CUATRO

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CUATRO

La Canonesa, hizo una pobre labor, tratando de ocultar su consternación, cuando vio entrar a Miriya a sus aposentos, frunciendo profundamente el ceño sobre el pictógrafo que sostenía en sus manos, la Hermana Superiora hizo una arrepentida reverencia.

—Su Eminencia, me gustaría hablar con usted —dijo Miriya.

Galatea no le ofreció asiento en la única silla vacía del cuarto, en lugar de ello, colocó el pictógrafo sobre su amplio escritorio de madera, y desenrolló las mangas de su túnica diaria, al tiempo que dijo:

—Lo sabía Miriya… lo supe, en algún lugar en lo mas profundo de mis huesos, desde el momento en que los astrópatas trajeron el mensaje de la Priora Lydia. Cuando vi tu nombre en el documento, sabía que este día no terminaría sin problemas —dijo sentidamente al tiempo que soltaba una risa amarga—, al parecer me equivoque, subestimando considerablemente la situación —añadió.

Miriya frunció el ceño.

—Nosotras siempre hemos leído diferentes páginas del libro del Emperador, pero siempre me has entendido hermana. Hemos luchado contra el enemigo y orado juntas desde tiempos inmemorables y sabes que yo no soy tan laxa como para permitir que esto sucediera.

—Pero lo permitiste —insistió Galatea—, por tu culpa o no, la fuga de Vaun ocurrió bajo tu mirada, por lo que has de soportar y asumir la responsabilidad que ello trae aparejado. Y como representante principal de nuestra orden en este planeta, por extensión, también lo haré yo. Has traído la desgracia y el deshonor al nombre de Santa Catalina.

—¿No crees que soy consciente de ello? —espetó Miriya enfadada—. No crees que tomaría mi propia vida aquí y ahora, si con ello pudiera ¿deshacer lo sucedido? Perdí dos camaradas en manos de ese monstruo, una sepultada, la otra destruida.

La Canonesa asintió.

—Y más morirán aún… —dijo—. Vaun responderá por sus crímenes, de eso tengo la absoluta certeza —se volvió observando la vista a través de la ventana vidriada de la habitación—, me has dado un caos sangriento que limpiar Miriya.

—Déjame hacer algo al respecto —la Celestial dio un paso adelante—. Nadie en este mundo quiere ver a Vaun pagar por sus crimines tanto como yo. Quiero su permiso para continuar con mi investigación sobre el fugitivo.

—Será encontrado. Neva está cerrando todas las vías de escape, Vaun nunca saldrá fuera del planeta con vida —Galatea negó con la cabeza—, su arrogancia al regresar, será su perdición.

—Vaun no intentará escapar —insistió Miriya— no hasta tanto consiga lo que ha venido a buscar.

—¿Ah, sí? —la Canonesa le lanzó una mirada maliciosa—, ¿súbitamente te has convertido en una experta acerca de este hombre? ¿Tienes algún tipo de conocimiento de sus pensamientos, o dominio sobre sus deseos? Te ruego hermana me informes sobre tu tardía percepción.

Ella ignoró el velado sarcasmo.

—Es un bruto, un ladrón y un corsario nacido sólo para hacerse más rico o poderoso, ha venido a Neva buscando algo que quiere, algo que está aquí.

—Vaun llegó a Neva, solo porque fue capturado, no por su propia voluntad.

—¿Así fue? —replicó Miriya irónicamente— o tal vez se dejó atrapar a sabiendas de que sería liberado.

Galatea volvió la vista hacia su pictógrafo, su atención disminuía a cada momento.

—¡Ah!, esa es la teoría elaborada por la Hospitalaria, ¿no es así?, ¿cuál es su nombre, Verana?

—La Hermana Verity —corrigió Miriya— de la Orden de la Serenidad.

—Una orden sin experiencia en asuntos marciales —comentó Galatea, secamente.

Miriya reprimió un gruñido.

—Ella puede no ser una Hermana de Batalla, pero tiene una mente aguda y un corazón fuerte. Sus habilidades podrían resultarnos útiles.

—¿Lo crees? ¿O simplemente te sientes obligada, por dejar perecer a su hermana?

Ella apartó la mirada.

—Tal vez haya algo de verdad en ello, no lo voy negar. Pero aún así me atengo a lo que he dicho. Yo… yo confío en ella —la admisión sorprendió tanto a sí misma, como a la Canonesa.

Galatea negó nuevamente con la cabeza.

—Sea como fuera, la hermana Verity no tiene lugar aquí, su permiso para permanecer en Neva se extiende únicamente por el tiempo que dure el servicio funerario de Lethe. La Orden de la Serenidad tiene sus propias labores que hacer, obras que realizar en las lunas exteriores con los enfermos y heridos. Tengo entendido que los trabajadores allí sufren al servicio del Imperio…

—Vuestro rango es superior al ostentado por la misión del palatino en las lunas —señaló Miriya—. Podrías hacer uso de vuestra jerarquía y competencia, ordenando la permanencia de Verity si así lo deseases.

—Si así lo desease… —repitió Galatea—. No estoy convencida de que su presencia aquí revista algún valor de relevancia. Y es suficiente ya, con que una Hermana de Batalla Superior, permita que sus emociones nublen su juicio sobre este asunto. ¿Qué puedo esperar de una simple enfermera como Verity? Una mujer desacostumbrada a la violencia y a las pruebas a las que nos enfrentamos a diario.

—Lo mismo que espera de cualquiera de nosotras… —contestó Miriya sombríamente— que abracemos la pasión y la voluntad del Emperador —se acercó todo lo que pudo y puso las manos planas sobre la mesa de la Canonesa— dame esto Galatea, Y nada mas te pediré, solo la oportunidad de enmendar lo hecho.

El peso y la intensidad detrás de las palabras de la Hermana Superior genero un in-pass en la conversación, durante el cual, ambas se estudiaron mutuamente por un largo momento, midiendo mutuamente la total resolución de sus voluntades. Por último, Galatea recogió una placa de datos y una electropluma.

—A pesar de lo que puedas pensar de mí, Miriya, siempre te he considerado una guerrera ejemplar. Debido a ello, y sólo por ello, te concedo la libertad para proseguir con esto —dijo al momento que tachó una línea de palabras en la placa vidriosa y escribió—, pero entiende, que no tienes margen de error. Si no traes a Vaun, será el final para ti, y arrastrarás contigo a la Hermana Hospitalaria. —La pizarra dio un suave y melódico timbre cuando el programa de mensajería llegó a su fin.

—Gracias, Hermana Canonesa. Prometo que veras al brujo ardiendo por sus transgresiones —dijo Miriya al tiempo que hacia una profunda y sentida reverencia.

Galatea esbozó una sonrisa torcida.

—No es a mí a quien tienes que convencer de ello, Hermana Superiora. El estimado Diácono Señor LaHayn ha posado su mirada sobre nuestro convento como un halcón, y querrá tomar conocimiento de los detalles concernientes a la búsqueda del psíquico.

—No comprendo.

—Lo entenderás, la Bendición de la Herida, comenzará a las ocho campanadas de hoy, y la tradición exige la presencia de nuestra orden en la fiesta de celebración en la Catedral Lunar… —Galatea hizo un gesto desdeñoso con la mano, agregando—. Me acompañaras a la fiesta. Traje de gala con todos los honores hermana. Informe a su escuadra.

* * *

En las calles, los niños que eran demasiado jóvenes para comprender la verdadera naturaleza de la penitencia de un adulto, corrieron junto a los vagones flagelatorios y lanzaron piedras sueltas a las gimientes y sucias personas dentro de los mismos. En un prolongado descenso, los penitentes fueron transportados desde las minas penitenciarias o campos de trabajo de las lunas, hacia Neva, con la promesa de una reducción en el tiempo de sus contratos o sentencias, llegado el caso de que sobreviviesen a los grandes juegos de los festejos. Los que ya se habían quebrado no resultarían de utilidad alguna, y permanecerían en las lunas trabajando hasta su muerte. Sólo los hombres y mujeres que todavía tenían una chispa de vida o fuerza interior, podían sacrificarse a la maquinaria de la iglesia en esta gran fiesta anual.

Los sacerdotes y clérigos de las capillas, sostenían que todo el mundo estaba lleno de remordimientos, para ser humano había que nacer con ello, pues se vivía desde un principio gracias al sufrimiento del Emperador, el trabajo duro y la piedad eran un buen ungüento. Solo los criminales, los herejes, los disidentes y los esclavos, no tenían voz en la iglesia y por lo tanto, eran los mejores sacrificios para la Bendición de la Herida. Persistentes rumores dijeron que a ellos se les unirían inocentes que alzaban la voz sobre el grave estado de la iglesia o sus laxas reglas y sobre el régimen ineficaz del gobernador planetario. El festival fue siempre un buen momento para librar a la ciudad de los pensadores inconformistas de la sociedad.

En otros mundos imperiales, habría celebraciones de la cosecha, arderían ofrendas, celebrarían grandes conciertos o se bailaría en ayunas, millones de planetas y billones de personas celebraban la grandeza del Señor de la humanidad a su propia manera, aquí, en este mundo de teólogos y dogmas rígidos, no había una línea divisoria entre la penitencia y la devota adoración ferviente.

Este año, Noroc estaba lleno de vida, de charlas en las calles y en los púlpitos, incluso entre los jóvenes que se derramaban fuera de los seminarios y las scholan. El señor diácono había prometido la muerte de un psíquico para coronar el inicio del festival de este año, no uno falso como ya se había visto en celebraciones anteriores, sino un psíquico de verdad. Ahora que se sabia, que eso no sucedería, el rumor corría por la ciudad como los ratones por las paredes.

La clase alta miraba a los plebeyos, fingiendo un supuesto conocimiento de lo que sucedería en su lugar, pero contrariamente a ellos, se encontraban en la misma ignorancia que el resto, salvo en lo que refería al conocimiento de que el Señor LaHayn y el gobernador Emmel, tendrían que confabularse para crear algo igual de espectacular para aplacar a la gente. En toda la metrópoli, los individuos se pusieron su ropa ritual o eligieron sus trajes si tenían la suerte de haber recibido un documento de citación rojo sangre. Los vendedores comercializaban gran cantidad de iconos para las próximas festividades, vendiendo y reponiendo constantemente sus mercancías, juntando con los puños grandes cantidades de documentos imperiales y certificados de diezmo de la iglesia.

Este año, las nuevas camisas de algodón adornadas con el águila imperial hilada en oro, resulto ser el objeto imprescindible de moda, las fuerzas del orden, debieron incluso que intervenir en altercados ocurridos en las tiendas de ropa, a causa de la falta de stock. En otros sectores, se llevaban a cabo desfiles devocionales, donde jóvenes locales, portando alas artificiales, se habían pintado a sí mismas con soles amarillos, celebrando la trascendencia de Santa Celestine. En otros distritos hubo alegres lapidaciones improvisadas para aquellos cuyos delitos menores habían quedado impunes por decisión de los jueces. El ambiente era una extraña y potente mezcla de optimismo y ferocidad, con el ansia de violencia a flor de piel. Uno podía observarlo en los ojos de los niños que corrían por todos lados, en los rostros de sus padres, reflejado en el fervor de miles de clérigos de la ciudad.

Los vehículos saltaron cables y bajaron por la suave pendiente de la ladera hacia la más grande de las basílicas de Noroc. En la distancia, el pináculo de la Catedral Lunar, parecía un cono alto con depresiones geométricas en sus flancos, de hecho, tales depresiones, habían sido cuidadosamente esculpidas, ensambladas y alineadas con las complejas trayectorias orbitales de las lunas de Neva, y durante la medianoche, a menudo era posible para los feligreses observar desde su interior, los distantes fogonazos de los hornos de fusión, en la superficie de las lejanas esferas ennegrecidas.

Debajo de la iglesia, en sus profundidades, se encontraba el anillo oval del anfiteatro, desde el cual solía celebrar sus sermones el propio LaHayn. El poder de antiguos y grandes proyectores hololíticos funcionando al límite de sus capacidades, lo convertían en un fantasma brillante y descomunal, de más de diez pisos de altura, los ornamentados cuernos de bronce de mil bocinas, lanzaban su voz por toda la ciudad. Por ahora, las arenas del anfiteatro mantenían una quietud sepulcral, pero ello pronto cambiaría, a medida que las elaboradas formas de amplios y complejos escenarios se unían entre sí, sombras extrañas crepitaban bajo los amarillos reflectores que colgaban de globos de gas. Una vez que los vehículos vomitaron sus cargas de actores conscriptos, una vez que las armas estuviesen cargadas y los trajes de malla tejida puestos, las grandes actuaciones del día comenzarían en serio.

Lo primero que pudo observar Verity de la gran cámara de la Catedral Lunar, por sobre el hombro de la poderosa armadura de la Hermana Miriya, fue la alta bóveda del techo de piedra blanca, elevándose sobre ella. Las piedras moteadas de mica, brillaban peculiarmente, de manera tal, que las luces parecían danzar y jugar en las alturas, generando al fin una sensación introspectiva del convento. La Hospitalaria nunca había visto tanto oro en un solo lugar, estaba en todas las superficies, trabajado en líneas sobre los mosaicos en el piso, subiendo por las columnas en líneas de alta escritura gótica, o cerniéndose como gruesas líneas de un vasto tejido de red.

La gente lucía vestimenta tan adornada como el interior de la catedral, pasó cerca de una mujer, cuya expresión de superioridad y desdén, tan arraigada en lo profundo de su ser, solo podía concebirse a partir de la crianza, su vestimenta imitaba el corte de los trajes inquisitoriales, y entre los más atrevidos podía destacarse los que imitaban la vestimenta de santos viviente, podía observarse que se abanicaban a si mismos con tesón, semicírculos de jade fino que al mismo tiempo, podían utilizar como un arma blanca de combate.

Verity dudaba de que cualquiera de esas nobles y perfumadas damas pudiera hacer alguna vez algo útil, pues había tropas de elaborados servidores cerniéndose sobre cada una de ellas, algunos pelando y deshuesando uvas, algunos degustando vinos para sus amas. Algunos de los servidores, probablemente estaría armado con todo tipo de discretas, pero mortales armas de fuego. Ella observó a las maquinas esclavas ir y venir, observó la forma en que las mujeres dirigían a los siervos de este mundo, sin siquiera mirarlos, o hablarles, ignorando totalmente su existencia, a pesar de depender totalmente de estos.

Una de las damas, habló en susurros bajo la cobertura de su abanico, provocando una risa nerviosa en el grupo que la secundaba. Verity, supo clara e inmediatamente, que su presencia era el motivo de las risas y burlas, que se sucedían a su alrededor.

La Hermana de Batalla llamada Cassandra, que se encontraba a su lado, advirtió las razones que entretenían al grupo, gesticuló como si olfatease, antes de girarse y mirar a los ojos de uno de los servidores, al tiempo que dijo sin dirigirse a nadie en particular.

—Un combate aceptable podría entablar… —y agregó—, pero imagino que cualquier atacante podría huir antes de que los servidores pudieran ser llamados a las armas.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó la hermana Portia.

—Incluso un Marine Espacial encontraría esas fragancias irritantes —respondió ella, en voz baja pero que en realidad no sonó tan baja—. Sospecho que se usó una maquina de fumigación para perfumarlas.

Verity no pudo evitar echar una mirada retrospectiva a la mujeres de la nobleza, y observar como el rubor de color rosa coloreaba sus rostros.

Siguieron caminando, el murmullo agitado del festejo ascendía y decrecía, a medida que comerciantes y teólogos se dejaban llevar por las pequeñas charlas que mantenían. La Hospitalaria se encontraba junto a Miriya y su unidad, quienes a su vez, se mantenían cerca de la Canonesa Galatea y su ayudante, la Hermana Reiko.

Verity vio docenas de sacerdotes en apretadas y numerosas filas, en cantidades tales que resultaba imposibles de estimar, todos vestidos con ropajes de rojo y blanco, algunos pocos vestían oro y negro, y los hombres de rojo se congregaban a su alrededor, como cachorros alrededor del líder de la manada. Verity se inclinó respetuosamente cada vez que uno de ellos cruzó la órbita del contingente de Adeptas Sororitas, pero sospechaba que su presencia no era siquiera notada. Se permitió inspeccionar los sectores circundantes a la reunión, ni bien pasaron por debajo de un gran globo de plata sostenido por suspensores, pudo advertir la presencia de algunas hermanas de otras órdenes, representantes de las Ordenes Famulatas y Dialogantes. Compartió miradas con esas mujeres, inclinaciones de cabezas y por lo menos una docena de sutiles señales.

La mezcla entre piadosos y laicos era más o menos nivelada. La flor y nata de la clase magnate de Neva, que se pavoneaba con sus túnicas copiosas, demostrando gran arrogancia, incomodó a Verity, ya que este era después de todo, un lugar de culto del Emperador, y no un salón de baile para los comerciantes petimetres. Los hombres, al menos casi todos eran masculinos, mostraban con orgullo medallones con sellos de las casas nobles a las que pertenecían, tabardos y túnicas. La Hospitalaria rememoró la última vez que había visto muchos de esos símbolos, marcados a fuego en la carne de los trabajadores contratados, o tallados en las humeantes fabricas como haría un niño indisciplinado embadurnando su nombre en una pared.

La procesión se detuvo con tanta brusquedad, que Verity se sacudió de sus pensamientos y casi tropezó con la Hermana Isabel, que caminaba por delante. Se recuperó instantáneamente, frunciendo el ceño por su falta de concentración.

Solo le tomó un momento a Verity, reconocer al hombre que se paró frente a Galatea, con un saludo rígido en su postura. Ella ya había visto su rostro patricio, en las carteleras exteriores del puerto, y en algunas de las lunas, en los poster dibujados con groseros graffitis.

—Gobernador Emmel, ¿como está usted? —preguntó la Canonesa.

El gobernador, presentó una teatral expresión de tristeza.

—Tan bien como se puede esperar, mi querida señora. Se me ha explicado que la principal atracción, la estrella de mi festival no aparecerá. —Verity podía asegurar por su tono de voz, que el gobernador Emmel estaba más angustiado por la perspectiva de lanzar un pobre festival, que de capturar a Torris Vaun.

—El Adepta Sororitas se asegurará, de que su sufrimiento será de corta duración —respondió Galatea suavemente—. El asunto está en nuestras manos.

Pareció resultar suficiente para satisfacer el regente planetario, pues su mirada comenzó a vagar entre las mujeres perfumadas congregadas, en torno a la fuente de vino.

—Ah, bien, sé que puedo depositar mi confianza en las Hijas del Emperador…

Desde el borde de su visión, se acerco un grupo de aristócratas, animados por el buen beber y el tabaco dulce.

—Con todo respeto, eso no parece ser una idea del todo buena —dijo uno de los recién llegados, que a simple vista parecía ser del mismo estrato social que el gobernador Emmel y al igual que él, tenía la mirada propia de un perro de caza, era delgado, enjuto, y parecía sediento de poder. La parte analítica de la mente de Verity, dio cuenta automáticamente del revelador color amarillento en los bordes de sus párpados, detalle común entre aquellos que fumaban kyxa, una planta cultivada en los mundos del Ultima Segmentum, que producía un narcótico levemente afrodisíaco, y demasiado costoso para la gente común.

El gobernador Emmel hizo una leve reverencia.

—Mi honrado Barón Sherring, su consejo es siempre bienvenido en todo momento, ¿hay alguna cuestión que desea traer a mi consideración?

Sherring miró a Galatea y a las Hermanas allí reunidas, entonces sostuvo.

—Yo no sería tan osado como para poner en duda la dedicación de estas finas mujeres, pero las voces se alzan en las salas, gobernador. Mis compañeros barones se preguntan si nuestros guardias personales no deberían asumir la responsabilidad en la búsqueda del tal Vaun.

Miriya habló por primera vez desde que habían entrado en la sala, disculpándose inicialmente al decir:

—Con perdón del barón, pero pasa usted por alto una cuestión de cierta importancia —dijo.

—¿Lo hace? —entonó Emmel, tomando una copa de un querubín que pasaba—. Díganos.

—Torris Vaun deambulo libremente por este planeta, durante un período de dos años solares completos, antes de aventurarse fuera del planeta para continuar su carrera criminal. Durante dicho lapso, los soldados de las casas nobles fracasaron totalmente en la captura del psíquico —expresó al tiempo que observó a Sherring—. Pero perdóneme, ya que no tengo conocimiento de los cambios radicales en la doctrina de combate que deben de haber inculcado en sus guardias desde entonces.

Sherring encubrió su molestia con el humo de su tabaco y Emmel tocó sus labios pensativamente.

—No recuerdo ningún cambio —dijo en voz alta—. Tal vez los hubo y ¿no se me informo?

El barón Sherring se inclinó diciendo.

—Tal como dije, era solo una sugerencia, nada más, es evidente que las Hermanas de Batalla tienen todo bien encauzado en sus manos —al tiempo que se retiro despidiéndose con una falsa sonrisa.

Emmel advirtió la mirada de Verity quien le observaba, y le lanzó un guiño algo ebrio.

—Bien dicho, es un buen hombre, pero un poco ambicioso —a continuación miró a Miriya y le dijo—, hermana, su franqueza es refrescante, una buena característica en un guerrero —el gobernador se acercó a ella, y en ese momento su máscara de cordialidad afable desapareció—. Pero voy a estar decepcionado si esa es la única flecha en su carcaj —entonces la afable sonrisa reapareció y se dirigió lejos en busca de nuevas copas antes de que desapareciesen.

En su lugar apareció un oficial de la guardia de guarnición planetaria, barbudo y de frondosa ceja, el hombre llevaba el uniforme local de color verde hierba y negro, salpicado con todo tipo de pulidas condecoraciones. En su cintura portaba una pistola láser ceremonial hecha de vitrio y una cimitarra.

—El señor diácono solicita su atención —su voz sonó plana.

—Yo estaría encantada de hacerlo, coronel Braun —empezó a decir Galatea, pero el oficial negó lentamente con la cabeza.

—El señor LaHayn desea la atención de la Hermana Miriya —Braun miró a Verity—. Y de la Hospitalaria también.

La Canonesa disimuló su molestia.

—Por supuesto —asintió con la cabeza, pero el coronel ya no le prestaba atención ya que estaba de camino.

Verity notó como se le secaba la garganta, cuando se puso en camino junto a Miriya, y le tomó un instante recuperar el habla.

—¿Qué le digo?

La expresión de Miriya permaneció rígida, el rechazo hacia la gente que asistía a la reunión, le resultaba mas fuerte que los perfumes que usaban.

—Lo que él quiera oír.

* * *

El Piso superior de la Devota Piedad, se extendía hacia fuera como un labio sobresaliente, ubicado sobre el sector mas ancho de la torre de la catedral, bien alto y sobre las masas rebosantes de abajo. Mientras que el pálido ruido generado por la música refinada se mantenía dentro de la capilla, allí afuera, en la terraza con forma de medialuna, la noche parecía flotar sobre olas de aplausos e himnos. Había filas de iluminadores por todas partes, pero ninguno de ellos funcionaba de momento, la única luz provenía de abajo, de los proyectores y de las numerosas e incontables electro-velas en manos de la audiencia que llenaba el anfiteatro. Braun las guió entre las ocupadas líneas de servidores aun preparando lentes hololíticas, y las redes del cableado de bocinas. En el extremo elevado de la terraza, el gran Señor Diácono de Neva, Viktor LaHayn, se sentó encima de una muralla de piedra viendo la multitud debajo, y al parecer, afectado por la vertiginosa vista.

Tuvo que levantar un poco el tono de su voz para que le oyeran.

—Ellos no nos pueden ver aquí arriba —comenzó el lord sacerdote—, estamos en las sombras, y si alguno de ellos, mirase hacia aquí arriba, podría perderse las palabras y ello sería imperdonable.

Miriya miró hacia abajo, hacia una inmensa pasarela, hecha con pequeñas placas torneadas, desde la cual resonaban palabras en gótico antiguo y la letra de los himnos rodaba sobre las placas para que el público pudiera ver.

—Sin duda, señor, que deben ¡conocer las palabras de memoria!

LaHayn lanzó una mirada divertida al decano que se encontraba a su lado.

—Habla como una verdadera Sororita, ¿eh Venik?

El otro hombre asintió con la cabeza, y luego hizo un gesto a Braun. Sin emitir palabra, el coronel hizo una leve reverencia y se retiró hacia la compañía de una docena de hombres de armas posicionados en la puerta de la capilla. Quedó claro para Miriya, que el diácono aguardó hasta que los soldados se alejaran y no pudieran oírle.

—Todos aquellos que no pueden leer, aprenden a memorizar —dijo LaHayn—. De esta manera, la palabra del Dios Emperador nunca se pierde para nosotros, permanece inalterable, inviolable y eterna.

—Ave Imperator —el ritual saludo, escapó de su boca inconscientemente.

—¿No es así? —dijo el lord sacerdote y sonrió de nuevo—. Hermanas Miriya y Verity, espero que no vayan a pensar mal de mí por mi exhibición en el convento, entiendan que el celo que el Emperador me infunde, es a veces más de lo que un anciano puede soportar. El asunto del criminal Vaun me ha encolerizado.

—Su luz nos toca a todos, a su manera —hilo Verity, manteniendo la mirada baja.

—Y ustedes comparten mi pasión por esta misión, ¿no? —La voz de LaHayn sonó casual, pero cargada como un multiláser para la Hermana Superiora.

—¿Cómo no hacerlo? —respondió ella—. Se llevó la vida de una de mis camaradas de mayor confianza, una Hermana condecorada que dedicó su existencia entera a nuestra iglesia y sólo por ello, él, morirá un centenar de muertes —ella mantuvo la voz firme, con esfuerzo—. La violación de la mente de la Hermana Iona, lo oscurece aún más. Si estuviera en mi poder, le ofrecería al gandul, para que pudiera ser ella, quien golpease su cabeza desde su cuello.

Dean Venik levantó una ceja, pero la expresión de LaHayn no se alteró.

—Me complace oírle decir esas palabras, he orado por el alma de Iona hoy en mi misa privada, espero que por la gracia de la condición Repentida, pueda encontrar el consuelo que ella busca.

Un nervio saltaba en la mandíbula de Miriya, ya que Iona, tal vez nunca habría tomado el terrible exilio de los arrepentidos, de no haber sido por las demandas de LaHayn respecto a la contrición, y ese simple y determinante hecho, parecía ser omitido por el lord sacerdote.

—Honorables Hermanas, requiero que mantengan al decano al tanto de los adelantos de sus investigaciones en todo momento. Estoy seguro de que entenderán que tanto el gobernador Emmel, como el congreso planetario, tienen sus reservas respeto a su constante intervención, a pesar de lo cual, me he asegurado de que puedan progresar sin censura indebida.

—He recibido instrucciones superiores, por lo podrán hacer uso de mis instalaciones durante el tiempo que dure la caza del criminal —añadió Venik—. Pueden solicitarme directamente la intervención en cualquier cuestión, que quede fuera de su ámbito de competencia.

—Es usted muy generoso —añadió Verity.

—Dígame —dijo el lord sacerdote en un tono confidencial—. Tengo entendido que usted llevó a cabo un interrogatorio en el reformatorio. ¿Qué descubrieron?

—No tengo conclusiones que ofrecer por el momento, mi lord —Miriya habló rápidamente, adelantándose a lo que Verity probablemente pudiera decir—. Pero temo que la orquestación de la fuga de Vaun no fue mero oportunismo, sino algo planeado.

—¿De veras?, debemos considerar eso con cuidado. —Algo más abajo en la arena, hizo que la multitud gritase con asombro y llamó la atención de LaHayn por un momento, de seguido observó a Miriya y sostuvo—. Vaun no será una presa fácil, hermana, es una persona difícil, mortal y brillante en ello.

—Es un matón —señaló ella con una muestra de creciente irritación.

El sacerdote pareció no darse cuenta de ello.

—Sólo exteriormente querida, me he encontrado con él cara a cara, y puede ser encantador cuando quiere.

—Si usted ha estado lo suficientemente cerca para mirarlo a los ojos, ¿como es que no ha muerto? —replicó. Venik respiró hondo y le lanzó una mirada de advertencia, que Miriya ignoró—. Me pregunto por qué una criatura como esa, no fue capturada en su juventud para la cosecha de las Naves Negras.

—Torris Vaun es astuto —señaló LaHayn—. La compasión y el amor son cualidades de las que su frio corazón carece, hermana.

Verity estudió su cara mientras hablaba.

—Habla como si le admirase, mi lord.

El sacerdote rió suavemente.

—Como solo podría admirarse el funcionamiento de un bólter o la virulencia de una enfermedad, créame, no encontrará en Neva a nadie más interesado que yo, interesado en que Vaun conozca el fin que para él he planeado.

El decano hizo un ademan como para despedirlas, pero Miriya se mantuvo firme.

—Diácono, aún no ha respondido a mi pregunta.

LaHayn de pie, se sacudió una mota de polvo de la rica tela carmesí y oro de sus vestiduras.

—A veces, la muerte por sí sola no es suficiente para satisfacer la ley del Emperador —dijo lacónicamente, con palabras duras y fuertes—. Como los poderes de los Adeptus Astra Telepática, que me complace no poseer —el alto sacerdote dio a las dos mujeres una larga y calculadora mirada—. Deje que le pregunte algo. ¿Teme a la brujería?

—El psíquico es la puerta por la que atraviesa el caos, y solo a través de la esperanza, el sacramento y la negación, pueden aquellos tocados por la maldita visión, vivir y servir a Terra —dijo Verity repitiendo las palabras de la Liturgia de la Retribución.

—Bien dicho, pero ahora es usted Hermana quien no responde a mi pregunta —dijo mirando a Miriya, al tiempo que agregó—, respóndame, hermana. ¿Teme la brujería?

No dudó en responder.

—Por supuesto que sí, la Hermana Verity tiene razón en lo que dice, un psíquico podría destruir a la humanidad si no fuese estrictamente controlado, su relevancia es tal como la de un enemigo mutante, un hereje, un alienígena o un demonio, el miedo a ello nos hace mas fuertes, ese temor alimenta nuestra lucha, y sin él, no tendríamos razones para luchar.

—Justamente —asintió LaHayn, agregando—. Si mi mente albergaba alguna duda, de que usted era la indicada para acabar con esa peste, esa duda ha desaparecido —se inclinó hacia ellas—. Ahora, discúlpenme, pero la campana esta próxima a tocar y tengo un sermón que brindar —aseguró el sacerdote señalando a las multitudes con un movimiento de sus brazos.

Cuando Venik las despedía, Miriya se detuvo y se volvió hacia él.

—Disculpe, diácono —dijo—. Hay otra pregunta que me gustaría plantearle.

—Si es rápida contestare.

Se inclinó de nuevo.

—Si bien nos hemos centrado en la incidencia de la fuga de Vaun, hay un solo factor que escapa a mi entender, el criminal tuvo la oportunidad de ir a donde quiso, a un centenar de mundos distintos de éste. ¿Por qué, en nombre del Emperador, ha elegido retornar a un planeta donde su rostro y maldad son tan conocidos? ¿Qué posible recompensa podría existir en Neva, como para arriesgarlo todo? —Miriya se dio cuenta de que Verity estaba observando a ambos muy de cerca.

El rostro de LaHayn permaneció inmutable.

—¿Quién puede entender la razón o la mente de un loco, Hermana? Confieso que no tengo una respuesta para usted.

Miriya se inclinó una vez más, y Venik se retiró dejándolas en manos del coronel Braun, quien a su vez las condujo por un par de niveles de los miradores. Verity estaba en silencio, con el rostro pálido y su mirada volcada hacia pensamientos internos.

—¿Qué piensas? —preguntó.

Verity tomó su tiempo para responder.

—Yo… estoy confundida —dijo la Hospitalaria, las palabras le resultaron difíciles de decir—. Por un momento, pensé… la dilatación de sus ojos, el tono de su respuesta…

Miriya se acercó más, de manera tal que solo ellas podían oírse.

—Dilo.

—No —Verity negó con la cabeza—. Debo estar en un error.

—Dilo —repitió la Hermana de Batalla—. Dímelo, así sabré que no soy la única que tiene dudas.

Verity la miró a los ojos.

—Cuando tu le preguntaste acerca de las razones de Vaun… el nos mintió.

—Así es —asintió Miriya—. Pero… ¿con que finalidad?

* * *

Cuando las luces lo iluminaron, LaHayn sintió como si su ser estuviera proyectándose hacia arriba, hacia las estrellas, mas allá de los confines de su figura de carne humana, para convertirse en algo más grande y más efímero, algo mas relacionado con la supernova más brillante, que era la luz del Dios Emperador. Ello nunca dejaba de regocijarle.

Había un viejo dicho en Neva, que decía: «… todos los hombres allí nacidos, tenían la vocación». De hecho, a todo joven, se le obligaba a participar en seminarios por determinada cantidad de tiempo, para ver si eran adecuados para la casta masiva de los clérigos. Había sido bajo tan sencillas circunstancias, que Viktor LaHayn había entrado en la órbita de la Iglesia de Terra, y en esos claustros lúgubres, entre los adeptos de rostro sombrío, los sacerdotes encendidos por una oratoria eterna, es donde había encontrado realmente su primera vocación. El mero pensamiento de aquellos días trajo una sonrisa a su cara, eran tiempos menos complicados, cuando la palabra y la persecución era todo lo que ocupaba su mente, cuando lo único que necesitaba era la espada sierra en su fuerte mano derecha y el Libro del Destino, en su mano izquierda.

La rugiente multitud, llenó sus sentidos y él les dio la bienvenida, levantando las manos e imitando el antiguo signo del águila, el águila de dos cabezas divinas, ciegas, pero que sin embargo todo lo ven, con la visión del futuro y el conocimiento del pasado, desplegando las alas para proteger a la humanidad.

En momentos de introspección como éste, LaHayn se preguntó qué sucedería si pudiera volver al pasado y conocer a su yo más joven en aquellos días perdidos. ¿Qué le diría? ¿Podría resistirse a susurrar los secretos que más tarde se le revelaron? ¿Cómo podía hacerlo, si para ello, debía negar la verdad a su juventud inexperta, violando las revelaciones que ardían en su alma?

LaHayn vio su imagen hololítica crecer a proporciones gigantescas y bebió el temor de su congregación. Si la primera llamada lo había llevado a un vasto y nuevo mundo al servicio del Emperador, entonces la segunda llamada lo había llevado directamente a los pies del trono dorado. Ninguno de los presentes en el anfiteatro podía verlo, pero sintieron las palabras que pronunció, el toque que puso en ellas, nacidas en su corazón, tal como él sentía, la innegable justicia de sus palabras.

Las piezas finales fueron uniéndose. Lord Viktor LaHayn era la mano del Dios Emperador, su voluntad se haría y nada podría evitarlo.