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FUERON diez días malos.
Las agencias locales de empleos le ofrecieron algunas oportunidades, pero sólo uno resultaba de interés, y fue rechazado en la primera entrevista. Era una empresa de artículos científicos y necesitaba un hombre para que se hiciera cargo del departamento de crisoles y refractarios; había que hacer investigaciones. El presidente lamentó explicarle que buscaban a alguien un poco más maduro, más experimentado en el trato con empleados, alguien que supiese recibir órdenes...
Novak quedó convencido de que eso significaba que estaban enterados de su renuncia informal a la CEA, y lo lamentó sinceramente.
Todas las otras ofertas consistían en empleos sin porvenir: mezclas y pruebas de cochuras en alfarerías arruinadas de Ohio, con sueldos ínfimos y oportunidades de investigación reducidas a cero.
Novak fue a cines baratos y comió en restaurantes baratos hasta que empezaron a llegar las respuestas a su anuncio. Una compañía de bujías de encendido le hizo la mejor oferta de la primera tanda; las demás eran horribles. Un propietario desesperado de una alfarería de East Liverpool que estaba al borde de la quiebra, le ofrecía tomarlo como socio, en lugar de darle un sueldo. “Estoy seguro de que con un técnico de sus cualidades a cargo de la producción, mientras yo me ocupo de los diseños y las ventas, superaríamos nuestra crisis presente y finalmente nos haríamos ricos. Con la confianza de que usted le dará a esta propuesta su más seria...”
Antes de cablegrafiar a Newark, decidió aguardar las novedades del día siguiente. Y éste le trajo otras ofertas despreciables y una extraña carta de Los Ángeles.
El encabezamiento de la misma no era más que el número de una oficina y una dirección. Su firmante, J. Friml, ofrecía muy formalmente al doctor Novak un interesante trabajo full-time en la investigación de refractarios y en su utilización, en relación con aeronaves de propulsión para grandes alturas. Tendría a su disposición las facilidades necesarias en lo referente a laboratorios y la ayuda especializada que solicitara. El sueldo especificado en su anuncio era satisfactorio. Si la propuesta despertaba el interés del doctor Novak, éste debería cablegrafiar y recibiría un giro telegráfico que cubriría los gastos de su viaje a Los Angeles.
¿Sería una de las grandes empresas de aviación de la costa? No podía tratarse de otra cosa, pero ¿a qué se debía el secreto? La carta era una trampa intrigante, con el dinero prometido a modo de cebo. Quizá no lo aceptasen, después de todo, pero no estaría de más hacer un viaje gratis a Los Angeles para averiguar de qué se trataba. Eso, siempre que cumpliesen con la promesa de enviarle el dinero.
Le cablegrafió a J. Friml, a la dirección del encabezamiento de la carta:
Interesado en su oferta pero agradecería más detalles, de ser posible.
A la mañana siguiente, un giro telegráfico más que suficiente fue deslizado bajo la puerta de su casa, acompañado por el siguiente mensaje:

 

Detalles completos serán dados en la entrevista. Por favor, visítenos cuando le resulte conveniente, cablegrafiando previamente. Nuestra oficina abre diariamente a las nueve y cinco, exceptuando los domingos.
J. Friml, secretario tesorero

 

—¿Secretario tesorero de qué?
Novak se rió de la forma en que lo pescaban por medio de la curiosidad y de un pequeño adelanto monetario, y telefoneó para pedir que le reservaran un asiento en el avión.

 

 

 

Dejó su valija en el aeródromo de Los Angeles y tomó una ducha en un baño público. Había cablegrafiado que llegaría esa mañana. Novak le dio la dirección al chófer de un taxi y le preguntó:
—¿En qué parte de la ciudad está eso?
—Bien, le diré —respondió el conductor—. Es un barrio anticuado, pero no tiene nada de malo.
“Anticuado” resultó un eufemismo por “ruinoso”. Se detuvieron frente a un sucio edificio de oficinas de ocho pisos con ascensor, situado en una esquina. El vestíbulo estaba pavimentado con resquebrajadas baldosas octogonales. El indicador de inquilinos era extensísimo: señalaba alrededor de doscientas firmas ocupantes, cuadruplicadas y quintuplicadas en las cincuenta oficinas. Debajo de la “F”, Novak encontró a J. Friml, habitación 714.
—Séptimo —le dijo amargamente al ascensorista, cuyo rostro parecía haber roto relaciones con la navaja de afeitar. Indudablemente arriba encontraría muchas cosas, menos una importante empresa de aviación.
La habitación 712 le hizo detenerse en seco en el corredor, por la audacia de los letreros de la puerta de vidrio. Ahí dentro se alojaban la Asociación del Cementerio Nacional de Arlington, la Corporación de Propiedades de Lakeside, la Agencia Equitativa de Seguros del Oeste, la Liga de Veteranos de California, Publicaciones para la Granja y el Hogar, y la Compañía Kut-Rite de Fantasías Metálicas..., todas dentro de una pequeña oficina.
Pero en la habitación 714 su corazón naufragó como una piedra. El cartel decía modestamente: “Sociedad Norteamericana del Vuelo Espacial”. Pude haberlo imaginado, se dijo tristemente. ¡California del Sur!
Cobró ánimos para entrar. Debían ser unos locos; el laboratorio sería el garage de uno de ellos, tratarían de pagarle el sueldo vendiendo lotes en Júpiter... pero por esa mañana le habían recompensado el tiempo perdido. Entró.
—¿El doctor Novak? —preguntó un hombre joven, quien recibió un gesto afirmativo—. Soy Friml. Éste es el señor McIlheny, presidente de la organización.
McIlheny era un sujeto flaco, de edad mediana y aspecto decidido. Friml tenía rasgos agudos, usaba anteojos, y parecía muy correcto y frío.
—Sospecho que usted piensa que lo atrajimos con pretextos falsos, doctor —dijo McIlheny, como tratando de lograr que él lo admitiese.
—Siéntese —intervino Friml.
Novak lo hizo y miró a su alrededor.
La oficina era limpia y pequeña, con tres buenos escritorios, una pared cubierta por excelentes ficheros —incluyendo algunos para planos—, y no había decoraciones.
—Pedí un trabajo de investigación y práctica —respondió Novak cautelosamente—. Procedieron correctamente al contestar mi anuncio, si pueden ofrecérmelo.
—La oferta anónima fue idea mía —explicó McIlheny, haciendo crujir los nudillos—. Temí que usted nos rechazase como bromistas. La propaganda no nos ayuda.
—Supongo que me dirán de qué se trata —murmuró Novak, pensando que, después de todo, ellos lo habían llevado allí con su dinero.
—La SNVE data de hace unos veinte años, si se toma en cuenta a una sociedad predecesora que se inclinaba un poco hacia el aspecto juvenil. Se “experimentaba” con naves impulsadas a pólvora, y naturalmente no llegó a nada concreto. Sólo querían oír explosiones. Más tarde llegaron elementos de más edad: ingenieros de fábricas de aviones, estudiantes de ciencias del California Technical y otras escuelas, y reorganizaron la sociedad. Naturalmente, después de la guerra tuvimos un gran impulso gracias a las V-2 y a la bomba atómica. Los miembros llegaron a cinco mil en todo el país. Un par de años después sólo quedaban mil quinientos, y ésa es nuestra actual situación.
—Mil cuatrocientos setenta y ocho —afirmó Friml, después de estudiar una tarjeta.
—Gracias. Soy presidente desde hace diez años, aunque no soy un técnico. Mi oficio es el corretaje de seguros, pero me reeligen constantemente, por lo que supongo que todos están satisfechos. Nuestros estudios los hemos estado haciendo sobre el papel, hasta hace poco, no teníamos dinero para otra cosa. En enero del corriente año viajé a Washington para pedir la colaboración de la CEA, pero fue inútil. Con la aprobación de los socios recorrí varias firmas industriales, buscando contribuciones. Algunas empresas con visión de futuro mostraron una reacción muy favorable, y pudimos iniciar tareas prácticas.
»Hubo un gran debate acerca de si debíamos trabajar sobre una base de “piezas y detalles” o si debíamos dedicarnos a la construcción de un modelo a escala natural de la nave espacial. Este último proyecto fue el aprobado, y desde entonces hemos hecho progresos muy satisfactorios. Alquilamos algunas hectáreas de desierto al sur de Barstow y levantamos talleres y... —se interrumpió, sin poder ocultar el orgullo de su voz. Abrió un cajón del escritorio y le entregó a Novak una fotografía de ocho por diez—. Véalo.
La estudió cuidadosamente: allí aparecía algo brillante, macizo, con forma de bomba aérea, apoyado sobre la cola en medio del desierto y rodeado por casitas prefabricadas. Era seis veces más alto que un hombre que estaba de pie a su lado, apoyado con expresión estudiada contra una aleta con la forma de la letra griega delta. Allí había mucho metal... una extraordinaria cantidad de metal, pensó Novak, cada vez más excitado. Si la fotografía no era fraguada, debían tener mucho dinero y aquel asunto adquiría más sentido.
—Muy interesante —dijo, y devolvió la fotografía—. ¿Y cuál sería mi tarea?
—Nuestro actual ingeniero, el señor Clifton, es un hombre excelente, que a usted le resultará muy simpático, pero no entiende de refractarios. ¡Creo que es lo único que no sabe! Y nuestros planos incluyen un tubo de escape con revestimiento cerámico y un timón interno de dirección, hecho del mismo material. Tenemos las formas, teóricamente calculadas, pero es necesario buscar el material y fabricar las piezas.
—¿Un timón interno de dirección? ¿Parecido a los timones de grafito de los diversos cohetes alemanes de bombardeo?
—Sí, aunque con algunas mejoras —respondió McIlheny—. Tiene que hacerse en esa forma, aunque no le envidio el trabajo de buscar el material que resista el calor y la trepidación mecánica. Una nave con dirección lateral sería más sencilla, ¿no es cierto? Pero las complicaciones prácticas con que se tropieza... Cada propulsor separado significa un sistema eléctrico propio, una bomba de combustible propia, la perforación de miembros estructurales y pérdida de fuerza, agregando peso sin una ganancia equivalente en potencia impulsora.
—¿No dijo que no era un técnico? —preguntó Novak.
—Lejos de eso —respondió McIlheny, impaciente—. Pero hace mucho que me dedico de lleno al asunto, y he aprendido algunas cosas —titubeó un momento—. ¿Tiene usted el cuero duro, doctor Novak?
—Supongo que sí.
—Lo necesitará si trabaja para nosotros... los locos.
Novak no hizo ningún comentario, y McIlheny le dio algunos recortes de diarios.

 

GENTE DE LA CIUDAD VE LAS ESTRELLAS; CONSTRUYEN NAVE ESPACIAL
LATEN CORAZONES DE BUCK ROGERS DEBAJO DE TRAJES DE ETIQUETA

 

Había otros.
—Nunca afirmamos —dijo McIlheny con un poco de amargura—, que el Prototype saldría para la luna la semana próxima, o en algún otro momento. Combatimos el sensacionalismo. Hay serios motivos militares y científicos para ocuparse de las investigaciones en el campo de las naves espaciales. Hemos tratado de dejar bien sentado que se trata de un modelo en tamaño natural para propósitos de estudio, pero esos malditos diarios no hacen caso. Sé que eso alejó de nuestra Sociedad a algunos hombres útiles, y me duele decirle lo mucho que ha afectado mis negocios, pero mi abogado me aconsejó que no entablase pleitos —miró su reloj—. Tenía la obligación de aclararle esto, doctor. Ahora conteste francamente si acepta trabajar con nosotros.
Novak titubeó.
—Oiga —indicó McIlheny—, ¿por qué no va a echarle un vistazo al Prototype y a su lugar de emplazamiento? Yo tengo que irme, pero Friml lo llevará con mucho gusto. Tiene que conocer a Clifton.
—Comamos antes —manifestó Friml, cuando McIlheny se hubo ido.

 

 

 

Fueron a un restaurante para hombres de negocios. Friml no pronunció ni una palabra durante el almuerzo y permaneció en silencio mientras viajaban hacia Barstow. Los campos irrigados se fueron haciendo cada vez más áridos hasta convertirse por fin en un desierto.
—¿Usted no es un entusiasta? —preguntó Novak finalmente.
—Soy el secretario tesorero —respondió Friml.
—¡Hum! Me pareció que el señor McIlheny se abstenía intencionalmente de mencionar el nombre de las firmas que contribuían a la SNVE.
—Efectivamente. Las contribuciones son privadas, por pedido de los donantes. Usted ya vio los recortes de la prensa.
Su tono era avinagrado. Friml era un hombre que no creía que ese juego valiese las burlas que se recibían por participar en él. Entonces, ¿por qué diablos era el secretario tesorero de la institución?
Viajaban por un camino secundario de tierra negra, cuando el Prototype apareció a la vista. Era la única figura vertical del paisaje dentro del radio visual, y parecía buscar clavarse en el cielo. Un cuadrilátero de viviendas prefabricadas bien construidas lo rodeaban, y el terreno tenía un cerco de alambre.
Un muchacho estaba leyendo junto a una especie de garita de centinela que había en la entrada. Miró a Friml y le indicó que podía pasar. El tesorero llevó su coche a una playa de estacionamiento, donde los últimos modelos eran minoría respecto a los cacharros, y lo detuvo junto a un Rolls Royce marrón, antiguo y monstruoso.
—Es del señor Clifton —indicó, recuperando su tono avinagrado—. Debe de estar aquí.
Condujo a Novak hasta el más grande de los edificios prefabricados, que tenía unos diez metros de largo por cuatro de ancho y estaba montado sobre una base de hormigón.
Era un taller. Muchachos de mirada seria tenían la vista fija en las piezas de bronce que estaban limando. Una chica usaba un pulidor de superficies que despedía una fina lluvia de chispas rojas y pequeñas. Novak pensó automáticamente que ése era acero al carbono de alta calidad. Un trozo de tal tamaño debía costar mucho.
El dedo de Friml señaló a Clifton. El ingeniero tenía puestos unos pantalones ordinarios de algodón y una camiseta sucia a la que había agregado botones. Estaba inclinado sobre un torno de mecánico de revolución lenta, perforando un ajuste de hierro colado. De pronto el taladro se trabó y él le gritó:
—¡Ah, sucio perro! —y con un manotón cortó la corriente.
—Señor Clifton —exclamó Friml—, le presento al doctor Michael Novak, el especialista en cerámica de quien le hablé ayer.
—¡Hola, Jay! ¡Hola, Mike! —dijo el hombre, tendiéndole a Novak una mano engrasada. Necesitaba una afeitada y la atención de un dentista. No se parecía a ninguno de los ingenieros en actividad que Novak había visto en su vida. Tenía un aspecto ordinario que no llamaba la atención, con una voz ronca que hacía juego—. De modo que piensa unirse a los piratas del espacio, ¿eh? —preguntó Clifton, después de haberlo estudiado largamente con la mirada—. ¿Dónde está su pistola de rayos atómicos?
Hubo una pausa.
—Tiene un millón de frases como ésta, para cortar la conversación —comentó Friml con una tenue sonrisa—. Señor Clifton, ¿tendría la bondad de acompañar al doctor Novak, siempre que eso no interrumpa nada de importancia?
—No —dijo Clifton—. La barrena se trabó en el orificio terminal del reborde. Ahora tendré que tirarlo. Fue una locura probar el acero colado, y eso me enseñará a no ahorrar dinero. La próxima vez haré la juntura con una linda y cara barra de acero dúctil. Vamos, Mike. Hasta Marte o reventar, ¿verdad?
Condujo a Novak fuera del taller y se limpió las manos grasientas en la camiseta.
—¿Usted sirve para algo? —preguntó—. Les dije a los muchachos que no quería tener una tapa en mis manos.
—¿Qué es una tapa? —inquirió Novak.
—Lenguaje Morse. Palabra de combate.
—¿Fue telegrafista? —preguntó Novak. Parecía lo único que se podía decir.
—¡He sido de todo! Granjero, marinero, gigoló, soplador de vidrio, mecánico, ingeniero en aviación..., pero usted no cree ni una palabra de lo que digo.
—Ganó —respondió Novak, disgustado. Todo estaba fuera de discusión. Unos locos fanáticos que colaboraban con ese charlatán.
—Pregúnteme lo que quiera, Mike. ¡Vamos, pregúnteme cualquier cosa! —exclamó Clifton, y le sonrió como un cachorro.
—Integral del ala, logaritmo u, d-u —dijo Novak, encogiéndose de hombros.
—U a la n más uno, paréntesis, logaritmo de u sobre n más uno, menos uno sobre n más uno cuadrado, cierra paréntesis más C. ¡Pregunte algo difícil, Mike!
Era la respuesta correcta. Novak recordaba ese problema que se le había quedado grabado en la cabeza después de un examen. Normalmente, se lo buscaba en una tabla de integrales.
—¿A qué escuela fue? —preguntó sorprendido.
—¿Escuela? ¿Escuela? ¿Para qué diablos ir a la escuela? —sonrió Clifton—. Soy un autodidacta, Mike. Mire la nave, el sabueso del espacio. Mírela.
Habían llegado a la base del Prototype. Vista de cerca, la nave era una estructura de planchas de acero magníficamente soldadas, con la abertura de un caño de desagote en la parte trasera y sin medios visibles de propulsión.
—Los muchachos la adoran —murmuró Clifton—. Yo la amo. Es mi chica preferida, esta bribona llena de curvas.
—¿Qué combustible usarán? —preguntó Novak.
—¿Cómo podría saberlo? —exclamó Clifton con una carcajada—. Todo lo que sé es que necesitamos velocidad de partida, de modo que la construyo para que resista la trepidación mecánica de dicha velocidad. Usted tiene que preocuparse por el combustible. Los chicos me dicen que tiene que ser atómico, de modo que tendrá que darles un material para revestir el caño de escape, de manera que pueda llegar a Marte y volver. ¡Oh, Mike, se ha echado un gran peso sobre las espaldas al unirse a los aventureros del espacio!
—Nunca oí un disparate tan grande —comentó Novak.
—Quizá se equivoque —afirmó Clifton, súbitamente serio—. Preparamos todo menos el combustible, y entonces vamos a la CEA y lo pedimos. ¿Se niegan, o empiezan a trabajar con un combustible atómico? Los muchachos lo tienen todo pensado. Hacemos nuestra parte, la CEA hace la suya. ¿Por qué no?
Novak se rió, al recordar la manía del espionaje que lo había rodeado durante esos dos años.
—Claro que harán su parte —dijo—. Empezarán por enviar cien agentes de seguridad e inteligencia para echarlos del campo y hacerse cargo ellos del trabajo.
—¡Ese es el espíritu! —exclamó Clifton, palmeándole la espalda—. ¡Todavía podrá ganar su Cruz al Mérito Galáctico, compañero! ¡Está contratado!
—No se apresure —respondió Novak, un poco disgustado—. Si acepto, ¿me darán un verdadero laboratorio, como prometieron? Quizá no comprendan que necesito elementos de valor: morteros, trituradoras, hornos de arco..., quizá un horno de sol resulte útil acá, en el desierto. Ese equipo cuesta mucho.
—Pagarán —afirmó Clifton solemnemente—. No juzgue mal a los muchachos. Yo trabajo con sus planos y son muy buenos. Naturalmente, hay defectos. Los muchachos son humanos. Acabo de reformar todo el sistema para despedir la nariz aerodinámica del Proto. Era demasiado complicado. Ahora estoy probando un barómetro que disparará una carga de pólvora que eliminará la nariz cuando esté fuera de la atmósfera: todo el mecanismo es exterior, sin agujeros en el casco ni problemas de cierre. Lo malo es que diseñan con espíritu conservador; tienen tendencia a subestimar la resistencia de los materiales. Pero en conjunto, forman un equipo muy, muy realista.
A Novak le resultaba imposible decidir si Clifton era un farsante, un ignorante o un genio.
—¿Dónde ha trabajado? —preguntó.
—Mi último empleo fue el de ingeniero proyectista en Western Air. Me despidieron, naturalmente. Llevo su carta guardada junto al corazón.
Sacó una abultada y sucia billetera del bolsillo trasero izquierdo de sus pantalones, hurgó en su interior y sacó un papel doblado. Lo desplegó y se lo mostró. Decía lacónicamente que el jefe de personal de Western Aircraft lamentaba que la compañía no tuviese otro recurso que el de cancelar el contrato del señor Clifton, ya que éste se había negado categóricamente a disculparse ante el doctor Holden.
Un muchacho de dieciocho años, con el pelo cortado al rape, se acercó a ellos.
—Cliff —dijo—, el plano indica que las cuerdas de nilón deben probarse hasta setenta y cinco kilos cada una. ¿Eso significa la fuerza de ruptura de las cuerdas, o de todo el aparejo: las cuerdas fijadas a los anillos en D, y éstos asegurados al marco?
—Estaré contigo dentro de un minuto, Sammy. Espérame allí —dijo, y luego se volvió hacia Novak y preguntó—: ¿Cree que soy un farsante, Mike?
—¡Oh, no!... —empezó a contestar Novak, y entonces vio que el ingeniero se reía. Le devolvió la carta e inquirió—: ¿También ha sido falsificador? Señor Clifton...
—¡Cliff!
—...Cliff, ¿cómo se metió en esto? Que el diablo me lleve si sé qué pensar de este asunto.
—Yo tampoco. Pero no me importa. Me dieron un empleo cuando la Western me despidió. No puedo conseguir trabajo en otra empresa de aviación porque estoy en la lista negra industrial, y no puedo ingresar en una repartición oficial porque soy un agente subversivo o un espía o algo parecido.
—¿Cómo es eso?
—Ellos no lo dicen, pero usted lo sabe. Según su anuncio, trabajó en la CEA. Creo que se debe a que di un par de veces la vuelta al mundo. Piensan que quizá, sólo quizá, el viejo Cliff se vendió cuando no lo vigilaban. Además mi esposa es extranjera, y el Tío Sam piensa que es mejor estar a salvo que lamentarse.
—Conozco ese juego —comentó Novak—. No tiene importancia. Usted no habría durado cinco minutos en la CEA, aunque lo hubiesen contratado.
—¡Muy bien! ¡De modo que no perdí nada! Oiga, Mike, tengo que enseñarles a mis muchachos a sonarse las narices, de modo que lo dejaré con su conciencia, y espero verlo pronto.
Volvió a tenderle su mano grasienta a Novak y se alejó de la base de la nave, en dirección al taller. Friml estuvo en seguida junto a Novak, con una expresión impaciente.

 

 

 

Al volver rumbo a Los Angeles, Novak preguntó con tono cortante:
—Ustedes están construyendo una nave lunar, ¿sí o no?
—Si la SNVE está construyendo una nave lunar, no quiero saberlo. Debo aclararle que, cualquier cosa que sea lo que están preparando, tienen una contabilidad muy bien llevada y un estricto control sobre los precios de compra —le dirigió a Novak una mirada por el rabillo del ojo—. Un hombre al que probaron antes de Clifton, cometió un error muy usual. Pensó que como sabía cuestiones técnicas que yo no conocía, podría fraguar sus compras por medio de arreglos con los vendedores sin que me enterase. Tardé exactamente ocho días en descubrir su maniobra.
—Entiendo —dijo Novak cansadamente—. Pero todavía no sé si aceptaré el empleo. ¿Clifton fue verdaderamente ingeniero proyectista de Western Air?
—En realidad, no lo sé. No tengo ninguna responsabilidad en la contratación del personal. Sé que no tiene antecedentes criminales en la policía local ni en el FBI. Considero parte de mis deberes el averiguar esos datos respecto a los empleados entre cuyas misiones se encuentra la de recomendar gastos.
Friml lo dejó en el aeródromo de Los Angeles, a su pedido. Novak dijo que se pondría en comunicación con él por la mañana y le haría conocer su respuesta. Recogió su valija y fue en taxi hasta un hotel céntrico. Eran las cuatro y media cuando firmó el registro, e inmediatamente hizo un llamado al departamento de personal de Western Aircraft.
—Me agradaría averiguar —dijo— cuáles son los antecedentes del señor Clifton. Afirma en su... solicitud, que estuvo empleado el año pasado como ingeniero proyectista en Western Air.
—Sí, señor. ¿Cuál es el nombre del señor Clifton, señor?
—¡Oh!, no puedo descifrarlo de su firma... —Si le habían dicho el nombre de Clifton, no podía recordarlo.
—Un momento, señor... Tenemos un August Clifton, ingeniero proyectista, empleado durante dos años y cinco meses. Despedido el 17 de enero del año pasado.
—¿Cuál fue el motivo del despido?
—Aquí dice: “incompatibilidad con el personal supervisor”.
—Es ése. Muchas gracias, señorita.
—¿No quiere conocer su eficiencia, salud y los otros datos, señor?
—No, gracias —respondió.
No los necesitaba. Cualquiera que hubiese permanecido trabajando durante dos años y cinco meses en la Western como proyectista, para ser despedido sólo después de un altercado, era eficiente y sano y etc. Si no hubiese sido así, no habría durado ni dos horas y cinco minutos. No era como en la CEA; en Western se producía.
No, pensó, estirándose vestido sobre la cama; no se parecía a la CEA, y tampoco la SNVE se parecía. Al pensarlo experimentó un momento de pánico, y no tardó en descubrir su origen.
Si uno pasaba bastante tiempo en la administración pública, perdía la hombría. Cada cheque de pago extendido por la Tesorería, le quitaba una porción igual de su personalidad. Cada uno de los duros rectángulos azul verdosos, de cartón, marcados con el código de la IBM, le daba a uno nuevos deseos de olvidar que quizá estaba realizando una inútil repetición de una investigación que ya había sido hecha, y rehecha, sin que nadie se enterara, en laboratorios dispersos y de carácter reservado a lo ancho de todo el país.
Cada trago bebido de la ubre pública llevaba más jugo de amapola en él. Progresivamente uno se olvidaba de que había sido otra clase de persona, con ideas, que luchaba por ellas, que se mantenía despierto con café hasta la madrugada para proseguir el trabajo, que se enamoraba, que a veces se embriagaba. Uno se pone gris después de una dosis suficiente de jugo de amapolas... Agradablemente gris.
Uno decía: “Bien, yo no lo expondría en esa forma”, y “Las dos partes tienen algo de razón”, y “No conviene lanzarse por la borda: lo importante consiste en conservar la objetividad”.
Las agradables personas grises se casaban en la juventud y tenían un hijo o dos en seguida, para demostrar que eran hombres de familia normales. Tenían pasatiempos favoritos y hablaban de ellos para hacer ver que no eran mediocres y atrofiados. Bebían un poco, para hacer notar que no eran puritanos, pero no demasiado, para que no se los tomase por borrachos.
Novak se preguntó si tragaban hiel, como él la tragaba en ese momento, al pensar en lo que había estado a punto de convertirse.