Capítulo 3
Janice se hallaba sentada a la cabecera de una larga mesa, rodeada por una docena de alumnos de preescolar que se afanaban en untar con cola macarrones crudos, y de paso diversas partes de su cuerpo. Los macarrones los pegaban a las paredes exteriores de cajas cilíndricas, formando hileras. Cuando terminaron, las cajas se parecían a tambores de indios norteamericanos.
—¿Cómo has podido convencerme para que termine haciendo una cosa así? Te juro que no lo entiendo —protestó Janice, haciéndose oír por encima del griterío infantil.
Nicole se detuvo a su lado mientras rompía otra bolsa de macarrones y los derramaba sobre la mesa.
—Pero si los niños son adorables...
—¿Adorables? Tan pronto como me doy la vuelta, me ponen la espalda perdida de pegamento.
—Eso solo ha ocurrido una vez...
—Dos veces. Y las dos protagonizadas por el mismo diablillo pelirrojo —Janice señaló con la cabeza al villano en cuestión—. Aquel de allá.
—Tiene poco más de tres años. En un duelo con él, probablemente le ganarías.
—Muy gracioso. Por cierto, ¿qué planes tienes para cuando termines de hacer tiempo aquí?
—No estoy haciendo tiempo, Janice. Ya sé que te cuesta entenderlo, pero yo disfruto con estas cosas.
—Ya. Tienes razón. Me cuesta entenderlo.
Pero había algo que inquietaba especialmente a Nicole aquel día. Y su prima lo había notado. La tomó del brazo y se la llevó a un rincón, para que pudieran hablar tranquilamente.
—Vuelvo a mi pregunta original. ¿Tienes algo que hacer después de esto o podemos salir a comer juntas, quizás a algún restaurante donde no se permita la entrada a menores de cinco años?
—Hoy no.
—¿Por qué no? ¿Alguna cita caliente?
—Sí, en una mullida e invitadora cama.
—Cuéntame más.
—No es lo que estás pensando. Malcomb sale temprano los viernes y estaba pensando en dormir una buena siesta antes de que vuelva a casa.
—Una siesta. Eso no es para ti. Tú no estás enferma, estás... ¡estás embarazada! Es eso, ¿verdad?
—Para nada. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante cosa?
—Esas cosas pasan. ¿Estás segura?
—No estoy embarazada.
—¿Entonces qué te ocurre?
—Nada. De verdad. Es solo que anoche no dormí bien y estoy un poquito cansada. Ya comeremos juntas un día de la semana que viene. Te lo prometo.
Janice se volvió en el instante en que sintió la punta de una barra de pegamento en el centro de la espalda. Una aguda vocecilla gritó:
—¡Otra vez!
Aquello era la guerra. Janice se levantó y obligó a su precoz enemigo a sentarse en su silla. Su caja estaba prácticamente vacía de macarrones. Obviamente, el crío no había estado en absoluto interesado en llevarse aquel grotesco recuerdo a casa. Y, ahora que pensaba sobre ello, tal vez fuera el más inteligente de todos...
Janice se sentó a su lado para ocuparse personalmente de que decorara la caja. Poco después Nicole anunciaba que había llegado la hora de lavarse. Su prima la bendijo en silencio. Haciendo sonar sus tambores, los niños salieron de la sala. Sus madres los estaban esperando en la puerta.
«Libre al fin», pensó Janice, pero se detuvo en seco al descubrir a uno de los hombres que estaban esperando. Fue un reconocimiento inmediato, acompañado de una oleada de furia. Dallas Mitchell seguía con la mirada cada uno de los movimientos de Nicole. Si aquel energúmeno había vuelto a la vida de su prima, entonces eso explicaba definitivamente su extraño humor. Mientras se limpiaba las manos con un trapo húmedo, se dirigió directamente hacia él.
—¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —le espetó, bajando la voz.
—Yo también me alegro de verte, Janice.
—Limítate a responder a la pregunta.
—He venido a ver a Nicole.
—Está casada, Dallas. Con un hombre de verdad, no con alguien que aparece y al momento echa a correr.
—Eso he oído.
—Entonces haz algo bueno por una vez. Sal de aquí y aléjate de ella.
—¿No te parece que Nicole ya es lo suficientemente mayor como para decidir con quién quiere hablar y a quién mandar a paseo?
—No es un problema de edad, sino de sentido común.
—¿Estás sugiriendo que Nicole no es tan sensata como tú?
—Por lo que a ti se refiere, no.
—La subestimas —replicó él, sacudiendo la cabeza—. Además, no he venido a causarle ningún problema.
—¿Entonces a qué has venido? No me digas que alguna de estas criaturas es tuya.
No contestó. No tenía ninguna necesidad. Nicole se reunió en aquel instante con ellos. La tensión del ambiente casi se podía tocar.
—Vaya, dos veces en dos días —comentó Nicole.
—Necesito hablar contigo. En privado.
Nicole hundió las manos en los bolsillos del blusón rosa que se había puesto encima de la ropa, para no mancharse.
—No sé qué es lo que tendríamos que hablar tú y yo que mi prima no pudiera escuchar.
—Eso, chico listo —intervino Janice—. ¿Qué es lo que tanto interés tienes de decirle a mi prima casada... que yo no debo oír?
—Es un asunto profesional.
—¿Qué tipo de asunto, Dallas?
Pero Dallas continuó ignorándola, obstinado. Y Nicole, finalmente, cedió.
—Está bien, Janice. Ya me encargo yo de esto.
—Pero no tienes ninguna obligación de...
—Si Dallas dice que es un asunto profesional, no tengo ninguna razón para dudarlo —volviéndose hacia él, añadió—: Tengo que quedarme aquí y preparar unas cosas para las clases de la tarde, pero podemos hablar mientras tanto.
—Me gustaría.
Dallas siguió a Nicole. Janice se quedó mirándolos. Aquella conversación no presagiaba nada bueno. Pensó en advertir por última vez a su prima, pero luego cambió de idea. ¿Qué sentido tenía esperar que Nicole siguiera sus consejos por lo que se refería a los hombres? Ni siquiera ella misma los seguía. Para su desgracia.
Dallas ayudó a Nicole a cambiar el mantel de papel que cubría la larga mesa plegable. Trabajar con ella le resultaba incómodo. Siempre había sido así, pero en aquel momento no quería pensar en el pasado.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme?
—Tu amiga Matilda comentó ayer que quizá te vería hoy aquí, en el centro de Red River.
—Al final no ha podido venir.
Apoyando las manos en el respaldo de una de las sillas de metal, lo miró. Dallas no pudo menos que admirar el reflejo del sol en aquellos ojos, que parecían brillar como gemas. Tragó saliva. Ahora era la esposa de otro hombre. Y aunque no lo hubiera sido, él había renunciado a ella años atrás.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres decirme, Dallas?
Por toda respuesta, sacó una silla y la invitó a sentarse. Cuando lo hizo, le preguntó:
—¿Conoces a una mujer llamada Karen Tucker?
Nicole entrecerró los ojos, desconfiada.
—¿Esto es un asunto profesional?
—Por supuesto.
—¿De la policía?
—Por desgracia, sí. ¿La conoces?
—No.
—Piénsalo bien. Puede que la conocieras de la universidad, o del mundo de la política. Tal vez fuera amiga de tu padre antes de que muriera, o la amiga de una amiga...
—Karen Tucker —repitió el nombre, esforzándose por recordar—. No me resulta familiar. ¿Vive en Shreveport?
—Vivía. La asesinaron anoche —observó el cambio que sufrió la expresión de Nicole. Sus ojos vivaces se oscurecieron, antes de desviar la mirada. Era una típica reacción ante aquella clase de noticias, incluso cuando la persona en cuestión no conocía a la víctima.
—Lo siento —repuso—, pero no la conozco. ¿Qué te hace pensar que sí?
—Llevaba encima una nota con tu nombre y un número de teléfono. En un bolsillo del pantalón.
Nicole sacudió la cabeza, asombrada.
—¿Qué más había escrito en la nota?
—Nada más. Solo tu nombre y el número de teléfono.
—¿Qué edad tenía?
—Veintiséis años.
—Tan joven... —Nicole esbozó una mueca—. ¿Sabes quién la mató?
—Todavía no. Por eso necesito tu ayuda.
—No me llamó, eso desde luego. Si hubiera hablado con ella, me acordaría.
—Quizá Malcomb recibió la llamada.
—No recuerdo que me mencionara a nadie llamada Karen.
—¿Y no recuerdas haber recibido ninguna llamada extraña durante los últimos días?
—¿Extraña? ¿En qué sentido?
—No lo sé. Estoy abierto a todas las opciones.
Nicole se levantó para recoger una caja de cartón, que colocó encima de la mesa.
—¿Crees que yo tuve algo que ver con el asesinato?
—No, claro que no. Pero el asesino no ha dejado muchas pistas —de hecho, no había dejado ninguna—. Esperaba que quizá conocieras a Karen y pudieras darme alguna información sobre ella.
—¿No tenía amigos, familiares, compañeros de trabajo?
—También pensaba hablar con ellos.
—¿Pero viniste a verme a mí primero?
—Me parecía tan buen comienzo como cualquier otro —no quiso mencionarle que el hecho de haber encontrado una nota con su nombre y su número de teléfono en el cadáver lo había dejado realmente impresionado.
Según acababa de asegurarle, Nicole no tenía vínculo alguno con Karen. Ni siquiera la conocía de oídas. Y sin embargo había percibido cierto cambio en ella. Parecía preocupada, vulnerable. ¿Sería por algo que él había dicho o simplemente el tema de conversación la estaba afectando demasiado?
—Ojala pudiera ayudarte, Dallas, pero no conozco a ninguna Karen Tucker.
Empezó a desabrocharse el blusón. Dallas se colocó detrás de ella y la ayudó a quitárselo. Su cercanía despertó algún que otro indeseable impulso. De hecho, se demoró en la tarea más de lo debido.
Nicole dobló el blusón y lo guardó en un pequeño bolso de lona.
—Tengo que irme.
—Claro —Dallas también necesitaba salir de allí. Forzó una sonrisa—. ¿Quieres que te lleve a algún sitio?
—Tengo coche.
—Entonces permíteme que te acompañe hasta el aparcamiento.
—¿Como policía o como viejo amigo?
—Como viejo amigo.
—Voy a por mi bolso.
Mientras la esperaba, cientos de desagradables pensamientos acribillaron su cerebro. Tenía un cadáver. Nada nuevo. Aquel asesinato se parecía mucho a los otros tres, pero no era exactamente igual. No había sido tan limpio. Esa vez la víctima no había sido despojada de su ropa, ni torturada. Pero la incisión del cuello era similar y la mujer encajaba en el modelo. Morena. Menuda. Atractiva.
¿Qué vínculo habría podido tener aquella víctima con Nicole? ¿Por qué se había mostrado tan incómoda cuando él le preguntó si había recibido alguna llamada extraña? ¿Y qué iba a hacer con el deseo que lo abrumaba cada vez que se acercaba a la mujer a la que había abandonado nueve años atrás?
—Ya estoy lista, Dallas.
Ya, pero... ¿lo estaba él?
Nicole intentó entablar una conversación superficial mientras se dirigían hacia su coche, pero fracasó miserablemente. Estaba con Dallas y, además, aquella no era la mejor de las circunstancias. Karen Tucker. Apenas el día anterior aquella mujer había estado viva, probablemente yendo a su trabajo, o quizá haciendo planes para el futuro. Hoy estaba muerta, y su cuerpo era un cadáver.
«¿Y no recuerdas haber recibido ninguna llamada extraña durante los últimos días?». La pregunta de Dallas seguía acosándola. La llamada que había recibido la mañana del día anterior solo había sido una broma, nada más. No había motivo alguno para pensar que podía haberse tratado de Karen Tucker. ¿Pero entonces por qué no se la había mencionado a Dallas? ¿Por qué no le había dicho que una mujer la había telefoneado para acusar a su marido de ser un mentiroso y un impostor? Se abrazó, dándose cuenta de que estaba temblando.
—¿Te encuentras bien?
—Claro que estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo?
—Por ejemplo, porque hoy he venido a verte sin previo aviso.
—Estabas haciendo tu trabajo, ¿no?
—Cierto. Pero ahora te estoy hablando como un viejo amigo.
Continuó caminando sin molestarse en responder. Ambos sabían por qué estaba allí, y eso no tenía nada que ver con su pasado.
—¿Qué tal está Ronnie?
—Bien.
—Me alegro. Siempre me cayó bien.
Era verdad. Dallas había sido uno de los pocos extraños, ajenos al círculo familiar, que parecía haber conectado bien con Ronnie. Aun así, habría despreciado su amistad con Ronnie de la misma manera que la había despreciado a ella. Y Nicole se resintió que hubiera sacado a su hermano a colación.
—¿Sigue en aquel hogar de Kings Highway?
—Sí.
—¿Está contento?
—En general sí, aunque tiene días buenos y malos. Acoplarse a una rutina siempre le viene bien.
—Me gustaría volverlo a ver.
—Dudo que se acuerde de ti.
—Tal vez sí. Solíamos tomar un banana split. Le encantaban los que tenían tres cerezas.
Nicole suspiro de alivio cuando llegaron al coche. Dallas le abrió la puerta y ella se sentó al volante.
—Si más adelante recuerdas algo más, cualquier cosa relacionada con Karen Tucker, te agradecería que me llamaras —se sacó una tarjeta de un bolsillo de la camisa y se la entregó—. Llámame al móvil. Es la manera más directa.
—De acuerdo.
—Ah, y hablaba en serio acerca de lo de volver a ver a Ronnie.
Nicole vaciló, deseando que a Dallas se lo tragara la tierra. No ocurrió.
—La decisión es tuya, Nicole. Si no quieres que lo vea, simplemente dímelo.
—No, si tú quieres visitar a Ronnie, simplemente llámalo al hogar. La supervisora te concertará una cita. Pregunta por Tilda —sacó un papel, le apuntó el número de teléfono y se lo entregó.
—Gracias —le cerró la puerta de una vez, pero se apoyó en ella—. Insisto. Si te apetece decirme cualquier cosa, hablar de lo que sea, déjame un mensaje y me pondré en contacto contigo.
Aquellas palabras le suscitaron una enorme amargura. Ya habían pasado antes por aquello. Nueve años atrás, una llamada de teléfono suya habría significado un mundo de diferencia para ella.
—Si se me ocurre algo que tenga que ver con Karen Tucker, te llamaré.
Dallas asintió y se apartó del coche, mientras ella arrancaba. Se marchó. Eso fue todo.
Pero Nicole se dijo que su visita le había cambiado el día. Ya no necesitaba dormir ninguna siesta, y ardía en deseos de ver a su marido. Iría directamente al hospital y lo sorprendería. Lo invitaría a comer.
Y le preguntaría si conocía a Karen Tucker.