Capítulo Doce

 

 

HARRY ESTABA SENTADO en una silla de respaldo recto, con el pie derecho metido en agua con cubitos de hielo flotando. Felicia reconoció el cubo amarillo de Mildred.

Harry la saludó con una sonrisa irresistible, sexy y algo aprensiva.

—Antes de que digas una palabra, sé lo que estás pensando...

La oleada de adrenalina que la había impulsado escaleras arriba estaba retrocediendo para dejar paso a una sensación de irritación:

—¿ Ahora lees la mente? —le preguntó con una voz sepulcral.

—Estás pensando que lo he hecho a propósito para cancelar nuestra cita.

Lo que había pensado ella era que estaba herido y sufriendo y que la necesitaba. Pero, naturalmente, no era así. Era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo. Y, por alguna extraña razón, aquello la irritaba profundamente.

—Lo que pienso es que eres el hombre más torpe que he conocido nunca. ¿Cómo se te ha podido caer algo en el pie?

—Muy fácil —dijo él afablemente—. Estaba intentando levantar cien kilos. Sonó el teléfono y la barra se me escapó de las manos.

—¡Podrías haberte mutilado!

—Y lo he hecho —sacó el pie del cubo y se lo secó—. Supongo que tendré que llevar sandalias unos días —frunció el ceño—. La gente pensará que soy un hippie.

Al ver los dedos hinchados de sus pies, Felicia sintió una opresión en el pecho. Respiró hondo.

—Probablemente, deberías vendarte eso.

Aquella leve oferta de consuelo era lo que él había estado deseando oír. Se acercó cojeando a ella.

—No todo está perdido. Tu celebración de cumpleaños sigue en pie.

—¿Te das cuenta de que cada vez que me pides que salgamos a comer... no comemos?

—He encargado vino, pizza... —la tomo entre sus brazos.

Ella se zafó.

Harry no sabía si sentirse culpable o enojado. Dejó caer los brazos.

—¡Maldita sea, Felicia! ¿Qué quieres? No he planeado estropearte el cumpleaños adrede.

Cruzó cojeando la habitación hasta el sofá, cogió un paquete y volvió adonde ella estaba en el umbral.

—Feliz cumpleaños —rugió, lanzándole el paquete a las manos.

Sin esperar respuesta, se sentó y volvió a meter el pie en el hielo. Como Felicia siguiera sin decir nada, añadió:

—De nada.

Su sarcasmo le pasó desapercibido a Felicia, que estaba mirando fijamente el regalo. Lo había envuelto él mismo, estaba segura. El envoltorio no acababa de juntarse en el centro y el contenido era evidente: un grueso bloc de dibujo de anillas, de los más caros. Ella nunca se había permitido el lujo de comprar uno de aquel tipo. Se sintió culpable y pesarosa por su grosería. Él se había mostrado considerado, amable y galante. Se le oprimió el pecho y los ojos comenzaron a arderle.

Sin decir palabra, cogió un lápiz de la mesa de trabajo, se sentó en el sofá, abrió el bloc y se puso a dibujar. Harry la contempló por el rabillo del ojo y permaneció, en silencio.

Al cabo de diez minutos, le pasó el bloc. Había más de una docena de viñetas en la página... caricaturas de una pareja tratando de hacer el amor. Había diálogo debajo de cada una de ellas: ‘¡Ouch! Eso es mi codo, estúpido’. La que más le gustó a Harry era una en la que se veía un revoltijo de sábanas de la que salían brazos y piernas en todas direcciones. El pie decía: ‘¡Tiempo!’ Tuvo que contener la risa.

En la esquina inferior derecha, con unas letritas diminutas ponía: ‘Tómate libertades’. Con el corazón latiéndole aceleradamente, él la miró.

La expresión de Felicia era de incertidumbre.

—Feliz treinta cumpleaños —dijo él suavemente.

Mientras la estaba desnudando, se le ocurrió a Harry que había cruzado algún límite misterioso. No estaba seguro del significado, pero aquella sensación le llegaba al alma.

Reverentemente, cubrió sus pechos con las manos. Ella respondió con un leve sonido de placer.

Él respiró con fuerza, como si fuera el último aliento, y susurró su nombre.

Con un sexto sentido, Felicia se dio cuenta de que él había superado algún punto crítico, y que estaba dispuesto a compartir con ella su misma esencia. Se sintió al mismo tiempo poderosa y llena de necesidad; y le ofreció hasta la última pequeña parte de sí misma que había mantenido en secreto.

Les llevaron la pizza crujiente y humeante y el vino, helado. Harry la apremió para que saliera de la cama.

—Vamos. Es tu cena de cumpleaños. Vamos a comer antes de que se enfríe.

Ella se estiró lánguidamente.

—De acuerdo. Lánzame tu bata.

Harry decidió intentar una vía más directa.

—¿No quieres ponerte la ropa?

Ella miró al despertador y sonrió pícaramente.

—Tendré que quitármela otra vez... ¿no crees? Será mejor que comamos en la cama.

—Demasiada distracción. Ponte la ropa.

—A mí me gusta distraerte.

Harry frunció los labios. Era evidente que nada iba a hacerla cambiar de idea.

—De acuerdo, pero no digas que no te avisé.

Regresó a la cocina, mascullando entre dientes mientras buscaba copas para el vino. Finalmente abandonó la búsqueda, y lavó un par de tazas de café.

—Yo tengo un par de copas —se ofreció Felicia, apretándose el cinto de la bata de Harry, que le llegaba casi hasta los tobillos.

—¿Seguro que no quieres ponerte unos vaqueros?

—Seguro —no quería quitarse la bata de Harry, llena de su aroma—. En un segundo, vuelvo con ese par de copas.

En cuanto hubo salido al pasillo, Harry salió sigilosamente hacia las escaleras. Tendría que disuadir a los viejos, diciéndoles que Felicia tenía dolor de cabeza o algo así. No tenía que haberle pedido papel de regalo a Mildred ni dejar que le sonsacara para qué lo quería.

Las ancianas habían insistido en preparar una tarta para Felicia para dársela aquella noche. Alphonse iba a poner el helado y Lila, las velas.

¡Maldita sea! No tenía que haber sucumbido a su necesidad de ella, tenía que haber sido fuerte. Pero no, había temido estropear las cosas rechazándola.

Se encontró con los cuatro en el descansillo. Las señoras formaban la vanguardia. Detrás estaba Alphonse con la tarta en una bandeja.

—Ya lo sé —dijo Mildred—. Llegamos unos minutos tarde. No se lo has dicho, ¿verdad?

Harry extendió las manos, impidiéndoles el paso.

—No.

—¿Cómo está tu pie? —quiso saber Clare.

—Como nuevo. Miren, ha habido un cambio de planes.

—¿Harry? —Felicia miró por la barandilla y se quedó helada.

Tardó varios segundos en hacerse cargo de la situación.

Clare se fijó en la vestimenta de Felicia y soltó una risita.

—Bueno, ahora sabemos a qué se refería Harry con lo del cambio de planes.

—Estáte callada por una vez en tu vida —la reprendió Mildred—. ¿No ves lo mal que lo está pasando la pobre niña? Feliz cumpleaños, Felicia.

Harry dijo:

—Se suponía que tenía que ser una sorpresa.

Felicia estaba tan furiosa que apenas podía hablar.

—¿Tú lo sabías?

—Intenté que te pusieras la ropa... ¿recuerdas?

—¿Voy a tener que quedarme toda la noche aquí con esta tarta o qué? —inquirió Alphonse.

Lila se puso a cantar el Cumpleaños Feliz y los demás se le unieron. Harry se puso a un lado y se puso también a cantar en voz tan alta y desafinada como cuando se duchaba.

—Me parece que estoy en el sitio adecuado —dijo una voz que llegó por el hueco de la escalera.

Harry se sobresaltó.

—¡Madre! ¿Qué estás haciendo aquí?

¿Madre? Felicia intentó que sus pies se movieran para huir.

—Vaya, Harry, ¿así que aquí es donde vives? Ya decía yo que la dirección me resultaba familiar.

Harry cogió con fuerza a Felicia por la cintura mientras empezaba con las presentaciones.

—Mamá, ésta es Felicia...

—¿Bennington? —inquirió Thea—. Es precisamente la persona a la que venía a ver.

—Vamos a salir de esta escalera —se quejó Mildred—. Está empezando a dolerme el cuello.

El grupo subió a la segunda planta. Harry tuvo que soltar a Felicia, quien aprovechó para huir. Una vez estuvo en su apartamento, se arrojó sobre la cama de cabeza y comenzó a repasar las iniquidades de Harry mientras golpeaba la almohada con ambos puños.

Harry le dio cinco minutos, luego fue a buscarla.

—Es tu fiesta de cumpleaños, tendrías que hacer tu aparición.

—¡No tengo que hacer nada! —dijo ella, agarrando unos vaqueros—. ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Por qué está tu madre aquí? ¿Cómo sabe mi nombre?

—Es astróloga. Aparentemente, tu amiga Zelda es una de sus clientes.

Felicia gruñó.

—Te ha hecho la carta.

—¡Me dijiste que era propietaria de una tienda de muebles!

—Y lo es. Esto de la astrología es sólo un hobby.

—Según Zelda, no —le empujó hacia la puerta—. ¿Ves aquella balaustrada? Ve a tirarte por ella.

—Me lo pensaré después de que te hayas tomado la tarta y el helado. Los viejos están esperando. Llevan toda la tarde planeando esto. ¿Quieres herir sus sentimientos? Han logrado incluso implicar a Lila. Se mueve por mi cocina como si la conociera de toda la vida.

Felicia sentía auténtica curiosidad por la madre de Harry.

—No sé qué cara voy a poner. ¡Tenías que haberme avisado!

—Entonces no habría sido una sorpresa.

—Podía haber fingido sorprenderme.

—No hubiera sido honrado. Creía que la sinceridad era algo importante para ti.

—Lo es.

—Imagínate que te digo que creo que eres notablemente inteligente, llena de talento y hermosa.

Felicia lo miró furiosamente.

—Imagínate que te digo que siento que nos veamos metidos en este berenjenal —añadió Harry.

Ella miró al suelo y se mantuvo en silencio.

—De acuerdo. Voy a salir y voy a decirles que no he conseguido nada... —dijo Harry.

Entonces ella levantó la cabeza.

—No. Saldré yo a dar la cara, pero me siento como condenada a galeras.

—Tenemos que cantar Cumpleaños Feliz otra vez —dijo Mildred cuando hicieron su aparición—. Felicia, querida, sopla las velitas.

Ocultando su consternación y evitando cuidadosamente mirar a la madre de Harry, Felicia hizo lo que le decían. Todo el mundo aplaudió.

Entre conversaciones intrascendentes, Felicia comenzó a cortar y repartir la tarta mientras Lila servía el helado.

—Acabe de contarme lo que me decía sobre que mis planetas se están alzando, Thea —le suplicó Clare, dando muestras de que la vivaz astróloga había sido plenamente aceptada en el grupo.

Harry se encaramó a una banqueta de cocina, comió pizza fría y se comportó muy fríamente. ¿No se llevaban bien él y su madre?, se preguntó Felicia.

—Lo que quiero saber es si el hombre con el que voy a perder mi virginidad está en esta habitación —continuó Clare.

Alphonse se levantó rápidamente, haciendo crujir su camisa almidonada.

—Hay un nuevo programa que estoy deseando ver. Felicidades, Felicia. Adiós a todos.

—Y ahora, ¿está él fuera de la habitación? —inquirió Clara.

A Thea no se le escapaba detalle.

—¿Por qué no me llama más adelante? —dijo, ofreciéndole una tarjeta a Clare.

Desde la encimera, Harry puso los ojos en blanco y dejó escapar sonidos irreverentes. Thea atrajo la atención de Felicia.

—Harry tiene un gran fallo. Sólo me ve de una manera... como madre.

—No creo en todas esas paparruchas de mirar a las estrellas.

—Tú te lo pierdes, corazoncito. Hay orden en el universo... —miró a su alrededor al caótico apartamento—... algo de lo cual seguramente tú podrías aprender.

—¿Cómo me percibe la gente? —le preguntó Mildred.

—Cariñosa, con un gran corazón y ordenada —dijo Thea.

Clare mostró violentamente su desacuerdo.

—¡Es una mandona!

Felicia sintió un extraño cosquilleo en la nuca, como si algo o alguien desconocido hubiera invadido su espacio. Miró por encima del hombro. Lila estaba detrás de ella, con expresión sombría y mirada remota.

—¿Lila? —le preguntó en voz baja.

Lila se sobresaltó, luego giró sobre sí misma, ocultando la cara.

Mildred llamó a Lila.

—No te pongas tímida —dijo solícitamente—. Ven a escuchar lo que Thea dice de nosotras.

—¡No quiero que me hagan la carta ni que nadie me lea la mente! —exclamó Lila y salió disparada del apartamento.

—¿Y ahora qué mosca le ha picado? —inquirió Clare, perpleja.

Thea se levantó.

—Bueno, tengo que marcharme. Felicia, ¿puedo hablar un momento contigo... a solas?

Fue una pregunta directa y amable. Felicia no podía negarse. Salieron al pasillo.

—Tienes un hermano mellizo perdido... —empezó Thea.

—Harry se lo ha contado.

—Me preguntó algo sobre ti, pero no mencionó tu nombre. Está en tu carta —sacó un grueso sobre de su gran bolso—. Feliz cumpleaños de parte de Zelda.

—G... gracias —dijo ella, mirando a Thea a los ojos—. Estoy muy azorada.

—No te interesa la astrología.

—No realmente... no. Bueno, lo confieso, a veces leo mi horóscopo.

—No te azores. Harry tampoco se cree nada, pero gracias a ello pagué muchas facturas mientras él estaba creciendo. Tardé un tiempo en conseguir lanzar el negocio de los muebles y, cuando lo logré, ya tenía un montón de clientes y seguidores a los que no quería dejar —ladeó la cabeza, con los ojos brillantes—. Nos veremos más, estoy convencida. Vamos a ser grandes amigas, seguro.

—Tal vez nosotras sí, pero no estoy tan segura acerca de Harry y yo.

—Con Harry, la vida pende siempre de un hilo. Se parece mucho a su padre... es un fanfarrón. Y siempre tiene miedo de que lo bueno no dure —sus ojos oscuros se habían llenado de una candidez chispeante—. De haber sabido que estabas saliendo con Harry, me habría negado a hacerte la carta.

Felicia protestó.

—Yo no estoy...

Thea posó un dedo en sus labios suavemente, haciéndola callar.

—Lee lo que las estrellas tienen que decirte. Se aproximan algunos acontecimientos interesantes en tu vida —se acercó a la puerta de Felicia y se quedó allí un momento—. No quiero alarmarte, pero se te está acercando una energía extremadamente negativa. Podría ser peligrosa para ti —sonrió, y en su sonrisa, Felicia pudo ver la de Harry—. Tendrás cuidado, ¿eh? Voy a decirle adiós a Harry. ¡Qué torpe es! Yo podría haberle dicho que tenía un día proclive a los accidentes hoy.

—Señora Pritchard... espere un momentó.

—Dejémonos de ceremonias... llámame Thea.

Felicia titubeó.

—De acuerdo, Thea. ¿Voy a encontrar a mi hermano?

—Tendrás noticias.

—¿Pero está muerto o vivo?

—No lo sé. Lo siento. Le pediré a Harry que te lleve a cenar algún día a mi casa. ¿Vendrás?

—Tal vez.

—Pues lo dejamos así, entonces.

Dos minutos más tarde, Clare y Mildred acompañaban a Thea fuera.

Harry se vio frente a Felicia.

—Venga, dilo —la acusó él—. Ha sido un desastre.

Felicia se sentía desazonada, pero los minutos que había pasado con Thea de algún modo habían limado su desazón. Había algo de maravillosamente apacible en la madre de Harry. ¡Lástima que no se le hubiera pegado a su hijo!

—No ha sido un desastre.

—¿No estás enfadada?

—Estoy furiosa. Pero supongo que se me pasará. Mientras tanto, voy a recoger mi ropa de tu habitación.

—No te vayas corriendo. La tarde es joven.

—Quiero estar sola.

Sus ojos se llenaron de algo a lo que Harry no era capaz de poner nombre. Era como si lo que les mantenía juntos se hubiera disuelto. Sintió una punzada de culpa. Había estado pensando solamente en sí mismo. Le puso las manos en los hombros y la besó en la frente,

—De acuerdo, esta noche no voy a discutirte nada. Feliz cumpleaños —añadió en voz baja.

Una vez ella se hubo ido de su apartamento, él se tumbó en la cama con el pie herido en alto. Había empezado a dolerle otra vez.

Cogió el almohadón y lo abrazó. El olor de Felicia seguía allí. Sentía una opresión en el pecho que parecía ahogarle. El corazón le latía con fuerza, estaba tenso, tenía los puños apretados, y los músculos agarrotados. Era auténtico amor. Tenía que serlo.

No podía librarse de ello. Por otra parte, esta vez iba a asegurarse muy bien de no demostrarlo hasta que no estuviera seguro de que era lo correcto para él... y para Felicia.

—No estabas dormida, ¿verdad?

—Zelda —dijo Felicia con adormilada exasperación—. Es la una de la madrugada. ¿Cómo esperabas que estuviera?

—¡De fiesta! Celebrándolo. Te llamaba para felicitarte por tu cumpleaños.

—Considéralo hecho. Gracias...

—¡No cuelgues! ¿Has recibido tu carta?

—Sí.

—¿Has conocido a Thea? ¿A que es maja?

—Thea es la madre de Harry Pritchard. Supongo que no tenías ni idea.

—Oh, eso es... ¿qué? ¡Pues claro que no lo sabía! ¿Cómo iba a saberlo? ¡Oh, pero, Felicia! Eso es maravilloso. Estoy deseando llegar a casa para ver cómo se desarrolla todo. Por cierto... ¿podrías hacerme el favor de revisar un par de cosas en los hangares por mí?

Los dos diseños de Zelda eran los más grandes de los hangares. Y no había forma de hacer nada sin los planos y notas de Zelda.

—No puedo, Zelda, ya lo sabes. Tienes que regresar.

—Se trata de Harry, ¿no?

—¿He mencionado a Harry?

—¿Qué dice de él tu carta?

—Nada.

Pero sí decía. Decía que ella podía esperar una transformación de su vida amorosa, un cambio radical. También decía que, debido a la posición de Saturno, la relación sería una temporada de prueba, desafíos y obstáculos difíciles de superar. ¡Harry, desde luego, correspondía a todo eso! Decidió decirle cualquier otra cosa a Zelda:

—Dice que Mercurio está en retroceso —replicó escuetamente, recordando la cita, pero no la definición.

Zelda boqueó.

—¡Eso significa que es un día decisivo para ti! Estaré en casa tan pronto como pueda.

Cuando se dispuso a acostarse otra vez, Felicia descubrió que estaba completamente desvelada. Se hizo una taza de cacao caliente y se dispuso a releer otra vez las gruesas páginas de su horóscopo. Aunque realmente no se creyera ni una palabra de ello.

Rebuscó la página donde hablaba de los gemelos Géminis:

La pauta de tu vida puede parecer única e individual, con algunas salpicaduras de lo inesperado. Uno de los elementos inesperados puede ser tu yo gemelo. En ocasiones, esto puede parecerte confuso. La incertidumbre y el cambio pueden dar color a tu vida. Tú disfrutas en los entornos estimulantes. Encuentra a tu gemelo y conseguirás esa sensación esencial de unidad. ¡Concentra tus esfuerzos!

Felicia inhaló. Daba casi miedo ver lo que se aproximaba la carta a la verdad.

Sadie estaba sentada en el jardín, mirando al apartamento seis. Había una niebla baja y espesa que cubría la parte superior del edificio. La frustración latía dentro de ella como un ser vivo. No había conseguido arrinconar a Felicia sola ni entrar en su apartamento.

Y llevaba días soportando a aquellas dos viejas locas. Se rió entre dientes. Si supieran...

Tenía que haber sido actriz. Había querido ser actriz, les había suplicado a papá y mamá que la dejaran dedicarse al teatro. Pero no, Lila había insistido en casarse con Percy y aquello había sido el fin del sueño de Sadie. Bueno, pues ahora estaba actuando y lo estaba haciendo muy bien. Había engañado incluso a Ernest, tal como había engañado a los médicos.

Miró de nuevo a la ventana. ¡La muy guarra! Todo el mundo sabía lo que estaba haciendo con Harry. Le habían engatusado de la misma forma que a Percy, le había obligado a hacer cosas malas. La repulsión invadió a Sadie.

Pensaría en el cuchillo. Aquello siempre la hacía sentirse mejor. Era preciso y reluciente. Lo había estado afilando toda la semana. Nadie había notado que lo había birlado el día de la fiesta de cumpleaños. No habían notado cuando se había marchado con la barbilla alta, en una salida teatral. ¡Lila estaría tan orgullosa de ella....

Sadie soltó una risita. Había otra cosa que a Lila le gustaría saber. Había descubierto cómo abrir los buzones. Bastaba con una lima. Por supuesto, sólo había tocado el del apartamento seis. Lo había ocultado bien. Pensó en los sobres apilados ordenadamente en un escondrijo, como quien abraza un maravilloso secreto.

—¡Lila! —gritó Mildred—. ¿Qué haces ahí sentada? ¿Lo has olvidado? Nos vamos a Von’s a hacer la compra para la bienvenida de Cora. Alphonse tiene el coche preparado delante.

—Voy —replicó ella afablemente.

Oh, qué buena soy, pensó Sadie, alisándose la falda. Ni siquiera la astuta Mildred sospecha nada.

Después de castigar a Felicia, dejaría con tres palmos de narices a Mildred y Clare, con toda su pseudo-elegancia. Conseguiría el dinero de Ernest y alquilaría un sitio realmente chic. Los invitaría a todos a cenar. Vaya, incluso a lo mejor le dejaba a Lila que hiciera una aparición.

No, mejor no. Los pájaros estaban muertos. Lila lloriquearía, se pondría hecha un desastre de repugnantes lágrimas.

Estaba mucho mejor sin Lila.