Una palabras de la autora, Jackie Weger

 

 

Odio tener que escribir las biografías estas. Nací y sigo viva. He criado a cinco hijos, pero como no les gustó como los crie, ahora me dedico a los tomates que son más agradecidos. Escribo novelas románticas de las de antes, divertidas o tristes,  llenas a rebosar de palabras y de clichés, porque sé lo que quieren decir y vosotros también. El músculo que más admiro en un hombre está entre sus orejas, así que no escribo escenas de sexo excitantes porque ya sabéis donde encajan las partes del cuerpo y no necesitáis que os dé una lección de anatomía. Por lo que recuerdo de las escenas de cama, duraban unos quince minutos y luego él se daba la vuelta y se quedaba dormido. Yo me levantaba a cambiar los pañales, o a planchar mi ropa para ir al trabajo al día siguiente.

No escribo sobre chicos malos porque los rufianes son egocéntricos, imbéciles, y acaban siendo pésimos hombres y peores padres. Yo centro mis historias en chicas buenas que sueñan con encontrar a un hombre honesto, trabajador e íntegro con el que puedan tener bebés, quedarse en casa y ver telenovelas y otros programas de calidad — lo que yo nunca tengo tiempo de hacer.

Hace tiempo me trasladé a América Central donde viví primero en una isla de la costa de Panamá, y luego en la jungla seca del Pacífico —aunque casi nunca estaba seco. Viví como lo hacían muchos de los nativos de una aldea que se encontraba en medio de la jungla. Durante el día, me cobijaba bajo un tejado de palma, cocinaba con madera en un horno nativo, me bañaba en el río Camito, me cargaba serpientes con un machete y cosechaba mandarinas, naranjas, bananas, mango y café. Al anochecer, me retiraba a mi recama, un minúsculo dormitorio donde leía a la luz de una vela o una linterna. Dormía bajo una mosquitera mientras diminutos murciélagos frugívoros enseñaban a sus crías a volar sobre mi cama, y los geckos correteaban por las paredes. A veces hacía de voluntaria en la misión de las Hermanas de la Merced que se esforzaban por ayudar a las mujeres y niños de la tribu Kuna. Cuando conseguí ahorrar el suficiente dinero para poder empezar una nueva vida en los Estados Unidos, volví y descubrí una innovación —el Kindle.

Me encantan los libros electrónicos. Me dediqué a escribir novelas románticas para Harlequin durante varios años, y tengo un par de millones de libros impresos distribuidos por todo el mundo. Adentrarme en el universo de los libros electrónicos es una experiencia maravillosa, y también me ofrece la oportunidad de revisar y publicar algunos de mis viejos favoritos en tiendas digitales.

Hasta el 2012, el único dispositivo electrónico con el que estaba familiarizada era mi  tarjeta bancaria, así que aún estoy aprendiendo a desenvolverme en el mundo del Internet, pero me podéis…

 

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