Un ruido y un grito • 11
LOS JÓVENES registraron a conciencia los alrededores, pero no hallaron rastro del viejo minero. Reunieron las provisiones dispersadas y regresaron a la cabaña y a la cueva del hielo.
Tras descansar un momento, distinguieron entre los demás restos lo que quedaba de la magnífica silla de Tank. El asiento y el respaldo estaban desgarrados, y dos de las patas se hallaban completamente quebradas. Entre lágrimas de ira, Honey recogió los pedazos y los colocó dentro de la cabaña, tras la puerta de entrada.
Mientras Hallie recogía el resto de las cosas y las amontonaba, Trixie reparó en algo que había quedado atrapado en el cerrojo de la puerta de la cueva del hielo. Como por culpa de los vendajes sólo pudo señalarlo, Jim se encargó de extraer un mechón de pelo del cerrojo, lo enrolló entre sus dedos y se lo guardó en el bolsillo.
Antes de que Jim o Trixie pudieran referirse a la extraña pista, Hallie dijo:
—No me gusta esto en absoluto. Creo que deberíamos volver a toda prisa al campamento antes de que suceda algo allí.
—Estoy contigo —manifestó Honey, nerviosa.
De regreso al campamento, los haces de luz de las linternas se agitaban a cada paso que daban cuesta abajo. Troncos, peñascos e incluso los propios árboles adoptaban monstruosas formas. Las luces se reflejaban en los ojos de los animales nocturnos. En los claros revoloteaban los murciélagos tras los insectos. Las botas resonaban, rascaban o tropezaban en las piedras. Instintivamente, Trixie prestó atención para asegurarse de que ningún otro par de pies había sumado sus ruidos a los del grupo.
—Espero que Knut y Di hayan vuelto cuando lleguemos al campamento —dijo Hallie—. Habrá que ver qué cara ponen cuando se enteren de lo de Tank.
—Pobre Di —dijo Jim—. Se quedó en el campamento porque se sentía segura con la señorita Trask y allí fue donde apareció el sasquatch. Ahora, por segunda vez, cruza esta noche la silla. ¡Y allí se encuentra también el sasquatch!
Trixie permanecía callada. Suponía que acaso se tratase de dos bestias, pero aún no estaba convencida de que fuesen peligrosas. Le parecía que eran animales tímidos, por lo que conocía de ellos. Había escuchado en la noche el triste aullido de aquella criatura; había contemplado su enorme huella; había oído lo que contó Will, el amigo de Cap; había visto su masa fantasmal con las primeras luces del día y luego había descendido como un tornado humano al lugar en donde dormía al mediodía.
Pero en todas esas situaciones no había experimentado una amenaza real. Un animal desplazado trataba de adaptarse a un nuevo entorno, y aún no era capaz de distinguir a los enemigos de los amigos.
Ciertamente era bastante grande como para haber dado un disgusto a los hombres de la furgoneta del servicio forestal. Pudo haberme atacado —pensó Trixie—, pero no lo hizo. ¿Por qué entonces había luchado el monstruo con Cap y quizás con Tank?
—¿Qué pondría a Cap suficientemente rabioso para luchar? —preguntó Trixie en voz alta.
—Pelearía sin dudarlo en favor de alguien más joven, más pequeño o más débil —dijo Hallie.
—¿O más viejo? —sugirió Trixie.
—Haría frente a todo un ejército por Tank —declaró Hallie.
—¿Lucharía con el hombre que nos robó las provisiones?
—Lo dudo —dijo Hallie—. Creo que supondría que el hombre las necesitaba más que nosotros. Cap le diría algo para darle que pensar, pero no nos asustaría metiéndose en una pelea y desapareciendo después. Cap, Knut y yo cuidamos mutuamente de nosotros mismos. Nuestros padres confían en volver a encontrarnos sanos y salvos cuando regresen, o al menos reconocibles.
—Claro que el sasquatch no vino a esta comarca hasta después de que ellos abandonaran el país. Cuando surge un elemento nuevo, hay que elaborar nuevas reglas. Oh, Trix, ¡no sé a qué clase de normas se atiene ahora Cap!
Trixie hizo un gesto con sus manos vendadas.
—Tampoco lo sé yo, pero en algún lugar tiene que haber una pista que hemos pasado por alto. ¡Sencillamente tiene que haberla!
—Me hubiera gustado que hubiésemos hallado ese mechón de piel antes de que Knut se fuera a la ciudad —dijo Jim a Trixie—. Me interesaría saber qué es lo que diría de él un laboratorio.
—¿Qué clase de mechón? —preguntó Hallie.
—Encontramos unos pelos enmarañados en el cerrojo de la puerta de Tank.
—¿Y te lo has callado? —preguntó airadamente Hallie.
—Tienes un temperamento como el de Beatrix[4] —dijo desenfadadamente Mart—. Trata de entender a Jim. Si nos hubiera dicho que había visto pelos en la puerta habríamos visto osos y monstruos tras cada árbol del sendero. ¿No es así, Jim?
—Claro —repuso Jim—. Mira, ya veo la hoguera.
Brian estaba echando más leña al fuego cuando los cinco muchachos irrumpieron en el círculo iluminado por las llamas.
—He preparado cacao —les anunció la señorita Trask—. Brian, ¿quieres traerme las tazas? Venga, Hallie, dime lo que encontrasteis.
Hallie se dejó caer pesadamente en una silla plegable y se puso de codos sobre la mesa.
—Absolutamente nada. No hallamos a Cap y tampoco vimos a Tank.
Brian escuchó atentamente lo que explicó sobre la cabaña de Tank.
—Parece como si alguien anduviera en busca de algo.
—Es una vergüenza lo de esa maravillosa silla —dijo la señorita Trask—. ¿Qué podía haber ocultado?
—Quizás fue empleada como arma —repuso Jim—. Al alce a quien pertenecieron aquellas astas planas le resultarían muy útiles para atacar y defenderse.
La señorita Trask meneó la cabeza.
—Esa silla era pesada. Habría hecho falta mucha fuerza para manejarla.
—Quizás se estrelló contra ella algo pesado —Jim extrajo de su bolsillo el mechón y lo colocó a la luz de las llamas—. Encontramos esto. Son pelos unidos a un pedazo de pellejo.
Trixie se quedó sorprendida.
—Si esto es un pedazo de piel arrancada a un animal vivo, tendría que haber sangre seca.
Brian manoseó el fragmento y añadió:
—Es una idea absurda, supongo, pero aquí parece haber más de una clase de piel, ¿veis? Hay pelos largos e hirsutos mezclados con otros más cortos y suaves. Hay también variaciones de color.
Hallie exclamó:
—¡Me gustaría que estuviese aquí ese cerebro de pájaro de Cap! Él podría decirnos si esto corresponde a una pata delantera de una ardilla o a una pata trasera de un mapache.
Trixie contempló angustiada cómo se levantaba Hallie para ir a sentarse lejos de los demás.
Fatigada de las actividades y las preocupaciones de aquel largo día, Hallie era, sin embargo, capaz de permanecer serena, y con los pies en la tierra. Sólo sus manos traicionaban la agitación que sentía dentro de sí. Se arrancaba hebras de lana de su suéter, las convertía en bolitas entre sus dedos finos y nerviosos y luego las almacenaba en la palma de su mano izquierda. Sus largas pestañas sombreaban sus pómulos prominentes.
Trixie dio la vuelta al círculo para ir a sentarse junto a Hallie. Honey le dirigió una mirada aprobadora que alentó a Trixie. Pero una vez junto a Hallie no se le ocurrió nada que sirviera para alegrar con una sonrisa la cara de su prima.
Al cabo de un rato Hallie preguntó:
—¿Cómo están tus manos?
Trixie replicó:
—Bien.
Luego ambas chicas clavaron sus miradas en el fuego. Hallie volvió a hacer bolitas de hilaza.
—Escucha —dijo Trixie—. Me parece que oigo la furgoneta.
Todas las cabezas se volvieron.
—No es Knut —repuso Hallie—. Viene cuesta arriba.
Trixie podía percibir el insistente ruido de un motor en primera.
—¿Quién más podría ser? Es ya tan tarde…
—Oh, cualquiera —repuso Hallie con indiferencia—. Algunos que recogían bayas y que aguantaron hasta la noche, antes de abandonar un buen terreno. Unos forasteros que miraron un mapa y pensaron que podrían encontrar un motel para pasar la noche. Pescadores de vuelta a casa. Indios que se trasladan a su campamento de verano…
El vehículo se acercó y luego dejó atrás el campamento.
—Oigo otro motor —dijo Honey.
Hallie se puso en pie y arrojó al fuego el puñado de bolitas de lana.
—¡Ése es Knut! —dijo.
Knut aparcó en el campamento en vez de detener el vehículo en la carretera. Ayudó a descender del elevado asiento de la cabina a Di, que iba soñolienta, y luego empezó a bajar las provisiones que había comprado.
—Cuidado —advirtió Knut—. Hay huevos por ahí. Y la madre de Gloria nos dio nata para nuestras gayubas.
—Y, además, helado —le recordó Di—, embalado en hielo seco.
Durante unos cuantos minutos todas las manos estuvieron ocupadas, almacenando víveres.
Luego Hallie se encaró con su hermano y le preguntó:
—Bueno, ¿qué ha pasado? En primer lugar, ¿quiénes iban en el camión que te has cruzado?
Knut pareció sorprendido.
—No me he cruzado con nadie —dijo—. Entre el puerto y este sitio sólo vi una cerda de jabalí con un par de cachorros.
—Y un puerco espín —añadió Di.
—En cualquier caso —prosiguió Knut— no intenté llamar a papá y a mamá. Encargué a la madre de Gloria que llamara a la oficina minera de papá para que averigüen mañana su paradero. Si están metidos muy adentro, es posible que tarden varios días en establecer contacto con ellos. Mamá y papá podrían correr graves riesgos por alcanzar una oficina telefónica o telegráfica, poniendo sus vidas en peligro sólo para averiguar que Cap había aparecido a la hora del desayuno. Nos hemos enfrentado otras veces con grandes problemas y los hemos superado. También resolveremos éste con éxito.
—¿No se lo dijiste a nadie? —preguntó ansiosamente la señorita Trask—, quiero decir, además de a Gloria y su madre.
—Fui a la oficina del sheriff y hablé con el sheriff Sprute y con un agente. Les expliqué la desaparición de Cap, pero todo el mundo en el condado conoce su reputación. El sheriff sabe que no es infrecuente que Cap se vaya solo, a veces durante dos o tres días. Cuando le hablé de la bestia, me dijo que echaría un vistazo y que se mantendría en contacto con los Duncan.
—¿Quiénes son los Duncan? —preguntó Trixie.
Sin apartar los ojos del rostro de Knut, Hallie replicó:
—Gloria y su familia. Los Duncan son amigos nuestros.
—¿Cuánto tiempo puede estar Cap sin provisiones? —preguntó Brian.
—Si fuera necesario podría vivir indefinidamente sobre el terreno —repuso con tranquilo orgullo Knut.
—Espero que no esté herido —manifestó Brian, preocupado.
—Tenemos que creer que se halla bien —dijo Knut sensatamente—. Ron Duncan, el hermano de Gloria, va a ayudarnos a buscar a Cap.
De repente Knut frunció el ceño.
—Pero parecéis un grupo de gente desamparada; ¿qué ha pasado mientras estaba fuera?
—Tank ha desaparecido —dijo de sopetón Hallie.
—¡También Tank! —Knut empezó a limpiar sus gafas mientras contemplaba el fuego. Tras una larga pausa dijo:
—Bueno, puede decirse lo mismo de los dos, Tank y Cap. Tank pasa su vida yendo y viniendo, sin dar cuenta a nadie.
—Parecía como si alguien hubiera saqueado la cabaña —dijo Jim.
Y le explicó lo que habían encontrado.
Knut se frotó los ojos, tanto de preocupación como de conducir demasiado tiempo por la carretera. Luego consiguió sonreír:
—Siento que haya pasado esto justo durante vuestra visita a Idaho.
—¡Demonio, no te preocupes por nosotros! —exclamó Trixie—. Se trata de Cap… y de Tank…
—Lo mejor que podéis hacer ahora por ellos es iros a dormir —dijo Knut con firmeza, al tiempo que apoyaba sus pies en un tronco. Creo que me quedaré aquí a relajarme un poco mientras se extingue el fuego.
Jim acercó su silla a la de Knut.
—Yo me quedaré contigo.
Más tarde, cuando Trixie y Honey estaban ya dentro de sus sacos de dormir, Trixie pudo distinguir dos cabezas, una morena y la otra peliroja, muy cerca una de otra. Y pudo escuchar el murmullo de jóvenes voces varoniles. Sintió que se le oprimía la garganta porque esta vez percibió risotadas.
Mucho después de que hubieran cesado los murmullos en las diferentes tiendas, la incomodidad de los vendajes mantenía despierta a Trixie. Estaba todo tan en silencio que podía percibir el susurro de la conversación entre Jim y Knut, aunque no captara su sentido.
Como una entrecortada exclamación al final de las palabras de Knut, Trixie oyó un suave ¡flip! Su cabeza se alzó de la almohada con un estremecimiento. El sonido parecía proceder de detrás de la tienda.
Fue entonces cuando Di empezó a chillar.