Capítulo 7



La sombra cristalizó en una figura masculina, como si hubiera sido conjurada por la pesadilla de Nicole. A punto de gritar, se sentó en la cama cuando de pronto se encendió la lámpara de la mesilla.

 

—Malcomb.

 

—¿Esperabas acaso a otra persona?

 

—Claro que no —se esforzó por despertarse del todo, pero la sensación de terror persistía, fría, casi tangible—. No te oído llegar. Me has asustado.

 

—Parecía que estabas teniendo una curiosa pesadilla.

 

—Una pesadilla terrible. Me alegro de que me hayas despertado.

 

—Estabas llamando a tu amigo el policía. Supongo que vuestro encuentro de esta tarde debió de generar una gran carga de ansiedad en tu subconsciente.

 

—Tomamos café y hablamos de las llamadas de teléfono de Karen Tucker. Ya te lo había dicho.

 

—Ya, claro —su tono era acusador—. Pero, aun así, ese hombre ha invadido tus sueños.

 

Nicole lo maldijo en silencio. Era ella quien tenía que estar furiosa con él, y no al revés.

 

—No tengo por qué justificarte mis pesadillas, Malcomb. Habrá sido consecuencia del estrés. Supongo que la conversación sobre el asesinato de Karen Tucker me ha afectado más de lo que creía.

 

—Entonces deberías dejar de hablar de ello.

 

—Eso espero. Pero no soy precisamente yo la que conocía a esa joven.

 

—Es precisamente por eso por lo que no quiero que vuelvas a ver a ese policía. No ha hecho más que llenarte la cabeza de dudas y de sospechas absurdas. Si tiene alguna pregunta sobre Karen Tucker, que vaya a mi oficina a hacérmela. No volverás a verlo mientras yo no esté presente —sentándose en el borde de la cama, le tomó las manos—. ¿Está claro, Nicole?

 

—¿Me estás amenazando, Malcomb?

 

—Claro que no, cariño. Te estoy protegiendo.

 

—¿También me estabas protegiendo cuando me mentiste acerca de Karen Tucker?

 

—Exacto. Karen no forma parte de nuestra vida, Nicole.

 

—Ya no forma parte de la vida de nadie. Está muerta.

 

—Entonces no veo por qué habríamos de perder el tiempo hablando de ella.

 

Su tono era frío. Le soltó las manos y se levantó.

 

—Ha sido un día muy duro. Si ya te encuentras mejor, bajaré a prepararme un sándwich. Luego, me acostaré, a ver si consigo descansar bien. No quiero volver a oír hablar ni de Karen Tucker ni de Dallas Mitchell.

 

—Bien. Yo también estoy cansada de hablar de Karen —pero, tanto si le gustaba como si no, tendrían que hablar de su matrimonio. Y ver si quedaba algo por salvar.

 

No estaba segura de que quedara algo. Mentiras, engaños, puertas cerradas Y ahora la indiferencia que demostraba Malcomb hacia el asesinato de Karen, como si no hubiera pasado horas al teléfono aconsejándola, intentando ayudarla.

 

Cuando se incorporaba sobre un codo para apagar la lámpara de la mesilla, notó un extraño dolor en el brazo Vio que tenía unas marcas rojizas, justo en la zona en la que había soñado que alguien la había estado agarrando. Pero los sueños no dejaban huella física alguna. Debió de haberse golpeado con el cabecero de la cama. A no ser que…

 

No, Malcomb no podía haberla agarrado con tanta fuerza, ni siquiera para despertarla. Tenía sus defectos, pero lo consideraba incapaz de hacer daño, ni a ella ni a nadie. Era medico. Estaba dedicado en cuerpo y alma a salvar vidas y a curar a la gente.

 

Aun así, cuando apago la luz y cerró los ojos, rezó para que se quedara dormida antes de que Malcomb se acostara. No quería verlo, ni tocarlo. Y, sobre todo, no quería hacer el amor con él. Esa noche no, desde luego. Quizá nunca.

 

 

 

La mañana siguiente trajo consigo la luz del sol y un frío otoñal que fortaleció el ánimo de Nicole. Incluso Malcomb se mostró amable y de buen humor, despertándola temprano y sirviéndole un esplendido desayuno en la cama. Pero una sola mañana no podía arreglar un matrimonio.

 

Subió a su coche y se dirigió al hogar de Ronnie, decidida a hacer a un lado sus problemas conyugales. El resto de la mañana sería para su hermano. Ya que no podía llevárselo a pasar el fin de semana en su casa, intentaría compensarlo de la mejor manera posible. Allí estaba, con su pelota de béisbol en la mano, provisto de su inseparable guante y luciendo su vieja cazadora vaquera. Y con el ajedrez que su padre le había comprado en Inglaterra, años atrás. Su talento para el ajedrez era el asombro de todo el mundo, incluidos los médicos, que aseguraban que los tests convencionales de inteligencia eran incapaces de medir la suya. Misterios del autismo. No podía mantener una sencilla conversación con un desconocido, pero sabía analizar las jugadas más complicadas de aquel fascinante juego.

 

Tomó las bolsas de golosinas que había comprado y bajó del coche, consciente de lo mucho que necesitaba ver a su hermano. Antes de llegar a la puerta de entrada, lo vio doblar una esquina del edificio acompañado de Dallas Mitchell. Se detuvo en seco.

 

—Hola, Nicole ¿Conoces a Dallas, verdad?

 

Tras sus confusas palabras, la alegría de Ronnie era genuina. No la sorprendió. Seducir a la gente siempre había sido una de las cualidades de Dallas. Con ella, al menos le había funcionado.

 

—Si, claro que conozco a Dallas —respondió.

 

—Dijiste que no te oponías a que lo visitara por mi cuenta —pronuncio Dallas, ayudándola con las bolsas.

 

—Si. Lo que pasa es que no esperaba verte esta mañana.

 

—Puedo marcharme y volver más tarde.

 

—¿Es eso lo que quieres?

 

Sus labios esbozaron una sonrisa que desencadenó una cascada de recuerdos.

 

—Si y no.

 

—Entonces quédate —repuso Nicole. De repente se le había secado la garganta Un indicio más de que en absoluto era tan inteligente como le gustaba pensar.

 

 

 

Nicole se sentó en el borde de la mesa de picnic, con las piernas colgando en el aire, mientras veía a Dallas y a Ronnie lanzarse la pelota de béisbol. Ni muy rápido ni muy lento, al ritmo monótono pero seguro que le gustaba a su hermano. El simple movimiento de lanzar y tirar la bola, con el regular sonido del guante de piel recibiéndola como si fuera una vieja canción familiar.

 

Lo de pasar el día en Ford Park había sido idea de Dallas. Habían ido en su coche, incluso se habían detenido en un Popeye’s para comprar un poco de pollo frito y visitar la tienda. Nada más llegar, habían pasado la primera hora siguiendo a Ronnie por la ribera del lago Cross mientras lanzaba piedrecitas y se quedaba absorto contemplando las ondas del agua.

 

—Propongo que hagamos una parada y comamos un poco —dijo Dallas—. ¿Qué te parece, Ronnie?

 

—Parada y comer. Parada y comer. Sí. Parada y comer pollo.

 

—Te echo una carrera hasta la mesa.

 

Ronnie echó a correr, pero en dirección opuesta, riendo. Dallas lo persiguió durante unos minutos antes de dirigirse al coche para recoger la comida. Luego, la dejó sobre la mesa, al lado de Nicole.

 

Ronnie lo siguió como un cachorrillo trotando detrás de su amo, hasta que una mariposa capturó su atención y se dedicó a seguirla.

 

—Quédate donde podamos verte, Ronnie —le gritó Dallas.

 

—Quedarme donde podáis verme.

 

—Bien.

 

—Bien.

 

—La verdad, me sorprende que se acuerde tanto de ti —le comentó Nicole mientras abría una bolsa de patatas—. Creo que es la primera vez que le pasa con alguien. Al menos después de una ausencia de nueve años.

 

Dallas sacó tres latas de soda de la nevera portátil.

 

—¿Qué te hace pensar que hace nueve años que no veo a Ronnie?

 

—Porque fue entonces cuando... —«cuando me enamoré de ti y tú me abandonaste», estuvo a punto de espetarle ¿Por qué no lo hacía? Ciertamente no era ningún secreto entre ellos. Se volvió, procurando ocuparse en cortar el pollo y servirlo en los platos—. ¿No dejaste de ver a Ronnie cuando terminaste tu trabajo en la campaña electoral de mi padre?

 

—No veía ninguna razón para hacerlo. Ronnie y yo nos habíamos hecho amigos, y el senador no se opuso a que lo visitara ocasionalmente.

 

—¿Fuiste a nuestra casa?

 

—No a menudo, pero sí algunas veces. Y siempre cuando tú no estabas. Viajabas mucho a Washington, ¿te acuerdas? Una vez que se fue al hogar residencial, continué visitándolo una vez al mes, o así… hasta hace unos pocos meses.

 

—¿Por qué dejaste de visitarlo?

 

Dallas la miró con expresión recelosa.

 

—Yo creía que lo sabías.

 

—¿Qué habría de saber?

 

—Un viernes por la tarde coincidí en el hogar con el doctor Lancaster y me pidió que me mantuviera alejado.

 

—Malcomb jamás me dijo nada.

 

—Quizá se le olvidó.

 

«Sí, como tantas otras cosas», pensó Nicole, irónica.

 

—¿Cuándo fue eso?

 

—En diciembre. La víspera del cumpleaños de Ronnie. Quería llevármelo a una heladería para celebrarlo.

 

El cumpleaños de Ronnie. Una semana antes de la boda Malcomb se estaba revelando como un maestro en el arte de la manipulación.

 

—¿Te dijo por qué?

 

—Solo que Ronnie había estado muy alterado últimamente y que los dos habíais decidido restringir el tiempo que pasaba con la gente que no era de la familia.

 

Jamás habían mantenido una conversación semejante. Nicole se dijo que había sido una imbécil al creerse todo el ejercicio de seducción de Malcomb y luego terminar casándose con él. Había creído que su relación era especial. No el tipo de loca pasión que había compartido con Dallas, pero si algo sólido, real, duradero.

 

En aquel momento, en cambio, por fuerza tenía que preguntarse si Malcomb no habría tenido algún motivo secreto e inconfesable para casarse con ella. Solo que no conseguía imaginar cual podía ser.

 

—¿Te encuentras bien Nicole?

 

—No. No estoy bien Dallas, pero lo estaré —al ver que se disponía a decir algo, alzo una mano—. Dejémoslo así. ¿Quietes ir a buscar a mi hermano, por favor? Creo que deberíamos empezar a comer ya. Así podremos dejar a Ronnie en el hogar antes de que se canse demasiado.

 

—Si eso es lo que quieres —se encogió de hombros.

 

—Sí.

 

Para cuando Ronnie se sentó a la mesa Nicole se había quitado el suéter. O la temperatura ambiente había subido de golpe o estaba hirviendo de furia y de frustración. Más bien se trataba de lo último. Frente a ella, veía reír a Dallas y a Ronnie. Casi los envidió. Extendió una mano para servirle a su hermano su plato.

 

De repente, sin previo aviso, Dallas le sujeto la muñeca y se quedó mirando las cinco huellas rojizas que tenía en el brazo. Ya se estaban poniendo de un color amoratado.

 

—¿Como te has hecho esto?

 

—No lo sé. Me golpearía accidentalmente con algo.

 

—Sentarse debajo del árbol —pronunció en aquel momento Ronnie, recogiendo su plato.

 

—Sí, siéntate debajo del árbol —le dijo Nicole—. Se está más fresco ahí. Yo me sentaré a tu lado.

 

Pero antes de que pusiera seguir a Ronnie, Dallas se inclinó para examinarle detenidamente las marcas del brazo.

 

—Son huellas de dedos. ¿Fue Malcomb?

 

Hizo la pregunta en voz baja para que Ronnie no pudiera oírlo, pero a Nicole no le pasó desapercibido su tono de furia.

 

—Ya te he dicho que no sé cómo me lo hice, pero estoy segura de que no son los dedos de nadie. Me habría acordado —se aparto de él y se reunió con Ronnie. Sabía que Dallas no la creía. Y ella no podía consentir que se entrometiera en su vida. Ya tenía bastantes problemas.

 

Dallas se sentó a su lado. De vez en cuando, sus rodillas se rozaban. Era tanta la tensión sexual, que Nicole apenas probó bocado. Cuando sonó su móvil suspiro de alivio, agradecida por aquella distracción. Era Matilda. Parecía preocupada.

 

—Mi cuñada Penny Washington acaba de llamarme —le explico su amiga—. Ya sé que no la conoces pero trabaja de enfermera en el hospital general Mercy y necesita hablar contigo.

 

—¿Hablar conmigo de qué?

 

—No lo sé muy bien. Lo único que me ha dicho es que es algo que tiene que ver contigo, con tu marido y con una amiga suya que ha muerto asesinada.

 

—¿Esa amiga era Karen Tucker?

 

—Sí.

 

Dallas había dado un respingo en el instante en que oyó mencionar el nombre de la víctima. Nicole se levantó para alejarse unos metros, pero él la siguió, mirándola fijamente mientras hablaba.

 

—¿Tienes el número de Penny?

 

—Sí, pero no quiere hablar contigo por teléfono. Dice que necesita verte.

 

—¿Tiene todo esto algo que ver con el asesinato?

 

—Supongo que sí, pero no lo sé con seguridad. Intenté que me dijera más cosas, pero estaba tan afectada por la muerte de su amiga que no quise presionarla.

 

—Entonces dame su dirección. Ahora mismo estoy en el parque con Ronnie, pero iré para allá tan pronto como lo deje en el hogar —apuntó en su libreta el nombre de la calle. La mano le temblaba tanto que le salió una letra casi ilegible.

 

—¿Quien era? —le pregunto Dallas tan pronto como la vio cortar la comunicación. Después de escuchar las explicaciones de Nicole, su expresión se tornó sombría.

 

—Llámala otra vez. Quiero hablar con ella.

 

—No va a decirte más de lo que ya me ha dicho a mí.

 

—Tal vez sí. Llámala por favor.

 

Soltando un suspiro de frustración, marcó el número de Matilda y le tendió el móvil. Durante los minutos siguientes, pudo observar fascinada como se sumergía en su papel de inspector frío y profesional, se abismó completamente en la conversación, paseando sin despegar la mirada del suelo. Había madurado mucho desde los días en que trabajaba en la campaña electoral de su padre, aunque seguía conservando aquel juvenil aire de desafío, como si quisiera comerse el mundo.

 

Nicole recordaba perfectamente aquella última noche de hacia nueve años, antes de que abandonara Shreveport para volver a la universidad de Nueva Orleáns, cuando Dallas la invitó a dar una vuelta en su moto. Había aceptado sin vacilar, enamorándose tan locamente de él que habría sido capaz de hacer cualquier cosa si se lo hubiera pedido.

 

Los había sorprendido una tormenta de verano y para cuando consiguieron llegar al apartamento situado encima del garaje, estaban completamente empapados. Dallas había empezado a quitarse la ropa antes incluso de entrar y luego había proseguido con la de Nicole.

 

Los recuerdos la asaltaron como una venganza, tan frescos y vivos que casi podía sentir sus manos deslizándose debajo su falda y de sus bragas. Podía sentir sus besos, húmedos con sabor a sal, brutalmente posesivos. Podía escuchar sus jadeos mientras alcanzaba el clímax un segundo después de que ella descubriera el más puro y exquisito delirio del placer.

 

Se apoyó en el tronco de un árbol. Tenía el corazón acelerado como si acaban de correr una carrera. Se dijo que no debería pensar esas cosas. Toda su relación se reducía solo una aventura de una noche, nueve años atrás. Ya lo había superado. Era el problema al que se estaba enfrentando ahora lo que volvía tan potentes aquellos recuerdos.

 

—Comete tu pollo, Nicole. Comete tu pollo —Ronnie le señaló el plato de comida.

 

—Tienes razón. Tengo que comer —solo que su estómago se rebelaba ante la sola mención de la comida. Fingió comer para aplacar a su hermano mientras esperaba que Dallas volviera a sentarse con ellos. Cuando lo hizo tenía una expresión ceñuda, preocupada—. ¿Te ha contado Matilda algo más?

 

—Nada que tenga mucho sentido.

 

—Espero que pueda averiguar más cosas cuando la vea.

 

—No hay ninguna razón para que veas a Penny Washington. Ya se lo he dicho yo a Matilda. No pienso involucrarte en esta investigación.

 

—No era eso lo que pensabas ayer.

 

—Ayer no tenía más remedio. Hoy sí.

 

—No seas ridículo. Su cuñada desea verme, y yo voy a ir.

 

—Ridículo. Ridículo. Ridículo.

 

Al parecer, la palabra intrigaba y fascinaba a la vez a Ronnie. La repetía sin cesar en voz baja mientras daba vueltas al tenedor en su plato.

 

—Nicole, esta es una investigación por asesinato —le dijo Dallas a Nicole, tomándole una mano—. Lo que quiere decir que nos las estamos viendo con un peligroso asesino No se trata de ningún juego.

 

—Lo sé perfectamente. Escúchame tú ahora. Lo que Penny tiene que decirme está relacionado con mi marido, y yo quiero saberlo.

 

—¿Sabes que a veces encarcelamos a la gente por entorpecer este tipo de investigaciones?

 

Nicole extendió entonces las manos hacia él, juntando las muñecas.

 

—¿Llevas unas esposas a mano?

 

Dallas sacudió la cabeza mirándola como si hubiera perdido el juicio. Y quizá lo había perdido, pero en aquel preciso instante no podía importarle menos. Su nombre y su número de teléfono habían sido encontrados entre las ropas de Karen Tucker. Su marido había recibido catorce llamadas de la víctima durante las últimas semanas. Pese a lo que pudiera decir Dallas o el propio Malcomb, ya estaba involucrada en aquel caso.

 

—¿Por qué haces esto, Nicole?

 

—Porque estoy cansada de ser la única persona que no sabe lo que le pasa a mi marido. Y ahora, si quieres acompañarme, serás bienvenido. Pero pienso ir a ver a esa mujer.

 

Había perdido completamente el apetito. Dallas no. Después de terminar su plato, condujo de regreso al hogar residencial de Ronnie y luego fueron juntos a ver a Penny Washington.

 

 

 

Penny Washington vivía en una casa pequeña en un antiguo barrio situado cerca de Yoree Drive. El jardín delantero estaba muy bien cuidado, con lechos de flores entre las que destacaban los crisantemos, en una preciosa mezcla de blanco, violeta y oro. En una esquina había una moto tumbada. Olía a barbacoa y a carne asada, procedente de un patio vecino.

 

Todo parecía normal. Pero Nicole tenía un mal presentimiento.

 

—¿Estas bien? —le pregunto Dallas, tomándola del brazo mientras entraban.

 

—Sí.

 

—Todavía estás a tiempo de volverte.

 

—¿Volverme a casa para hacer un agujero en la arena y enterrar la cabeza?

 

—Funciona con los avestruces.

 

—Entonces Malcomb debería haberse casado con uno —se dispuso a pulsar el timbre, pero se detuvo en el último momento. Temía haberle dado a Dallas una falsa impresión—. No sé muy bien que tipo de relación tema mi marido con Karen Tucker, pero estoy completamente segura de que él no la mató.

 

—¿De dónde nace esa seguridad, Nicole?

 

—Es… es un médico altamente reputado.

 

Pero Penny abrió la puerta en aquel preciso instante, evitándole a Dallas tener que responder.

 

—Oh, perdonen. No he oído el timbre. Supongo que se habrá vuelto a estropear.

 

—El timbre está bien —le aseguró Dallas—. Todavía no lo habíamos pulsado —le tendió la mano—. Soy el inspector Dallas Mitchell, y esta es Nicole Lancaster.

 

—Sí, ya me había avisado Matilda de que venían. Pasen, por favor.

 

Penny era una mujer menuda y atractiva. Se notaba que estaba nerviosa, preocupada. Los invito a tomar asiento en el sofá.

 

—¿Desean beber algo? ¿Té con hielo, café?

 

Nicole estuvo a punto de negarse, pero Dallas aceptó un café solo, y al final ella hizo lo mismo.

 

—Siempre viene bien aceptar una bebida —le comentó Dallas, aprovechando que Penny se había retirado a la cocina—. A veces facilita la dinámica de las preguntas.

 

—A veces me olvido de que esto es para ti solamente un trabajo.

 

—Forma parte de mi trabajo. Y no siempre la mejor.

 

—¿Cual es la mejor parte de un homicidio, Dallas? Todo esto me parece tan repugnante. Gente trastornada, cuerpos sin vida.

 

—Lo mismo se podría decir de los médicos. También ellos trabajan con la enfermedad y la muerte.

 

—Pero salvan vidas.

 

—Y yo también, si soy afortunado.

 

Penny volvió con una bandeja y tres tazas. Después de recoger la suya, se sentó en una mecedora.

 

—Cuando me desperté esta mañana, jamás pude imaginar que terminaría hablando con ustedes dos. Iba a llevarme a Jaime al entrenamiento de fútbol y luego pensaba salir de compras.

 

—¿Qué le hizo cambiar de idea? —quiso saber Dallas.

 

—Una visita del doctor Lancaster.

 

Penny alzó la mirada, y Nicole pudo ver un brillo de terror en sus ojos. Aquel era otro momento de verdad. Se suponía que aquellos momentos eran raros, inusuales. Pero Nicole los estaba viviendo en rápida sucesión. Y cada uno era aún más destructivo que el anterior.

 

Percibiendo su reacción, Dallas le tomó una mano y la apretó con fuerza. Nicole aceptó su ayuda. No tenía otro remedio.