7. A buenas horas, mangas
verdes
Me encontraba tumbada en el sofá, inquieta. No podía relajarme por mucho que quisiera. Movía la pierna una y otra vez, en un intento de mitigar los nervios que invadían mi cuerpo.
Le di mi número a Roberto. Seguía dudando sobre si hice bien o mal. Pero ya no había marcha atrás.
No solo eso. También la primera vez que esperaba impaciente a una llamada por parte de la policía. Sí, los odiaba, pero la curiosidad me superaba con creces. Al fin podría tener una oportunidad de participar en una investigación a mayor nivel, aunque fuese con mis peores enemigos. Se me acababa la paciencia. Me estaba quedando sin uñas de tanto mordérmelas.
Estuve haciendo zapping buscando algún programa que valiese la pena. Películas que ya había visto mil veces o programas del corazón. Todo basura. Al final, encontré un canal donde emitían una serie norteamericana que narraba las aventuras de un hombre encapuchado a lo Robin Hood. La diferencia era que éste disparaba flechas explosivas, y que rechazaba constantemente la ayuda de los demás para salvar su ciudad. Menuda gilipollez. Aunque la idea de disparar flechas contra los malos no me parecía tan mala. Prefería degollar los cuellos de los criminales y disfrutar del derramar de su sangre. En sentido figurado, claro. Mi objetivo era que acabaran en la cárcel.
Escuché la puerta del piso abrirse. La risa quinceañera de dos adolescentes delató a mi amiga y a su chico. Lo que no sabía era cómo podían reír, ya que se asfixiaban el uno al otro a besos. ¿O se oxigenaban con un mutuo boca a boca?
Cerraron la puerta sin darse cuenta de que yo presenciaba esa escena. Los observé devorarse con los labios en una batalla por la supervivencia erótica.
—¡Rubén! ¡Ji, ji! —reía Mayra mientras el otro le besaba por el cuello.
Me puse en pie sin que se dieran cuenta con los brazos en jarra. Los observé incómoda. Aquel momento tan romántico se convirtió en algo pornográfico, en cuanto él metió la mano por debajo de su falda, la agarró de sus nalgas y la levantó. Ella se abrazó a él con sus piernas, quitándose la chaqueta, lanzándola en mi dirección. La atrapé con la mano y la tiré al sofá.
—¡Ejem! ―dije arqueando una ceja.
Pero me ignoraron.
—¡EJEM! —exclamé.
Rubén y Mayra abrieron los ojos de repente. Lentamente, los dos me miraron de reojo, como dos niños pillados en flagrante mientras hacían travesuras. Ella se bajó con cuidado hasta poner los pies otra vez en el suelo.
—¡Patty! ¡Qué sorpresa! No sabía que estabas en casa… —dijo con una risilla nerviosa.
—¡Ya me he dado cuenta! —exclamé mirándola acusante a los ojos.
Rubén no se atrevía ni a mirarme a la cara. Tuve que aguantarme la risa. La situación tan incómoda se volvió cómica. Este tema iba a dar mucho que hablar.
—Hemos venido a… ¡estudiar! ¡Sí! ¡Tenemos que preparar un examen! —Levanté las cejas, incrédula.
—¡Anda! ¡Tira! —ordené, liberándolos de mi inquisitiva, pero necesaria intervención.
Los dos marcharon al cuarto de Mayra a «estudiar». Seguramente sería gimnasia o clases de canto, porque desde el sofá se podían escuchar sus «cantos». Parecían más gritos que otra cosa, en total armonía con los muelles de la cama.
Subí el volumen de la televisión para eliminar de mi mente las grotescas escenas que me estaba imaginando. Ya iba necesitada de algo así, y mi frustración por no haber tenido relaciones iba en aumento. Lo único que me faltaba era morirme de envidia.
A ver si Roberto espabilaba y me llamaba. Imaginé nuestra cita. Cenar, bailar, besarnos y después... «¿Qué dices?», dijo mi consciencia interrumpiendo mi tren de pensamientos. «¿En qué estás pensando?». No podía creer lo que se me estaba pasando por la mente. ¿Algo con Roberto? Hacía un día que le di mi número de teléfono. No podía hacerme ilusiones tan temprano. Además, aún no me había escrito. Seguro que no le importo o no le gusto de verdad. Todos los tíos son iguales. Solo iban a lo que iban. Seguro que me lo pidió para quedar bien y que ahora estaría con otra. Mejor. Así, seguro que de esta manera no me haría daño.
Un momento, ¿por qué le estaba dando tantas vueltas a la cabeza? Me parecía guapo y simpático. Nada más. Nunca me había pasado algo así con un chico. Siempre los he estado evitando, y ahora que he conocido a este, ¿voy a empezar a preocuparme? Ni pensarlo. Estaba mejor bien sola, a salvo en casa.
¿O no lo estaba? Desde que nos conocimos en el pub no he parado de darle vueltas. Me estaba afectando seriamente a la concentración, nublándome la vista. Quizás era él la razón por la que no podía encontrar ninguna pista sobre La Isla. Maldito el día en que el destino nos reunió.
Suerte que no me había escrito todavía. Aún podría echar marcha atrás. Y si lo hacía le decía que no y ya está.
Miraba la televisión mientras jugaba con el móvil, bien atenta a la pantalla. En cuanto me di cuenta, estaba otra vez pendiente de que me enviara un mensaje.
«No te va a escribir. ¿De qué te preocupas? Además, sola estás mejor», me decía todo el rato la consciencia.
Al rato, empecé otra vez a mover la pierna. Me empezaba a poner histérica, atenta todo el rato del móvil, impaciente por las dos llamadas.
Suerte que la tele me ayudaba a distraerme. La serie del arquero se puso interesante. El héroe se puso a pelear contra un empresario que quería destruir la ciudad, disparándole una flecha y acabando con su vida. Entonces se acabó el capítulo y volví a prestarle atención al móvil. Otra vez empecé a alterarme y a desesperarme.
Mayra y Rubén salieron de la habitación con cara de haber estado en un spa durante siete horas seguidas. Parecían estar bajo los efectos de alguna droga, dando tumbos por el pasillo. Me moría de envidia, y no precisamente de la sana.
—¡Adiós cariño! —dijo Mayra de forma empalagosa.
—Adiós amor. Esta noche te llamo.
—Te voy a echar de menos.
—Y yo.
—Bueno tortolitos, ¿vais a dejar de hacer el imbécil o qué? —exclamé. Los dos me miraron en silencio.
—Hasta esta noche amor —dijo Rubén, ignorándome, dándole un beso de despedida a su amada.
—Adiós —se despidió Mayra, con voz de niña pequeña.
En cuanto se cerró la puerta, Mayra se sentó a mi lado con cara de malas pulgas.
—¿Qué te pasa Patty?¿Por qué te has enojado tanto?
—¿Ves normal cómo os dabais el filetazo delante de mí?
—No pensé que te importaría. Otras veces lo he hecho y no me has dicho nada. ¿Por qué ahora sí?
—Lo siento. Es que verte así me ha dado mucha envidia.
—Lo hemos hablado muchas veces Patty. No voy a dejar de acostarme con chicos solo porque te dé rabia. No es culpa mía sino tuya. Si tú no das el primer paso, no conseguirás nada.
—Ya lo he hecho y estoy muy nerviosa. Creo que he metido la pata.
—¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? Repite. ¿Qué has hecho? —preguntó seriamente.
—¿Te acuerdas de Roberto?
—Sí, claro. Es el amigo de Rubén. ¿Por? —dijo inclinando la cabeza a un lado.
—Estos días ha venido a desayunar al bar y ayer me pidió el número de teléfono.
—Y para variar le habrás dado largas.
—Al contrario. Se lo he dado.
Mayra abrió los ojos y la boca lo máximo que pudo, totalmente sorprendida.
—¡¿Quééééé?! ¡Por fin le has dado tu número a un chico! —exclamó, abalanzándose sobre mí para darme un abrazo.
—¡Pero no sé si he hecho bien! Creo que ahora se estará riendo de mí, o estará con otra. Sí, dijo que quería invitarme un día a cenar, pero todavía no me ha dicho nada.
—¡Relájate! Los chicos son así. Si le gustas seguro que no te ha llamado porque estará pensando dónde llevarte, con qué sorprenderte y cómo conquistarte.
—No creo que sea así. Yo creo que pasa de mí. Mira, nunca estaré con un chico. Además, él no me interesa de verdad.
Mi amiga no dijo nada. Se quedó mirándome con una ceja levantada. La entendía. Tenía que ser agotador aguantar a una persona tan cabezona como yo.
De repente, mi móvil por fin sonó. Era de un número que no conocía. ¿Sería él? Lo cogí sin vacilar.
—¿Sí? ¿Hola? ¿Diga? —pregunté nerviosa.
—¿Patricia? —Era la voz de una mujer—. Soy Laia. Quiero comunicarte que tras una «pequeña discusión», SAUNA ha aceptado tu oferta. La única condición antes tendrás que ayudarnos durante un tiempo, demostrando tu valía. Siento que sea así, pero sabes que con los recortes, tenemos unos presupuestos muy ajustados.
—Está bien, pero lo quiero todo por escrito —dije. Tampoco podía pedir más.
—Totalmente de acuerdo.
—¿Cuándo empezamos?
—Hoy mismo. En un rato te envío un mensaje indicándote el lugar donde pasaré a recogerte. Debemos ser discretas. Vendré vestida de paisana con mi coche personal. Estate preparada. Hasta ahora.
—Hasta ahora —colgué.
—Suerte que pasabas de él. Tendrías que haber visto cómo has cogido el celular —comentó Mayra, claramente divirtiéndose con la situación. Por cierto, ¿quién era?
—Era la agente de policía a la que estoy echando un cable. Además, yo cojo así siempre el teléfono —dije disimulada.
—Te conozco desde hace tiempo ya. Nunca lo coges así. Estás esperando como loca su llamada. Y encima ahora me dices que trabajas con la policía. Tienen razón. El amor lo cambia todo.
—Te equivocas. Roberto no me afecta para nada.
—Así que, ¿admites que te gusta?
—No he dicho eso en ningún momento.
—Acabas de decir que Roberto no te afecta cuando te he dicho que el amor te ha vuelto loca. Reconoce que tengo razón.
—Eres una lianta. Sabes que no es así —repliqué.
El móvil volvió a sonar. Sin ser consciente lo cogí de inmediato. Otro número que no conocía apareció en pantalla.
—¿Sí? —dije en un tono seco, haciéndome la dura ante la mirada expectante de Mayra.
—¿Patricia? Soy Roberto.
—¡Hola Roberto! ¿Qué tal estás? —exclamé ilusionada, aunque cambié a un tono normal en cuanto recordé que estaba siendo observada.
—Muy bien guapa, ¿y tú?
—Bien —respondí sonrojada ante el cumplido.
—Me preguntaba si el sábado te gustaría venir a cenar conmigo.
No sabía qué decir. Aparté el auricular del móvil de la oreja y puse la mano para tapar el micro.
—¿Qué le digo? —pregunté a Mayra en voz baja—. ¡Me ha invitado a cenar!
—¿Tú eres tonta? ¡Dile que sí!
—¿Estás segura?
—¡Sí!
—¿Y si la cago?
—O le dices tú que sí o lo hago yo.
—¡Está bien!
Me puse el auricular del móvil otra vez en la oreja.
—¿Patricia estás ahí? —preguntó Roberto desde el otro lado.
—¡Sí! Perdona…
—¿Qué me dices?
—Que… Esto… Yo…
—¿Sí?
Mayra se fue a la cocina, cogió un cuchillo, y empezó a jugar con él, observándome con cara de psicópata.
—¡Sí! Acepto tu propuesta.
—¡No sabes cómo me alegra oírlo! El sábado te recojo a las ocho en tu casa.
—De acuerdo. Nos vemos entonces.
—¡Hasta el fin de semana!
Colgué.
—¡Por fin mi Patty va a quedar con un chico!
—No te creas. Hay algo que él no sabe.
—¿Qué quieres decir? —preguntó extrañada.
—No le he dado mi dirección. —Mayra explotó de la risa—. ¿Qué te divierte tanto?
—Recuerda que Rubén está saliendo conmigo y que es amigo de Roberto. No podrás escapar.
—¡Dios! —exclamé llevándome las manos a la cara. No había caído en ese pequeño detalle—. ¿Crees que todo saldrá bien?
—No te preocupes. El sábado yo me ocupo de que estés reluciente. —Se inclinó para darme un abrazo.
—Vale, pero acuérdate de que el cuchillo está todavía en tu mano.
—¡Uy, sí! ¡Perdona!
Mayra volvió a la cocina a guardar el cuchillo en un cajón. En ese instante que me quedé sola, apareció en medio del comedor el espectro que tanto me atormentaba. Me miraba moviendo la cabeza hacia los lados, decepcionado. Sus ojos de color añil sobresalían de sus cuencas, derramando gotas de sangre. Introdujo sus dedos en mi corazón, llenando de terror mi cuerpo.
Por suerte recibí un mensaje y pude desviar mi mente de aquella imagen, haciendo que se desvaneciera por completo. Era Laia indicándome el lugar de quedada. Vendría a recogerme en la bolera de Les Corts. Aprovecharíamos que había partido de fútbol en el Camp Nou, ya que se formaba el caos en la ciudad. Era una buena estrategia, pues con la masificación de fanáticos del fútbol podríamos escondernos con más facilidad de aquellos ojos que nos quisieran espiar. Nadie debía sospechar que la bloguera más tocapelotas ayudaba a su peor enemigo. Al menos por el momento.
Mayra regresó y se sentó en el sofá conmigo.
—¿Crees que le gustaré? —volví a preguntar.
—Si te ha pedido salir ya tienes la mitad del camino hecho. No te preocupes —dijo dándome un beso en la mejilla.
—Contigo al lado me siento más tranquila —dije levantándome del sofá.
—¿No te quieres quedar a ver una peli conmigo?
—No, tengo que ir a investigar un poco.
—¿A luchar otra vez contra el crimen? Vigila mucho Patty. Sabes que te puedes meter en problemas.
—Me lo has dicho mil veces Mayra. No me pasará nada.
—Tan valiente para unas cosas, y tan cobarde para otras. Ni Dios te podría entender. ¡Vigila!
—Anda, ¡hasta luego!
Fui a mi habitación, me puse la chaqueta, cogí el móvil, el palo selfie, la batería adicional, el disco duro, y todo mi equipo de investigación. Lo guardé en una pequeña mochila y me fui a la bolera.
Laia no tardó en llegar. Me subí en el vehículo y desaparecimos en medio de una multitud que se dirigía al estadio, ansiosa por presenciar un partido de liga.
Despistar a la población no era demasiado difícil cuando había fútbol de por medio. Luego se quejaban de que vivimos atontados por los móviles. No sé qué es peor. ¿Móviles o fútbol?
Entramos en la vieja nave abandonada. Un nauseabundo olor a café rancio se coló por mis fosas nasales. Tanto tiempo trabajando en un bar me enseñó a distinguir entre el buen y el mal café. No solo podía distinguir la mala calidad que le caracterizaba, sino que podía afirmar con total certeza que la máquina de donde salía llevaba tiempo sin limpiarse. Esta gente reparaba demasiado en gastos. ¿Tanto costaba contratar a más personal de limpieza?
—Mauricio nos espera —dijo Cristian, quien vino a recibirnos.
Fuimos a la sala de reunión del otro día. Laia se situó en la otra punta de la mesa, donde había un portátil. Lo conectó al monitor. Como la última vez, preparó una presentación con todo lo que se había descubierto hasta el momento.
—Veo que por fin has decidido a aceptar nuestra propuesta —dijo Mauricio con cierto sarcasmo mientras la agente acababa con sus preparativos—. A buenas horas, mangas verdes.
Me dio un ataque de risa tras oír el viejo refrán. Los tres policías se quedaron extrañados.
—¿Qué mosca te ha picado ahora? —preguntó Mauricio.
—¡Nada! Me resulta cómico que precisamente vosotros, que siempre llegáis a destiempo cuando algo ocurre, uséis esa expresión.
—¿Y qué pasa?
—Que me acabo de dar cuenta de que la policía ya funciona mal en España desde la Edad Media, cuando los policías de la época, vestidos con mangas verdes, acudían tarde cuando se les requería. ¿De dónde creéis si no que salió esa expresión? ¡De vuestros ancestros!
Los tres se quedaron boquiabiertos, incrédulos.
—Por cierto, no veo por ninguna parte el escrito con las condiciones que pedí.
—Aquí tienes—. Me lanzó varios folios de un modo un tanto despectivo—. Firma y ponte a trabajar de inmediato. Gánate el voto de confianza que estos dos me han suplicado que tenga contigo. No tenemos tiempo que perder.
Lo había cabreado y eso me encantaba. Pero aún tenía ganas de fastidiarle un poco más.
—Para el carro. Antes tendré que leer que todo esté en orden.
Mauricio frunció el ceño. Sus fosas nasales se abrieron hasta parecer un toro listo para cargar, liberando potentes ráfagas de aire. Estaba a punto de explotar. No estaba acostumbrado a que le contestasen de esa manera. Revisé el contrato a mi ritmo. Todo correcto. Se comprometían a comenzar con las obras una vez se atraparan a los culpables.
—Estoy conforme —dije y firmé.
—¿Podemos comenzar de una puta vez?
—Sí, por favor.
—Laia, muéstrale los resultados de la autopsia. Cristian y yo nos vamos. Ha habido un atraco en una sucursal bancaria hace media hora y tenemos que acudir de inmediato.
—A buenas horas, mangas verdes —dije para molestarle un poco más.
Esta vez me ignoraron. Qué rabia me daba.
—Y como siempre yo me quedo fuera —refunfuñó Laia.
—¿Qué has dicho? —preguntó Mauricio, tras escuchar el comentario—. Sabes que por mucho que te joda, no estás capacitada para hacer ese trabajo.
—¿Por qué soy mujer? —preguntó indignada.
—No estás capacitada y punto. —Sin mediar palabra se marchó, dejándome a solas con Laia.
—No te preocupes —le dije—. Enséñame lo que tienes. Ya les daremos su merecido. Tiempo al tiempo.
—Sí, mejor vayamos por faena.
La agente abrió una carpeta con un montón de fotografías. En ellas se veía el cuerpo destrozado de aquel chico. La cara, totalmente desfigurada, aunque se podían reconocer sus facciones. Por suerte no me sonaba de nada.
—Según la autopsia, el individuo ha muerto de estrangulación.
—¿Y la puñalada al corazón?
—Ha sido justo después de la muerte. El individuo presenta fuertes contusiones en la cabeza, como si le hubieran golpeado con algo metálico hasta romperle el cráneo y la mandíbula. Una vez inconsciente, le estrangularon, y tras morir le apuñalaron en el corazón.
—¿Por qué de esta manera? No parece tener mucho sentido.
—Estamos hablando con nuestros expertos criminólogos. Creen que una conducta tan brutal es propia de algún ritual satánico o de alguna secta. Nadie en su sano juicio haría algo así.
—Antes he estado investigando en casa acerca de los crímenes que ha habido en la ciudad durante los últimos años. Los medios no han mencionado un caso similar en todo este tiempo. ¿Podría ser este el primero que conoce el público?
—Eso parece. En nuestro archivo disponemos de un par de casos parecidos de meses atrás. En uno encontramos el cadáver de una prostituta y en el otro un yonqui. Ambos con puñaladas en el corazón después de morir. Ambas investigaciones se cerraron, pues las pistas solo nos llevaban callejones sin salida.
—¿La causa de la muerta fue idéntica?
—No. La prostituta fue violada y golpeada hasta la muerte. En cambio, el yonqui murió de una sobredosis. En su cuerpo se encontraron varias substancias, entre ellas, dosis elevadas de cocaína, heroína y cannabis.
—¡Menuda combinación! No es que sea una experta en el tema, pero no creo que una persona sea capaz de meterse tanta cantidad de mierda en el cuerpo.
—Así es. Los informes médicos indican que era un adicto a la cocaína. Pues los receptores de dopamina del cerebro son más pequeños en comparación a una persona normal. Esto es algo típico de los cocainómanos. En cambio, descartamos que era heroinómano porque no tenía las venas colapsadas. Creemos que en ese momento iba colocado y que le metieron una sobredosis de cannabis para ablandarlo. Cuando se quedó grogui, le pincharon con una jeringuilla una alta dosis de heroína que lo mató. Después, lo apuñalaron en el corazón.
—Marco, el chico que apareció delante del refugio antiaéreo, ¿estaba metido en algún tipo de actividad ilegal?
—Que nosotros sepamos, no. Nunca lo habían detenido antes. Hemos hablado con la gente de la fábrica y están tan sorprendidos como nosotros. Era una persona que iba todos los días a las seis en punto de la mañana a trabajar. Un trabajador ejemplar. Sólo nos queda hablar con sus familiares para ver si saben algo más.
—Espero que no vean cómo le quedó la cara. Unos padres no podrían soportar tal imagen.
—Hablas como si supieras de lo que hablas.
—Solo intento ser empática. Nada más.
—La desgracia es que en Barcelona no tiene a nadie. Sólo vive con su novia, a la que le han dado ya la noticia y está hundida. Aún tenemos que ir a visitarla y hacerle unas preguntas. Será también muy duro para sus padres cuando se enteren.
—Eso sí. Por cierto, ¿qué hay de las cámaras de video vigilancia?
—Eso es lo más extraño de todo.
—¿Cómo de extraño?
—Míralo por ti misma.
Laia abrió otra carpeta con archivos de vídeo. Eran las grabaciones de las cámaras del interior de la fábrica entre las cinco y las ocho de la mañana. Fue reproduciendo uno tras otro. En los vídeos no se veía nada inusual, sólo que en ninguna imagen aparecía Marco.
—Qué extraño. ¿No fue Marco a trabajar ese día?
—Según nuestros testigos sí. Sin embargo, hemos analizado las imágenes. Fíjate un poco más.
Volvió a reproducir los vídeos. Esta vez, seleccionando únicamente aquellos momentos más relevantes. A primera vista parecía que no había nada fuera de lo normal, pero presté un poco más de atención. Había algo extraño. Algo que parecía imperceptible, pero que no podía notar a primera vista.
—¿Aún no lo has visto? —preguntó Laia.
—No… —contesté frustrada.
—Si te fijas, hay un bucle en las imágenes. En la segunda imagen se puede ver mejor. Está apuntando a una ventana y cada veinte segundos vuela un pájaro a través de ella. En el resto de cámaras se ha hecho un excelente montaje, pero hemos analizado la intensidad de la luz y en ninguna de ellas cambia a lo largo del tiempo.
—¡Cuándo ha ocurrido en el amanecer!
—Exacto. Por lo tanto, seguramente lo hayan arrastrado por fuera hasta la entrada del refugio, pues las paredes estaban emparedadas y a esas horas no hay nadie en la calle. Una vez allí, lo habrían estrangulado, le desfigurarían la cara y le apuñalarían el corazón. Así se aseguraban de no derramar una gota de sangre. Un agente de la policía científica acudió al lugar a tomar pruebas. Sin embargo, nos faltan más pistas. Quien ha planeado el asesinato es brillante, con perdón.
—Esa parte déjamela a mí.
—¿Qué tienes pensado hacer?
—Un asesinato genera mucho chismorreo en el barrio donde residía la víctima. Cuando vayáis a interrogar a la novia, me pasaré antes por el barrio de Marco. Seguro que se ha generado mucho bullicio en el vecindario. Sólo tengo que escuchar los rumores de la gente, a ver qué pistas me dan. Recuerda que la gente suele hablar más cuando no sabe que la escuchan.
—¡Buena idea! Hablaré con Cristian de nuestro plan. En base a lo que averigües, interrogaremos a la novia de una u otra manera.
—De acuerdo. Por cierto, ¿me haces un favor?
—¿Cuál?
—Llévame a casa, por fa. Tengo muchísima hambre y quiero cenar algo.
—Cazar cerdos da hambre, ¿verdad?
—¡Y qué lo digas!