El oso y el sasquatch • 17
LA LLUVIA DE GUIJARROS había cesado cuando Knut colocó la furgoneta en el centro del campamento. Seguían sin ver al sasquatch, y las estrellas aparecieron una a una, como encendidas por interruptores. Era una noche maravillosa que contrastaba con la angustia de los reunidos en torno al fuego.
—He traído hasta aquí la furgoneta —comentó Knut—, pero realmente no creo que debamos abandonar el campamento a menos que se produzca una emergencia.
—¿Tenemos leña suficiente para toda la noche? —preguntó la señorita Trask.
—Hay bastante —le aseguró Jim.
Nadie estaba de humor para iniciar un juego o para cantar. Ni siquiera hilaron un tema de conversación. Permanecían sentados sobre troncos, o en las sillas plegables, y contemplaba el fuego sujetando los tizones.
—¡No me gusta esto! —comentó Hallie, al tiempo que pisoteaba un bichito invisible.
—¿Qué te hace pensar que al resto de nosotros nos agrada? —replicó Trixie.
—Tranquila, Trixie —le previno Jim—. Todos estamos un poco nerviosos.
—Se me ha ocurrido algo para animarnos —dijo tímidamente Di—. Puedo hacer pastel de chocolate.
—Lo batiré por ti —se ofreció Mart al instante.
—No cuajará antes de que llegue el momento de acostarnos —se lamentó Trixie—; no hace suficiente frío.
—Podríamos enfriarlo en el arroyo —dijo Honey, comprendiendo la intención de Di—. El agua está helada.
Knut titubeó.
—¿Por qué tiene que haber alguien inhumano y disconforme a la hora de permitir que Di se deje llevar por su afición a los dulces de cacao? —preguntó Mart—. Indudablemente es la mejor, más diestra y más ferviente confeccionadora de postres en nuestro nativo Estado de Nueva York. En realidad, la mencionada muchacha es probablemente la más consumada fabricante de dulces de chocolate de toda la geografía continental, incluyendo también Idaho.
—Yo sólo quería evitar visitas —explicó Knut—. Pero desde luego no soy inhumano. ¡Y también me gusta el pastel de chocolate!
Jim removió las brasas. Mart no dejó de parlotear mientras Di medía y mezclaba los ingredientes.
Trixie adivinó que Di ahogaba su nerviosismo y su miedo de la única manera que sabía: elaborando un sabroso postre. A Trixie le hubiera gustado también hacer algo para calmar sus nervios.
Finalmente Di anunció que el pastel ya estaba listo y había que sacarlo del fuego. Mart llevó la cazuela hasta la mesa para que se enfriara en un barreño con agua del arroyo. Comprobaron la temperatura del postre. Cuando se enfrió lo suficiente para mantener la palma de la mano contra la ennegrecida base del barreño, Di batió la masa y añadió vainilla. Luego ella y Mart vertieron el dulce en un molde previamente untado con mantequilla y lo llevaron al arroyo.
Di llevaba la linterna. Trixie oyó cómo advertía a Mart:
—No lo coloques muy adentro, vale con dejarlo junto a la orilla.
—Es probable que acabemos por añadir una rana al chocolate —le previno Mart.
—Mart, ¿de verdad crees eso? —Di parecía anonadada—. Puse por encima papel de aluminio…
—Sólo era una broma, Di —replicó Mart, arrepentido—. El papel impedirá que se metan las ranas y también los insectos y todos los demás bichos. Además —añadió con una picara sonrisa—, dudo que cualquiera de nosotros les dé tiempo para comérselo.
Los dos regresaron junto a la hoguera. A Trixie le pareció que no había visto a Di de mejor talante desde que oyeron el aullido del sasquatch en la noche del lunes.
No mucho después, tal como Mart había anunciado, Hallie miró hacia el arroyo y comentó:
—Si ese pastel se ha enfriado, estoy dispuesta a devorarlo.
Encantada de ser la protagonista, Di descendió por el oscuro sendero del arroyo.
—¿Quieres que te ayude? —dijo Mart, siguiéndola sin prisa entre las oscilaciones de la luz de su linterna.
—Ya lo tengo —respondió Di—. Basta con que alumbres el camino para que no tropiece.
Trixie distinguió un par de ojos que brillaban a lo lejos, junto al arroyo.
Luego se oyó chillar a Di:
—¡Fuera!
Después Trixie escuchó un débil mugido de irritación, luego un gruñido y finalmente una embestida. Entonces aparecieron otros dos ojos.
Di comenzó a aullar, pero no era un chillido como cuando el jerbo, sino un grito penetrante de auténtico terror.
—¡Haced ruido! ¡Más luz! —gritó Knut al tiempo que se ponía en pie y echaba a correr hacia Di.
Relucieron todas las linternas. Empezaron a dar voces. Hallie golpeaba la lata del agua. Trixie hacía resonar un barreño. Brian silbaba con fuerza. Jim y Honey empuñaron unos tizones.
—¡Tira ese maldito dulce! —gritó Knut cuando Di apareció en el círculo iluminado sosteniendo el pastel como si llevara las joyas de la corona.
¡Un osezno y su madre venían tras Di, pisándole los talones!
Antes de que Trixie pudiera hallar un árbol al que trepar, la osa asestó un golpe a su cría y ésta se fue chillando hacia la oscuridad. Después agachó la cabeza y rechinó los dientes, enfrentándose no con Di…, ¡sino con el sasquatch!
Aquella extraña bestia había aparecido súbitamente otra vez. Giró hacia el fuego y luego hacia el arroyo. Parecía como si no pudiese moverse. Algo brilló cuando alzó una pata para proteger su cabeza.
Tras una eternidad, la osa dejó de rechinar los dientes. Sus orejas se alzaron de nuevo. Como si quisiese advertirle de que no la siguiera o se pusiese en su camino, manoteó en el aire a escasos centímetros de la cabeza del sasquatch. Luego se volvió y fue tras el osezno. En un abrir y cerrar de ojos, el sasquatch también desapareció.
Trixie examinó las abolladuras que había hecho en el barreño.
—Lo siento —dijo a Hallie—. Seguramente pensé que estaba golpeando al oso.
Hallie rió nerviosa y luego dijo:
—No comprendo a los sasquatchs.
—Yo tampoco —jadeó Trixie—. ¿Por qué apedrear a la gente y luego dar la vuelta y huir de un oso?
—¡Yo, desde luego, entiendo lo de la huida! —exclamó Di.
—¿Cómo? —los ojos de Mart brillaron con orgullo—. ¡Di, le diste una patada a un osezno!
Di enrojeció.
—Bueno, ya ha pasado el peligro —dijo Knut—. Una mamá enfurecida puede hacer estragos.
—Knut, lo hicimos mal otra vez —se lamentó Hallie.
—Lo sé —reconoció Knut—, pero al menos se trataba de un oso negro y no gris. El oso negro corriente suele ser tímido. ¡Ésa es la razón por la que sigue siendo corriente!
Se volvió hacia Di.
—Siento haberte dejado cocinar ese postre. En esta temporada los osos se atiborran de grasa para preparar la hibernación. En una comarca de osos lo prudente es suponer que habrá osos donde haya comida.
Di observó el molde que aún sostenía. El dulce había adquirido una coloración parda.
—Lo mismo que los Bob-Whites —dijo sonriendo.
—Vamos a comerlo antes de que vengan los osos —les apremió Mart.
Di dio la vuelta al círculo, distribuyendo las porciones entre las manos que le tendían.
—No creo que el oso vuelva a molestarnos esta noche —dijo Knut, tras escuchar los sonidos que habían delatado por dónde se fue la osa—. Pero, como medida de precaución, me quedaré de guardia, vigilando el fuego.
—Te acompañaré —dijo Brian a Knut.
Surgieron murmullos de satisfacción mientras devoraban el postre apenas cuajado.
—No salió bien —dijo disculpándose Di.
—Pues Brian y yo apreciamos la diferencia —elogió Mart—. Cuando lo hace Trixie hay que partirlo con cuchillo.
—Y sin embargo te lo comes —replicó Trixie—. Caramba, Hallie, pareces bastante alegre, ¿cuál es el motivo?
—El sasquatch —repuso Hallie—. Mientras que esté alrededor del campamento, no le hará nada a Cap, dondequiera que esté. Y somos nueve. No creo que se atreva a enfrentarse con todos nosotros al mismo tiempo.
—No con esta hoguera tan grande —añadió Knut.
—¡Chist! —les previno Hallie—. Oigo un motor.
—¡Es Ron!
Knut y Hallie corrieron hacia la carretera, olvidándose de las linternas e ignorando la posible presencia de sasquatchs y de osos, tan ansiosos se hallaban de noticias de su hermano. Pronto regresaron con un chico delgado y alto que llevaba un casco rojo y empujaba una moto.
Tras unas rápidas presentaciones, la señorita Trask le preguntó:
—¿Hablaste con el sheriff, Ron?
—Sí —contestó—, pero me dijo que todavía no estaba preocupado por Cap.
Ron se volvió hacia Knut.
—¿Cuánto tiempo ha transcurrido exactamente desde la última vez que le visteis?
—Cincuenta horas —gimió Knut—. ¡Cincuenta horas con una bestia! ¡Cómo sobrevivir!
—Aguardaremos hasta mañana —dijo Hallie—. Luego iremos a buscarle.
Knut estalló furioso.
—¡Aguardar! ¡Eso es lo único que hemos estado haciendo! ¡Aguardar a que apareciera Ron para que nos ayudara a buscarle! ¡Aguardar a que el sheriff decida que Cap se halla en apuros! ¡Aguardar sin registrar la cabaña de Tank! ¡Aguardar a que ese tipo de la carretera dispare a alguien! ¡Aguardar a que el sasquatch se lleve a otro!
—Knut —le dijo amablemente la señorita Trask—. Me temo que no nos queda otra opción. Debemos esperar hasta mañana. Mientras ese animal ande cerca, solamente nos hallaremos seguros juntos y al lado del fuego.
—Desde luego tiene usted razón —repuso Knut sombríamente—. Permanecer juntos, mantener el fuego y esperar a que haya luz, ¿qué otra cosa podemos hacer?
—Si yo no vuelvo para anunciar que Cap ha reaparecido, el sheriff Sprute estará aquí cuando se haga de día —les prometió Ron.
—Va a ser una noche muy larga —suspiró Honey.
Fue una noche muy larga. Ni siquiera la señorita Trask se atrevió a alejarse unos metros del fuego para meterse en su tienda. A nadie se le ocurría decir algo que mereciera la pena. Se apiñaron rumiando su preocupación.
Trixie se impacientó:
—Hasta ahora el sasquatch ha sido mucho más terrible en mi imaginación que en la realidad. Tengo que hacer algo. Tal vez sea demasiado temprano, pero de cualquier forma voy a preparar el desayuno. ¿Quién quiere zumo y quién quiere leche? —preguntó.
—Yo gasté en el pastel la leche en polvo que nos quedaba —confesó Di—. Ni siquiera se me ocurrió que la necesitaríamos para el desayuno.
—Bueno, ya me las apañaré —murmuró Trixie, al tiempo que daba la vuelta a la mesa para hurgar en el cajón de las provisiones—. Eh, ¿dónde está el zumo de naranja deshidratado? Todo lo que veo por aquí son caramelos de menta y…
—Estás mirando en la caja que no es —dijo Knut—. Eso pertenece a Tank.
—¿Y estos útiles de coser? —se extrañó Trixie. Extrajo un enorme ovillo de hilo y una larga cremallera—. ¿Estás seguro, Knut, de que no te equivocaste al recogerlo?
—Entregué a la dependiente la lista manuscrita de Tank —dijo Knut—. Ella se encargó de preparar el pedido.
La señorita Trask tendió una mano.
—¿Puedo ver eso, por favor?
Trixie encontró el concentrado de naranja y lo preparó para todos mientras la señorita Trask examinaba la cremallera.
—Es una cremallera muy fuerte, de las que se ponen en una zamarra —dijo la señorita Trask—. ¿Para qué serviría esto al señor Anderson?
—Tank se cose su ropa —explicó Hallie—. ¡Y también la confecciona! Cuando yo era pequeña hizo un abrigo de pieles para mi muñeca y un manguito para mí, ¿te acuerdas, Knut?
Knut asintió, pero no apartó sus ojos del bosque.
Pieles. Una luz se encendió en los oscuros rincones del cerebro de Trixie.
—Enséñale a Ron los pedazos de piel —le apremió a Jim—. Quizás él sepa de qué son.
—¿Sabes algo de pieles, Ron? —le preguntó Jim mientras sacaba de su bolsillo los pedazos.
Hallie resopló.
—¡Que si sabe! El hobby de Ron es la taxidermia. Diseca todo lo que no es capaz de sanar Cap.
—¿Podría ser esto piel de sasquatch? —preguntó Jim, entregándole los pedazos.
—¿Sasquatch? ¡Caramba! —resopló Ron—. Eso es lo que todos los científicos quieren ver.
Ron desenrolló el fragmento más grande entre sus sensibles dedos, lo estudió durante un minuto a la luz de las llamas y luego dijo:
—Me sorprende, Knut, que no lo hayas averiguado tú. ¿Es que no conoces la piel de ciervo? ¿Ves? Es un pedacito de piel de ciervo del que no han quitado el pelo. Y estos pelos ásperos son de un oso negro. El único animal de por aquí con pelo del otro color es el coyote. No sé cómo se mezclaron, pero esto es lo que hay: ciervo, oso y coyote.
Sopló sobre la piel y la examinó más atentamente.
—E hilo —añadió.
—¿Hilo? ¿Quieres decir que están cosidos? —preguntó Trixie.
—Sí. Y es un trabajo muy bien hecho —manifestó Ron.
—El pedazo con hilo procede del cerrojo de Tank —observó Trixie.
—Entonces yo diría que ahí tienes la respuesta al encargo que hizo a Knut —dijo Ron—. Es posible que Tank estuviera haciendo algo, se quedase sin hilo y encargara más.
—Algo grande —señaló Honey—. Esa cremallera es extraordinariamente larga.
Honey dejó pender la cremallera frente a su esbelta figura y luego junto a Jim, cuya altura era aproximadamente la misma que la de Tank Anderson.
—No he visto una cremallera tan larga desde que usaba monos para hacer muñecos de nieve —dijo Jim.
—¿Monos… para la nieve? —preguntó Trixie, cuyo cerebro funcionaba ahora a velocidad vertiginosa—. ¿Estaba haciendo Tank una especie de traje para la nieve?
—Resulta muy práctico en la comarca de Joe —refunfuñó Hallie—. Después de todo, aquí sabemos lo que es la nieve de verdad, no como vosotros, que os la quitan enseguida las máquinas…
La voz de Hallie se extinguió al tiempo que observaba la cara de Trixie. Aguardó impaciente a que Trixie reaccionara ante su sarcasmo.
Pero Trixie no había prestado atención a las palabras de Hallie.
—¡El sasquatch! —gritó—. ¡Llevaba un mono para la nieve!
—Trixie —dijo amablemente la señorita Trask—, quizás sea mejor que descanses un poco y me dejes a mí que prepare el desayuno.
—¡Espere! —dijo Trixie explicándose a toda prisa—. ¡No quise decir que el sasquatch llevara un mono para la nieve, sino que era un hombre! ¡Pretendía que creyéramos que era un sasquatch! Cuando huyó del oso, vi relucir algo. Muy bien pudo ser una linterna.