Capítulo 9
Tenía un dilema: la puerta o ella. Había abierto y cerrado, ya no recordaba cuántas veces, ese trozo de madera que la separaba del pasillo, y aun así seguía sin tomar la decisión. Se había pasado toda la noche en vela, primero pensando en los recuerdos que habían vuelto: nítidos, aterradores... Y sólo cuando consiguió calmarse, el arrepentimiento y el sentir que había fallado en el trabajo a sus chicos la acosó mientras las horas parecían haberse congelado. En varias ocasiones había estado mirando fijamente el reloj para cerciorarse de que la aguja seguía su camino sin hacer trampa, y en todas ellas había chasqueado la lengua en señal de desaprobación porque el problema no era del pobre reloj sino de ella misma... ¿Por qué no podía controlar el tiempo cuando le hacía falta?
Exhaló el aire que tenía y volvió a llenar sus pulmones para respirar pausadamente. Tenía que abrir la puerta, salir, ir a la cocina y, teniendo en cuenta que esa noche habían hecho el espectáculo, seguro que habrían acabado tarde, con lo cual no iba a encontrar a nadie.
Ese día le tocaba a ella el desayuno, era lo mínimo que podía hacer después del espectáculo que generaban ellos, pero no pensaba quedarse. Lo haría, dejaría todo preparado y volvería a la habitación. No quería verlos porque aún no se sentía lo bastante fuerte como para que sus temores no salieran a la luz y, al final, les contara todo. No debía, ni quería.
La discusión que había presenciado sin duda había provocado que sus miedos reaparecieran, pero ahora era diferente. No estaba allí, no había ningún problema ni tampoco había hecho nada malo para que nadie la persiguiera. Se regañó a sí misma por volver a lo mismo y golpeó la puerta con la cabeza en un intento por despertarse de una vez.
«Vale. Vamos allá», se animó.
Giró la manija y dejó que la luz del pasillo se mezclara con la de la habitación. Antes de que volviera a pensarlo, se escabulló fuera cerrando tras de sí para no tener escapatoria. Ahora su meta era la cocina. Haría el desayuno y podría volver a esconderse para que no la vieran.
Dio un paso adelante y siguió acortando el camino hasta su objetivo. Ya estaba cerca y no oía ruido alguno; estaba segura de que no habría nadie. Sonrió ante ese pensamiento: No había nadie.
Llegó hasta la esquina del pasillo y visualizó la cocina en su mente tal y como siempre se la encontraba, con Axel allí. Pero esta vez no iba a estar. Se volvió hacia el lugar con los ojos cerrados. Cuando se dio cuenta y los abrió, chilló flojito y se puso a saltar. Estaba desierta. Por fin tenía un golpe de suerte, si bien, si alguien la miraba en ese momento, sin duda le iba a dar un claro indicio de que había perdido la cabeza.
Se afanó en preparar el desayuno para esos engullidores en potencia, que no sabía dónde quemaban todas las calorías que se metían en el cuerpo, y, tras casi una hora en la cocina y un arsenal de comida para los cinco que se iban despertar en breve, se lavó las manos en el fregadero y se las secó con el paño para salir de allí cuanto antes. No quería estar cuando despertaran y seguro que alguno de ellos empezaba a sentir demasiado pegajosas las sábanas y muy suculento el aroma que se percibía de la comida.
Atravesó el salón con algo de prisa enfilando el pasillo con rapidez. Sólo le quedaban unos metros y ya oía ruido proveniente del otro pasillo. Si la descubrían podía decir que tenía sueño y la dejarían, ¿verdad? Sí, ellos eran buenos... Tocó la manija y expulsó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Ex.
La sola mención de su nombre hizo que se quedara a la mitad de su exhalación y contuviera el poco aliento que tenía para volverse y esbozar una sonrisa no demasiado forzada, no fuera que pensaran otra cosa.
—¿Sí? —Gruñó por dentro maldiciéndose por la suerte que tenía. Como si fuera una niña pequeña, su yo interior pataleó por tener que ser a él a quien se encontrara—. Buenos días, Uriel.
—¿Cómo estás?
Directo; ni un buenos días, ni un hola. Siempre iba a lo que iba. Menos con ella. Se alteró ante ese pensamiento; ¿acaso quería otra cosa de él?
—Bien.
—¿Seguro? Ayer te fuiste nada más acabar la actuación.
—Sí, es que... Es que no estaba... Me notaba cansada, supongo que de la caminata que hice por el pueblo y...
Vale, la cara que estaba poniendo Uriel ya le decía que no iba por buen camino por ahí, que debía cambiar de táctica si quería salir de ésa.
—No te preocupes, ya estoy bien. He dejado el desayuno hecho.
—¿Y adónde vas? ¿Has desayunado?
—No. Yo... —Se regañó a sí misma por haber respondido. Si no había desayunado quería decir que tenía que desayunar. Y eso implicaba estar con ellos y...—. No tengo hambre.
—Entonces es que no estás bien.
—No, no, es que... Bueno, quizás me empaché... —Dios, se estaba metiendo en un lío solita...
Uriel entrecerró el ceño y se acercó a Ex, que se echó sobre la puerta al notarlo tan cerca. Le cogió el mentón haciendo que lo mirara y se quedó quieto. Ninguno de los dos movía un músculo, el aliento de Ex haciéndose cada vez más constante, su vientre contrayéndose ante el calor que emanaba de él.
—Desayuno. Ahora —masculló Uriel.
—Sí.
—Vamos.
La soltó haciendo que pestañeara repetidas veces asimilando la conversación —¿se podía llamar así?— que acababan de tener.
Notó cómo la mano de él acariciaba la suya sujetándola en un agarre y empujándola a seguirlo mientras iban hasta la cocina. Él. Uriel. El diablo de hielo. No sabía si sentirse flotando en una nube o pensar en que iba camino de la horca o algo parecido. ¿Podía decir que estaba caminando hacia el patíbulo? Esos cinco iban a hacer que ella confesara todo y no quería...
—¡Buenos días, preciosa! —saludó Axel—. Muchas gracias por preparar el desayuno —añadió repartiendo platos y revisando lo que había por allí.
—De-de nada —farfulló ella.
Uriel la soltó y fue hasta la cocina para rellenar su plato sin hacerle mucho más caso, más pendiente de la comida que de otra cosa.
—Diosa... —Varios kilos se le echaron encima cuando el cuerpo de Owen cayó sobre su espalda, los brazos sujetándola por la cintura—. Buenos días, y gracias por el desayuno —susurró casi quedándose dormido. Sólo la colleja que su hermano le dio hizo que se enderezara liberándola de la presión y pudiera alejarse un poco, sólo un poco, hasta que chocó contra Ithan, que la abrazó.
—¿Estás mejor hoy, gatita?
Ex los miró a todos. Se habían preocupado por ella, los tenía pendientes de la respuesta que debía dar y no sabía si echarse a llorar o salir corriendo. Apretó los labios y cabeceó afirmativamente.
—Vamos a comer. Hoy tenemos un descanso más que merecido todos —dijo Ithan llevándola hasta donde los demás ya estaban comiendo y hablando de forma animada.
¿Cómo iba a resistirse ella a que, entre todos, calmaran su corazón?
Ex apoyó la cabeza en el hombro de Uriel sin esperar que la rechazara. Se habían sentado todos a ver una película y sólo Axel, Uriel y ella ocupaban el sofá, el resto desperdigados por los sillones sin hacer caso de la televisión, dormidos casi desde el comienzo. Únicamente ellos quedaban despiertos e interesados en la trama de lo que veían, a veces haciendo bromas.
Habían sido unas horas productivas. Después de desayunar y recoger entre todos, se habían puesto a limpiar y, podía jurarlo, ninguno de los cinco le quitaba la vista de encima, como si presagiaran que realmente necesitaba sentirse a salvo. Y así era. Con ellos estaba relajada y, no sabía por qué, se sentía tranquila.
—¿Quieres irte a la cama? —murmuró Uriel.
—No.
¿Moverse ahora? ¿Después de medio domar a ese tío? Ni en sueños. Había estado todo el día pendiente de ella, lo había percibido; había visto por el rabillo del ojo cómo no le quitaba los ojos de encima. Y eso le gustaba. Sólo esperaba que al día siguiente no volviera a gruñir y a ser un huraño.
Cerró los ojos dejándose llenar por el momento que estaba viviendo y sintió las yemas de los dedos acariciándola en la mejilla, la mano bajando hasta el mentón. ¿Iría a besarla? ¿Lo haría? Todos estaban dormidos a excepción de Axel, y éste hacía tiempo que no se movía. Esperó con impaciencia a que Uriel diera otro paso, pero lo siguiente que supo la desestabilizó e hizo que abriera los ojos y lo viera levantado. Adiós al Uriel cariñoso... qué poco le duraban sus arrebatos. Ex gruñó por dentro por la actitud del chico pero no dijo nada.
—¿Uriel? —La voz de Axel hizo que Ex se volviera. ¿Estaba despierto?
—Me voy a la cama —replicó él sin mirar a ninguno de los dos.
Ex agachó la cabeza. Ya debería haberse dado cuenta de que esos instantes de felicidad con él no duraban mucho.
—No se lo tengas en cuenta, princesa —comentó Axel colocándose bien en el sofá para empujarla y que quedara medio tumbada sobre él—. Es complicado, pero un buen tipo.
—No pasa nada, al fin y al cabo no le caigo demasiado bien.
—Le caes muy bien. El problema no eres tú; es él.
Ex giró la cabeza para observarlo. Esperaba que le dijera más pero la mirada de éste estaba fija en la televisión y tampoco sabía qué debía preguntarle. Por lo que había dicho, también él tenía secretos en su vida; posiblemente algo que no quería que nadie supiera. Bueno, al menos así estaban en paz.
Decidió centrarse en la película y terminaron de verla quedándose dormidos al final. No fue hasta casi la hora de la cena que los otros los despertaron pero, aunque esperaba que todos cenaran juntos, al final Uriel no apareció.
Ese día el club se tomaba un descanso después de abrir varias semanas prácticamente todos los días. Así podían relajarse un poco y estar fuera de los radares de las féminas. Ahora entendía por qué no salían mucho cuando era un día libre; al fin y al cabo era cuando podían estar libres de ellas.
Y se merecían tener un día para hacer lo que quisieran.
Dos días después
—¡Ex! —llamó Ithan—. Trae tres copas, por favor, preciosa.
—Ahora mismo —contestó ella preparando los vasos y llenándolos de la bebida preferida de las mujeres con las que estaba en ese momento, dos chicas asiduas.
El club parecía bastante tranquilo, no había tanta faena. Muy pocas veces debía servir las copas, casi siempre cuando las jóvenes se negaban a que su chico se levantara y perdiera por el camino. Y ese día parecía que estaban todas muy celosas de tenerlos en sus mesas. Y eso que debían compartirlos... Pero ninguno se quejaba, al contrario, aumentaban sus agasajos para con ellas, lo que hacía que los suspiros y desvaríos de las clientas se oyeran incluso hasta en la barra donde estaba.
Ex se agachó para asegurarse de que tenía hielo. Lo había cargado hacía unas horas, cuando abrieron, pero las copas habían volado rápidamente y los cubitos, por lo que veía, también. Se levantó y miró a los cinco. Esperaba que uno de ellos se diera cuenta y, cuando Euen le guiñó un ojo, ella pronunció la palabra hielo para que supiera que se ausentaba en caso de que hiciera falta algo. Cuando lo vio asentir, sacó las llaves y fue hasta el almacén donde guardaban las bolsas.
Se adentró hasta el congelador que tenían al fondo y lo abrió para reabastecer el bote que llevaba entre las manos. Todavía quedaba noche y parecía que iban a necesitar muchas bebidas. Cerró el portón e iba a darse la vuelta cuando la luz del almacén se apagó.
—¿Un apagón? —preguntó a la oscuridad. En lo que llevaba con ellos no habían sufrido ninguno y, tan previsor como era Axel, dudaba que no hubiera colocado un generador para que tuvieran electricidad un tiempo por sí solos.
Dio un paso adelante y una caricia en el brazo hizo que lo retirara de inmediato ante el miedo de no saber qué era. Lejos de ser desagradable, estaba más asustada por no saber lo que le había tocado.
Quiso dar otro paso más cuando, al otro lado, de nuevo sintió el toque de algo cosquilleándole por el antebrazo.
Sujetaba con fuerza el recipiente con el hielo para impedir que se cayera, pero cada vez los temblores eran mayores y el agobio de estar a oscuras y no saber quién estaba con ella empezaba a ponerle las cosas difíciles.
Avanzó en línea recta acelerando su paso, siguiendo el camino que recordaba hacia la salida, hasta que unos brazos la detuvieron y alguien le dejó un beso en el cuello mientras le tapaba la boca para que no gritara. El corazón le latía a mil, sólo quería deshacerse de ese agarre para llegar a la puerta y pedir auxilio.
A esa unión se incorporaron otras manos que empezaron a tocarla por las caderas, subiendo por su vientre, los costados, los pechos. Trató de chillar, de alertar a quien estaba fuera para que la ayudaran, pero esos hombres estaban haciendo lo que querían con ella. A pesar de esa situación, su cuerpo respondía a las atenciones, se fundía con lo que estaban haciéndole, como si los conociera, pero su mente se negaba a racionalizar, a pensar en quién podía ser. Sólo quería salir de allí y escapar.
Quiso empujarlos con su propio cuerpo para soltarse y escapar, cuando el susurro de uno la detuvo:
—Diosa...
La puerta del almacén se abrió dejando entrar un poco de la luz exterior y la figura que había en la puerta accionó el interruptor descubriendo al trío que había en la habitación.
Axel chasqueó la lengua y atravesó el espacio que los separaba, arrancó de los brazos a Ex y propinó a cada uno de los gemelos una colleja.
—En el trabajo no se juega —los regañó, haciendo que salieran de allí riendo seguidos por los otros, ella tratando de recuperarse de lo que le habían hecho.
Sin embargo, a la salida, no se esperaba ver a Jerôme allí, menos aún vestido de uniforme. Y hablando con Uriel.
Todo el vello se le levantó al notar las miradas de ambos en ella, sus voces demasiado lejanas y bajas como para poder saber de qué hablaban, lo cual hizo que el nerviosismo la recorriera. Estaba intranquila. ¿Qué había ido a hacer Jerôme allí? ¿Y por qué estaba hablando con Uriel? ¿Y qué pasaba para que la miraran? ¿Acaso tenía monos en la cara? Eran tantas las preguntas, y la incomodidad tal, que el tarro con los cubitos se le deslizó de las manos produciendo un sonido desagradable y molesto que hizo que todos se volvieran. «Estupendo, lo que me faltaba», masculló.
Se apresuró a recoger todos los cubitos que habían caído, con ayuda de los chicos que se habían acercado, preocupados por lo que hubiera pasado. Sin embargo, aunque intentaba cogerlos rápido y volver a meterse en el almacén para tranquilizarse, no podía quitar los ojos de esos dos que tanto cuchicheaban. ¿Habrían descubierto algo? ¿Sabrían ya algo?
—¿Estás bien, Ex? —preguntó Owen zarandeándola un poco para que prestara atención.
—Sí, sí. Se me ha resbalado, no ha sido nada.
—Estás muy pálida, preciosa. ¿De verdad estás bien? —insistió Axel—. ¿Prefieres tomarte la noche libre?
—No, estáis todos ocupados. Además, dentro de poco cerramos. No pasa nada.
Ex se levantó junto con el recipiente de los hielos agarrado con fuerza. Era eso o salir al apartamento, coger lo poco que tenía y escapar de allí. Ése era el pensamiento que tenía en ese momento.
Miró de soslayo de nuevo a la pareja que la había puesto así y vio que Jerôme se acercaba a ellos. Ithan saltó en cuanto el policía llegó a su lado y éste sonrió.
—Hola, chicos. Ex. ¿La noche bien?
—Bastante tranquila, Jery —respondió Ithan poniendo más espacio entre ellos dos después de soportar el pellizco que le había dado en el trasero—. ¿No estás de servicio?
—Sí, pero la noche está relajada, así que he venido por otros asuntos. No te preocupes, ricura, mañana volveré por aquí, que cojo vacaciones.
—Dios me libre de que tengas algo que te impida estar aquí —masculló Ithan haciendo que los demás se echaran a reír.
—Ex, ¿te tratan bien éstos? —Jerôme se centró en ella haciendo que su corazón se acelerara. ¿Sabía algo? ¿Qué le había contado a Uriel? Éste no se había unido a ellos sino que había vuelto con las mujeres, pero Ex sabía que la vigilaba. Siempre lo hacía.
—Sí, claro... —murmuró esperando que sonara algo decente y no como un flan, que era como estaba.
—Jerôme, no le hemos hecho nada. ¿A qué viene eso? —inquirió Owen—. ¿Qué tenías que hablar con Uriel?
—Nada, nada. Cosas nuestras. —Guiñó el ojo a Ithan y éste se quedó blanco.
—¡Uriel! —gritó Ithan yéndose hacia el susodicho para reclamarle—. Capullo, como le hayas prometido algo conmigo por traerte información, te juro que esta noche te capo.
Euen y Owen se levantaron con rapidez para detenerlo. No era cuestión de montar una discusión en mitad del trabajo y lograron calmar los ánimos.
—Jerôme... ¿nada malo? —insistió Axel.
—No, tranquilos. Yo ya me marcho. Tened cuidado, chicos.
La salida de Jerôme hizo que se tranquilizara el ambiente y todos volvieran a sus quehaceres. Todos menos Ex, quien se quedó de pie mirando directamente a Uriel, y éste a ella, en un pulso que ninguno de los dos parecía querer perder. ¿Sabría algo?
Las manos de las mujeres con las que estaba Uriel le hicieron ceder en la lucha y se centró en su trabajo de atenderlas mientras Ex iba hasta el almacén para cambiar el hielo que se había caído por nuevos cubitos limpios.
Una sombra se deslizó por el pasillo llegando hasta el salón y, de ahí, a la puerta de salida. No le fue difícil encontrar las llaves que abrieran y pronto se halló fuera del edificio corriendo hacia otro lugar.
La luz de las farolas la iluminó en el momento en que se detuvo a tomar aire inclinándose hacia delante y poniendo las manos sobre las rodillas. Era lo mejor que podía hacer. No iba a meterlos en más problemas y ella debía seguir su camino.
Se apartó el pelo de la cara y miró hacia atrás. Se obligó a apretar los dientes y a girarse, echando a andar hacia la estación. Seguro que encontraba algún autobús que saliera a esas horas de la noche; por la mañana vería las cosas más sencillas.
Se encaminó hacia su objetivo, casi a las afueras del pueblo, y dio gracias porque el guardia de la estación estuviera allí con las luces encendidas. Podría descansar dentro e informarse del primer transporte para salir. No le importaba dónde, con tal de salir de allí. Si Uriel y Jerôme ya sabían algo de ella, no tardarían en saberlo los demás.
Entró en el edificio y se sentó en uno de los asientos libres —en realidad todos lo estaban— para descansar un momento antes de ir a hablar con el encargado. No se dio cuenta de las lágrimas que brotaban de sus ojos hasta que éstas le rozaron el dorso de la mano; fue entonces cuando la tristeza la embargó. No quería irse, aquél era su hogar, un lugar donde se había sentido bien, donde los chicos eran, cada uno de ellos a su manera, imprescindibles en su vida. Y ahora los estaba abandonando.
Se secó las lágrimas como pudo y quiso levantarse cuando la luz quedó oculta por una figura delante de ella. Sólo podía verle los zapatos pero, conforme subía, fue siendo consciente de los pantalones y de la chaqueta de cuero que llevaba puesta para, finalmente, darse cuenta de a quién tenía enfrente.
—Axel...
Éste tenía los brazos cruzados sobre su pecho y una mirada adusta, enfadada.
—¿Adónde crees que vas? —gruñó, casi con el mismo tono de voz que Uriel solía utilizar cuando le hablaba.