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FUERON diez días malos.
Las agencias locales de empleos le
ofrecieron algunas oportunidades, pero sólo uno resultaba de
interés, y fue rechazado en la primera entrevista. Era una empresa
de artículos científicos y necesitaba un hombre para que se hiciera
cargo del departamento de crisoles y refractarios; había que hacer
investigaciones. El presidente lamentó explicarle que buscaban a
alguien un poco más maduro, más experimentado en el trato con
empleados, alguien que supiese recibir órdenes...
Novak quedó convencido de que eso
significaba que estaban enterados de su renuncia informal a la CEA,
y lo lamentó sinceramente.
Todas las otras ofertas consistían en
empleos sin porvenir: mezclas y pruebas de cochuras en alfarerías
arruinadas de Ohio, con sueldos ínfimos y oportunidades de
investigación reducidas a cero.
Novak fue a cines baratos y comió en
restaurantes baratos hasta que empezaron a llegar las respuestas a
su anuncio. Una compañía de bujías de encendido le hizo la mejor
oferta de la primera tanda; las demás eran horribles. Un
propietario desesperado de una alfarería de East Liverpool que
estaba al borde de la quiebra, le ofrecía tomarlo como socio, en
lugar de darle un sueldo. “Estoy seguro de que con un técnico de
sus cualidades a cargo de la producción, mientras yo me ocupo de
los diseños y las ventas, superaríamos nuestra crisis presente y
finalmente nos haríamos ricos. Con la confianza de que usted le
dará a esta propuesta su más seria...”
Antes de cablegrafiar a Newark, decidió
aguardar las novedades del día siguiente. Y éste le trajo otras
ofertas despreciables y una extraña carta de Los Ángeles.
El encabezamiento de la misma no era más que
el número de una oficina y una dirección. Su firmante, J. Friml,
ofrecía muy formalmente al doctor Novak un interesante trabajo
full-time en la investigación de
refractarios y en su utilización, en relación con aeronaves de
propulsión para grandes alturas. Tendría a su disposición las
facilidades necesarias en lo referente a laboratorios y la ayuda
especializada que solicitara. El sueldo especificado en su anuncio
era satisfactorio. Si la propuesta despertaba el interés del doctor
Novak, éste debería cablegrafiar y recibiría un giro telegráfico
que cubriría los gastos de su viaje a Los Angeles.
¿Sería una de las grandes empresas de
aviación de la costa? No podía tratarse de otra cosa, pero ¿a qué
se debía el secreto? La carta era una trampa intrigante, con el
dinero prometido a modo de cebo. Quizá no lo aceptasen, después de
todo, pero no estaría de más hacer un viaje gratis a Los Angeles
para averiguar de qué se trataba. Eso, siempre que cumpliesen con
la promesa de enviarle el dinero.
Le cablegrafió a J. Friml, a la dirección
del encabezamiento de la carta:
Interesado en su
oferta pero agradecería más detalles, de ser posible.
A la mañana siguiente, un giro telegráfico
más que suficiente fue deslizado bajo la puerta de su casa,
acompañado por el siguiente mensaje:
Detalles completos serán dados en la entrevista. Por favor, visítenos cuando le resulte conveniente, cablegrafiando previamente. Nuestra oficina abre diariamente a las nueve y cinco, exceptuando los domingos.J. Friml, secretario tesorero
—¿Secretario tesorero de qué?
Novak se rió de la forma en que lo pescaban
por medio de la curiosidad y de un pequeño adelanto monetario, y
telefoneó para pedir que le reservaran un asiento en el
avión.
Dejó su valija en el aeródromo de Los
Angeles y tomó una ducha en un baño público. Había cablegrafiado
que llegaría esa mañana. Novak le dio la dirección al chófer de un
taxi y le preguntó:
—¿En qué parte de la ciudad está eso?
—Bien, le diré —respondió el conductor—. Es
un barrio anticuado, pero no tiene nada de malo.
“Anticuado” resultó un eufemismo por
“ruinoso”. Se detuvieron frente a un sucio edificio de oficinas de
ocho pisos con ascensor, situado en una esquina. El vestíbulo
estaba pavimentado con resquebrajadas baldosas octogonales. El
indicador de inquilinos era extensísimo: señalaba alrededor de
doscientas firmas ocupantes, cuadruplicadas y quintuplicadas en las
cincuenta oficinas. Debajo de la “F”, Novak encontró a J. Friml,
habitación 714.
—Séptimo —le dijo amargamente al
ascensorista, cuyo rostro parecía haber roto relaciones con la
navaja de afeitar. Indudablemente arriba encontraría muchas cosas,
menos una importante empresa de aviación.
La habitación 712 le hizo detenerse en seco
en el corredor, por la audacia de los letreros de la puerta de
vidrio. Ahí dentro se alojaban la Asociación del Cementerio
Nacional de Arlington, la Corporación de Propiedades de Lakeside,
la Agencia Equitativa de Seguros del Oeste, la Liga de Veteranos de
California, Publicaciones para la Granja y el Hogar, y la Compañía
Kut-Rite de Fantasías Metálicas..., todas dentro de una pequeña
oficina.
Pero en la habitación 714 su corazón
naufragó como una piedra. El cartel decía modestamente: “Sociedad
Norteamericana del Vuelo Espacial”. Pude haberlo imaginado, se dijo
tristemente. ¡California del Sur!
Cobró ánimos para entrar. Debían ser unos
locos; el laboratorio sería el garage de uno de ellos, tratarían de
pagarle el sueldo vendiendo lotes en Júpiter... pero por esa mañana
le habían recompensado el tiempo perdido. Entró.
—¿El doctor Novak? —preguntó un hombre
joven, quien recibió un gesto afirmativo—. Soy Friml. Éste es el
señor McIlheny, presidente de la organización.
McIlheny era un sujeto flaco, de edad
mediana y aspecto decidido. Friml tenía rasgos agudos, usaba
anteojos, y parecía muy correcto y frío.
—Sospecho que usted piensa que lo atrajimos
con pretextos falsos, doctor —dijo McIlheny, como tratando de
lograr que él lo admitiese.
—Siéntese —intervino Friml.
Novak lo hizo y miró a su alrededor.
La oficina era limpia y pequeña, con tres
buenos escritorios, una pared cubierta por excelentes ficheros
—incluyendo algunos para planos—, y no había decoraciones.
—Pedí un trabajo de investigación y práctica
—respondió Novak cautelosamente—. Procedieron correctamente al
contestar mi anuncio, si pueden ofrecérmelo.
—La oferta anónima fue idea mía —explicó
McIlheny, haciendo crujir los nudillos—. Temí que usted nos
rechazase como bromistas. La propaganda no nos ayuda.
—Supongo que me dirán de qué se trata
—murmuró Novak, pensando que, después de todo, ellos lo habían
llevado allí con su dinero.
—La SNVE data de hace unos veinte años, si
se toma en cuenta a una sociedad predecesora que se inclinaba un
poco hacia el aspecto juvenil. Se “experimentaba” con naves
impulsadas a pólvora, y naturalmente no llegó a nada concreto. Sólo
querían oír explosiones. Más tarde llegaron elementos de más edad:
ingenieros de fábricas de aviones, estudiantes de ciencias del
California Technical y otras escuelas, y reorganizaron la sociedad.
Naturalmente, después de la guerra tuvimos un gran impulso gracias
a las V-2 y a la bomba atómica. Los miembros llegaron a cinco mil
en todo el país. Un par de años después sólo quedaban mil
quinientos, y ésa es nuestra actual situación.
—Mil cuatrocientos setenta y ocho —afirmó
Friml, después de estudiar una tarjeta.
—Gracias. Soy presidente desde hace diez
años, aunque no soy un técnico. Mi oficio es el corretaje de
seguros, pero me reeligen constantemente, por lo que supongo que
todos están satisfechos. Nuestros estudios los hemos estado
haciendo sobre el papel, hasta hace poco, no teníamos dinero para
otra cosa. En enero del corriente año viajé a Washington para pedir
la colaboración de la CEA, pero fue inútil. Con la aprobación de
los socios recorrí varias firmas industriales, buscando
contribuciones. Algunas empresas con visión de futuro mostraron una
reacción muy favorable, y pudimos iniciar tareas prácticas.
»Hubo un gran debate acerca de si debíamos
trabajar sobre una base de “piezas y detalles” o si debíamos
dedicarnos a la construcción de un modelo a escala natural de la
nave espacial. Este último proyecto fue el aprobado, y desde
entonces hemos hecho progresos muy satisfactorios. Alquilamos
algunas hectáreas de desierto al sur de Barstow y levantamos
talleres y... —se interrumpió, sin poder ocultar el orgullo de su
voz. Abrió un cajón del escritorio y le entregó a Novak una
fotografía de ocho por diez—. Véalo.
La estudió cuidadosamente: allí aparecía
algo brillante, macizo, con forma de bomba aérea, apoyado sobre la
cola en medio del desierto y rodeado por casitas prefabricadas. Era
seis veces más alto que un hombre que estaba de pie a su lado,
apoyado con expresión estudiada contra una aleta con la forma de la
letra griega delta. Allí había mucho metal... una extraordinaria cantidad de metal, pensó Novak,
cada vez más excitado. Si la fotografía no era fraguada, debían
tener mucho dinero y aquel asunto adquiría más sentido.
—Muy interesante —dijo, y devolvió la
fotografía—. ¿Y cuál sería mi tarea?
—Nuestro actual ingeniero, el señor Clifton,
es un hombre excelente, que a usted le resultará muy simpático,
pero no entiende de refractarios. ¡Creo que es lo único que no
sabe! Y nuestros planos incluyen un tubo de escape con
revestimiento cerámico y un timón interno de dirección, hecho del
mismo material. Tenemos las formas, teóricamente calculadas, pero
es necesario buscar el material y fabricar las piezas.
—¿Un timón interno de dirección? ¿Parecido a
los timones de grafito de los diversos cohetes alemanes de
bombardeo?
—Sí, aunque con algunas mejoras —respondió
McIlheny—. Tiene que hacerse en esa forma, aunque no le envidio el
trabajo de buscar el material que resista el calor y la trepidación
mecánica. Una nave con dirección lateral sería más sencilla, ¿no es
cierto? Pero las complicaciones prácticas con que se tropieza...
Cada propulsor separado significa un sistema eléctrico propio, una
bomba de combustible propia, la perforación de miembros
estructurales y pérdida de fuerza, agregando peso sin una ganancia
equivalente en potencia impulsora.
—¿No dijo que no era un técnico? —preguntó
Novak.
—Lejos de eso —respondió McIlheny,
impaciente—. Pero hace mucho que me dedico de lleno al asunto, y he
aprendido algunas cosas —titubeó un momento—. ¿Tiene usted el cuero
duro, doctor Novak?
—Supongo que sí.
—Lo necesitará si trabaja para nosotros...
los locos.
Novak no hizo ningún comentario, y McIlheny
le dio algunos recortes de diarios.
GENTE DE LA CIUDAD VE LAS ESTRELLAS; CONSTRUYEN NAVE ESPACIALLATEN CORAZONES DE BUCK ROGERS DEBAJO DE TRAJES DE ETIQUETA
Había otros.
—Nunca afirmamos —dijo McIlheny con un poco
de amargura—, que el Prototype saldría
para la luna la semana próxima, o en algún otro momento. Combatimos
el sensacionalismo. Hay serios motivos militares y científicos para
ocuparse de las investigaciones en el campo de las naves
espaciales. Hemos tratado de dejar bien sentado que se trata de un
modelo en tamaño natural para propósitos de estudio, pero esos
malditos diarios no hacen caso. Sé que eso alejó de nuestra
Sociedad a algunos hombres útiles, y me duele decirle lo mucho que
ha afectado mis negocios, pero mi abogado me aconsejó que no
entablase pleitos —miró su reloj—. Tenía la obligación de aclararle
esto, doctor. Ahora conteste francamente si acepta trabajar con
nosotros.
Novak titubeó.
—Oiga —indicó McIlheny—, ¿por qué no va a
echarle un vistazo al Prototype y a su
lugar de emplazamiento? Yo tengo que irme, pero Friml lo llevará
con mucho gusto. Tiene que conocer a Clifton.
—Comamos antes —manifestó Friml, cuando
McIlheny se hubo ido.
Fueron a un restaurante para hombres de
negocios. Friml no pronunció ni una palabra durante el almuerzo y
permaneció en silencio mientras viajaban hacia Barstow. Los campos
irrigados se fueron haciendo cada vez más áridos hasta convertirse
por fin en un desierto.
—¿Usted no es un entusiasta? —preguntó Novak
finalmente.
—Soy el secretario tesorero —respondió
Friml.
—¡Hum! Me pareció que el señor McIlheny se
abstenía intencionalmente de mencionar el nombre de las firmas que
contribuían a la SNVE.
—Efectivamente. Las contribuciones son
privadas, por pedido de los donantes. Usted ya vio los recortes de
la prensa.
Su tono era avinagrado. Friml era un hombre
que no creía que ese juego valiese las burlas que se recibían por
participar en él. Entonces, ¿por qué diablos era el secretario
tesorero de la institución?
Viajaban por un camino secundario de tierra
negra, cuando el Prototype apareció a la
vista. Era la única figura vertical del paisaje dentro del radio
visual, y parecía buscar clavarse en el cielo. Un cuadrilátero de
viviendas prefabricadas bien construidas lo rodeaban, y el terreno
tenía un cerco de alambre.
Un muchacho estaba leyendo junto a una
especie de garita de centinela que había en la entrada. Miró a
Friml y le indicó que podía pasar. El tesorero llevó su coche a una
playa de estacionamiento, donde los últimos modelos eran minoría
respecto a los cacharros, y lo detuvo junto a un Rolls Royce
marrón, antiguo y monstruoso.
—Es del señor Clifton —indicó, recuperando
su tono avinagrado—. Debe de estar aquí.
Condujo a Novak hasta el más grande de los
edificios prefabricados, que tenía unos diez metros de largo por
cuatro de ancho y estaba montado sobre una base de hormigón.
Era un taller. Muchachos de mirada seria
tenían la vista fija en las piezas de bronce que estaban limando.
Una chica usaba un pulidor de superficies que despedía una fina
lluvia de chispas rojas y pequeñas. Novak pensó automáticamente que
ése era acero al carbono de alta calidad. Un trozo de tal tamaño
debía costar mucho.
El dedo de Friml señaló a Clifton. El
ingeniero tenía puestos unos pantalones ordinarios de algodón y una
camiseta sucia a la que había agregado botones. Estaba inclinado
sobre un torno de mecánico de revolución lenta, perforando un
ajuste de hierro colado. De pronto el taladro se trabó y él le
gritó:
—¡Ah, sucio perro! —y con un manotón cortó
la corriente.
—Señor Clifton —exclamó Friml—, le presento
al doctor Michael Novak, el especialista en cerámica de quien le
hablé ayer.
—¡Hola, Jay! ¡Hola, Mike! —dijo el hombre,
tendiéndole a Novak una mano engrasada. Necesitaba una afeitada y
la atención de un dentista. No se parecía a ninguno de los
ingenieros en actividad que Novak había visto en su vida. Tenía un
aspecto ordinario que no llamaba la atención, con una voz ronca que
hacía juego—. De modo que piensa unirse a los piratas del espacio,
¿eh? —preguntó Clifton, después de haberlo estudiado largamente con
la mirada—. ¿Dónde está su pistola de rayos atómicos?
Hubo una pausa.
—Tiene un millón de frases como ésta, para
cortar la conversación —comentó Friml con una tenue sonrisa—. Señor
Clifton, ¿tendría la bondad de acompañar al doctor Novak, siempre
que eso no interrumpa nada de importancia?
—No —dijo Clifton—. La barrena se trabó en
el orificio terminal del reborde. Ahora tendré que tirarlo. Fue una
locura probar el acero colado, y eso me enseñará a no ahorrar
dinero. La próxima vez haré la juntura con una linda y cara barra
de acero dúctil. Vamos, Mike. Hasta Marte o reventar,
¿verdad?
Condujo a Novak fuera del taller y se limpió
las manos grasientas en la camiseta.
—¿Usted sirve para algo? —preguntó—. Les
dije a los muchachos que no quería tener una tapa en mis
manos.
—¿Qué es una tapa? —inquirió Novak.
—Lenguaje Morse. Palabra de combate.
—¿Fue telegrafista? —preguntó Novak. Parecía
lo único que se podía decir.
—¡He sido de todo! Granjero, marinero,
gigoló, soplador de vidrio, mecánico, ingeniero en aviación...,
pero usted no cree ni una palabra de lo que digo.
—Ganó —respondió Novak, disgustado. Todo
estaba fuera de discusión. Unos locos fanáticos que colaboraban con
ese charlatán.
—Pregúnteme lo que quiera, Mike. ¡Vamos,
pregúnteme cualquier cosa! —exclamó Clifton, y le sonrió como un
cachorro.
—Integral del ala, logaritmo u, d-u —dijo Novak, encogiéndose de hombros.
—U a la
n más uno, paréntesis, logaritmo de
u sobre n más
uno, menos uno sobre n más uno cuadrado,
cierra paréntesis más C. ¡Pregunte algo
difícil, Mike!
Era la respuesta correcta. Novak recordaba
ese problema que se le había quedado grabado en la cabeza después
de un examen. Normalmente, se lo buscaba en una tabla de
integrales.
—¿A qué escuela fue? —preguntó
sorprendido.
—¿Escuela? ¿Escuela? ¿Para qué diablos ir a
la escuela? —sonrió Clifton—. Soy un autodidacta, Mike. Mire la
nave, el sabueso del espacio. Mírela.
Habían llegado a la base del Prototype. Vista de cerca, la nave era una
estructura de planchas de acero magníficamente soldadas, con la
abertura de un caño de desagote en la parte trasera y sin medios
visibles de propulsión.
—Los muchachos la adoran —murmuró Clifton—.
Yo la amo. Es mi chica preferida, esta bribona llena de
curvas.
—¿Qué combustible usarán? —preguntó
Novak.
—¿Cómo podría saberlo? —exclamó Clifton con
una carcajada—. Todo lo que sé es que necesitamos velocidad de
partida, de modo que la construyo para que resista la trepidación
mecánica de dicha velocidad. Usted tiene
que preocuparse por el combustible. Los chicos me dicen que tiene
que ser atómico, de modo que tendrá que darles un material para
revestir el caño de escape, de manera que pueda llegar a Marte y
volver. ¡Oh, Mike, se ha echado un gran peso sobre las espaldas al
unirse a los aventureros del espacio!
—Nunca oí un disparate tan grande —comentó
Novak.
—Quizá se equivoque —afirmó Clifton,
súbitamente serio—. Preparamos todo menos el combustible, y
entonces vamos a la CEA y lo pedimos.
¿Se niegan, o empiezan a trabajar con un combustible atómico? Los
muchachos lo tienen todo pensado. Hacemos nuestra parte, la CEA
hace la suya. ¿Por qué no?
Novak se rió, al recordar la manía del
espionaje que lo había rodeado durante esos dos años.
—Claro que harán su parte —dijo—. Empezarán
por enviar cien agentes de seguridad e inteligencia para echarlos
del campo y hacerse cargo ellos del trabajo.
—¡Ese es el espíritu! —exclamó Clifton,
palmeándole la espalda—. ¡Todavía podrá ganar su Cruz al Mérito
Galáctico, compañero! ¡Está contratado!
—No se apresure —respondió Novak, un poco
disgustado—. Si acepto, ¿me darán un verdadero laboratorio, como
prometieron? Quizá no comprendan que necesito elementos de valor:
morteros, trituradoras, hornos de arco..., quizá un horno de sol
resulte útil acá, en el desierto. Ese equipo cuesta mucho.
—Pagarán —afirmó Clifton solemnemente—. No
juzgue mal a los muchachos. Yo trabajo con sus planos y son muy
buenos. Naturalmente, hay defectos. Los muchachos son humanos.
Acabo de reformar todo el sistema para despedir la nariz
aerodinámica del Proto. Era demasiado
complicado. Ahora estoy probando un barómetro que disparará una
carga de pólvora que eliminará la nariz cuando esté fuera de la
atmósfera: todo el mecanismo es exterior, sin agujeros en el casco
ni problemas de cierre. Lo malo es que diseñan con espíritu
conservador; tienen tendencia a subestimar la resistencia de los
materiales. Pero en conjunto, forman un equipo muy, muy
realista.
A Novak le resultaba imposible decidir si
Clifton era un farsante, un ignorante o un genio.
—¿Dónde ha trabajado? —preguntó.
—Mi último empleo fue el de ingeniero
proyectista en Western Air. Me despidieron, naturalmente. Llevo su
carta guardada junto al corazón.
Sacó una abultada y sucia billetera del
bolsillo trasero izquierdo de sus pantalones, hurgó en su interior
y sacó un papel doblado. Lo desplegó y se lo mostró. Decía
lacónicamente que el jefe de personal de Western Aircraft lamentaba
que la compañía no tuviese otro recurso que el de cancelar el
contrato del señor Clifton, ya que éste se había negado
categóricamente a disculparse ante el doctor Holden.
Un muchacho de dieciocho años, con el pelo
cortado al rape, se acercó a ellos.
—Cliff —dijo—, el plano indica que las
cuerdas de nilón deben probarse hasta setenta y cinco kilos cada
una. ¿Eso significa la fuerza de ruptura de las cuerdas, o de todo
el aparejo: las cuerdas fijadas a los anillos en D, y éstos
asegurados al marco?
—Estaré contigo dentro de un minuto, Sammy.
Espérame allí —dijo, y luego se volvió hacia Novak y preguntó—:
¿Cree que soy un farsante, Mike?
—¡Oh, no!... —empezó a contestar Novak, y
entonces vio que el ingeniero se reía. Le devolvió la carta e
inquirió—: ¿También ha sido falsificador? Señor Clifton...
—¡Cliff!
—...Cliff, ¿cómo se metió en esto? Que el
diablo me lleve si sé qué pensar de este asunto.
—Yo tampoco. Pero no me importa. Me dieron
un empleo cuando la Western me despidió. No puedo conseguir trabajo
en otra empresa de aviación porque estoy en la lista negra
industrial, y no puedo ingresar en una repartición oficial porque
soy un agente subversivo o un espía o algo parecido.
—¿Cómo es eso?
—Ellos no lo dicen, pero usted lo sabe. Según su anuncio, trabajó en la
CEA. Creo que se debe a que di un par de veces la vuelta al mundo.
Piensan que quizá, sólo quizá, el viejo
Cliff se vendió cuando no lo vigilaban. Además mi esposa es
extranjera, y el Tío Sam piensa que es mejor estar a salvo que
lamentarse.
—Conozco ese juego —comentó Novak—. No tiene
importancia. Usted no habría durado cinco minutos en la CEA, aunque
lo hubiesen contratado.
—¡Muy bien! ¡De modo que no perdí nada!
Oiga, Mike, tengo que enseñarles a mis muchachos a sonarse las
narices, de modo que lo dejaré con su conciencia, y espero verlo
pronto.
Volvió a tenderle su mano grasienta a Novak
y se alejó de la base de la nave, en dirección al taller. Friml
estuvo en seguida junto a Novak, con una expresión
impaciente.
Al volver rumbo a Los Angeles, Novak
preguntó con tono cortante:
—Ustedes están construyendo una nave lunar,
¿sí o no?
—Si la SNVE está construyendo una nave
lunar, no quiero saberlo. Debo aclararle que, cualquier cosa que
sea lo que están preparando, tienen una contabilidad muy bien llevada y un estricto control sobre los precios de compra —le
dirigió a Novak una mirada por el rabillo del ojo—. Un hombre al
que probaron antes de Clifton, cometió un error muy usual. Pensó
que como sabía cuestiones técnicas que yo no conocía, podría
fraguar sus compras por medio de arreglos con los vendedores sin
que me enterase. Tardé exactamente ocho días en descubrir su
maniobra.
—Entiendo —dijo Novak cansadamente—. Pero
todavía no sé si aceptaré el empleo. ¿Clifton fue verdaderamente
ingeniero proyectista de Western Air?
—En realidad, no lo sé. No tengo ninguna
responsabilidad en la contratación del personal. Sé que no tiene
antecedentes criminales en la policía local ni en el FBI. Considero
parte de mis deberes el averiguar esos datos respecto a los
empleados entre cuyas misiones se encuentra la de recomendar
gastos.
Friml lo dejó en el aeródromo de Los
Angeles, a su pedido. Novak dijo que se pondría en comunicación con
él por la mañana y le haría conocer su respuesta. Recogió su valija
y fue en taxi hasta un hotel céntrico. Eran las cuatro y media
cuando firmó el registro, e inmediatamente hizo un llamado al
departamento de personal de Western Aircraft.
—Me agradaría averiguar —dijo— cuáles son
los antecedentes del señor Clifton. Afirma en su... solicitud, que
estuvo empleado el año pasado como ingeniero proyectista en Western
Air.
—Sí, señor. ¿Cuál es el nombre del señor
Clifton, señor?
—¡Oh!, no puedo descifrarlo de su firma...
—Si le habían dicho el nombre de Clifton, no podía
recordarlo.
—Un momento, señor... Tenemos un August
Clifton, ingeniero proyectista, empleado durante dos años y cinco
meses. Despedido el 17 de enero del año pasado.
—¿Cuál fue el motivo del despido?
—Aquí dice: “incompatibilidad con el
personal supervisor”.
—Es ése. Muchas gracias, señorita.
—¿No quiere conocer su eficiencia, salud y
los otros datos, señor?
—No, gracias —respondió.
No los necesitaba. Cualquiera que hubiese
permanecido trabajando durante dos años y cinco meses en la Western
como proyectista, para ser despedido sólo después de un altercado,
era eficiente y sano y etc. Si no hubiese sido así, no habría
durado ni dos horas y cinco minutos. No era como en la CEA; en
Western se producía.
No, pensó, estirándose vestido sobre la
cama; no se parecía a la CEA, y tampoco la SNVE se parecía. Al
pensarlo experimentó un momento de pánico, y no tardó en descubrir
su origen.
Si uno pasaba bastante tiempo en la
administración pública, perdía la hombría. Cada cheque de pago
extendido por la Tesorería, le quitaba una porción igual de su
personalidad. Cada uno de los duros rectángulos azul verdosos, de
cartón, marcados con el código de la IBM, le daba a uno nuevos
deseos de olvidar que quizá estaba realizando una inútil repetición
de una investigación que ya había sido hecha, y rehecha, sin que
nadie se enterara, en laboratorios dispersos y de carácter
reservado a lo ancho de todo el país.
Cada trago bebido de la ubre pública llevaba
más jugo de amapola en él. Progresivamente uno se olvidaba de que
había sido otra clase de persona, con ideas, que luchaba por ellas,
que se mantenía despierto con café hasta la madrugada para
proseguir el trabajo, que se enamoraba, que a veces se embriagaba.
Uno se pone gris después de una dosis suficiente de jugo de
amapolas... Agradablemente gris.
Uno decía: “Bien, yo no lo expondría en esa
forma”, y “Las dos partes tienen algo de razón”, y “No conviene
lanzarse por la borda: lo importante consiste en conservar la
objetividad”.
Las agradables personas grises se casaban en
la juventud y tenían un hijo o dos en seguida, para demostrar que
eran hombres de familia normales. Tenían pasatiempos favoritos y
hablaban de ellos para hacer ver que no eran mediocres y
atrofiados. Bebían un poco, para hacer notar que no eran puritanos,
pero no demasiado, para que no se los tomase por borrachos.
Novak se preguntó si tragaban hiel, como él
la tragaba en ese momento, al pensar en lo que había estado a punto
de convertirse.