¿Un sasquatch…, o dos? • 10
MART condujo a Di a la parte trasera de la furgoneta y Knut apremió a la señorita Trask para que subiera a la cabina con Trixie y con él. En cuanto cerró la portezuela, lanzó al vehículo carretera abajo a una endiablada velocidad. Pálido y manchado de gayubas, Knut preguntó a la señorita Trask:
—¿Qué ha pasado? ¿Qué le ha sucedido a Cap?
—Nosotras… —la señorita Trask tragó saliva y empezó de nuevo—. Diana y yo estábamos cuidando el fuego cuando vimos a Cap cruzar el campamento. Nos saludó con la mano, dijo que volvería al instante y se dirigió al arroyo. Oímos un alboroto y cuando acudimos al arroyo distinguimos a Cap luchando con… con alguna clase de…, bien, algo. Nosotras… —la señorita Trask vaciló otra vez.
—¿Qué le pasó a Cap? —preguntó Knut casi a gritos.
—No lo sabemos —repuso toda temblorosa la señorita Trask—. Yo tropecé y caí delante de Diana. Y cuando me levanté, Cap y ese terrible ser ya no estaban. Desaparecieron.
La señorita Trask respiró hondo.
—Entonces Di y yo echamos a correr. Sólo pensábamos en una cosa: encontrarte lo más pronto posible. No sabíamos qué otra cosa podíamos hacer.
Knut no respondió. Se limitó a aumentar la velocidad. Cuando llegaron al campamento, frenó violentamente y rugió:
—¡Cap! ¡Cap! ¿En dónde estás?
No se percibió ni siquiera un eco, tan sólo el cri-cri de las chicharras entre la hierba seca.
Todos iban tras Knut, cuando éste llegó a la orilla del arroyo. Lo cruzó de varias zancadas, remontó la otra orilla y observó de nuevo el terreno.
—No hay manchas de sangre —afirmó.
Trixie oyó un sollozo de Hallie y le pasó un brazo por los hombros.
Los músculos de Hallie se estremecieron; luego se recobró.
—Nada de histerias —dijo—. Hay que encontrar a Cap.
—Que todo el mundo mire en las tiendas. ¡Luego diseminaos y buscad! —ordenó Knut.
—Yo voy a atender primero a Trixie —dijo Brian.
—Bien.
Knut se lanzó a la carrera para examinar la tienda de Cap.
—Yo estoy bien —objetó Trixie—. Cap es el único que se halla en peligro.
—Una infección no ayudará a Cap —replicó Brian.
Brian abrió el botiquín y pidió a Di que trajera agua caliente de la olla que siempre tenían en el fuego del campamento. Sus ojos violeta parpadearon como si no entendiera las palabras, pero obedeció.
Rápida y eficazmente, Brian se aseguró de que las manos de Trixie y las suyas se hallaban lo suficientemente limpias, después de lavarse con agua caliente y jabón, para untar las magulladuras con yodo; después sacó su navaja y esterilizó la punta en la llama. Trixie se estremeció al ver la hoja, pero los dedos de Brian se mostraron tan firmes como cuidadosos cuando extrajo de la carne, una por una, todas las espinas.
Sobreponiéndose al dolor, Trixie se lavó de nuevo las manos con agua caliente. Brian volvió a aplicarle yodo y luego se las vendó.
Trixie manoteó con sus dos blancos mitones.
—¿Cómo voy a bañarme así? —preguntó.
—Míralo por el lado optimista. Has quedado exenta de las faenas de cocina —replicó Brian, al tiempo que se disponía a toda prisa a unirse a la búsqueda de Cap.
—Yo te ayudaré a que te des un baño —le ofreció Di.
Poco tiempo después, Trixie salió de la tienda de Di, bañada y con ropa limpia. Las chicas se habían quedado solas en el campamento, puesto que incluso la señorita Trask había ido en busca de Cap.
—Todos volverán hambrientos —dijo Di.
Inspeccionó la comida que estaba al fuego. Trixie descubrió que sus vendajes no le impedían poner la mesa.
Uno tras otro, los demás regresaron al campamento, silenciosos y desanimados. Todos se recobraron un tanto a la vista de las patatas y el maíz que Di había sacado del fuego. También resultaron muy apreciadas las hamburguesas cocidas con cebollas. Cada uno se sirvió un cuenco de gayubas maduras, bien azucaradas y regadas con leche. Knut vertió el resto de las gayubas en una lata grande, la cerró bien y la sumergió en las frías aguas del arroyo.
Hallie lavó rápidamente los platos con gran energía. De repente estalló:
—Es absurdo, no entiendo cómo Cap puede tener dificultades. ¡Con su cerebro de pájaro es capaz de oír caer la hoja de un pino!
Di gimió:
—¿Cómo puedes decir eso cuando quizás esté… cuando esa peluda bestia…?
—¡No lo digas, Di! —le advirtió ásperamente Hallie—. Cap está bien. Y si quiero, puedo decir que tiene un cerebro de pájaro porque así es, ¿verdad, Knut?
Knut sonrió a pesar de su preocupación.
—Para entender lo que está diciendo Hallie has de saber que emplea ese término de dos maneras diferentes. Una se refiere al tamaño del cerebro de un pájaro. Tendrás que reconocer que no es muy grande. Hay veces en que Cap merece que se diga eso de él. Pero existe —prosiguió— otra clase de cerebro de pájaro que a mí me gustaría tener. Mira, un pájaro tiene el valor de lanzarse fuera del nido cuando apenas ha dejado de ser un polluelo. A partir de aquel momento recurre a su fuerza y a su ingenio para luchar contra el mundo que le rodea. Tras un viaje migratorio de ida y vuelta, posee un mapa de su mundo impreso en el cerebro. Construye su nido; protege y alimenta a su familia. Conoce a sus amigos y estudia los hábitos de sus enemigos para poder sobrevivir y vivir en paz. Se levanta con las primeras luces y pliega sus alas cuando anochece. Añade gracia y belleza al mundo.
—Entonces la mayoría de las veces que Hallie dice de Cap que tiene un cerebro de pájaro se refiere a eso. ¿No es cierto, Hallie?
Las lágrimas brotaron de los ojos de Hallie, que tenían el color de las moras maduras, y se deslizaron por sus tersas mejillas. Con un gesto brusco, las apartó de su cara con el dorso de sus delgadas manos.
—No sabría escribir una poesía sobre eso, pero a ello me refiero. El mundo de Cap está en los bosques. Si le enjaularas, se volvería loco.
—Tal vez no —susurró Trixie—. Quizás cantaría.
—O se rompería las alas, tratando de escapar —añadió Mart.
—Hay que avisar inmediatamente al sheriff —dijo la señorita Trask.
Knut asintió.
—Hallie, tú puedes quedarte aquí mientras yo voy en la furgoneta a Wallace. Al mismo tiempo recogeré algunas provisiones. Ah, y también las cosas de Tank —Knut chasqueó los dedos—. Señorita Trask, ¿de qué dirección venía Cap cuando cruzó el campamento?
—Ya veo lo que estás pensando —respondió pensativa—. Procedía de la dirección de la casa del señor Anderson. Quizás había estado allí.
—No deseo quedarme sentada, esperando mano sobre mano —anunció Hallie—. Knut, mientras tú vas a Wallace, yo iré a la casa de Tank, a ver si él puede decirnos algo de Cap.
—¡No os iréis solos ninguno de los dos! —se opuso la señorita Trask.
—¿Te gustaría venir conmigo, Di? —le invitó Knut.
Di aceptó inmediatamente, confesando:
—Eso me parece mucho mejor que subir hasta la casa de Tank en plena oscuridad.
—Yo iré con Hallie —se ofreció Jim, y otro tanto hicieron Honey y Mart.
Brian decidió permanecer en el campamento por si acaso regresaba Cap herido. La señorita Trask se comprometió a mantener una gigantesca hoguera. Trixie titubeó, temerosa de ser más un estorbo que una ayuda, con sus manos vendadas.
—Yo llevaré las linternas si te duelen las manos —se brindó Honey, y Trixie acabó por decidirse.
—¡De acuerdo, chicos, en marcha! —ordenó Hallie—. No olvidéis las pilas de repuesto para las linternas y tú, Jim, llévate el botiquín.
La señorita Trask elaboró a toda prisa una lista de las provisiones que necesitaban en el campamento y se la entregó a Knut. Mientras tanto Knut llenó con las gayubas una gran caja de plástico, explicando en voz baja a Hallie:
—Antes de volver me detendré en casa de Gloria. Si necesitamos ponernos en contacto con mamá y papá, ella se encargará de hacerlo.
Un tanto temblorosa, Hallie repuso:
—Están fotografiando llamas en el interior de no sé qué sitio.
—Tal vez pueda ella ponerse en contacto con la oficina minera de papá y lograr que desde allí le localicen —dijo Knut.
Escuchando tal conversación, Trixie se sintió satisfecha de que sus padres se hubieran quedado en casa.
—Me alegra que mi padre sea un banquero al estilo antiguo, en una población sin importancia del Hudson y no un ingeniero de minas que viaja por todo el mundo —dijo a Honey al oído.
—Pobre Hallie —murmuró Honey—. Debe ser terrible que tu hermano desaparezca de repente. Yo me moriría si le pasara eso a Jim.
—No corráis ningún riesgo —les aconsejó Knut cuando Di y él estaban a punto de marcharse.
—Y no vayas demasiado aprisa —replicó Hallie.
—Ánimo, hermanita —dijo Knut—. A nuestro cerebro de pájaro no le pasará nada.
—Pero necesita ayuda —murmuró Hallie—. Qué raro en él.
—Todos necesitamos ayuda alguna vez —afirmó Honey, tomando del brazo a Hallie mientras Knut y Di abandonaban el lugar entre un remolino de hojas secas.
Tras llenar las cantimploras y recoger los jerseys, Hallie dijo a la señorita Trask:
—Tenemos tiempo suficiente para llegar a la casa de Tank antes de que se haga de noche, y para regresar es todo cuesta abajo. No volveremos tarde si…
Si… Trixie no olvidó esta palabra mientras ascendió por la ladera de la montaña camino del antiguo lecho del arroyo en donde Tank tenía su mina, su cabaña y su huerto.
—¿No te parece todo esto un sueño? —preguntó Trixie a Honey, su compañera de marcha—. Hasta hace unos pocos días jamás había oído hablar de la comarca de Joe.
—O de un sasquatch —repuso Honey, estremeciéndose.
Cuando el pequeño grupo alcanzó el primer lugar en que hicieron alto, nadie cantó ni bromeó, ni se rió. Simplemente bebieron unos tragos de agua y continuaron subiendo.
Trixie trató de no pensar en la bestia de la silla. Sabía que, si se concentraba en su tamaño o en su peso, echaría a correr como una loca, chillando hasta desgañitarse. Luego se sumergiría en el saco de dormir, con cabeza y todo, echaría la cremallera y…
¡Pero qué idiota eres! —se censuró a sí misma—. Sabes, Trixie Belden, que esa bestia se halla al norte de la silla. Di es quien va en esa dirección y no tú.
De repente Trixie gritó:
—¡Alto!
Instantáneamente la rodearon Jim, Mart, Hallie y Honey.
—¿Estás herida?… ¿Qué viste?
Las preguntas resonaban en los oídos de Trixie como maíz al tostarse.
—¡El sasquatch no pudo llevarse a Cap porque se encuentra al norte de la silla! ¡Allí es donde el amigo de Cap dice que lo vio!
—Tú sabes algo que no nos has dicho —la acusó Hallie.
En tan pocas palabras como le fue posible, Trixie les contó su encuentro con la bestia.
—Estaba tan asustada que no quería hablar del hecho —acabó por decir.
—Este verano ha habido varios encuentros como ése —dijo Hallie—. Han sido denunciados e investigados a conciencia, pero nadie ha resultado herido. A menos que…
—Nada de “a menos que…”; Cap se hallaba a kilómetros del sasquatch cuando tuvo aquella pelea en el arroyo.
—A menos que el sasquatch tenga pareja —dijo Mart sin pensarlo.
Hallie le miró tan abrumada por la sugerencia que Honey gritó:
—Ni lo pienses, Mart. ¿Ha aventurado alguien la idea de que pudiera haber dos, Hallie?
—No —dijo Hallie melancólicamente.
Aunque ya se había puesto el sol, todavía quedaba un poco de luz en el claro cuando el grupo llegó al huerto de Tank.
Hallie parecía preocupada:
—Tank siempre arría su bandera y pone un farol en el patio cuando anochece. Allí está la bandera y la luz no ha sido encendida.
Cansada como estaba, Hallie echó a correr.
Tras ella, los demás Bob-Whites observaron la escena con espanto. La puerta de la cabaña estaba abierta de par en par. Por el patio se veían esparcidos enseres y provisiones de Tank.