Capítulo 9


—No me gusta que vengas aquí sola. Si deseas venir pídeme que te acompañe. ¿Me obedecerás?

Estaban sentados en el suelo junto a la pared. Robert apoyado en la piedra y Henrietta apoyada en él.

—Sí, mi señor —dijo ella acariciando sus dedos que entrelazaban su otra mano.

—¿Te burlas? —preguntó él.

—No, mi señor —dijo con la sonrisa en la voz.

—¿Algún día conseguiré domar ese carácter? —dijo él.

Henrietta recostó la cabeza en su pecho y miró el cielo que se veía allí donde debería haber estado el techo.

—Sé que soy una mujer difícil, amor mío. A veces siento que no voy a poder aceptar el mundo tal y como es. Lo intento, me esfuerzo por tolerar las injusticias, lucho por resistir el impulso que me empuja a cuestionarme el mundo tal y como los hombres han decidido que sea… Casi siempre puedo ser esa persona que todos esperan que sea. Pero a veces, a veces…

—¿De qué estás hablando? —dijo él inclinándose para mirarla a los ojos. 

—Nada, no es nada, no me hagas caso —dijo ella y luego sonrió con los labios.

—No hagas eso —dijo él—. No me apartes.

Ella asintió.

—No te gusta esa parte de mí —respondió—. Cuando la has visto…

—Eso no es cierto, me gusta todo de ti —dijo él—. Lo que ocurre es que temo que te hagan daño.

Él se inclinó y la besó en los labios.

—Y ahora será mejor que regresemos —dijo después de los largos besos, poniéndose de pie—. ¡Tengo tanta hambre que me comería un buey!

Salieron de las ruinas y se detuvieron junto a los caballos. Henrietta observaba todos sus movimientos como si estuviese hipnotizada. Su boca se movió y su garganta emitió aquellos sonidos sin que pudiese hacer nada por impedirlo.

—¿Has perdonado a Lidia? —preguntó.

Robert se volvió a ella confundido por aquella pregunta.

—¿A qué viene eso ahora?

—Si no quieres responder, no insistiré.

Robert le dio las riendas de Sendero y la ayudó a subir. Después él montó a Tormenta. 

—Sí, la he perdonado —dijo después de reflexionar.

Henrietta sintió que un enorme peso caía de su espalda.

—¿Por qué sonríes? —preguntó él sonriendo también.

—Porque si la has perdonado es que ya no te importa —dijo y apretó las piernas contra Sendero para que se pusiera en marcha.



Marjorie saludó a William sentada bajo su olmo favorito y con un libro en las manos. 

—Imaginaba que la encontraría aquí —dijo William sentándose en el suelo junto a ella y apoyando la espalda en el árbol también.

—Soy muy previsible —dijo Marjorie.

—En realidad no —dijo él—, he preguntado en la casa y nadie ha sabido decirme dónde estaría. Pero el cielo está despejado y corre una ligera brisa, sé lo mucho que le gusta sentarse bajo este árbol a leer con el sonido de las hojas mecidas por el viento como única compañía. 

Marjorie no pudo disimular la sorpresa que le produjo su relato.

—¿Y qué lo trae por aquí? —preguntó cerrando el libro.

—Necesito su opinión sobre un tema —dijo.

Marjorie se volvió hacia él con la sorpresa en la mirada.

—Se ha puesto muy serio, amigo mío.

William esperó unos segundos y después se puso de pie moviéndose preocupado. Marjorie lo observó esperando con paciencia a que hablase.

—¿Ha oído que va a haber huelga? —preguntó William.

—Algo dijo mi hermano la otra noche —respondió. 

—He pensado en ir a hablar con Callum Straight —dijo—. Es un hombre serio y rudo, de firmes convicciones, pero estoy seguro de que podríamos entendernos si consiguiésemos hablar.

—¿Callum Straight? —preguntó Marjorie sorprendida.

—Sí. Sé que le conoce, ayudó a su hija hace seis meses cuando enfermó su madre.

—En realidad fue cosa de Henrietta, yo solo la acompañé para llevarles algo de comida y medicinas. Aunque finalmente no sirvió de nada y la señora Straight murió.

—Lo sé, pero hizo buenas migas con su hija Pansy y sé que volvió con Betsy unas cuantas veces.

Marjorie se puso de pie y sacudió su vestido.

—Sí, y también recordará que el padre me pidió muy seriamente que no volviese. Según él yo era una muy mala influencia para su hija.

—Quería enseñarla a leer —dijo William como si eso lo explicase todo.

—¿Y qué tiene de malo? Ella es inteligente y lo único que hace todo el día es servir a su padre y cuidar a sus cuatro hermanos pequeños —dijo Marjorie airada—. Pansy podría hacer mucho más que eso.

William sonrió.

—Ahí está esa rebeldía que emana inesperadamente.

Marjorie bajó la mirada y sonrió.

—Vivir con Henrietta me ha enseñado mucho sobre las injusticias que debemos soportar las mujeres.

William frunció el ceño, pero decidió dejar aquel tema porque tenía otro mucho más acuciante que tratar. 

—¿Qué le parece la idea de que vaya a hablar con Straight? —preguntó muy serio.

Marjorie pensó durante unos segundos antes de responder.

—Creo que es una buena idea. Por lo que yo sé esa huelga no beneficiará a nadie y si puede impedirse, debe intentarse —dijo.

—¿Me acompañaría? —preguntó él.

Marjorie lo miró sin comprender.

—¿Acompañarle adónde?

—A casa del señor Straight.

—No —dijo con rapidez—, de ninguna manera.

—Si hay una huelga todos perderemos, como usted ha dicho —dijo—, pero los que se llevarán la peor parte serán las familias de los trabajadores. Como la de Straight. 

—Callum Straight no se alegraría de verme.

—Lo que necesito es alguien que se ocupe de que nadie nos interrumpa. En aquella casa hay demasiadas criaturas y su presencia servirá para relajar el ambiente. Y Pansy se alegrará de verla, estoy seguro.

Marjorie frunció el ceño, no estaba segura de si se sentía halagada u ofendida.

—Esta bien —dijo después de hacerle sufrir unos segundos—, le acompañaré, aunque me gustaría que considerase mi presencia como algo más que un mero entretenimiento para Pansy y los niños.

William la miró sin poder disimular la sonrisa.

—¿Qué le hace tanta gracia? —preguntó ella poniéndose las manos en la cintura.

Él movió la cabeza como si estuviese conteniendo las palabras.

—Algún día…

Marjorie frunció el ceño al ver que no continuaba.

—¿Algún día, qué?

William se acercó a ella.

—Se va a convertir en una mujer increíble.

Marjorie lo miró desconcertada y después de unos segundos se dio la vuelta y caminó hacia la casa acelerando el paso. 

—¿A qué espera? ¡Vamos! —dijo al volverse y ver que no la seguía.

—¿Ahora? —dijo él corriendo hacia ella sorprendido.

—¿Tiene algo mejor que hacer? 



—Con todos los respetos, señor Harvey, usted no lo entiende —dijo Callum Straigth.

Marjorie los observaba con disimulo a cierta distancia, con Michael sentado sobre su falda mientras Pansy daba de comer a los más pequeños.

—Explíquemelo entonces —dijo William sin rendirse—, dígame en qué puede beneficiarles una huelga que todos sabemos cómo empezará, pero nadie acierta a adivinar cómo acabará.

Callum Straight era un hombre corpulento con la mirada penetrante y una voz grave y densa. Sus ademanes lentos conferían mayor intensidad, si cabe, a sus palabras y tuvieron el poder de intimidar a Marjorie que se alegró de estar refugiada entre los pequeños. 

William sabía que Straight no se fiaba de él y por eso no hablaba con libertad.

—He venido a verle por mi cuenta, nadie sabe que estoy aquí, excepto la señorita Worthington —dijo señalando a Marjorie—. Usted sabe que yo no soy un hombre de negocios, me ocupo de la fábrica de mi padre cuando él no puede hacerlo, pero a mí lo que me apasiona es viajar y conocer otras culturas. He visitado muchos países y he aprendido que las cosas funcionan mejor cuando los trabajadores y sus señores se entienden y tienen un trato justo. Eso es lo que yo quiero trasmitirle a mi padre y a los demás señores, pero necesito saber cuáles son sus exigencias, cuáles sus problemas, qué es lo que quieren…

Callum Straight sonrió con cinismo y se llevó su pipa a la boca antes de responder.

—Hay algunos patronos que, asegurando que las fábricas peligraban, se han pasado largas temporadas sin pagar los salarios de sus trabajadores mientras ellos seguían trabajando. Esos hombres aguantaron porque necesitan el trabajo para mantener a sus familias y si la fábrica cae, ellos caen con ella. No utilizan lo que ganan en caprichos, sus familias que se mueren de hambre mientras los señores engordan y despilfarran a gusto. Y ahora —su cara se puso roja de ira—, ahora nos vienen con que tienen que bajar los sueldos porque la producción ha bajado. ¿Se piensan que no vemos cómo viven? ¡Son  ellos los que no miran hacia aquí! Y a esos que estuvieron meses trabajando sin cobrar ahora les dicen que cobrarán menos, que en lugar de un mendrugo de pan para todos tendrán que conformarse con medio. ¿Y no pueden protestar? ¿No tienen derecho a quejarse? ¡Pues no, no tienen derecho porque los han despedido! 

Marjorie se había apartado de los niños y miraba a Callum, hipnotizada.

—Si tenemos que quedarnos sin comer no será para que los patronos se enriquezcan más. ¡Pasaremos hambre por defender lo que es nuestro!

Marjorie miró a William, su amigo estaba serio y no decía nada.

—¿No hay nada que se pueda hacer para solucionarlo? —preguntó ella—. ¿Acaso tienen ahorros para mantener una huelga?

Callum la miró con una falsa sonrisa.

—¿Ahorros? —escupió la palabra.

Marjorie señaló entonces a los niños.

—¡Entonces se morirán de hambre! —exclamó la joven sin poder contenerse—. ¡Tienen que hablar y encontrar una solución!

William la miró sorprendido por su vehemencia.

—Sus hijos se morirán de hambre —repitió—. Usted es fuerte, podrá aguantar, pero ellos…

—¿Por quién cree que lucho? ¿Por mí? —exclamó Straight mucho más tranquilo—. Si yo no tuviese a nadie que defender quizá me marcharía lejos de la ciudad y buscaría otro modo de vivir, pero debo luchar por mis hijos, soy lo único que tienen. Y eso significa luchar por mis compañeros ahora, por los que están peor que yo, para que cuando me toque el turno, ellos luchen por mí. Un hombre solo no puede hacer nada, pero todos juntos…

—Señor Straight —dijo William—, creo que ahora tengo más clara la situación. ¿Sería posible conocer el nombre de esos trabajadores a los que se despidió, y en qué fábrica trabajaban?

Callum torció su sonrisa con desconfianza.

—Padre, por favor, solo quieren ayudar —dijo Pansy acercándose a su padre.

—¿Ayudar? —dijo Callum con sarcasmo—. Pensaba que ya habías aprendido la lección, pero veo que sigues tan tonta como siempre. Los patronos solo nos quieren para que hagamos el trabajo y quieren que hagamos el trabajo solo para ganar dinero. Para llenar sus bodegas y sus alacenas. Para comprar joyas, ropas lujosas y grandes casas. No les importa nuestro bienestar, si pudiésemos trabajar sin comer ni dormir estarían contentos. No les importa que muramos o suframos. No les importa que nuestros hijos se vayan a la cama sin cenar siempre que ellos puedan celebrar fiestas y comilonas para sus amigos.

La puerta de la casa se abrió y entraron varios hombres con expresión enfadada.

—¿Qué pasa aquí, Straight? —preguntó uno de ellos con muy malas pulgas.

—No pasa nada, Brian, solo han venido a hablar.

—¿Hablar de qué? —dijo colocándose junto a Callum mientras los otros tres hombres se situaban detrás de ellos. 

—Solo busco llegar a un entendimiento —dijo William.

—¿Un entendimiento? ¿Van a devolver sus trabajos a los que han echado? ¿Van a pagarnos lo que es justo? ¡Ese es todo el entendimiento que necesitamos!

Estaba claro que ese al que Callum había llamado Brian era mucho más beligerante que él.

—¿Esa quién es? ¿No es la Worthington? —preguntó señalando a Marjorie.

—A ella déjenla en paz, no tiene nada que ver en esto —dijo William poniéndose serio—, es conmigo con quien deben hablar.

—Creímos que el nuevo señor de Worthington Hall iba a ser mejor que su padre, pero esta claro que quiere enriquecerse con sus trabajadores igual que hizo él. Todos quieren lo mismo ¡desangrarnos!

—Una huelga no es buena para nadie… —empezó a decir William.

—Si se cree que va a evitar la huelga con su palabrería está muy equivocado —le cortó Brian—. Las palabras no se comen y nuestros hijos tienen hambre. Y los hijos de los que han despedido, también. El viejo Miller estuvo a punto de colgarse cuando lo despidieron, si no lo hubiésemos detenido ahora su viuda se encontraría sola con cuatro criaturas. No van a convencernos con palabras.

William miró a Straight y vio en su rostro que compartía todas y cada una de las palabras de Brian.

—Será mejor que nos marchemos —dijo Marjorie dando un paso hacia William y agarrándole del brazo.

—Sí, será lo mejor, no vaya a ser que alguno de ahí fuera quiera demostrarles lo que sienten por los que les quitan lo que es suyo.

William lo miró muy enfadado y después miró a Straight.

—Pensé que entendería que venía con buena fe —dijo—, veo que tenemos distinta opinión sobre lo que es honorable.

William cogió a Marjorie del brazo y la llevó hacia la puerta.

—Señor Harvey —dijo Callum Straight antes de que salieran de la casa al tiempo que se acercaba a ellos—. Creo que ha venido usted con buena intención, pero nadie parará la huelga, no mientras haya patronos como lord Dudley o Archibald Hutton.

Le tendió la mano y William dudó un instante, pero finalmente la estrechó con firmeza.

—Espere aquí —dijo Callum—, déjeme salir a mí primero, no querría que una piedra perdida les hiciese daño.