SEIS
SEIS
Los hombres del reloj de la ciudad de Noroc más tarde informarían que los coleópteros terroristas habían llegado desde el suroeste, volando en la siesta de la tierra a lo largo de los valles o deslizándose cerca de las camisas blancas que eran las olas. Demasiado cerca del suelo para la detección por sensores convencionales, sus cascos embadurnados con pintura negra y con las luces de posición apagadas, las aeronaves catando el aire sobre Noroc, directas hacia su objetivo. En la agonía de la fiesta, donde los vinos sacramentales fluían libremente con los himnos, llegaron tapando el sonido de todo lo demás, no muchos ojos aunque debieran haberlo hecho, se volvieron de sus devociones para mantener la vigilancia. En los días siguientes, las fuerzas del orden tendrán las manos llenas, tanto en materia de detención y castigo, así como para purgar sus propios funcionarios, obvios culpables de falta de atención.
Un buen porcentaje de los hombres que los pilotaban habían visitado previamente Noroc, algunos incluso habían nacido allí. Todos ellos fueron elegidos porque conocían suficientemente la ciudad como para navegar fácilmente por ella. Torris Vaun había reunido a todos en la fría bodega, era una barcaza de transporte cruzando las aguas costeras, incitándolos y motivándolos antes de la misión. Algunos de estos hombres trajeron sus propios códigos junto con una moral alta para la lucha, con grandes palabras de golpear contra los teócratas adinerados en el nombre de las personas, pero la mayoría de ellos, como el propio Vaun, estaban en el juego por el fuego y el caos. Querían anarquía, por el deporte que entrañaba en si misma, ya que de sobra sabían que prosperarían en ella.
Los cohetes lanzados desde los coleópteros fueron robados de viejos depósitos de municiones de los regimientos de la Guardia Imperial. En zonas repletas de bunkers, donde se esperaban rebeliones y levantamientos que nunca llegaron… hasta ahora. Las cabezas explosivas detonaron, se abrieron en bellas plumas brillantes que hicieron amaneceres en miniatura donde golpearon, donde la gente no murió por el humo y las llamas, se ahogaron mutuamente en el pánico.
El aire en el interior de la Catedral Lunar estaba caliente por el terror. Muchos de los nobles habían huido a los niveles inferiores para encontrarse con sus vehículos y choferes. Solo para encontrarlos destruidos por alguna explosión o la tormenta de fuego, se arremolinaron y todo se convirtió en pánico frenético, algunos de ellos empezaron pequeñas escaramuzas cuando sus frustraciones se desbordaron. En los niveles más altos, en el espacio abovedado de la capilla adecuada, en las galerías que iban por encima de ella, señores y sacerdotes del escalafón superior salieron a reunirse en pequeños grupos aterrorizados con sus servidores arma rodeándolos, con tristeza esperando que culminara la invasión, la destrucción o la salvación.
El piloto atacante que se acercó al nivel alto de la grada más grande ejecutó un tocar y desembarcar de libro, las ruedas apenas besaron el granito y en diez segundos despegó de nuevo, empujando a fondo la palanca de los gases para alejarse, entro en una amplia y vaga órbita alrededor de la cónica torre. Dejando tras de si a un pelotón de hombres harapientos, sin un solo uniforme o apariencia similar. Lo único que unía a estos asesinos era una anticipación insensible depredadora, eso y la absoluta lealtad que mostraban a su líder.
Vaun dejó caer un par de maltratadas gafas de visión nocturna de sus ojos y señaló con ambas manos.
—Entrad ahí y crear unos pocos problemas.
Los hombres obedecieron con áspera risa y la violencia preparada.
Rink corrió para comentar con Vaun.
—Vamos a matarlos aquí, ¿entonces?
—Paciencia —respondió—. Es una buena noche. Vamos a ver cómo salen las cosas.
Los grandes ojos del gamberro brillaron.
—Quiero para mi al lord sacerdote.
Vaun le lanzó una dura mirada.
—Oh, no. Ese es para mí. Se lo debo. —Su criminal mano se desvió a una vieja cicatriz de odio bajo la oreja derecha—. Pero no te preocupes, tengo algo mejor en mente para ti.
* * *
La jaula que era el ascensor traqueteo, era poco más que una cesta de malla de acero, pero obstinadamente trepó por la pared de piedra de la catedral, con dientes abriéndose paso entre las escotillas de servicio ovales, emitiendo sonidos como los de las hojas del lecho de viejos amantes de bronce. El ascensor escupió aceite y chispas cuando de pronto freno y se detuvo, presentándolos al nivel de observación. Miriya entró por la escotilla de acceso con su pistola desenfundada, Verity le siguió de cerca, prácticamente arrojándose al salir del ascensor. La máquina hizo un estruendo que parecía haber enervado a la Hospitalaria y después del accidente con la pasarela que cayo, tal vez no era de extrañar que tuviera tan reciente el miedo al mantenimiento deficiente de los mecanismos en Neva.
Había cuerpos. La mayoría de ellos eran sirvientes, y por el patrón de los disparos que los mataron, habían sido blanco de las armas dirigidas posiblemente desde una plataforma móvil, ciertamente más allá de los balcones. Miriya reconoció los patrones distintivos de heridas de proyectiles de bólter pesado de la flota. Los guardaespaldas habían muerto bajo los cañones del coleóptero, ya que ametrallaron la torre con cascadas aleatorias de fuego. Con un grado de delicadeza que parecía fuera de lugar entre la carnicería, Verity se paró ligeramente sobre los cuerpos de unos pocos aristócratas, dando a cada uno un verso u oración murmurada.
La Celestial vio una de las mujeres perfumadas con la que se habían cruzado anteriormente esa misma tarde, su único ramo que lucia ahora era el cobre de la sangre derramada.
—Hermana, ¿cuántas veces ha dado la extremaunción? —La pregunta surgió de la nada.
Verity le dirigió una mirada extraña.
—Había una vez un tiempo en que lleve un recuento. Decidí parar cuando el número me hizo llorar.
—Tome el consuelo entonces que aquellos que asistió están al lado del Emperador ahora.
La Hospitalaria hizo un gesto hacia los sirvientes muertos.
—Pero eso no es todo.
—No —convino Miriya—. No todo.
Desde los pasillos interiores de la galería en la parte posterior de la plataforma una figura se acercaba, una sombra de bordes afilados por el resplandor agonizante de los biolumenes.
—¡Ponte en pie y date a conocer! —dijo una voz.
Miriya volvió la cabeza.
—Hermana Isabel, ¿eres tú?
Isabel salió a la luz con del parpadeo de los incendios en el anfiteatro a su espalda, lanzando a los gritos de la multitud una mirada superficial.
—Hermana Superiora, es bueno ver que todavía está con nosotros. La Canonesa me mando explorar este nivel de las nuevas amenazas, pero estos claustros son como un laberinto…
—¿Dónde están las otras hermanas de batalla?
—Abajo en la capilla. Aquí el caos campa a sus anchas. La catedral ha sido comprometida. Los asaltantes nos han invadido.
—Vi que tomaba tierra arriba una aeronave —dijo Miriya—. No parecía una nave grande. Calculo que transportaba menos de diez hombres.
—Es muy probable, apenas tenemos ese número de luchadores capaces aquí. —Una salva de fuego fue a estrellarse en los pisos justo por debajo de ellos, cortado las palabras de Isabel y abriendo sus ojos de par en par.
La Hermana Superiora le habló al micrófono vox en el anillo del cuello de su armadura.
—Soy la hermana Miriya, ¡informe! ¿Quién está disparando?
—Está aquí —gruñó Galatea desde el altavoz, parecía un grano en su oído—. Vaun. Mil veces maldito, el arrogante brujo, ¡está aquí!
* * *
Al otro lado del piso de mosaico de la capilla huían los nobles chillando, yendo y viniendo presas del pánico, nublando la línea de visión de Galatea y de todas los demás Hermanas de Batalla en la cámara. Braseros caídos en los momentos de pánico habían prendido y puesto mas luz en tapices tan antiguos como la propia ciudad, llenando la sala abovedada con espeso humo asfixiante. El Canonesa deseaba que hubieran acatado su orden las mujeres de llevar sus cascos, la matriz óptica del Sonoritas en el casco seguiría un patrón Sabbat, este tenía una capacidad de espectro completo, haría las nubes más oscuras totalmente transparentes. Pero entonces recordó, no estaban preparadas para hacer frente a un ataque terrorista en este día, el más sagrado de las fiestas de Neva, por orden del Alto Eclesiarca sólo habían sido autorizadas a portar armas para aturdir en la casa del Dios Emperador.
Vislumbró a Vaun y sus asesinos mientras se movían y disparaban. No tenían ninguna necesidad de elegir sus objetivos, descargando ráfagas de rondas automáticas sobre torsos vestidos de seda, disparando sin ni siquiera apuntar. Detrás de ella, el iluminador flotante que dominaba el centro de la capilla recibió un tiro en su mismo corazón y explotó, cubriéndola de fragmentos de vidrio y rizos de bronce caliente.
—El gobernador —le espetó—. ¿Dónde está? —No se le ocurrió preguntar por la eclesiarca. El señor LaHayn era más que capaz de defenderse mucho mas de lo que un político jamás podría. Años de servicio a la iglesia habían enseñado a LaHayn cómo luchar contra los enemigos del orden. Pero Emmel… era harina de otro costal, otro caso por completo. Nacido de la mejor nobleza de Neva, se creía un hombre de acción, pero la realidad era mucho menos halagüeña. Él era un pavo real entre pavos reales, tanto como él jugaba a ser un halcón, sin duda no era rival para un asesino del calibre de Torris Vaun.
La Hermana Portia estaba cerca, despejando un cartucho usado de su bólter. La tela ritual que se requería por ley, que envolviera durante la ceremonia su arma, se había enredado en el mecanismo expulsor, obstruyéndolo al disparar de nuevo a los atacantes.
—Vi por última vez el gobernador en compañía del Barón Sherring, un momento antes de que comenzara el tiroteo.
La ayudante de Galatea, la hermana Reiko, asintió con la cabeza.
—Sí. El barón y su comitiva se dirigían al este de la terraza. —Sólo estaba armada con una espada con su vestido adornado, se irritó sobremanera al ser inmovilizada por las armas terroristas, incapaz de devolver el fuego.
La Canonesa vio movimiento, como algunos de los hombres de Vaun se atrincheraron detrás de las filas de bancos de roble pesados. El psíquico mismo fue desapareciendo por un pasillo lateral.
—Debe detenerlo. Miriya, ¿me oyes? Vaun anda suelto dentro de la torre. ¡Parece moverse hacia las zonas altas!
Como si fuera atraído por el sonido de su voz, el fuego enemigo llegó a su manera, recortando los antiguos mosaicos del suelo, cerca de los pies de Galatea.
* * *
—¡Rápido, rápido! —espetó Emmel, lanzando sus manos alrededor de los pliegues de su abrigo de brocado. Sus dedos largos y delgados se aferraron a una pequeña esfera de labrado oro con incrustaciones de grandes rubíes, una pistola de agujas de los difuntos talleres en los Estudios de Isher, una antigüedad que databa del trigésimo noveno milenio. Se transmitía a través de las generaciones, el gobernador sólo había matado con ella una vez en su vida, cuando él había disparado accidentalmente a un compañero de juegos a la edad de once años. El sentido del objeto en la mano, dejó clara la comprensión de lo peligroso de su situación. Ladró más ordenes a un par de sus guardias de élite que a su vez empujaron hacia delante a la pandilla de lacayos del pasado Barón Sherring, abriéndose paso entre la gente que bloqueaba el pasillo.
—Por favor, gobernador —dijo Sherring, con una cadencia de falsa sumisión en su voz—. Mi aeronave esta sólo un poco más adelante. Seria para mi un honor trasladarle bien lejos de esta pelea.
—Sí, sí, date prisa. —En privado, Emmel ya estaba jugando con la idea de abandonar al ambicioso barón en la terraza de aterrizaje, de tomar su avión para huir a la seguridad de la inexpugnable ciudadela Gubernamental. A menos que el hombre que sembraba el caos en Noroc, tuviera alguna fragata espacial armada con lanzas, estaría totalmente protegido allí.
—Que buena suerte —dijo uno de los amigos de Sherring—, que buena idea tubo al traer una aeronave con usted, mi querido Holt.
—En efecto —dijo el barón—. Que suerte…
El ruidoso sirviente que los dirigía a través del laberinto de pasadizos, dobló una esquina y rozó una estatua alta de posiblemente algún juez, dispersando a todos tras de si. Había escasa iluminación en estos claustros angostos, pero la visión del gobernador era lo suficientemente aguda para ver salir un arco de un chorro de líquido grueso y aceitoso del cuello de la máquina esclava. Un sonido como un saco de harina mojada que se abría le acompañaba. El sirviente dio un peculiar grito ululante y se hundió doblando sus rodillas.
—¡Retroceder! Llamada para la guardia de Emmel. Vuelva, señor.
Nuevas formas surgieron alrededor de la esquina, obstruyendo el pasillo con cuchillas y armas de fuego. Al frente de ellos estaba el brujo.
—Buenas noches, señores —les sonrió—. Que la bendición de Ivar este en todos vosotros. Me temo que su vuelo ha sido cancelado. Se ha producido un accidente… un incendio.
—¡Matadlo! —gritó Emmel algo redundantemente, mientras sus hombres ya estaban disparando.
Hubo un momento horrible cuando el aire sobre el cuerpo de Torris Vaun hizo una reverencia y fluctuó como el aire recalentado, borbotones como chorros de plomo fundido salían escupidos lejos de él. Vaun levantó una mano en un gesto displicente y dos guardias comenzaron a temblar y gritar. Emmel había elegido personalmente a estos dos de las filas de la fuerza de la guardia privada por su dedicación y fortaleza, pero eso no contaba para nada al verlos morir a sus pies. Desprendían radiación de calor, junto con el olor a quemado de la carne y la piel recocida. Plumas finas de humo graso brotaban de sus fosas nasales y de la boca, mientras que las cintas del festival decorativos en su pelo y barba se incendiaron en festivas llamas. Hinchados por la combustión interna, los guardias cayeron al piso de piedra, quemados desde dentro hacia afuera.
Unos pocos del séquito de Sherring huyeron y fueron abatidos por los hombres que seguían a Vaun. El barón y su compañero más cercano tropezó hacia atrás, chocando con el gobernador horrorizado. Emmel se sacudió de su shock y bajó la pistola orbe. Hacía tanto tiempo… que no podía recordar cómo usarla. Vaun se acercó.
—No te atreves a perjudicarme —baló Emmel—. Yo soy un agente supremo del Emperador.
El psíquico mató al amigo pálido de Sherring con una aguja de llama amarilla, la descarga mental le golpeó como de un puñetazo, su cuerpo dando tumbos por el pasillo. Vaun pareció disfrutar bastante con ello.
Había un hombre grande detrás de Vaun, inclinó la cabeza hacia el magnate con una extraña gran sonrisa sobre su rostro.
—¿Qué tal este?
Sherring parpadeó y su boca se movía en silencio. Vaun se inclinó hacia el barón y le miró, como si el noble fuera un ilota que comprar en una subasta. Levantó la punta todavía en llamas en sus dedos y rozó la mejilla sudorosa del Sherring. La piel húmeda crepitaba y el barón reprimió un grito de rabia y dolor.
—Sólo es un pequeño pez —sonrió Vaun, luego con una arranque salvaje, golpeó a Sherring en la cabeza, dejándolo tirado en el suelo.
El hombre grande tomó el arma inerte de los dedos de Emmel y la arrojó lejos.
—Yo soy muy rico —declaró el gobernador—. Te puedo pagar un montón de dinero, te daré una fortuna.
Vaun asintió.
—No lo dudo —asintió con la cabeza al otro hombre—. Rink, lleve a su señorito hasta el piso superior y espera allí. Comunícate con Ignis por el vox y dile que vamos a salir. Quiero que todas las otras naves salgan en los próximos diez minutos.
—¿Y tú?
Vaun miró por encima del hombro.
—Ya que he venido hasta aquí. No puedo irme sin mostrar mis respetos al señor diácono.
Emmel intentó resistirse a la mano de hierro del hombre grande.
—Suéltame. No iré contigo.
En respuesta, Rink le dio un empujón descuidado y el gobernador se estrelló contra el muro de piedra. Se tambaleó, aturdido y sangrando.
* * *
LaHayn se propulsó hasta el púlpito de la capilla. El humo flotaba desde gruesas rejillas a la altura de la cabeza, ocultando el desorden que como una enfermedad se había extendido alrededor de la cámara. El lord sacerdote aspiró una profunda bocanada de aire viciado y rugió al conjunto vox, justo al ángel de oro en la misma cresta del podio.
—No tengo miedo. Presten atención, mis amigos. La discordia es lo que estos brutos persiguen, ¡no les den lo que buscan! —Algunos de los altavoces escondidos en gárgolas sobre las paredes todavía estaban funcionando, se llevaron sus palabras cerca de la capilla como una baja cantidad de truenos—. Únanse a mi, aquí en al altar, que el noble cuerpo de guardias firmes y las Hermanas de Batalla sean ¡nuestro escudo y nuestra espada!
Los aristócratas eran muy volubles, pero cada uno de ellos habían asistido a los sermones semanales de LaHayn durante años, su autoritaria voz de mando fue suficiente para romper su terror e inanición. Hizo caso omiso de la mueca que la Canonesa Galatea le mostró, por el rabillo del ojo vio a la Hermana de Batalla escupir órdenes a los pocos supervivientes de los guardaespaldas, sirvientes de armas y a sus propios guerreros, las Sororitas. Un sonajero inconexo de fuego de percusión resonó en la capilla de la nave lejana, perdido tras los humos grises. Los atacantes habían dejado de disparar por el momento, probablemente para poder reagruparse.
—Todo lo que necesitamos hacer es mantener la fe, manténganla, mis amigos —dijo a la congregación—. Mientras hablo, destacamentos de guardianes y de la Guardia Imperial están en camino para rescatarnos. —De hecho, el Señor LaHayn no tenía forma de saber si eso era cierto o no, pero la Catedral Lunar representaba la mayor concentración de la nobleza en el planeta Nevan, y esperaba, mejor aún, exigiría, que todo el poder de los militares se volviera a la cuestión de su protección.
Debajo de su púlpito, los aristócratas, magnates y barones estaban nerviosos, se agruparon bajo la tutela de su sombra, alrededor de las mesas destrozadas, donde antes había habido montones de los mejores alimentos y licores mas raros. En algunas de las fuentes todavía podía verse la espuma o las burbujas embriagadoras de los vinos picantes.
—Ya vienen —LaHayn atrapo las palabras de Galatea en el borde de su audiencia—. Esté alerta.
—Tengan fe en el Trono Dorado —gritó LaHayn—. ¡El Emperador protege! —Desde las profundidades del humo, el sacerdote vio formas en movimiento, y una voz que esperaba no volver a oír otra vez, vino con ellas, burlona e insolente.
—¿El Emperador protege? —dijo Vaun—. No aquí, veréis como no lo hace. No… no esta noche.
* * *
Rink tiró a Emmel al suelo y le puso su gran bota sobre el cuello.
—Si trata de escapar, ¡te lo rompo! —El gobernador gimió algo, pero no le molesto lo mas mínimo a Rink. Se llevó un pequeño transmisor vox a los labios—. ¿Ig?, Ig, pequeño escarabajo de fuego, ¿puedes oírme? —Miró a su alrededor al nivel de la grada más grande, los servidores muertos, la maquinaria destrozada. Todo sobre la terraza en forma de cuenco eran brillantes hilos de humo provenientes de la catedral abajo.
Después de un par de segundos se produjo una respuesta, cargada con el crepitar de interferencia.
—Estoy un poco ocupado en este momento. Espera. Espera. —En los oídos de Rink el aire de la noche trajo la conmoción lejana de la deflagración de algo grande y muy inflamable, en el corazón de la ciudad, en alguna parte. En el canal vox la electricidad estática ahogaba la voz de Ignis, de pronto sonó mas claro.
—Mejor, ¿qué necesitáis?
—El tiempo de juego se ha terminado. Vaun quiere que nos vayamos a casa.
—¡Ay! ¿Tan pronto? Hasta ahora solo estaba calentando.
Rink olfateó.
—Ya sabes lo que dijo. El evento principal esta por venir.
—Sí, es cierto. —Ignis no parecía feliz—. Regresando. Hemos perdido a un helicóptero sobre las casetas de guardia pero eso es todo. Voy a pasar la orden. Aguante firme, Rink. Voy a por vosotros.
—No me hagas esperar. —Apagó el aparato y lo dejó caer en un bolsillo.
Emmel resopló y trató de moverse.
—Por favor, escúchame. Permítanme hablar un idioma que usted entienda. Dinero.
Rink mostró los dientes torcidos.
—Adelante…
—Yo te podría pagar…
—¿Cuánto? ¿Mil kilos de oro? ¿Diez mil? ¿Un millón?
—Sí —concedió el gobernador.
—¿Lo lleva encima? —Rink se inclinó y le habló a la cara a Emmel—. ¿Ahora mismo?
—Eh. Bueno, no, pero…
—Mala suerte, entonces.
—¡No quiero morir! —gimió el noble.
—Y yo no quiero ser pobre —sonrió Rink—. Hasta tu puedes ver la molestia en ello.
—¡Incluso el oro se volvería negro en manos tan corruptas como las tuyas!
Las palabras gritadas giraron alrededor de Rink, agarrando mas fuerte su arma.
—¡Ay!, jodida mierda.
Miriya se acercó lentamente a través de la terraza, la pistola de plasma apuntando al hombre grande. Por el rabillo del ojo vio a Isabel haciendo lo mismo. Verity se quedó atrás en el arco, tratando de mantenerse fuera de la vista.
—Escúchame —dijo la Celestial—. Está obligado por ley a entregarse y liberar al gobernador Emmel. Es su puesta en libertad o morir, tu decides.
—¿Y luego qué? Vas a dejar que siga mi camino, igual hasta ¿me das un beso en la mejilla? —Arrastró a Emmel a sus pies, usando al hombre como un escudo humano—. No te pierdas caramelito, en nada ¡ventilo a este mequetrefe!
—Esta es tu última oportunidad —dijo Isabel—. Única oportunidad de aceptar la luz del Emperador o morir a su sombra.
El rostro de Rink se arrugo por la ira.
—¿Qué? ¿Qué significa eso, ¿eh? Os odio perras de la iglesia. Pero no podéis superar a Rink ahora, o ¿o acaso creéis que podéis, ¿puede tu? —Y con un rugido, lanzó a Emmel por el borde de la grada y disparo a su vez a Isabel con su láser. Miriya salto en picado al suelo, rodando duramente sobre su hombro. Era vagamente consciente de su Hermana de Batalla intercambiando fuego con el matón, pero su atención estaba en Emmel, deslizándose inexorablemente sobre la piedra ensangrentada hacia una caída que le aplastaría contra el suelo muy, pero muy por debajo del anfiteatro.
Descartó su arma en su precipitada huida y se lanzó a por el gobernador mientras este se deslizaba por el borde, sujetando con una mano su pesado abrigo en sus manos.
El abrigo de Emmel se rasgó, pero aguantó lo suficiente como para mantenerlo allí colgado, suspendido a cientos de metros sobre el estadio en llamas. Tensando los músculos de sus brazos, Miriya lo arrastro hacia arriba. El esfuerzo la dejo aturdida.
Isabel había caído contra un sirviente muerto, parecía herida. Miriya no podía ver a Verity en ningún lugar… y el hombre grande…
Rodó sobre su espalda cuando espirales recientes de humo se enrollaron sobre el balcón, el criminal estaba ahí, sobre ella, mirándola con lascivia.
Cayó sobre ella con un impacto aplastante, golpeándola contra el interior de su armadura de ceramita. Los dientes de Miriya se sacudieron en su cabeza, tenia el sabor del cobre en la boca.
Un rostro sonriente, con el aliento apestando a tabaco, se apretaba contra el suyo. Luchó contra él. Era el doble de su tamaño, todo musculo, firme y grueso. El enorme peso del hombre fue suficiente para forzar la salida del aire de sus pulmones.
—Da a Rink un beso, hermanita —dijo entre dientes. Y lamiéndole la mejilla—. Vamos. No sea tímida.
Golpes en las costillas e ingle propinados al matón trajeron gruñidos de dolor, pero nada más. Los ojos de Rink se estrecharon y rodeó el cuello con sus gruesas manos lo bastante grandes como para aplastar su cráneo. Ya apenas podía jadear o respirar. Iba a matarla con su propio silencio. Miriya trató de desalojar sus manos sin éxito.
—¡Hey! —sonrió el matón—. No hay sermones para mí, ahora, ¿eh?
Rink se inclinó para lamerla otra vez, con un último esfuerzo, la Celestial le incrusto la frente en la nariz. Sintió como crujió el hueso del hombre, salió un chorro de sangre, pero pareció hacer hecho poco más que molestarlo. Rink apretó aún más y el color desapareció de la visión de Miriya. Todo cambió como bajo una gasa, como un dibujo al carboncillo perdió definición, convirtiéndose al gris y distorsionándose.
Un ruido vago y confuso como el ladrido de un perro llegó a sus oídos, y luego Rink rodo sobre ella. Le tomó un largo rato a Miriya darse cuenta de que tenía materia pegajosa, le humedecía la cara y el torso. Se incorporó y utilizo su túnica sin miramientos para limpiar los despojos mas gruesos. La Hermana de Batalla sacudió su aturdimiento, se dio cuenta al mirar a Rink, este estaba tirado en el suelo a su lado y no tenia cabeza.
Verity emergió de la bruma con el bólter de Isabel en sus manos, el vapor aun saliendo del cañón del arma. La pistola parecía mal en su agarre, de forma casi obscena resaltaba, el abisal negro del bólter contra el blanco virginal de la vestimenta del Hospitalaria.
—¿Esta, esta él…?
—¿Muerto? —Miriya se puso de pie con una mueca de dolor—. Ya lo creo. —Se tambaleó un poco y Verity bajo el arma a un lado a su costado—. ¿Dónde está la Hermana Isabel?
—Herida —Verity no apartó la mirada del hombre sin cabeza.
—¿Es esta la primera vez que ha quitado una vida, hermana?
—Yo… —Sus ojos estaban vidriosos y huecos, con la mirada clavada en el cadáver—. He dado la paz del Emperador a los que lo necesitan muchas veces… Pero nunca… Yo nunca he…
—Nunca ha matado con un arma en la mano, ¿en el fragor de la batalla? —Miriya tosió y escupió—. Suerte para mí entonces que todavía recuerde su entrenamiento. Un poco a la izquierda y el tiro me hubiera encontrado a mi, no a él. —Suavemente, la Celestial la condujo cerca de donde el gobernador Emmel estaba sobre la piedra.
En un terreno más familiar, Verity hizo eficiente y rápido uso de sus manos, saco un dispositivo auspex intentando adivinar el estado del hombre, lo toco para sentir el pulso. Frunció el ceño.
—No podemos huir de este lugar, hermana. Tiene lesiones internas que empeorarán si lo movemos.
—No podemos dejarlo aquí, no es seguro.
—Deberíamos llamar a una nave de rescate para extraerlo y llevarlo a un hospicio. A menos que un cirujano se encargue de él, podría morir. —La Hospitalaria hizo un gesto con la cabeza en dirección a la catedral—. Vaya en busca de ayuda. Me quedaré aquí. Para mantenerlo estable.
Arrastrando su pierna lesionada mientras caminaba, una pálida Isabel se acercó a ellos.
—Tiene razón, Hermana Superiora. El brujo psíquico sigue estando en la torre. Mientras más nos demoremos aquí, por cada aliento suyo, mayor será la afrenta al Dios Emperador.
—¿Puedes luchar? —preguntó Miriya, mirándola.
—¿Necesita preguntar? —Isabel miró la sangrante herida láser en el muslo, estaba medio cauterizada—. Solo es una simple picadura de pulga. Parece peor de lo que es.
—Entonces, ¿qué hay de ti? —Miriya se volvió hacia Verity—. No pueden cogeros desprevenidos Vaun y su matón aquí. No puedes luchar tu sola contra ellos.
La Hospitalaria le dirigió una mirada desafiante.
—Entonces, sea rápida y no tendré necesidad de hacerlo.
Miriya acepto que con la cabeza, y luego recuperó el rifle láser del delincuente muerto.
—Toma esto hasta que podamos encontrar un arma mejor —dijo, entregándoselo a Verity. Y mirándola a los ojos añadió—: Úsalo si tienes que hacerlo.
—Pero dijiste que no sería capaz de luchar contra Vaun.
La Celestial negó con la cabeza.
—Sólo quedan dos cargas en el arma. Si Vaun viene, me permito sugerir que se utilicen para otorgar la paz del Emperador al buen gobernador aquí presente y a ti misma. —Recogió su pistola de plasma caída y se alejó—. Se trata de un destino mil veces mejor que dejar que la bestia entre abiertamente en tu mente.
* * *
El brujo apareció entre la niebla asfixiante de la capilla con burbujas de aire ardiente bailando entre sus dedos. Arrojó serpentines de fuego contra los aristócratas y los barrió a todos, usándolos como una amante arrepentida usaría un látigo neural. Donde quiera que las llamas tocaron la piel o tela, la gente al instante brillaba en chirriantes antorchas. Detrás de Vaun llegaron sus hombres, extendiendo aún más el caos junto al fuego del Brujo.
—Aquí vienen —espetó Galatea—. Todas las armas de fuego preparadas. —Llevó a las hermanas en una letanía subvocalizada rápida, cada una de ellas murmurando oraciones de bendición para sus armas de fuego.
Portia hizo subir su bólter y Reiko, que habían liberado un torpe rifle ornamental de un guardia de honor muerto, hizo lo que se le ordenó, pero los sirvientes de armas y los demás hombres de armas se vinieron abajo ya derrotados de antemano. Los servidores, con el cerebro demasiado lento para reaccionar con un mínimo de reflejos, entraron en la zona de fuego de Vaun y que les llevo la muerte mientras seguían de pie. Cargadores de munición internos cocinados salían despedidos creando grietas y arrancando extremidades o haciendo sus torsos añicos. Los guardaespaldas y guardias perdieron los nervios cuando se encontraron con un psíquico de la destreza mortífera de Vaun, rompiendo filas y haciéndose blancos perfectos para los hombres de Vaun.
Líneas de fuego zumbaban junto a la cabeza de Galatea como sírfidos, con un lento zumbido cercano. Las Hermanas de Batalla habían venido con poco para recargar sus armas, donde los asesinos de Vaun dispararon para llamar la atención, la Canonesa y sus combatientes contuvieron la cadencia de fuego. Cada disparo tenía que tener como destino una muerte segura. No podían permitirse el lujo de gastar más que un precioso disparo por cada atacante.
Los látigos llameantes de Vaun desaparecieron y el psíquico cayó al suelo, ocultándose a sí mismo, minimizando su silueta como objetivo. Un misterioso resplandor apareció sobre los ojos del brujo. Galatea había visto algo semejante antes en los besados por el Caos o tocados con el signo de los mutantes.
—Por el corazón de Katherine, ¿qué está haciendo? —Portia vaciló, intentándolo pero sin poder conseguir un buen ángulo de disparo en el hombre en cuclillas.
Detrás de ella, donde las fuentes de licor gorgoteaban espumosas, Galatea oyó el chirrido de la presión del edificio y un torrente de burbujas calientes. De repente, lo comprendió.
—¡Al suelo! ¡Al suelo! —gritó, echándose sobre Portia y Reiko.
Vaun lanzo un «¡Ja!», del esfuerzo y tiró una lanza de fuerza psiónica mental a los tambores de vino. Sobrecalentados por su fuego mental, la presión de los alcoholes volátiles quemados destrozaron la madera de los barriles. Con un grito de aire, los líquidos atomizados volvieron un trozo de la atmósfera en un infierno. Un maremoto ígneo en miniatura resulto de la quema de whisky y vino espumoso especiado de Nevan, se lanzó a través de los nobles acobardados. La inundación abrasadora los hervía en rojo mientras gritaban, la agonía era tan feroz que algunos de los comerciantes murieron en el acto.
LaHayn se aferró al púlpito, este se sacudió y se hundió en la marea ardiente de alrededor. Ante él, caminando a través de la piscina en llamas sin una pizca de incomodidad, Vaun miró a los ojos y le dio al sacerdote una reverencia teatral de arrepentimiento con la cabeza.
—Perdóneme, padre, porque he pecado. —La última palabra salió sibilante, convirtiéndose en una sonrisa cruel—. Hola Viktor. Estoy dispuesto a apostar que no es así como había imaginado que irían las cosas cuando nos volvimos a encontrar. —Con una patada insensible, empujó a un noble lamentándose de su camino—. Es el momento para cosechar su tempestad, viejo.
—Se arrepentirá de su arrogancia, criatura —escupió el sacerdote—. ¡Me asegurare de eso!
Vaun resopló.
—¿Usted? —Abrió los brazos—. Mira a tu alrededor, Viktor. Los vagabundos que te rodeaban están muertos o moribundos. Incluso tus preciosas Sororitas se encuentran derrotadas por mí. —Señaló el lugar donde Galatea y las otras mujeres yacían heridas e inmóviles—. Conozca su final con un poco de decoro, querido maestro. Si me lo pides bien, puede que incluso te permita sostener abiertamente algunas oraciones ante tu precioso dios.
—¡No te atrevas a nombrar al Señor de la Humanidad en vano! —La rabia de LaHayn rodó por su rostro como un nubarrón oscuro—. Pirata. Pequeño ladrón, salteador. ¡Escoria! Tu pequeña mente carece incluso de la idea más pequeña de mi unidad con ¡Él! —El eclesiarca apuñaló con un dedo acusador al psíquico—. Podrías haber sido grande, Torris. Podrías haber conocido la gloria de la talla de los cuales, no se han visto en diez mil años. Pero ahora sólo puede aspirar a morir, sólo seras recordado ¡como un anarquista y un criminal!
Vaun soltó una carcajada.
—¿Y quién me va a matar, decrépito tonto? —Echó hacia atrás sus manos y tomó el aire entre ellos. Las moléculas del humo y la neblina que ocupó allí parpadearon y se condensan, se prendieron fuego—. Este monumento ridículo tuyo será tu pira funeraria y una vez que seas cenizas voy a saquear todos tus sucios secretos para mí mismo.
Estaba lo suficientemente cerca, razonó el sacerdote. Lo suficientemente cerca para estar seguro.
—Creo que no, hijo —dijo LaHayn y de sus voluminosas mangas sacó una caja ornamental que terminó en un bozal de Argentium finamente labrado. Apretó el dispositivo y chilló, proyectando una concha de disparos de mediano calibre hacia el pecho del brujo.
El retroceso del arma fue tan fuerte que casi rompió la muñeca del sacerdote, pero el arma era sólo el medio para entregar la cáscara en la meta. El disparo en sí no era la típica bala de matriz, fusión de carburo que brotaban de innumerables armas de Astartes y Sororitas, las de esta ronda fueron impregnadas con energía psiónica, sacadas de la mente de los herejes al morir. Cada molécula apestaba por la angustia mental, dolor y terror psíquico impresos hasta en el casquillo hasta el nivel atómico. Estas municiones eran muy raras, pero Lord Viktor LaHayn se había tomado mucho tiempo para construir la posición que ahora sostenía y en el camino muchos de esos artículos había llegado finalmente a sus manos.
El disparo del cañón-mental golpeó a Torris Vaun en el pecho, rompiendo a través del escudo de calor que habría devuelto los disparos menores de otras armas, gastando su energía cinética masiva en la perforación a través de la armadura Flexiacero de su chaleco de batalla. El impacto lo lanzó de nuevo en los charcos de la quema del licor, ondas conteniendo fuerza psiónica lamiendo a su alrededor, decolorándolo. Tosió con fuerza y expulsó una nube de sangre.
—Tonto —el sacerdote gruñó—. ¿Creías que iba a venir desprevenido cuando ya sabia que estabas en libertad? —Enfundó el arma irradiada, masajeándose la palpitante muñeca—. Ahora voy a poder entregar el prisionero que prometí para este día. —LaHayn miró como Miriya e Isabel entraban en la cámara, sus pistolas moviéndose, buscando algún objetivo—. Qué momento podría ser mas perfecto —remarco—. Aquí, hermanas. Aquí está su brujo, listo para la jaulas.
Un chorro silbante de fuego entró en erupción desde donde Vaun había caído, empujando la parte posterior penal a sus pies. Rizos de calor lo envolvían, les enseñó los dientes, masticando un nuevo dolor envuelto en calor.
—Bien jugado, Viktor —escupió el psíquico—. Pero aun no he caído del todo, por el momento.
El mundo de LaHayn se puso rojo cuando el púlpito estalló en llamas a su alrededor.
—¡Cubridlo! —gritó Miriya, su voz fluyendo en la explosión de conmoción de ruido de la pistola de plasma. Isabel disparó con ella, tanto como ellas las demás Hermanas de Batalla lanzando sus tiros a Torris Vaun, dejándolo atrás en su postura.
El psíquico tropezó y les gruñó, la sangre de los capilares rotos en sus ojos corría por la cara en pistas rojas. La marca brillante del tiro del cañón-mental que le había golpeado todavía parpadeaba con destellos inconexos de energía azul y blanco, Vaun la recorrió con los dedos manchados de sudor, usando su otra mano en un gesto de amparo para desterrar los disparos que entraron. Las rondas golpearon la pared de fuego conjurado por su mente y se desviaron, algunos se rompieron y fundieron, otros saltaron a distancia, pero Miriya pudo ver la agonía causada por la lesión que habían infligido a LaHayn le había pasando factura. Vaun la miró a los ojos por un instante y ella supo que él, se había dado cuenta también.
—No voy a dejar que se escape otra vez —le espetó—. ¡Coger al brujo!
* * *
Aturdida y herida, Portia se arrastró a la lucha junto a sus compañeras de escuadrón. Cerca de los bancos destrozados, Galatea, con una mata de su perfecto pelo castaño crispado en blanca ceniza por los fuegos, tropezó llevando a Reiko en un hombro.
—No deberías haber vuelto —gritó LaHayn—. Ahora vas a pagar por atreverse a desafiar a la iglesia. —El sacerdote señaló a los cadáveres de los atacantes, a los que Galatea y las Hermanas de Batalla había puesto fin a lo largo del camino—. Todos los atracadores y asesinos han huido o muerto, demonio. Estas solo y desnudo ante la ¡justa venganza del Dios Emperador!
—Mira que le van las charlas, Viktor, ¿eh? —Vaun soltó una carcajada y sacudió la manga de su chaqueta, revelando un dispositivo bulboso, adornado de joyas y metales preciosos alrededor de su muñeca—. Comete los mismos errores una y otra vez, Viktor. Nunca dejas de subestimar. —El psíquico apretó un interruptor esmeralda triangular y centenarios delicados microcircuitos, enviaron una señal de activación.
Las Hermanas de Batalla escucharon un traqueteo de estática a través de sus canales de vox. Instantes después, las cargas huecas de detonite que los hombres de Vaun habían escondido en secreto por toda la catedral estallaron. Bajo la cobertura de los incendios y el pánico habían pasado desapercibidos. Sin embargo, había suficientes en el lugar para hacer lo que deseaba Vaun de ellos.
Fallas completas haciendo un ruido de tos rompieron las ventanas de cristal-acero tintadas y arrojaron las puertas de sus bisagras. Cortaron pilares de apoyo como las sierras talan los árboles o se lanzaron bancos antiguos sobre los desafortunados llenando el lugar con nubes de vapor.
La cantería de las zonas altas bajó a hacer agujeros irregulares a través de los pisos de mosaico, lord LaHayn se tiró del púlpito justo antes de que un ángel de granito lo rompiera en astillas. Parpadeando a través del polvo de ladrillo y el dolor, el sacerdote maldijo el nombre del psíquico cuando la risa burlona de Vaun hizo eco a su vez.