Capítulo 3


Pasó el día tratando de encontrar el mejor modo de sacar el tema. No pudo escribir una línea y se limitaba a contestar con monosílabos y frases hechas a todo lo que Marjorie le decía. Cuando Robert llegó y sus miradas se cruzaron Henrietta comprendió que ya lo sabía. 

—¿La has visto? —preguntó. 

Henrietta asintió.

—Vamos a mi despacho —dijo saliendo del salón. 

Henrietta vio la expresión preocupada de Marjorie y la tranquilizó con una mirada antes de seguirle.


 Robert sostenía un vaso en la mano mientras miraba por la ventana. Henrietta se acercó a él y observó el cielo, la luna llena se veía grande y brillante. 

—He visto a lord Roswell —dijo él—. Están destrozados.

—Es una noticia terrible —dijo ella sin apartar la mirada del cielo oscuro—. Lidia está desolada.

—Les envió la noticia cuando emprendió el viaje de regreso —dijo él con una voz profunda y triste—. No quería arriesgarse a que la obligasen a esperar hasta que ellos pudiesen viajar.

Henrietta lo miró confusa.

—Tu hermana es la persona más egoísta que he conocido jamás —sentenció, y después se apartó de la ventana yendo a sentarse delante del fuego. 

Henrietta lo siguió. Le temblaban las manos cuando se agachó a su lado y se apoyó en el brazo del sillón. Tenía que hablar con él. A pesar de todo era su hermana. 

—Los Roswell quieren que Lidia viva con ellos —dijo.

—Como debe ser —respondió él sin apartar la mirada del fuego.

—Pero ella no quiere…

Su esposo la miró con el ceño fruncido, como si no entendiese lo que decía.

—Me ha pedido que la dejemos vivir aquí —una vez que lo dijo sintió que sus cuerpo se elevaba sosteniéndose en el aire. 

—¿Qué? —Su expresión era lo suficientemente elocuente—. No hablas en serio.

—Si la hubieses visto… Está rota por el dolor. Vivir con los padres de Lawrence no la ayudará. Y a ellos tampoco.

Robert la miraba como si no la reconociese. Se levantó, fue hasta el mueble en el que descansaba la botella y volvió a llenar su vaso. 

—Creo que debes tener un problema grave de memoria —dijo después de beber un largo trago—. ¿Me estas pidiendo que Lidia viva con nosotros?

Henrietta asintió tímidamente.

—El único modo de no ofender a los Roswell es decir que yo la necesito aquí.

—¿Que tú la necesitas? ¿Y para qué narices ibas tú a necesitarla? —dijo enfadado.

Henrietta se acercó a él y le rodeó la cintura con sus brazos sin dejar de mirarlo.

—Bueno, nunca he estado embarazada antes, pero seguro que tener a mi hermana conmigo podría ser de ayuda.

Robert la miró confuso.

—Usted quiere tener hijos, ¿verdad señor Worthington? —preguntó ella sonriendo.

Robert no reaccionaba.

—Espero que la respuesta sea afirmativa —dijo ella bajando la mirada con expresión infantil.

El hombre abrió los ojos desmesuradamente y su boca empezó a distenderse hacia una enorme sonrisa.

—¿Estás…? —dejó el vaso sobre la mesa, la abrazó levantándola del suelo y empezó a dar vueltas con ella.

—¡Para! —dijo ella riendo.

Robert la dejó en el suelo y cogió su cara entre sus manos. La besó en las mejillas, en la frente, en la punta de la nariz y en los labios. 

—Quería esperar un poco más… —dijo ella, feliz.

—¿Te he dicho lo mucho que te amo? —preguntó él sin dejar de sonreír.

—Hoy, aún no —respondió su esposa riendo.

—Has convertido el mundo en un lugar maravilloso, Henrietta Tomlin —dijo él mirándola con intensidad.

—Te lo recordaré cuando te enfades por una de nuestras discusiones.

Robert la estrechó entre sus brazos y la besó con tanta dulzura que Henrietta se sintió conmovida. Era un hombre maravilloso, capaz de la mayor pasión y de la más dulce ternura. 

—¿Entonces dejas que Lidia venga a vivir con nosotros? —preguntó.

Su esposo la miró durante unos segundos a los ojos mientras le apartaba el pelo de la cara con cariño. Asintió lentamente.

—Lo que tú decidas estará bien —dijo. 

Henrietta escondió la cabeza en su pecho rogando por no tener que arrepentirse. 




Marjorie entró en la librería acompañada por Lisa, que buscó un lugar en el que sentarse conocedora como era de lo mucho que tardarían en salir de allí.  La joven saludó al señor Sprats y después pasó directamente a ver los libros que acababa de recibir. 

—Veo que ya se ha enterado —dijo el librero acercándose.

La joven sostenía el libro de William Harvey en las manos.

 —Quería verlo en compañía de sus colegas —dijo la joven sonriendo y señalando los tomos encuadernados colocados en las mesas—, aquí entre todos estos adultos se debe sentir muy intimidado.

El señor Sprats sonrió ante la ocurrencia de lady Worthington. Era una asidua visitante a la que le encantaba pasarse horas revisando los últimos libros que llegaban y a la que no era raro encontrar sentada en algún rincón apartado hojeando aquel que había sido su elegido.

—¿Ha visto la dedicatoria? —dijo divertida.

El librero miró a la joven pensando en lo ello y entonces comprendió a quién pertenecía aquella misteriosa M.

—¿Así que usted conoce a M? —dijo sonriendo.

Marjorie sonrió también mostrando sus blancos dientes sin pudor.

—Debería haber puesto el nombre completo —dijo haciéndose la ofendida—. Pero no se lo tendré en cuenta, porque va a ser un escritor de éxito.

—Estoy seguro de que hubiese querido hacerlo —dijo el librero.

—¿Lo ha comprado alguien ya? —preguntó Marjorie con curiosidad.

—Me temo que aún no ha habido tiempo, llegaron esta mañana. Supongo que usted tuvo el privilegio de ver el primer ejemplar que le enviaron a William para su supervisión.

Marjorie asintió, pero no mencionó que se lo había regalado.

—Entonces seré la primera compradora —dijo ella resuelta pensando en regalárselo a su amiga Jane Winslow la próxima vez que la visitase.


William caminaba hacia la librería mostrando una actitud de descuidado interés. Saludó a la señora Fitzpatrick y a su adorable hija y se detuvo un instante con el señor Cunningham, que le preguntó por la salud de su padre. Pero en lo que estaba pensando realmente era en si se habría vendido alguno de sus libros, o si al menos alguien habría hojeado sus páginas. Cuando llegó frente a la puerta de la librería en Picadilly se detuvo sin decidirse a entrar. Miró a ambos lados de la calle buscando una excusa que le impidiese hacer el ridículo frente al señor Sprats. Y entonces, al mirar tras el cristal del escaparate la vio a ella. Sintió que un cálido sentimiento inundaba su pecho y hubiese deseado poder quedarse allí observándola sin ser visto. Pero entonces, Marjorie levantó la mirada del libro que sostenía entre sus manos y lo vio frente al escaparate. Con una enorme sonrisa le hizo gestos con la mano para que entrase.

—William, está feo espiar a sus lectoras a escondidas —dijo después de que él besara su mano.

—No podía privarme de un momento tan especial en el que mi libro era blanco de una atención tan delicada.

Marjorie hizo un mohín con la nariz recriminándole que utilizase galanterías con ella. 

—¿No va a preguntarme si se ha venido algún ejemplar? —preguntó el señor Sprats.

—Estoy seguro de que no ha habido tiempo…

—Pues se equivoca —respondió—. Un cliente se interesó al ver que lady Marjorie se hacía con un ejemplar, y después de su apasionada intervención no tuvo más remedio que comprarlo. 

William miró a Marjorie completamente obnubilado.

—Creo que tendré que nombrarla mi representante, señorita Worthington.

—Pues le aseguro que lo haría excelentemente —dijo el señor Sprats alejándose de ellos.

—¿Desea acompañarnos a casa, William? —preguntó Marjorie después de hacerle señas a Lisa para indicarle que ya se marchaban—. Debe saber que tenemos una nueva inquilina.

Se despidieron del señor Sprats, salieron a la calle y caminaron seguidos por Lisa hasta el cabriolé que esperaba.

—Ya me he enterado de que lady Roswell vive ahora en Worthington Hall —dijo él ayudándola a subir.

—¿Conoce a lady Roswell, la hermana de Henrietta? —preguntó Marjorie acomodándose después de dejar en el asiento los libros que había comprado.

—No he tenido el placer de hablar con ella —respondió—. La he visto alguna vez, como es lógico, pero nunca hemos cruzado una palabra.

—No se parece en nada a Henrietta —dijo Marjorie, sin añadir ninguna otra cosa que le sirviese a William para dilucidar si aquello era bueno o malo a ojos de su joven amiga. 

—Otro día —excusó la invitación—, ahora tengo un encargo de mi padre que debo resolver. No he podido evitar la inmadura reacción de pasarme por la librería, pero en realidad mis pasos me llevaban a casa de Archibald Hutton para un asunto de la fábrica. Espero que no me lo tenga en cuenta.

Marjorie sonrió y cogiendo el libro en sus manos se lo tendió.

—Le perdono si se queda con este ejemplar y me lo devuelve dedicado para mi amiga Jane. ¿Se acuerda de Jane?

William sonrió.

—Por supuesto —dijo cogiendo el libro—. Estaré encantado de dedicárselo, si me promete no comprar ninguno más. No quisiera apoyar mi éxito en que mis libros sostengan los cimientos de Worthington Hall.

Marjorie no pudo evitar echarse a reír al imaginarse semejante escena y sin decir nada más le hizo un gesto al cochero para que se pusiera en marcha y se alejaron de allí. 



Lidia dejó la labor que estaba bordando y poniéndose de pie comenzó a pasear por la biblioteca. Henrietta estaba concentrada escribiendo, y Lidia se aburría mortalmente. No imaginaba que la vida en aquella casa fuese tan aburrida, ni que su hermana se pasara las horas leyendo o escribiendo. Ciertamente paseaban a diario y Henrietta le había ofrecido enseñarla a montar a caballo, pero a Lidia no le gustaba nada y tampoco disfrutaba observando las plantas del jardín. 

Su vida había dado un vuelco tan grande que solo tenía ganas de llorar. No solo había perdido a su marido, con él desaparecieron las fiestas y las reuniones sociales a las que tan rápido se había acostumbrado. Ahora era una viuda y las costumbres la obligaban a comportarse como si fuese una mujer de ochenta años. 

Algunas noches se había levantado de la cama y había extendido sobre ella sus vestidos para disfrutar de verlos aunque fuese a escondidas. Repasaba cada fiesta, cada reunión en los que se los había puesto y a veces incluso se los ponía encima del camisón y bailaba por la habitación abrazada a las muselinas, encajes y sedas. Otras noches las pasaba llorando, amargamente, su mala fortuna. Había llegado a preguntarse si no sería todo aquello un castigo por la muerte de su padre.

Miró a su hermana, que seguía sin prestarle atención. El día que llegó a Worthington Hall, Henrietta la recibió junto a su cuñada, Marjorie, que se portó de un modo encantador, y pudo instalarse tranquilamente antes de tener que enfrentarse al terrible momento de volver a ver a Robert. 

Fue durante la cena y Lidia se esforzó en estar perfecta para ese momento, no iba a permitir que un vestido negro eclipsase su belleza. Su rostro mostró una mirada brillante, mejillas sonrosadas y labios suaves como el terciopelo. 

—Señora Roswell, siento mucho su pérdida —había dicho Robert al saludarla después de besarle la mano—. Sea bienvenida a esta casa. Haremos todo lo posible porque se encuentre a gusto entre nosotros.

Lidia recordaba aquel momento con una punzada de rabia. A pesar de desplegar sus más estudiados gestos y de que utilizó todas sus artes de seducción, no consiguió el más mínimo efecto en el que ahora era su cuñado. Robert la atendió con delicadeza, la escuchó, comentó con interés cualquier tema que ella propuso, pero demostró desde el primer momento que era absolutamente inmune a sus encantos. 

El hombre que tenía ante ella no tenía nada que ver con el que dejó plantado para escaparse con Lawrence. Resultaba sorprendente su trato amable y afectuoso: La trataba como a una hermana. 

No tardó en comprender que estaba verdaderamente enamorado de Henrietta y que ese amor que profesaba a su insulsa hermana era el mejor antídoto contra sus encantos femeninos. El amor que emanaba de los dos cuando se miraban hizo más honda su pena, aunque no quedaba claro si la pena era por no tener a su amado junto a ella o por no ser la protagonista de aquella historia. 

Fue extraño para Lidia vivir aquella nueva experiencia. Nunca había concebido un universo en el que su hermana fuese amada y ella no. Su esposo la amaba y Marjorie la adoraba. Pero es que no era solo eso. ¡También los criados querían a su señora! ¡Incluso Gladys parecía preferirla!

Siguió paseando por la sala, tal y como hacía siempre que algo la preocupaba. La actitud de Henrietta era incomprensible para ella. Después de que se disculpó por lo que sucedió no obtuvo la más mínima consideración por su parte. Sí, le dijo que la perdonaba, incluso que todo estaba olvidado, pero ella no podía creerla. Aquella alegría que emanaba de su hermana era una clara evidencia de su deseo de hacerle pagar por lo que se supone que le hizo. Y tampoco es que las cosas le hubiesen ido tan mal, teniendo en cuenta que se había casado con un buen partido, alguien que probablemente no se habría fijado en ella de otro modo. 

Su madre la perdonó casi al instante, pero Henrietta iba a ser más difícil. La miró desde el ventanal al que se había acercado, preguntándose cómo debió ser su noche de bodas. Casada con un hombre que no la amaba y que la obligó a unirse a él como venganza. ¿La forzaría? —se preguntó morbosa. 

Henrietta se volvió al sentir frío en su espalda y se encontró con la perversa mirada de Lidia, que reaccionó todo lo rápido que pudo mostrando una plácida sonrisa.

—Perdona, ¿te he distraído? No quería molestarte —dijo—. Tengo las piernas entumecidas de estar tanto tiempo sentada. 

Henrietta pensó un momento.

—Tengo que acabar esto —dijo, disculpándose—, pero he oído el coche, así que Marjorie entrará en cualquier momento. Puedes preguntarle si quiere dar un paseo contigo.

—No, no, no quiero molestar. Ella tendrá cosas que hacer… —dijo Lidia volviendo a sentarse—. Ayer le pregunté si le apetecía que caminásemos por el jardín y me dijo que tenía que terminar el cuadro que estaba pintando. ¿Sabes que pinta a los caballos?

Henrietta sonrió al tiempo que asentía.

—Sí, le encantan —dijo.

Lidia frunció el ceño desconcertada.

—Son caballos —dijo, como si eso lo dijese todo.

La puerta de la biblioteca se abrió de golpe y Marjorie entró como una exhalación. 

—Hola, ¿llego a tiempo de tomar el té con vosotras? ¡Ha sido maravilloso ver el libro de William en la librería, Henrietta!

—¿Lo has comprado? —preguntó su cuñada sonriendo.

—Y no solo yo —dijo—, el señor Skerry estaba allí y también lo compró. 

—¿Dónde lo has dejado? —preguntó Henrietta después de revisar los tres libros que había soltado sobre su mesa y comprobar que el de William no estaba allí.

—Se lo he dado a él para que se lo dedique a Jane de su puño y letra.

—¿Le has visto? —preguntó Henrietta sin dejar de sonreír—. Eso solo puede ser obra de la providencia. 

—Perdona Lidia, no te había saludado —dijo Marjorie sonriéndole—. Soy una maleducada.

—¿Habláis de William Harvey? —preguntó acercándose a mirar los libros que había sobre la mesa.

Marjorie asintió.

—No sabía que fuese escritor —dijo.

—Es su primer libro —respondió Marjorie.

—Ya veo. ¿Y de qué trata esa inigualable obra, si puede saberse? —dijo volviendo a sentarse en la butaca.

—Es una narración en la que sus protagonistas, dos hermanos gemelos que fueron separados al nacer, se escriben cartas de los lugares en los que viven. Uno en China y el otro en Japón. De modo que ambos aprenden la cultura y costumbres del otro —dijo Marjorie sin dejar su entusiasmo—. ¡Es una preciosidad! ¿Te gustaría comprarlo? 

Lidia le hizo un gesto con la mano para detener su euforia.

—No estoy para libros —dijo recostándose en el sillón como si estuviese agotada.

Marjorie se encogió de hombros y volvió de nuevo a su cuñada.

—Jane estará contentísima con el regalo, estoy deseando ver su cara cuando lea la dedicatoria —dijo.