CAPÍTULO 12
Qui-Gon corrió en la oscuridad, dando gracias por las lunas nuevas que hacían tan oscura la noche. Se desplazó de sombra en sombra sin hacer ruido. No redujo la marcha hasta que hubo una buena distancia entre él y la residencia de Manex.
Estaba cansado, pero quería volver a correr. La única forma que tenía de vaciar su mente era forzando su cuerpo. Ver a Mace había sido difícil. Ver a Obi-Wan había sido peor aún. Sabía que su lugar estaba con los Jedi, pero tenía que continuar solo. Sus emociones estaban demasiado desbocadas, demasiado a flor de piel. Se sentía demasiado expuesto al lado de los Jedi. Mace se daría cuenta de lo que le costaba mantener la serenidad. Incluso podría ordenar a Qui-Gon que volviera al Templo. Y eso no podía permitirlo.
La verdad era que temía el momento de volver al Templo y saber que los pasos de Tahl nunca volverían a levantar un eco en sus salones. El Templo ya no le daría la bienvenida del mismo modo. La pérdida sería tan parte de Templo como el refugio que brindaba.
Su ansia por coger a Balog luchaba con su temor por el futuro, cuando esta misión concluyera. Entonces tendría que enfrentarse a su pena y mirar a los años vacíos que le esperaban. ¿Qué sería entonces de él?
Una brisa fría le provocó un escalofrío. El viento frío le secaba el sudor. Vio una patrulla de seguridad delante de él y se metió rápidamente por una calleja lateral. Esa noche tampoco dormiría. Debería mantenerse alerta. Todos los agentes de la ciudad estarían buscando a Qui-Gon Jinn.
Pero había descubierto algo. Le habían relacionado con el asesinato por las sondas robot. No entendía cómo sus sondas robot pudieron atacar a alguien, en vez de buscar a Balog, que era para lo que estaban programadas. Se preguntó si las dos sondas que habían escapado cuando le atacaron junto al almacén habían sido las suyas. Le había extrañado que se marcharan de pronto. ¿Significaba eso que también habían atacado a Oleg? Alguien las había reprogramado.
Necesitaba respuestas, y por una vez sabía dónde encontrarlas. Haría una visita a Mota, el vendedor del mercado negro al que había comprado las sondas robot. Si las habían reprogramado, Mota era el contacto que le diría quién lo había hecho. Y si esa persona era Balog, tendría una forma de encontrarlo.
Qui-Gon dio media vuelta y miró calle abajo. El agente de seguridad ya no estaba. Echó a correr hasta entrar en el parque. Allí había más sitio donde esconderse en caso de ser visto. Y atajar por el parque le acercaría más aún al sector Obrero.
Qui-Gon sintió de pronto que había alguien tras él, siguiéndole los pasos e intentando moverse a su misma velocidad. Qui-Gon se fundió con los árboles. Trazó un arco y se situó tras su perseguidor. Vio un brillo dorado en la oscuridad. Era Eritha.
Avanzó a grandes zancadas y la cogió del brazo. Ella se sobresaltó, y entonces vio que era él. Estaba sin aliento, como si acabara de echar una carrera.
—Te sigo desde que saliste de casa de Manex —dijo ella—. O al menos lo he intentado. Te perdí y estaba dando vueltas cuando te vi entrar en el parque.
—¿Por qué me seguías?
Ella se apoyó en él, intentando recuperar el aliento. Tenía las trenzas deshechas y el rostro colorado.
—¿Tiene Manex la lista?
—No. ¿Me seguías por eso?
Eritha negó con la cabeza.
—Es que no podía esperar a que contactaras conmigo. Supuse que irías a casa de Manex. Tengo la información que necesitas. Le oí decir a Alani dónde está Balog. Puedo llevarte allí.