28

Era curioso lo del cristal. Cuando lo rompías se mosqueaba y te mordía para devolvértela.

Vin estaba arriba, en el baño principal del dúplex, rodeado de gasas y esparadrapo. Lo que se había hecho en la mano al estrujar aquel vaso de bourbon hasta hacerlo añicos era demasiado para el mundo de las tiritas, así que tuvo que pedir refuerzos al surtido de la Cruz Roja y la cosa no estaba yendo demasiado bien. Como tenía la herida en la mano derecha, parecía una enfermera que no paraba de maldecir sin saber qué hacer, manejando con torpeza las vendas, las tijeras y el esparadrapo.

Ser su propio paciente era una mierda. Sólo por su vocabulario lo habrían inhabilitado, o como quiera que se dijera en la jerga hospitalaria. Y eso sin hablar de su incompetencia.

Estaba a punto de acabar con aquella terrible experiencia, cuando sonó el teléfono que estaba al lado de los lavabos, vaya gracia. Con unas tijeras de uñas diminutas sujetas con la mano izquierda, una tira de gasa entre los dientes y la mano derecha de todo menos disponible, necesitó toda su coordinación para responder la llamada.

—Déjalo subir —le dijo al guarda del vestíbulo.

Después de haber colgado el auricular, hizo una chapuza con el esparadrapo y dejó todo aquel revoltijo sobre la encimera tal y como estaba para dirigirse hacia las escaleras y bajar hasta la puerta de la entrada. Cuando el ascensor hizo din y se abrió, él ya estaba en el pasillo, esperando.

Jim Heron salió y no perdió el tiempo con saludos ni esperando a que lo invitaran a hablar. Algo que era de agradecer.

—El jueves por la noche —dijo—. No te conocía. No la conocía. Debería habértelo contado pero, a decir verdad, cuando os vi juntos no me apeteció joder las cosas. Fue un error y lo siento con toda mi alma…, sobre todo que no te hayas enterado por mí.

Todo el rato que estuvo hablando, los brazos de Heron colgaban muertos a los lados de su cuerpo, como si estuviera dispuesto a pelearse si las cosas tomaban ese cariz, y su voz era tan firme e inexpresiva como su mirada. Nada de rodeos. Nada de artimañas. Nada de gilipolleces.

Y mientras Vin lo miraba, en lugar de rabia, que era lo que esperaba sentir hacia ese tío, sólo sintió agotamiento. Agotamiento y un agudo dolor en la mano.

De pronto, se dio cuenta de que se estaba empezando a hartar de citar a su puto padre en lo relativo a las mujeres. Gracias a aquel legado, durante los últimos veinte años, la naturaleza desconfiada de Vin había visto muchas sombras donde no las había y, sin embargo, ahora se le había escapado que la persona con la que dormía lo había engañado.

Demasiadas energías invertidas, todas en el lugar errado.

Dios santo, la verdad era que Devina no le importaba. En aquel momento no le importaba en absoluto lo que hubiera hecho cuando estaban juntos.

—Mintió sobre lo que pasó aquí anoche —dijo Vin toscamente—. Devina mintió.

No hubo ningún tipo de duda en la respuesta:

—Lo sé.

—¿De verdad?

—No me creo ni una palabra de lo que ha dicho sobre nada.

—¿Y eso por qué?

—Fui a verla al hospital porque no acababa de creerme toda esta mierda. Y ella me soltó ese rollo lleno de corazones y flores de que te había contado lo que había pasado el jueves por la noche, y que ésa había sido la razón de que la agredieras. Pero tú no lo sabías, ¿no? Ella nunca te dijo nada, ¿verdad?

—Ni una palabra. —Vin dio media vuelta y se dirigió al dúplex. Como Jim no lo siguió, dijo por encima del hombro—: ¿Te vas a quedar ahí como una estatua, o vienes a comer algo?

Obviamente, comer era mejor que imitar al mármol y cuando hubieron cruzado los dos la puerta principal, Vin la cerró con llave y echó la cadena. Tal y como estaban las cosas últimamente, no pensaba jugársela con nada.

—Santo cielo —dijo Jim—. Tu sala…

—Sí, Vince McMahon la ha redecorado.

Ya en la cocina, Vin sacó un poco de fiambre frío y el tarro de Hellman’s con la mano izquierda.

—¿Pan de centeno o de masa fermentada?

—De masa fermentada.

Vin se preparó mientras cogía un poco de lechuga y tomate del cajón de las verduras.

—Necesito saber qué paso. Con Devina. Cuéntamelo todo. Bueno, todo no. Pero ¿cómo te engatusó?

—¿Seguro que quieres saberlo?

Sacó un cuchillo del cajón.

Tengo que hacerlo, tío. Lo necesito. Me siento como… Me siento como si hubiera estado con alguien a quien no conocía en absoluto.

Jim dejó escapar un juramento y se sentó en uno de los taburetes al lado de la encimera de la barra.

—Para mí sin mucha mayonesa.

—Vale. Ahora dispara.

—No creo que sea quien dice ser, por cierto.

—Qué curioso, yo tampoco.

—Es decir, he investigado su expediente.

Vin levantó la vista mientras intentaba retirar la tapa azul del tarro de plástico.

—¿Me vas a decir cómo lo has conseguido?

—Nunca en la vida.

—¿Y el resultado fue…?

—Ella no existe, literalmente. Y créeme, si mis contactos no son capaces de desvelar su verdadera identidad, nadie puede.

Vin puso menos Hellman’s en el pan de masa fermentada de Jim y más en su propio pan de centeno, pero fue un trabajo chapucero e impreciso. Estaba claro que no era ambidiestro.

Por Dios, lo de Devina no le sorprendía en absoluto…

—Sigo esperando los detalles del jueves por la noche —dijo—. Y vamos a hacernos un favor y limitarnos a hablar. No tengo energías para ser educado en este momento.

—Joder… —Jim se frotó la cara—. Vale. Ella estaba en La Máscara de Hierro. Yo estaba con unos amigos, supongo que podría llamárseles así, aunque «hijoputas» también valdría. Da igual, el caso es que ella me siguió hasta el aparcamiento cuando me fui. Hacía frío. Ella parecía desorientada. Estaba… ¿Estás seguro de esto?

—Sí. —Vin cogió un tomate, lo puso en una tabla de cortar y empezó a cortarlo en rodajas con la habilidad de un niño de cinco años. Aunque más bien debería decir trinchar—. Sigue.

Jim sacudió la cabeza.

—Estaba enfadada contigo. Y parecía muy insegura.

Vin frunció el ceño.

—¿Cómo que estaba enfadada?

—¿Cómo…? ¿Te refieres a por qué? No entró en detalles. No le pregunté. Yo solamente… Yo quería que se sintiera bien consigo misma.

Ahora era Vin el que sacudía la cabeza.

—Devina siempre se siente bien. Ésa es la cuestión. No importa de qué humor esté, en el fondo es dura. Fue una de las cosas que me atrajeron de ella. Bueno, eso y el hecho de que es una de las mujeres que más confían en su físico que he conocido jamás. Pero eso es lo que pasa cuando te hacen perfecta.

—Dijo que tú querías que se pusiera implantes en los pechos.

Los ojos de Vin se movieron con rapidez.

—¿Me tomas el pelo? No dejé de decirle que era perfecta desde la noche que la conocí, y realmente lo pensaba. Nunca quise que cambiase nada.

De pronto, las cejas de Jim dibujaron una mirada tensa y dura en su cara.

—Parece que te tomaron el pelo, amigo. —Vin partió la lechuga y fue hasta el fregadero para lavar un par de hojas—. Deja que adivine, ella te abrió el corazón, tú viste una mujer vulnerable liada con un hijoputa, la besaste, tal vez nunca te planteaste que las cosas llegaran tan lejos.

—No me podía creer dónde habíamos acabado.

—Te daba pena, pero también te atraía. —Vin cerró el agua y sacudió la lechuga romana—. Querías darle algo que la hiciera sentir bien.

Jim bajó la voz.

—Eso fue exactamente lo que pasó.

—¿Quieres saber cómo me engatusó a mí?

—Sí. Por supuesto.

De vuelta en la encimera, Vin sacó unas lonchas de roast beef finas como el papel.

—Fui a la inauguración de una galería. Ella estaba allí, sola, con un vestido que tenía un escote que le llegaba hasta el final de la espalda. En el techo había ese tipo de luces que iluminan directamente los cuadros que estaban a la venta y, cuando entré, la vi de pie delante del Chagall que había ido a comprar con la luz iluminando la piel de su espalda. Extraordinaria. —Añadió una capa de tomate hecho harapos y una suave sábana de lechuga, y luego les puso el pan de arriba a los sándwiches.

—¿Cortado o entero?

—Entero.

Le pasó el pan de masa fermentada a Jim y cortó su pan de centeno por la mitad.

—Ella se sentó delante de mí en la subasta y estuve oliendo su perfume todo el rato. Pagué una pasta por el Chagall, y nunca olvidaré la manera en que se giró sobre el hombro cuando sonó el martillo. Aquella sonrisa era todo lo que deseaba ver en la cara de una mujer en ese momento. —Vin dio un mordisco y lo recordó con claridad mientras masticaba—. Me gustaba el rollo sucio, ya sabes, en plan porno. Y sus ojos me decían que no tenía problemas con ese tipo de mierdas. Se vino a casa conmigo aquella noche y me la tiré directamente sobre el suelo. Luego en las escaleras. Y finalmente en la cama. Dos veces. Me dejó hacerle de todo y le gustó.

Jim parpadeó y dejó de masticar, como si estuviera intentando encajar la situación salida de Leave it to Beaver que le había contado con la rutina a lo Vivid Video que Vin había vivido.

—Ella era —dijo Vin mientras se inclinaba hacia un lado y cogía dos servilletas— exactamente como yo quería que fuera. —Le pasó una a Vin—. Me daba carta blanca para hacer cualquier cosa relacionada con los negocios, le daba igual que me fuera durante una semana o que no la avisara. Venía conmigo cuando quería que viniera y se quedaba en casa cuando no quería. Era como un reflejo de mis deseos.

Jim se limpió la boca.

—O, en mi caso, de lo que me conmovería.

—Exacto.

Terminaron sus sándwiches y Vin hizo dos más, y mientras se comían la segunda ronda, estaban más tranquilos, como si ambos estuvieran recordando el tiempo pasado con Devina…, y preguntándose cómo podía haberlos engañado tan fácilmente.

Vin acabó rompiendo el silencio.

—Dicen que estoy en uno de los vídeos de seguridad de anoche. Subiendo en el ascensor. El guarda de seguridad dice que él vio mi cara, pero eso es imposible. Yo no estaba aquí. Fuera quien fuera, no era yo.

—Te creo.

—Pues vas a ser el único.

Jim se detuvo con el pan de masa fermentada a medio camino de la boca.

—No tengo muy claro cómo decir esto.

—Bueno, si tenemos en cuenta que me acabas de decir que te has tirado a mi ex novia, es difícil imaginar que haya algo más complicado que eso.

—Esto lo es.

Vin se detuvo a medio mordisco, sin gustarle la mirada de la cara del otro.

—¿Qué?

Jim se tomó su condenado tiempo, hasta que acabó su maldito almuerzo. Finalmente, esbozó una tensa sonrisa.

—Ni siquiera sé cómo empezar.

—¿Hola? ¿Y lo que me acabas de contar del sexo con mi ex novia? Venga ya, échale un par.

—Vale. Joder. Tu ex no tiene sombra.

Ahora le tocó a Vin reírse.

—¿Es eso algún tipo de jerga militar?

—¿Quieres que te diga por qué creo que no eras tú el que estabas en el ascensor anoche? Por lo que tú mismo has dicho. Ella es un reflejo, un espejismo… No existe y es realmente peligrosa y sí, sé que esto no tiene ningún sentido, pero es lo que hay.

Vin acabó lentamente lo que le quedaba de su roast beef. El tío estaba serio. Mortalmente serio.

Vin se preguntó si sería posible que pudiera hablar, por una vez, de la otra cara de su vida. De aquella parte que implicaba cosas que no se podían tocar o ver, pero que claramente habían influido tanto en él como en el ADN de sus padres.

—Dijiste que ibas a salvar mi alma —murmuró Vin.

Jim apoyó las manos sobre la encimera de granito y se inclinó. Bajo la manga corta de su camiseta blanca lisa, los músculos de sus brazos se tensaron con el peso.

—Y te lo vuelvo a repetir. Tengo un feliz nuevo trabajo que consiste en salvar a la gente del abismo.

—¿De qué?

—De la condenación eterna. Como ya te he dicho…, en tu caso, yo creía que lo que tenía que hacer era asegurarme de que te quedabas con Devina, pero ahora tengo más claro que el agua que ése sería el resultado incorrecto. Entonces tiene que significar otra cosa, pero no sé qué.

Vin se limpió la boca y se quedó mirando las enormes y hábiles manos de Jim.

—¿Me creerías si te dijera que tuve un sueño sobre Devina en el que parecía salida de 28 días después, toda podrida y hecha un desastre? Decía que yo le había pedido que viniera a mí, que habíamos hecho una especie de trato en el que no había vuelta atrás. ¿Y sabes lo más ridículo de todo? Que no parecía un sueño.

—Y creo que no lo era. Antes de mi pequeña sesión de desconexión del viernes provocada por el alargador, te habría dicho que estás loco. Pero ahora puedes apostar la cabeza a que me creo cada una de tus palabras.

Finalmente al menos había algo a su favor, en lugar de en su contra, pensó Vin mientras decidía poner todas las cartas sobre la mesa.

—Cuando tenía diecisiete años fui a esa… —Dios, incluso con lo bien que se estaba tomando Jim las cosas, se sentía como un completo idiota—. Fui a esa vidente que leía la mano…, ésa de la ciudad. ¿Recuerdas ese «trance» bajo el que estaba en la cafetería? —Jim asintió, y él continuó—. Me pasaba muchas veces, y necesitaba… Joder, necesitaba alguna manera de pararlos. Me estaban arruinando la vida, me hacían sentir un tío raro.

—¿Porque veías el futuro?

—Sí, y eso no mola nada, ¿sabes? Yo nunca quise que me pasara y habría hecho cualquier cosa para pararlo. —Las imágenes del pasado de sus desmayos en centros comerciales, escuelas, bibliotecas y cines le inundaron el cerebro—. Era una tortura. Nunca sabía cuándo me iban a sobrevenir los trances y no sabía qué decía durante ellos, y la gente que no salía corriendo decía que estaba loco —soltó una sonora carcajada—. Tal vez habría sido diferente si fuera capaz de adivinar los números de la lotería, pero lo único que he tenido siempre para compartir han sido malas noticias. En fin, que ahí estaba yo, con diecisiete años, perdido, desesperado, con un par de padres violentos y alcohólicos en casa incapaces de ofrecerme cualquier tipo de ayuda o consejo. No sabía qué más hacer, adónde ir, con quién hablar. ¿Con papá y mamá? Y una mierda, no les habría preguntado qué hacer de comida, no les iba a preguntar sobre aquello. Así que un día próximo a Halloween, que es mi cumpleaños, por cierto, vi en la última página del Courier Journal un puñado de anuncios de esos parapsicólogos, curanderos, o como se diga, y decidí darle una oportunidad a uno de ellos. Fui al centro de la ciudad, llamé a algunas puertas y finalmente una de ellas se abrió. La mujer parecía entender la situación. Me dijo qué hacer y me fui a casa y lo hice…, y todo cambió.

—¿Cómo?

—Los trances pararon, por una parte, y por la otra empecé a tener la suerte de mi lado. Mis padres acabaron por implosionar. Te ahorraré los detalles, pero digamos que su final fue simplemente una consecuencia del alcoholismo. Después de su muerte me sentí aliviado, libre y diferente. Cumplí dieciocho, heredé la casa y los trabajos de mi padre como fontanero…, y así empezó todo.

—Un momento, has dicho que te volviste diferente. ¿En qué?

Vin se encogió de hombros.

—Cuando era niño, era un vago. Ya sabes, nunca me interesó mucho la escuela, me limitaba a dejarme llevar. Pero cuando mis padres murieron, mi calma desapareció. Empecé a sentir una especie de hambre. —Puso la mano sobre la barriga—. Siempre tenía hambre. Nada era ni ha sido nunca suficiente. Es como si estuviera obsesionado en lo que se refiere al dinero, como si estuviera muerto de hambre, no importa cuánto dinero haya en mis cuentas ni cuántas cosas tenga. Antes pensaba que era sólo porque había pasado de adolescente a adulto en el momento en que mis padres se fueron, es decir, porque tenía que mantenerme yo mismo ya que nadie más iba a hacerlo. Pero no estoy seguro de que eso lo explique todo. La cuestión es que, mientras trabajaba a jornada completa con aquellos fontaneros, me metí en el tráfico de drogas. El dinero que te proporcionaba era una locura y cuando se empezó a amontonar, yo sólo quería más y más. Me pasé a la construcción porque era algo legal y eso era importante, no sólo porque me daba miedo ir a la cárcel, sino porque entre rejas no podría hacer tanta pasta como hacía fuera. Era implacable y no me disuadían ni la ética ni la ley. Lo único que me preocupaba era el instinto de supervivencia. Nada conseguía detenerme… hasta hace dos noches.

—¿Qué cambió entonces?

—Miré a los ojos a una mujer y sentí algo más.

Vin llevó la mano al bolsillo trasero y sacó la estampa de la Virgen. Después de pasarse un buen rato mirándola, la puso sobre la encimera y la giró para que Jim pudiera verla.

—Cuando la miré a los ojos…, me sentí satisfecho por primera vez en mi vida.

Jim se inclinó y se quedó mirando la imagen. Santo cielo… era Marie-Terese. El cabello oscuro, los ojos azules, el rostro suave y amable.

—Vale, da un miedo que te cagas.

Vin se aclaró la garganta.

—No es la Virgen María, ya lo sé. Y la de la imagen no es ella. Pero cuando vi a Marie-Terese, el ardor de la boca del estómago se suavizó. Devina no hacía más que alimentar mis ansias. Ya fuera el sexo que teníamos y los lazos que presionábamos, o las cosas que ella quería o los sitios a los que íbamos. Era una catapulta constante para mi hambre. Marie Terese, sin embargo, es como un bálsamo. Cuando estoy con ella no necesito estar en ningún otro lugar. Nunca.

Volvió a coger bruscamente la estampa y puso los ojos en blanco.

—Por Dios, ¿tú me estás oyendo? Esto suena a película del canal Lifetime, o a alguna mierda de ésas.

Jim esbozó una sonrisa.

—Sí, bueno, si la cosa no funciona, siempre puedes dedicarte al mundillo de las tarjetas de felicitación desde la cárcel.

—Justo el cambio de profesión que estaba buscando.

—Es mejor que el de las placas de matrícula.

—Mucho más ingenioso, ciertamente.

Jim pensó en Devina y en el supuesto sueño que Vin había tenido. Había muchas posibilidades de que aquello no hubiera sido una pesadilla. Por el amor de Dios, si a plena luz del día se presentaba sin sombra, ¿qué otros trucos guardaría bajo la manga?

—¿Qué hiciste exactamente? —preguntó Jim—. A los diecisiete.

Vin cruzó los brazos sobre el pecho y casi se pudo oír un sonido de absorción mientras retrocedía hacia el pasado.

—Hice lo que aquella mujer me dijo que hiciera.

—¿Y qué fue? —Cuando Vin se limitó a sacudir la cabeza, Jim supuso que se trataba de algo muy fuerte—. ¿Esa mujer sigue viva?

—No lo sé.

—¿Cómo se llama?

—¿Qué más da? Eso forma parte del pasado.

—Pero Devina no, y están a punto de acusarte de algo que no has hecho gracias a ella. —Se oyó una retahíla de juramentos, mientras Jim asentía con la cabeza—. Has abierto una puerta, y no es mala idea volver atrás y coger la llave para cerrarla para siempre.

—Ése es el problema. Yo pensaba que la estaba cerrando. En cuanto a lo de esa mujer, fue hace unos veinte años. Dudo que podamos encontrarla.

Mientras Vin empezaba a recoger, Jim observó el desastre de vendaje que tenía en la mano.

—¿Cómo te has hecho daño?

—Hice añicos un vaso mientras hablaba contigo.

—Vaya.

Vin dejó de retorcer el envoltorio del pan de masa fermentada para cerrarlo.

—Estoy preocupado por Marie-Terese. Si Devina es capaz de hacerme esto a mí, ¿de qué no será capaz?

—Estoy de acuerdo. ¿Ella sabe algo de…?

—No, y prefiero que siga así. No quiero involucrar a Marie-Terese en esta mierda.

Otra prueba de que Vin no era ningún idiota.

—Oye…, en cuanto a ella. —Jim quería tener cuidado al soltarle aquello—. Le eché un vistazo a su expediente después de que me dijeras que aquel otro tío al que se cargaron en el centro de la ciudad había estado con ella.

—Dios mío… —Vin giró en redondo desde la alacena que había abierto—. Su ex marido. La ha encontrado. Es…

—No es él. Él está en la cárcel. —Jim soltó lo que el cabrón de Matthias había descubierto y qué sorpresa…, cuanto más avanzaba la historia, más fruncía el ceño Vin—. Conclusión —dijo Vin—: aunque es posible que un socio de Capricio la esté siguiendo, no es probable teniendo en cuenta las otras muertes porque a ellos sólo les interesaría Marie-Terese.

Vin maldijo, lo que significaba que se daba cuenta del panorama y de sus implicaciones.

—¿Y entonces quién es? Eso suponiendo que ella sea el nexo de unión entre las dos agresiones.

—Ésa es la cuestión.

Vin se recostó contra la encimera con los brazos cruzados y con pinta de tener ganas de pegarle a alguien.

—Por cierto, lo ha dejado —dijo al cabo de un rato—. Ya sabes, esa mierda de La Máscara de Hierro. Y creo que va a huir de Caldwell.

—¿En serio?

—Yo no quiero que lo haga, pero tal vez sea lo mejor. Podría ser alguno de esos hombres del club que ella… Eso.

Sus labios empalidecieron como si las entrañas se le hubieran congelado, y Jim se dio cuenta de que las cosas habían progresado entre ambos. Rápidamente. Aunque no apostaría a Perro, sí se jugaría la camioneta y la Harley a que Vin y Marie-Terese se habían convertido en amantes, porque aquella expresión que tenía el tío en la cara era como de corazón roto.

—No quiero perderla —murmuró Vin—. Y no me hace ninguna gracia que tenga que huir para seguir viva.

—Bueno —dijo Jim—, entonces supongo que tú y yo tendremos que hacer que esté a salvo quedándose aquí.

A salvo de Devina… y de quienquiera que fuera el psicópata que la perseguía.

Al menos Jim sabía qué demonios hacer con los tarados obsesionados con mujeres. En cuanto a Devina, tendría que librarse de ella como fuera.

Entretanto Vin levantó la vista y, cuando sus miradas se cruzaron, Jim asintió una sola vez como si supiera que las cosas se iban a poner feas y lo asumiera. Extendió la mano vendada y dijo:

—Excelente plan, amigo mío.

Jim estrechó con cuidado la pata que le ofrecían.

—Tengo la sensación de que va a ser un placer trabajar contigo.

—Lo mismo digo. Supongo que la pelea del bar era sólo el calentamiento.

—Está claro que sí.