CAPÍTULO 16

Circularon a toda velocidad por las calles vacías y oscuras, rumbo al sector Civilizado. Obi-Wan sabía que Qui-Gon sentía que Balog estaba a su alcance. Y en ese momento daba todas las señales de ser un hombre dispuesto a vengarse.

Casi le daba miedo decirle algo. Así de intransigente era la mirada en el rostro de Qui-Gon. Los años pasados con su Maestro, la proximidad que habían compartido, todo ello pareció evaporarse en el aire de la noche. Era como un extraño para él.

Había supuesto que, si estaba con su Maestro, podría ayudarle a controlar sus sentimientos de ira y pena. Había pasado los últimos días sumido en el tormento, pensando que necesitaba estar al lado de Qui-Gon. Y ahora veía que su presencia no significaba nada para él. Su Maestro estaba perdido en su propia búsqueda. Si quería vengarse, no podría impedírselo. La voluntad de Qui-Gon combinada con su gran habilidad le impedirían detenerlo. Sintió un escalofrío al pensarlo. Aun así, tendría que intentarlo.

Esa noche su Maestro podía caer en el Lado Oscuro. Lo imposible se había vuelto posible. Podía sentirlo en la oscura energía de la Fuerza que se revolvía y arremolinaba alrededor de Qui-Gon. Nunca se había sentido tan impotente.

Obi-Wan buscó su propia conexión con la Fuerza. Decidió que, pasara lo que pasara, permanecería al lado de su Maestro. No podía perder la esperanza. Si hacía falta, lo protegería de sí mismo. No lo perdería ante esa noche oscura.

Qui-Gon aparcó ante la residencia del Gobernador Supremo.

—Maestro, deberíamos contactar con Mace Windu —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon saltó del aerodeslizador.

—Como quieras.

Obi-Wan activó su comunicador mientras saltaba del aerodeslizador y corría tras su Maestro. Habló apresuradamente con Mace, contándole lo que habían descubierto.

—Esperadnos —dijo Mace—. Estamos cerca de allí.

—Demasiado tarde —repuso mientras Qui-Gon abría un agujero en la puerta de la residencia empleando el sable láser.

Apagó el comunicador y siguió a Qui-Gon por el agujero. Los sistemas de seguridad dieron la alarma, y un guardia de seguridad salió de la cabina. Miró al Jedi, pero no sacó el láser.

—Me ha llamado Lenz —dijo—. Ahora apagaré las alarmas. Ya he desconectado el enlace con Seguridad Mundial.

Qui-Gon asintió. Obi-Wan se alegró por esa pequeña suerte. El espía de los Obreros estaba de servicio. Las gemelas habrían oído el estrépito, claro, pero al menos no llegarían los refuerzos de seguridad. Sólo tendrían que lidiar con la seguridad normal de la residencia, al menos por un tiempo.

Lenz les había proporcionado los detalles necesarios para encontrar el túnel. Qui-Gon corrió hacia el final de la casa, con su padawan al lado. Sabían que la entrada estaba en una alacena de las cocinas.

Entraron en ella. Eritha les esperaba allí, apuntándoles al pecho con dos pistolas láser.

—Tendréis que matarme para cruzar esa puerta —dijo. Parecía avejentada. Tenía el rostro pálido y los ojos brillantes. Sus cabellos dorados se derramaban por su espalda.

—Estoy dispuesto a hacer eso —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan no miró a su Maestro. Esperaba que sólo fuera un farol. Qui-Gon no sabía lo cerca del precipicio que estaba. Ya no podía sentir a su Maestro. Entre ellos sólo había estática y todo un mundo gris.

—Crees que no te atacaré por ser una jovencita —dijo Qui-Gon—. Pero cuando tomaste el sendero del poder, asumiste las consecuencias de un adulto. Eres responsable de la muerte de Tahl.

—¡Yo no soy responsable de eso! —chilló ella—. Mucha gente ha sobrevivido al contenedor de privación sensorial. ¿Por qué no iba a hacerlo ella? ¡Era una Jedi!

—Se pasó días encerrada allí —dijo Qui-Gon—. Mucho más tiempo que cualquier prisionero de los Absolutos.

Hablaba en tono inexpresivo, sin emociones. De algún modo había conseguido apartar tanto su pena de él, que ésta no se reflejaba en sus palabras. Eso preocupó a Obi-Wan más que su previo despliegue de ira. ¿Significaba eso que Qui-Gon había aceptado la venganza y estaba dispuesto a llevarla a cabo?

—Yo no tenía nada contra Tahl —dijo Eritha—. Es una baja de guerra. La trajimos porque sabíamos que vendría. Todo estaba planeado desde el principio. Al principio necesitábamos una presencia Jedi que nos cubriera. Con el apoyo Jedi, el resto sería sencillo. Balog nos secuestraría y Roan dimitiría. Alani se presentaría a su puesto. Entonces nos enteramos de la existencia de la lista. Balog estaba en ella. Sabíamos que la tenía Roan y que pensaba delatar a Balog, aunque fuera su amigo. No quería delatarlo, pero lo haría. Y todo el mundo sabría entonces que Balog había sido un Absoluto. ¡Eso nos habría estropeado los planes! Teníamos que conseguir esa lista. Creímos que Balog, al ser el jefe de Seguridad Mundial nos ayudaría a conseguirla, pero no fue así. Le pasó la información a los Absolutos, y alguien robó la lista. Pero en vez de entregársela a Balog, se la quedó para venderla. No sabíamos quién había sido.

—Oleg —dijo Obi-Wan.

Quería que Eritha siguiera hablando. Le preocupaba la forma en que la urgencia de Qui-Gon se había trocado en una calma letal. Podía sentir con la Fuerza que no había serenidad en esa calma. Qui-Gon miraba a Eritha como si fuera un obstáculo, no una persona.

—Sí. Menuda suerte, el Absoluto que tenía la lista resultaba ser un espía Obrero. Pero entonces sólo sabíamos que la tenía alguien. Necesitábamos ayuda, más ayuda de la que podía proporcionar Balog. Necesitábamos a alguien con valor y cerebro, y tuvimos suerte de que Tahl ya estuviera en camino. Sabía que podíamos hacer que nos ayudara sin que ella se diera cuenta. Era así de generosa. Haría lo que le pidiéramos. Seguía considerándonos unas niñas indefensas sin madre y sin un padre de verdad.

Qui-Gon cerró los ojos.

—La dejamos creer que la idea de infiltrarse en los Absolutos había sido suya. Sabíamos que se enteraría de lo de la lista y que intentaría conseguírnosla.

—Confiaba en vosotras —dijo Obi-Wan.

Eritha se encogió de hombros.

—Todo el mundo confía en nosotras. Ésa es nuestra ventaja. Somos las hijas del gran héroe Ewane. El gran héroe que apenas pasó un día entero con sus hijas y que se las entregó a unos extraños para que las criaran. El gran héroe que sólo pensaba en su planeta, y no en su carne y su sangre —los labios de Eritha se fruncieron—. ¿Por qué no utilizar esa confianza? Tahl hizo todo lo que le pedimos y algo más. Cuando la vimos escapar con Oleg, creímos que tenía la lista. Pero no nos la entregó, así que debíamos quitársela. Todo era muy lógico. Si Tahl nos hubiera dicho la verdad, que no tenía la lista, ahora no estaría muerta.

—Balog la habría matado de todos modos —dijo Obi-Wan.

—Eso no lo sabes —repuso Eritha hábilmente—. Igual la hubiera dejado libre.

—Estás mintiendo —dijo Qui-Gon sin expresión.

—Es posible —Obi-Wan estaba pasmado ante la crueldad que veía en los ojos de Eritha; eran como los de una criatura que jugueteaba con otra más pequeña antes de devorarla—. Eso no lo sabrás nunca. Puede que la culpa de que Tahl muriese fuera tuya, Qui-Gon.

Obi-Wan vio cómo el color abandonaba el rostro de su Maestro. Vio que su mano se movía hacia su sable láser. Obi-Wan no pudo esperar por más tiempo. Se lanzó contra Eritha, que miraba fijamente a Qui-Gon, provocándolo.

La hizo soltar la pistola láser de una patada. La joven lanzó un grito, pero él ya estaba tras ella, retorciéndole la otra muñeca para quitarle el otro láser. Se metió las dos armas en el cinturón.

—¡Me has hecho daño! —gritó ella, frotándose la muñeca.

—Deprisa, Qui-Gon —exclamó Obi-Wan. Su Maestro no se había movido, pero sus palabras lo empujaron hacia la entrada del túnel.

—¡Tú la mataste, Qui-Gon! —gritaba Eritha mientras cruzaban la puerta del túnel—. ¡Vive con eso, si es que vives!