casa. Hablaremos allí.
—¡No! —gritó soltándose—. Esto es lo mejor, créeme. No quiero meteros en líos.
Axel se volvió y se inclinó para susurrarle:
—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas. No me importa si tengo que cargarte y amordazarte para que no despiertes al pueblo entero; tampoco me importará tener que darte unos azotitos para que hagas caso. Por supuesto, estaré más que encantado de dominar y aplacar esa testarudez que tienes. Ahora, dime, Ex, ¿por las buenas o por las malas?
El contacto con el aire que salía de su boca, el calor de su cuerpo y, por qué no decirlo, también palabras, habían hecho mella en Ex. ¿Acaso tenía que moverse? Justo ahora, cuando se notaba tan flácida debido a la excitación que él le había provocado, que creía que si daba un solo paso se caería al suelo sin remedio.
—Dime, Ex, ¿quieres que dé rienda suelta a esas ganas que te tengo, aquí y ahora, o prefieres que vayamos a casa y tengamos una charla tú y yo?
Movió las pupilas para enfocarle y lo que vio le hizo tragar con dificultad. Sus ojos estaban brillando por el deseo, su cuerpo irradiando la pasión de la que era esclavo en ese momento. Una parte de ella quería encerrarse con él y dejar que le hiciera olvidar los problemas, postergar las preocupaciones y sentir lo que era estar con uno de ellos. Le daba pena irse sin probarlos a todos, eso también, obviamente.
—Casa... —musitó.
—Bien. Entonces, vamos.
Posó su brazo en la cintura instándola a salir con él. Vio la moto aparcada en la acera y la llevó hasta allí. ¿De verdad iba a poder montarse? Desde que la había visto, días después de quedarse con ellos, había ansiado ese momento. Pero no le había dicho nada tras ver el amor que le profesaba a ese vehículo, y cómo había peleado cuando uno de los gemelos había intentado ir a dar una vuelta con ella.
—Ex —la llamó. Ya estaba subiendo, alzando su pierna y agarrando el manillar con intensidad y, al mismo tiempo, dulzura; deseaba que hiciera lo mismo con ella—. Vamos, sube.
—Voy.
Se acercó más sujetándose a los hombros de él para montarse detrás. Pero, antes incluso de que hiciera el amago, los brazos de Axel la agarraron colocándola delante, su cuerpo completamente aprisionado por el del joven al sujetarse al manillar.
—Pon tus manos sobre las mías. Así puedo protegerte mejor —dijo haciendo que se estremeciera, más cuando dejó un beso en su cuello antes de colocarle un casco y ponerse él otro.
El sonido del motor bien podía ser el rugido de un león salvaje feliz por tener a su presa donde la quería; de hecho, eso pensaba que había ocurrido con ella ¿Qué le pasaría ahora?
Axel quitó la pata que sostenía la moto y aceleró recorriendo las calles. Sin embargo, en lugar de ir derechos a casa, el camino se alargó dejando que Ex se deleitara con la velocidad, se llenara de la sensación de estar en un vehículo así y de la adrenalina que le subía cuando llegaban a zonas más peligrosas, de donde si Axel no hubiera sido un buen piloto, no habrían podido salir indemnes.
Sabía que lo hacía adrede para calmarla, y por ello lo agradecía. Axel se había dado cuenta de la ansiedad que implicaba volver a ese lugar porque ya le había costado mucho salir de allí y abandonarlos. Pero era lo mejor. Si Uriel y Jerôme ya estaban enterados, no tardarían mucho en hacerlo los demás, y no sólo eso: podía ponerlos en aprietos y que les cerraran el club. Eso era lo que menos quería.
Se arrebujó más sobre Axel y éste la correspondió inclinándose para protegerla del frío que pudiera sentir, enfilando camino a casa. Lo que debían hablar, era hora de hacerlo.
Axel mantuvo la puerta abierta para que pasara Ex, un poco cohibida y pensando que los demás ya estarían enterados de lo que había intentado hacer. Sin embargo, todo estaba en penumbra y no parecía haber nadie. Escuchó cómo cerró la puerta, lo más despacio que pudo, echando la llave.
—Vamos a mi habitación —le susurró bajito para no despertar a los que dormían.
—¿No les has dicho nada? —preguntó ella siguiéndolo por el pasillo mientras lo veía quitarse la cazadora y quedarse sólo con una camiseta blanca ceñida, que marcaba su cuerpo y sus músculos, y que, de nuevo, le hicieron perder el orden de sus pensamientos. ¿Es que no podían tener otra anatomía para que pudiera centrarse en sus cosas?
—Tenía las llaves de la moto abajo, no había necesidad de alertarlos. Además —se volvió hacia ella—, si hubiera tardado mucho más no te hubiera encontrado entrando en la estación y entonces sí que hubieras desaparecido.
¿Tanto les importaba? A ver, había mantenido relaciones con tres de ellos, dos todavía no completas pero eso no quería decir que no hubiera quedado más que satisfecha; y en realidad todos, a su manera, se preocupaban por ella. A pesar del poco tiempo que hacía que se conocían.
—Pasa —la invitó Axel abriendo la puerta y dejando que fuera la primera en entrar.
Cuando lo hizo, se quedó casi en el quicio de la misma observando el lugar. Había un escritorio con una lámpara flexible, muchos libros y papeles y un portátil casi enterrado entre los documentos.
La cama estaba deshecha y había ropa desperdigada.
—Perdona el desastre. Se suponía que hoy iba a ordenarlo cuando subiera a dormir pero ha habido cambio de planes.
—No importa.
Estaba acostumbrada, al fin y al cabo, por muy ordenados que fueran, eran hombres y más de una vez se había encontrado desorden en la casa cuando se quedaba a limpiar.
—Siéntate.
Ex buscó un lugar neutral en el que poner sus posaderas, pero no encontró uno que no fuera la cama, ya que la silla estaba llena de ropa y libros. No quería darle pie a otra cosa, aunque, si lo hacía, quizá podría librarse de tener que hablar con él y...
—Ni se te ocurra pensar que voy a cegarme sólo porque haya una cama aquí —advirtió él como si le hubiera leído los pensamientos.
Ex chasqueó interiormente y optó por lo único que podía hacer.
—Cuéntamelo todo.
Ex se quedó callada sin mirarlo. No quería destruir lo que pensaban de ella o que la miraran diferente por descubrir su secreto. Por eso había preferido huir de allí.
—Ex, no debe de ser tan malo. Confía en mí.
—No puedo —comentó con lágrimas incipientes en los ojos—. Haría que me vierais de otra manera.
—Te conozco, princesa. —Se acercó a ella agachándose entre sus piernas y cogiéndole el mentón para que lo mirara—. No creo que hayas hecho nada malo y no va a pasar nada.
—No es verdad. Os puedo haber metido en un buen lío. Si me encuentra...
—¿Quién?
Ex se mordió el labio. Ya había hablado de más. Se levantó de la cama apartándose de Axel y enfocándose en la puerta. Tenía que salir de allí, se le nublaba el sentido si se quedaba más tiempo y seguía diciéndole esas palabras de aliento que tambaleaban su muro para no desvelar nada.
—Ex...
Alcanzó la puerta; ya la tenía abierta cuando una mano la empujó de nuevo cerrándola, su cuerpo aprisionado con el de él, sin escapatoria.
—Axel, por favor... —suplicó.
—No... No voy a dejar que salgas de aquí esta noche. No voy a dejar que nadie te haga daño. Aunque tenga que arrancártela, te sacaré la verdad.
Debía haber tenido miedo de esas palabras. Temer porque le hiciera daño o la presionara para desvelarle lo que ocultaba en su interior. Y, sin embargo, estaba a su merced, todos los nervios expectantes por el movimiento que veía en sus ojos. Esperó con ganas el acercamiento, sus labios muy juntos, casi rozándose pero sin hacerlo, la lengua de Axel saliendo y rozando los labios de Ex. Ella cerró los ojos mientras dejaba que las sensaciones la invadieran, que ese gruñido que salía de él la embargara y que esos labios, ahora juntos, la atormentaran y deleitaran por partes iguales.
—Voy a demostrarte que estoy aquí, princesa —susurró mientras se ocupaba de marcarle los labios con los suyos, con sus dientes y lengua, impidiéndole siempre cualquier avance.
Ex posó sus manos sobre el pecho de él restregándolas para notar en las palmas los músculos que se tensionaban conforme lo tocaba, sus pezones endurecidos y firmes, atrayentes... ¿Cómo sería sin la camiseta? Como si sus deseos fueran órdenes, Axel se apartó de ella los segundos necesarios para sacarse la prenda, tirándola a un lado sin mirar siquiera dónde aterrizaba. No le dio tiempo a prepararse para volver a ser embestida por esos besos que la nublaban, que hacían que no pudiera pensar, sólo ser conducida hacia el remolino de pasión desenfrenada donde él la quería llevar.
No sabía qué le ocurría a sus extremidades; no podía hacer que su cerebro mandara la orden de estarse quietas. Las piernas se movían en el mismo sitio frotándose su centro para aliviar el anhelo de ser tocada; los brazos desesperados por rozarle el torso, descubriendo las marcas y señales que tenía, embriagándose del aroma que emanaba y siendo consciente de las respuestas que el cuerpo de Axel mostraba cuando se iba acercando a sus zonas más erógenas, la forma en que retenía el aliento, cómo lo expulsaba lentamente al verse acariciado de forma tan sensual...
Axel se removió inquieto sujetándole las manos a Ex en el momento en que se aproximaba a la cinturilla de los pantalones. Levantó sus brazos fijándolos en la puerta mientras dejaba su boca, los labios hinchados y casi dormidos por la presión que había ejercido, para seguir un camino hacia su cuello, mordiendo, succionando y besando toda la piel.
Los dientes de Ex castañeteaban por el deseo de ir más allá. Necesitaba que fuera más rápido, que una de las manos que la sujetaba descendiera hacia su centro y se alojara entre sus piernas para, simplemente, rozarla en esa zona. Su cuerpo se encargaría del resto, tan fogosa como estaba en ese momento. A la porra los problemas, ahora mismo sólo tenía mente para él y, tal y como la estaba encendiendo, ni siquiera quedaría mucho para dejarse llevar por los sentimientos que se destilaban en esa habitación.
Notó que soltaba sus manos para llevarlas hasta la cintura y, de ahí, le subió la camiseta para sacarla. No se entretuvo en nada más que en apartarla de su camino, tomando la misma dirección, sin rumbo, que la prenda de él minutos antes. Sin embargo, lejos de volverse a apoderar de Ex, de sucumbir a su cuerpo, Axel se quedó admirándola haciendo que se sintiera vergonzosa. No era alta, no tenía un cuerpo como los de las modelos con las que habrían estado ellos. Ella no era nada comparada con las demás mujeres, incluso algunas de las que iban cada noche al club. Y aun así, la miraba como si estuviera viendo a una diosa. Sólo eso le dio poder para bajar los brazos y empezar a tocarlo, primero por los hombros, descendiendo después por la clavícula, siguiendo su contorno para bajar y ser testigo de cómo se contraían los deltoides y los pectorales con ellos.
—Ex... —susurró casi en un suspiro cuando sus dedos juguetearon con las tetillas.
Quería besarlas, jugar con su lengua, darle el calor que su boca podía proporcionarle para, acto seguido, hacer que el frío las incitara más.
Se acercó más a él y lo besó en cada una de ellas sin hacer mucho más, sus manos yendo hacia otro lugar aún oculto que había notado que tenía problemas y no iba a aguantar mucho más. Debía ayudarlo, sopesar si su estado era satisfactorio y, en caso contrario, proporcionarle los primeros auxilios necesarios. Debía hacerlo como buena amiga que era, ¿verdad?
Con algo de torpeza, desabrochó el botón de los pantalones, siguiendo con el resto, hasta que la cinturilla quedó más floja, lo suficiente para introducir sus brazos toda la longitud que era capaz, hasta casi rozar su trasero, y hacer que la prenda fuera cayendo y destapando la piel, auxiliando esa parte necesitada de él.
Aspiró impresionada por no encontrar ropa interior, lo que hizo que de su centro saliera más fluido empapándole sus braguitas y provocando que el ambiente se acalorara más por el perfume a sexo que salía de ambos cuerpos.
Cuando los pantalones ya no suponían un estorbo, sus manos, temblorosas al principio por ser ella quien estaba tomando la iniciativa, fueron acercándose a ese lugar prohibido, a esa parte donde el vello ocultaba algo. Sólo que, esa vez, no le servía de mucho, su lanza ya estaba predispuesta para un poco de ejercicio y una actividad física que proporcionaba mucho placer.
Ex se relamió pensando en cómo sabría, en si sería cálido tal y como se veía, o necesitaría darle más calor para que estuviera al cien por cien de su capacidad, si sería doloroso, si...
—Princesa, como sigas mirándome de esa manera harás que me corra sin tocarme —la avisó Axel.
¿Eso podía pasar? ¿Si se quedaba quieta sólo observando sería capaz de expulsar su simiente y bañarla con ella? ¿Sin mover un ápice?
Estuvo tentada de hacerlo, pero su curiosidad era mayor, y pronto sus manos tomaron toda su longitud impresionándose por el calor que emanaba de allí, los temblores suaves que percibía a través del tacto y las venas marcándose debido a la tensión que estaba viviendo.
Encerró con una de sus manos el pene mientras se arrodillaba para, con la otra, rozarle las bolsas que tenía e incitarle aún más, como comprobó nada más tocarle, tan sensible que casi podía saborear el líquido preseminal que salía de su glande. Se acercó para succionar siendo recompensada por un suspiro de él y un poco más de su sabor recreándose en su boca, probándolo y emborrachándose con ello.
Su resistencia decayó en ese momento y se introdujo el pene en la boca, ayudándose de su mano para estimularlo y darle el placer que él necesitaba; la otra jugaba con sus bolas, mientras él la conducía con sus vaivenes, sujetándole la cabeza para que pudiera embestirla mejor, mientras lo dejaba deleitarse en ella. Ex experimentó una sensación de poder como nunca antes había tenido.
—Ex, basta... yo...
Axel trató de apartarla pero ella se sujetó a las piernas, cerrando su boca, casi presionándole los dientes en su grosor. Mordiéndole; haciendo que su miembro se introdujera más en la garganta y, con ello, no pudiera hacer otra cosa que gemir y liberarse de la presión que tenía, su pene soltando el semen que había recorrido la distancia, ella tragándolo al tiempo que lo incitaba a que siguiera derramándole esa semilla en su interior.
Sólo cuando quedó satisfecha, se apartó relamiéndose y recogiendo de sus dedos algunas gotas que se habían quedado fuera.
Axel la levantó y besó sin esperar que se limpiara, mezclando los sabores entre los dos al tiempo que le desabrochaba los pantalones, bajando la cremallera y, con una sola mano, iba despojándola de ellos, ayudándose con las piernas para bajarlos hasta el fondo, la palma ahora posicionada en el monte de Venus, incitándola, pero tan caliente que hasta ese gesto la ponía a mil en ese momento.
Con los labios aún pegados, notó cómo iba acercándose a su centro, empapado por toda la intensidad de lo que habían vivido, y se asustó al sentir que se apartaba para, segundos después, retirar las braguitas y penetrarla con dos dedos, sin aviso, sin más estimulación que la que ya le había provocado. Y era más que suficiente.
Gritó dentro de su boca ante la violación de intimidad que había llevado a cabo —aunque no pensaba interponer denuncia alguna, ya podía hacer eso cuantas veces quisiera—. Esos dedos eran mágicos y le estaban poniendo difícil el mantenerse en pie por sí sola, las rodillas temblándole por la presión que ejercía sosteniéndola por completo.
El pulgar de Axel fue malicioso al rozarle el clítoris al mismo tiempo que sus dedos seguían introduciéndose en su interior, no ya dos, sino tres, mientras el otro se afanaba en esa perla cada vez más hinchada y sensible. Tuvo que cogerse a él para no desfallecer y dejar que lo que sentía aflojara de su interior. Fue entonces cuando Axel se movió, junto con ella, haciendo que alcanzara la cama, depositándola en ella sin sacar su mano, pero sí permitiendo que pudiera experimentar más placer sin miedo a caer o quedarse sin fuerzas en el momento del clímax.
La velocidad que tomó entonces Axel empezó a catapultarla hacia un torbellino lleno de estrellas de colores que vislumbró cuando su explosión llegó para quedarse, postergándola como sólo sabía hacer un verdadero hombre experimentado en mujeres. Casi podía alzar los brazos y tocarlas, todas ellas bailando a su alrededor, mientras la embargaba una sensación maravillosa.
—No te creas que hemos acabado, preciosa... —la avisó él apartando los dedos, dejándola huérfana en esa zona mientras lo observaba relamérselos al tiempo que se colocaba un condón y volvía a su lado, de nuevo llena en su canal con algo más caliente y ancho que lo que los dedos podían proporcionarle.
Tal y como estaba en ese momento, la entrada misma hizo que de nuevo estuviera al borde del abismo, viendo pulular esas estrellitas que parecían desvanecerse por momentos hasta que él se introdujo en ella lentamente, como si fuera marcando el territorio, dejando una huella y reconociendo el lugar para, después, atacarlo sin miramiento.
—Mírame, Ex, mírame —le pidió él.
Ella se movió para enfocarlo, su cuerpo cansado por los orgasmos ocurridos minutos antes pero a la vez despertando a las nuevas sensaciones que empezaba a provocarle. Estaba presionando sus pezones, pellizcándolos levemente, pero al mismo tiempo comenzando a ser molesto. Cuando notó que la presión ejercida era mayor, se quejó para ser acallada con un beso que transformó ese dolor en un placer aún mayor, una sorpresa que hizo que no pudiera contenerse y su cuerpo estallara en un pequeño orgasmo, el flujo saliendo de su cuerpo y sirviéndole de lubricación extra a él, sonriente, aumentando la rapidez con que se introducía, frotando su pene contra las paredes vaginales y tensándola cada vez más ante lo que sentía llegar.
—Dámelo, princesa. Dámelo... —le susurró apartándose un poco para meter su mano entre los cuerpos y alcanzar el clítoris, apretándolo entre pulgar e índice, escapándose y volviendo a ser apresado, haciendo que los temblores se sucedieran sin poder evitarlos, de nuevo besada y, otra vez, experimentando el intercambio entre el dolor y el placer que le daba hasta que todo quedó en blanco, su cuerpo expulsando aquello que tenía, quedándose saciada y flotando en el mar del deleite que acababa de darle. Notó cómo su pene se calentaba más, la simiente aflorando y siendo contenida por el preservativo.
Quiso acariciarlo, decirle muchas cosas, sincerarse con él por haberle quitado todos los agobios de la cabeza. Pero no pudo hacerlo, el cansancio hizo que su cuerpo le pesara y cayó sumida en un sueño reparador después de hacer ese tipo de ejercicio.
Axel se apartó de ella y la observó. La había saciado hasta el agotamiento y se sentía satisfecho por ello. Así podía asegurarse de que no iba a escaparse de nuevo y podría tener tiempo de avisar a los demás.
Se quitó el condón y fue hasta el baño. Necesitaba una ducha fría. Sin duda Uriel tenía razón: era una mujer muy diferente a las demás.
Ex abrió los ojos y notó enseguida que tenía una sonrisa en sus labios. Había sido una noche estupenda, no la escapada, sino lo que siguió después. No sabía cómo podían ser tan capaces, todos ellos, de proporcionar esa felicidad a las mujeres. ¿Dónde se encontraban ese tipo de hombres en el día a día? ¿Una tenía que escaparse para hallar un semental capaz de hacerla ver las estrellas sin salir de la cama ni tener un techo abierto encima?
Tenía la puerta interior cerrada para los agobios, la incertidumbre y el arrepentimiento por haber tenido sexo con Axel también. Ya lo pensaría mejor después, cuando tuviera que marcharse, pues aún estaba decidida a hacerlo.
Se levantó de la cama y fue a darse una ducha. Encontró en el baño ropa limpia; seguramente Axel habría ido a su habitación a por una muda. Se fijó en el espejo y vio que tenía todo el cuerpo lleno de las marcas de los besos de él. Hasta sus pezones estaban aún excitados y algo doloridos, pero de una forma agradable.
Al acabar de asearse y vestirse, abrió la puerta de la habitación y marchó hasta el salón. Allí, sentados, los cinco chicos volvieron su cabeza hacia ella haciendo que se detuviera y su rostro cambiara.
—Ex, tenemos que hablar —dijo Ithan levantándose e indicándole que se acercara a ellos, a una silla que había de más en esa reunión que la pillaba por sorpresa.
—¿De?
—Ya lo sabes —contestó Uriel—. ¿A qué vino escaparse anoche? —acusó. Sin anestesia.
—Uriel... —se quejó Axel. Éste bufó apartando la mirada.
Ex tomó asiento dejando que todos se quedaran en silencio esperando que hablara.
—Ex, ¿de qué huyes?
Miró a cada uno de ellos recordando los momentos que había pasado. No podía decirles la verdad. Agachó la cabeza y negó.
—No vamos a decir nada, Ex, por favor. Confía en nosotros —insistió Owen a su lado, acariciándole el brazo.
—Ex, podemos ayudarte. Sólo tienes que decirnos qué pasa.
Se fijó en Uriel, callado. Su mirada le decía que sabía algo más que los demás, pero no el motivo por el que no lo contaba. ¿Esperaba que lo hiciera ella?
—No puedo. No debo. Lo mejor es que os mantengáis al margen y me dejéis marchar —prefirió decir. Si algo les pasaba por su culpa, no iba a perdonárselo en la vida.
—Ex, viniste al pueblo escapando de algo. Cuéntanoslo —intervino Euen.
—¿Tan malo es, princesa?
Ex se volvió hacia Axel con una sonrisa triste. ¿Malo? Sería lo suficientemente horrible como para que no quisieran estar con ella.
Todos se quedaron callados, quizás esperando que alguno pensara en algo que la hiciera cambiar de opinión. O a lo mejor confiaban en que ella se sincerara con ellos, ya que no eran desconocidos. Ya no. Pero no fue así. Los minutos transcurrieron y ninguno parecía atreverse a decir nada.
—Esto es una pérdida de tiempo. —Uriel se levantó del asiento y la miró fijamente—. Ex, si quieres seguir viviendo aquí tendrás que contárnoslo todo. En caso contrario, ya puedes irte.