Capítulo Ocho

 

 

—HAY QUE ALARGAR el tiempo de sincronización —le insistió Felicia al ingeniero jefe.

Grady era una persona con la que se llevaba muy bien, pero ese día parecían no entenderse.

—Hoy todo te parece mal —dijo Grady, frunciendo el ceño.

—Es mi trabajo, mi carroza.

—Felicia... tómate una semana de descanso. Vamos bien de tiempo, una de tus carrozas está completa, la otra está casi a punto...

—Y hay otra media docena de personas que necesitan consultar con el ingeniero —-dijo Patsy, otra de las diseñadoras de carrozas que estaba junto a ellos.

Felicia le lanzó una fría mirada.

—Sólo estoy controlando las cosas.

—Estás poniendo de mal humor a todo el mundo. Relájate —dijo Patsy.

Felicia bajó la mirada hacia su tablilla de notas.

—Lo siento. Es que parece que se me junta todo.

Grady la miró con simpatía.

—Acabas de enterrar a tu madre, querida. Tómate una temporada libre. Unos días más o menos no van a afectar a la marcha de las cosas.

Felicia sonrió débilmente.

—Tal vez tengas razón.

—Si surge algún problema, te llamaremos —añadió Grady.

Cuando llegó a su casa después del día de trabajo, Felicia se sentía bastante deprimida. Entró con cierta prevención en el apartamento. Fue comprobando metódicamente las señales que había dejado para delatar cualquier intrusión.

Tras comprobar que todo estaba tal como lo había dejado, abrió la ventana y dejó que entrara la brisa de última hora de la tarde. Miró hacia la ventana de Harry, pero no se percibía ningún signo de actividad.

Regresó a la sala de estar y llamó a Zelda.

—No has ido a trabajar hoy.

—Tenía cosas qué hacer.

—¿Qué cosas? ¿Te salió el interludio romántico?

—Casi. Me han invitado a una boda... en Texas. Me ha llamado mi tía Evelyn. Mi prima se casa. El padrino está soltero.

—¿Te vas a Texas? ¿Así, sin más?

—-No es ‘sin más’. Mi carta dice que voy a hacer un viaje. Lo sé desde hace semanas. No me echarás de menos, ya tienes a Harry para ocuparse de ti.

—¿Qué tiene qué ver él con esto?

—Todo. Cuando encuentre al hombre adecuado para mí, ¿crees que seguiré desahogándome siempre contigo? Por supuesto que no.

—Harry no es adecuado para mí. No hacemos más que peleamos.

—Harry y tú podéis haber estado casados en otra vida. Vuestras discusiones pueden ser el residuo espiritual de aquello.

—No te he llamado para hablar de Harry ni de vidas pasadas.

—¿Ah, no? ¿Para qué has llamado?

Felicia se mordió la lengua.

—¿Cuándo te marchas?

—Bueno... a las nueve cuarenta de esta noche me parece una buena hora. Si no, la próxima fecha favorable para viajar es dentro de tres días.

—¿Y qué hay del trabajo?

—Nada. No tengo ningún trabajo extra por el momento. Grady está al tanto de mis carrozas. Por cierto, llamé a Thea y le di tu dirección. Ella puede explicarte todo lo que no entiendas de tu carta cuando te la lleve. Pregúntale a ella por Harry.

—Tienes a Harry metido en la cabeza.

—Y tú también, aunque no quieras reconocerlo. Tengo que acabar de hacer el equipaje. Te enviaré una postal. Adiós.

Felicia colgó y se acurrucó en el sofá, mirando al techo. Al cabo de un momento, se levantó y se dirigió a la nevera. Miró el contenido, y no vio nada que le apeteciera cocinar.

Finalmente, cogió una naranja y fue a sentarse a la escalera de incendios. El cielo nocturno estaba nublado. Miró a la ventana de Harry. Sólidamente cerrada.

Cuando se terminó la naranja, fue a lavarse las manos pegajosas. Hundiéndose más en su ánimo reflexivo, fue a buscar en la guía el número del cementerio. Cuando el encargado contestó, Felicia imaginó, por su tono de voz, que había interrumpido su cena.

—Soy Felicia Bennington —le dijo.

—¿Quién?

—Mi madre fue enterrada hace unas semanas en los Wildwood Gardens... Winifred Bennington.

—Usted ya ha llamado antes.

—Es cierto. Estaba comprobando si, por casualidad, no existe ningún registro que indique que mi hermano está enterrado allí...

—Si mal no recuerdo, ya le dije que no.

—Err... ¿podría comprobarlo de nuevo? Un recién nacido, de nombre Thomas Adam Bennington. Los registros tendrían que ser de hace treinta años.

—Treinta o sesenta, da igual. No hay ningún Thomas Adam Bennington, recién nacido, enterrado en Wildwood, ni en la parcela de su familia... ni en ningún otro sitio.

Felicia detestaba tener que renunciar a la esperanza, pero no le quedaba más remedio.

—Siento haberle molestado otra vez. Sólo necesitaba estar segura.

El otro pareció suavizarse.

—Recibimos llamadas así continuamente. Siento lo de su madre, señorita.

Felicia colgó suavemente.

—Yo también —susurró.

Encendió la televisión y se tumbó en el sofá, mientras su mente vagaba y fantaseaba en tomo al paradero de su misterioso hermano desaparecido. Fue quedándose adormilada.

Un ruido sordo en el pasillo la sobresaltó. Se produjo de nuevo, como si alguien estuviera empujando su puerta. Sintió una punzada de terror. ¿Podía ser el intruso... pensando que ella no estaba en casa?

Ruido. Tenía que hacer ruido. Alargó la mano y elevó al máximo el volumen de la televisión. El estruendo de un partido hizo vibrar el apartamento.

Los golpes se hicieron más pronunciados.

Alguien estaba gritando.

Pegó la oreja a la puerta. ¡Maldito Cooper! Podría haber puesto mirillas al menos. La puerta vibró con un nuevo golpe.

—¿Quién está ahí fuera?

Ella creyó oír su nombre. Cuidadosamente, hizo girar el pomo, abriendo la puerta una rendija. Harry estaba de pie allí, con las llaves entre los dientes, los brazos cargados, las bolsas balanceándose bajo su barbilla. Enarcó una ceja, y escupió las llaves. Fueron a caer al suelo.

—¿Qué diablos pasa ahí dentro?

Felicia quitó la cadena y le dejó pasar. Luego apagó la televisión.

—Me has asustado.

—Y tú a mí. Nada más llamar, se ha despertado un infierno aquí dentro.

—Es que he subido la televisión. He pensado que, si sabían que estaba en casa, se marcharían.

—¿Quiénes?

—¡Quienquiera que entre aquí!

Su expresión se hizo más dura.

—¿Han entrado otra vez? ¿Hoy?

—No... pero no quería correr ningún riesgo.

—Buena chica —dijo él aprobadoramente.

Comenzó a sacar las cosas de las bolsas, dejándolas sobre la encimera. Se le cayó un sobre grande que llevaba bajo el brazo, y su contenido se esparció por el suelo. Cuando Felicia se agachó para recogerlo, Harry la cogió del brazo y la apartó con brusquedad.

—Ya lo cojo yo.

Harry recogió rápidamente las fotografías, procurando que ella no las viera, y las metió otra vez en el sobre.

—¿A qué tanto secreto? —e inmediatamente creyó saberlo—: Son fotos relacionadas con mi hermano.

—Qué va. Son de un viejo caso para mi tesis. Con sólo verlas medio segundo se te quitaría el apetito —dijo él—. Porque tienes apetito, ¿no? Mira todo lo que he comprado...

—No recuerdo que hubiéramos quedado para cenar esta noche —dijo ella, pero estaba tan feliz de verlo que hubiera aceptado una cena, aunque fuera de piedras.

—Ha sido un impulso momentáneo.

—¿Y si estoy ocupada? ¿O tengo una cita?

Él se quedó paralizado.

—¿Estás ocupada o tienes una cita?

—No.

—Entonces dame esta satisfacción. Tengo algunas noticias para ti. He estado investigando sobre Thomas Adam hoy.

Felicia contuvo el aliento.

—Cuenta.

Él se puso a abrir los paquetes de comida.

—Después de la cena.

—Eso es chantaje —dijo ella, pero su voz no mostraba ira ni sarcasmo.

Estaba tan contenta de verlo, que no quería arriesgar una discusión con él y que se fuera sin decirle lo que había descubierto.

—¿Tomamos vino blanco o té? —le preguntó.

Él sacó una botellita de sake de una bolsa.

—¿Qué te parece si calentamos esto? Luego podemos tomar café.

—Has pensado en todo.

—Me he cansado de aullar a la luna, así que he decidido emprender alguna iniciativa y ver adonde me conduce.

—¿Adónde puede ser?

Él la miró con ojos chispeantes.

—Pues aquí, corazón. Aquí mismo.

Comieron en el suelo, sentados en los cojines del sofá ante la mesita de café. Felicia encendió unas velas con olor a vainilla. El licor de arroz hizo que su corazón se alegrase y le soltó la lengua.

Harry se daba cuenta de que ella mantenía una cierta reserva en sus sentimientos, a pesar de la agradable conversación. Entendía que Felicia no estaba dispuesta a dejar que él tomara las riendas de su vida, y la admiraba aún más por ello. Aun así, lo que deseaba era poder volver a estar mágicamente junto a ella, acariciándole la curva del cuello. Finalmente, saciado de comida, se apoyó en el sofá.

—En todo el Estado de California, no hay un certificado de defunción a nombre de Thomas Adam Bennington.

—Eso no es posible... simplemente, no es posible —dijo ella, dándose cuenta de que se había hecho demasiadas ilusiones.

—No ha muerto en California... ni en Oregón, ni en ninguno de los estados limítrofes. Lo que plantea la posibilidad de que tu hermano esté vivo y bien...

—Bien no. Lo dice el certificado de nacimiento. Tenía algún tipo de minusvalía.

—Pues investiga entre los minusválidos.

—¿Dónde?

—En sitios... mira, uno de los tipos del Cuerpo tuvo una hija con una lesión cerebral seria. Su mujer y él la mantuvieron en casa hasta los siete años. Luego, la internaron en una institución. No tuvieron más remedio. Les resultaba demasiado caro mantenerla en casa. Necesitaba un equipo especial para respirar, se ponía enferma continuamente. Se pasaban el día yendo al hospital. Él no podía concentrarse en el trabajo, su matrimonio se estaba destruyendo. Se centraron tanto en su hija, que su hijo mayor se sintió desplazado y empezó con las drogas...

—Eso es una crueldad. Mis padres no habrían abandonado nunca a un hijo. Nunca. Eran cálidos, afectuosos, cariñosos.

—También mi amigo lo es. ¿Eran ricos tus padres? ¿Podían permitirse pagar cuidados médicos permanentes? ¿Máquinas, equipo especial? No hace tanto tiempo que he salido de un hospital. Deberías ver las facturas. Afortunadamente, el seguro cubría la mayor parte. Hace treinta años no existían seguros médicos como los de ahora. Piénsalo. ¿Qué habrían hecho tus padres?

—Es un argumento convincente. Mi hermano... ¿vivo?

—¿Por qué no?

—Mi madre me lo hubiera dicho.

—Tal vez pensaba hacerlo. ¿De qué murió?

Felicia se puso pálida.

—De un tumor cerebral... apenas me reconocía al final.

—No tenía el control de sus facultades.

Felicia sacudió la cabeza.

—Hazte esta pregunta. Si tu hermano está vivo... ¿quieres encontrarlo? Tal vez te lleves alguna sorpresa desagradable.

—¡Por supuesto que quiero encontrarlo!

—No te pongas agresiva conmigo... estoy haciendo de abogado del diablo.

—Te lo agradezco. En serio. Entonces, ¿qué debo hacer?

—Escribir cartas... no... redacta una carta y haz muchas copias... necesitarás varios cientos. Luego empieza a enviarlas a todos los cetros de cuidados médicos del estado. Empieza con los de tu condado natal. Explica bien lo que pretendes, tal vez obtengas mejores resultados si cuentas una mentirijilla al pedirles que revisen sus registros.

—¿Qué mentirijilla?

—Que estás buscando a tu hermano para poder dejar arreglada la herencia de tus padres. Todo el mundo sueña con que un pariente perdido muera dejándole una fortuna.

—Haces que todo parezca muy simple.

—Es una variación de un procedimiento muy común de investigación policial. Se trata de echar una red para pescar algo de información.

—Parece que has estado pensando en esto mucho tiempo.

Él sonrió irónicamente.

—Mi cerebro funciona de forma misteriosa. ¡Ojalá pudiera resolver mis problemas tan fácilmente!

—¿Qué problemas?

—Cómo hacer que estés de buenas conmigo, por ejemplo.

—Lo haces bastante bien.

—¿Tú crees?

—Dime otro problema.

—Bueno, estoy tratando de averiguar la forma de escribir una tesis que mi tutor no pueda fusilar para un artículo de periódico y al mismo tiempo conseguir aprobarla. Por cierto, para eso están las fotos. Ha especificado que quería fotos.

—Pero has dicho que me harían perder el apetito.

—Son macabras. Creo que ninguna revista querría publicarlas.

—Siempre puedes poner una indicación de ‘reservado el derecho de reproducción’ en tu tesis. De esa forma no podrían usar ninguna parte sin citar la procedencia.

—Él podría y lo haría. Ese hombre no tiene escrúpulos.

—Pero entonces tú ya tendrías tu título, ¿no?

—Claro...

—Entonces ponte en contacto con las revistas a las que él acudiría y ofréceles hacer el artículo tú mismo.

Harry se quedó pensativo.

—Pero yo no escribo bien.

—Redactas informes, ¿no es cierto?

—Sí, pero no es lo mismo.

—¿Pagan las revistas por los artículos?

—¡Vaya si pagan! Si no, el profesor Lawson no perdería el tiempo... ni utilizaría mi tesis. No se limita a publicar en revistas de Derecho.

—Hay otra cosa. Aunque el profesor Lawson escribiera un artículo y consiguiera publicarlo, lo único que tienes que hacer es recordarle al editor tu carta, enviar pruebas de que el artículo está basado en tu investigación sin tu permiso e insistir en que te envíen un cheque por la misma cantidad que le hayan dado a Lawson. Como poco, serviría para que se lo pensaran dos veces antes de volver a publicar nada de Lawson.

—Me gusta eso. Me gusta mucho —dijo él, mirándola a los ojos—. Me gustas tú.

Felicia experimentó un cosquilleo por todo el cuerpo. Tenía mucho que agradecerle a Harry. ¿Y él decía que le gustaba? Ella le consideraba más que un amigo. Nunca en la vida se había acostado con un simple amigo. Se levantó del cojín.

—¿Hago un café?

Harry se encogió de hombros.

—Sí, ¿por qué no?

Harry se levantó también y recogió las cosas. Había un tema del que no habían hablado aún.

—Respecto a tu misterioso duendecillo... —dijo, entrando en la cocina.

Felicia estaba de pie en el otro extremo de la encimera, y su rostro reflejaba el horror mientras examinaba el contenido del sobre.

—¡Maldita sea! —gritó él—. ¡Te dije que no las miraras!

Ella tenía la mirada desenfocada.

—No quería hacerlo. Es horrible.

Las imágenes se habían quedado grabadas para siempre en su cerebro: en color, rabiosamente impersonales, los restos de lo que había sido un hombre, una cabeza seccionada, con los ojos abiertos que parecían mirarla...

—¿Realmente se hacen las personas esto unos a otros?

Él cerró el sobre y le rodeó los hombros con el brazo.

—Sin parar. ¿Quieres un vaso de agua? ¿Una copa? —preguntó Harry mientras la llevaba al sofá.

—No podría beber —dijo ella, lívida.

—Respira hondo —ella lo hizo varias veces—. ¿Mejor?

—Mucho mejor. Gracias.

Los dedos de Harry se tensaron, atrayéndola más hacia su cuerpo. Ella podía sentir su proximidad con cada poro de su cuerpo. Luego, los labios de Harry se posaron sobre los suyos y todo pensamiento racional se borró de su mente.

Al cabo de un largo momento, él se apartó. Ella abrió los ojos y vio que la estaba mirando reflexivamente.

—Sé adónde me gustaría que nos llevara esto —dijo él en voz baja.

No se refería sólo a la cama, sino más allá, y esperaba que lo que decía tuviera sentido para ella.

Ella apoyó la cabeza en su ancho pecho y respiró su aroma puramente masculino. Era una locura, pero se sentía maravillosamente entre sus brazos. Era maravilloso sentir que la deseaba. En lo más profundo de su ser la soledad solicitaba consuelo. Le cogió de la mano y lo condujo al dormitorio.

—Estás muy callada —observó él.

Estaban apoyados contra la cabecera de la cama, sin tocarse, tomándose el café que ella había preparado horas antes. La luna brillaba detrás de los visillos.

—Estaba pensando en lo mucho que ha cambiado mi vida.

—¿Desde que me conociste?

—Sí.

—¿Lo lamentas?

—Siento curiosidad por saber hacia dónde vamos.

—¿Hacia dónde crees?

Ella percibió la cautela en su voz y procuró ser cautelosa también.

—No lo sé, eres mucho más majo de lo que pensaba al principio.

—¡Más majo? —dejó escapar una maldición—. Los tipos majos acaban los últimos.

—Eso es un cliché —ladeó la cabeza—. ¿Qué ha sido ese ruido?

—Mi corazón latiendo, o intentándolo.

—No bromees —dejó la taza en la mesilla—. Escucha —susurró—. Hay alguien en la escalera de incendios.

—Yo no he oído nada, pero lo comprobaré.

—Date prisa —le urgió Felicia.

Harry saltó de la cama y se acercó a la ventana. Oyó algo rozando las plantas. ¿Qué era... alguien de pie, mirándolos desde fuera?

—¡Buuuu! —gritó él.

—¡Arrrgh!

—¡Luces! —gritó Harry.

Felicia encendió rápidamente la luz de la mesilla. Harry agarró a la figura en sombras y la atrajo hacia el alféizar

—¡Alphonse! —gritó Felicia mientras se subía la sábana hasta la barbilla.

Harry ayudó a levantarse al anciano.

—¿Qué diablos está haciendo aquí?

Con el rostro sonrojado, Alphonse se envolvió con su batín, intentando mantener la dignidad.

—Había... er... ruidos inusuales en el dormitorio de Felicia. El mío está debajo. Lo siento, querida —dijo, dirigiéndose a Felicia con exquisita educación—. Con los problemas que has tenido últimamente, he pensado que tal vez necesitaras ayuda. Estaba imaginando toda suerte de males —se volvió de nuevo hacia Harry—. Lo siento, muchacho. No quería interrumpir. Me iré por donde he venido, ¿vale?

Se subió al alféizar y volvió a la noche.

—Sólo es Harry —gritó mientras bajaba.

La voz de Mildred llegó desde abajo.

—Deja ese azadón, Clare. Se acabó la juerga.

Las voces fueron disminuyendo y se oyó ruido de puertas cerrándose. Harry miró a Felicia. Ella tenía las mejillas encendidas.

—Ahora enfádate conmigo.

—Si no hubieras dejado caer los zapatos como ladrillos. ..

—No han sido mis zapatos. Es la cama, que cruje.

—Porque te empeñas en hacer acrobacias.

—¡Ah, o sea que ahora es culpa mía que ese viejo sinvergüenza se dedique a fisgar por tu ventana! —comenzó a ponerse los zapatos.

—Alphonse no es un viejo sinvergüenza —sus ojos se dilataron—. No irás...

Él asintió:

—Tengo que entregar unas citaciones al amanecer. Si me quedo, no haré más que despertarte cuando me vaya —se sentó en la cama y la besó en la frente—. Además, probablemente no dormiríamos nada. ¿Consideras que ya hemos tenido nuestra pelea y nuestra reconciliación correspondientes? ¿O dejamos la reconciliación para luego? Es lo que mejor nos sale. Por cierto, ¿sabes que incluso despeinada estás preciosa?

—Gracias —dijo ella, con cierta suspicacia.

Él se puso los zapatos y la camisa.

—Cierra con llave cuando me haya ido.

Arrastrando la sábana, Felicia lo acompañó hasta la puerta.

Permaneció despierta el resto de la noche, invadida por una sensación fría y profunda de soledad, mezclada por una creciente exaltación en relación a Harry.

Su aroma seguía en la ropa de cama. Se dijo a sí misma que era el esquema habitual: una oleada inicial de interés, un período ritual de cortejo, la sensación de que algo especial estaba ocurriendo y finalmente... la decepción definitiva.

Lo único era que Harry no la decepcionaba. La hacía sentirse maravillosamente, como si hubiera encontrado su sitio, como si, a su lado, pudiera enfrentarse al mundo y conquistarlo.