CAPÍTULO 15

Obi-Wan corrió tras Qui-Gon. Su Maestro se había movido con tanta rapidez que no le había dado tiempo de pensar o decidir en qué dirección debían ir. Esperaba que se hubiera dirigido a la rampa que conducía a la calle, pero en vez de eso bajó al piso inferior. Quería un transporte rápido.

—¡Abre las puertas del hangar! —gritó Qui-Gon a Mota mientras corría.

La inquietud atronaba en cada latido de su corazón mientras corría tras su Maestro. Nunca le había visto así. Apenas parecía notar lo que le rodeaba o la presencia de Obi-Wan. Toda su voluntad estaba concentrada en su objetivo.

A Obi-Wan le preocupaba cuál sería su objetivo. ¿Era la justicia… o la venganza?

Cuando llegaron al nivel inferior, la puerta situada al final del almacén estaba abierta. Qui-Gon saltó en un aerodeslizador. Obi-Wan apenas tuvo tiempo de subirse al asiento del pasajero cuando Qui-Gon puso en marcha los motores y salió disparado por el túnel.

Los motores iban casi a plena potencia, a demasiada velocidad para maniobrar en el túnel. Obi-Wan pudo ver que las puertas al final del túnel aún no se habían abierto. Aun así, Qui-Gon no redujo la velocidad.

Obi-Wan le miró fijamente. Su Maestro no sólo estaba forzando su suerte, sino que estaba siendo completamente imprudente.

—¡Maestro!

El rostro de Qui-Gon parecía tallado en la piedra gris de Nuevo Ápsolon. Sus labios formaban una fina línea. Sus manos permanecían firmes a los controles. No parecía oír a Obi-Wan.

Una grieta de luz grisácea apareció ante ellos. Se ensanchó. Las puertas se estaban abriendo, pero demasiado despacio para la comodidad de Obi-Wan.

—¡Agárrate! —avisó Qui-Gon.

Obi-Wan tuvo el tiempo justo de agarrarse con fuerza antes de que Qui-Gon volteara lateralmente el aerodeslizador. Cruzó la abertura sin reducir la velocidad, con apenas centímetros de margen. Se internaron en la noche oscura.

Obi-Wan volvió a ponerse bien en el asiento, intentando calmar su agitada respiración. Qui-Gon parecía a punto de perder el control. No parecía haber nada que Obi-Wan pudiera hacer o decir para que redujera la velocidad. Intentó anular su propio pánico. Debía confiar en su Maestro.

Pero, por primera vez en su larga asociación, no creía poder hacerlo. Darse cuenta de ello hizo que el miedo le atenazara la garganta.

Qui-Gon pilotó con habilidad la nave por las calles desiertas. Paró ante el escondrijo de Lenz y subió las escaleras. Llamó con fuerza en la puerta de Lenz. Se oyó el crujido de los maderos del suelo.

—No cojas tu ruta de escape —le avisó Qui-Gon—. Te encontraríamos.

La puerta se abrió, y Lenz les miró, inseguro. Parecía más frágil de lo normal, con la piel pálida y reluciente.

—Es noche cerrada.

Qui-Gon abrió más la puerta, dando un portazo, y entró de una zancada.

—Tengo que hablar con Irini y contigo. Si no está aquí, llámala.

—Está aquí. Pero no puedes verla. Está enferma…

Qui-Gon le ignoró y abrió una puerta cerrada. Se paró en seco. Obi-Wan entró detrás de él. Irini yacía en un lecho, cubierta por una manta. Estaba tiritando y tenía el rostro brillante por el sudor.

—¿Qué es esto? ¿Qué le pasa? —preguntó Obi-Wan.

Lenz le apartó para arrodillarse junto a Irini.

—Un disparo de láser. No quiere ver a un médico.

Obi-Wan se acercó más.

—Necesita bacta.

—Lo sé —dijo Lenz.

—¿Quién ha sido? —preguntó Qui-Gon.

—Balog —dijo Irini con los dientes apretados—. Ahora tiene la lista.

—Así que siempre tuviste la lista —repuso Qui-Gon.

—No. Se la robé a la legisladora Pleni.

Obi-Wan miró a Qui-Gon. ¿Significaba eso que Irini había reprogramado a las sondas robot para atacar a la legisladora? ¿Era una asesina?

Ella notó la mirada que se cruzó entre ellos.

—Te… tenía que conseguir… esa lista —dijo con evidente dolor en la voz—. No quería que muriese nadie. Pero tampoco podía permitir que nadie se pusiera en mi camino.

—¿Y querías que me culparan a mí de ello? —preguntó Qui-Gon.

Ella negó con la cabeza.

—Eso fue una sorpresa para mí. Pero no podía descubrirme para limpiar tu nombre.

Qui-Gon se inclinó y examinó las heridas de Irini. La ira parecía haberle abandonado ante la visión de su estado. Necesitaba ayuda.

—Tus heridas no te matarán si te ve un médico. Ya veo señales de infección.

—Es lo que le he dicho yo —repuso Lenz. Apartó el pelo húmedo de la frente de Irini—. Sigue negándose a ello.

—¿También enviaste a las sondas robot tras Oleg? —preguntó Obi-Wan.

Irini asintió.

—Yo iba tras él. Dije a Qui-Gon que quería proteger a Oleg, pero era mentira. Nos había traicionado. Necesitábamos la lista. Si tan sólo me la hubiera entregado… Si Pleni me la hubiera entregado… nada de esto habría pasado.

—¿Por qué? —preguntó Obi-Wan—. Dijiste haber renunciado a la violencia.

Irini apretó los labios y no contestó.

—Lo hizo por mí —dijo Lenz.

—Lenz… —empezó a decir Irini en tono de aviso.

—Esto ha ido muy lejos, Irini —el tono de Lenz estaba lleno de ternura—. Ya me has protegido demasiado. ¿Crees que también veré cómo mueres por mí? —se volvió hacia los Jedi—. Mi nombre también está en la lista.

—¿Fuiste un informador? —preguntó Qui-Gon.

—Lo torturaron —dijo Irini. Jadeó un poco y cerró los ojos de dolor—. Lo que le hicieron… Nadie tendría que pasar por eso.

—Eso no es una excusa —dijo Lenz con firmeza—. Se lo confesé a Irini, y ella me perdonó. Otros no lo harían. Di información a los Absolutos…

Irini forcejeó por levantarse, pero el dolor la obligó a tumbarse.

—No se lo digas, Lenz —suplicó ella—. Es nuestro secreto. Puede seguir siendo nuestro secreto. Tu carrera es demasiado importante. Eres un gran líder…

—No —dijo Lenz con tristeza—. Ya no lo soy, si es que lo fui alguna vez. Los Obreros seguirán sin mí —se volvió hacia los Jedi—. Fue hace cinco años. Los Absolutos atacaron una reunión, mataron a dos Obreros y encerraron a los demás. A mí me dejaron marchar —miró a Irini con tristeza—. Ahora los dos tenemos dos muertes en nuestra conciencia, Irini.

Se levantó.

—Voy a llamar a un equipo médico —protestó Irini, pero Lenz siguió hablando con firmeza—. Balog tiene la lista. Ha ganado. Quitará su nombre de la lista y la sacará a la luz. Desacreditará a todos sus enemigos, yo incluido —Lenz miró con ternura a Irini—. En cuanto a mi Irini, prefiero tenerla viva y encarcelada a muerta.

Irini apartó la mirada para fijarla en la pared. Obi-Wan notó que sus hombros se agitaban por los sollozos.

Lenz se volvió hacia los Jedi.

—No sabía lo que había hecho Irini, y siento oír que te han culpado de sus crímenes. Ahora te debemos nuestra ayuda más que nunca. Ya sabéis que Alani se presenta a Gobernador Supremo. Hace poco que descubrimos que pese a querer el apoyo Obrero, no lo necesita. Hay alguien más respaldándola, con recursos económicos que nosotros no tenemos. Eso nos ha hecho sospechar. Nuestro espía en la residencia del Gobernador Supremo me ha notificado esta noche que ha descubierto un túnel secreto que une la residencia con el Museo Absoluto. En los viejos tiempos lo utilizaban para transportar a los capturados en secreto hasta la central de los Absolutos. El museo está ahora cerrado. Es una conjetura, pero ¿no sería el lugar ideal para que se escondieran Balog y los Absolutos? Las gemelas podrían hacerle ir y venir sin problemas hasta que eligieran a Alani.

Obi-Wan se dio cuenta de que eso tenía sentido. Sería como si Balog se escondiera en un lugar tan evidente que nadie lo buscaría allí, en el lugar donde han quedado registrados todos los males que los Absolutos han infligído a Nuevo Ápsolon.

La mirada en el rostro de su Maestro indicó a Obi-Wan que éste había llegado a la misma conclusión.

—Debemos ir esta misma noche —dijo Qui-Gon—. Mañana sería demasiado tarde.